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Por la noche, Alma vive una experiencia extraña. Las primeras horas duerme un sueño tranquilo, pero luego despierta con muchas ganas de orinar. Empieza a clarear y las gaviotas lanzan chillidos agudos y terribles desde la bahía. Sale de puntillas a la escalinata, tuerce la esquina y se mete detrás de unos enebros. Allí se agacha y orina largo rato y con fruición, aún más dormida que despierta. Una vez dentro, se estremece de frío y se siente un tanto mareada, pero enseguida vuelve a dominarla el sueño.

La despierta el ruido de alguien moviéndose por la habitación. Es una figura blanca que parece flotar silenciosa de un lado a otro, junto a la puerta. En un primer momento, Alma siente miedo, pero enseguida descubre que se trata de Elisabet, que ha ido a su habitación.

Por alguna razón, Alma se abstiene de decir nada. Permanece inmóvil con los ojos entrecerrados. Poco a poco, Elisabet se acerca a su cama, vestida con un largo camisón blanco y una pequeña rebeca de punto. Se inclina sobre Alma. Le acaricia la mejilla con los labios. Su larga cabellera le cae sobre la frente y envuelve los rostros de las dos mujeres.