LAS CONDUCTAS AUTOSACRIFICIALES Y SUS CAUSAS
MOTIVOS DEL SER HUMANO PARA SOMETERSE VOLUNTARIAMENTE A LAS MÁS DESAGRADABLES CONDICIONES
Por L. Theobald, Jun., N.G., A.S.S., profesor de Satanismo e Irreverencia Aplicada en la Universidad Filistea de Chorazin (Nebraska); profesor de la Cátedra Mencken[18] de Teología en el Holy Roller College, Hoke’s Four Corners (Tennessee).
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La conducta humana —diversa, compleja y contradictoria— siempre ha despertado la curiosidad de los espíritus reflexivos. Desde los tiempos más remotos, los filósofos han buscado su fuente o fuentes básicas; mostrando escaso acuerdo hasta que, en las últimas dos generaciones, la psicología científica acudió al rescate con una considerable cantidad de información relevante.
Las primeras interpretaciones dependían casi por completo de los hábitos mentales de sus proponentes. Muchos estudiosos plantearon una diversidad de motivaciones primordiales, en tanto que otros buscaron unificar los diversos impulsos visibles y referirlos a una fuente común. Naturalmente, los deterministas reconocieron que cualquier principio aproximativo, ya fuera simple o complejo, debía ajustarse al flujo general del universo; es decir, que cada acto humano, en última instancia, no podía menos de ser el resultado inevitable de una combinación de antecedentes y factores ambientales en un cosmos eterno. Este reconocimiento, sin embargo, no impidió que tales pensadores siguieran buscando el principio o principios más aproximados, y especulando sobre los hilos que, de un modo más directo, controlan el movimiento de los títeres humanos. En la antigua Grecia persistió la muy sólida noción de que la motivación vital dominante es la búsqueda de algún tipo de felicidad, o el ejercicio armonioso de la suma de los diversos instintos y facultades humanas; aunque esta idea central fue concebida de diferentes formas y sometida a muy diversas interpretaciones. Platón concibió tres fuentes principales de la conducta humana: el apetito físico, la emoción pura y la elección intelectual; si bien podemos considerar que contempló las dos últimas como una consecuencia de la primera. Aristóteles, impresionado por la complejidad del hombre, se muestra menos claro y coherente al respecto. Epicuro parece haber mantenido la búsqueda del placer racional —esto es, el ejercicio equilibrado de los impulsos naturales— como fuente principal de todo comportamiento moral; considerando los impulsos anormales o inmorales como perturbadores del equilibrio y conducentes a la miseria. Los estoicos, a pesar de concebir de manera diferente los principales intereses del hombre, pensaban igualmente que el beneficio propio era el objetivo final de su búsqueda, y describieron el principio preciso que impulsaba sus diversos comportamientos hacia tal fin; cualquier otra fuente de comportamiento fuera de ese principio o impulso (que fue adecuadamente subdividido) se consideraba anormal y aberrante. Todas estas especulaciones helénicas tenían la gran ventaja de basarse en un estudio sensato y exhaustivo de las diversas conductas humanas, y de los evidentes parecidos en las direcciones de estas.
Después de Grecia llega un período de pensamiento confuso y a menudo irrelevante sobre las motivaciones humanas, debido a la aplastante supremacía de las interpretaciones cósmicas basadas en un sobrenaturalismo exótico y subjetivo. El primer e ilustre retorno a un modelo de pensamiento honesto parece ser el sistema de Descartes, quien se refirió a la conducta humana como a un instinto natural guiado por una indefinida mente que, a través de la glándula pineal, controlaba el cerebro. Esta aproximación a la moderna endocrinología fue, sin embargo, puramente fortuita. Descartes consideraba que las fuentes de toda motivación mental eran seis: admiración, amor, odio, deseo, alegría y tristeza; y describió con cierto detalle cómo operaban en el cerebro tal como él lo concibió. Spinoza superó ampliamente a Descartes en racionalidad y profundidad de visión, acercándose en su estimación de las motivaciones humanas a las concepciones más modernas. Vio que los instintos primitivos son deseos de preservar y expandir al individuo, y rastreó la dependencia existente entre las emociones más complejas y dichos instintos. Por lo tanto, dedujo, el comportamiento está indirectamente inspirado (pensamiento = emoción = instinto) por el natural impulso de supervivencia del hombre —operando a través de canales variados y a veces paradójicamente opuestos—, derivándose a su vez —a través de una cadena causal infinita— de las condiciones primarias del cosmos. Spinoza, que regresó a la sana concepción helénica de la felicidad como objetivo de la humanidad, puede (a pesar de su deuda con Descartes) ser visto como el auténtico padre de las modernas ideas respecto a los valores y motivaciones humanos. En nuestra propia civilización, Hobbes enfatizó de manera similar la prevalencia del elemento autodefensivo o egoísta en toda motivación humana, aunque carecía por completo de la sutileza y profundidad de Spinoza. Hume no es, en lo fundamental, muy diferente, y en Francia La Mettrie y Helvetius también mantuvieron un sano concepto helénico basado en la observación.
