X. ¿POR QUÉ LOS HOMBRES NO PUEDEN SER MÁS PARECIDOS A LA
MUJERES?
Desarrollo del cerebro sexual humano
He aquí al hombre compuesto de dos partes. La primera es toda naturaleza; la otra, arte.
ROBERT HERRICK, «Upon Man»
«El hombre tiene más coraje, es más belicoso y más enérgico que la mujer, y tiene más creatividad… La mujer parece diferenciarse del hombre… especialmente en su mayor capacidad de ternura y menor egoísmo». Darwin escribió estas líneas en 1871. El hombre agresor, la mujer educadora y nutricia. Darwin creía que estas cualidades de sexo eran características por «derecho de nacimiento» de la humanidad, adquiridas en nuestro lejano pasado.
Darwin también creía que los hombres son naturalmente más inteligentes. Sostenía que la inteligencia superior masculina se desarrolló porque los hombres jóvenes debían pelear para obtener parejas. Como los machos ancestrales necesitaban defender a sus familias, cazar para la subsistencia común, atacar a los enemigos y construir armas, los machos requerían facultades mentales superiores, «como por ejemplo la capacidad de observación, de razonamiento, de invención o de imaginación». Por lo tanto, a causa de la rivalidad ancestral entre machos y de la supervivencia del más apto, la inteligencia se desarrolló… en los hombres.
Un Adán poderoso e inteligente, una Eva delicada y simple: Darwin encontró a su alrededor múltiples pruebas de esta desigualdad entre sexos. Los poetas, comerciantes, políticos, científicos, artistas y filósofos de la Inglaterra victoriana eran, en sus inmensa mayoría, hombres. Por su parte, Paul Broca, el eminente neurólogo francés del siglo XIX, que además era una autoridad en razas, había confirmado el criterio de la inferioridad intelectual femenina. Después de calcular el peso de la masa encefálica en más de cien hombres y mujeres cuyos cuerpos habían sido sometidos a autopsia en los hospitales de París, Broca escribió en 1861: «Por término medio, las mujeres son un poco menos inteligentes que los hombres, una diferencia que no debemos exagerar pero que, de todos modos, existe»[409].
Broca no contempló en sus cálculos el menor tamaño del cuerpo femenino. Usó una impecable «fórmula de corrección» para demostrar que los franceses eran tan capaces como los alemanes. Pero no hizo las adaptaciones para los cráneos de mujer. En cualquier caso, ya todo el mundo sabía que las mujeres eran intelectual mente inferiores: ésa era la creencia de la época.
El credo sexista era una reacción amarga tras la Primera Guerra Mundial. Margaret Mead estaba entre los líderes intelectuales que en la década de los veinte subrayaron el predominio de la educación sobre la naturaleza. Afirmaba que el medio ambiente moldeaba la personalidad. Como escribió en 1935: «Se podría afirmar que muchas —si no todas— de las características de personalidad que hemos definido como masculinas y femeninas están tan poco relacionadas con el sexo de las personas como la ropa, los modales o los tocados que una sociedad les impone en un momento dado a cada uno»[410].
El mensaje de Mead daba esperanzas a las mujeres —así como a las minorías étnicas, a los inmigrantes y a los pobres— y contribuyó a introducir en el dogma científico el concepto de «determinismo cultural», la doctrina según la cual los individuos son esencialmente todos similares[411]. Si las personas fueran despojadas de unos pocos ornamentos culturales, básicamente nos encontraríamos siempre frente al mismo animal. La sociedad y la educación hacen que las mujeres se comporten como mujeres y que los hombres tengan una conducta típicamente masculina. Y adiós a la biología.
En los años treinta y en las décadas siguientes vieron la luz innumerables tratados científicos proclamando que hombres y mujeres eran esencialmente iguales. Pero ahora el viento ha cambiado otra vez de dirección. Disponemos de una cantidad de datos nuevos, y hoy muchos científicos piensan que los sexos son bastante diferentes y que las diferencias empiezan a establecerse en el cerebro humano dentro del útero, durante la gestación.
Cuando el óvulo se une con el espermatozoide y se produce la fecundación, el embrión no tiene genitales femeninos ni masculinos. Pero alrededor de la sexta semana de vida fetal se produce un salto genético y los cromosomas dirigen a los precursores de las gónadas para que desarrollen testículos u ovarios. A estas alturas la suerte está echada. En el caso de los testículos, las gónadas diferenciadoras comienzan a producir testosterona fetal. Cuando en el tercer mes de vida esta poderosa hormona masculina impregna los tejidos embrionarios, se forman los genitales masculinos. Las hormonas fetales también conforman el cerebro masculino. Si el embrión ha de ser una mujer, se desarrollará sin la participación de hormonas masculinas, y los genitales femeninos emergen, junto con el cerebro femenino[412].
De modo que las hormonas otorgan la identidad sexual al cerebro.
Y varios científicos piensan que la arquitectura cerebral desempeña un papel importante en la creación de las diferencias de sexo que se manifiestan después en la vida. Yo agregaría que las diferencias de sexo han surgido a lo largo de los siglos, que provienen de nuestro lejano pasado, cuando hombres y mujeres ancestrales comenzaron a aparearse y a criar a sus hijos, como «marido» y «mujer».
EL DON DEL HABLA
En exámenes de habilidad verbal efectuados a norteamericanos, se hace cada vez más evidente que, en términos generales, las niñas hablan antes que los varones. Hablan con mayor fluidez, con mayor corrección gramatical y con más palabras por emisión. Cuando alcanzan los diez años de edad, las niñas se destacan en razonamiento verbal, prosa escrita, memoria verbal, pronunciación y ortografía. Aprenden mejor los idiomas extranjeros. Tartamudean menos. La dislexia se manifiesta en ellas con una frecuencia cuatro veces menor. Y muchísimas menos niñas se quedan atrasadas en el aprendizaje de la lectura[413].
Ello no quiere decir que los varones sean incoherentes ni que todos los varones estén menos desarrollados verbalmente que todas las niñas. Los hombres varían; las mujeres varían. En realidad, hay más diferencias entre los individuos de un mismo sexo que entre sexos[414]. La prueba de esto la encontramos en nuestra herencia occidental. Durante los últimos cuatro mil años, la cultura occidental impidió que las mujeres fueran oradoras, escritoras, poetas, dramaturgas, y en cambio cultivó el genio de los hombres. No es de extrañar, pues que la enorme mayoría de los oradores públicos y de los gigantes literarios hayan sido hombres. Pero los científicos están comenzando a ponerse de acuerdo en que el promedio de las mujeres manifiestan mayor habilidad verbal que los hombres.
