Capítulo 15
NO volvieron a la casa hasta unas horas después de que oscureciera.
—¿Estás bien? —preguntó Royd mientras abría la verja—. Has estado muy callada.
Ella forzó una sonrisa.
—Estoy bien. ¿Por qué no habría de estarlo? No he hecho más que holgazanear en la playa durante las últimas horas. —Sophie fue la primera en entrar en el patio—. Tenías razón. Necesitaba unas cuantas horas de paz y silencio. —Aunque la paz había sido más bien ambigua. Su cuerpo había estado quieto, pero su mente y sus emociones no habían parado de vibrar.
Y él lo sabía, lo había percibido.
Sophie lo notaba por su expresión alerta y vigilante. Desvió la mirada y caminó más deprisa.
—Ha sido una buena idea no ir al restaurante cubano para ir a...
—¿Tendré suerte esta vez?
Ella se detuvo en seco.
—¿Qué? —preguntó.
—Ya me has oído —dijo él, sin más—. Puede que no sea la manera más diplomática de preguntarlo, pero tengo que saberlo.
Ella se giró para encararse con él.
—¿Si tendrás suerte? —repitió ella—. Por amor de Dios, haces que me sienta como una mujerzuela barata que has recogido en un bar.
—No, no es eso. Sólo tengo que... Bah, olvídalo —Pasó a su lado y subió las escaleras de dos en dos—. Tendría que haber sabido que...
Sophie oyó el portazo de su habitación. Se quedó un rato mirando la puerta antes de empezar a subir. Se sentía sorprendida, indignada y confundida.
Y decepcionada. No sabía qué esperar, pero no era recibir un portazo en las narices de esa manera.
Entonces, ¿qué quería? Se había dicho que de ninguna manera tendría relaciones sexuales con Royd. Aquello sería un error. Su único interés en común era acabar con Sanborne y Boch, y los dos eran personas tan diferentes como el día y la noche. No se podía construir una relación sin un terreno común. En su relación con Dave, habían tenido cientos de intereses y objetivos similares y, aún así, el matrimonio había fracasado. Había sido demasiado débil para soportar la tragedia. Por lo tanto, ¿cómo podía esperar que funcionara una relación con un hombre que...?
¿En qué estaba pensando? Royd no quería una relación. Quería sexo.
¿Acaso no era lo mismo que quería ella? ¿Por qué prestarse a ese análisis tan profundo, como si se acercara de puntillas a un compromiso?
Oyó que se abría la puerta de su habitación. El corazón se le desbocó.
—Tenía que decírtelo —dijo, con voz vacilante—. Me he expresado mal. No soy imbécil, pero me cuesta mucho hablar cuando estoy contigo. No sé por qué. Todo se me confunde.
Ella se aferró a la barandilla de la escalera.
—A mí me ha parecido muy claro.
—Crees que te he insultado. —Él negó con la cabeza—. Utilizaste la palabra barata. Es lo último que pensaría acerca de ti.
Ella se humedeció los labios.
—¿Ah, sí?
—No me crees —dijo él. Tenía los puños apretados a los lados—. Me salió de esa manera, ¿vale? He crecido en un ambiente duro y toda mi vida ha sido dura. Dije lo que pensaba. Puede que sea algo que dicen los hombres cuando ligan pero no era eso lo que pretendía.
Ella no podía apartar la mirada de él.
—¿Qué pretendías decir, entonces?
Él guardó silencio un momento.
—Que me consideraría el cabrón más afortunado del planeta si me dejaras tocarte. Si me dejaras follarte, me sentiría como si me hubiera tocado la lotería. —Hizo una mueca—. Eso también ha sido rudo. No puedo evitarlo. Soy así.
—Ha sido rudo.
Pero incluso la rudeza la excitaba.
—Pero lo he dicho sinceramente. Sólo quiero ser sincero contigo. No intento engañarte para llevarte a la cama. Puede que lo haya hecho al comienzo, pero ahora es demasiado tarde. Tienes que quererlo tanto como yo.
—¿Y si no lo quiero tanto?
—Sería una pena. Lo deseo demasiado. Puede que te haga daño si intento hacerte sentir lo que yo siento. No puedo hacer eso. Tú tienes que querer lo que yo quiero. De otra manera, no me dejes tocarte. —La miró fijamente—. Te doy miedo.
