QUÉ DEBO LEER
En general, debe leer lo que más le interese; pero aun dentro de este rango, escoja entre aquello que es reconocido como lo mejor, tanto en narrativa como en ensayo. No ignore las recomendaciones de quienes están en mejor posición para juzgar: maestros, bibliotecarios, críticos, etc. Hoy día las bibliotecas públicas ofrecen una orientación muy útil, basada en los gustos y necesidades de cada lector. Solicite en su biblioteca más cercana información sobre este servicio, llamado «Leer sobre seguro». Ninguna otra época ha sido tan rica como la actual en cuanto a oportunidades para la educación de adultos.
Trate de leer al menos unas pocas obras de cada una de las grandes ramas del pensamiento y la expresión humanos, de modo que pueda formarse una idea general de cuanto se conoce sobre el universo, la materia, el mundo, la vida orgánica, la humanidad, la corriente de la historia y los principales logros de nuestra especie en filosofía, gobernanza, literatura y las diversas artes. No desprecie los compendios y los «resúmenes», pues es preferible que posea solo algunas nociones sobre cuanto lo rodea a que mantenga grandes lagunas en sus conocimientos. No permita que ningún artículo o pasaje en cualquier publicación periódica seria o en el transcurso de su lectura diaria permanezca sin sentido o lo confunda. Considere como un desafío cada tema o referencia que le resulte desconocido, y no lo dé por superado hasta no haber disipado, al menos, las nubes más densas de su ignorancia al respecto. Apóyese constantemente en obras de referencia, o tome notas para futuras consultas si tales libros no están disponibles en ese momento. Aprenda cuáles son las mejores obras de referencia y dónde hallarlas en las principales bibliotecas.
Lea textos ligeros en cualquier momento del día, pero reserve períodos de tiempo razonables —cuando menos posibilidades tenga de ser molestado— para leer obras que requieran de un mayor grado de concentración y comprensión. No insista en leer una vez que la fatiga empiece a ralentizar su capacidad de asimilación; es un desperdicio de tiempo que no trae resultado alguno. Por otro lado, no se alarme ni desanime si no recuerda todo lo que lee; nadie puede mantener todos los hechos e imágenes que han entrado alguna vez en su cabeza. Basta con que permanezca un residuo razonable: suficientes puntos de referencia básicos que le den una idea general de las cosas, hagan inteligibles los fenómenos y las alusiones cotidianos y le permitan acceder a un conocimiento más detallado cuando lo necesite. El valor principal de la lectura es el ejercicio y la disciplina que le imponen a la mente; la forma en que nos enseña a pensar, a interesarnos de forma inteligente por las cosas, a reconocer principios generales presentados bajo diferentes formas, a comparar y relacionar temas y eventos aparentemente disímiles y distantes entre sí, a saber dónde y cómo obtener información, a apreciar y comprender la historia y nuestro entorno, a emplear el juicio y la proporción, a disfrutar del arte y la belleza genuinos, y a transferir nuestro interés de lo trivial y lo insignificante a lo verdaderamente importante.
Emplee su propio criterio para equilibrar los diferentes tipos de lectura. No se sienta obligado a seguir ningún orden lógico, en vez de ello salte a voluntad para abarcar el mayor campo posible; a menos, claro está, que las obras de un determinado período le interesen especialmente y desee profundizar en ellas. Al estudiar las ciencias, sería bueno tener en mente una secuencia aproximada, de modo que las materias generales antecedan a las particulares. Si lo desea, puede seguir el método de las escuelas de mantener líneas paralelas de lectura. Del mismo modo que en ellas se enseña literatura antigua y moderna, ciencia, historia y arte al mismo tiempo, usted puede simultanear la lectura de una novela reciente, una traducción de Virgilio, un compendio de historia, una obra popular sobre astronomía, una antología de poesía y un manual de escultura griega; escogiendo un libro cuando le apetezca el tema, y tal vez otro cuando vuelva a disponer de un cuarto de hora libre. Manténgalos todos juntos en el mismo estante, de modo que cualquiera de ellos resulte una alternativa apetecible. Si por el contrario su mente tiende a la especialización, quizá prefiera dedicarse a un libro —o tipo de libros— sin alternarlo con otros; o tal vez escoja seguir rumbos definidos en literatura, arte, historia o ciencia, manteniendo cada uno de forma ininterrumpida hasta que fije uno nuevo. No es más que una cuestión de gustos y temperamento. Nuestro objetivo, en definitiva, es formarnos una idea amplia y clara de la realidad, tener una visión completa del universo y sentir la continuidad, el drama y los diversos altibajos de la historia humana; pero no debemos tener prisa por alcanzarlo.
No se obligue a «estar al día» de cuanto se publica a fin de mostrar una erudición artificial y esnob. De los éxitos comerciales de cualquier temporada, solo una ínfima fracción —o tal vez ninguna— llegará a tener un valor permanente. Los únicos libros de publicación reciente que necesitamos son los dedicados a las ciencias, a fin de que incluyan los nuevos descubrimientos; quizá también los de historia, donde la moderna interpretación científica de los hechos y la elección de los puntos a enfatizar son, ocasionalmente, de gran importancia. En la literatura general, la mayoría de las obras esenciales pertenecen al pasado; algunas de ellas a un pasado de más de dos mil años. Sin embargo, no hará daño alguno mantenerse al tanto de los títulos y autores recientes siguiendo las secciones literarias de publicaciones periódicas —como las del New York Times, el Harper’s y el Atlantic— ni leer algunos de los volúmenes que los críticos coincidan en recomendar.
Pruebe con lo más destacado en literatura general. En el campo de los clásicos griegos, que forma la base de toda la estructura de nuestra cultura occidental, no debe faltar Homero; y de todas las traducciones, la versión en prosa conformada por la Ilíada y la Odisea de Lang y Leaf es probablemente la más cercana en espíritu a los textos originales. La lectura de estos relatos eternos resulta tan fascinante que no le parecerá una obligación. Otras obras maestras griegas que deben leerse en buenas traducciones son las de los grandes dramaturgos: Prometeo encadenado de Esquilo, Edipo rey y tal vez Antígona de Sófocles, Las Bacantes, Electra, Alcestis y Medea de Eurípides, y algunas comedias satíricas de Aristófanes como Las nubes, Las aves y Las ranas. Las Vidas paralelas de Plutarco —siquiera unas cuantas— y algunos de los diálogos de Platón (Apología, Critón, Fedón y otros de la República, preferiblemente en la traducción de Jowett) también son buenas para redondear nuestras lecturas helénicas. Convendría que la lectura de estas obras coincidiera con el estudio de la vida y las costumbres griegas en el transcurso de nuestras lecturas históricas. El compendio de William Cleaver Wilkinson, A Classic Greek Course in English, constituye una obra ideal al respecto.
En cuanto a la literatura latina, empiece con Virgilio en la inspirada traducción de Dryden; o tal vez en alguna buena versión en prosa, que probablemente se halle más cerca del espíritu del poeta. No es necesario leer todo Virgilio, pero la navegación a través de la Eneida, las Geórgicas y las Églogas lo recompensará con numerosos pasajes que cautivan la imaginación y permanecen en la memoria. Lea también a Horacio, supremo maestro del verso ligero y lúdico comentarista de la naturaleza humana, del que provienen muchos de nuestros dichos proverbiales (como el «dorado término medio» o «también a veces cabecea el buen Homero»). La traducción en prosa publicada por Macmillan es probablemente la más recomendable. Algunos de los mejores discursos de Cicerón —especialmente aquellos tan atronadores contra el traidor Catilina— demuestran, además, su intemporalidad en esta época de turbulencias sociales y políticas. Tampoco deberían excluirse los Comentarios sobre la guerra de las Galias de Julio César, en los que narra su campaña de conquista con una prosa de exquisita pureza y simplicidad. Las Fábulas de Esopo —la célebre colección de cuentos populares que conocemos por la versión latina de Fedro— y algunas de las meditaciones filosóficas de Marco Aurelio (escritas en griego por un emperador romano con una buena cantidad de sangre gala) constituyen un excelente colofón a nuestras lecturas clásicas. Resulta agradable leer los clásicos latinos mientras se estudia la historia de la antigua Roma; y para hacerlo doblemente vívido pueden intercalarse algunas novelas modernas sobre la vida romana, tales como Unwilling Vestal y la fascinante Andivius Hedulio de Edward Lucas White, A Friend of Caesar de William Stearns Davis o los volúmenes gemelos de Robert Graves Yo, Claudio y Claudio, el dios. El curso preparatorio de latín de William Cleaver Wilkinson ofrece un excelente atajo hacia la literatura romana. Un buen manual de mitología, preferiblemente La era de la fábula de Bulfinch, nos ayudará a entender el mundo antiguo. El acceso a un libro de referencia como el Diccionario de literatura y antigüedad clásica de Harper nos resultará asimismo útil.
Una tercera corriente de literatura antigua que ha influido profundamente en nuestra cultura es la incluida en la Biblia judeocristiana, conocida principalmente por nosotros en la versión del rey Jacobo. El clásico Libro de Job, con su influencia helénica, ha de leerse como un drama, en tanto que los Salmos y el Cantar de los Cantares son pura poesía. Otras partes deben leerse por su interés dramático, histórico y literario; entre ellas el drama del Génesis, la música profética de Isaías y la sencilla tragedia y la ética idílica de Marcos y Juan. Pero para un conocimiento amplio del trasfondo de la Escritura es aconsejable recurrir a un manual interpretativo como la Historia de la Biblia de Hendrik Willem van Loon.