Las diferencias de sexo podrían ser adquiridas. Hay quienes afirman, por ejemplo, que el hecho de que las niñas nazcan más maduras que los varones explicaría que ingresen en el mundo con una ligera ventaja en habilidad lingüística, habilidad que los padres y el sistema educativo cultivan a medida que crecen[415]. En realidad, existe una amplia variedad de argumentos en el sentido de que las habilidades verbales son inculcadas a las niñas más regularmente que a los varones[416]. Pero la información actual apunta a demostrar que dichas diferencias entre los sexos tienen además un componente biológico subyacente.
Las mujeres tienen un discurso más fluido no sólo en los Estados Unidos sino en lugares tan diversos como Inglaterra, Checoslovaquia y Nepal[417]. La International Association for thè Evaluation of Educational Achievement (Asociación Internacional para la Evaluación de Logros de Aprendizaje) informó recientemente que en 43.000 muestras de redacción correspondientes a estudiantes de catorce países en los cinco continentes, las niñas manifestaron sus ideas por escrito con mayor claridad que los varones. Sin embargo, el argumento más fuerte a favor de la superioridad verbal femenina es la relación entre el estrògeno, la hormona femenina, y la habilidad verbal femenina.
En un estudio reciente realizado con 200 mujeres en edad reproductora, los psicólogos demostraron que en mitad del ciclo menstrual, cuando el nivel de estrògeno alcanza su punto más alto, la habilidad verbal femenina es mayor[418]. Cuando se les solicitaba, por ejemplo, que repitieran el trabalenguas: «Tres tristes tigres comen tres platos de trigo» cinco veces seguidas, lo hacían especialmente bien cuando estaban en mitad de su ciclo. Directamente después de la menstruación, cuando el nivel de estrógenos alcanzaba el mínimo, la velocidad de estas mujeres declinaba. Aun en sus peores momentos, la mayoría de ellas superaba a los hombres en todas las tareas verbales.
LA DEFICIENCIA EN MATEMATICAS
Los hombres, en promedio, destacan en los problemas de altas matemáticas (no en aritmética). En general son superiores en la lectura de mapas, en la solución de laberintos y en completar varias otras tareas visuales-espaciales-cuantitativas[419].
Algunas de estas habilidades se manifiestan en la infancia. Los niños pequeños desmontan juguetes y exploran más el espacio que los rodea. Tienen mayor facilidad para detectar objetos en el espacio y perciben los diseños abstractos y las relaciones más correctamente. Al llegar a los diez años, son más numerosos los varones que pueden hacer girar en la imaginación objetos tridimensionales percibidos visualmente, que perciben correctamente espacios tridimensionales sobre un papel plano, y que comienzan a obtener puntuaciones más altas en otros problemas mecánicos y espaciales. Luego, en la pubertad, los varones superan a las niñas en álgebra, geometría y en otras materias que involucran habilidades visuales-espaciales-cuantitativas[420].
En un examen aplicado a casi 50.000 estudiantes de séptimo grado a los que se les tomó la Prueba de Aptitud Escolar, 260 varones y 20 niñas obtuvieron casi 700 (del total de 800) puntos en problemas matemáticos, una relación de 13 a l[421]. En los Estados Unidos, tres de cada cuatro individuos que se doctoran en matemáticas son hombres. Y tales diferencias entre los sexos en agudeza espacial e interés en las matemáticas se verifican también en varias otras culturas[422].
Igual que la habilidad verbal femenina, estas habilidades verificadas en muchos niños y hombres adultos tienen evidentemente un componente cultural. Pero también existe una relación entre la hormona masculina predominante, la testosterona, el cromosoma masculino Y y la excelencia en matemáticas y en ciertas tareas visuales-espaciales-cuantitativas. Las niñas que reciben dosis inusuales de hormonas masculinas durante la gestación (debido a malformaciones fetales o a drogas ingeridas por la madre durante el embarazo) manifiestan conductas varoniles durante la infancia, y obtienen mejores notas en los exámenes de matemáticas mientras están en el colegio. Por su parte, los púberes varones con bajos niveles de testosterona obtienen notas bajas en las tareas que requieren alta percepción espacial. Más aún, los hombres con un cromosoma Y de más (XYY) logran puntuaciones superiores en los exámenes visuales-espaciales, mientras que los que tienen un cromosoma femenino de más (XXY, síndrome de Klinefelter) manifiestan una aptitud espacial inferior[423].
No es mi intención afirmar que las mujeres no han desarrollado una capacidad espacial superior. Al contrario. Los investigadores Irwin Silverman y Marion Beals descubrieron recientemente en las mujeres una enigmática aptitud espacial. Enseñaron diversos objetos distribuidos en una habitación y dibujados en una hoja de papel a un grupo de hombres y mujeres a los que se les solicitó que memorizaran los objetos que veían. Luego se les pidió a los participantes que enumeraran los que recordaban. El resultado fue que las mujeres recordaron muchos más de estos objetos estáticos y su ubicación en el espacio[424].
De modo que cada sexo tiene aptitudes espaciales propias y específicas.
¿Condicionará la sociedad a mujeres y hombres para fracasar respectivamente en matemáticas y en lengua?
Se han propuesto varias explicaciones culturales para dar cuenta de las diferencias entre sexos: las ideas de los maestros y su forma de tratar con los estudiantes, las actitudes de los padres con respecto a los hijos y su modo de prepararlos para la vida adulta, la concepción social de las matemáticas como un área masculina del conocimiento, los diferentes juegos y deportes practicados por niñas y varones, la percepción y aspiraciones propias de cada sexo, las múltiples presiones sociales que pesan sobre los adolescentes, hasta el diseño de las diversas pruebas y la interpretación que los científicos hacen de los resultados, todo incide sobre el resultado de los exámenes[425]. La Prueba de Aptitud Escolar, por ejemplo, arroja resultados que varían tanto en función de la clase social y el grupo étnico de pertenencia como del sexo. Y la brecha entre resultados de varones y mujeres en pruebas matemáticas estandarizadas ha disminuido desde los años setenta.