—No, no me das miedo. —La había sacudido, agitado. Dios, incluso la había tocado. Pero no le inspiraba miedo—. Nunca me has dado miedo, desde aquella primera noche, cuando creía que me ibas a cortar el cuello —recordó, intentando sonreír—. Y no creo que me hubieras hecho daño. Sólo que... no es una buena idea. —Se obligó a soltar la barandilla y se alejó por el pasillo—. Buenas noches, Royd.
—Buenas noches.
Sophie sintió la mirada de él en su espalda. Pero Royd no dijo palabra hasta que ella llegó a su puerta.
—Te equivocas —advirtió, con voz queda—. Es una idea puñeteramente buena. Piénsatelo.
Ella cogió el pomo de la puerta con fuerza. «Haz girar el pomo, abre la puerta y cierra la puerta después de entrar». Sólo era sexo. Ella no lo necesitaba a él, ni él a ella.
—Barcos que pasan en la noche —dijo.
—Quizá. Quizá no. Nunca lo sabremos, ¿no?
Había entrado en la habitación. «Cierra la puerta y no mires atrás».
No quería cerrar la puerta.
Era un motivo más para cerrarla.
Al final, cerró la puerta.
Vendría.
No, no vendría. Era un necio arrogante si creía que ella no se resistiría a la atracción que se había forjado entre los dos.
Cruzó desnudo la habitación hasta la ventana y la abrió. Respiró hondo el aire marino. «Conserva la calma. La tranquilidad». Ella tenía que venir. Él no mentía cuando le había dicho que temía haberle hecho daño. Solía tenerlo todo controlado, pero esto era diferente. Ella era diferente.
La puerta se estaba abriendo. Royd se puso muy tenso, pero no se giró.
—He cambiado de opinión —dijo ella, con voz temblorosa.
Él no se movió.
—Gracias a Dios.
—Maldita sea, date la vuelta. Quiero verte la cara.
—Si me giro, no será mi cara lo que te llamará la atención.
—No seas fanfarrón.
Él se giró lentamente para mirarla.
Ella lo miró a los ojos, y luego su mirada se desplazó hacia abajo.
—Dios mío.
—Te lo advertí.
Ella volvió a mirarlo a la cara.
—Me esperabas. Estabas esperando que apareciera.
—Lo deseaba.
—Ya lo creo que lo deseabas. —Se quitó la camisa por encima de la cabeza—. Venga, pongámonos a ello. —Tiró la camisa al suelo y en un momento estaba dentro de la cama y se tapaba con las sábanas—. Ven aquí.
—Enseguida. Quiero preguntarte algo.
—No, no quieres. No quieres hablar en absoluto. Nada podría estar más claro.
—Vale. Necesito preguntarte algo.
—Ven aquí.
—No hasta que me contestes. No me puedo acercar a ti o la respuesta no tendrá ningún valor.
—No quiero hablar. ¿Crees que ha sido una decisión fácil para mí?
Él negó con la cabeza.
—Creo que ha sido muy difícil. Por eso quiero estar seguro de que es por el motivo correcto.
Sophie se llevó una mano a la frente.
—Dios mío. A ver si lo adivino. Quieres que te prometa que no lo interpretaré como un compromiso por parte tuya. Joder, no quiero un compromiso. Pensé que...
—A la mierda los compromisos. Sería un imbécil si creyera que has pensado en la posibilidad de algún vínculo conmigo. Sólo quiero que contestes una pregunta.
—¿Qué? Venga. ¡Pregunta!
—¿Esto es una especie de compensación?
Ella se lo quedó mirando, desconcertada.
—¿Compensación?
—¿Por qué te sorprendes? Eres blanda como la mantequilla y cada vez que me miras sé que estás recordando Garwood. Estás tan llena de culpa, una culpa que ha moldeado y ha torcido tu vida estos últimos años. No quiero que te acuestes conmigo porque piensas que es una manera de compensarme.
—Dios mío, estás loco —exclamó Sophie. Recogió las piernas hasta quedar sentada en la cama—. Y no tengo la menor intención de demostrarte nada.
