Capítulo 25
El recién llegado
En este capítulo
Preparar a vuestro primer
hijo para el nuevo bebé
Lidiar con los celos (y
otras reacciones extrañas)
Ordenar vuestros
sentimientos contradictorios
Vale, por fin le estáis pillando el truco a lo que representa tener un hijo. Y ahora, ¿qué debéis hacer? ¡Pues tener otro! Claro, aumentar la familia siempre es motivo de celebración, pero mientras el nuevo inquilino viene de camino habrá veces en que os preguntaréis quién demonios os ha metido en este embrollo...
Y de eso trata este capítulo. Es vuestra guía para hacer el ajuste mental que supone pasar de tener un hijo a dos (creedme, ¡vaya ajuste!) y, no menos importante, para ser capaces de calmar a vuestro primogénito en su nuevo papel como hermano, a veces desconcertante y siempre lleno de baches. Por encima de todo, es una fuente de todo tipo de pequeños trucos ingeniosos para conseguir que sumar uno y uno no dé como resultado el doble de problemas, sino el doble de satisfacción.
¡La diferencia no importa!
¿Vais camino de tener dos niños menores de dos años? ¿O te has quedado embarazada otra vez después de una pausa muy, muy larga? Oídos sordos a los pesimistas. Tanto si son trece meses como trece años, o cualquier número intermedio, todas las diferencias de edad entre hermanos tienen aspectos positivos. Y, como es fácil imaginar, también sus particulares retos:
La clásica “diferencia de dos
años” puede
ser complicada. Vuestro retoño todavía no
sabe compartir sus juguetes, y mucho menos vuestra atención. Por
supuesto, de ello no se deduce que vayáis a tener un montón de
berrinches y dificultades, pero es prudente mentalizarse de que
habrá algunos.
Tener hijos de edades parecidas puede tener su
recompensa más adelante. Cuidar de dos (o
más) peques a la vez es un trabajo muy duro, pero si podéis
esforzaros por imaginar que dentro de unos años serán historia los
montones de pañales, juguetes y ropa sucia, veréis que estáis
criando a una nidada de niños lo suficientemente cercanos en edad
para disfrutar del mismo tipo de cosas. Y esto, los padres de niños
de edades más separadas solo pueden soñarlo, ya que arrastran a
peques aburridos en visitas a museos y a aburridos preadolescentes
hasta los columpios del parque.
Tener un hermano toca las narices. Independientemente de la nariz y de la edad del niño al que
pertenezca. Vuestro primogénito no “hace cosas de bebé” porque se
siente contrariado; hace lo normal.
En
realidad, no existe la diferencia perfecta ni el número de hijos
perfecto (ni, mucho menos, la familia perfecta). Y esto es
positivo, porque pocas personas tienen una vida lo suficientemente
organizada, o los ovarios lo suficientemente obedientes, para
planificar la producción de nuestros descendientes como si fuera
una campaña militar.
Preparad la escena
A pocos niños les gustan las sorpresas. Y a menos aún los cambios repentinos. Así que no será una buena estrategia que aparezcáis un día con un pequeño bulto en los brazos y exclaméis: “¡Dile hola a tu hermanito!”. Como padres, tenéis nueve meses para acostumbraros a la idea de que tendréis otro bebé, y vuestro primer hijo también se merece tener un tiempo para acostumbrarse a la idea.
Preparad al niño uno para el niño dos
El modo de ayudar a vuestro hijo a que se vaya mentalizando de la llegada de ese nuevo ser que vendrá al mundo depende, obviamente, de su edad y nivel de comprensión. Los niños de preescolar necesitan ayuda para entender la totalidad de la idea de “Mami tiene un bebé en su barriga”; para los mayores, la biología importa menos que las emociones.
Seguramente os serán útiles algunas, si no todas, de las
siguientes sugerencias (más o menos en orden de edad, empezando por
la de los más peques):
Leedle libros sobre recién nacidos. Evitad las historias repelentes en que “todo es de color de
rosa”. Buscad libros divertidos, pero reales, que presenten ideas
como mamá va al hospital para tener al bebé, un bebé que llora y
necesita mimos, y mamá y papá están muy cansados. Describir una
imagen sincera de lo que espera en el futuro siempre es la mejor
política.