¿Determina la biología el destino?
No, en absoluto. Nadie niega que la cultura desempeña un papel de enorme importancia en el condicionamiento de las acciones humanas. Pero sería poco científico pasar por alto los siguientes hechos igualmente significativos: la serie de datos acerca de las diferencias de sexo en los bebés, la persistencia de las diferencias masculino/femenino en otras pruebas además de la PAE, el hecho de que las adolescentes no se quedan atrás en las demás tareas a causa de las presiones sociales, la información confirmatoria proveniente de otros países. También la bibliografía que vincula a la testosterona con aptitudes espaciales y a los estrógenos con aptitudes verbales, que sin excepción corrobora el punto de vista según el cual los sexos realmente manifiestan diferencias en algunas aptitudes espaciales y verbales, y que dichas diferencias surgen, por lo menos en parte, de las variaciones biológicas masculino/ femenino.
Sólo cabe agregar que, desde una perspectiva antropológica, dichas diferencias entre sexos se articulan correctamente con el enfoque evolutivo. Cuando los machos ancestrales comenzaron a rastrear, a perseguir y a acorralar animales millones de años atrás, los machos que se orientaban bien o encontraban el camino en zonas laberínticas podrían haber sobrevivido en una proporción mucho mayor. Las mujeres ancestrales necesitaban localizar vegetales comestibles dentro de una tupida maleza de vegetación, de modo que habrían desarrollado la capacidad de memorizar la ubicación de objetos estáticos, es decir, un talento espacial diferente. Y para las mujeres que estaban a cargo de criar a los más pequeños, las habilidades verbales también pudieron ser decisivas.
En mi opinión, pues, cuando emergió el vínculo de pareja, y la tradición humana de cazar, recolectar y robar la caza ajena fue tomando forma, también se definieron estas sutiles diferencias en las aptitudes de ambos sexos.
Otras diferencias entre los sexos que también se manifiestan podrían asimismo tener un fundamento biológico y podrían haber evolucionado a lo largo de nuestro prolongado pasado nómada.
LA INTUICION FEMENINA
Darwin escribió: «En general, se piensa que en la mujer los poderes intuitivos… están más acentuados que en el hombre»[426].
La ciencia comienza a demostrar que Darwin tenía razón. Las pruebas demuestran que las mujeres, como promedio, perciben las emociones, el contexto y todo tipo de información periférica no verbal con más exactitud que los hombres[427]. Un leve ladeo de la cabeza, los labios apretados, los hombros alzados, el pasaje del peso corporal de un pie a otro, un cambio en el tono de voz, cualquiera de estos sutiles movimientos pueden llevar a una mujer a sentir que su invitado no está cómodo, que siente miedo, que está irritado o que algo lo decepcionó. ¿Podría surgir esta aptitud de la anatomía del cerebro? Tal vez.
El haz de fibras nerviosas que conecta las dos mitades del cerebro, el cuerpo calloso, es más grueso en las mujeres y forma una protuberancia en la parte posterior, mientras que en los hombres es homogéneamente cilindrico[428]. Por lo tanto, las dos mitades del cerebro femenino están mejor conectadas. Las secciones dentro de cada hemisferio quizá también estén mejor conectadas[429]. Se realizaron varios cientos de experimentos con víctimas de infarto de miocardio, con enfermos de tumores cerebrales o con lesión cerebral, y con sujetos normales, y parecería que las aptitudes femeninas están distribuidas en toda la corteza mientras que las aptitudes masculinas se localizan más puntualmente y están más compartimentadas, y sus hemisferios funcionan con un poco más de independencia[430].
Este mapa de los circuitos cerebrales sugiere una explicación de la intuición femenina. Es posible que las mujeres absorban de modo simultáneo las claves de un espectro más amplio de percepciones visuales, auditivas, táctiles y olfativas. Luego conectan estos pedazos de información subordinada, lo cual otorga a las mujeres esa perspicacia inmediata de la que hablaba Darwin.
Y no sería nada absurdo inferir que, si efectivamente existe un componente biológico en la intuición femenina, éste habría evolucionado principalmente para que millones de años atrás las mujeres detectasen las necesidades de sus hijos pequeños[431].
La habilidad verbal femenina, la excelencia masculina en las matemáticas y en algunos problemas espaciales y la intuición femenina no son las únicas diferencias entre sexos que podrían responder a un componente biológico y que podrían haberse desarrollado durante nuestra larga prehistoria.
Las mujeres de cualquier edad tienen una coordinación motora «superior» y manipulan con facilidad los objetos pequeños. ¡No es de extrañar que sean mejores costureras! También manejarían mejor el escalpelo de cirugía. Esta destreza femenina se incrementa en la mitad del ciclo menstrual, cuando los niveles de estrògeno están más altos, lo cual indica la presencia de un elemento fisiológico en esta habilidad manual[432]. Los hombres y los niños, en promedio, son más hábiles en las aptitudes motrices groseras que requieren velocidad y fuerza, desde la carrera y el salto hasta el lanzamiento de un palo, una piedra o una pelota[433].
Una vez más, estas diferencias entre sexos se explican desde el enfoque evolutivo. En tanto en cuanto las mujeres ancestrales seleccionaban más raíces y bayas y con mayor regularidad quitaban briznas de hierba, motas de polvo y ramitas del pelaje de sus hijos, las que disponían de una destreza motriz superior pudieron sobrevivir en una proporción mucho mayor, y legaron a las mujeres modernas este rasgo. Por otra parte, parece probable que mientras los hombres arrojaban más proyectiles a depredadores y animales en movimiento, emergiera una aptitud masculina para la coordinación motriz más grosera.
LOS VARONES SERAN VARONES
Un último rasgo distingue a hombres y mujeres. Como decía Darwin, los hombres, en promedio, son más agresivos y las mujeres se ocupan más de la nutrición y la crianza.