Sin embargo, fue ya entrado el siglo XIX cuando los filósofos de primer orden volvieron a hacer hincapié en la unidad de las motivaciones humanas. Schopenhauer colocó la voluntad de vivir en el fondo de toda acción humana, mientras que Nietzsche amplió muy agudamente la idea al descubrir la cualidad esencialmente expansiva de todos los impulsos humanos, sustituyendo la mera voluntad de vivir por la más precisa voluntad de poder. Los positivistas como Spencer embrollaron la cuestión considerando la sociedad como un organismo cuasibiológico, un concepto que aún sobrevive en la obra de Oswald Spengler. En el siglo XX, Bergson recayó en la nebulosa metafísica, pero postuló una omnipresente fuerza motivadora o élan vital que, extendiéndose por todo el cosmos, determinaba nuestros actos entre otras cosas. Bertrand Russell y Santayana proponen una diversidad de fuerzas motivadoras, cada una basada en una reacción química específica en una determinada parte del cuerpo; una manera de pensar continuada esencialmente por conductistas como Pavlov y Watson. Todos convienen empero en que estas fuerzas independientes siguen una única dirección hacia la supervivencia y el bienestar del organismo. Como causas directas de las motivaciones humanas, las diversas glándulas endocrinas —que actúan sobre el sistema nervioso descargando en la corriente sanguínea unas partículas llamadas hormonas— son ahora consideradas de suma importancia.
Freud, en gran medida, regresa al concepto de una fuerza motivadora única de un modo mecánico específico, asumiendo la existencia en el hombre de una libido inquieta o impulso de afirmación del ego equivalente al élan vital de Bergson y en gran parte identificable con el instinto erótico. A las desviaciones y alteraciones de dicho impulso, introducidas por la prudencia consciente o inconsciente, atribuye mayoritariamente Freud la conducta humana; aunque admite el puro instinto de autoconservación orgánica como una fuerza paralela y de algún modo diferenciada. Es con Freud cuando la psicología científica moderna, con su reconocimiento de la inconsciencia de nuestros principales factores motivadores, comienza su andadura; pero es el doctor Alfred Adler quien clarifica oportunamente esta cuestión, y la desarrolla al generalizar el impulso principal de la afirmación del ego trascendiendo los límites de lo meramente sexual. Su idea de un impulso del ego básicamente simple pero con múltiples manifestaciones, frustrado a veces por la prudencia o la timidez, explica con notable precisión el grueso de las motivaciones humanas observadas.
Hoy, pues, podemos considerar justificadamente el comportamiento humano como el resultado de un impulso orgánico básico de afirmación del ego, manifestado a través de diversos instintos físicos inherentes al tejido nervioso evolucionado, que opera —en conexión con esas alteraciones del ánimo clasificadas como emociones— a través del sistema de las glándulas endocrinas. Que las manifestaciones finales son complejas y, a menudo, paradójicas no ha de sorprendernos si consideramos la complejidad del organismo y los diversos (y a veces accidentalmente opuestos) canales por los que discurre el impulso del ego. Por poner un ejemplo, la experiencia biológica ha desarrollado, con fines autoconservativos y bajo diferentes circunstancias, los instintos diametralmente opuestos de la autoafirmación abierta y la autohumillación defensiva. McDougall ha agrupado los instintos y sus emociones simples derivadas en doce clases, aunque es obvio que la cantidad de emociones adicionales resultantes de la combinación y la experiencia compleja es enorme. He aquí dicha lista.[19] Todos los instintos simples son en esencia normales, aunque las anormales faltas de proporción, perversiones, combinaciones e inversiones son comúnmente reconocidas y estudiadas exhaustivamente.
