EJEMPLARIO DE ARGUMENTOS FANTÁSTICOS
Armazones básicos de ciertos clásicos representativos, analizados a fin de determinar los elementos y situaciones que, con más eficacia, contribuyen a crear el efecto deseado.
EDGAR ALLAN POE
«La caída de la casa Usher». Antigua casa y familia, ambas en el último estadio de la decadencia e íntimamente unidas: fenecen al mismo tiempo. Atmósfera asfixiante y ominosa; entierro prematuro de la hermana; pavor y anormal desarrollo de la facultad auditiva del hermano; dramática aparición de aquella a la que se creía muerta. Historia narrada con un diabólico doble sentido.
«Ligeia». Persistente voluntad de vivir. El espíritu de la primera esposa (de origen misterioso) se posesiona del cuerpo de la segunda tras fallecer esta. Crescendo; llega el clímax del reconocimiento; cambios físicos en el cadáver: mayor estatura; la mortaja al caer revela una cabellera oscura.
«Manuscrito hallado en una botella». Un navío enorme y extraño, encaramado a una ola titánica, se alza imponente sobre una nave a la que finalmente arrolla. Narrador arrojado sobre la jarcia del misterioso navío; encuentra tripulación envejecida, cartas e instrumentos deteriorados y arcaicos, madera podrida y porosa (como roble español antinaturalmente hinchado). La tripulación no ve al narrador ni repara en su presencia. El nombre de la embarcación es Descubrimiento. Sorprendente ancianidad de la marinería. Como por una maligna fatalidad el navío es arrastrado hasta el mar antártico —sensación de pavor ultraterreno—, donde finalmente es tragado por un monstruoso anfiteatro, abismo o remolino.
«El retrato oval». Retrato en un castillo abandonado; la joven pintada parece viva. Posteriormente un intruso descubre que la retratada era la prometida del artista; esta, habiendo renunciado a la vida, murió en el mismo instante en que aquel dio la última pincelada.
«La verdad sobre el caso del señor Valdemar». Un moribundo mantenido con vida en un trance hipnótico entra, siete meses después, en un proceso de putrefacción instantánea al ser despertado.
«El gato negro». Animal torturado provoca el descubrimiento del crimen cometido por su torturador para vengarse de él (véase también «El corazón delator»).
«William Wilson». Un muchacho tiene un doble en la escuela —mismo nombre, aspecto, edad, voz, etc.— que le da buenos consejos (posee mejor naturaleza) y, ya en la edad adulta, frustra sus crímenes; Wilson mata a su sosias en un duelo y de ahí en adelante se comporta como un monstruo.
«Berenice». Después de una infancia turbia y mórbida el narrador se compromete con su prima Berenice. Se siente anormalmente atraído por sus dientes. Tras la aparente muerte de la joven, profana su tumba en un trance de locura y le arranca los dientes al cuerpo… aún con vida. Más tarde es informado de la atrocidad que ha cometido…, y encuentra los dientes de Berenice en una caja.
«Metzengerstein». Atmósfera de horror. Se sugiere una monstruosa metempsicosis. Enemistad hereditaria entre las casas de Metzengerstein y Berlifitzing. Antigua profecía: «un augusto nombre caerá cuando, como el jinete en su montura, la mortalidad de M. triunfe sobre la inmortalidad de B.»
El conde B.: viejo amante de los caballos. Barón M.: joven e impetuoso.
M. prende fuego a los queridos establos de B.; este muere tratando de salvar sus caballos, pero un animal enorme y desconocido surge de entre las llamas; no es reconocido como propiedad de B. aunque lleva su hierro. M. lo cabalga furiosamente. Al aparecer el animal, la imagen del caballo de un antepasado de B. desaparece de un viejo tapiz de M. Finalmente, el palacio de M. se incendia mientras este cabalga la misteriosa bestia en el bosque. El animal se desboca y lo conduce hacia la muerte en medio de las llamas; humo asumiendo la forma de un gigantesco caballo. Luz sobrenatural alrededor. Se sugiere que el caballo era el mismo viejo B.
ARTHUR MACHEN
«El gran dios Pan». Una mujer que ve al odioso dios Pan por procedimientos ocultos, da a luz a una niña. Esta es criada en reclusión; anécdotas diabólicas; se hace adulta; arrastra a los hombres a la ruina y al suicidio; finalmente es descubierta y muere tras sufrir espantosas transformaciones. Atmósfera ominosa; misterio sugerentemente entretejido con elementos de la antigua Britania romana.
«El pueblo blanco». Niña pequeña iniciada en un diabólico culto brujesco por su niñera. Posteriormente advierte elementos siniestros en el paisaje y balbucea nombres extraños. Finalmente, una estatua que descubre en el bosque provoca el horror y la induce al suicidio. Atmósfera.
«La novela del sello negro». El pequeño pueblo que habita en las entrañas de las colinas de Gales engendra seres híbridos entre los humanos; el Prof. Gregg toma a su servicio a un muchacho idiota de esta horrenda ascendencia. Manifestaciones de un horror desconocido en la biblioteca; el muchacho sufre un ataque epiléptico acompañado de olores extraños y evidencias de una presencia sobrenatural. El profesor deja una nota y se dirige a las colinas para enfrentarse a un terrible descubrimiento. Sus efectos personales son hallados más tarde envueltos en un pergamino con los crípticos caracteres del sello negro. El Prof. G. advierte la semejanza entre los símbolos del sello —de origen babilónico— y los grabados en los montes galeses.
«Vinum Sabbati» («El polvo blanco»). Joven estudiante toma droga por error; esta provoca una espantosa transformación secreta: se ausenta de casa a menudo; lleva una vida de crápula; mancha negra en la mano que se extiende; se encierra en su cuarto; horrendo ser entrevisto en su ventana; repugnante gotera en el techo bajo de su habitación; muerte del semilíquido horror final.
«El terror». Las bestias se rebelan contra el hombre.
ALGERNON BLACKWOOD
«Los sauces». Desierta isla fluvial en el Danubio hechizada por presencias innominadas de origen extraterrestre. Acechan, en busca de una víctima, a una pareja de viajeros; manifestaciones nocturnas; otra víctima inocente es hallada de forma fortuita.
«El que escucha». Pavoroso residuo psíquico hechiza una antigua casa donde murió un leproso.
«Antiguas brujerías». Viajero hace alto en una apartada aldea francesa —atmósfera insólita—; sus habitantes comparten un extraño secreto. Duerme profundamente por la noche. Inquietantes presencias felinas por doquier. La aldea parece «atraparlo». La hija del posadero lo cautiva y lo insta a iniciarse en el culto: «la antigua vida» a la que todos allí (incluso él) pertenecen. Él se niega. Al fin llega la noche del sabbat. El viajero siente la necesidad de andar a cuatro patas. Los aldeanos se dirigen al sabbat dejando el caserío desierto. Los encuentra en una colina solitaria —untándose el ungüento sabático—; intenta unirse a ellos pero tropieza y se rezaga. Al fin se aleja. El contorno de la aldea le recuerda a un gato. Le parece que el tiempo transcurre de forma anormal. Cree haber permanecido una semana, aunque en realidad solo han pasado dos días. Más tarde se descubre que lo ha soñado todo y que, en 1700, dos brujas fueron quemadas exactamente en el mismo lugar donde se alza la posada en la que se alojó el viajero.