En un estudio revelador sobre la agresión en aldeas de Japón, las Filipinas, México, Kenia e India, así como en «Orchard Town», una anónima ciudad de Nueva Inglaterra, Estados Unidos, los antropólogos Beatrice y John Whiting demostraron que los varones son más agresivos que las niñas en cada una de las culturas estudiadas[434]. Los psicólogos confirman este dato respecto a los norteamericanos. Los varones que empiezan a andar aferran y arañan. Los niños de guardería se persiguen y luchan. Los adolescentes prefieren los deportes de contacto físico. El juego de la lucha violenta es casi exclusivamente una preocupación de los varones y se extiende durante toda la infancia, igual que en otros primates. Más hombres se sienten atraídos por las violentas acciones de guerra. Y la enorme mayoría de los homicidios de todo el mundo son cometidos por hombres, a menudo por hombres jóvenes con altos niveles de testosterona[435].
No pretendo afirmar que las mujeres no son agresivas. Todos sabemos que las mujeres pueden ser sumamente duras y algunas veces físicamente violentas, y que protegen a sus hijos con celo. Bastaría amenazar a un bebé para que la madre tenga un acceso de furia indomable. Sin embargo, los científicos piensan que el entorno tendría una mayor incidencia en la agresividad femenina, mientras que en el hombre la agresividad está más sujeta a la influencia de las hormonas masculinas[436].
Este espíritu agresivo ciertamente les habría venido bien a los hombres varios millones de años atrás, mientras avanzaban contra sus enemigos y depredadores en las llanuras Áfricanas.
La función nutricia se considera a menudo el equivalente femenino de la agresividad masculina. Las mujeres de todos los grupos étnicos y de todas las culturas del mundo (y de todas las especies de primates) manifiestan mayor interés en los niños y más tolerancia ante sus demandas y necesidades. Además, en todas la sociedades registradas, las mujeres se ocupan de la mayoría de las tareas cotidianas relacionadas con la crianza de las criaturas[437].
Hay quienes prefieren considerar la función nutricia femenina como una conducta aprendida. Pero los datos disponibles indican que también este patrón podría responder a fundamentos biológicos[438]. Las bebés pequeñas parlotean, sonríen y arrullan a los rostros conocidos, mientras que, en el caso de los bebés varones, es igualmente factible que balbuceen ante un objeto cualquiera o ante una luz intermitente. Las niñas son más sensibles al contacto, a los sonidos agudos, a los ruidos, a las inflexiones de la voz, a los sabores y a los olores. Las niñas pequeñas pueden concentrar su atención durante períodos más prolongados y dedican más tiempo a menos proyectos; los varones se distraen con mayor facilidad, son más activos, más proclives a la exploración. Las niñas manifiestan más interés en las personas nuevas, mientras que los varones se sienten atraídos por los juguetes nuevos.
Y las niñas son más capaces de captar el estado de ánimo de un adulto por su tono de voz. Todas estas características son útiles en la crianza de niños.
En su libro de 1982, In a Different Voice (Con una voz diferente), la psicóloga Carol Gilligan propone que las mujeres también poseen una extraordinaria sensibilidad para los vínculos interpersonales. Tras entrevistar a más de cien hombres, mujeres, niños y niñas, ella y sus colegas determinaron que las mujeres se insertan como protagonistas en una compleja red de afectos, afiliaciones, obligaciones y responsabilidades respecto a otras personas. Luego nutren estos vínculos, otro atributo útil en la crianza grupal de bebés.
Así como la agresividad masculina está relacionada con la testosterona, la capacidad nutricia femenina también parece tener un fundamento fisiológico. Las niñas que nacen con un sólo cromosoma X —síndrome de Turner— son «extremadamente femeninas», manifiestan menos interés en los deportes y las luchas infantiles y mayor interés en el arreglo personal que las niñas normales. También obtienen puntuaciones muy bajas en los exámenes de matemáticas y en las tareas que requieren noción del espacio. Estas niñas se muestran muy interesadas en la idea del matrimonio y les atraen intensamente los bebés[439].
Quizá la sensibilidad femenina a las relaciones interpersonales, su necesidad de afiliación, su natural interés en los rostros de las personas, su gran sensibilidad a los ruidos y a los olores, al contacto y a los sabores, así como su capacidad de concentración durante períodos prolongados, sean también aspectos de la psiquis femenina que evolucionaron mientras las hembras ancestrales criaban a sus hijos millones de años atrás.
«Si es cierto que descendemos de los monos, debe de haber sido de dos especies diferentes. Porque no somos parecidos en nada, ¿no es cierto?», le dice un hombre a una mujer en la obra El padre, escrita por August Strindberg en 1887. El misógino sueco por supuesto exageraba. Pero, por regla general, los hombres y las mujeres parecen estar dotados con habilidades diferentes en lo espacial, verbal e intuitivo, con tipos diversos de coordinación mano-ojo, y con disimilitudes en la agresividad y capacidad nutricia, que parecen responder a componentes biológicos. Y la lógica indica que dichas diferencias habrían evolucionado junto con la tradición de caza y recolección.
Sin embargo, ninguno de los dos sexos es más inteligente que el otro.
En eso Darwin estaba equivocado. La inteligencia es una combinación de miles de habilidades separadas, no es un rasgo único. Algunas personas destacan en la lectura de mapas o en el reconocimiento de rostros. Otras pueden hacer girar los objetos mentalmente, arreglar el coche o escribir un poema. Algunas personas razonan correctamente frente a los más complejos problemas científicos, otras lo hacen ante las situaciones sociales delicadas. Están los que aprenden música rápidamente y los que aprenden un idioma extranjero en pocas semanas. Algunos recuerdan teorías económicas, otros recuerdan sistemas filosóficos. Ciertas personas recuerdan mejor todo pero tienen dificultad para expresar correctamente lo que saben o para aplicarlo de forma significativa; otros saben muchas menos cosas pero se expresan creativamente o tienen una capacidad fuera de lo común para generalizar o poner en práctica sus ideas o conocimientos. De ahí la maravillosa variedad de la sagacidad, el ingenio y la personalidad humanas.
Sin embargo, los sexos no son idénticos. Algunas mujeres son brillantes matemáticas, compositoras o jugadoras de ajedrez; algunos hombres se destacan a nivel mundial por su oratoria, o como actores o dramaturgos. Pero existe una cantidad importante de datos que en general sugieren que cada sexo funciona de acuerdo con una corriente subyacente, con una especie de melodía, de tema.
¿Por qué los hombres no pueden ser más parecidos a las mujeres?
¿Por qué las mujeres no pueden ser más parecidas a los hombres?