Instinto | Emoción |
Nutrición | Hambre |
Huida | Temor |
Repulsión | Disgusto |
Curiosidad | Asombro |
Autoafirmación | Orgullo (¿=coraje?) |
Autohumillación | Sumisión (=humildad) |
Adquisición | Propiedad |
Construcción | Creación y realización (fase de esteticismo) |
Combate | Ira |
Reproducción | Deseo sexual |
Paternal | Ternura |
El que esto escribe está convencido de que otro instinto básico más su emoción derivada deberían agregarse a esta lista; a saber, un instinto de simetría en lo abstracto basado en la habituación a los incesantes ritmos y regularidades (astronómicos y de otro tipo) del entorno terrestre, que provoca muchos sentimientos estéticos que no es posible identificar con la creatividad o con cualquier otra emoción compleja concebible.
Cuando correlacionamos los fenómenos humanos a nuestro alrededor con las conclusiones alcanzadas por los observadores modernos, encontramos que la mayoría de los casos se ajustan plenamente a la concepción de un impulso del ego dominante, expresado principalmente como un impulso físico y adicionalmente como un intenso deseo de exaltación del ego por parte de la imaginación. Naturalmente, hemos de entender que las cualidades asociativa y simbolizadora de la mente no siempre permitirán que este intenso deseo se manifieste de forma directa o restringida. Con frecuencia, en el plano de la imaginación habrá transferencias simbólicas de la imagen del ego a objetos, tanto concretos como abstractos, exteriores al organismo dado; de modo que podrá observarse en este un esfuerzo por favorecer ciertos intereses aparentemente impersonales. Esto no es extraordinario ni incompatible con el concepto aceptado de motivación. Ocasionalmente empero, vemos a ciertos individuos sometiéndose voluntariamente a experiencias que no pueden resultar sino dolorosas o desagradables; lo que, naturalmente, nos lleva a preguntarnos cómo puede explicarse tal comportamiento a la luz de nuestra suposición previa.
Puede afirmarse que, en general, todos los casos de sumisión voluntaria a las penalidades o al dolor implican la subordinación de una preferencia menor a una mayor. En cada uno de estos casos el individuo en realidad está haciendo, al fin y al cabo, aquello que más directamente conduce a su objetivo vital a través de la expansión de su imagen personal subjetiva; y a veces resulta que el caso de sumisión contemplado es solo aparente, pues lo que exteriormente parece desagradable no lo es para el sujeto considerado. En otras ocasiones, puede demostrarse que la sumisión a tal o cual penalidad no es (al menos totalmente) verdaderamente voluntaria. Rara vez se trata de una motivación simple o incluso prácticamente simple, de modo que sería una tarea sumamente engorrosa enumerar y describir estos casos bajo encabezados empíricos; esto es, enumerar casos específicos de manifestación objetiva (como en la sinopsis sugerida por el señor Maurice Winter Moe) en vez de los tipos relativamente simples de motivos subyacentes cuyas combinaciones crean la conocida serie de manifestaciones complejas. Virtualmente tras cada manifestación específica se encontrarán varias motivaciones distintas, mezcladas en diferentes proporciones, conscientes o inconscientes y reconocibles en diversos grados. Ningún profano es apto para esclarecer los motivos de un determinado rumbo del comportamiento humano, y hay casos en que ni siquiera el más experto psiquiatra puede hablar con absoluta certeza.