La literatura medieval comprende ejemplos de muy diferente origen y naturaleza, si incluimos —como deberíamos— tanto autores europeos como orientales. Habría de leerse una buena cantidad del Dante —principalmente «el Infierno»— en la traducción en verso blanco de Cary, disfrutando de su suprema grandeza y belleza y de sus toques de realismo humano. Los viajes de Marco Polo es un absorbente relato preñado de aventura que, además, arroja luz sobre la mentalidad medieval. La muerte de Arturo de Malory y las Crónicasde Froissart presentan una fase más septentrional y romántica del medievalismo, pero pueden leerse en versiones resumidas como el libro de Bulfinch sobre el ciclo artúrico y el de Singleton sobre la obra de Froissart. Ciertas novelas modernas recrean hábilmente el espíritu de este período, principalmente Ivanhoe y El talismán de Scott, y La compañía blanca y Sir Nigel del difunto sir A. Conan Doyle. Nuestra propia corriente ancestral durante la Edad Media está vívidamente representada por la epopeya anglosajona Beowulf: una historia de héroes y monstruos que es mejor leer en la versión de Clarence Griffin Child. Los cuentos de Canterbury de Chaucer deben leerse en una edición en inglés antiguo, ligeramente modernizado en aras de la claridad; así leídos, no es posible hallar relatos más estimulantes y fascinantes en nuestras letras. Otro original pedacito de medievalismo —lleno de maravillas ingenuas y grotescas— es el pintoresco Libro de las maravillas del mundo o Viajes de Juan de Mandeville. Respecto a la literatura oriental, no es preciso que nos pidan que leamos Las mil y una noches ni la traducción de Fitzgerald del Rubaiyat de Omar. La lectura de estos clásicos medievales tendrá un interés adicional si la simultaneamos con la de libros sobre la historia y las costumbres del período.
Llegados al Renacimiento (una fase de progreso que, según los lugares, surgió en diferentes fechas) encontramos las historias cortas de Boccaccio, un clásico fundamental que influenció a numerosos escritores y que ha de leerse a todo trance. Otro clásico que epitoma el turbulento espíritu renacentista es la autobiografía de Benvenuto Cellini. Fragmentos seleccionados de la extravagante y pungente Gargantúa y Pantagruel de Rabelais son oportunos, como lo son extensas porciones del inmortal Don Quijote de Cervantes y un buen número de ensayos de Montaigne. Dentro de nuestra propia tradición literaria sobresale, por encima de todos, William Shakespeare. Dedíquele periodos de lectura de no menos de quince minutos diarios. En tanto que otros libros alimentan diferentes partes de la mente, los de Shakespeare nutren el cerebro entero. Una buena medida de su importancia e influencia en nuestra civilización es que gran parte de nuestras frases conversacionales procede de su obra. Una excelente introducción a la lectura de Shakespeare es Cuentos de Shakespeare de Charles y Mary Lamb. Si Shakespeare nos deleita especialmente, podemos probar con otros dramaturgos isabelinos como Marlowe, Ben Jonson, Webster y Beaumont y Fletcher. De Shakespeare a Bacon —a quien ciertos fanáticos atribuyen infundadamente las obras del bardo de Avon— solo hay un paso; deberían leerse algunos de sus enormemente concienzudos ensayos, aunque su profundo Novum Organum —una de las principales obras filosóficas de todos los tiempos— puede dejarse a especialistas. Que Bacon fuese declarado culpable de soborno prueba, tristemente, que un intelecto no respaldado por el gusto ético no garantiza un elevado carácter. No se pierda el fantástico poema alegórico de Spenser La reina de las hadas, ni los poemas líricos de Ben Jonson, Suckling y Herrick. Mientras sigue este itinerario, podría ser agradable leer algunas obras modernas como El Renacimiento de Walter Pater.
La última parte del siglo XVII, poseyendo un carácter —o caracteres— diferente, tiende un puente sobre el abismo hacia la modernidad. Aquí domina Milton; lea completo El paraíso perdido por la inolvidable e inimitable grandiosidad de sus conceptos, imágenes y lenguaje, y deléitese en la obsesionante meditación de Lycidas, la fuerza de los sonetos y la rara y etérea felicidad de Comus, «Il Penseroso» y «L’Allegro». Debería abordarse algún fragmento de El progreso del peregrino de Bunyan, así como la mejor poesía de Dryden. Una o dos comedias representativas de la Restauración —tales como Plain-dealer de Wykerley, Wild Gallant de Dryden, Relapse de Vanbrugh, Beaux ‘Stratagem de Farquhar o Amor por amor de Congreve— serían una admirable guinda para este período, y no creo que una generación educada con James Joyce y Ben Hecht encuentre el bocado excesivamente intenso. Para disfrutar de la ingenua y serena belleza rural debe leerse, al menos en parte, El perfecto pescador de caña de Walton, en tanto que no se lamentará la lectura de algunos dísticos del mordaz Hudibras de Samuel Butler. Ciertos fragmentos del diario de Samuel Pepys, así como el pintoresco El enterramiento en urnas de sir Thomas Browne son de obligada lectura. La gran luminaria continental de este período es Molière, algunas de cuyas obras (como Tartufo, El burgués gentilhombre, El misántropo o Las preciosas ridículas) proporcionan un delicioso placer traducidas al inglés. Contemporáneos suyos son los dramaturgos Corneille y Racine, y el cultivador del epigrama La Rochefoucauld, cuyas agudas y cínicas máximas han de leerse traducidas.
Al amanecer el brillante siglo XVIII, la producción literaria es tan abundante que hemos de elegir entre un vasto número de obras. La novela empieza a tomar forma y no debemos perdernos Robinson Crusoe de Defoe, Los viajes de Gulliver de Swift, Tom Jones de Fielding, Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy de Sterne, La expedición de Humphry Clinker de Smollett y El vicario de Wakefield de Goldsmith. El surgimiento del ensayo puede entenderse mejor a través de una selección de artículos del Spectator de Addison y Steele (preferiblemente los que tratan sobre sir Roger de Coverley), en los cuales la prosa inglesa alcanza su culmen en gracia y fuerza. La curiosa frescura, ingenio y vitalidad de estos comentarios ligeros sobre la vida contemporánea nos recuerdan a populares columnistas de la actualidad como Franklin P. Adams, Richard H. Little, Christopher Morley, Don Marquis y el fallecido Bert L. Taylor. El drama brilla con las chispeantes comedias de Sheridan, de las cuales deben leerse Los rivales y La escuela del escándalo. En poesía disfrutaremos de los sonoros versos de Pope, la belleza pastoral de Las estaciones del año de Thomson, la felicidad de «La aldea abandonada» de Goldsmith, la inmortal Elegía de Gray, los tranquilos pasajes de Cowper, el hogareño lirismo de Robert Burns y el profético misticismo de William Blake. La animada y absorbente Vida de Samuel Johnson de Boswell no necesita ninguna recomendación. La Autobiografía de Benjamin Franklin saca América a escena. A los grandes historiadores Hume y Gibbon solo es preciso leerlos en antologías. De la oratoria política de la época, los discursos de Burke ofrecen el mejor ejemplo. En Alemania vemos el ascenso de Goethe y Schiller, en quienes debemos fijar nuestra atención. El Fausto de Goethe pone ya el pie en el siglo diecinueve. En Francia se percibe la pujanza de las visionarias fuerzas intelectuales que precedieron a la Revolución. El contrato social y las Confesiones de Rousseau, así como gran parte de Voltaire, tal vez puedan ignorarse si no se dispone de mucho tiempo; pero Cándido, de Voltaire, con su ridiculización de la vacía filosofía del optimismo, es demasiado bueno para perdérselo, y en su Zadig hallamos un temprano ejemplo del tipo de razonamiento deductivo que más tarde se convertiría en el abecé del escritor de novela policíaca.
En el cambio del siglo XVIII al XIX, vemos la culminación de ese «renacimiento romántico» que se deleita en las emociones individuales extravagantes y busca inspiración en la Edad Media gótica. Los poetas de importancia son ahora numerosos. Sería imperdonable perdernos al soñoliento Coleridge, al plácidamente panteísta Wordsworth, al marcial y grave Scott, al misántropo y fogoso Byron, al etéreo Shelley y al ebrio de belleza Keats. Aquí asistimos al mayor florecimiento poético desde la época isabelina. En el campo de la ensayística disfrutaremos con la obra de Charles Lamb y de nuestro agraciado compatriota Washington Irving. Sir Walter Scott, además de sus poemas, nos ofrece las novelas de Waverley, de las que puede disfrutar de unas pocas a modo de muestra. Las novelas de Jane Austen poseen un plácido y peculiar encanto satírico, y constituyen una buena aproximación al realismo superficial; lea al menos Orgullo y prejuicio. De Thackeray, que buscó retratar y satirizar a la sociedad inglesa, lea La feria de las vanidades, Los recién llegados y esa maravillosa recreación del siglo dieciocho que es Henry Esmond. La titánica Cumbres borrascosas de Emily Brontë es una obra de genio, y tampoco debe pasar por alto la novela de su hermana Charlotte, Jane Eyre. Los ensayos escogidos del historiador Macaulay deben ser estudiados y emulados por la fuerza y claridad de su estilo. Igualmente contundente, aunque con un estilo artificial y voluble que anticipa el de la moderna revista Time, tenemos a Thomas Carlyle, cuyas obras Historia de la Revolución Francesa y El sastre remendado bien podrían figurar en una lista de lecturas «obligatorias». Volviendo la vista a casa, debemos leer todos los cuentos y poemas de Poe, así como su ensayo La filosofía de la composición, en el que pretende explicar cómo escribió «El cuervo».