«La némesis de fuego». Alrededor de una antigua casa solariega se siente un calor antinatural. El hermano del propietario murió misteriosamente —abrasado— veinte años antes… Arboleda druídica y restos megalíticos en las cercanías. Figuras luminosas y sibilantes percibidas allí. Las aves y los animales evitan el lugar. Los perros persiguen algo invisible. Las cosas arden inexplicablemente; se divisa humo; círculos de hierba quemada; un núcleo de fuego invisible persigue a la gente…, soltando un chorro de humo cuando atraviesa el agua. Entidad elemental evocada mediante el derramamiento de sangre; los perros aúllan; aparece una temible forma negra; parece tener origen egipcio.
Se descubre que el hermano muerto veinte años atrás había traído una valiosa momia de Egipto. La entidad era su guardián; habiéndola seguido permaneció junto a ella. La momia (que el hermano muerto trató de enterrar ceremonialmente para poner fin a la maldición) es hallada y provoca extrañas alucinaciones a sus descubridores. Anciana dama —la hermana— devuelve el escarabajo que le quitó a la momia; esto restaura el equilibrio y aplaca lo elemental.
«Culto secreto». Alemania. Caballero visita la escuela monástica en la que estudió de niño. Siniestro edificio de piedra en el bosque. Encuentra el colegio cambiado. Los monjes actúan de forma aviesa. A punto de ser sacrificado al diablo, la escena se disipa como humo en el aire cuando el investigador John Silence (que lo había seguido) lo rescata. La comunidad, al parecer, se había dedicado a la magia negra años antes y los lugareños, al descubrirlo, incendiaron el edificio; todos los frailes murieron…, los que viera el caballero no eran sino fantasmas.
WALTER DE LA MARE
«La tía de Seaton». Extremadamente sutil. Mujer ejerce una influencia siniestra sobre su sobrino. El joven se debilita progresivamente (vampirismo psíquico); compromiso matrimonial frustrado por la muerte.
«Mr. Kempe». Cerca de una capilla fabulosamente antigua sobre un peligroso acantilado vive un extraño ermitaño: un antiguo clérigo en busca de pruebas de la existencia del alma; se ha convertido en un misántropo. Un hombre explora el acantilado; gran peligro de caer al vacío; atmósfera inquietante… Rodea la capilla sellada; encuentra al ermitaño; conversan… Finalmente ve horrendas fotografías de hombres mutilados cayendo por el precipicio; huye aterrorizado y, a su espalda, oye gritar al ermitaño.
«All-Hallows». Antigua catedral en pueblo costero. Viajero llega al atardecer. Ambiente insólito. Sacristán trastornado. Curiosas presencias vibratorias y sombras nocturnas. El viajero explora el edificio en condiciones muy extrañas para confirmar el horror. La sillería se vuelve paulatinamente más firme…, como si estuviera siendo restaurada por algún poder milagroso. Atmósfera de maldad. ¿Acaso los horrendos seres que infestan este lugar solitario lo están acondicionando para uso propio? El arcediano había perdido súbitamente el juicio algún tiempo antes.
M. R. JAMES
«El álbum del canónigo Alberico». Como castigo a sus pecados, un clérigo del siglo XVII lleva pegado a él un horrible demonio, al que dibuja en un pergamino entre un grupo de soldados. Dos siglos después, un coleccionista que visita la catedral de este clérigo oye una risa maligna. Más tarde, el sacristán le vende un álbum con hojas de misales e iluminaciones de un salterio reunidas por el clérigo sacrílego, que incluye asimismo su dibujo del demonio. De vuelta en la habitación del hotel, al comprador se le aparece el demonio familiar (está vinculado al dibujo). El coleccionista destruye el pergamino y encarga misas por el alma del clérigo. Punto destacado: demonio unido al viejo álbum.
«Corazones perdidos». Anciano estudioso de los ritos de los últimos paganos (posee una colección de antiguos objetos paganos y un pequeño templo en su residencia de campo). En dos ocasiones ha acogido caritativamente a niños sin parientes, pero en ambas, al parecer, se han escapado. Adopta a un niño, primo lejano suyo. El muchacho sueña que ve a una niñita en una bañera de plomo más allá de la puerta, cerrada con llave, de un baño en desuso. Posteriormente aparecen unos desgarrones en su camisón de dormir, justo encima del corazón. El equinoccio de primavera y la luna llena son inminentes; momento crucial según la tradición ocultista. El anciano le pide al niño que lo visite a las 11 p. m. para tratar un asunto importante; no debe decírselo a nadie en la casa. El niño repara en los extraños preparativos (mágicos). A las 10 p. m., a la luz de la luna, ve las figuras de un niño y una niña desde la ventana. La niña es idéntica a la de su sueño; el niño le provoca escalofríos. Ella posa su mano sobre su corazón; él tiene una herida abierta donde debería estar el suyo.
A las 11 p. m. va a ver a su primo según lo acordado; llama a la puerta pero no hay respuesta. Entra en el estudio y halla al anciano muerto (ira, miedo y dolor pintados en su rostro). Una herida abierta en el tórax muestra el corazón. Un largo cuchillo sobre la mesa, sin usar. ¿Un gato montés?
Manuscrito sobre la mesa lo explica todo. El anciano pretendía adquirir poderes mágicos ingiriendo tres corazones arrancados a niños vivos. Ha sacrificado a dos; estaba a punto de hacer lo propio con el tercero cuando algo sucede. Se supone que ha sido visitado por los espectros de sus víctimas.
«El grabado». El conservador de un museo obtiene de un comerciante un grabado de una antigua casa solariega, y descubre que este cambia al ser contemplado en diferentes momentos. Una figura (una especie de esqueleto envuelto en una túnica) se dirige cautelosamente hacia la casa. Posteriormente la figura ya no está, pero se ve una ventana abierta. Más tarde la figura reaparece llevando a un niño en brazos. Después la figura desaparece. A partir de una inscripción medio borrada se logra identificar la casa, descubriéndose que el último heredero desapareció misteriosamente en 1802. Su padre, un talentoso grabador amateur, fue hallado muerto en el tercer aniversario de la desaparición de su hijo, tras haber completado el grabado de la casa. Era un hombre despiadado con los cazadores furtivos, e hizo ahorcar a uno, muy orgulloso y de buena familia, por dispararle a uno de sus montaraces. Se creía que algún amigo del cazador se vengó secuestrando al heredero…
El grabado, una vez descubierto el secreto, no vuelve a cambiar.
«El fresno». Una bruja que cogía ramitas de un fresno junto a la ventana de un caballero es ejecutada gracias al testimonio de este. Ella lo maldice en el cadalso: «Tendrás huéspedes en tu casa». Posteriormente el caballero es hallado muerto en su alcoba (la noche anterior había visto un pequeño animal corriendo arriba y abajo por el fresno). Se ignora la causa del fallecimiento, pero encuentran pequeños pinchazos en el pecho. Durante una generación nadie usa la habitación y no se producen muertes extrañas; sin embargo, la mortalidad entre el ganado es anormalmente alta. Un nieto del caballero, que pernocta en la alcoba prohibida, muere misteriosamente. Un gato, tras investigar algo en el árbol que llama su atención, huye despavorido. Más tarde se descubren cuatro enormes arañas en el fresno, que es quemado. Debajo de él aparece un hueco, y en este los huesos y el cabello de una anciana que llevaban largo tiempo enterrados. Cuando durante las obras de ampliación de la iglesia, se descubrió casualmente la desaparición del cadáver de la bruja, la que sería su última víctima (el nieto) ordenó quemar el ataúd vacío.