Tratemos pues de enumerar los motivos para el autosacrificio en lugar de citar ejemplos manifiestos de esta tendencia; considerándolos en lo que podría ser o no su orden aproximado de frecuencia, y mencionando los tipos de manifestación en los que influyen y los que en ciertos casos pueden —de forma individual o al menos preponderante— causar directamente. Tras una madura reflexión, reconocemos ocho especies diferentes de motivos que llevan a la autoimposición de sacrificios o dolor; siete son razonablemente normales y el octavo, aun siendo técnicamente anormal, es extremadamente común como ingrediente de otras motivaciones complejas.
1. El Motivo Prudencial es el nombre aplicable a esa política simple y universal de la humanidad consistente en soportar una dificultad inmediata o menor en interés del bien futuro o de un mayor placer o seguridad personales. De todos los motivos, es el que más fácilmente hallaremos en un estado de relativa independencia respecto a los demás, y cuyo funcionamiento es menos sutil y más directo. Algunos de los restantes motivos pueden considerarse teóricamente como subdivisiones de este, pero en la práctica podemos limitar esta categoría a casos muy reconocibles, en los que las recompensas son bastante definidas y tangibles. Su modo de operar puede ser directo, como en el hábito de la frugalidad, el sufrimiento experimentado en el proceso de elevación social o política, el trabajo duro realizado para satisfacer la curiosidad intelectual o el impulso del ego, las penalidades soportadas para domeñar un placer en aras de obtener un logro personal, el sufrimiento padecido en el empeño ascético en interés del disfrute posterior, la disciplina religiosa estoicamente soportada en honor de las míticas recompensas celestiales, los sacrificios políticos realizados a cuenta de triunfos posteriores, los golpes recibidos en el cuadrilátero con la esperanza de una victoria final con bolsa y honores, y un largo etcétera; o puede ser indirecto, como en la observancia de las normas cívicas de convivencia o en las denominadas inhibiciones morales. También se encarna en la subordinación gregaria de los gustos personales a los del grupo de pertenencia, aceptada para satisfacer el deseo de armonizar con el entorno. Un aspecto negativo de este motivo es aquel en el que el miedo a las consecuencias adversas es un factor, como en las religiones antiguas, algunos casos de obediencia cívica y militar, etcétera.
2. El Motivo del Hábito o la Inercia explica las conductas debidas a la presión de la costumbre o el precedente sobre los intelectos más dúctiles. El sujeto no sabe cómo evitar hacer lo que el grupo de pertenencia recomienda o ha recomendado siempre, o tal vez es incapaz de concebir un comportamiento alternativo. Subyace tras una gran cantidad de casos de sufrimiento innecesario de pequeñas molestias, por parte de miembros y allegados, en el seno de ciertas familias en las que se realizan sacrificios convencionales y evitables, y en las que costumbres o actitudes fastidiosas, ridículas y sin sentido se mantienen aun cuando la razón y el empeño iniciales para su mantenimiento se han olvidado. A gran escala, se halla tras el sufrimiento de graves e innecesarios inconvenientes sociales y cívicos por parte de diversos elementos de una comunidad. Esta categoría quizá parezca más aparente que básica, pudiendo atribuirse sus casos al factor miedo del motivo prudencial, o interpretarse como no realmente voluntarios en absoluto en el sentido más sutil del término, pero su existencia empírica y su enorme extensión son innegables.
3. El Motivo de la Aprobación, por el que logramos la estimación favorable de nosotros mismos o de los demás al seguir un proceso considerado como arduo y admirable por el grupo de pertenencia, también es extremadamente común. Se distingue de una búsqueda más profunda de la excelencia o de un altruismo más espontáneo por su esencial superficialidad, y dicta una gran parte del comportamiento social, religioso y cívico del hombre civilizado. Anima a la mayoría de reformadores y pedantes puritanos e influye en las más notorias especies de martirio, esfuerzo escolástico o de otro tipo, pruebas de maratón, encaramamiento reivindicativo a árboles, proezas militares, actos de caridad, etc. Una clara variante es el motivo exhibicionista, por el que uno adquiere la distinción de persona excepcional afectando disfrutar de lo que a la mayoría le resulta desagradable. Hallamos esta variante en excentricidades tales como pretender disfrutar de la natación en pleno invierno y en disparates análogos.