Esto nos lleva al período inicial de muchos de los titanes de mediados y finales del siglo XIX. De las novelas escritas por Dickens han de leerse varias, incluyendo David Copperfield, mientras que en los poemas escogidos de Tennyson, la señora Browning, Longfellow, Bryant, Lanier, Lowell, Holmes, Whittier, Emerson, Matthew Arnold, Walt Whitman y Swinburne se hallarán ricas recompensas. La obra de Hawthorne debería leerse sin tasa, y de Herman Melville, Moby-Dick merece el esfuerzo. Los ensayos escogidos de Emerson son indispensables, como lo son Walden y Cape Cod de su paisano de Concord, Thoreau. Los ensayos escogidos de Lowell son tan brillantes como sus poemas, en tanto que The Autocrat of the Breakfast-Table de Holmes y sus sucesoras proporcionan un continuo deleite. El destino de la carne de Samuel Butler es, probablemente, la mayor exhibición de sentimentalismo doméstico de toda la historia de la literatura. Incluya Alicia en el país de las maravillas como ejemplo de humor extravagante. Bien avanzado el siglo XIX nos encontramos con Mark Twain, autor de obras sumamente provechosas, y George Meredith, un novelista psicológico cuyas novelas El egoísta y Diana of the Crossways han resistido bien el paso del tiempo. Luego viene el poderoso y trágico Thomas Hardy, un producto de la tierra que debería ser juzgado por obras maestras tan sólidas como Bajo el árbol del bosque y El regreso del nativo, o por sus poemas, antes que por su sentimental y melodramática Tess, la de los d’Urberville o Jude el oscuro. Oscar Wilde está bien representado por la inimitable comedia ligera La importancia de llamarse Ernesto, la tragedia Salomé, los deliciosos cuentos de hadas y la conmovedora Balada de la cárcel de Reading. Otro escritor del movimiento estético de finales del siglo XIX es Walter Pater, autor de Mario el epicúreo: un delicado estudio de la psicología de la Roma de Marco Aurelio. Con los años noventa llega el difunto Rudyard Kipling, cuya obra narrativa y poética es aún capaz de producirnos un gran placer. El novelista Henry James, con su estilo complejo y amanerado, se extiende hasta el siglo XX; lea sus obras Daisy Miller y El americano.
Los grandes autores extranjeros del siglo XIX comienzan con Goethe y su Fausto; la traducción de Bayard Taylor es excelente. Otros importantes productos alemanes son los ensayos de Schopenhauer, los tratados filosóficos de Nietzsche y la poesía glamorosa de Heinrich Heine. Volviendo a Francia, la magnífica Comedia humana de Balzac debería leerse —poco a poco— entera, pues es quizá el retrato más vivo y fiel de la humanidad jamás pintado. Comience con La piel de zapa y Papá Goriot, y verá que Grandeza y decadencia de César Birotteau, perfumista y Eugenia Grandet son obras tempranas. Dumas no es tan importante, pero Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo resultan agradables. Asegúrese de leer al menos algunas traducciones del exquisito estilista Théophile Gautier, y no se pierda Salambó (una conmovedora historia de la antigua Cartago), La tentación de San Antonio (con su rica prosa poética) y Madame Bovary (temprano realismo psicológico) de su alumno Flaubert. De Maupassant, alumno de Flaubert, lea cuanto pueda, pues sus historias son modelos clásicos de penetración psicológica, inteligente objetividad y tratamiento eficaz. Los miserables, Los trabajadores del mar y Nuestra Señora de París, de Victor Hugo, son asimismo estimulantes e inolvidables. Rojo y negro de Stendhal es un curioso anticipo del modernismo, mientras que Emile Zola (La taberna, etc.) es el padre del realismo moderno. En la poesía francesa, el gigante supremo es Charles Baudelaire, ese oscuro genio cuya obra es preferible disfrutar en la excelente traducción de la Modern Library. Mallarmé, Verlaine y Rimbaud también poseen un encanto peculiar.
En la literatura escandinava del siglo XIX, las obras de Ibsen no tienen rival. Comience con Casa de muñecas, Espectros, La casa de Rosmer o Brand y lea todas las que desee, sin olvidar la curiosa Peer Gynt. Strindberg es otro dramaturgo poderoso.
La literatura rusa del siglo XIX incluye algunas de las obras de ficción más conmovedoras jamás escritas, aunque a veces se nos antoja extraña y remota debido a su estrecha vinculación con las sutilezas del temperamento eslavo. Ignore los ocasionales toques que tan empalagosos, histéricos e hipersutiles suenan a los oídos occidentales, y trate de apreciar su poder psicológico y las despiadadamente emotivas descripciones. Tierra virgen y Padres e hijos de Turguénev poseen un gran encanto a pesar de su excesivo colorido y sus contrastes artificiales. Las narraciones cortas de Chéjov son vigorosas, mientras que las novelas Guerra y paz, Anna Karénina, La sonata a Kreutzer y otras de Tolstói profundizan en las emociones humanas. El más grande de todos los rusos, sin embargo, es Dostoyevski, con sus sombrías y tensas Crimen y castigo, El idiota, Los demonios y Los hermanos Karamázov. Nadie salvo Shakespeare puede superarlo impulsando la imaginación y la emoción.
Adentrándonos en el presente siglo, nos enfrentamos a una avalancha de obras y autores cuyos méritos relativos aún no han sido determinados, y entre las cuales nos limitaremos a hacer elecciones tentativas. Las letras inglesas nos brindan la magnífica La saga de los Forsyte de Galsworthy, las novelas marítimas de Conrad (lea Lord Jim y otras), Cuento de viejas de Arnold Bennett, las novelas mórbidamente sentimentales de D. H. Lawrence (Mujeres enamoradas, Hijos y amantes, etc.), Servidumbre humana de W. Somerset Maugham, las graves novelas y tratados de H. G. Wells, los desencantados y proféticos análisis de Aldous Huxley (lea Un mundo feliz y Ciego en Gaza), Casuals of the Sea de William McFee, las brillantes obras satíricas de George Bernard Shaw, las biografías de Lytton Strachey y la poesía vitalista de John Masefield, A. E. Housman, Rupert Brooke, Walter de la Mare, Robert Bridges y T. S. Eliot. Irlanda brilla con el esplendor de dos renacimientos sucesivos; el primero nos da a W. B. Yeats, tal vez el más grande poeta vivo, al dramaturgo Synge (Jinetes hacia el mar, El galán de Occidente) y al preeminente cultivador de la fantasía Lord Dunsany (Cuentos de un soñador, De dioses y hombres); y el último a realistas intensos como James Joyce (Ulises es importante pero dificultosa), a Sean O’Casey y a Sean O’Faolain. En Estados Unidos, Frank Norris (McTeague, El pozo) y Theodore Dreiser (Nuestra hermana Carrie, El Titán, Una tragedia americana) inician una notable línea de novelistas que incluye a Edith Wharton (Ethan Frome), Willa Cather (La muerte llama al arzobispo), Sinclair Lewis (El doctor Arrowsmith, Dodsworth, etc.), James Branch Cabell (The Cream of the Jest, etc.), Ben Hecht (Erik Dorn, el primer estudio de largo alcance sobre el carácter moderno), Ernest Hemingway (Adiós a las armas), William Faulkner (Santuario) y Thomas Wolfe (El ángel que nos mira). En poesía tenemos a Robert Frost, Edgar Lee Masters, Carl Sandburg, Edna St. Vincent Millay y Archibald MacLeish. Todos estos autores merecen ser explorados.
La Francia moderna cuenta con el ensayista filosófico Rémy de Gourmont (lea Una noche en Luxemburgo), fino analista de docenas de actitudes del siglo XIX; el incomparable satírico clásico Anatole France, cuya La isla de los pingüinos purga y deleita el alma; y los monumentales novelistas Marcel Proust (lea Por el camino de Swann y En busca del tiempo perdido), Romain Rolland (Jean-Christophees la novela filosófica más importante de los tiempos modernos) y Jules Romains (Les Hommes de Bonne Volonté).
Alemania ha enviado al exilio a su gran novelista moderno, Thomas Mann, cuyas obras Los Buddenbrook y La montaña mágica son verdaderos hitos. Otros importantes autores alemanes son el dramaturgo Gerhart Hauptmann (La campana sumergida) y el novelista Hermann Sudermann (El cantar de los cantares, La mujer gris).
El español Vicente Blasco Ibáñez (La catedral), el italiano Gabriele D’Annunzio (El fuego), la sueca Selma Lagerlöf (La saga de Gösta Berling) y la noruega Sigrid Undset (Cristina hija de Lavrans, un importante estudio de la vida medieval) parecen tener asegurado un lugar permanente en la historia de la literatura, mientras que Leonid Andréiev (La risa roja, Los siete ahorcados), Artsibáshev (Sanin) y Gorki (Tomás Gordéiev, Los bajos fondos, Chelkash) mantienen viva y vigorosa la tradición rusa de la profunda perspicacia psicológica y el realismo salvaje e implacable.