—Sólo contéstame.
—¡No! —dijo ella, con una mirada furiosa—. Joder, sí, siento que soy culpable por lo que te ha ocurrido.
—¿Lo ves? Sin embargo, la verdad es que no eres más culpable que un arma en las manos de un asesino.
—Lamento tener otra opinión. —Se levantó—. Sin embargo, eso no me haría ofrecerme en un altar como una ridícula vestal. Me valoro demasiado a mí misma. He cometido un error tremendo, pero eso no tiene nada que ver con el hecho de que, por algún motivo, te encontraba... Sólo era sexo. —Fue hacia la puerta—. Pero no intentaré convencerte. No vale la pena...
—Yo haré que valga la pena —dijo él, que se había plantado al otro extremo de la habitación en una fracción de segundo, y que ahora la cogía por un brazo. Cayó de rodillas frente a ella—. Dame tres minutos.
—Levántate. No pienso darte... —Se estremeció al sentir sus besos en el vientre.
Él sintió que se ponía tensa cuando le cogió las nalgas con ambas manos.
—Tres minutos —repitió él, lamió su piel con la lengua—. Después, si quieres, puedes cambiar de opinión.
—¿Podré? —dijo ella, cogiéndole el pelo—. No estoy tan segura de eso.
—Yo tampoco. —Royd frotó su mejilla contra ella—. Es probable que esté mintiendo. Así que por qué no vuelves a la cama. Entonces no habrá presión...
—Ahora mismo siento una gran presión —dijo ella, con voz temblorosa—. Creo que mis piernas están a punto de ceder.
—Déjalas. —Royd tiró de ella hacia el suelo y se montó encima—. Una alfombra vale lo mismo que una cama...
—Royd...
—Shh, es demasiado tarde. —Le abrió las piernas. Qué bien se sentía rodeado por ellas—. Lo necesitamos demasiado. Tú lo necesitas demasiado. Lo veo...
—Entonces, dámelo. —Sophie apretó los dientes y le hundió las uñas en la espalda—. Y, por amor de Dios, no me hagas más preguntas estúpidas o te mataré.
—¿Estás bien? —preguntó Royd, mientras se quitaba de encima de ella—. ¿No he sido demasiado rudo?
—¿Cuál de las veces? —Sophie respiraba con menos dificultad, pero seguía temblando. Royd estaba a sólo unos centímetros, pero no la tocaba. Ella deseaba aquel contacto, la sensación de piel contra piel. Diablos, se estaba portando como una ninfómana. Se habían corrido juntos varias veces, rodando por el suelo como animales, y ella seguía queriendo más. Entonces, cógelo, maldita sea. Alargó la mano para acariciarle el pecho. Estaba caliente, un poco humedecido por el sudor. Sintió el cosquilleo en la mano al tocar el vello rizado en su camino hacia abajo—. Sí, has sido rudo. Yo también. ¿Ahora quién es el que se siente culpable?
—Sólo preguntaba. —Royd le cogió una mano y se la llevó a los labios—. Estoy haciendo un estudio.
—¿Qué?
—¿Podría hacerte una pregunta más?
—Desde luego que no. —Sophie lo miró con curiosidad—. ¿Qué?
Él le chupó el dedo índice.
—¿Soy el mejor que has tenido nunca?
Ella se lo quedó mirando, incapaz de creer lo que oía.
—Eres un cabrón vanidoso.
—¿Soy mejor que tu marido?
—Royd, ¿sabes quién hace ese tipo de preguntas?
—Yo —dijo él, inclinando la cabeza para rozarle un pezón con los labios—. Es importante.
—¿Para mimar tu ego?
—No. —Royd levantó la cabeza para mirarla—. Si he hecho algo malo, tengo que saberlo. Tengo que ser el mejor que jamás hayas tenido. Si no, tendré que entrenarme hasta serlo.
Ella lo miraba, incrédula.
—Sabía que eras una persona competitiva, pero esto es un poco exagerado.
Él sacudió la cabeza.
—Hemos empezado con casi nada en común. Quizá haya unas cuantas cosas en las que estamos de acuerdo, pero no tenemos tiempo para hablar de ello. Hasta que hablemos, esto es lo que tenemos. No quisiera que te parezca tan malo como para quitarte las ganas de quedarte.
