Capítulo 7
Mmmm... ¡Qué rico! La alimentación del bebé
En este capítulo
Los pros y los contras de
la lactancia y cómo funciona
Decidirse por el
biberón
Las palmaditas en la
espalda para el eructo
Vuestro bebé necesita comer, y durante su primer año tomará leche materna o de fórmula (no de vaca), primero sola y luego con cereales. Gradualmente, la leche se sustituirá por papillas o versiones trituradas de lo que comen los adultos. Sencillo, ¿no? ¡Pues no!
La leche que alimenta a vuestro bebé es muchas cosas, pero sencilla, sencilla, va a ser que no. Los expertos en salud saben que la leche materna es la mejor opción, pero no todas las mamás pueden —o quieren— dar el pecho. E incluso es posible que, al principio, las que pueden y quieren encuentren la lactancia muy difícil. Si a ello añadimos una serie de puntos de vista estrictos (y a menudo erróneos) acerca del biberón es fácil acabar un tanto confuso sobre qué es lo mejor para nuestro hijo.
Así que este capítulo trata sobre la alimentación. No digo lo que tenéis que hacer, pero sí cómo son las cosas, para que decidáis con conocimiento y confianza.
La verdad sobre la lactancia
No hay duda de que la naturaleza nos diseñó como mamíferos, y que, por definición, estamos preparados para mamar. ¿O acaso las mujeres no vamos bien equipadas para amamantar a nuestras crías? Pero eso no significa que todo vaya a ser fácil. O agradable. O posible.
Por cada madre que canta las glorias de amamantar a su bebé (y, créeme, te encontrarás bastantes), hay otra que se estremece ante la idea de desabrocharse el sujetador y dejar que una pequeña boca le chupe el pezón. Independientemente del tipo de mujer que seas, y aunque ya hayas tomado una decisión al respecto, vale la pena saber la realidad de la lactancia materna, lo bueno y lo malo, para hacerte una idea de dónde te vas a meter (o no).
Por qué es fantástica la lactancia
La lactancia es buena para tu bebé porque:
Es gratis. No es necesario
cargar con biberones ni con esterilizadores, mezclar ni
calentar.
Está hecha a la medida de tu bebé. La composición de la leche materna cambia día a día para
satisfacer las crecientes necesidades de tu bebé. Incluso se vuelve
más acuosa los días calurosos.
Aumenta la inmunidad de tu bebé y protege su
intestino. La leche materna contiene
glóbulos blancos y anticuerpos (cortesía de mamá) que ayudan a
combatir las bacterias y otros gérmenes. También hace que sea menos
probable que el bebé sufra de estreñimiento, gases o diarrea, y
puede impedir el desarrollo del asma y las alergias, o retrasar su
aparición y reducir su intensidad.
Disminuye el riesgo de enfermedades. La lactancia materna reduce el riesgo de cáncer de mama. No
completamente, pero ayuda.
Os une, literalmente. Además
de un gran contacto piel a piel, la lactancia libera hormonas que
promueven la unión entre madre e hijo.
Te ayuda a recuperar la figura más rápido.
Amamantar estimula que tu útero se contraiga
hasta el tamaño previo al embarazo y, ya que tu cuerpo tiene que
quemar más calorías para producir leche, puede hacer que sea más
fácil librarse del peso que hayas ganado.
Por qué es dura la lactancia
La lactancia materna puede ser difícil para ti y para tu bebé, ya que:
Te puede doler. Puedes sentir
un dolor breve al principio y puedes terminar con los pezones
doloridos (o incluso con heridas), especialmente si tu bebé no se
te coge bien. Para más información sobre dar el pecho, consulta la
siguiente sección en este capítulo.
Es difícil, al principio. La
lactancia materna rara vez se limita a enchufar al bebé. Puedes
tardar en cogerle el tranquillo.
Es un trabajo únicamente de la
mujer. Nadie puede hacerlo por ti y, sobre todo durante las
primeras semanas, puede provocar que te sientas como una exhausta
vaca lechera.
Hay a quien no le parece bien. Ya sea porque piensan que es algo indecente o porque creen
que hacen algo en contra de sus ideas.
