10

Fang el Herrero fue a ver a Xu Sanguan para pedirle que llevara inmediatamente el dinero al hospital.

—Si no pagas —le dijo—, los del hospital dejarán de medicar a mi hijo.

—No soy el padre de Primer Júbilo. Te equivocas de responsable —replicó Xu Sanguan—. Deberías ir a ver a He Xiaoyong.

—¿Desde cuándo no eres el padre de Primer Júbilo? —preguntó el herrero Fang—. ¿Antes de que Primer Júbilo rompiera la crisma a mi hijo o después?

—Antes, claro —dijo Xu Sanguan—. Piénsalo: llevo nueve años de cornudo; he criado al hijo de He Xiaoyong, en su lugar, durante nueve años. Si encima pago yo por él los gastos de hospitalización de tu hijo, seré el rey de los cornudos.

Al herrero Fang le pareció que Xu Sanguan llevaba razón y fue a ver a He Xiaoyong.

—Xu Sanguan lleva nueve años cornudo por tu culpa —le dijo— y nueve años criando a tu hijo. Como dice el refrán: «Bondad con bondad se paga». Por estos nueve años deberías pagar tú los gastos de hospitalización.

—¿A qué viene eso de que Primer Júbilo es hijo mío? —protestó He Xiaoyong—. ¿Sólo porque se me parece? El mundo está lleno de gente que se parece.

Se puso a rebuscar en el fondo de un baúl y sacó el libro de familia.

—Mira —dijo, abriéndolo delante de Fang el Herrero—, a ver si encuentras el nombre de Primer Júbilo. ¿Está? No… Los gastos de hospitalización los tiene que pagar quien tenga a Xu Primer Júbilo en su libro de familia.

Al no conseguir nada de He Xiaoyong, Fang el Herrero fue a ver a Xu Yulan.

—Xu Sanguan dice que Primer Júbilo no es hijo suyo —le explicó—, He Xiaoyong dice que tampoco es hijo suyo. Los dos niegan ser padres de Primer Júbilo, así que no me queda más remedio que acudir a ti. Afortunadamente, Primer Júbilo sólo tiene una madre.

Xu Yulan se tapó el rostro con las manos y se echó a llorar desconsoladamente. Fang el Herrero esperó, sentado a su lado, a que acabara más o menos el llanto.

—Si no pagáis —añadió—, traeré a unos hombres y nos llevaremos todas las cosas de vuestra casa que tengan algún valor… Y lo que digo, lo hago. Palabra de Fang el Herrero.

Al cabo de dos días, se presentaron con dos carretas de mano. Eran siete. Cuando doblaron la esquina y entraron en el callejón, lo abarrotaron. Era mediodía. Xu Sanguan iba a salir y, al verlos venir, supo que se iba a quedar sin nada.

—Prepara siete tazas y pon agua a hervir —dijo, volviéndose hacia Xu Yulan—. ¿Aún queda algo de té? Tenemos visita. Son siete.

Xu Yulan se preguntó quiénes serían, por qué serían tantos, y salió a la puerta a echar una ojeada. Al ver a Fang el Herrero, palideció.

—Viene a llevarse nuestras cosas… —dijo a Xu Sanguan.

—De todos modos, son visita —dijo él—. Ve a preparar té.

Fang el Herrero y sus acompañantes se quedaron ante la puerta de la casa y soltaron las carretas.

—No me queda más remedio que hacer esto —dijo Fang—. Nos conocemos desde hace más de veinte años, nos vemos cada dos por tres… Pero no me queda más remedio…, mi hijo espera ese dinero en el hospital. Si no se lo llevo, el hospital dejará de medicarlo… ¿Acaso vine a montar un escándalo cuando vuestro Primer Júbilo partió la cabeza a mi hijo? Nada de eso… Llevo dos semanas esperando a que me traigáis el dinero al hospital…

Xu Yulan se sentó en medio del umbral, abriendo los brazos como para impedirles el paso.

—No me quitéis nada —dijo—, no os llevéis mis cosas. Esta casa es mi vida, me ha costado diez años de esfuerzo, diez años de ahorros. Os lo suplico, no entréis, no entréis a llevaros mi casa…

—Se han desplazado hasta aquí y han traído las carretas —le dijo Xu Sanguan—, no creas que van a hacerte caso así como así y largarse por donde han venido. Anda, levántate y pon agua a calentar.

Xu Yulan se levantó y fue a preparar el té, enjugándose las lágrimas.

—Ya podéis empezar —les dijo Xu Sanguan cuando su mujer se hubo ido—. Llevaos lo que podáis, pero no mis cosas. La trastada de Primer Júbilo no tiene nada que ver conmigo, así que dejad mis cosas.