Pero esta es una mera lista de sugerencias; en la que, dicho sea de paso, se ha omitido deliberadamente el material experimental más ultramoderno, especialmente en el campo del verso. No está obligado a leer ni la mitad —ni aun la cuarta o décima parte— de estas obras. Muy pocos profesores de literatura han leído siquiera veinte o una docena de los títulos mencionados…, por no hablar de los que no lo han sido. Imagínese esta lista como un rico festín en el que puede escoger y gustar. Tampoco debe privarse de leer cualquier cantidad de material razonablemente bueno aunque de un nivel artístico inferior. Las caprichosas bagatelas de J. M. Barrie, las tensiones sociológicas de Upton Sinclair, las elucubraciones históricas y fantásticas de Bulwer-Lytton, los perfumados sicofantes de Maeterlinck, los amaneramientos corteses de George Moore, los poemas y cuentos de William Morris, los romances sobrenaturales de la Sra. Radcliffe, M. G. Lewis, C. R. Maturin, Arthur Machen, Algernon Blackwood, M. P. Shiel, M. R. James y Walter de la Mare, las fantasías científicas de Julio Verne, H. G. Wells, S. Fowler Wright y W. Olaf Stapledon, las ficciones victorianas de George Eliot, el lejano oeste de Bret Harte y miles de otras obras correctamente escritas aguardan al inquieto navegante. Lo único importante es mantenerse alejado de la literatura barata «de quiosco» y de la dudosa calidad de los best sellers populares. Las historias detectivescas de la mejor clase están lejos de ser despreciables; las de A. Conan Doyle, G. K. Chesterton, S. S. van Dine y otros, que son algo así como los clásicos de este género. No se sienta constreñido: siga sus propias inclinaciones.
Consuma su literatura en dosis moderadas, y no insista con la poesía si nota que al principio se le resiste. Hay veces en que el gusto por el verso se desarrolla más rápidamente recorriendo antologías —como la Golden Treasury de Palgrave o el Oxford Book of English Verse— que enfrentándose a volúmenes dedicados a un determinado bardo. Si se siente con ganas de escribir un poco, hágase con los mejores manuales; los de Kellogg y W. F. Webster son excelentes, pero busque otros en su biblioteca o en librerías. Y para el aprendiz de poeta, no hay nada mejor que A Study of Versification de Brander Matthews y Handbook of Poetics. Ármese de buenos diccionarios (Webster, Standard, Oxford); del tesauro de Roget, del Familiar Quotations de Bartlett, del diccionario de rimas de Walker, del de frases y fábulas de Brewer y del de sinónimos de Crabb; de una buena enciclopedia (Britannica, Chambers, Nelson); de un atlas moderno, del diccionario de literatura clásica de Harper y de tantas obras de referencia como estime conveniente. Si no le es posible tenerlas en casa, consúltelas en la biblioteca cuando sea necesario.
Al estudiar la literatura en su conjunto, recurra a algunos de los muchos y excelentes libros sobre el tema, que relacionan autores y períodos de una forma dramática e ilustrativa o reflejan la psicología de las distintas épocas. Obtenga en su biblioteca libros como los siguientes, y busque otros similares en los estantes y catálogos: Macy: Story of the World’s Literature; Quackenbos: Ancient Literature, Oriental and Classical; Jebb: Primer of Greek Literature; Miller y Kuhns: Studies in the Poetry of Italy; Beers: Chaucer to Tennyson; Shaw: Complete Manual of English Literature; Backus y Brown: The Great English Writers; Baldwin: Mediaeval Rhetoric and Poetic; Whipple: Literature of the Age of Elizabeth; Clark: The Seventeenth Century; Minto: Literature of the Georgian Era; Stedman: Victorian Poets; Stedman: Poets of America; Payne: History of American Literature; Trent y Wells: Pioneer, Colonial, and Revolutionary (Am.) Literature (3 vols.); Wilkinson: Classic French Course in English; Wilkinson: Classic German Course in English.
Finalmente, los textos de crítica literaria lo ayudarán a perfeccionar el gusto y el criterio personales. Prejudices de H. L. Mencken, El movimiento simbolista en la literatura de Arthur Symons, Cultura y anarquía de Matthew Arnold, Literary Taste: How to Form It de Bennett, Development of the English Novel de Cross, Quest for Literature de Shipley, Forms of Poetry de Untermeyer, Contemporary Poetry de Wilkinson, Romantic Revolution in America de Parrington, Chief American Prose Writers de Foerster, los diferentes volúmenes de W. C. Brownell, My Study Windows de Lowell y otras obras similares pueden hallarse en la biblioteca. Una excelente enciclopedia que cubre este campo es la Library of Literary Criticism de Moulton.
Los devotos del teatro hallarán numerosos volúmenes adecuados para ellos. Prácticamente todas las obras actuales importantes están publicadas en forma de libro; asimismo, hay excelentes tratados históricos disponibles: The American Drama (1934-7) de Quinn, The British Drama (1933) de Nicoll, Contemporary Drama in England (1933) de Dickinson y los volúmenes de Smith: Philosophic Drama, Romantic Drama y Social Comedy (1928). Colecciones de obras teatrales recientes son Best Plays (1919 hasta la fecha) de Mantle, Contemporary Drama Series de Watson y Pressey, American, English and Irish, and European Plays (1931-32) de Scribner y Modern American Plays (1920) de George Pierce Baker.
Otro aspecto que merece atención es el lenguaje en sí mismo: el estudio del vocabulario y la gramática ingleses. Lea el clásico de Trench, On the Study of Words, y continúe con obras más modernas como Historia de la lengua inglesa de Lounsbury, English Languagede L. P. Smith, American Language de Mencken e History in English Words de Barfield. Por supuesto, es aconsejable leer tantas obras sobre retórica y uso del inglés como tiempo disponga para asimilarlas, pues todas ellas están trufadas de preceptos y consejos útiles que pueden resultar nuevos para cualquier lector.
Pero, naturalmente, hay mucho aún por leer fuera del campo de la literatura. La historia, la ciencia y el arte reclaman especial atención. Respecto a la primera, debemos ser necesariamente superficiales y unilaterales. Basta con tener un conocimiento general de la historia de todos los pueblos y épocas, para profundizar luego en la corriente principal —Grecia, Roma, Francia, Inglaterra y América— que más directamente nos afecta. A medida que nos acerquemos al presente, veremos aumentar nuestra necesidad de detalles.
Para la historia general, lea la última edición del espléndido y lúcido Esquema de la historia universal de Wells. Cubra Grecia y Roma con la Historia antigua de West o Myers, complementando este estudio superficial con libros como La antigüedad griega de Mahaffy, Antigüedades romanas de Wilkins, Roman Life in Pliny’s Time de Pellison y Heritage of Greece y Legacy of Rome de Osborn. Para una exposición más profunda, lea Historia de Grecia de William Smith, Historia de Roma de Liddell e Historia de la decadencia y caída del Imperio romano de Gibbon; para una más elemental pruebe con A Brief History of Ancient Peoples de Barnes. Avanzando en la historia, la Mediaeval and Modern History de Myers es excelente, aunque la Brief History of Mediaeval and Modern Peoples de Barnes es más breve y sencilla; compleméntelas con algo como La Edad Media de Osborn. La Breve historia de Francia de Barnes, la Student’s History of France de Harpers y la más reciente Historia de Francia de Bainville son bastante útiles; la primera de ellas es la más accesible. En esta época de convulsiones mundiales, pueden programarse lecturas especiales sobre la historia de las regiones afectadas (España[39], Rusia, Alemania, etc.). Las crónicas de ciertos eventos históricos, tales como la Gran Guerra o la Revolución Rusa, son igualmente valiosas. Para Inglaterra, un buen libro de texto es English History de Montgomery; la Historia de Inglaterra de Larned también es excelente. Pero nuestra Madre Patria merece un estudio más profundo, por lo que uno debería embarcarse en la amplia Historia del pueblo inglés de J. R. Green. Las novelas históricas —de las que existe una gran cantidad— y los libros de costumbres y folclore inglesas pintan vívidamente la tierra ancestral ante nuestros ojos; una buena muestra de estas obras puede hallarse en cualquier biblioteca. Para la historia estadounidense, comience con un libro de texto como el de Montgomery o el de Muzzey. Pase a un libro científico e imparcial como La épica de Américade James Truslow Adams. Continúe con obras más detalladas sobre los diferentes períodos históricos —como los de la serie Chronicles of America— y concluya con los volúmenes sobre el folclore, las tradiciones, las antigüedades y las tendencias sociales de los Estados Unidos. Pruebe con Our First Century y Life in the Eighteenth Century de George Cary Eggleston, Men and Times of the Revolution de Watson, Men and Manners in America a Hundred Years Ago de Scudder, Myths and Legends of our Own Land de Skinner, Nooks and Corners of the New England Coast de Drake, Architecture of Colonial America de Eberlein, Early American Craftsmen de Dyer y obras por el estilo. Profundice aún más en la historia, el folclore y las antigüedades de su propio estado y región. Y no descarte la célebre El significado de la frontera en la historia americana (1921) de Turner. Finalmente, dedique a las regiones vecinas de Canadá y América Latina al menos un estudio superficial. Obras específicas sobre guerras y crisis históricas a menudo son importantes, y deben vigilarse las críticas para encontrar nuevos textos al respecto. Hoy día podemos leer acerca de la Revolución, la Guerra de Secesión y otras cuestiones debatibles con infinitamente menos prejuicios e inexactitudes de lo que fue posible hace una generación o más. Lea Colonial Background of the American Revolution (1924) de Andrews, Causes of the War for Independence (1922) de Van Tyne y Rise of American Civilization (1927) de Beard, Economic interpretation of the Constitution (1913) y Economic Origins of Jeffersonian Democracy. Antes de concluir nuestro estudio de este campo, debemos recordar que contamos con magníficas novelas históricas como La gran pradera de Elizabeth Madox Roberts.