Mostradle las ecografías. Entender que dentro de la gran barriga de mamá hay un bebé
es más fácil cuando se puede ver una “foto” del mismo. Los niños
mayores disfrutarán llevando la fotografía al colegio para
“enseñarlo y contárselo” a sus compañeros.
Señalad a otros bebés. Donde
quiera que vayáis. Ayuda a integrar la idea de que hay otros muchos
niños con hermanitos y hermanitas. Observar a otros bebés es una
buena oportunidad para no despertar falsas esperanzas, pues algunos
niños piensan que conseguirán un compañero de juegos instantáneo.
Ayudadles mostrándoles que los recién nacidos no hacen más que
dormir, llorar y comer.
Preparaos para las preguntas de investigación.
Preguntas del tipo: “¿Quién ha puesto al bebé en
la barriga de mamá? ¿Papá?”. O: “¿Cómo va a salir el bebé, mamá?”.
Sed sinceros y directos al hablar sobre los hechos naturales de la
vida, pero no deis más detalles de los que os pidan. Por ejemplo, a
los 3 años no es necesario saber nada sobre el número de
espermatozoides ni la dilatación del cuello uterino.
Involucradlo. Haced que todo
parezca más real pidiendo al niño que os ayude con los preparativos
para la llegada del bebé. ¿Le gustaría hacerse una foto para el
cuarto del bebé? ¿Puede ayudaros a ordenar la ropita? ¿Qué pondría
en la lista de nombres para el bebé? (esto no vale para los más
pequeños, ¡u os veréis obligados a escribir Pocoyó en el
certificado de nacimiento!).
Dejad que exprese sus sentimientos y temores.
Ante la expresión de vuestra obvia (y
comprensible) alegría por el bebé, para vuestro hijo puede ser
difícil deciros lo asustado, preocupado o enfadado que se siente en
esta situación. Si no le dais la oportunidad de dejar que afloren
esos sentimientos, saldrán de otros modos. Por ejemplo, con mal
comportamiento. Enseñadle a entender cómo se siente (algunos niños
se preocupan porque creen que su papá no tendrá mucho tiempo para
jugar con ellos cuando nazca el bebé) y dadle tiempo para
responder. Después, ofrecedle el consuelo que busca: “Si alguna vez
te sientes así, ven y dímelo, y buscaré tiempo para
jugar”.
No os fiéis de la sobreexcitación. Algunos niños mayores se emocionan a más no poder ante la
idea de tener un hermanito o hermanita, y cuentan las semanas que
faltan para el nacimiento con una impaciencia adorable. Es
maravilloso, pero puede desembocar en una realidad con muchos
sobresaltos cuando nazca el bebé. Así que controlad esa emoción (un
poco) explicándole que la vida con un recién nacido no es un mundo
de luz y color, sino que puede provocar que todos los miembros de
la familia estén muy cansados y susceptibles durante una
temporada.
¿Esperas un bebé con una nueva pareja? Tener un nuevo bebé
en una familia recompuesta puede ser muy positivo, pues demuestra
al futuro hermano que esa familia recién creada que ahora es la
suya será permanente, lo que le tranquiliza. Pero un niño mayor
puede preocuparse ante la posibilidad de que, como los padres del
bebé viven juntos (a diferencia de los suyos), querrán más al
hermanito que a él. Si es hijo tuyo, dile que querrás a ese bebé
tanto como a él, ni más ni menos. Si no es tu hijo biológico, dile
que querrás al bebé de un modo distinto, pero que eso no cambiará
tu forma de quererle y que no hay un tipo de amor mejor que
otro.
Pensad en los aspectos prácticos
Vuestro hijo no es el único que necesita prepararse para el
cambio. También hay que preparar la casa y los hábitos. Os
ahorraréis un sinfín de soluciones improvisadas a última hora
después (o, en algún caso, ¡durante!) el nacimiento si:
Tenéis a mano alguien que se quede con él.
Preved quién se encargará del niño el día (o la
noche) en que nazca el bebé. Como estas cosas son imprevisibles,
mejor que aviséis a varios amigos o familiares, pero aseguraos de
que vuestro hijo se siente realmente a gusto en compañía de todas
las personas de la lista.