«La habitación número 13». Posada muy antigua en Viborg, Jutlandia. Uno de los pocos edificios que sobrevivieron al incendio de 1726. No tiene habitación n.º 13, como es habitual en Dinamarca para evitar la aversión supersticiosa. El huésped de la n.º 14 baja al vestíbulo, y al volver a su habitación para coger un abrigo, confunde su puerta con otra que lleva el n.º13; al intentar abrirla, oye a alguien en el interior. En medio de la duermevela advierte un impreciso cambio en las dimensiones del cuarto, pero lo achaca a su imaginación. El huésped de la n.º 14 es un anticuario que estudia la historia de la iglesia danesa. Al día siguiente, en el curso de sus investigaciones, descubre que el inquilino de una casa propiedad del último obispo católico de Viborg fue acusado de practicar magia negra. La ubicación de esta casa es dudosa; modernos eruditos han intentado en vano situarla en los mapas. Esa noche el anticuario vuelve a ver la puerta de la habitación n.º 13, y tras ella oye pasos y voces excitadas. Su propia pieza se le antoja más pequeña, y al ir a buscar su baúl de viaje, que había dejado junto a la pared medianera con la n.º 13, encuentra que ha desaparecido. Las ventanas dan a una pared ciega al otro lado de la calle, sobre la cual se proyectan las sombras de los ocupantes de los cuartos del hotel; la suya, la del huésped del n.º 12 y la del ocupante del n.º 13: alto, delgado y con la cabeza cubierta. Una luz roja y parpadeante se refleja desde esa habitación. Se retira perplejo.
A la mañana siguiente encuentra el baúl de viaje donde lo había dejado y el cuarto le parece más espacioso. También descubre una ventana extra junto al n.º 13: pues él dejó una colilla de cigarro en la ventana por la que miraba, y ahora esta se halla en el medio y no en el extremo derecho como recordaba. Al salir al pasillo, ve que la habitación contigua a la suya es la n.º 12. Ningún n.º 13 es visible. Desconcierto.
En el curso de su investigación encuentra referencias fragmentarias al inquilino hechicero del obispo. Se afirma que «desapareció súbitamente». Esa noche el propietario le niega que la posada tenga una habitación n.º 13. El anticuario, tras invitar al posadero a subir más tarde, se dirige a su habitación sin buscar la n.º 13. Su cuarto vuelve a parecerle más pequeño. Mirando por la ventana hacia la pared ciega ve la sombra de un hombre que baila silenciosamente en la habitación contigua. Sabe que el huésped de la n.º 12 es un abogado muy serio. En ese momento llega el propietario, al que parece sorprenderle algo inusual en la habitación. Oyen una horrenda canción procedente del cuarto inmediato. Creen que se trata del abogado en la n.º 12, pero en eso este irrumpe enojado, convencido de que son ellos los causantes del alboroto. Más desconcierto. ¿Quién está cantando? ¿Se trata de un gato? ¿Algo atrapado en la chimenea?… La forma de cantar mueve a la risa. Todos ven algo terriblemente anormal en ello. Al salir al corredor, ven luz bajo la puerta de al lado…, que tiene el n.º 13. Intentan abrirla. El propietario va en busca de ayuda para forzarla. De pronto, un brazo sale para agarrar a los mirones. Manga harapienta de lino amarillento; largos cabellos grises. Se retiran y la puerta se cierra. Una risa baja resuena en el interior. El propietario regresa con dos hombres fornidos y palancas. La puerta se desvanece al ser golpeada y, en su lugar, aparece una pared de yeso blanco. En ese preciso instante un gallo canta. Comprueban que, en efecto, las habitaciones 12 y 14 tienen más ventanas de día que de noche.
Más tarde es levantado el piso de la n.º 12 —en el área supuestamente ocupada por la fantasmal n.º 13—. Se halla una caja de cobre con un documento escrito en pergamino en su interior. Resulta imposible descifrarlo. Se trata, aparentemente, de un contrato en el que el hechicero vende su alma a Satanás, y se deduce que la posada era la casa que el viejo obispo había alquilado al brujo.
«El conde Magnus». Viajero curioso recorriendo Suecia. Investiga documentos de una antigua familia en su casa solariega, pero pernocta en una posada. Antigua iglesia en las cercanías; mausoleo familiar en su extremo oriental. No hay acceso al mausoleo desde el templo. Encuentra interesantes documentos familiares sobre el fundador del linaje, el conde Magnus: hombre despótico con sus vasallos y cruel con los cazadores furtivos. Tradición local muy hostil al conde. Se dice que realizó la Peregrinación Negra y trajo a alguien o algo de allí. Reserva respecto a la naturaleza de la PN. Los documentos del conde M. hacen referencia a ello: se afirma que aquel que peregrina a Chorazin y rinde homenaje al príncipe (¿del aire?) verá correr la sangre de sus enemigos, obtendrá una larga vida y un fiel mensajero. Descubre tratados de alquimia entre las pertenencias del conde.
Al pasar frente a la iglesia y el mausoleo expresa —en voz alta— el caprichoso deseo de conocer al conde. Oye un ruido metálico (procedente del mausoleo cerrado), pero se figura que alguien ha tirado algo accidentalmente dentro de la iglesia.
En la posada, consigue sonsacarle al dueño una historia sobre el conde M. Parece que este siguió ejerciendo cierta influencia tras su muerte. Sus tierras, aun estando desprotegidas, tenían una fama siniestra. Cierta noche dos campesinos entraron furtivamente a cazar… Al poco se oyeron unos gritos espantosos, seguidos de una diabólica risa y del ruido de una gran puerta al cerrarse. Al día siguiente encuentran a ambos. Uno está vivo, pero ha enloquecido y no deja de protegerse de algo invisible. No tarda en morir…, defendiéndose aún. El rostro del cazador muerto ha sido horriblemente succionado hasta el hueso. Esta historia impresiona al viajero. Al día siguiente le pide al diácono que le muestre el interior del mausoleo. Se fija en el lugar del templo donde está colgada la llave, planeando hacer una visita privada en otro momento. El del conde M. está entre los demás sarcófagos, es el único sin cruz. Su efigie labrada sobre la tapa; los relieves en los costados representan hazañas, batallas, una ejecución, etc. Hay una escena insólita: hombre perseguido por un ser innominado y monstruoso —encapuchado, achaparrado y tentaculado—; entretanto otro hombre, cubierto con una capa, observa la acción con gran interés. El viajero se fija en los tres candados que cierran el sarcófago del conde. Uno de ellos yace abierto sobre el enlosado.
Posteriormente vuelve a visitar el mausoleo a solas para copiar epitafios. De forma gratuita —y en parte inconsciente— llama al espíritu del conde M. Entonces se percata de que son ya dos los candados que yacen abiertos en el suelo.