La selección que condujo a las habilidades espaciales y verbales, a la intuición femenina, a la coordinación motora grosera o fina, a la agresividad o a las conductas nutricias pudo haber comenzado antes aún de que nuestros antepasados femeninos y masculinos avanzaran sobre la llanura del mundo antiguo para ponerse a cazar, a robar las presas ajenas y a acopiar alimentos con los cuales sobrevivir.
«El hombre darwiniano, aunque se ha bien comportado, en todo caso sólo es un mono bien afeitado». Así dice la cantinela escrita por el libretista británico W. S. Gilbert. En realidad, los científicos modernos no son los primeros en pensar que existe una continuidad entre el hombre y la bestia. De todos modos, el antropólogo William McGrew lo confirma con su descubrimiento de rudimentos de la tradición humana de caza y recolección entre los chimpancés modernos[440].
Como recordará el lector, los chimpancés macho que habitan en las márgenes del lago Tanganica, África oriental, practican la caza. Acechan a sus presas, las persiguen y matan. Estas son tareas espaciales, silenciosas y agresivas. Los machos también patrullan los límites de su dominio y protegen el territorio comunitario, ocupaciones que son aún más espaciales, silenciosas y agresivas. Los machos también arrojan ramas y piedras, hábitos motrices groseros.
Las hembras de chimpancé realizan la recolección. Se dedican a la caza de termitas y hormigas tres veces más a menudo que los machos, tareas que requieren una delicada destreza manual. Las hembras de chimpancé común también se acicalan más que los machos, y necesitan una diestra motricidad fina para quitarse motas de polvo mutuamente durante largas horas. Y mientras recolectan alimentos y se acicalan mutuamente, las hembras de chimpancé interactúan con sus crías, tocándolas y vocalizando. Estas actividades estimularon su habilidad verbal. Del mismo modo que sus homólogos en muchas especies de primates, los chimpancés macho suelen emitir ladridos, gruñidos, rugidos y estridentes sonidos agresivos, mientras las hembras producen «llamados más claras», convocando a la parentela[441].
Estos datos sugieren que algunas diferencias modernas entre los sexos precedieron nuestro descenso a las llanuras de África. Entonces, cuando nuestros antepasados empezaron a procurarse presas pequeñas, a cazar, a robar presas ajenas y a recolectar semillas y bayas en las planicies desprotegidas, estas funciones determinadas por el sexo deben de haberse vuelto esenciales para la supervivencia, dando origen a las actuales diferencias masculino/femenino en lo que se refiere a habilidades espaciales y verbales, intuición, coordinación mano-ojo y agresividad.
«EL DESFILADERO»
Por supuesto, no tenemos ninguna prueba física de que cuatro millones de años atrás los machos amigos de Lucy robaran presas ajenas y cazaran en las sabanas de África ni de que sus compañeras hembras recolectaran alimentos. Sólo disponemos de huellas de pies y de unos pocos huesos antiguos. Pero los restos fósiles de dos millones de años de antigüedad son más abundantes. Y algunos restos arqueológicos peculiares sugieren que las funciones humanas de ambos sexos —y las diferencias cerebrales de cada sexo— ya comenzaban a insinuarse.
La información proviene del desfiladero de Olduvai, Tanzania, actualmente un cañón disecado y desértico. Sin embargo, unos 200.000 años atrás un río se abrió camino a través de esas tierras trazando a su paso una profunda grieta en las rocas que, al secarse el río, dejó expuestas las capas de antiguos estratos geológicos. A partir de 1930, Mary y Louis Leakey realizaron excavaciones en esta hendidura buscando pruebas del hombre antiguo. En 1959 Mary descubrió un yacimiento en el fondo del desfiladero, Estrato I, que dejaba al descubierto la vida tal como era de 1,7 a 1,9 millones de años atrás.
La zona había sido un lago color esmeralda, salobre y poco profundo. Estaba rodeado de pantanos, árboles y matorrales. Poblaban la zona pelícanos, cigüeñas, garzas e hipopótamos que caminaban por las aguas tranquilas. Los cocodrilos flotaban sobre las aguas salinas, y los patos y gansos hacían sus nidos en las plantas de papiro que rodeaban las orillas. Los matorrales se extendían desde las márgenes del lago hacia la llanura alta, donde cada tanto una acacia interponía su estatura. Contra el horizonte se recortaban las selvas de árboles de caoba y de hoja perenne que avanzaban cuesta arriba por las laderas de las montañas hacia los picos volcánicos.
En la orilla oriental de lo que fuera el lago, donde los pantanos salobres alguna vez habían sido alimentados por arroyos de agua clara, Mary Leakey desenterró unas dos mil quinientas herramientas antiguas y fragmentos de piedra trabajada[442]. Alguien con «buen ojo» las había construido. Algunas eran grandes trozos de lava, cuarzo u otros tipos de piedra que presentaban algunas aristas cortadas de un golpe para que tuvieran filo. Otras eran pequeños desprendimientos resultantes del tallado de piedras más grandes. Cerca de la orilla se encontró débitage, pequeñas astillas de piedra filosa, y además grandes trozos de piedra sin trabajar. Algunas herramientas eran de piedra local, pero muchas se habían traído desde otras zonas, como por ejemplo los lechos de los arroyos y las lenguas de lava a kilómetros de distancia. Algunas se habían labrado en otro lugar y luego las abandonaron intactas junto al lago. Otras se habían trabajado o cortado entre los matorrales, donde sólo quedaron los fragmentos desprendidos. Aquí había, pues, una fábrica y un almacén de herramientas.
Este conjunto de hachuelas y descarnadores, conocido como las herramientas Oldowan, no es el más antiguo que se ha hallado. Dos millones y medio de años atrás, alguien dejó herramientas en Etiopía. Pero estos utensilios de Olduvai, Estrato I, eran especiales.
A su alrededor se encontraron sesenta mil fragmentos de huesos de diferentes animales. La mayoría eran de elefante, hipopótamo, rinoceronte, cerdo, búfalo, caballo, jirafa, órix, antílope, ñu azul, kongoni, topee, kobo, gacela Grant, gacela Thompson e impala. También yacían en el lugar restos de tortugas, musarañas elefante, liebres y patos, y huesos de cientos de aves y otros animales pequeños. Durante los años sesenta y setenta el matrimonio Leakey descubrió otros cinco yacimientos en los alrededores de este antiguo lago. En uno de ellos se había carneado un elefante.