Cambiáis los muebles de sitio. ¿Podréis la cuna del bebé en la habitación de vuestro primer
hijo? Planificad el traslado a una “cama de niño mayor” meses antes
de que llegue el bebé (para información completa sobre este tema,
consultad el capítulo 14). Pero, por supuesto, no deis la impresión
de que estáis echando a vuestro primer hijo para dejar espacio al
bebé (aunque sea así).
Cambiáis los hábitos. ¿Estáis
pensando en empezar a llevar a vuestro primer hijo a la guardería o
al parvulario? ¿O en cambiar su cuidado y atención? Ponedlo todo en
marcha mucho antes de la fecha probable del parto. Vuestro hijo
experimentará bastantes turbulencias en su vida como para que,
además, y de repente, le impongáis nuevos y grandes cambios en sus
costumbres diarias.
Si tu hijo ya va al cole (o empezará pronto), no olvides decirle a su profesor que está a punto de convertirse en un hermano mayor. A partir de aquí, podéis unir fuerzas para gestionar cualquier consecuencia emocional.
Pensáis en su cochecito. Si
vuestro hijo tiene menos de 2 años es probable que, durante una
temporada, necesitéis una sillita doble. Vais a tener que elegir
entre el tipo tándem (un asiento delante de otro, engorroso para
maniobrar arriba y abajo en las aceras de la ciudad) o dos asientos
lado a lado (aseguraos de que no es demasiado ancho para pasar por
la puerta de casa y, si pasa, de que el asiento es lo
suficientemente amplio para el mayor). Si vuestro hijo es mayor,
pero todavía no va caminando a todas partes, comprad una de esas
plataformas o sillines que se acoplan a la parte posterior del
cochecito para que, cuando llegue el “llévame en brazos” pueda ir
sobre él de pie o sentado. Mucho más barato que una sillita doble
¡y mucho más divertido!
¡Hola, bebé! Las presentaciones
Las primeras impresiones son importantes. Dicen que la gente se forma una opinión firme sobre una persona a los quince segundos de conocerla. Estoy segura de que, en el caso de los niños, no es distinto. Así que vale la pena preparar la escena un poco antes de presentar su nuevo hermanito o hermanita a vuestro hijo.
Utilizad estos sencillos trucos para empezar con buen
pie:
Mantened los brazos libres. Trata de no tener al bebé en brazos cuando vuestro niño
mayor vaya a visitaros después del nacimiento. ¡Debéis prestarle
toda vuestra atención y darle un fuerte abrazo, como habéis hecho
hasta ahora!
Dejad que vuestro hijo “descubra” al bebé.
Reprimid el impulso de alzar en brazos al recién
nacido para que vuestro hijo se maraville. Mantened la atención en
vuestro primogénito y esperad a que él localice al bebé. Es una
técnica que deberéis repetir cuando volváis del hospital: no
crucéis la puerta de casa hasta que el bebé no se haya dormido
(normalmente, el traqueteo del coche hará el trabajo) y dejadlo en
el cuco junto a la puerta mientras saludáis efusivamente a vuestro
primogénito. Hablad un rato con él hasta que pregunte dónde está el
bebé o hasta que (más probable) el bebé se revuelva y vosotros
digáis: “Venga, vamos a coger al bebé entre los dos,
¿vale?”.
Preparad un regalo que el bebé le traerá a su
hermano. Todavía recuerdo la emoción que
sentí al mirar la cunita de mi nueva hermana y encontrar una bolsa
de caramelos de fruta con mi nombre dentro. ¡De repente, las
hermanitas pasaron a ser algo bastante agradable!
Ayudad a las visitas a tener tacto. No hay nada peor que quedarse plantado como un palo mientras
las personas que antes se desvivían por ti ahora se desviven por
otro. Avisad a las visitas de que vuestro hijo mayor está un poco
sensible y, si aun así las expresiones “gú-gú” y “cuchi-cuchi” son
demasiado efusivas, desviad la conversación sobre el bebé durante
un rato.
Asignadle a vuestro hijo la tarea de abrir todos los regalos que traiga la gente e intentad que os acompañe él, y no el bebé, a abrir la puerta; así conseguirá un poco de atención exclusiva en el primer momento.