En su última noche en Suecia, a modo de extravagante despedida, visita el mausoleo para presentarle sus respetos al conde M. Cuando plantado frente a su sarcófago, murmura que le gustaría conocerlo, el tercer y último candado cae a sus pies. En eso las bisagras del gran sarcófago de cobre gimen, y la monstruosa tapa comienza a levantarse lentamente. El viajero huye, y al salir del mausoleo es incapaz de hacer girar la llave en la cerradura. Al abandonar Suecia es presa de horribles aprensiones. Ya en el barco se siente intrigado por el número de pasajeros. A la hora de las comidas aparecen 26, pero en otras ocasiones llega a contar hasta 28. Uno con capa y sombrero de ala ancha y otro achaparrado y encapuchado no acuden al comedor. De vuelta en Inglaterra, ve desde su coche a los dos huidizos personajes en una encrucijada; el tiro respinga violentamente. Hace alto en una aldea, y en la casa en que se hospeda escribe notas relativas a la persecución que sufre. Miedo y duda… Más tarde es hallado muerto de una forma horrible; los funcionarios de la justicia se desmayan al verlo. No se encuentra explicación. La casa queda abandonada. Posteriormente es demolida y el manuscrito del infortunado viajero aparece en un armario.
«¡Silba y acudiré!». Profesor visita villa costera por vacaciones. El mar está invadiendo la costa. Un amigo arqueólogo le ha pedido que localice el emplazamiento de una antigua abadía templaria; esta debe de hallarse ahora en la playa de grava, quizá bajo el actual nivel del mar. Halla restos de sillares cubiertos de hierba: evidentemente es el sitio buscado. En la sillería descubre una pequeña cavidad artificial, y en su interior un viejo y curioso tubo de metal. Al poco de dejar las ruinas se percata de que una confusa figura lo sigue de lejos. Esa noche examina el tubo y concluye que es un silbato. Entretanto, alguien permanece plantado en la orilla del mar frente a su ventana. Hay signos y palabras en latín grabados en el tubo; tras frotarlo cuidadosamente, puede leer: «¿Quién es este que viene?»
Sopla el silbato; el sonido le sugiere una escalofriante sensación de incalculable distancia…, al tiempo que en su mente se forma la imagen de un inmenso paraje nocturno barrido por el viento, en el que despunta una misteriosa figura solitaria. Una súbita ráfaga; el ala blanca de una gaviota brilla al otro lado de la ventana. Un segundo soplido no produce ninguna imagen, pero un ventarrón amenaza con revolverle el cuarto. Amainado el viento, este aún gime de forma inquietante.
En su cuarto hay una cama supletoria; esa noche oye a alguien revolverse en ella. Extrañas imágenes mentales turban su sueño: un largo tramo de costa en una tarde invernal; una llovizna helada; aparece un hombre corriendo, que finalmente cae al suelo exhausto. Surge el perseguidor: objeto borroso, pálido y ondeante; velocidad y movimientos extraños. Alcanza al hombre postrado, pero el profesor no puede soportar la visión. Abre los ojos y enciende una vela. Algo —tal vez una rata— parece asustarse de su acción, pues lo oye escabullirse.
Al día siguiente, la camarera de hotel le dice que ha tenido que hacer las dos camas de su habitación…, como si ambas hubieran sido utilizadas. Un error, sin duda. Alguien le habla al profesor del viento de la noche anterior; dice que es de esos que los rústicos creen que hay que silbarlo para que sople. Poco después un niño, muy asustado, asegura haber visto algo horrible haciéndole señas desde una ventana del hotel: ¡la del profesor!
Esa misma noche, a la luz de la luna, el profesor ve una figura sentada en la cama supletoria. El visitante nocturno se mueve y coloca de tal modo que le bloquea la salida. Finalmente consigue verlo claramente. Está hecho de ropa de cama y posee un horrible rostro de lino arrugado. Un amigo, al oír su grito, irrumpe en la habitación; la cosa se derrumba en el suelo como un montón ropa usada.
Al día siguiente el silbato es arrojado al mar.
«El tesoro del abad Thomas». En un antiguo libro se afirma que el Abad T. de la abadía de Steinfeld, en Alemania, ocultó un gran tesoro en algún lugar. Dejó unas crípticas instrucciones para encontrarlo y murió de forma repentina en 1529. Tras resolver el enigma en unas vidrieras instaladas por el abad T., un anticuario moderno viaja a Alemania con su criado.
Posteriormente, el criado escribe al rector de su amo en Inglaterra, explicándole que una grave conmoción mantiene al anticuario en Steinfeld, confinado en la cama. El rector acude y encuentra a su amigo muy alterado. El anticuario le pide que le haga un favor al día siguiente: devolver algo a un lugar, con la ayuda de su criado. Le asegura que no hay ningún riesgo si se hace durante el día; su criado le informará de todo. Esa noche, el rector siente que algo anda fisgando en la parte inferior de su puerta cerrada con llave. A la mañana siguiente, ayudado por el criado, realiza el servicio solicitado por su amigo: volver a colocar una piedra sobre un agujero —al que se llega bajando 38 escalones— abierto en el paramento de un viejo pozo; hecho esto, el anticuario se recupera de inmediato y, viéndose capaz de emprender el regreso, esa misma noche, camino de Inglaterra, cuenta su historia. En las oscuras instrucciones que logró resolver, pudo leer: «10.000 piezas de oro han sido depositadas en el pozo del patio de la abadía de Steinfeld por mí, Thomas, quien les ha puesto un guardián. Guárdese de él quien ose tocarlas». Era sabido que el abad T. había restaurado la abadía y excavado un pozo en el patio, adornando con relieves su brocal de mármol.
Ya en Steinfeld encuentra la abadía y el pozo; en su interior descubre unos bloques que, sobresaliendo del paramento, forman una escalera hasta el fondo. Decide hacerse con el tesoro por la noche, cuando nadie pueda verlo. Luna llena. Descendiendo, encuentra el mampuesto marcado. Lo retira. Cavidad oscura con aire estancado más allá. Le parece ver unas bolsas al fondo. Mete el brazo para palparlas; toca algo redondeado, húmedo y coriáceo (¿una bolsa?) y tira de ello hacia él. El fardo alarga unos apéndices hacia su cuello. Posee una especie de rostro; numerosos tentáculos. El anticuario grita y su criado lo frena, evitando su caída. La cosa se desliza hasta plantarse en el escalón frente al nicho. El criado, que baja detrás de su amo, alza la vista hacia la boca del pozo y cree ver a un anciano asomado al brocal…, riéndose. Sube a investigar pero no encuentra a nadie. Es entonces cuando oye gritar a su amo y lo iza tirando de la cuerda que lleva atada.
Anticuario y criado regresan a la posada, pero creen oír voces débiles a altas horas de la noche… y percibir un olor a moho; olor y voces desaparecen al amanecer. Sienten que una criatura nocturna anda suelta, y que solo dejará de acosarlos cuando sea devuelta a su sitio la piedra que sellaba la cavidad. Así, el rector y el criado vuelven a colocarla —el anticuario estaba en cama y no podía enviar al criado solo, pues son precisos dos hombres para realizar el trabajo—; la fijan con cuñas de hierro y extienden una capa de barro para ocultarla a la vista.
El rector, al llegar al patio, se fija en un relieve del brocal que al anticuario le ha pasado desapercibido: una figura horrenda y grotesca, vagamente parecida a un sapo, y el lema «Cuida lo que te ha sido confiado».
«Una historia escolar». Extraño nuevo maestro llega a una escuela, luciendo una llamativa cadena de reloj. Muchacho escocés, inconsciente e involuntariamente evoca la imagen de un pozo entre cuatro tejos. Posteriormente, un papel en el que el muchacho ha escrito —con tinta roja y una caligrafía desconocida—: «Si no vienes a mí, yo iré a por ti», es entregado junto a un ejercicio de clase. Maestro muy alterado al verlo. Finalmente, el escocés ve una figura chorreante y esquelética a la luz de la luna, plantada bajo la ventana del maestro y haciéndole señas. Al día siguiente el maestro no aparece; nunca se le vuelve a ver. Años más tarde aparecen unos restos humanos en un viejo pozo: un esqueleto abrazado a otro más reciente. El primero, entre los jirones de sus ropas, lleva la curiosa cadena del maestro. Que cada cual saque sus propias conclusiones.