—Tengo que quedarme. Está el REM-4.
Royd tensó la mandíbula.
—Debes tener ganas de estar conmigo.
—¿Por qué?
Él no contestó enseguida.
—Porque siento algo por ti. No estoy seguro de lo que es, pero no puedo ignorarlo.
—Qué declaración más precisa.
—Tú eres la científica, no yo. Lo único en que soy preciso es en saber cómo cargarme a un hombre a novecientos metros. —Hizo una mueca—. Te has estremecido. No te ha gustado eso.
—La mayoría de las personas se estremecerían.
—No necesariamente. A algunas mujeres les gusta la idea de estar tan cerca de la muerte. Les hace sentir emociones fuertes. —Se incorporó—. Venga, vamos a la cama.
—Quizá será mejor que me vaya a mi habitación.
—Todavía no. —La ayudó a ponerse de pie—. He vuelto a decir lo que no debía. Tengo que borrarlo.
—¿Y demostrar que eres una especie de rey del sexo?
—Dios, no. —La abrazó con fuerza—. Sólo quiero ser el mejor para ti ¿Qué hay de malo en eso?
Apenas la había tocado y ella ya sentía el cosquilleo, estaba preparada.
—Estoy segura de que tienes algo, y de que probablemente se trate de una inestabilidad psicológica. ¿Qué pasaría si yo te pregunto si soy la mejor que has tenido?
—Te diría que eres buena, pero que juntos somos fantásticos—. Royd le mordió el labio inferior—. Y que no deberías andar por ahí con alguien inferior a ti.
Sophie se dio cuenta de que sonreía.
—Royd, eres imposible.
Él la llevó hacia la cama.
—Pero ¿soy el mejor?
—Puede ser.
—Eso no es lo bastante bueno. Supongo que tendré que empezar a trabajar en ello. —La atrajo para que quedara encima de él—. Pero tendrás que ayudarme. Tendrás que contarme lo que te gusta, lo que te excita. ¿Lo harás?
Ella empezaba a respirar más rápido, con fuerza.
—Es probable que no.
—¿Por qué no?
—Diablos, porque no puedo pensar, y mucho menos hablar, cuando me haces eso.
—Mala suerte. —Royd la miró desde más abajo—. Tendremos que analizarlo más tarde. De una manera verdaderamente precisa y clínica.
—No lo analizaremos. —Sophie le cogió la cara con las dos manos y lo miró—. Cállate, Royd.
—Lo que tú digas. —Había dejado de sonreír, pero ella detectó una pizca de humor latente en sus ojos—. Creía que te gustaba hablar mientras lo hacías. Antes no parabas de hablar. —Royd fingió que pensaba—. Pero, según recuerdo, eran sobre todo gemidos y grititos y ahogos. Ah, y unos cuantos «¡más!» entre medio... Ay. Eso ha sido muy cruel.
—Te lo merecías.
Él la hizo girar en la cama.
—Eso también tendremos que hablarlo. Por lo visto, te agrada infligir dolor a tus pobres acompañantes masculinos. No sé cuánto podré aguantar pero, por ti, cualquier cosa, Sophie...
Erotismo, pasión y, ahora, humor. Sophie no se había esperado el humor.
—Cabrón —dijo. Tiró de él hacia abajo y lo besó con ganas—. ¿Vas a callarte de una vez?
—Oh, sí —aseguró él, acariciándola—. Ya lo he dicho, por ti, cualquier cosa, Sophie...
Abrió los ojos, todavía adormecida. La luz del sol entraba por la ventana e inundaba la habitación. Royd estaba de pie desnudo ante la ventana la noche anterior cuando ella había venido a verlo. Estaba de espaldas y ella vio las nalgas firmes y musculosas y los hombros poderosos. Había tenido ganas de tocarlo en ese momento y, después, sus manos lo habían recorrido entero como si... Royd no estaba.
Miró enseguida la marca en la almohada junto a ella. Royd no estaba.
Cerró los ojos un momento y se apoderó de ella un sentimiento de decepción. Estúpida. ¿Qué esperaba? Habían tenido una relación sexual y una noche estupenda. Eso no significaba que él tuviera la obligación de quedarse junto a ella.