No es predecible. Los bebés de
pecho no siguen unos horarios de alimentación estrictos y, por lo
general, necesitan alimentarse más a menudo que los que toman
biberón, pues la leche materna se digiere más fácilmente que la de
fórmula.
Es difícil de combinar con el trabajo.
Sobre todo si vas a volver antes de que tu bebé
cumpla los 6 meses. Si quieres algunos consejos sobre cómo se puede
dar este paso, mira la guía sobre el extractor de leche.
Quizá tu cuerpo no esté
hecho para la lactancia. Como los ojos de algunas personas no ven correctamente, los
pechos (pezones) de algunas mujeres no funcionan como deberían.
Pero igual que nadie piensa mal de ti por llevar gafas, nadie
debería opinar mal de ti por darle el biberón a tu bebé.
Mitos sobre la lactancia materna
Se dicen tantas tonterías acerca de la lactancia (en particular por parte de quienes nunca la han probado), que ser capaz de separar la verdad de los cuentos de la vieja es esencial. Veamos algunos de los mitos más corrientes sobre la lactancia materna:
Cuanto más pequeños los senos, menos leche tendrás.
¡Falso! Tanto si eres una 80 como una 100, el
tamaño de los senos no influye en la cantidad de leche que pueden
producir. A menos que te hayas sometido a una cirugía mamaria, en
cuyo caso quizá no puedas dar de mamar.
La lactancia materna causa senos caídos o
encogidos. No, es el embarazo, y no la
lactancia materna, lo que puede alterar el tamaño y la forma de tus
senos. De hecho, amamantar al bebé en realidad puede retardar la
caída de los senos después del parto porque un pecho lleno de leche
es bonito, grande y redondo.
Tienes que dejar de comer ciertos alimentos.
Según algunos historias ancestrales, no debes
comer tomate, ajo, fresa, curry... (la lista sigue y sigue) si no
quieres que tu bebé rechace tu leche o que se retuerza con cólicos
durante horas. Es cierto que algunos bebés no parecen apreciar la
leche materna aromatizada con algo que la madre no suele comer,
pero es raro que reaccionen mal a los alimentos que forman parte de
su dieta habitual, a menos, claro está, que tu hijo tenga un
alergia específica. En cualquier caso, no te pases con el curry si
notas que tu bebé no disfruta de los resultados, pero no renuncies
a él porque te lo ha dicho tu vecino.
No te puedes quedar embarazada mientras das de
mamar. Permíteme que te presente a mi
segundo hijo, Tom, concebido cuando su hermano seguía tomando el
pecho a los 8 meses. La lactancia materna solo funciona como
anticonceptivo cuando la das cada tres horas, más o menos, y
durante todo el día. Te lo advierto.
Algunos medicamentos pueden pasar a la leche materna y
afectar a tu bebé. Por lo tanto, antes de medicarte, consulta con
tu médico de cabecera si la lactancia es oportuna. Antes de comprar
cualquier medicamento sin receta, pregúntale al farmacéutico si
tomándolo puedes seguir dando el pecho.
El primer contacto con la lactancia
Si optas por la lactancia materna, hay varias formas de asegurarse de que las primeras tentativas vayan lo mejor posible:
Empieza lo antes posible. Trata de ponerte el bebé al pecho una hora después de su
nacimiento. Los bebés nacen con un reflejo de succión
increíblemente fuerte. Si te lo pones encima de la barriga, un bebé
sano repta por tu cuerpo buscando tu seno y comienza la succión por
iniciativa propia. En respuesta a este reflejo, ponerte a tu bebé
en el pecho durante sus primeros minutos de vida ayuda a establecer
la conexión de alimentación, iniciando así el suministro de leche.
Si no puedes darle en ese momento (tal vez te han practicado una
cesárea) o si tu bebé está demasiado adormilado para alimentarse,
un abrazo piel a piel es lo más adecuado.
Ponte cómoda. Amamantar a un
recién nacido puede llevar una hora (por suerte, a medida que
crecen van más rápido), así que asegúrate de estar en una silla
cómoda (evita las que puedan golpear al bebé) y coloca todo lo
necesario (teléfono, bebida, mando del televisor) a poca distancia.