Reacciones para las que hay que estar preparado
Muy bien, ahora que el primer encuentro entre hermanos ya está superado, ¡que empiece la nueva vida de esta familia recién ampliada! No hace falta deciros que pasará algún tiempo antes de que todos (vosotros incluidos) os acostumbréis a los cambios, y que habrá momentos en que uno u otro (o todos a la vez) os sentiréis incómodos, cansados o directamente hasta las narices. Sin embargo, lo que quizá os coja por sorpresa es el extraño comportamiento que dichos sentimientos negativos pueden inspirar tanto a vuestro hijo como a vosotros.
Cosas que puede hacer tu hijo
Algunos niños no se andan por las ramas y dicen: “Mamá, ¿por qué no devuelves el bebé al hospital?”. Otros prefieren adoptar una actitud menos directa y demostrar su insatisfacción con un repertorio de extraños y desafiantes comportamientos. Es un fastidio, pero normal y, en la mayoría de casos, algo que pasa rápido. Aun así, debéis estar preparados para encontraros las siguientes reacciones, y no os sorprendáis si vuestro hijo las empalma en cadena hasta probarlas todas.
Retrocesos
Algunos niños reaccionan a la llegada del nuevo bebé con un comportamiento más infantil de lo que les corresponde: el que habla por los codos vuelve a balbucear como un bebé, el que ya sabe utilizar el orinal vuelve a hacerse pipí encima; el destetado, a hurgar en el sujetador de su mamá buscando leche, y el que bebe en vaso, lloriquea pidiendo un biberón. Es agotador, pero no grave. Es una manifestación física del deseo de vuestro hijo de recordaros que todavía es vuestro bebé, aunque hayáis tenido la brillante idea de ir a comprar otro. Para resistir hasta que escampe la tormenta (y ya veréis como escampa):
Sed tolerantes. No seáis
demasiado duros con su comportamiento pueril, aunque sea
maravilloso no tener que soportarlo en ese momento. Si le dais
demasiada importancia, conseguiréis que dure más. No hagáis
comentarios sobre el lenguaje infantil o los pantalones mojados
(desahogaos por dentro); ofrecedle un biberón o, la mamá, un pecho
si no es excesiva molestia, y, en caso contrario, distraedlo con
otro capricho. Por ejemplo, un zumo “especial”. Y repetíos
constantemente: “Esto también pasará”.
Multiplicad los abrazos por dos. Dadle muchas muestras físicas de que él sigue siendo
adorable y especial para vosotros.
Indicadle con tacto las ventajas de no ser un
bebé. Comer helados, tener juguetes, ir a
los columpios... Que sepa la gran suerte que tiene de ser mayor y
de hacer cosas que su hermanito no puede porque es un
renacuajo.
Pegar y empujar al bebé
Vuestro niño siente una curiosidad natural hacia esa persona nueva y extraña que acaba de llegar a casa y querrá acercarse lo suficiente para tocarlo, acariciarlo y darle palmaditas. Por desgracia, la coordinación infantil es como es, y las caricias y pellizcos mejor intencionados de cualquier niño menor de 4 años (y de algunos mayores) pueden terminar siendo golpes y empujones.
Y entonces se desata la tormenta: el bebé grita, los padres chillan y el niño recibe una sonada bronca que, a su vez, puede provocar que vuestro primogénito se enfade y le entren ganas de hacer daño al bebé... Para detener este comportamiento antes de que empiece:
Mantened la calma. Los bebés
son más resistentes de lo que imagináis. Apretad los dientes y
reprimid el impulso de frenar los torpes pinchazos de vuestro hijo
mayor. Lo último que queréis es un niño que piense que el modo más
rápido de atraer la atención de un padre es meter el dedo en el ojo
de su hermanita.
Mostradle un lugar seguro para acariciar sin
peligro. Explicadle que a los bebés hay
que darles palmaditas en la barriga, no en la cabeza.
No os alejéis. Una cosa es
mantener la calma cuando la mano de vuestro hijo mayor se restriega
sobre la cara del bebé y otra muy distinta es darse la vuelta y
dejar que le haga un daño grave. Manteneos siempre cerca mirando
por el rabillo del ojo.
Nunca dejéis a vuestro hijo mayor a solas con el bebé.
Incluso el niño más cariñoso y dulce puede lesionar a un bebé con
un abrazo efusivo. No es justo para ninguno de los dos que los
dejéis solos ni un instante.