—¿Lista?
Abrió los ojos y vio a Royd a los pies de la cama. Tenía el pelo mojado y olía a limpio.
—¿Lista para qué?
Él sonrió.
—¿Más sexo? ¿Una ducha? ¿El desayuno? ¿Un baño a la carrera en el mar? He nombrado tus opciones según la importancia que tienen para mí.
Sophie sintió que una ola cálida y placentera se apoderaba de ella. Era curioso que esas pocas palabras hubieran borrado la sensación de abandono que había experimentado.
—Tienes el pelo mojado. ¿Te has duchado o bañado en el mar?
—Una ducha. Había pensado esperarte —dijo, sin dejar de mirarla—. O sales de la cama o yo volveré a meterme dentro. Ya que es casi mediodía, deberíamos esperar hasta que te alimente. —Se giró y fue hacia la puerta—. Vete a la ducha. He mirado en tu bolsa de viaje y he dejado ropa limpia en el cuarto de baño. Prepararé café y una tortilla. ¿Veinte minutos?
—Necesito treinta —Se sentó en la cama y tiró las sábanas a un lado—. Tengo que lavarme el pelo. Me siento como si me hubiera pasado por encima un tornado.
—Eso fue exactamente lo que pasó —dijo él, sonriendo por encima del hombro—. A los dos nos pasó por encima.
Royd salió antes de que ella pudiera responderle. Se levantó y fue hacia el cuarto de baño. Sentía el cuerpo ligero y ágil, los músculos relajados y fuertes, casi como un felino. Después de una noche de sexo tan intensa, habría pensado que estaría cansada y sin energías. Por el contrario, se sentía resplandeciente. No recordaba haberse sentido jamás así con Dave. El sexo con él había sido satisfactorio, nunca un asunto que los consumiera.
No pienses en Dave. No hagas comparaciones. Lo que había vivido con Royd la noche anterior había sido único. A veces ocurría que dos personas encontraban una perfecta sintonía sexual. Eso no significaba que estaban sintonizados en cualquier otro sentido. Sólo Dios sabía los kilómetros que había entre ella y Royd en otros planos.
Abrió la ducha y se metió bajo el chorro. La calidez del agua fue otra experiencia sensual y relajante. Bien. En ese momento, no quería pensar. Quería dejar la mente en blanco y disfrutar del momento. Echó hacia atrás la cabeza y dejó que el agua le corriera por el cuello.
—Llegas con cinco minutos de retraso —dijo Royd. Se apartó del fuego cuando ella entró en la cocina—. Pero yo también. Me han llamado por teléfono.
—¿MacDuff? —preguntó ella, tensándose.
Él negó con la cabeza.
—Era Kelly. Quería instrucciones.
—¿Qué le has dicho?
—Que buscara otro barco equipado con tecnología punta y que nos esperara. —Royd sirvió la tortilla en dos platos—. Sirve el café mientras saco el zumo de naranja de la nevera.
—Vale. —Sophie seguía frunciendo el ceño cuando cogió la cafetera—. ¿Por qué necesitaríamos una lancha con tecnología punta?
—Puede que no lo necesitemos. Pero prefiero estar preparado —dijo Royd, y dejó los platos en la mesa—. Deja de preocuparte. —Le cogió la cafetera de las manos y sirvió dos tazas de café—. No me gusta.
Ella alzó las cejas.
—¿Eso significa que tengo que dejar de preocuparme?
—Hasta que haya algo de que preocuparse. Sabía que te pondrías nerviosa cuando te contara lo de Kelly, pero también pensé que no te agradaría si no te mantengo al corriente.
—Tienes razón, no me agradaría.
—Siéntate —Royd la llevó hasta la silla—. Y sonríeme como me sonreías cuando has entrado en la cocina.
—¿Qué sonrisa era ésa?
Él inclinó la cabeza mientras la miraba.
—Entusiasmada. Totalmente entusiasmada. ¿Sabes cómo me hace sentirme eso? —Estiró la mano y le acarició el pelo—. Sedosa, eres suave por todas partes. En todos los lugares que toqué.
Sophie no podía respirar. El calor le hacía arder las mejillas.