La biografía es una forma de acercarse a la historia especialmente fascinante para muchos. Lea las Vidas paralelas de Plutarco, y de 12 a 20 biografías originales y representativas de figuras mundiales como Sócrates, Alejandro, Aristóteles, César, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Voltaire y Napoleón. Asegúrese de incluir La vida de Samuel Johnson de Boswell —la mejor de todas—. Explore las obras de Lytton Strachey, André Maurois, Emil Ludwig y Stefan Zweig. Busque otras vidas eminentes en una enciclopedia de primera clase, y no se olvide de las grandes autobiografías —factuales o espirituales— como La educación de Henry Adams.
Lea uno o dos libros sobre arqueología como Magic spades de Magoffin, Desenterrando el pasado (1933) de Woolley o Progress of Archeology (1934) de Casson. Y no descuide la mitología y el folclore. Le fascinarán La era de la fábula de Bulfinch y otras de sus obras sobre mitología no clásica, todas incluidas en un volumen de la Modern Library. Lea Mitos y creadores de mitos de John Fiske, Curiosos mitos de la Edad Media de Baring-Gould, los cuentos de hadas de los Grimm, Cartas sobre demonología y brujería de sir Walter Scott y los curiosos libros del reverendo Montague Summers sobre las más oscuras supersticiones. Para conocer el estremecedor trasfondo del culto brujesco, lea El culto de la brujería en Europa occidental de la profesora Margaret A. Murray. Un compendio de La rama dorada de Frazer es útil como repertorio de extrañas creencias populares, aunque esto ya invade el terreno de la antropología científica.
Diríjase ahora hacia las ciencias más importantes, en cuyos dominios recurriremos, dado el rápido avance del conocimiento, a las autoridades más recientes. Puede hallarse un buen estudio general en los cuatro volúmenes de The Outline of Science (1922) de J. Arthur Thomson, a pesar de algunos puntos débiles y otros ahora obsoletos. Otro estudio apropiado en esta etapa es el de las matemáticas —los principios básicos de la cantidad y la forma—, pero como profanos podemos omitirlo o restringirlo a una revisión del álgebra elemental y la geometría plana (que constituye una especie de gimnasia para el razonamiento puro). El Algebra Self-Taught de Higgs y el Text-Book of Geometry de Wentworth forman un excelente tándem. Al considerar las ciencias individuales, primero debemos estudiar las más inclusivas y generales. La astronomía, naturalmente, posee el mayor alcance, y los recientes descubrimientos lo han ampliado hasta cifras vertiginosas e inconcebibles. Deberíamos tener los últimos libros para cuanto se refiere a las dimensiones y naturaleza del universo, aunque los tratados más antiguos nos servirán para todo lo relativo a nuestro sistema solar y la observación del cielo. Para conocer los rudimentos lea Highlights of Astronomy (1936) de Bartky, Stars and Telescopes (1936) de Stokley, Consider the Heavens (1935) de Moulton, Astronomy (1933) de Baker y Astronomy (1935) de Duncan. Algunos de los aspectos más impactantes del universo se insinúan en La naturaleza del mundo físico (1928) de Eddington, Universe Around Us (1933) y A través del espacio y el tiempo (1934) de Jeans. A los interesados en los aspectos más tradicionales de esta ciencia —el estudio de las constelaciones, la observación celeste de baja potencia, etc.— les recomiendo Astronomy with the Naked Eye, Astronomy with an Opera Glass y Pleasures of the Telescope de Serviss. Un excelente y completo recurso es la Astronomia Popular de Newcomb. El mejor atlas estelar actual es el de Upton, pero puede obtenerse un conocimiento práctico de las constelaciones más rápidamente usando un pequeño planisferio giratorio, como el que se vende en el nuevo Planetario Hayden de Nueva York.
La física —la ciencia de la materia, su naturaleza y sus propiedades— es otra disciplina de la que, aun precisando de los últimos datos para sus teorías de vanguardia sobre ondas, electrones, neutrones y cuantos, disponemos de excelentes obras más antiguas que cubren sus aspectos rudimentarios. Comience con un libro de texto como la física de primer curso de Brownell (1930) o los manuales de Higgins, Sears o Avery. Incluso el antediluviano Fourteen Weeks in Physics de Steele y el prehistórico tratado de Ganot son adecuados para que el estudiante aprenda los principios de la mecánica, la óptica, la acústica, etc. Bien pronto, sin embargo, superaremos tales reliquias y requeriremos cosas como la Arquitectura del Universo (1934) de Swann, Las nuevas concepciones de la materia (1934) de Darwin, New Background of Science (1933) de Jeans, Átomo y Cosmos (1932) de Reichenbech, World in modern science (1934) de Infeld…, trabajos ya prácticamente superados por nuevos datos y descubrimientos. ¡Mas se acabó la confortable erudición contemplativa de antaño! Los aspectos creativos e industriales de la física moderna: la radio, la televisión, la célula fotoeléctrica, etc. pertenecen más a la tecnología que a la ciencia pura.
La química apenas puede separarse de la física en sus fronteras más expansivas, pero su ámbito menos sofisticado permanece diferenciado como la ciencia de la combinación atómica. Aquí, una vez más, necesitamos obras recientes para cubrir esa franja sofisticada, mientras que las antiguas nos servirán para conocer los rudimentos. A modo de sólida introducción elemental, lea Fourteen Weeks in Chemistry de Steele, la química de primer curso de Hessler (1931) o la química elemental de Godfrey. Buenas obras estándar son las de química orgánica e inorgánica de Remsen. Los principiantes que adquieran material de laboratorio para realizar experimentos reales apreciarán el Young Chemist de Appleton, el Easy Experiments of Organic Chemistry y (si se adentran en campos más avanzados) el Qualitative and Quantitative Analysis. Aspectos más modernos y especializados se presentan en Romance of Chemistry (1927) de Foster, Creative Chemistry de Smasson, Spirit of Chemistry (1934) de Findlay, Chemistry in Industry de Howe y Chemistry in Medicine de Stieglitz. Apartándonos bruscamente de la tendencia moderna, la venerable Chemistry of Common Life de Johnston aún conserva su poder de fascinación para cualquiera que tenga la suerte de hallarla.
Fijándonos ahora en la superficie terrestre, una introducción a la geología —añosa aunque no gravemente desfasada— que aún no ha sido superada para uso de principiantes es el viejo manual de geología de Geikie. Otro veterano particularmente agradable es Walks and Talks in the Geological Field de Winchell, que antaño fuera libro de texto en la Chautauqua Institution. La presente época ofrece manuales tan excelentes como Fundamentos de geología (1930) de Longwell, Elements of Geology de Norton (1929) e Introduction to Geology (1928) de Miller. En el campo específico de la mineralogía existen muchos libros de texto populares, los mejores de los cuales son los editados por el Museo Americano de Historia Natural en Nueva York. La paleontología, la ciencia de las formas de vida fósiles, pertenece tanto a la biología como a la geología, aunque generalmente se combina con la última; aquí, de nuevo, los mejores folletos y manuales pueden adquirirse en el mencionado museo. La fisiografía o geografía física surge de la geología, pero está realmente separada de ella, siendo la ciencia de la tierra y el agua, los procesos erosivos, el clima, las corrientes oceánicas, etc. Obviamente, esta disciplina no exige tanta novedad como otros campos científicos. La geografía física de Geikie y la geografía física elemental de Davis son tan atractivas y confiables como siempre, aunque los amantes de lo novedoso preferirán las Lecciones de geografía física de Dryer (1927). Uno de los campos de esta ciencia es la meteorología, el estudio del clima, que puede abordarse de forma fascinante a través de la Story of the Weatherde Chambers. Mucho es lo que se esconde tras las predicciones diarias de nuestros hombres del tiempo. En relación con la fisiografía, sería apropiada una lectura aleatoria de geografía general y narraciones de viajeros; las obras sobre estos temas son innumerables, pero son preferibles aquellas que se ocupan de expediciones interesantes o poseen valor literario. Pruebe con Dos años al pie del mástil de Dana, El viaje del Beagle de Darwin, La aventura del Arcturus de William Beebe o los libros sobre la exploración del misterioso Gobi de Sven Hedin.
Llegamos ahora a esa forma especial de organización física denominada materia viva, ingresando así en el reino de la biología. Es esta una ciencia cuyas fronteras son desconcertantemente extensivas, pero en este momento la admirable y completa La ciencia de la vida (1929) de H. G. Wells y el Prof. Julian Huxley es la mejor introducción concebible para los profanos. Esta lúcida exposición se pierde en ramificaciones más allá del campo de la pura biología general, aunque tales digresiones son bienvenidas. Le da al principiante la idea más clara posible de la vida, sus componentes y procesos, explicando muchos puntos aparentemente complejos con una maestría nacida de la genialidad. Libros de texto más formales son Introduction to Biology (1933) de Cole y Biology for Beginners (1933) de Moon. La ciencia concreta de la vida vegetal no está entre las que cambian más rápidamente, por lo que la envejecida Botany Primer de Hooker aún constituye una buena iniciación; la introducción a la botánica de Bergen es otra alternativa confiable. Sin embargo, puede asegurarse la actualidad escogiendo General Elementary Botany de Campbell, revisada en 1930; los Elements de Holman llegan hasta 1933. Aquellos interesados en seguir la botánica dentro del campo especial de la agricultura pueden leer con provecho Agriculture for High Schools de Robbins (1928). La ciencia del mundo animal —salvo en sus fronteras teóricas— también admite libros escritos anteayer. La vieja Fourteen Weeks in Zoölogy de Steele es un comienzo sencillo y no desfasado del todo, aunque uno podría sentirse más seguro con Elements of General Zoölogy (1927) de Dakin y Outlines of General Zoölogy de Newman. Obras tales como Birds Worth Knowing (1917) de Blanchan, Bird Book (1929) de Shoffner, Butterflies Worth Knowing (1917) de Weed, Animals Worth Knowing (1926) de Seton e Introduction to the Study of Fossils (1914) de Shimer cubren campos específicos. La historia natural de Wood, amablemente divulgativa, aún deleita a los jóvenes y, probablemente, transmite mucha más información útil que ideas equivocadas. De los libros que tratan exclusivamente sobre la evolución de las formas animales, las obras inmortales de Darwin: El origen de las especies y El origen del hombre son de grata lectura. La evolución del hombre de Haeckel es una obra de alto nivel técnico pero expuesta con claridad. De paso, uno puede rendir homenaje a los útiles libritos con láminas a color editados por Whitman Publishing Co.: los libros rojo, verde y azul de los pájaros, mariposas y polillas, flora silvestre y árboles de América. Estos pequeños folletos, con su texto claro y descriptivo, nos ayudan a identificar la flora y la fauna aérea de nuestro entorno.