Más travesuras de la cuenta
Justo al cruzar la puerta con el bebé en brazos, vuestro primogénito, que hasta ahora se había comportado como un angelito, se transforma en un auténtico salvaje, rompe sus juguetes, tira la comida y se niega a hacer cualquier cosa que le pidáis. No es una reacción inteligente, ni bonita, pero es vuestro primer contacto con la rivalidad entre hermanos en todo su esplendor. Vuestro niño mayor, celoso del tiempo que pasáis con el bebé (un tiempo que antes era suyo), exige vuestra atención del modo más espectacular que puede.
Si queréis saber la verdad, nunca os libraréis por completo de esa rivalidad. Pero, para rebajar la tensión y dejar las travesuras en modo pausa, siempre podéis:
Pasar por alto las cosas poco importantes.
No es momento de ponerse pesado repitiendo que
no hay que comer con los dedos ni dejar los juguetes en el suelo.
Guardad la energía para lidiar con las travesuras importantes y, al
menos durante una temporada, haced la vista gorda al
resto.
Crear un tiempo especial “entre tú y él”.
Reservad una parte de cada día para
proporcionarle la atención que está pidiendo a gritos. Tampoco
tenéis que hacer gran cosa para reforzar ese lazo especial que
teníais antes de que llegara el bebé: en la mayoría de casos, leer
un cuento, charlar un rato o jugar a un juego de mesa suele ser
suficiente.
Un comportamiento sospechosamente angelical
Es una reacción propia casi exclusivamente de niñas algo mayores. Cuando os esperabais rabietas de celos y meses de mal humor, vuestra hija mayor se comporta como la madre Teresa de Calcuta. Es la paciencia, la tolerancia y la amabilidad personificadas. Aunque es muy posible que vuestro hijo se sienta como pez en el agua en su nuevo papel de hermano mayor, vale la pena considerar si puede estar reprimiendo su resentimiento hacia el bebé. No escatiméis los elogios por el buen comportamiento que estáis viendo. Pero, para no perder de vista vuestras expectativas:
No esperéis que dure. El niño
puede estar bien con el bebé ahora, pero puede cambiar cuando pase
la novedad, o más adelante, cuando su hermano tenga la edad
suficiente para arrebatarle sus juguetes o romperle sus cosas.
Tratad de ser tan tolerantes con una reacción tardía como seríais
con otra más precoz.
Animadle a hablar. Enseñadle
que es sano expresar sus sentimientos sobre el bebé, tal vez
admitiendo algunos de los vuestros (“No es muy divertido cuando el
bebé llora mucho, ¿verdad?”). Decidle que, a veces, estar molesto o
triste por el bebé es normal, y que eso no hará que vosotros le
queráis menos.
Vuestro hijo mayor no está siendo difícil a propósito,
aunque os lo parezca porque estáis cansados con el trajín diario
del bebé. Es una buena ocasión para ser más tolerante con todo el
mundo.
El hermano muñeco
Algunos expertos en psicología infantil han insistido en
recomendar que se ofrezca al hijo mayor un muñeco en cuanto tenga
un hermano. No se trata de un muñeco para vestir, alimentar y
empujar en un cochecito de juguete (aunque tampoco está prohibido),
sino de uno con el que ventilar sentimientos negativos. Según su
teoría, es un muy buen modo de procurar una válvula de escape a
toda esa furia de príncipe destronado sin hacerle daño al hermano
menor recién salido de fábrica: “No golpees a tu hermana, cariño.
Muéstrame cómo te sientes con tu muñeco”.
Hay niños pequeños que aceptan la idea con entusiasmo y pegan y azotan al muñeco hasta acabar de la forma más truculenta con su existencia. Y tal vez hacerlo les ayude a liberar todos sus sentimientos negativos. Pero la pregunta que debéis haceros es: ¿realmente queréis ver, y no digamos fomentar, que vuestro hijo golpee en plena luz del día a algo que, al menos en plan simbólico, se parece a vuestro bebé, su hermano? Las almas más sensibles quizá prefieran descartar al muñeco y sacrificar un poco de plastilina sin apariencia humana.
Cómo puedes sentirte
El niño no es el único que puede reaccionar de un modo extraño ante la llegada del segundo hijo. A lo mejor tú, papá, o tú, mamá, tendréis que apechugar con algunos sentimientos bastante extraños. Si no estáis preparados para esas reacciones, pueden confundiros y perturbaros. Así que, aceptad un consejo y preparaos para la posibilidad de que suceda cualquiera de las siguientes cosas.
