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La enfermera Alma va conduciendo despacio el viejo turismo. Avanza por una carretera comarcal ensortijada y llena de baches. Se dirige al centro del pueblo, a la estafeta de correos, para enviar unas cartas. Una de ellas es de la señora Vogler para la doctora. Es la primera del montón que lleva en el asiento del acompañante, con el reverso hacia arriba.

Alma se da cuenta de que el sobre no está pegado. Toma un pequeño desvío, detiene el coche, saca las gafas del bolso y abre la carta.

LA CARTA

Querida, así quisiera vivir siempre. Guardar silencio, vivir apartada, reducir las necesidades, sentir que el alma maltrecha se va reparando. Empiezo a recuperar sensaciones elementales, aunque olvidadas; me refiero a cosas tan sencillas como el hambre voraz antes de la cena, la infantil somnolencia de media tarde, la curiosidad que despierta en mí una gran araña, el placer de andar descalza. Voy ingenua, con la mente limpia, como flotando en un dulce duermevela. Me siento sana de una manera distinta, siento un entusiasmo desmesurado. Me veo rodeada de mar y voy meciéndome como un feto en el vientre materno. Pero tampoco echo de menos a mi hijo; claro, sé que está bien y eso me tranquiliza.

La buena de Alma supone una verdadera distracción. Me cuida, me mima del modo más conmovedor que puedas imaginar. Es de una sensualidad robusta, terrena, que me encanta. Se mueve con una normalidad obvia, tan estimulante como relajante para mí. Su dimensión física me infunde seguridad, por supuesto. Creo que está a gusto y que se ha encariñado conmigo, incluso se ha enamorado un poco de una forma inconsciente y tierna. Además, resulta muy divertido estudiarla. Es bastante sabihondilla, siempre anda opinando sobre cuestiones de moral y de conducta. En suma, es un tanto ñoña. Yo la animo a hablar, es muy enriquecedor. A veces llora por antiguos pecados (una especie de episodio orgiástico con un adolescente desconocido, seguido de un aborto). Se lamenta de que sus ideas sobre la vida no coincidan con sus acciones.

En cualquier caso, confía en mí y me lo cuenta todo sobre sí misma, sea importante o no. Como ves, engullo todo lo que está a mi alcance y, mientras ella no note nada, no importa…

Alma ha ido leyendo despacio, a trompicones, interrumpiéndose y deteniéndose bastante entre párrafo y párrafo. Ha salido del coche, ha recorrido unos metros caminando, se sienta en una piedra y vuelve a caminar.

Semejante traición.

Vuelve tarde y aduce que se le ha estropeado el coche por el camino y que se vio obligada a buscar un taller.