Él siguió y le acarició lentamente los pechos.
—Bellos y suaves y sedosos —susurró—. ¿Quieres hacerlo en el suelo de la cocina?
Sí, quería. Temblaba con la necesidad de tirar de él hacia abajo y...
—Venga —dijo él, y metió la mano por debajo de la blusa. Piel contra piel. Sophie sintió que se le tensaban los músculos del vientre—. Podemos comer más tarde. No importa.
—No, no importa... —Sophie respiró hondo, le cogió la mano por debajo de la blusa. No podía parar—. No importa cuándo comamos. Lo que importa es que utilizas el sexo para distraerme. Yo debería estar preocupada por todo lo que está pasando, y tú me tratas como si fuera una muñeca que sacas para jugar y luego devuelves a su caja.
—¿Táctica equivocada? —Royd se encogió de hombros y se sentó en la silla frente a ella—. Lo siento, me ha venido un sentimiento muy protector contigo. Me ha estado rondando desde hace unos días y anoche fue la guinda. Seguro que tiene algo que ver con ese instinto que tiene el hombre de las cavernas de proteger a la familia. Tú debes de saber eso mejor que yo. Tienes todos esos títulos.
—No dejas de meterte con mi formación académica. ¿Acaso te molesta?
—No, si no te molesta a ti, no —dijo él, y se llevó la taza a los labios—. He aprendido que puedo aprender todo lo que tenga que aprender.
Como había aprendido su cuerpo y todos los matices de sensaciones que había despertado en ella la noche anterior, pensó Sophie, y tuvo que alejar de sí ese pensamiento. Su cuerpo seguía sometido a ese cosquilleo, receptiva a su contacto, y ni siquiera tenía que recordar cómo Royd había hecho de ese acoplamiento algo tan placentero.
—Por lo visto, tienes mucho talento en ese plano.
Él soltó una risilla y enseguida la miró. Sabía exactamente en qué estaba pensando. Ella no quería desviar la mirada. Cogió el tenedor y comió un trozo de tortilla.
—Me alegro de que pienses eso —dijo él, torciendo los labios—. Normalmente, soy capaz de hacer lo que hay que hacer. Si los alicientes son lo bastante tentadores. —De pronto, su expresión se volvió más seria—. Podríamos hablar durante toda una semana sobre el tema, pero no me prestaré a ello por ningún motivo. Es como avanzar por arenas movedizas, y tengo que afirmarme.
—¿Qué quieres decir?
—Ahora mismo, estoy en plena forma. Tú te divertiste anoche y te ha quedado una sensación agradable. En lugar de pensar, sientes. Pero yo no me podré fiar de eso a medida que pase el tiempo. Te asustarás, y pensarás en tu hijo y en tu vida y en lo diferente que somos.
—Somos diferentes.
—En la cama, no. Y el resto se puede negociar. Anoche te dije que sentía algo por ti. Todavía está ahí, y se ha vuelto más intenso. Mucho más intenso. No sé bien hacia dónde va, pero no puedo desprenderme de ello. No puedo dejarte ir, Sophie.
—No quiero hablar de esto ahora.
—Yo sí. No sé cuánto tiempo nos queda antes de que todo nos explote en las manos. Nunca pensé que algo así pudiera ocurrir, pero ha ocurrido, y tenemos que saber qué hacer. —Apretó la taza con fuerza—. He sido sincero contigo. Ahora tú dime la verdad a mí.
—¿Qué quieres que te diga? —preguntó ella, y se humedeció los labios—. Anoche fue más que mejor, fue fantástico. He sido un poco adicta al trabajo toda mi vida, y el sexo nunca ha sido demasiado importante para mí. Fue muy agradable. —Hizo una mueca—. El sexo no es agradable contigo, Royd. Me ha hecho saltar la cabeza en pedazos. Ya has visto cómo he respondido. Quisiera meterme en la cama contigo de nuevo. Tú creías que quizá quería acostarme contigo porque me dabas pena. Pero la verdad es que me doy pena a mí misma. La vida no ha sido nada agradable para mí estos últimos años y tengo la intención de disfrutar de todo el placer que pueda. Creo que me lo merezco. ¿Eso es lo que quieres saber?
