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Llamó muchas veces durante la semana y fue inútil. La enfermera usaba su voz de locutora sabia con terrible delectación: «Está en el hospital; está ocupado; ahora no la puede atender; si no es de urgencia... Llame usted más tarde; mejor dentro de una hora o de dos; ¿quiere dejarme el aviso...?» Pero más tarde ella andaba sin rumbo por las calles o estaba sentada en la terraza de un café indiferente a todo su derredor o contemplaba escaparates mecánicamente y pasaba de uno a otro como quien pasa las hojas de un libro que para nada le resulta interesante.

Por fin había logrado hablar con Pedro —acaso un descuido de la vigilante amazona, estúpida y cuidadosa— y sintió el sosiego de sus palabras, tan bueno como una lluvia mansa y esperada. «No te preocupes. A la hora que tú quieras en la terraza. Ya me contarás...»

Lo estaba contando todo, mientras Pedro tomaba a cucharaditas su helado de vainilla y se atusaba el pelo de los parietales, moreno y cano, y de vez en cuando la palma de su mano izquierda recorría la calva mate en ademán de bendición.

—... así ha sido —dijo Elisa— y te lo quería contar. Tenía que contárselo a alguien.

—Has hecho muy bien. Yo soy un mal confidente —dijo con sinceridad—, pero has hecho muy bien. Naturalmente no quieres consejos. No te los voy a dar, porque en estos asuntos son tonterías suficientes...

—No quiero consejos, porque no me van a servir. Estoy, como ves, hecha polvo.

—No se enamora uno en vano —dijo cómicamente Pedro—, pero ya se te pasará. Todo se pasa y el amor antes que nada.

—Ojalá tengas razón.

—Tengo razón, estáte segura. Y ahora olvídalo todo. Tómate una copa, que te sentará bien. No tomes más helado. El helado no es para estas ocasiones...

—Me da igual... Entonces, ¿tú crees que no tengo ni una sola posibilidad?

—Mira, chiquilla, no pienses en eso. No tienes posibilidad y probablemente nunca la has tenido con él; por lo menos tal como lo pintas. Es muy joven y, por tanto, demasiado duro en estas cosas. Quiere libertad, eso es todo... 'Procura olvidarlo... Quiere libertad —repitió—, aunque le sirva para poco, y tú le resultas cargante; perdóname, pero es así. Los seres humanos no somos tan complicados como se dice. Además a ti no te conviene un hombre que casi es un muchachito.

—Has dicho que no me ibas a dar consejos —dijo Elisa sonriendo tristemente.

—Sí, eso he dicho; pero es inevitable.

El helado de vainilla se estaba derritiendo en la copa de Elisa. La noche era muy cálida y se oía el rumor lejano del batir de la tronada.

—Con cinco o seis tormentas se acaba el verano —dijo Pedro escuchando—. Este verano ha sido peor que nunca.

—Peor que nunca... Por lo menos para mí, peor que nunca...

—Si tú hubieras sido razonable... Elisa, sí tú hubieras querido... Lo mismo en el verano que en el invierno... A veces no cuentas con que los demás, con que yo...

—No, por favor —dijo Elisa rudamente—. No, por favor... No sigas.