Xu Yulan puso el agua a calentar. Por la puerta abierta de la cocina los vio entrar y empezar a hurgar en el baúl y desplazar la mesa; dos hombres se llevaron los taburetes y los colocaron en una carreta; otro salió con ropa de Xu Yulan, que también depositó en la carreta; los dos baúles de su dote los colocaron en sendas carretas, con dos piezas de seda de su ajuar. Ella, que nunca se había decidido a usarlas para hacerse ropa, vio cómo las llevaban a las carretas e iban a parar, blandamente, encima de los baúles.

Xu Yulan miró cómo iban vaciando la casa poco a poco. Cuando el agua rompió a hervir, la vertió en siete tazas con hojas de té, pero no supo dónde dejarlas porque ya no había mesa. Vio que Xu Sanguan estaba precisamente ayudando a los hombres a cargar en la carreta la mesa que les había servido para comer y donde los niños hacían los deberes. Luego, quizá debido al esfuerzo, Xu Sanguan se quedó allí jadeando, secándose el sudor con la mano. Ella no dejaba de llorar.

—Cuando pienso que en este mundo hay quien ayuda a los que vienen a vaciarles la casa —dijo a dos de los hombres—, y que encima parece esforzarse más que nadie…

Por último, Fang el Herrero y otros dos empezaron a desplazar la cama matrimonial.

—No podéis llevaros la cama —se apresuró a decir Xu Sanguan—, la mitad es mía.

—Pues es lo único que vale algo de tu casa —dijo Fang el Herrero.

—Os habéis llevado la mesa de comer —dijo Xu Sanguan—. La mitad de esa mesa también es mía. O sea, que si os lleváis la mesa, me dejáis la cama.

Fang el Herrero echó una ojeada a la casa que habían vaciado y asintió.

—Vamos a dejarles la cama —dijo—. Si no, no tendrán dónde dormir.

Fang el Herrero y los demás aseguraron la carga con cuerdas y se dispusieron a marcharse. Dos de los hombres levantaron las varas de las carretas.

—¿Nos vamos?

Xu Sanguan asintió sonriendo. Xu Yulan siguió llorando a lágrima viva, apoyada en el marco de la puerta.

—Antes tomaos un té —propuso.

—No, gracias —dijo Fang el Herrero.

—Os he preparado té del bueno —dijo Xu Yulan—. Está en el suelo de la cocina. Tomadlo antes de iros, que lo he hecho especialmente para vosotros.

Fang el Herrero miró a Xu Yulan.

—Entonces lo tomaremos —dijo.

Fueron todos a tomar té a la cocina, y Xu Yulan se quedó sentada en el umbral. Cuando salieron, tuvieron que levantar los pies para pasar sin pisarla. Al ver que elevaban las varas de las carretas, Xu Yulan se puso a sollozar.

—¡Ya no quiero vivir! ¡Ya he vivido bastante! ¡Si me muriera, al menos estaría tranquila! Si me muriera, no tendría todas estas preocupaciones, no tendría que hacer comida ni ropa para mi marido ni para los críos, no estaría cansada ni lo pasaría tan mal, estaría tranquila, más tranquila que cuando era soltera…

Fang el Herrero y sus acompañantes, que estaban a punto de marcharse, dejaron las carretas al oír las palabras de Xu Yulan.

—Las cosas que me llevo en estas carretas no las voy a vender enseguida, palabra de Fang el Herrero. Las dejaré en mi casa unos días. Os doy tres días, tres o cuatro. Si me dais el dinero, os vuelvo a traer todo esto y lo vuelvo a colocar donde estaba.

—En realidad, ella ya sabe que lo haces porque no tienes más remedio —le dijo Xu Sanguan—, lo que pasa es que así, de golpe, le cuesta hacerse a la idea.

Luego se agachó para dirigirse a Xu Yulan.

—Fang el Herrero no tiene más remedio que hacer esto. Lo mires como lo mires, tu hijo partió la cabeza al suyo. Bastante bien se ha portado ya Fang el Herrero con nosotros. Cualquier otro en su lugar nos habría derribado la casa…

Xu Yulan sollozaba desconsoladamente, tapándose la cara con las manos.

—Marchaos —dijo Xu Sanguan, agitando la mano—, marchaos ya.

Se quedó mirando cómo las dos carretas, cargadas con la mayor parte de los enseres que habían acumulado Xu Yulan y él a lo largo de diez años, se dirigían tambaleantes, entrechocándose, hacia la bocacalle. Cuando desaparecieron al doblar la esquina, a Xu Sanguan también le brotaron las lágrimas. Se agachó y se sentó en el umbral, al lado de Xu Yulan. Y lloraron juntos.