Aversión por el primogénito
Comparado con el recién nacido, minúsculo e indefenso, vuestro primogénito parece ahora un gigante torpe, ruidoso y liante. Cada vez que empezáis a hacer algo con el bebé, ahí está él, plantado ante vosotros y obstruyéndoos el paso. Por no mencionar el atroz comportamiento que ha demostrado últimamente con su adorable hermanito. Nunca hubierais imaginado que podría llegar a suceder, pero os asaltan unos pensamientos poco amables sobre vuestro primogénito.
Por terrorífico que sea admitir estos sentimientos, en realidad son normales, sobre todo en la mamá. Tus hormonas posnatales te están programando para proteger y nutrir a tu recién nacido por encima de todo, y nada —ni nadie— te lo va a impedir. Esos sentimientos hacia tu primogénito pasarán cuando tus hormonas vuelvan a la normalidad, pero mientras tanto, puede ayudarte:
Pasar un rato lejos del bebé. Mientras su barriga esté llena y sus pañales secos, tu bebé
estará divinamente en su moisés o en brazos de otra persona durante
un rato. Aprovecha ese tiempo para concentrarte en tu otro niño:
después de pasar un rato él y tú a solas, tus sentimientos “poco
amables” se evaporarán y volverá a establecerse vuestra antigua
conexión.
Dar un paseo en trío. Con el
bebé acurrucado en el cochecito, puedes hablar con tu hijo mayor
sin distracciones. Y no hay nada como el aire fresco para disipar
las emociones negativas.
Si te sientes negativa, apática, vacía y sin fuerzas, quizá
sufras depresión posparto. Aunque no hay motivos para avergonzarse,
pues se trata de una enfermedad real que afecta tanto a las mamás
(y en ocasiones a los papás) que lo son por segunda vez como a las
novatas, visita a tu médico de cabecera para que te ayude y te dé
un tratamiento.
Lástima por el primogénito
La mamá puede pensar que es la alternativa a sentir aversión por su primogénito, pero en realidad es una extensión de ella: con facilidad puedes sentir ambas emociones a la vez. Eso se debe a que, en esta ocasión, quien lleva el mando no son tus hormonas, sino tu cerebro, que de repente se ha llenado de imágenes del mundo de tu hijo mayor patas arriba. Probablemente, el niño no está tan desconcertado como te imaginas, pero el resultado será mejor para ambos si:
Te convences de que todo ha cambiado.
Si corres como una posesa tratando de hacerlo
absolutamente todo como antes (o mejor), solo conseguirás agotarte
ahora que, además, llevas al bebé a cuestas. Sí, tu hijo mayor
necesita y merece estímulos y orden en su día a día, pero él
también se está ajustando a los cambios y le haría bien tomarse la
vida con más calma durante un tiempo.
Te concentras en lo que el niño está ganando.
Tener un hermano conlleva bastantes
inconvenientes, sin duda, pero por cada uno de ellos hay un montón
de ventajas. Hazme caso, ¡no tardarán mucho esos dos diablillos en
confabularse para urdir mil maquinaciones en tu contra!
Sentirse más hecho polvo que la vez anterior
Por suerte, ya sabes de pe a pa todo lo relativo a los recién nacidos, y por eso eres capaz de mantener el rumbo en la maraña de pañales, biberones y toallitas. Eso por un lado, porque por otro sientes que la primera vez que tuviste un hijo podías tomarte la vida a ritmo sabrosón y echar alguna que otra cabezadita con la que recuperar el sueño perdido por la noche, mientras que ahora... Nanai del peluquín! Con un niño mayor suelto, aprovechar la siesta del bebé para dar una cabezada durante el día es, en fin, un sueño. Una utopía. Una quimera. Para aliviar la fatiga:
Resérvate un “tiempo de silencio” cada día.
Si tu hijo mayor todavía duerme la siesta,
utiliza ese tiempo para no hacer nada más que sentarte
tranquilamente con tu bebé y descansar. Si la siesta es imposible,
reserva más o menos una hora todos los días para sentarte en el
sofá con tu hijo mayor sin hacer demasiado. Podéis mirar libros,
escuchar canciones o un cuento, ver un DVD, cualquier cosa que os
permita acurrucaros uno junto a otro y relajaros.