«El tratado Middoth». Espectro vinculado a un libro. Clérigo erudito y excéntrico oculta testamento en un libro de una biblioteca. Ordena que, en su panteón, lo coloquen sentado ante una mesa con su ropa habitual. El fantasma (envuelto en una capa y cubierto de espesas telarañas) se le aparece a quienquiera que consulte el libro con miras a la destrucción del testamento. [Una motivación menos prosaica haría más efectivo el cuento]. Finalmente mata a un hombre que está a punto de destruirlo.
«El maleficio de las runas». Un mago es capaz de endosarle a sus víctimas un horrible y letal compañero entregándoles en mano un papel con ciertos símbolos cabalísticos. La única oportunidad de salvación para la víctima es devolverle personalmente el papel a quien se lo dio. Plan de venganza: el malvado hechicero «arroja las runas» a todo el que crítica negativamente sus obras o le impide leer una conferencia. Finalmente se vuelven las tornas.
«Los sitiales de la catedral de Barchester». Un clérigo asesina a su anciano predecesor en la dignidad de arcediano, haciéndolo tropezar en la escalera con una alfombra suelta. Nadie sabe esto salvo la criada, con la que está en colusión. Posteriormente el clérigo muestra un gran interés por tres grotescas figuras talladas en un facistol de su catedral: Un gato, un demonio innominado y una velada representación de la muerte. Se dice que fueron talladas por un artista local, de nombre Austin, en la madera de un gran árbol llamado el roble del ahorcado, adorado antaño por los druidas y usado posteriormente como horca. Con el tiempo, el clérigo empieza a experimentar una horrible sensación de vida en las efigies al tocarlas durante sus deberes. También oye susurros aludiendo al asesinato y descubre un gato desconocido rondando por su casa. Extrema inquietud. La sirvienta que colaboró en el crimen aflojando la alfombra lo está chantajeando. Invita a un primo suyo a pasar unos días con él; el gato es visto de nuevo, también una velada figura femenina confundida con una sirvienta. Finalmente, la alfombra de su propia escalera se afloja misteriosamente y tropieza hallando la muerte al caer; su cuerpo, además, aparece espantosamente desgarrado y destrozado por algo. Posteriormente, unos investigadores rastrean la historia de las tallas tras ser retiradas a raíz de una remodelación del templo. Son llevadas a una carpintería y regaladas a unos niños, pero un papel que cae del interior de una de ellas resulta revelador: es una composición en verso y augura un mal destino a cualquier persona culpable de un delito de sangre que toque la talla. La profecía fue soñada el 26 de febrero de 1699 por Austin, el tallista. Asegura que el criminal será ajusticiado una ventosa noche de febrero. El clérigo murió, horriblemente, el 26 de febrero de 1818. Figura hueca destruida a causa del horror que inspira.
«El cercado de Martin». Joven caballero apuñala y ahoga a una pobre sirvienta retrasada cuyas atenciones lo incomodaban. Crimen insospechado. Evidencias posteriores de que la moza aún frecuenta el lugar: su espectro, que canta con voz chillona, se aparece dentro de un armario del que sobresale un pedazo de su vestido y del que, al ser abierto, surge un pequeño ser de aspecto simiesco. El caballero se horroriza al enterarse de la presencia de la sirvienta, pues solo él sabe que está muerta. El fantasma conduce al descubrimiento del cuerpo en una charca, donde también aparece el puñal incriminatorio que el caballero ha estado buscando en secreto. El joven es condenado a muerte, y la horrible sombra de la muchacha permanece junto a él hasta que es ejecutado.
«Un episodio de la historia de una catedral». En 1840, al ser restaurada la catedral de Southminster según los cánones del estilo gótico, un púlpito es derribado dejando al descubierto una antigua tumba cuyo ocupante no puede ser identificado. A continuación se propaga una ola de pestilencia y enfermedades, y se habla en voz baja de un pequeño ser simiesco de ojos rojos que abandona la catedral por la noche, visita varias casas y regresa al amanecer. A una dama sentada sobre la tumba algo le arranca un pedazo de su vestido. Los perros aúllan de miedo. Por esta época empieza a oírse un horrible lamento nocturno —curioso e inhumano—: «El llanto de Southminster». Todos los intentos de sellar una gran grieta en la misteriosa tumba fracasan: diríase que el mortero fuese empujado desde abajo. Un muchacho del coro cree ver «algo brillante» en el fondo e introduce una partitura enrollada para investigar. Algo en el interior la atrapa. Consigue sacarla, pringada de una sustancia negra y pegajosa y con un trozo arrancado.
Finalmente el deán, el canónigo y otros toman medidas con respecto a la tumba. La abren con una palanca…, y al hacerlo algo produce un paralizante e inexplicable estrépito. En la tumba se encuentran un pedazo de tela de un vestido y otro de una partitura. La losa es entonces restaurada y sellada. Solo un hombre vio lo que causó el estrépito: un ser de aspecto simiesco que abandonó el templo por la puerta norte. Una cruz de metal con una inscripción de Isaías —«la lamia también tendrá allí asiento»— yace ahora sobre la tumba.
«Panorama desde una colina». Viejo relojero descubre secretos ocultos. Exhuma huesos de ahorcados en la Colina de las horcas y fabrica máscaras y lentes capaces de revelar objetos del pasado. Hierve los huesos y llena los binoculares con el agua de esta cocción. Adquiere fama como descubridor de antigüedades arqueológicas locales. Posee una «máscara de visión» hecha con el hueso frontal de un cráneo. Finalmente, la víspera de una noche de San Juan, los espectros de aquellos cuyos huesos había profanado se lo llevan. Lo ven luchar contra algo invisible —como si estuviera siendo arrastrado— y el cuerpo es hallado más tarde, con el cuello roto, entre las piedras que servían de apoyo a la antigua horca. La historia narrada empieza más tarde, cuando otros usan sus diabólicos binoculares. Estos muestran torres desaparecidas en iglesias en ruinas, un calvero y un patíbulo en la ahora boscosa colina…, y todo con una apariencia de gran antigüedad. Binoculares arruinados al ser introducidos en la iglesia; se insinúa la existencia de un pacto diabólico. Al romperse, se derrama el maloliente licor contenido entre las lentes.
«Aviso a los curiosos». Leyenda sobre una antigua corona sajona enterrada en la costa oriental de Inglaterra (originalmente una de tres) para alejar a los invasores. Cierta antigua familia, ahora extinta, se encargaba de su custodia. Gran inquietud de su último miembro por no haber podido hallar un sucesor.
Un joven arqueólogo descubre la leyenda e, investigando, da con el lugar y exhuma la corona. Desde ese momento nunca se siente solo. Un hombre desagradable, apenas entrevisto, está siempre cerca de él (justo en el límite de su campo de visión); otros también lo han visto. Está aterrado; pide ayuda a amigos y vuelve a enterrar la corona, pero aun así la maldición lo alcanza. Es atraído hasta la playa en medio de la niebla por una figura desconocida, a la que él sigue. Los amigos que lo buscan ven huellas: las suyas y las de unos pies desnudos y esqueléticos. Lo encuentran cerca de unas ruinas, muerto por alguna causa violenta. No hay nadie más allí. ¿A qué se enfrentó finalmente? El mar borra las huellas.