Deteniéndonos ante lo que el difunto Bert L. Taylor denominó la presunta raza humana, nos encontramos con dos tratados básicos interesantes: Human Life as the Biologist Sees It (1922) de Vernon Kellogg y What is Man? (1924) de J. Arthur Thomson. La mejor introducción a la anatomía y la fisiología es The Human Body del Dr. Logan Clendening, aunque La ciencia de la vida de Wells-Huxley también se adentra en este campo. Quienes deseen profundizar pueden recurrir al Text Book of Anatomy and Physiology (1930) de Kimber. Un espléndido auxiliar para el estudio de la anatomía es el Atlas de anatomía humana de Frohse y Broedel, ahora en una edición popular vendida por Barnes & Noble. Al ingresar en el dominio de la psicología —instintos, emociones e intelecto— nos aturde una vociferante multitud de teorías enfrentadas, alrededor de las cuales orbitan no pocos charlatanes de barraca; pero, si somos cuidadosos, podemos seguir un rumbo sensatamente conservador a través de esta ciencia tentativa y aún en mantillas. No tardamos en descubrir que la mayor parte de esta ciencia nada tiene que ver con sensacionales «complejos», «inhibiciones» o la «fuerza de voluntad subconsciente», sino que se ocupa de cuestiones muy precisas y prosaicas como medir reacciones mentales poco claras e investigar delicadas coordinaciones nerviosas. Los libros de texto elementales más representativos son Introducción a la psicología (1930) de Warren y Carmichael, Psychology (1934) de Woodworth, Comparative Psychology (incluyendo animales inferiores, 1934) de Moss e History and Introduction to Psychology (1929) de Murphy. Un tipo de tratado más popular lo representan Why we Behave Like Human Beings del Dr. Dorsey —un best seller de 1925— y los diversos volúmenes de H. A. Overstreet. En el campo altamente inestable y controvertido de la teoría freudiana y conductista, varios trabajos pueden interesar al profano. La Introducción al psicoanálisis y La interpretación de los sueños de Freud no son ilegibles, pero los manuales populares de André Tridon, Barbara Low, Isador Coriat y William J. Fielding son más fáciles de comprender y digerir. En su obra Conductismo, el Dr. John B. Watson expone ese sistema extravagante aunque tal vez no exento de verdad, mientras que en Glands Regulating Personality el Dr. Louis Berman explica cómo el funcionamiento de las glándulas endocrinas determina las actitudes emocionales y mentales y regula muchas características físicas. Otras clases de obras, cuyo interés es principalmente profesional, son las relacionadas con la psiquiatría o la medición de la inteligencia.
Es al considerar al hombre en relación con sus semejantes, cuando empezamos a especular sobre la forma precisa en que se desarrolló a partir de los primates inferiores, las causas de su separación en distintas razas, su relación con las diversas especies de prehomínidos cuyos cráneos y huesos fósiles se han descubierto en diferentes partes del mundo, las etapas que atravesó hasta adquirir las facultades del pensamiento y del habla y la habilidad del uso de utensilios, los orígenes de sus creencias, costumbres, gustos y aversiones, el curso de sus migraciones, choques y mezclas antes del inicio de la historia, los principios que rigen sus primeras formas de organización social y de distribución de los recursos y el modo en que, logrando un equilibrio entre los deseos y las necesidades individuales y colectivas, traza una senda de colaboración y beneficio mutuo para los miembros de su comunidad. De ahí los campos de investigación relacionados y a veces superpuestos denominados etnología, antropología, sociología, economía y politología, entre los que se producen constantes disputas fronterizas. En cuanto a la etnología biológica o antropología física —el desarrollo y las grandes divisiones entre prehomínidos y seres humanos—, necesitamos las obras más recientes debido a los rápidos avances y nuevos descubrimientos. Cada pocos años el hallazgo de un cráneo primitivo o una nueva correlación de resultados nos obliga a revisar nuestras opiniones sobre el hombre, sus parientes y sus divisiones antropológicas. Probablemente la mayoría de los huesos prehomínidos hallados en los estratos más antiguos no pertenezcan a ancestros directos del hombre, aunque puede que el cráneo de Pekín descubierto en 1931 sí lo haga. Estas especies inferiores fueron callejones sin salida de la evolución, y la historia de las razas supervivientes aún es oscura. La mayoría cree que todas las razas humanas poseen un remoto ancestro común dentro de los límites definidos de la humanidad, pero sir Arthur Keith está empezando a discutir esto. También se discute si las diferentes ramas de la civilización humana surgieron de forma independiente o si lo hicieron de algún tronco común, probablemente en Asia. En cuanto a las especulaciones sobre estos puntos, así como a las conjeturas acerca de la relación entre los linajes de homínidos primitivos y no primitivos, lo mejor es recurrir a las últimas publicaciones del Museo Americano de Historia Natural. Para ir más allá debemos buscar las últimas obras de las principales autoridades mundiales: Prof. G. Elliot Smith, Prof. Marcellin Boule, sir Arthur Keith, Dr. W. K. Gregory, Dr. A. S. Woodward, Dr. Eugene Dubois, Prof. R. S. Lull, Dr. Aleš Hrdlička o sir H. H. Johnston.
La antropología general —el estudio del pensamiento y las costumbres primitivas, la evolución de las creencias raciales, las instituciones sociales y las costumbres populares— exige menos novedad que la etnología, aunque constantemente se producen nuevos descubrimientos e interpretaciones. La Antropología (1923) de Kroeber o la Introduction to Cultural Anthropology (1934) de Lowie constituyen una buena introducción, pero vale la pena leer clásicos más antiguos como Primitive Culture y Early History of Mankind de Tylor o Prehistoric Times de Lubbock. Sir James G. Frazer ha reunido en La rama dorada la más extensa colección de creencias tribales y ritos mágicos (hay una edición abreviada disponible), en tanto que History of Human Marriage de Westermarck y el monumental estudio de Briffault sobre el matriarcado (The Mothers) son recientes y notables investigaciones en campos específicos. Cuando la antropología se ocupa de las civilizaciones altamente evolucionadas se convierte en sociología y estudia las condiciones de vida, los principios de organización y los factores económicos y políticos. Una obra básica de esta disciplina es el célebre Outlines of Sociology (1907) del Prof. Lester Ward, aunque los modernistas pueden recelar de su antigüedad. Introduction to Sociology (1931) de Bogardus, Principles of Sociology (1933) de Hiller y Readings in Sociology de Wallis y Willey son más confortablemente contemporáneas. Otros tratados no demasiado especializados o avanzados son Middletown (estudio de una típica ciudad pequeña estadounidense, 1929) de Lynd, Folkways (1913) de W. G. Sumner, Social Change (1923) de W. F. Ogburn, Urban Community (1926) y Personality and the Social Group (1929) de Burgess, Social Psychology (1934) de Brown y Social Disorganization (1934) de Elliott y Merrill.
Alcanzada la fase de la economía es cuando se desata el torbellino de controversias, pues aquí es donde la codicia y la idea de preservación se enfrentan abierta e inequívocamente. El mejor compendio popular es el lúcido aunque quizá dogmático El trabajo, la riqueza y la felicidad de la humanidad (1931) de H. G. Wells, que conforma una trilogía con El perfil de la historia y La ciencia de la vida. Más prudentes y académicos son Principles of Economics (1928) de Garver y Hansen, Elementary Economics (1932) de Fairchild, Furniss y Buck y Modern Economic Society (1928) de Slichter. Obras que miran hacia delante con cautela o de forma radical son Guide Through World Chaos (1932) de G. D. H. Cole, New Frontiers (1934) de Wallace, The Future Comes (1933) de Beard y Smith, The Industrial Discipline (1933) de Tugwell y Coming Struggle for Power and Nature of Capitalist Crisis (1935) de John Strachey. El capital de Marx debe leerse en algún compendio, y La riqueza de las naciones de Adam Smith (siglo XVIII) —la biblia de los individualistas puros— posee un indudable valor histórico. Ahora que hemos descubierto la incapacidad del capitalismo ortodoxo para reducir el desempleo y la concentración de la riqueza en una civilización mecanizada, hemos de cuidarnos del irresponsable sectarismo practicado a ambos lados de la brecha abierta entre conservadores «ricos» y radicales «desposeídos». La tensión creciente, al distorsionar los hechos, hace de las declaraciones y conclusiones algo emocional y poco confiable. Siendo ciertamente el marxismo ortodoxo una grotesca exageración de la realidad, el laissez-faire del capitalismo ortodoxo no es menos fantasioso a la luz de las condiciones presentes y futuras.