—En parte. Es un comienzo. ¿No se trata de una sola noche?
Ella vaciló.
—No sé cómo... Todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo puedo estar segura de lo que siento? Está Sanborne y no puedo...
—Vale, vale. Estoy mejor de lo que pensaba. No te has replanteando de nuevo lo de una relación sexual conmigo. Simplemente, no estás segura acerca del futuro. —Royd acabó su café—. De eso me puedo ocupar.
—Puede que no quieras hacerlo —dijo ella, con voz queda—. No soy ninguna mujer fatal. Eso que sientes se puede desvanecer en un par de días.
—Podría ser. No es probable. Soy un hombre bastante obsesivo. Acaba tu desayuno y nos vamos a nadar.
Ella se reclinó en su silla y lo miró. Dios, ya veía que Royd era una persona voluble. De repente era un hombre intenso y concentrado y, al momento siguiente, había cambiado completamente de rumbo.
—Sólo procuro darte espacio para respirar —dijo él, mirándola fijamente—. Te he presionado mucho. Lo necesitas.
—Eres una persona muy segura de sí misma. —Ella se incorporó—. Yo también. Un chapuzón suena bien. —Empezó a desabrocharse la blusa—. Pero no lo bastante bueno. Y no es lo que quiero en este momento—. Quítate la ropa, Royd.
—¿Sophie?
—Me prometiste un polvo en el suelo de la cocina. —Acabó de desabrocharse la blusa—. Cumple tu palabra, Royd.
—Eso haré. —Ya estaba detrás de ella y le cogió los pechos con las manos—. Siempre la cumplo —le susurró al oído.
El móvil de Sophie sonó dos horas más tarde. Ella se inclinó por encima de Royd para cogerlo de la mesita de noche.
—He averiguado lo de Gorshank. Venable, de la CIA, me ha llamado —dijo MacDuff cuando Sophie respondió—. Anton Gorshank. Un científico ruso que trabajó en unos proyectos muy siniestros antes del derrumbe de la Unión Soviética.
—¿Químico?
—Sí, y la última vez que se supo de él estaba en Dinamarca. La CIA ha dicho que lo perdieron de vista hace dos años.
—¿No saben dónde está ahora?
—Están trabajando en ello. Dicen que tienen unas cuantas pistas. Le he pedido a Joe Quinn que los presione un poco más. Él también tiene unos cuantos amigos en la agencia. Espero que me digan algo pronto. La volveré a llamar.
—Gracias. ¿Cómo está Michael?
—Bien.
—¿Puedo hablar con él?
—Tendrá que llamar a Jane. Jock y yo hemos dejado el castillo hace dos horas.
—Ya... entiendo.
—Le dije que nos pondríamos en marcha en cuanto hubiéramos sabido algo —advirtió él, con voz serena.
—Lo sé. —Sin embargo, seguía sintiéndose inquieta al saber que MacDuff y Jock ya no estaban con Michael. Se había acostumbrado a depender de ellos—. ¿Adónde van a ir?
—Vamos hacia donde están ustedes. Adiós, Sophie.
—Adiós —dijo ella, y colgó.
—¿Gorshank? —inquirió Royd.
Asintió con un gesto de la cabeza.
—Sabemos quién es. Un científico ruso que desapareció de Dinamarca hace dos años. No saben dónde está. MacDuff espera noticias en cualquier momento.
—Bien.
—Él y Jock ya han dejado el castillo. Por lo visto, cree que tendrán noticias pronto.
Él se apoyó en un codo para mirarla.
—¿Estás preocupada por Michael?
—Desde luego que sí. Siempre estoy preocupada por él. Ha sido así desde el día en que murieron mis padres. —Sophie se giró en la cama y se sentó—. Lo llamaré y hablaré con Jane. Así me sentiré mejor.
—¿Sí?
—Tengo que confiar en alguien. Ahora mismo me siento muy sola.
—¿Y yo qué soy? ¿El actor secundario?
—No quería decir...
—Lo sé —dijo él, y dejó la cama—. Acaban de lanzarte un chorro de agua fría a la cara y no me ves a mí en el papel de compañero y apoyo. Pensé que me estaba desenvolviendo muy bien en ese aspecto, pero es evidente que no es así. —Se encogió de hombros—. No importa. Tomaré lo que hay. Me dijiste que tenías problemas con lo de confiar en la gente. ¿Qué te parece ese chapuzón después de que llames a Michael?