LORD DUNSANY
«La casa de la esfinge». Un viajero que llega a la casa de la esfinge encuentra a sus ocupantes aterrorizados; esperan la llegada de un horror innominado desde el tenebroso bosque circundante, a causa de algo que yace en el piso cubierto con una capa. Los asistentes de la esfinge intentan reforzar y atrancar puertas, etc. La apática esfinge parece resignada. Cosas surgidas de la espesura se aproximan aullando y riendo. La puerta principal está podrida y el viajero comprende que no resistirá. Escapa por una puerta superior que da a la rama de un gran pino. Se desconoce el destino de la esfinge.
E. F. BENSON
«Negotium perambulans». Los habitantes de una aislada villa pesquera de Cornualles (Polearn) profesan una extraña fe calvinista y comparten un antiguo rito o secreto local. En el antepecho del altar de su iglesia hay cuatro curiosos paneles tallados: el ángel de la anunciación, el ángel de la resurrección, la bruja de Endor y una curiosa escena local: un sacerdote desafiando, cruz en mano, a una criatura semejante a una babosa en el portal techado del cementerio de Polearn. El vicario, en sus prédicas, habla de innombrables presencias prestas a atacar a los pecadores, señalando el monstruo tallado como ejemplo. Bajo él figura una cita del Salmo 91: Negotium perambulans in tenebris.[40] Al oír estas referencias, los fieles intercambian gestos y miradas de inteligencia. Recuerdan una vieja leyenda fragmentariamente transmitida (cada cual conoce un pedazo diferente). Según esta, existió antaño una iglesia más antigua cerca de la actual. El dueño de la tierra la derribó y usó sus sillares para construir su casa, empleando el altar para comer y jugar a los dados. Conforme envejece, aumenta su temor a algo que ronda después de anochecido. Una noche de invierno, en medio de un vendaval, se oye gritar al terrateniente. Los criados lo encuentran agonizando: con la garganta abierta, extrañamente drenado y consumido. Al entrar, una gran sombra negra parece abandonar el cuerpo: arrastrándose sobre el piso, reptando por la pared y desapareciendo por la ventana que mira al mar. Antes de morir, el terrateniente grita: «Negotium perambulans in tenebris».
Posteriormente la casa, ya en ruinas, es reconstruida por un disoluto. Este, en estado de ebriedad, irrumpe en la iglesia y hace trizas la talla de la cosa después de oír hablar de ella. Teme la oscuridad y mantiene luces encendidas todo el tiempo. Más tarde el panel destrozado aparece milagrosamente recompuesto. Esa noche el sacrílego corre por un camino oscuro gritando: «¡Luz! ¡Luz!»
Es hallado muerto a la orilla del mar…, drenado hasta los huesos. Años después un artista se instala en la casa del libertino. Con el tiempo se va embruteciendo —gordo, tambaleante, con rostro de sileno— y mantiene las luces encendidas durante la noche. Se ha dado a la bebida, y una cualidad siniestra e infernal se refleja en sus cuadros. Una tarde de octubre, una masa nubosa de intensa negrura entra por el oeste. El artista encuentra la casa a oscuras y se apresura a encender alguna luz. Antes de lograrlo, algo se desliza hacia él; es visto por un hombre que lo acompaña. Una gigantesca babosa, sin cabeza pero con una amenazadora boca en forma de ventosa. Se alza para atacar; se apodera del artista; gritos espantosos; su acompañante forcejea e intenta rescatarlo, pero sus manos se hunden: la cosa es como de fango. Gorgoteo y ruidos de succión. El engendro huye deslizándose por la ventana. A la luz de una lámpara el artista aparece muerto: drenado y seco, una mera cáscara de piel sobre los huesos.
R. W. CHAMBERS
«El signo amarillo». Un artista, mientras pinta en Washington Square, NY, mira por la ventana hacia el atrio de una iglesia. Allí ve un extraño y corpulento vigilante, fofo y pálido como un cadáver. Escalofríos. Extrema turbación. Estropea la figura que pinta: la carne parece gangrenada y descompuesta. La modelo ve al vigilante por la ventana. Es la viva imagen de alguien con quien ella ha soñado: visto desde la ventana de su casa, conduciendo un coche fúnebre que transportaba al artista. Al día siguiente, el pintor oye que la iglesia ha sido vendida. Un botones le cuenta una historia horrible: en un forcejeo con el vigilante ¡se quedó con uno de sus dedos en la mano! El artista sufre una pesadilla similar a la de la modelo: va en un coche fúnebre, metido en un ataúd, y oye el ruido de una ventana al abrirse. Mirando hacia allí (la tapa es de cristal) ve a la modelo asomada. Luego el coche toma por una calleja y se detiene. El conductor —el siniestro vigilante— mira al artista, en eso este se despierta.
Posteriormente —regresando el artista a casa al amanecer— el vigilante se dirige a él enigmáticamente. Voz de infernal decadencia. «¿Ha encontrado el Signo Amarillo?» Al día siguiente, la modelo le regala al pintor un curioso broche con un símbolo desconocido, que halló en la calle el día que soñó con el cochero. Más tarde, el artista descubre, inexplicablemente, un monstruoso libro en su biblioteca: El rey de amarillo. A pesar de las advertencias, tanto él como la modelo leen el espantoso volumen y acceden a su impío conocimiento. Tratan de deshacerse del libro, pero no pueden. Finalmente oyen el crujido de unas ruedas. El coche fúnebre se aproxima. El vigilante entra. Ninguna puerta, ningún cerrojo pueden detenerlo. El vigilante arranca el Signo Amarillo de la chaqueta del artista. La modelo cae fulminada. Horrible alarido… Los vecinos acuden. Dos cadáveres, el artista agoniza. Según todas las evidencias, el vigilante debía de llevar muerto varios meses.
IRVIN S. COBB
«Fishhead». Negro mestizo en una cabaña a la orilla de un lago desierto se hace amigo de enormes y horrendos siluros, con los que guarda cierto parecido físico. Dos hermanos lo asesinan junto al lago; al huir, algo bajo la superficie vuelca su bote y caen al agua. El siluro ataca. Al día siguiente aparecen 3 cadáveres en el lago: el del mestizo, sin daños; los de los asesinos…, horriblemente mutilados.
HANNS HEINZ EWERS
«La araña». Una habitación de hotel donde muchos hombres se han ahorcado ante la ventana; en todos los casos se hallan arañas cerca del cuerpo. Joven estudiante se hospeda allí para investigar. La imagen vista en una ventana de la casa frente al hotel lo cautiva: una mujer joven hilando en una arcaica rueca. Pierde interés en otras cosas, pero observa algo en la parte exterior de la ventana: una araña hembra devora a un macho. Mantiene un singular juego con la hilandera de la ventana de enfrente: imitan sus respectivos movimientos hasta que estos se vuelven casi simultáneos, como si entre ambos existiera un vínculo telepático. Con el tiempo, este juego se convierte en una obsesión: el estudiante se ve psicológicamente impelido a seguirlo. Sobreviene el miedo. Visiones de quienes se ahorcaron en el cuarto, y de él mismo entre ellos. Descubre que la mujer es quien realmente dirige el juego. Impulsado por los movimientos de la hilandera, corta el cable telefónico que lo conecta con el cuartelillo de la policía. Entonces ella simula ahorcarse ante la ventana; él hace lo mismo, dejando escrito un diario interrumpido. Finalmente experimenta un extraño éxtasis, pero teme una horrible revelación…
La policía encuentra al estudiante ahorcado. Rostro desfigurado por el miedo. Aplastada entre sus labios hay una enorme araña cuyos toques lila coinciden con los del vestido de la vecina, descrito en el diario de la víctima. La policía lee el diario y busca en la casa de enfrente. El apartamento de la hilandera ha estado vacío durante meses.