Al pisar el terreno de la ciencia política hallamos aún mayor tensión y confusión. Desconcertada respecto a las metas, los métodos y las condiciones, la sociedad se pregunta si podrá alcanzarse el equilibrio económico y social eludiendo las soluciones fascista o comunista…, y la Europa continental no ofrece una respuesta alentadora. La precaución y la imparcialidad a la hora de escoger a las autoridades son, por tanto, imperativas en el campo de la politología. Principles and Problems of Government (1934) de Haines constituye un buen comienzo, como también Teoría y práctica del gobierno moderno (1931) de Finer. Para el ámbito local americano, lea la clásica American Commonwealth and Modern Democracies (1921) de Bryce, American Government and Politics de Beard, American Public Mind (1930) de Odegard y State Government in the United States de Holcombe. Para el europeo, lea European Governments and Politics (1934) de Ogg, New Deal in Europe (1934) de Lennyel, Politics (1931) y Problems of Peace (1932) de Laski y New Russia’s Primer de Ilin. Los estudios especiales sobre la política de cada una de las grandes naciones se encuentran fácilmente en cualquier biblioteca.
Estrechamente ligada a la sociología y la politología está la cuestión de la educación, pues sin una buena formación en hechos, habilidades, gusto, juicio, tradiciones, valores, independencia, originalidad y responsabilidad social no puede desarrollarse una ciudadanía competente. Una obra estimulante en este campo es La educación de Herbert Spencer, que presenta ciertos principios y valores generales con claridad y vigor. Aunque disfrazado de novela sentimental, Emilio, de Rousseau, es realmente un tratado sobre la educación de considerable interés histórico. Entre las obras modernas, concretas y prácticas pueden mencionarse Principles of Education (1924) de Curoe, Elements of Educational Psychology (1924) de Averill y Educational Psychology (1927) de Cameron. Naturalmente, existen numerosos textos especializados para el educador profesional.
Llegado es el momento de, volviendo la vista sobre lo que hemos leído, buscar —en medio de las turbulentas emociones del animal humano, de sus ideas contradictorias, aspiraciones confusas y mudables, hostilidades perpetuas, objetivos irreconciliables, gustos y aversiones irracionales, ignorancia tenaz e ilusiones y, en fin, su actividad aturullada y febril— cualquier signo de unidad o dirección dominante que justifique la existencia de un conjunto razonablemente estable de valores equiparables o, por vaga que sea, una razón de ser para los fenómenos generales de la vida y las relaciones sociales en nuestro planeta. En otras palabras, pisamos el terreno de la filosofía. De todas las obras populares que pueden ayudarnos a comprender las especulaciones infinitamente complejas, adulteradas y amargamente partidistas que han surgido en torno a estos problemas, su valor y significado desde la antigua Grecia, la mejor y más inteligible es, sin duda, la famosa Historia de la filosofía de Will Durant. Adolece de ciertas fallas y limitaciones obvias, y hace demasiadas concesiones al vulgar optimismo burgués; mas, a pesar de todo, presenta las principales tradiciones especulativas sobre los objetivos, los modelos y la existencia mucho mejor que cualquier otro libro de similar alcance. Su lectura, seguramente, llevará a muchos lectores a profundizar y devorar de primera mano los escritos de los grandes pensadores cuyas hazañas mentales narra: Platón, Aristóteles, Lucrecio, Spinoza, Bacon, Hobbes, Locke, Kant, Schopenhauer, Nietzsche, Santayana, Dewey, Bertrand Russell y otros. En cualquier caso, le ayudará a comprender las enormes diferencias entre las diversas corrientes de pensamiento —racional, práctico o místico—, por otro lado irreconciliables al basarse en tipos de personalidad fundamentalmente diferentes. Sabiendo en qué bandos se dividen los demás, descubrirá en cuál se halla usted. Un breve curso de lectura difícilmente puede incluir los escritos de los filósofos más antiguos, pero las obras más sencillas de algunos agudos contemporáneos merecen su atención. Lea Fundamentos de filosofía (1927) y Ensayos escépticos (1928) de Bertrand Russell. Winds of doctrine (1913) y Character and Opinion in the United States (1920) de Santayana poseen una importancia fundamental, y su elegancia no decepcionará a quienes admiren su reciente primera novela, El último puritano. Razón y naturaleza, del profesor Morris Cohen, es una obra inteligente e imparcial. La creciente tendencia nacional hacia el instrumentalismo pragmático del profesor John Dewey —que ha asumido y ampliado los puntos fuertes del difunto y popular William James, sin adoptar sus inconsistencias y concesiones burguesas— hace que sea conveniente revisar sus obras más características; pruebe con Human Nature and Conduct and Art as Experience (1934), editada por la Modern Library.
Como ejemplo de la escuela opuesta, que sostiene que los actuales conocimientos sobre el hombre y el universo han despojado la vida de sus valores tradicionales, haciendo que la mayoría de nuestras emociones familiares (especialmente la de la tragedia) carezcan de sentido, lea The modern temper de Joseph Wood Krutch. El Sr. Krutch, adoptando un tono altamente pesimista, cree que el progreso y la desilusión han empobrecido irremediablemente la existencia. Otro pesimista realmente feroz es el eminente antropólogo Robert Briffault, cuyo Breakdown es una lectura emocionante. El pesimismo del Sr. Briffault, sin embargo, cubre solo nuestra cultura actual; mantiene que el hombre puede regenerarse emocionalmente y orientarse hacia una existencia plena de sentido, a través de los nuevos ideales y la forma de vida del comunismo marxista.
En relación con la filosofía, una obra o dos sobre lógica formal no estarían fuera de lugar: Elements de Jevons es particularmente buena.
Quedan por explorar los campos del gusto y la expresión humanos no incluidos en la literatura: las diversas artes que no tienen como base la palabra escrita o hablada para transmitir un mensaje. Antes de llegar a los más reconocidos, hemos de considerar un campo mucho más amplio en el que el principio artístico y el utilitario rivalizan por el dominio: el de la antigua y aún poco comprendida ética. Que muchos factores de la conducta humana civilizada derivan de una expresión del gusto, como asimismo lo hacen de las necesidades utilitarias y la presión social no puede dudarse. Sería realmente extraño que el arraigado anhelo del hombre por el ritmo, la armonía, la forma y la continuidad no influyera en su apreciación del comportamiento personal tan considerablemente como lo hace en su apreciación de la artesanía o la expresión gráfica o escrita; y en verdad hallamos este esteticismo básico en todos sus actos y en todas sus preferencias y opiniones con respecto a estos. La sociología y la politología cubren una fracción muy reducida del comportamiento humano, de ahí el lógico reconocimiento de la ética como un campo separado entre las artes. El mejor manual popular de ética moderna disponible actualmente es el admirable Prefacio a la moral de Walter Lippmann. También es inteligible y esclarecedor The Contemporary and his Soul (1931) del profesor Irwin Edman (el Prof. Edman será recordado como uno de los líderes del movimiento neohumanista). John Dewey también se adentra en el campo de la moral (que no en vano linda con el de la filosofía) en su obra colectiva sobre la ética, de la cual apareció una edición revisada en 1932.
Al aproximarnos a las artes más formales, primero hemos de considerar las más básicas y extendidas, incluida la arquitectura, la decoración, las diversas artesanías (alfarería, orfebrería, talla, encuadernación, ebanistería, etc.) y posiblemente algunas fases de la apreciación del paisaje. Podríamos decir que estas involucran la estética fundamental y más o menos abstracta de la forma y el color sin una representación literal; aunque, por supuesto, un elemento asociativo externo juega un papel importante en su aplicación práctica. Amamos un objeto hermoso no solo por encarnar una armonía abstracta, sino porque hace vibrar una nota de familiaridad que desencadena un tren de agradables recuerdos o símbolos. La belleza abstracta por sí sola no bastaría para atraparnos; de ahí la trágica falacia del arte funcionalmente «modernista» que, al no evocarnos nada, nos deja llenos de nostalgia, desconcierto e insatisfacción ante la ausencia de puntos de referencia.
No podemos esperar abarcar en nuestra lectura todas las áreas que comprende la artesanía, pues su número es, por supuesto, inmenso. De hecho, los detalles de muchas de ellas pertenecen más al campo de la tecnología que al del arte. De las diversas artes funcionales y decorativas la arquitectura es, sin duda, la más importante. Ciertamente descuella entre todas las demás, ejecutándose de un modo y con unas proporciones tales que la hacen dominar regiones enteras durante vastos espacios de tiempo. También es la primera de las principales artes en alcanzar la madurez en una civilización en desarrollo. Un buen texto introductorio es Architecture de W. R. Lethaby. Lea también Background to Architecture de Rathbun. Para algunas de las fases más grandes del arte, son recomendables los manuales Classic Architecture y Architecture: Gothic and Renaissance de Roger Smith y Architecture of Ancient Greece de Anderson, Spires y Dinsmoor. En El palacio de Minos en Cnosos, sir Arthur Evans aborda su célebre descubrimiento a principios del presente siglo de una olvidada civilización con una gran tradición arquitectónica. Para la arquitectura gótica, lea Mont St. Michel and Chartres de Henry Adams y la novela de Victor Hugo Nuestra Señora de París; también la serie de libros ilustrados sobre catedrales inglesas publicada por George Bell & Sons de Londres. Para la arquitectura nacional son buenas Architecture of colonial America de Eberlein y New World Architecture de Cheney (1930). El Dictionary of Architecture and Building de Sturgis lo ayudará a resolver dudas complejas.