4. El Motivo de la Gratificación Exterior, aunque puesto en duda por muchos, que atribuyen sus aparentes fenómenos al prudencial, al de aprobación y tal vez a otros motivos, probablemente tenga existencia propia; como lo atestigua un definido aunque no muy amplio conjunto de casos en los que las causas de ciertos comportamientos, no orientados directamente al autobeneficio, resultan ser extremadamente poderosas y, cuando menos, conscientemente sinceras. Podemos definir este motivo como aquel por el cual una persona soporta penurias o dolor —mental o físico— en interés de algún ente expandido exterior o transpersonal con el que su ego se ha identificado de forma imaginaria (asociativa o simbólicamente). La existencia de estas transposiciones imaginarias o expansiones de la imagen personal raramente ha sido negada cuando el autosacrificio no estaba involucrado, y no hay ninguna razón para limitar el reconocimiento de tal fenómeno. El instinto primitivo —erótico, parental, gregario, etc.— a menudo transfiere o extiende temporalmente el concepto del yo con escasa pérdida de fuerza motriz; mientras que la emoción asociativa amplía enormemente una serie de imágenes externas o expandidas del ego. El clan, la raza, la patria o el grupo de pertenencia se convierten en una extensión imaginaria de uno mismo, al igual que el propio sistema social o cuerpo de opinión: político, científico, filosófico, estético, etc. Al menos en teoría, muchos individuos grandilocuentes han declarado identificarse con la totalidad de la especie humana, el reino de la vida orgánica o, incluso, el mismo cosmos o continuo espacio-tiempo; pero hay razones para pensar que, en buena medida, los casos de este tipo rebosan de charlatanería pretenciosa y autoengaño. En el mejor de los casos, la mayoría de las identificaciones imaginarias más allá de ciertos campos deslindados grosso modo —correspondiendo aproximadamente con los límites de grupos raciales, nacionales y culturales— tienden a ser muy tenues, breves, fragmentarias y consciente o inconscientemente insinceras. Existe empero un tipo autohipnótico y probablemente anormal de fuerte identificación con el cosmos conocido como misticismo, que está presente en los misterios de muchas religiones orientales. Este motivo incluye la mayoría de los casos sinceros (es decir, que no buscan la aprobación) de altruismo personal, incluyendo aquellos en que el sujeto, influido por el factor miedo e identificando el sufrimiento propio con el del prójimo, se siente impelido a aliviar el de este a costa del dolor inmediato. También abarca muchas fases de auténtico martirio intelectual, religioso y estético, los más sinceros empeños y sacrificios cívicos, patrióticos y humanitarios, y la más genuina abnegación para alcanzar objetivos intelectuales, estéticos y morales. Motiva la ascesis cuando se práctica para predicar con el ejemplo, e influye enormemente en el coraje militar.
5. El Motivo de la Expansión del Ego, igualmente cuestionado por los críticos, aunque presentando demasiadas evidencias sólidas de su existencia para justificar una negación total, es el que nos hace soportar penalidades o dolor en aras de adquirir un estatus genuinamente superior —ya sea relativo o absoluto— dentro del grupo de pertenencia. Esta sincera motivación debe distinguirse cuidadosamente de esa forma engañosa del motivo de la aprobación, en la que el sujeto actúa de forma superficial para su propio beneficio transitorio. En los casos de genuina expansión personal, el sujeto se halla relativamente libre del lastre de la autoilusión y el histrionismo y realmente desea lograr un desarrollo cualitativamente mayor o una superior consideración en la estructura a la que pertenece. Este motivo incluye la mayoría de las variedades de auténtico ascetismo religioso y estético, gran parte del martirio religioso (aunque no de otro tipo) y del esfuerzo en los campos intelectuales, estéticos y sociales.