Es posible que necesites ponerte cojines detrás de la espalda para
sostenerte en una posición más vertical. Y puede que te ayude poner
al bebé sobre una almohada o cojín entre tus brazos.
Asegúrate de que tu bebé agarra el pezón de forma
adecuada. Es muy importante: si tu bebé
no se queda bien “enchufado”, le costará conseguir el alimento que
necesita. Eso por un lado, pero además, porque quizás a ti te
duelan los pezones y, como podrás comprobar, tanto la primera como
la segunda opción terminan en lágrimas. Para más información acerca
de cómo debe agarrar el bebé el pezón, consultad la sección “Cómo
dar el pecho” en este mismo capítulo.
Olvídate de los horarios. Los
bebés digieren la leche materna más fácilmente —y, por tanto, con
mayor rapidez— que la leche de fórmula, por lo que un bebé de pecho
querrá comer más a menudo que el que toma biberón. Observa a tu
bebé, no el reloj, pues él te mostrará si ha llegado la hora de
comer. Algunas de las pistas son chuparse los dedos, bostezos,
tomar un pezón imaginario o llorar. No te preocupes si tu bebé
quiere comer mucho durante las primeras semanas, porque pronto
llegará a un patrón más predecible. Darle de comer cuando lo pide
no es lo mismo que ofrecerle el pecho cada vez que llora. Llorar no
es siempre sinónimo de hambre: tu hijo puede querer que le cambies
el pañal, quizá tenga sueño o, simplemente, quiera que lo cojas y
abraces.
Pide ayuda. Si realmente no
consigues pillarle el truco a la lactancia materna o piensas que no
puedes darla, pide ayuda y pregunta hasta que te quedes contenta.
Hay mucha gente que puede ofrecerte consejo y apoyo. Y averigua si
hay alguien en particular que te pueda aconsejar sobre la lactancia
en tu unidad de maternidad.
Cómo dar de mamar
Como sucede con cualquier otra habilidad, el acto de amamantar es fácil cuando se sabe cómo hay que hacerlo y rabiosamente frustrante cuando no. Tu comadrona te ayudará a hacerlo y te corregirá, pero en el fondo todo se reduce a conseguir que tu bebé se agarre bien al pecho y a asegurarse de que permanece ahí el tiempo suficiente.
Paso 1. Prenderse
La clave es que tu bebé abra la boca lo necesario para coger una parte bastante grande de mama. Para facilitarle las cosas, evita inclinarte hacia atrás. Es la única manera de prevenir muchos tirones frenéticos del pezón.
En teoría, logras que se prenda al acercar el pecho de tu bebé hacia tu pecho, alinear la nariz con el pezón y acariciar suavemente sus labios con él. Esto debería ser suficiente para que incline la cabeza hacia atrás, gire la cara, abra bien la boca y luego, a medida que tu pezón entre dentro y apunte hacia el paladar, se coja a la perfección (encontrarás una explicación más detallada, y con ilustraciones, en la página www.laligadelaleche.es/lactancia_materna/colocacion.htm).
En la práctica, puede que necesites varios intentos hasta hacerlo bien. Tu bebé puede perder su objetivo y necesitar un cambio de posición, o quizá no abra lo suficiente la boca. Vuelve a empezar (desliza un dedo por la comisura de la boca para interrumpir la succión) y, si hace falta, levanta tu pecho con la mano para moldearlo, facilitándole la succión. Mantente lo más calmada posible y no te rindas. Sabrás que tu hijo lo hace bien cuando:
Veas que tiene gran parte del pezón en la boca.
Una parte de la zona oscura que hay alrededor
del pezón (areola) también debería estar dentro.
Su labio inferior se curve hacia la barbilla.
¡Alguien tendrá que comprobarlo por
ti!
Su barbilla te toque el pecho. Lo notarás.
Tu bebé esté relajado y veas cómo se mueve su
mandíbula. No deberías oír ruido ni
sonidos de chasqueo de labios.
No se pierda nada. Quizá
sientas un hormigueo o un corto pinchazo de dolor cuando su primera
succión active el flujo de leche a través de tus senos.
Termine por su propia voluntad, y parezca
satisfecho.
No
te preocupes si tu bebé no empieza a chupar justo cuando se coge;
también él está aprendiendo. Algunos bebés parecen pasar un tiempo
lamiendo el pezón antes de recordar cómo iniciar la
succión.