El catálogo de cualquier biblioteca le sugerirá tantos libros sobre artes decorativas como desee estudiar. Pottery and Porcelain de W. C. Prime, Old glass, European and American de Moore y Chinese Rugs de Leitch son algunos ejemplos. Las obras sobre la apreciación del paisaje escasean hasta el punto de parecer esquivarlo a uno, pero una gran parte de Frondes Agrestes de Ruskin —una selección de su monumental Pintores modernos— cumple esta función; este pequeño volumen, aunque compilado a mediados de la época victoriana, sigue siendo una lectura deliciosa y no debe obviarse. Un libro o dos sobre el arte de la jardinería ornamental satisfarán muchos gustos, y es curioso observar que los más antiguos son en general los más fascinadores. El viejo Sketches and Hints on Landscape Gardening (1794) de Repton y la clásica obra estadounidense de Downing de la década de 1840, Theory and Practice of Landscape Gardening, deleitarán a cualquiera que tenga la fortuna de hallarlos.
Habremos de dedicar un tiempo considerable a las artes más especializadas de la representación gráfica y plástica, pues el gusto en estos campos es de gran importancia. Deberíamos ser capaces de apreciar con criterio la pintura, el dibujo y la escultura, complementando la lectura con el estudio de los objetos reales (de aquellos disponibles) en galerías y museos o mediante reproducciones fotográficas. Los libros sobre pintura y escultura solo son útiles cuando se leen frente a los objetos o sus reproducciones; con tal ayuda, sin embargo, el material crítico y descriptivo es de gran valor didáctico. Concerning Painting (1917) y The Classic Point of View (1911) de Kenyon Cox son buenas obras introductorias. Para el estudio de los grandes pintores nada mejor que la serie titulada Masters in art, originalmente publicada en fascículos por Bates & Guild y disponible ahora en un volumen. Cada uno de estos cuadernos está dedicado a un artista y contiene diez excelentes reproducciones (lamentablemente no en color) de sus mejores obras más un retrato. El texto incluye un amplio bosquejo biográfico, seguido de una serie de estimaciones críticas de la obra del artista firmadas por reconocidas autoridades mundiales. A continuación viene un análisis cuidadoso de cada imagen reproducida, describiendo el tema, las circunstancias y antecedentes de la obra, indicando los colores y agregando notas críticas para ayudar al alumno a comprender todos los matices, detalles e implicaciones. El valor de esta serie —que incluye la mayoría de los grandes maestros— resulta evidente. Es, de hecho, una formación artística muy apropiada para el diletante. Afortunadamente, está disponible en la sección de arte de la mayoría de las bibliotecas, y a veces aparecen fascículos sueltos en los cajones de oportunidades de las librerías de lance a precios grotescamente bajos; los buscadores avezados y afortunados a menudo logran a formar colecciones notables. Otra excelente serie de folletos de arte, con pequeños grabados en blanco y negro, es la publicada en Inglaterra por Gowans & Gray; su ventaja es la gran cantidad de fotograbados (sesenta en el libro de Rembrandt). Las utilísimas Perry Pictures —reproducidas en blanco y negro y vendidas por la reconocida firma de Boston a un precio bajísimo— deberían estar ampliamente representadas en su colección. Pero hágase con tantas láminas en color como pueda. Masterpieces in Colour es una magnífica colección de libros publicada por Frederick A. Stokes Co. de Nueva York; cada uno de ellos está dedicado a un artista y contiene varias reproducciones en color de sus obras principales, además de una semblanza y notas breves sobre cada imagen.
Unas cuantas obras sobre las excéntricas —y tan frecuentemente vistas ahora— formas modernas de la pintura le resultarán útiles para entender estas manifestaciones. Lea Modern Art (1934) de Thomas Craven, Understanding Modern Art (1934) de Morris Davidson y Primer of Modern Art de Sheldon Cheney. Los lectores que deseen practicar el dibujo encontrarán muchos manuales útiles en las bibliotecas. Aquí solo podemos mencionar dos o tres títulos como Elementary Freehand Perspective de Norton, Drawing Made Easy de Lederer y el enciclopédico y extraordinariamente útil Drawing with Pen and Ink de Arthur L. Guptill. Algunos de los principales tratados sobre los mejores períodos del arte escultórico —todos fácilmente localizables— son Sculpture and Sculptors of the Greeks (1930) de la Srta. Richter, History of Greek Art de Tarbell, Art of the Romans de Walters y Roman and Mediaeval Art de Goodyear. Cualquier buena biografía de Miguel Ángel arrojará luz sobre lo mejor de la escultura renacentista, en tanto que muchos de los números de la serie Masters in Art están dedicados a escultores. Como obra de referencia general en el campo de la representación gráfica consulte el Dictionary of Painters and Engravers de Bryan en su biblioteca.
La música es un campo vastísimo cuya superficie solo podemos arañar con la lectura. La audición —a menos que uno sea músico— lo es todo; y el que adquiera o desarrolle el gusto musical —o simplemente lo satisfaga— debe procurar escuchar las mejores selecciones de la mejor manera, ya sea en conciertos, placas fonográficas o por la radio. Los libros empero pueden guiar más útilmente al principiante, agilizando su comprensión del arte y de piezas específicas, y ayudándolo a juzgar las tendencias «modernistas» que parecen imponerse. No hemos sido un pueblo naturalmente melómano desde las épocas Tudor y jacobina, pero hay signos de un renacimiento en el presente siglo. Ciertamente, no deberíamos permitir que ninguna de las bellas artes constituya una laguna en nuestra formación si podemos evitarlo. Obras introductorias útiles son How to Understand Music (1935) de Thompson, History of Music (1935) de Finney, Listening to Music (1932) de Moore, Discovering Music (1934) de McKinney y Anderson y Art of Enjoying Music (1933) de Spaeth. Cubra la música actual con Twentieth Century Music (1933) de Bauer, New Music Resources (1930) de Cowell y Our American Music (1931) de John Tasker Howard. Para entender y apreciar la ópera obtenga el conocido Book of the Opera y su secuela, disponibles ahora en una edición económica. Face to Face with the Great Musicians de Isaacson le proporcionará un agradable fondo biográfico. El diccionario de música y músicos de Grove, consultado en la biblioteca, lo ayudará no pocas veces.
Un bosquejo de esta naturaleza, no puede ir más allá de las artes y las ciencias puras para adentrarse en el prosaico aunque absorbente y dramático campo de la tecnología mecanizada. Sin embargo, para quienes sienten la fascinación de una nueva época basada en métodos y fuerzas extraños, hay numerosas obras que pueden guiarlo; solo hay que preguntar por ellas en la biblioteca. Mayor interés cultural tiene el origen de los dispositivos que conocemos desde hace siglos: relojes, telescopios, barómetros, etc., y la historia de estos está bien narrada en la clásica History of Inventions de Beckmann.
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Adquiera tantos buenos libros como le sea posible acomodar en su vivienda, pues la propiedad implica un acceso inmediato y continuo y una utilidad permanente. No acapare por capricho volúmenes lujosos y primeras ediciones; compre libros por su contenido y conténtese con ello. Pueden hallarse increíbles gangas en los mostradores de oportunidades de las librerías de lance, y es posible hacerse socio de una biblioteca realmente buena a un costo sorprendentemente bajo. El gran problema es guardarlos en casa cuando el espacio es limitado; aunque montando pequeñas librerías —conjuntos económicos de estantes abiertos— en rincones extraños, uno puede almacenar una gratificante cantidad de libros. No desprecie los volúmenes en rústica. Familiarícese con las ediciones maravillosamente baratas comercializadas por Haldemann-Julius Co., que incluyen muchos de los clásicos más importantes, además de compendios extraordinariamente claros sobre temas científicos y cuestiones de actualidad preparados por autores de la firma. Para artículos menos humildes, busque entre los títulos de series conocidas como Everyman’s Library, The Modern Library, The Home University Library y las diversas reediciones económicas.
Tenga a mano tantos libros de referencia como le sea posible. Si un diccionario completo no entra dentro de sus posibilidades, pruebe algo del tamaño y nivel del Webster’s Collegiate. Todo depende de una buena enciclopedia. Hágase con un juego antiguo de la Britannica o la de Chambers (ambas disponibles a bajo precio) si no puede pagar una nueva, y use la práctica Modern Encyclopaedia (1934) en un solo volumen para obtener las pocas referencias contemporáneas que necesitará. Encontrará el Thesaurus de Roget y los sinónimos de Crabbe entre los libros por un dólar, y las Familiar Quotations de Bartlett por muy poco más. Pruebe con el Dictionary of Phrase and Fable de Brewer, y procúrese un pequeño diccionario clásico si el grande de Harper no está a su alcance. Para obtener datos contemporáneos sobre lugares, eventos e instituciones consulte el Almanaque Mundial cada dos o tres años. Pueden conseguirse atlas muy bellos en Woolworth’s. Compre tantos libros de texto usados de retórica, historia y ciencia como pueda guardar…, nunca se sabe cuándo pueden necesitarse para solucionar algún punto problemático. También es bueno contar con algún compendio literario como la Cyclopaedia of English Literaturede Chambers. Visite periódicamente las librerías de viejo en busca de artículos inusuales como el Dictionary of Classical Quotations.
Sobre todo, no permita que su propia biblioteca lo intimide ni se desanime por la cantidad de libros que ha de leer. Tan solo escoja a su antojo de entre la lista anterior; no se sienta obligado a leer todo lo que incluye, pero… no deje nunca de recorrerla.