6. El Motivo del Conflicto Emocional consiste en una superación o desbloqueo de las inhibiciones naturales merced a un impulso poderoso como la voluntad, el amor, el miedo, el odio, etc., que provoca una suspensión temporal de los mecanismos de autoprotección e incluso de la conciencia del dolor. He aquí la causa de ese estado de ánimo del berserker[20] por el cual nos ofuscamos y precipitamos alegremente hacia cualquier tipo de sacrificio o sufrimiento; y de ese estado de ánimo de «fiera acorralada» en el que, poseídos de un coraje nacido del miedo, desafiamos cualquier peligro ante la virtual certeza de un mal mayor. Figura en gran medida en muchos casos de altruismo (combinado con el de la expansión del ego, el de la aprobación, el de la gratificación exterior, el prudencial, etc. en ciertos impulsos irreflexivos de los denominados heroicos), martirio, patriotismo, coraje militar, etc., así como en una amplia variedad de conductas provocadas por el miedo y en pruebas de resistencia.
7. El Motivo de la Habilidad es una de las fuerzas más raras y sutiles; provoca que ciertas personas sensibles experimenten un placer positivo, a pesar de las dificultades o el dolor incidental, en dar forma a eventos u objetos tangibles y materiales siguiendo un patrón rítmico concebido subjetivamente. Este motivo, además de impeler al sujeto a timonear el esfuerzo estético a despecho del dolor y las penalidades, abarca muchas fases del ascetismo estético y religioso, en las que el individuo se deleita de forma abstracta ciñéndose o aproximándose a ciertos patrones de acción; un deleite distinto al que obtendría mediante la mejora del propio estatus (como bajo el motivo de la expansión del ego), pues en su celo por esa abstracción que él denomina «belleza», «virtud» o «piedad» está pensando en el objeto y no en el artista, intérprete o ejecutante; así, deseando que los demás adoren el objeto tal como él hace, se sitúa al mismo nivel que ellos. En la práctica, sin embargo, es más probable que este motivo aparezca acompañando al de la expansión del ego que en solitario. En su forma menos sofisticada es, posiblemente, el principal ingrediente de los logros mentales, artísticos y afines más meritorios. Integrado a buen seguro por el instinto básico de construcción, más el motivo de la gratificación exterior por el cual el símbolo del ego se autovincula al objeto favorecido. Su aspecto ascético se distingue del propio de los fenómenos puros de gratificación exterior en que la seguridad y el estatus del objeto favorecido nunca están en juego. La importancia y la seguridad del objeto se dan por sentadas, de modo que no existe intención alguna de ayudarlo o beneficiarlo. El sujeto, simplemente, se goza en la realización de ciertos actos creativamente relacionados y ordenados. Sin embargo, sería posible prescindir de esta categoría especial si: 1) se asigna el esfuerzo creativo a la clase prudencial (penalidades conducentes a la recompensa), y 2) se asume que la glorificación simbólica del objeto adorado coloca su aspecto ascético en la clase de la gratificación exterior (con el ego transferido al objeto). Distinciones de este tipo son, por fuerza, enormemente difusas.
8. El Motivo Masoquista, que involucra la perversión instintiva conocida como masoquismo —u obtención de placer sensual mediante el propio dolor físico o psíquico—, es comparativamente rara como fuente pura de un determinado tipo de conducta; aunque es extremadamente común como ingrediente, en diversas proporciones, de varias motivaciones complejas. En su forma más pura implica la imposición —ya por uno mismo ya por partenaires— de castigos físicos o psíquicos, por lo general fantásticos y caprichosos. Usualmente empero es una fuerza auxiliar más débil y velada. Domina el aspecto místico de buena parte de las religiones orientales,[21] y lleva a muchas personas a practicar diversos grados de martirio sutilmente excitante, ya sea de forma pública o privada. Puede hallarse en la tiranía y las cargas domésticas sufridas voluntariamente en numerosos hogares, y en muchas fases aparentemente desafortunadas de las relaciones eróticas. Como emoción independiente es innegablemente anormal, aunque la mayoría de los psicólogos la cree presente, en pequeñas cantidades, en la personalidad normal promedio. Un dicho coloquial lo resume al referirse a la persona que «disfruta de su mala salud»; aunque tal vez en aquella influyan, además del masoquismo puro de su actitud, otros motivos como gratificaciones de atención y simpatía del tipo de la expansión del ego. La posible conexión del masoquismo con el instinto básico de autohumillación defensiva merece, como mínimo, un estudio cuidadoso.