Da un toque de atención a las personas de tu
entorno. Incluso los amigos y parientes
más encantadores tienden a pensar que, como para ti es la segunda
vez, no necesitarás su ayuda. Con el mayor tacto posible, sácales
del error y anímales a darte un pequeño respiro de vez en
cuando.
Son tan distintos...
Tu primer hijo estuvo despierto todo el día durante meses; el segundo, duerme como un lirón a las pocas semanas. El primero mamaba como un angelito; el segundo, no distingue tu pezón de su codo. ¿Cómo es posible que dos seres hechos con el mismo cóctel de genes lleguen a ser tan distintos?
Por supuesto, si pensamos racionalmente, no debería sorprendernos que nuestros hijos no sean fotocopias, pero, a menudo, los pensamientos racionales escasean los días posteriores al parto. Controla tu perplejidad con todas tus fuerzas:
Alegrándote de sus diferencias. Probablemente te facilitaría la vida durante las primeras
semanas, pero a largo plazo sería muy aburrido si todos tus hijos
fueran iguales. Parte de la alegría de la paternidad proviene de
ver que tus niños añaden un carácter distinto al repertorio
familiar.
Siendo flexible. Que hacer las
cosas de un modo te funcionara con tu primogénito no significa que
sirva con el segundo. En esta ocasión quizá debas encontrar métodos
distintos.
Cinco ideas para mantenerte a flote
Aprender a dividir vuestra atención entre dos hijos puede ser difícil si antes solo habíais centrado vuestra atención en uno. Algunos días podéis sentiros tan desgarrados por el conflicto entre sus distintas necesidades que os preguntaréis si alguna vez saldréis adelante como padres. Seguro que lo conseguiréis, pero en esos días de negra desesperación, cuando alcanzar la armonía familiar parece de una galaxia de distancia, avivad la esperanza con este plan basado en cinco puntos:
Rebajad vuestros estándares. La perfección paterna o materna puede alcanzarse cuando solo
se tiene un hijo (aunque, personalmente, yo nunca he estado cerca
de ella), pero no vale la pena planteársela cuando acaba de llegar
a casa otro vástago. No es el fin del mundo si vuestro primogénito
mira la tele durante 45 minutos seguidos o si le dais de cenar
croquetas cinco días seguidos. Sacrificad la calidad en pos de
recuperar energía. No podéis ser el padre o madre que os gustaría
cuando estáis estresados.
Solucionar la logística. Si
ambos niños tienen hambre, ¿a cuál alimentaréis primero? ¿Es
razonable guardar los pañales en el dormitorio del primer piso si
eso significa que dejaréis a un niño pequeño solo en la planta de
abajo cada vez que el bebé necesite un cambio de pañal? Tratad de
anticiparos a los aspectos prácticos de la vida diaria ahora que
pueden complicarse porque hay más humanos implicados, y buscad una
solución libre de estrés.
Boxead con la cabeza. No
presionéis a vuestro hijo mayor para que “quiera” al nuevo bebé; en
lugar de eso, involucradlo poco a poco en la vida de su hermano
pidiéndole su opinión. Cuando el bebé llora, preguntadle: “¿Por qué
crees que llora? ¿Le damos un poco de leche?”. Y no os olvidéis de
“resaltar” pequeños signos de que el bebé le quiere: “Mira cómo
mueve las piernas cuando le sonríes!”.
Mantened vuestros hábitos. Si
lo demás funciona, tanto vosotros como vuestro primer hijo
funcionaréis mejor en vuestro ritmo cotidiano familiar.
Dad preferencia a vuestro primogénito.
Si alguien os ofrece ayuda, ponedle el cochecito
(con el bebé dentro) en las manos y, muy agradecidos, indicadle
dónde queda el parque. Aunque instintivamente queráis mantener al
bebé cerca de vosotros, en este momento sus necesidades son
bastante básicas y no es obligatorio que mamá o papá siempre estén
ahí para cubrirlas. Pero las necesidades actuales de vuestro
primogénito son más complicadas y solo pueden satisfacerlas sus
padres. Cada momento de atención exclusiva que podáis arañar para
él vale su peso en oro.