Semejantes a palimpsestos, estos yacimientos de Olduvai son como pizarrones a medio borrar. Pero el flamante campo de la tafonomía ha comenzado a establecer qué ocurrió realmente siglos y siglos atrás junto a este lago.
ROMPECABEZAS OSEOS
La tafonomía es la ingeniosa ciencia que estudia los huesos fosilizados reconstruyendo hacia atrás[443]. Observando cómo descarnamos actualmente, cómo arrancan la carne de los huesos otros carnívoros modernos como leones y hienas, y cómo el agua y el viento desparraman los huesos por el paisaje, los tafonomistas determinan de qué manera los huesos antiguos llegaron a ocupar las posiciones y a estar en las condiciones en que se los encuentra hoy. Por ejemplo, los tafonomistas han observado la manera en que los cazadores trocean las reses y nos informan de que cuando desprenden la carne dejan marcas de cuchillo en el centro de los huesos largos; a fin de extraer la piel y los tendones, hacen marcas visibles en los extremos de los huesos. Las hienas, en cambio, mastican las patas y las puntas de los huesos, y dejan marcas muy diferentes en los huesos abandonados.
Basándose en éstas y muchas otras claves tafonómicas, los antropólogos intentaron reconstruir lo que ocurrió en Olduvai unos dos millones de años atrás. Las conclusiones más convincentes son las de Henry Bunn y Ellen Kroll[444].
Tras analizar todos los huesos antiguos del yacimiento, los antropólogos mencionados sostienen que nuestros antepasados atraparon las tortugas, musarañas, garzas y otros animales pequeños con trampas armadas con cuerdas, o con las manos. Como los leones habrían arrastrado el cuerpo completo, concluyen que los animales medianos como las gacelas fueron cazados y matados por nuestros antepasados. Los huesos de animales más grandes que no presentan marcas de dientes de carnívoros, probablemente fueron atrapados por nuestros antepasados al final de la estación seca, cuando los animales se desploman solos. Y los huesos con marcas de dientes de carnívoro, sin duda pertenecen a piezas cazadas por otros animales y arrebatadas por nuestros antepasados.
Tal vez ahuyentaban a sus competidores carnívoros mediante estrategias intimidatorias y los mantenían alejados durante los segundos necesarios para robarles parte de la pieza cazada. Quizá recogían las sobras abandonadas cuando sus rivales se alejaban para dormitar. También pueden haber robado los animales muertos que los leopardos arrastraban hasta los árboles[445].
Nuestros antepasados no sólo recogían, robaban y cazaban animales. También deben de haberlos descarnado. Algunas herramientas presentan microscópicas rayaduras causadas al cortar carne. En muchos huesos aparecen marcas de cortes paralelos en medio del eje, donde alguien debe de haber sacado bocados de carne. Y otros huesos fósiles presentan marcas de cortes en las coyunturas donde alguien desarticuló los miembros y transportó estos largos huesos a la orilla del agua.
Por último, la desproporcionada cantidad de huesos de extremidades carnosas correspondientes a animales de tamaño mediano cómo los ñu azules indica que nuestros antepasados disponían de carne suficiente para compartir en «cooperativa». La «gente» había comenzado a descarnar, trasladar y compartir la carne hace casi dos millones de años[446].
Pero ¿por qué los huesos y piedras están amontonados en pilas separadas? Tras un cuidadoso análisis de los huesos, las herramientas y los emplazamientos, y de simulaciones computerizadas que combinaban toda esta información con factores como el gasto de energía, el tiempo de traslado y otras variables, el antropólogo Richard Potts formuló la teoría de que las pilas de huesos y piedras de Olduvai eran «escondrijos de piedras», lugares en los que nuestros antepasados almacenaban sus herramientas y piedras en bruto[447]. Aquí fabricaban y guardaban herramientas, hasta aquí trasladaban trozos de animales para procesarlos rápidamente. Luego, tras arrancar la carne, extraer la médula y quitar los tendones y la piel, daban por terminadas las tareas antes de que llegaran las hienas. Cuando andaban de nuevo por la zona con algún trozo de carne, recurrían otra vez a los escondrijos de piedras.
Los huesos, las herramientas y las piedras en bruto se acumularon durante años, décadas y siglos. Hasta que un buen día Mary Leakey descubrió las pilas de basura.
Estos depósitos de desperdicios nos dicen algo acerca de las mujeres, de los hombres y de la evolución de las habilidades de cada sexo. Si dos millones de años atrás nuestros antepasados tenían escondites de piedras desperdigados por la llanura, en los cuales conservaban herramientas y piedras en bruto, adecuadas para cortar y acondicionar la carne, es evidente que estas personas coordinaban sus actividades, se ocupaban de la peligrosa aventura de obtener carne de animales de tamaño mediano a grande, se demoraban comiéndola, transportaban trozos de animales hasta puntos comunitarios junto al lago, que habían sido específicamente convenidos, descarnaban a los animales y disponían de suficiente comida para compartirla con familiares y amigos. Y es muy poco probable que muchas mujeres ancestrales, a menudo a cargo de niños pequeños, participaran en las peligrosas actividades de la caza o el robo de presas de tamaño mediano.
Después de que Darwin lanzó el concepto del «hombre cazador», pasaron varias décadas antes de que los científicos se ocuparan del papel que les correspondió a la mujeres ancestrales. Pero a comienzos de los años ochenta los antropólogos revisionistas empezaron a corregir los datos[448]. En la actualidad, la mayoría de ellos opina que las mujeres ancestrales se ocupaban principalmente de la tarea mucho más productiva y confiable de recolectar nueces, bayas, vegetales y pequeñas delicias como huevos y frutas.
Lamentablemente, las principales herramientas de recolección —las palas para cavar y las bolsas— normalmente no se fosilizan. Sin embargo, recientemente un equipo de científicos descubrió en la caverna de Swartkrans, en el África meridional, largos huesos de antílope quebrados y con los extremos pulidos. Los patrones microscópicos de desgaste de los bordes indican que alguien utilizó estos elementos también para sacar vegetales de la tierra. Los dientes antiguos correspondientes a la misma época sugieren que nuestros antepasados también comían abundante fruta[449]. En realidad, Potts sostiene que la carne representaba menos del veinte por ciento de la dieta.
