13

—¿A quién has pedido dinero? —le preguntó, apuntándole con un dedo trémulo a la nariz.

El temblor del dedo en la punta de su nariz molestaba a Xu Sanguan, de modo que apartó la mano a su mujer, pero ésta insistió con la otra.

—Te has endeudado para pagar a Fang el Herrero —le dijo—. Eso es como demoler la pared del este para arreglar la del oeste, ¿qué pasa con la del este? ¿A quién has pedido prestado?

Xu Sanguan se remangó, mostrando a Xu Yulan la marca del pinchazo.

—¿Ves? ¿Ves este punto rojo que parece una picadura de chinche? Pues es de la aguja más gorda que tenían en el hospital.

Y se bajó la manga.

—¡He vendido sangre! —gritó—. ¡Yo, Xu Sanguan, he vendido sangre para saldar la deuda de He Xiaoyong! ¡Yo, Xu Sanguan, he vendido sangre para ser cornudo una vez más!

—¡Ay, madre! —exclamó Xu Yulan—. ¿Has vendido sangre sin decirme nada? ¿Por qué no me has dicho nada? ¡Estamos perdidos! Si en esta casa se vende sangre, ¿qué pensará la gente? ¡Dirán que Xu Sanguan vende sangre, que Xu Sanguan no tiene con qué vivir y por eso vende sangre!

—Habla más bajo —dijo Xu Sanguan—. Si no lo gritas a los cuatro vientos, nadie se enterará.

—Mi padre me lo decía de pequeña —prosiguió Xu Yulan a voces—. Me decía que la sangre que llevamos dentro nos viene de los antepasados, que una persona puede vender churros, vender la casa, vender sus tierras… ¡pero no su sangre! Ni aunque tuviera que vender su cuerpo podría vender su sangre. Si uno vende su cuerpo, se vende a sí mismo. Pero vender la sangre es vender a los antepasados. ¡Has vendido a tus antepasados!

—¡Más bajo! —dijo Xu Sanguan—. Pero ¿qué tonterías estás diciendo?

Xu Yulan se puso a llorar.

—No pensé que irías a vender sangre. Podrías haber vendido cualquier cosa, ¿por qué fuiste precisamente a vender sangre? Podrías haber vendido la cama, la casa, pero no la sangre.

—¡Más bajo! —repitió Xu Sanguan—. ¿Que por qué he vendido sangre? ¡Pues para ser cornudo!

—¡Ya te he oído! —dijo Xu Yulan entre sollozos—. ¡Ya sé que lo que quieres es insultarme! ¡Sé que en el fondo me odias, por eso no haces más que insultarme!

Sin dejar de llorar, se fue hacia la puerta. Xu Sanguan fue tras ella.

—¡Vuelve aquí, bruja! —le ordenó en voz baja—. ¡Otra vez vas a sentarte en la entrada para ponerte a gritar!

Xu Yulan no se sentó en la entrada, traspuso el umbral y salió. Enfiló la callejuela, giró, siguió por una calle ancha hasta el final, recorrió otra calle entera, se adentró en un callejón y se encontró delante de la casa de He Xiaoyong.

Se detuvo ante la puerta abierta, se sacudió el polvo, se peinó con los dedos y se aclaró la voz.

—Sois vecinos de He Xiaoyong —dijo a las personas que la rodeaban—. Todos lo conocéis. Todos sabéis que tiene el alma más negra que un tizón y las entrañas podridas. Todos sabéis que no quiere saber nada de su hijo. Todos sabéis que, por alguna maldad que hice en mi vida anterior, en ésta He Xiaoyong se aprovechó de mí. Pero todo eso vamos a dejarlo… Lo que quiero decir ahora es que sólo hoy me he dado cuenta de que en mi vida anterior también debí de quemar incienso, por eso en esta vida he tenido la suerte de casarme con Xu Sanguan. No sabéis lo bueno que es Xu Sanguan. Si me pusiera a hablar de sus bondades, estaría días y noches sin parar. Así que no hablaré de todo, sólo diré que Xu Sanguan ha vendido sangre. Por mí, por Primer Júbilo, por la familia, Xu Sanguan ha ido hoy al hospital a vender sangre. ¿Os dais cuenta? Vender sangre es perder la vida. Y aunque no se pierda la vida, a uno le da vueltas la cabeza, se le nubla la vista, se queda uno sin fuerza. Pero Xu Sanguan, por mí, por Primer Júbilo, por nuestra familia, ha arriesgado la vida…

La escuálida mujer de He Xiaoyong salió a la puerta.

—Si Xu Sanguan es tan bueno —dijo cortante—, ¿cómo es que intentas robarme a He Xiaoyong?

Viéndola lanzar una risita sarcástica, Xu Yulan hizo lo mismo.

—Hay una mujer que en la vida anterior hizo muchas cosas malas, tantas que en ésta tiene que pagar por ellas. Así es que no puede tener hijos varones, sólo pare niñas. Las niñas, cuando sean mayores, serán de otra familia, darán descendencia a otros y dejarán a la suya sin descendientes.

La mujer de He Xiaoyong cruzó el umbral de su casa y se puso en jarras.

—Hay una mujer que no tiene ninguna vergüenza —dijo—. Una mujer que, habiendo robado la semilla ajena, todavía anda por ahí presumiendo.

—Una mujer que da a luz a tres varones seguidos tiene razones para estar orgullosa. ¡Ya lo creo!

—Tres hijos que no son del mismo padre, ¿y aún está orgullosa? —dijo la mujer de He Xiaoyong.

—A saber si las dos niñas son del mismo padre.

—Sólo tú, sólo una mujer tan vil como tú es capaz de tener más de un hombre.

—¡Mira quién habla! ¡Echa un vistazo a tu entrepierna y dime qué ves! ¡Unos grandes almacenes, donde cualquiera puede entrar!

—¡Si yo tengo unos grandes almacenes en la entrepierna, lo que tienes tú en la entrepierna son váteres públicos!

—¡Corre! —Fue uno a decir a Xu Sanguan—. Ve corriendo a buscar a tu mujer, que la cosa se pone fea con la de He Xiaoyong. ¡Corre a buscarla o te va a dejar en ridículo!

—¡Xu Sanguan! —Fue a informarle otro—. ¡Tu mujer se está pegando con la de He Xiaoyong! ¡Se tiran de los pelos, se escupen y hasta se muerden!

El último en irle con el cuento fue Fang el Herrero.

—Xu Sanguan —dijo—, acabo de pasar por delante de la casa de He Xiaoyong, había mucha gente, lo menos treinta personas, mirando a tu mujer, que está siendo el hazmerreír de la ciudad. Están ella y la de He Xiaoyong a tortazo limpio y a insulto va insulto viene, hay que ver las barbaridades que se dicen. Todo el mundo se muere de risa al oírlas. Pero es que, además, por lo bajo hablan de ti, dicen que has vendido sangre para ser cornudo.

—Que haga lo que le dé la gana —dijo Xu Sanguan mientras iba a sentarse en el taburete junto a la mesa—. Ella no tiene remedio, la jarra agrietada se acaba rompiendo. Y yo ya estoy curado de espantos, al cerdo muerto le da igual que lo escalden.