Tales son las ocho bien definidas variantes motivacionales que subyacen, por sí solas o en diversas combinaciones, tras la amplia gama de conductas autosacrificiales. Cualquier intento de analizar las fútiles motivaciones humanas, en un cosmos infinito e impersonal en el que la humanidad es un accidente insignificante es, en el mejor de los casos, una ingenuidad; pero podemos, si así lo deseamos, tratar de correlacionarlas con este o aquel sistema de estándares relativos. De tales conjuntos, el menos endeble y empírico es el determinado por la evolución orgánica y el desarrollo estético-intelectual, cuyos atributos pueden emplearse para medir la distancia que media entre un individuo cualquiera y la masa protoplásmica primigenia. Así pues, ¿cuáles de estas motivaciones podemos esperar hallar, y en qué proporción, en el tipo más privilegiado de Homo Sapiens?
En general, podemos afirmar que en el hombre evolucionado y cultivado el intelecto, la imaginación y el sentido de la belleza se hallan prodigiosamente desarrollados en comparación con las correspondientes facultades del tipo primitivo. En consecuencia, es lógico suponer perfeccionadas sus capacidades de creación, discriminación, asociación y simbolización. Puede esperarse entonces que los motivos dependientes del instinto animal, la insinceridad, la estupidez o la falta de coordinación —como el motivo del hábito, el de la aprobación, el del conflicto emocional y el masoquista— se hallen relativamente subordinados, de modo que puedan considerarse como cualitativamente inferiores; en tanto que los motivos intelectuales y creativos —como el de la gratificación exterior, la expansión del ego y el de la habilidad— predominen y, por lo tanto, puedan considerarse como cualitativamente superiores. El motivo prudencial es igualmente fuerte en las personalidades desarrolladas y no desarrolladas a pesar de las diferencias naturales en su manifestación, por lo que puede considerarse en esencia como cualitativamente neutral.
Otro conjunto de estándares relativos es el derivado de las necesidades de la sociedad tal y como, hoy día, convenimos en considerar la más viable; pues naturalmente, un grupo formado únicamente por individuos superiores jamás alcanzaría un estado de equilibrio y funcionamiento armónico a gran escala. ¿Qué conductas autosacrificiales, pues, son socialmente más útiles entre las masas populares en contraposición a su aristocracia? Es evidente que el motivo prudencial debe puntuar muy alto; como también los motivos del hábito y la aprobación, pues sin estos no habría incentivos en el orden civil entre un rebaño carente de cualidades intelectuales, asociativas, simbólicas y creativas. Los motivos de la gratificación exterior y la expansión del ego, sin embargo, son igualmente beneficiosos con tal de que operen a gran escala; a menudo encontramos algunas de sus manifestaciones en tipos no cultivados aunque biológicamente evolucionados. El motivo del conflicto emocional, aunque desastroso cuando se emplea contra el orden social, es infinitamente valioso cuando se hace en nombre de la sociedad, y de hecho constituía una especie de criterio de virilidad entre los pueblos arios. El motivo de la habilidad es positivo sin reservas…, salvo cuando su aspecto ascético se dirige a un objeto opuesto al orden social; aunque en este caso puede considerarse como un factor menos decisivo que otros. El masoquismo podría parecer ventajoso para el mantenimiento del orden, pero posee implicaciones dudosas y no debe alentarse. Con esta posible excepción, podemos afirmar que prácticamente todas las conductas autosacrificiales son de gran utilidad entre las masas populares, pues gran parte del ajuste social debe consistir, necesariamente, en la renuncia a las ventajas inmediatas en interés de un orden productivo estable de, indudablemente, mayores ventajas.
Que la naturaleza y el funcionamiento de estos aparentemente paradójicos impulsos confirman, efectivamente, nuestra creencia general en la afirmación del yo o el interés propio como suprema motivación humana (o principio de acción subyacente) resulta demasiado evidente para que pueda cuestionarse de forma razonable. Como en otras muchas esferas del pensamiento, la maravillosa perspicacia intuitiva y sutil penetración helénicas son reivindicadas tras siglos de ciega confusión; en tanto que el conocimiento exacto está llenando rápidamente lagunas solamente salvadas hasta ahora por un audaz ejercicio de la imaginación disciplinada.