De modo que si los hombres se ocupaban de la mayor parte de la caza y del robo de la carne, mientras las mujeres realizaban casi toda la recolección de vegetales, hace dos millones de años las mujeres cumplían una tarea esencial.
Con el tiempo estas distintas funciones de cada sexo evolucionaron hasta convertirse en la habilidad innata masculina en rutas laberínticas y en otras tareas espaciales, y se volvieron características su agresividad y coordinación motriz grosera. Y a medida que los días se transformaban en siglos, la memoria espacial femenina para los objetos estáticos, su agudeza verbal, su capacidad nutricia, su hábil motricidad fina y su notable intuición también se consolidaban definitivamente.
LA NATURALEZA DE LA INTIMIDAD
Estos rasgos diferentes podrían explicar algunos malentendidos entre los sexos. Cada uno de nosotros, usted y yo incluidos, luchamos por la intimidad. Tanto los sondeos de opinión como los libros y los artículos de revistas revelan la desilusión de las mujeres ante la resistencia de sus parejas a hablar de sus problemas, a expresar sus emociones, a escuchar, a compartir verbalmente. Para las mujeres la intimidad deriva del hablar. Sin duda, semejante concepción de la intimidad les viene de su prolongada prehistoria de educadoras.
El sociólogo Harry Brod informa que los hombres a menudo buscan la intimidad por otra vía. Brod escribió: «Numerosos estudios demuestran que los hombres tienden más a definir la cercanía emocional como una situación de trabajo o juego compartido, mientras para las mujeres a menudo se define más apropiadamente como una situación de conversación cara a cara»[450]. Para los hombres, por ejemplo, la intimidad es el resultado de participar en encuentros deportivos o presenciarlos. No me sorprende. ¿Qué es un partido de fútbol sino una ruta, un laberinto, un rompecabezas, acción en el espacio y competencia agresiva, todo lo cual implica habilidades que entusiasman a la mente masculina? En realidad, mirar un partido de fútbol en televisión no es muy diferente de sentarse detrás de un matorral en la llanura Áfricana tratando de establecer qué ruta tomarán las jirafas. No es de extrañar que la mayoría de las mujeres no comprenda que los hombres disfruten tanto mirando programas deportivos: estos pasatiempos no despiertan ningún eco en sus psiques evolutivas.
Los psicólogos han comenzado incluso a capitalizar las diferencias entre los sexos en el concepto de intimidad. Un psicólogo de Iowa hace propaganda de su forma de terapia «sólo para hombres» en las páginas amarillas de la guía telefónica. Ofrece ayuda a los hombres por medio de actividades deportivas, danza y teatro. Sostiene que hablar es una actividad femenina, inadecuada para los hombres. El resto de nosotros haríamos bien en recordar esta diferencia masculino/femenino. Las mujeres probablemente deberían adoptar al menos una actividad de esparcimiento no verbal a compartir con sus maridos, mientras que los hombres seguramente mejorarían las relaciones en el hogar si dedicaran tiempo a sentarse cara a cara con sus esposas a conversar y a practicar un poco la «escucha activa».
Otro rasgo que posiblemente sea una diferencia entre los sexos y que guarda relación con los conceptos de intimidad quizá proviene de nuestros antepasados. Los psicólogos consideran que las mujeres buscan con mayor frecuencia la inclusión, los vínculos afectivos, mientras que los hombres disfrutan más frecuentemente del espacio, el aislamiento y la autonomía[451]. El resultado: las mujeres dicen sentirse evitadas por sus maridos, mientras que los hombres dicen sentirse invadidos por sus esposas. ¿Podría haberse originado la evolución de ese interés de las mujeres en ser incluidas, en la época en que su papel de educadoras las llevó a sentirse cómodas dentro de los grupos? Tal vez la tendencia masculina a buscar la autonomía también comenzó en la época en que los hombres llevaban una vida solitaria como exploradores y rastreadores furtivos, y evolucionaron hasta el individuo que hoy disfruta de los espacios abiertos y la desconexión.
Tal vez algunas de nuestras preferencias sexuales también procedan de nuestro lejano pasado. Ciertos hombres son voyeurs. Algunos disfrutan de los espectáculos pornográficos. Otros tienen debilidad por la ropa interior, los camisones y los objetos eróticos. En realidad, es común que las fantasías sexuales masculinas se exciten ante estímulos visuales de todo tipo[452]. Tal vez estas peculiaridades sean, en parte, dirigidas por sus cerebros más espaciales. A las mujeres les gusta leer historias románticas y ver culebrones, tibia pornografía verbal. Quizá estas inclinaciones surgen de su sensibilidad al lenguaje.
Con esto no quiero decir que todos los hombres sean voyeurs, que todos los hombres se sientan invadidos por sus esposas, o que todos los hombres busquen la intimidad en los deportes o que sean verbalmente inexpresivos. Tampoco todas las mujeres leen novelas románticas, evitan mirar fútbol por televisión o buscan la intimidad en charlas cara a cara. La mezcla de gustos en cada personalidad humana es vasta. A mí me asombra siempre lo profundamente diferentes que son las personas. Pero, en cualquier caso, se han constatado esas diferencias en la conducta de hombres y mujeres.
Debemos admitir que los hombres siguen elucubrando acerca de la eterna pregunta: «¿Qué quieren las mujeres?». Por otra parte, las mujeres dicen habitualmente: «Ellos no entienden nada». Yo sospecho que nuestros antepasados habían comenzado a sorprenderse acerca del sexo opuesto dos millones de años atrás, cuando machos y hembras empezaron a discriminar sus actividades con relación a los alimentos alrededor del lago color esmeralda de Olduvai, y así dieron origen a las habilidades fundamentales de los dos sexos.
¿Quiénes eran esas «personas» de Olduvai?
En el Estrato I, o sea, en la capa sedimentaria inferior del desfiladero, se recuperaron los huesos de dos especies separadas de homínidos antiguos. Unos individuos con muelas enormes y cráneos de frente recesiva, conocidos como Australopithecus boisei, habitaron las márgenes del lago y desaparecieron cerca de un millón de años atrás. Si bien la capacidad craneal de esos homínidos había alcanzado de 430 a 550 centímetros cúbicos y los especímenes hallados presentan manos capaces de construir armas y herramientas con las cuales dar caza y descarnar presas[453], sus monstruosas mandíbulas y la estructura y patrón de desgaste de sus muelas sugiere que en cambio se sentaban entre los matorrales a masticar enormes cantidades de vegetales duros y fibrosos, nueces y semillas. Es probable que no fueran cazadores.