W. ELWYN BACKUS
«The phantom bus». La prometida de un joven muere en un accidente de autobús. Ella le había jurado volver a por él si moría antes. Un año después, el joven repara en un extraño y siniestro autobús que precede al que diariamente lo lleva a la ciudad. Sueña con ello: siente un olor fétido al abordarlo y los pasajeros parecen estar dormidos. Al ver a su prometida entre ellos lanza un grito. Aunque el autobús es una tartana, parece deslizarse suavemente. Despierta aterrorizado. El sueño se repite: al principio sin llevar la acción demasiado lejos. En su vigilia intenta abordar el misterioso autobús, pero siempre se queda dormido; una vez que no lo hace el autobús no aparece. Sueño posterior: acción repetida y llevada más lejos. Inminente colisión con un camión; el rostro del conductor es visto al fin…, le falta la mitad.
A la mañana siguiente, el cuerpo del joven es hallado en su cama espantosamente destrozado (lo oyeron gritar durante la noche), y un viejo autobús retirado del servicio aparece en un camino, abollado y con las lunas rotas; nadie puede explicar cómo ha llegado allí; señales de muerte…, pero ningún cadáver.
CONRAD AIKEN
«Mister Arcularis». Tras sufrir una arriesgada operación quirúrgica, un hombre viaja a bordo de un transatlántico. Se dice que llevan un cadáver abajo, en la bodega. El hombre tiene sueños y anda sonámbulo; en ocasiones se despierta a mitad de camino hacia algún lugar, presumiblemente la bodega, donde está el cuerpo. En realidad, aún se halla en el hospital bajo los efectos de la anestesia. Sueña todo esto y muere.
PAUL SUTER
«Más allá de la puerta». Científico rechaza a mujer joven enamorada de él. Ella se suicida. El científico, temiendo ser acusado de asesinato, arroja el cuerpo a un pozo en desuso en su sótano. Suceden cosas. Corrientes en los corredores. Crujidos como de ratas. Cosas que se aferran a los talones. Dedos pálidos a lo largo del piso… Se siente irresistiblemente atraído hacia el pozo. Cree ver a alguien sentado en la losa que lo cubre. Finalmente abre el pozo cuando está solo en casa, pero la losa de piedra (apoyada sobre el brocal) cae sobre él y lo paraliza. Muere. Horror revelado por su diario. La policía encuentra el cuerpo de su víctima en el pozo.
JOHN BUCHAN
«Green Wildebeest». Sudáfrica; un viejo sacerdote kaffir —ermitaño ciego— habita en una montaña al pie de la cual hay una aldea. Controla todo el agua local, que surge de una extraña fuente (brocal de piedra labrada sugiriendo un desconocido origen anterior a los nativos negros) en una arboleda rodeada por un muro y repleta de animales salvajes, incluyendo un anormal y gigantesco ñu verde. Impactante atmósfera. Los nativos tienen un gran temor al sacerdote y a la arboleda: creen que el recinto alberga alguna tremenda fuerza o entidad. Dos prospectores de cobre hacen alto en la aldea. A uno de ellos —un joven— le indigna el control que el viejo sacerdote ejerce sobre el agua y lo desafía en su guarida; látigo en mano, lo obliga a entrar en el recinto sagrado y allí dispara al insólito ñu verde. El miedo empero se apodera de él (lo que evidencia sangre negra en sus venas) y huye. Después de eso los prospectores son rehuidos por los nativos. El de mayor edad (y sangre 100% blanca) visita al anciano sacerdote y le suplica, pero este insiste en que la profanación ha de ser castigada. Le permite al hombre acceder al recinto sagrado, pero añade: «lo que allí había ya no está, se ha ido a hacer cumplir la ley». El ñu no aparece por ninguna parte. Más tarde el joven sufre una fiebre cerebral, pero logra regresar a su hogar. Le agobia la sensación de haber dejado algo terrible suelto en el mundo. Consagrado a la tarea de encontrar y matar el ñu —o a lo que este representa—, finalmente le dispara a algo. Cree haber acabado con la bestia y hasta imagina ver las huellas del ñu, pero a quien ha matado es a su compañero de viaje. Es ahorcado por asesinato. Posteriormente, el prospector que acompañaba al joven en el primer viaje vuelve a visitar la región del sacerdote ciego, y encuentra que el recinto y la aldea han desaparecido. Un deslizamiento de tierra arrasó cuanto había al pie de la montaña. No queda nadie allí. Pero la conmoción ha abierto un nuevo curso de agua que reemplaza al del extraño manantial o pozo. La explicación definitiva se deja al lector.
«El viento en el pórtico». Extraña región en Shropshire en la que aún persisten, sutilmente, ciertas influencias remotas. El paisaje y la toponimia sugieren un oscuro enigma. Rumores acerca de un caballero que habita una antigua casa frente a una hondonada y un lago. Se dice que practica un extraño culto. Templo clásico añadido a la fachada de la casona; un viento anormalmente cálido es perceptible siempre alrededor del pórtico. Inspira pavor a quien lo contempla iluminado por el sol del ocaso. Nadie desea que la noche lo sorprenda cerca de la casa. Los lugareños no quieren trabajar allí como sirvientes. El caballero inspira tanto miedo como curiosidad.
Al parecer, este caballero es un anticuario especializado en la Britania romana. Ha descubierto el emplazamiento de un antiguo templo —con un altar consagrado a la deidad local Vaunus, cuyo nombre sobrevive en la toponimia local— en un espeso bosque de su propiedad tenido desde siempre por un lugar embrujado. Además del altar, encuentra ciertas esculturas e implementos sacrificiales. El caballero ha construido el templo en la parte frontal de su casa para instalar el antiguo altar; afirma que lo mantiene caldeado. ¿De ahí el viento?
El miedo va apoderándose del caballero conforme pasa el tiempo. Estudia la fórmula de Sidonio Apolinar para convertir en cristiano el altar pagano.
Un invitado del caballero siente un calor antinatural durante una noche de verano, oye soplar el viento en algún lugar a pesar de la quietud de la noche y distingue un raro resplandor proveniente del templo. Pensando que el sistema de calefacción está encendido por error, decide investigar. Descubre un armario con sacos y cofres, extraños y aromáticos (que ha visto entregar subrepticiamente en casa una noche), etiquetados como: «PRO SERVITIO VAUNI».
El mayordomo (muy alterado) lo informa de que la casa no posee sistema de calefacción alguno. El calor, el viento y el resplandor van atenuándose y al cabo desaparecen. Al día siguiente el caballero, que parece enfermo, accede a mostrarle el templo y los alrededores a su invitado…, a plena luz del sol. Según aquel: «hay momentos y estaciones para el templo». Al visitante el templo le resulta vagamente aterrador; diríase de un lugar de reclusión que lo aísla a uno del mundo. Se exhiben allí los relieves hallados en el templo del bosque, que representan a sacerdotes portando ramas (rostros semihumanos desfigurados por un dolor extremo y cabelleras revueltas como por un ventarrón). En un lugar destacado descansa la cabeza de una extraña gorgona macho —antaño policromada— con el pelo y la barba verdes, muy desagradable de ver. El altar —con las palabras APOLL. VAUN. grabadas— tiene marcas de llamas recientes.