—Supongo que sí. —Sophie se dirigió hacia el cuarto de baño—. Si hasta entonces no sabemos nada de MacDuff.
—Naturalmente, ellos tendrían prioridad. Me has dejado un poco mareado, pero no lo bastante para olvidarme de la misión que tengo que llevar a cabo.
—Sería una tonta si creyera que eres el tipo de hombre que se distraería hasta ese extremo. Siempre he sabido que...
—Sophie.
Ella lo miró.
Royd tenía los labios apretados y su voz era dura.
—Ya te estás distanciando de mí. Eso no va a ocurrir. Puede que asuma una importancia secundaria, pero no pienso salirme de la foto.
—No sé de qué hablas.
—Es probable que digas la verdad. Estás tan acostumbrada a no pensar en nadie más que en Michael que intentas meter el recuerdo de lo que tenemos en un pequeño espacio e ignorarlo. No será tan fácil. De eso me encargaré yo. —Hizo una mueca—. La luna de miel no ha acabado.
—¿Luna de miel? Eso da a entender un compromiso, algo que no existe entre nosotros.
—Llámalo como quieras. —Fue hacia la puerta—. Es lo único que quería decir. Sólo pensé que era justo advertírtelo.
—Pues suena como una amenaza.
—¿Qué esperas de alguien como yo? —Sacudió la cabeza—. No es una amenaza. No pienso acosarte. Si cuando todo esto acabe, tú decides seguir tu camino, te deseo buena suerte. Sólo que haré todo lo puñeteramente posible para que eso no ocurra. Y cuando digo puñeteramente, es mucho. Hasta entonces, seré tan civilizado y agradable que tú estarás encantada y yo tendré ganas de vomitar. Te veré abajo —añadió, y cerró la puerta al salir.
¿Civilizado y agradable? Aquel cabrón no tenía ni idea del significado de esas palabras. Era un tipo descortés y duro, y estar con él era como aferrarse a una pila de escombros en medio de un tornado.
Sin embargo, era lo que ella había hecho en las últimas veinticuatro horas. Quizá Royd fuera descortés, pero ella no había sufrido y, además, era un amante francamente excitante. Su carácter impredecible y su leve violencia latente deberían haberla intimidado pero, al contrario, se había vuelto adictivo. Sophie no se había sentido amenazada por él en ningún momento. Royd no era un hombre suave y fácil, pero ella sabía que no le haría daño. Y aunque hacía unos minutos lo había acusado de amenazarla, era más bien una actitud defensiva.
Una actitud defensiva. ¿Por qué habría de tener esa actitud defensiva cuando acababa de reconocer que no tenía miedo de Royd?
El control.
La respuesta era aplastante. Durante toda su vida adulta, ella lo había controlado todo. En su matrimonio, en su carrera, con Michael. Cuando estaba en la cama con Royd, el control se había desvanecido. Había renunciado deliberadamente a la necesidad de controlar porque el placer era muy intenso. Diablos, ahora sonaba como una mujer dominante. Con Dave, ella tenía las riendas porque así lo quería él. Como médico, tenía que ser disciplinada y terminante. Con Michael, ella era la madre, y aquello formaba parte del paquete.
Con Royd, aquello nunca sería parte del paquete. Quizá asumiera el compromiso, pero nada más. Decía que la respetaba, pero ella tendría que ganarse ese respeto cada minuto de cada día.
Cerró la puerta del baño y se apoyó en ella. Tenía que dejar de pensar en Royd. Era probable que hubiera cometido un error al establecer esa relación íntima con él, pero ya estaba hecho. Se lo había pasado de maravilla, pero eso no significaba que tenía que seguir con ello. Tampoco tenía que ponerle fin bruscamente, pero era preferible que se concentrara en...
Dios Le volvió el recuerdo de Royd en ese último minuto antes de que saliera de la habitación. Desnudo, musculoso, atrevido. Y muy erótico.
Sí tenía que dejar de pensar en él. Aquello no era demasiado probable.