El «Hombre Hábil», u Homo habilis, también habitó estos parajes. Dicha especie tenía cráneos más ligeros y muelas de menor tamaño. Los primeros cuatro especímenes fósiles que se hallaron fueron familiarmente llamados Twiggy (un cráneo aplastado con siete piezas dentarias), George (piezas dentarias y fragmentos del cráneo), Cindy y el Niño de Johnny (más fragmentos de mandíbulas y piezas dentarias). Los cuatro habían muerto hace aproximadamente 1,9 millones de años, en puntos próximos a arroyos desde los cuales el agua potable desembocaba en los pantanos salobres de la margen oriental del lago. Hace poco se recuperó también el esqueleto parcial de una mujer: medía menos de un metro de estatura[454].
Al norte de Kooby Fora, una lengua de tierra reseca y desolada que se extiende hasta lo que hoy es el lago Turkana, en Kenia septentrional, estaban los parientes de Twiggy. Fue en este lugar donde, a partir de 1968, Richard Leakey, el hijo de Mary y Louis Leakey, descubrió más de trescientos especímenes. Un filón. El fósil más famoso es un cráneo al que todos conocen como «14550», nombre derivado del número de catálogo correspondiente. ¿Por qué es 1470 tan famoso?
Porque la capacidad craneal del individuo en cuestión había aumentado hasta alcanzar de 600 a 800 centímetros cúbicos. Más aún, igual que Twiggy y otros especímenes de Hombre Hábil, 1470 tenía una capacidad craneal muy por encima de la de sus contemporáneos y contemporáneas, los australopithecines, un volumen equivalente a la mitad de la del hombre moderno.
Los muchachos iban despertando. El antropólogo Ralph Holloway reconstruyó el exterior de sus cerebros haciendo vaciados en látex del interior de estos cráneos fósiles. Nos informa que las áreas frontal y parietal de la corteza —las porciones del cerebro empleadas para distinguir, categorizar, reflexionar y razonar— habían comenzado a adoptar la forma actual. Twiggy y sus parientes pueden muy bien haber desarrollado la capacidad para planificar por adelantado.
Pueden haber debatido sus planes, también. Los endovaciados de Holloway muestran una leve protuberancia en el área de Broca, así denominada en homenaje al neurólogo del siglo pasado que ya mencioné al principio de este capítulo. El área de Broca es la porción de la corteza ubicada sobre la oreja izquierda que controla la boca, la lengua, la garganta y las cuerdas vocales, a fin de producir los sonidos del habla. En el cerebro de 1470, así como en el de otros especímenes de Hombre Hábil, este sector del lenguaje había empezado a crecer[455].
El lenguaje es el distintivo de la humanidad. A pesar de que se han escrito más de diez mil obras sobre el origen del lenguaje, nadie ha podido explicar cómo o cuándo nuestros antepasados comenzaron a asignar palabras arbitrariamente a los objetos (del mismo modo que llamamos gato al ser de cuatro patas que maúlla y con el que jugamos en el jardín), a separar las palabras en sonidos diferentes (g-a-t-o), o a recombinar estos pequeños sonidos para crear palabras nuevas con significados nuevos (como en t-o-g-a). Pero con nuestras pequeñas exclamaciones, ruidos, silbidos y bisbíseos sin sentido, unidos en forma de palabras, con todas las palabras relacionadas unas con otras de acuerdo con reglas gramaticales hasta formar oraciones, con el tiempo la humanidad iba a dominar el mundo.
Tal vez Twiggy cruzó este umbral de la humanidad.
¿Le diría Twiggy «hola» a su amante cuando volvía de recolectar nueces? ¿Le describiría ella las huellas de animales que había visto en la pradera o le susurraría que lo amaba cuando se acurrucaba para dormir? ¿Reprenderían George y 1470 a sus hijos? ¿Tendrían sentido del humor? ¿Contarían anécdotas, mentirían, se harían cumplidos, discutirían los planes de mañana y de ayer, con palabras? Por supuesto, no de la manera en que los hacemos nosotros hoy. Las posturas, los gestos, las expresiones faciales, las entonaciones de la voz probablemente eran esenciales también en la trasmisión del mensaje. Pero como el área de Broca realmente se estaba desarrollando en el cerebro, es probable que Twiggy haya conversado en un lenguaje prehumano, primitivo.
El hombre como explorador, rastreador, ladrón de caza ajena, cazador y protector. La mujer como recolectora, nutricia, educadora y mediadora. Tal vez nunca sepamos qué grupos humanos primitivos empezaron a encargarse de tareas distintas. Pero hace dos millones de años alguien se ocupaba de acarrear los pedazos de carne hasta los cañaverales y de arrancarla de los huesos[456]. Y no creo que las hembras con niños pequeños fueran las que se ocuparan de la caza y del descarne.
Al mismo tiempo, no hay razón para pensar que cada sexo tuviera funciones rígidas, fijas. Posiblemente las mujeres sin niños se unían a las partidas de caza y tal vez las dirigían. Por supuesto, los hombres muchas veces recolectaban plantas, nueces y bayas. Es posible que algunas parejas agitaran los pastizales conjuntamente para atrapar pequeños animales. Pero nuestros antepasados habían comenzado a recolectar, descarnar y compartir la carne. Los sexos habían comenzado a sobrevivir en equipo.
Freud llamó a la psique femenina «el continente oscuro». Y tenía razón. Durante décadas, por no decir siglos, los científicos que buscaban comprender la naturaleza humana emplearon la conducta masculina como punto de partida, comparando todos los datos sobre las mujeres con dicho modelo. Es por lo tanto muy poco lo que sabemos acerca de las tendencias biológicas de las mujeres. Los tiempos han cambiado. Y de lo que hoy sabemos de la psique femenina surge como algo cada vez más evidente que los dos sexos se crearon a lo largo de los milenios para unir sus esfuerzos.
Dichos hábitos de caza y recolección iban a originar un intrincado equilibrio entre las mujeres, los hombres y el poder.