Huésped y anfitrión nerviosos y ansiosos por salir de allí. Al visitante le impresiona el ambiente malsano del lugar y le arranca al caballero la promesa de cerrar el templo y mudarse al pueblo.
Esa tarde el anfitrión hace saber que se halla indispuesto en la cama. Por la noche, al huésped lo sobresaltan horribles gritos de dolor. Se oye crepitar un gran fuego y el aullido de un viento furioso, aunque afuera la noche parece tranquila. El visitante huye de la casa y pasa frente al pórtico. El templo brilla con un resplandor incandescente. No hay llamas, solo un fulgor ígneo. Una lengua de fuego brota del altar hacia el techo y allí se extiende. El caballero yace ante el altar…, muerto, completamente carbonizado. La cabeza de la gorgona refulge como un sol en el infierno. El visitante intenta entrar pero las llamas se lo impiden. En eso el fuego irrumpe en la casa a través de una gran puerta de roble. El huésped se sumerge en el lago para protegerse del calor y regresa pasado un tiempo. Demasiado tarde para ayudar. Todo arde, aunque el servicio logra escapar. No se hallan restos del caballero. Nada salvo unos pocos pilares ennegrecidos queda de la casa. Altar y esculturas tan dañados que ningún museo las acepta. El lugar permanece en ruinas hasta hoy.
«Skule Skerry». La antigua Saga del conde Skuli habla de una Isla de las Aves al oeste de Una en Norland, donde se congrega un increíble número de aves. Una sucesión de hombres santos vivió allí antaño, en una celda. La capilla financiada por el conde Rognvald acabó de construirse en la época de Malise, conde de Strathearn. Así lo cuenta Adán de Bremen, que añade: «Insula Avium, quae est ultima insula et proxima Abysso».[41]
Un ornitólogo busca una isla (Skule Skerry) como posible lugar de paso de ciertas aves durante sus migraciones. Al divisarla desde Una le produce una extraña sensación…, como si ocultara algo. Proxima Abysso… Descubre que los habitantes de Una recelan de la misteriosa isla: «Nadie va allí». Mide un cuarto de milla de largo, es llana y tiene una loma cubierta de hierba fuera del alcance de las mareas más altas. Son visibles aún los restos de la celda de los ermitaños. A pesar de las advertencias, el ornitólogo acampa en Skerry con tienda y víveres. El barquero lo lleva a regañadientes y le deja un balde con desechos oleosos para que lo prenda, como un fanal, si desea dejar la isla. Una vez solo repasa las viejas leyendas sobre los finns: criaturas monstruosas de las profundidades del océano, que a veces salen a tierra envueltas en pieles de foca para ensañarse con los mortales. El ornitólogo tiene problemas con los vientos y las tormentas y, al fin, se adueña de él una extraña sensación de soledad: de hallarse en el límite de todo y al borde de un abismo que solo contiene muerte. En medio de un frío intenso, las vagas aprensiones cristalizan en un terror absoluto. El ornitólogo medita sobre el significado de la isla: puesto de avanzada, límite del mundo, pliegues y dobleces en el espacio…, las aves conocen tales cosas. La iglesia primitiva lo sabía y apostó centinelas contra los demonios de la oscuridad: ¿Qué veían esos eremitas a veces? Las leyendas hablan de Black Selkie, el finn que hechiza esta isla.
Presa del pánico, prende la señal luminosa para que vengan de Una a recogerlo. El resplandor de las llamas oleosas le da a su entorno una nueva y horripilante apariencia. Algo —una figura— surge repentinamente del mar y avanza pesadamente sobre la playa, revolcándose, mirando fijamente al ornitólogo. Cabeza oscura y grande como la de un toro; rostro viejo y arrugado; dientes enormes y rotos; barba goteante. El ornitólogo se desmaya y al caer se golpea la cabeza con una roca.
El barquero da con él tres horas más tarde. De vuelta en Una es reanimado. En una semana se recupera de la conmoción. Le cuentan que vieron una morsa en la playa, y él desea que fuese eso lo que vio.
ARTHUR CONAN DOYLE
«El lote 249». Estudiante de lenguas orientales de aspecto descuidado ocupa un cuarto en una antigua torre en Oxford. Ha estado en Egipto, donde los nativos lo tratan con sorprendente deferencia. Habitación llena de curiosidades egipcias. Vengativo y cruel, a veces habla de forma grandilocuente del dominio de vastos poderes para hacer el bien y el mal. Compra una momia egipcia y recita conjuros sobre ella. En dos ocasiones lo hallan con el conocimiento perdido. Los vecinos aseguran oír pasos en su habitación cuando está ausente. Sus enemigos son misteriosamente atacados por algo de aspecto simiesco. Estando el egiptólogo de visita en casa de su vecino de abajo, se oyen pasos en el piso de aquel; el egiptólogo responde que se trata del perro. En otra ocasión, al ir a devolverle un libro al egiptólogo, el vecino ve vacía la caja de la momia, luego siente que algo pasa junto a él y más tarde, estando la puerta abierta, ve la momia en su caja. Este vecino se enemista con el egiptólogo y de noche es perseguido por una figura que identifica, indudablemente, con la de la momia. Oxford es entonces un hervidero de rumores sobre un simio escapado. El vecino se toma la justicia por su mano y, a punta de pistola, obliga al egiptólogo a destruir la momia y un papiro con extrañas fórmulas. El egiptólogo abandona la universidad de inmediato, y lo último que se oye de él es que está en Sudán.
LEONARD CLINE
«La estancia oscura». Un hombre concibe la idea de recuperar cada momento de su vida, creyendo que los registros de la memoria, e incluso de la memoria hereditaria, están grabados de forma indeleble en su cerebro. Recopila información exhaustiva sobre su pasado: mantiene archivos de datos, emplea investigadores para recobrar viejos objetos, y toma fotografías de lugares relacionados con antiguas vivencias. Usa aromas, drogas y música para abrir oscuros canales de memoria y revivir antiguos momentos. Gran parte de estos atisbos del pasado tienen forma de sueños. El elemento de memoria hereditaria acaba imponiéndose. Sueña con remotos tiempos prehumanos, siendo él mismo un reptil del periodo carbonífero. Un hedor primitivo y animal lo acompaña y su perro le coge miedo. Se vuelve ocioso y distraído; parece estar continuamente ensimismado. Lleva al límite el uso de drogas y música para provocar estas impactantes surgencias de la memoria hereditaria. Parece tener algún plan grandioso para arrancarle al infinito profundos y decisivos secretos. Va degenerando hasta caer en un estado de infrahumanidad: apariencia sucia y andrajosa; acaba yendo desnudo. Se dirige al bosque; su perro, aterrorizado, había huido de él anteriormente para refugiarse en unas ruinas cercanas. Aullidos nocturnos bajo las ventanas. Finalmente es hallado entre la espesura, despidiendo un hedor indescriptible y desgarrado hasta la muerte. Junto a él está su perro, también muerto y destrozado. Se han matado el uno al otro.
La historia incluye elementos relativos al siniestro árbol genealógico del hombre. Atmósfera muy potente.