Paso 2. Tragar
Cuando tu leche sube (para más información sobre este punto puedes leer el recuadro “Qué hacer cuando sube la leche” en este capítulo), deja que tu bebé vacíe un pecho antes de ofrecerle el otro.
La leche materna está compuesta por dos platos: un entrante (la primera leche para saciar la sed) seguido, unos minutos más tarde, por un plato más cremoso (leche para acabar de llenar la tripita). Si tu bebé no recibe los dos platos se quedará con hambre y podrías acabar con un conducto de leche obstruido o una infección mamaria relacionada llamada mastitis.
Deja que tu bebé pase el tiempo suficiente en el pecho hasta vaciarlo por completo. La leche del final es, naturalmente, la que induce el sueño, y los ojos cerrados son un sinónimo de éxito. A continuación, puedes ofrecerle el otro pecho, pero quizá ya no le interese. En ese caso, ofrece este pecho primero en la siguiente toma, aunque hubiera tomado un poco de él la última vez.
Utiliza una pulsera para recordar qué pecho le toca a
continuación: después de cada lactancia ponte la pulsera en el lado
del pecho que no ha tomado la vez anterior (o que solo ha tomado un
poco). Cuando llegue la siguiente toma, un vistazo a tu muñeca te
indicará qué lado toca.
Qué hacer cuando sube la leche
En los primeros días que siguen al nacimiento, los pechos de la mamá producen pequeñas cantidades de una especie de leche supernutritiva y llena de anticuerpos llamada calostro. Luego, en algún momento entre el segundo y el quinto día, ese calostro da paso a una dosis mayor de leche “normal” y tus pechos se hinchan hasta tener un tamaño gigantesco. Te pueden palpitar o quizá tengas escapes. Además, te los sentirás al rojo vivo y duros como un par de rocas de Marte.
Afortunadamente, esta etapa de pechos duros solo dura un día o dos. La noticia no tan buena es que, durante ese día o dos, la lactancia puede ser molesta, literalmente para ti y logísticamente para tu bebé.
Veamos el caso de tu bebé: la forma en que “se sirven” habitualmente sus comidas ha cambiado de repente y no se le puede culpar si está un poco inquieto por ello. Los principales problemas con los que se encuentra son, probablemente:
Cómo empezar. Tus pechos ahora
son tan duros y enormes que quizá el bebé tenga problemas para
prenderse. Por lo tanto, antes de dar una toma, quítate un poco de
leche con las manos o pon una toalla caliente sobre el pecho para
suavizar las cosas.
El chorro. Tus pechos están tan
llenos que la leche sale mucho más rápido que antes. Por lo tanto,
coge una toalla y, si el bebé empieza a jadear, gorgotear o se
retrae, sácala y espera unos segundos para que se reduzca el
flujo.
Y ahora para ti. Reduce al mínimo la sensación explosiva en los senos mediante:
Enfriamiento. Con una bolsa de
guisantes congelados (envuélvela en un paño de cocina y métela bajo
tu sujetador). Una hoja de col fría también funciona muy bien (y no
es broma).
Un analgésico. Concretamente el
ibuprofeno. Pero pregúntale antes a tu comadrona qué medicamento es
el más adecuado para ti.
Respiraciones profundas. Tus
pezones estarán más sensibles de lo habitual. Respira profundamente
justo antes de que tu bebé se coja y exhala lentamente a medida que
mame. No se oye demasiado, pero la respiración profunda ayuda
mucho.
Seguir amamantando. No te saltes
las horas de amamantar o los pechos se te hincharán aún
más.
Por qué nos rendimos y cómo evitarlo
Las estadísticas dicen que, en España, casi ocho de cada diez madres dan una oportunidad a la lactancia cuando nace su bebé, pero la mitad de ellas lo deja antes de los 3 meses y solo una de cada tres continúa hasta los 6 meses. Y es una pena, porque la Organización Mundial de la Salud recomienda la leche materna como único alimento hasta los 6 meses, y como complemento, hasta los 2 años.
Dejando aparte la necesidad de la madre de reincoporarse al puesto de trabajo, de lo que te hablaré más adelante en este capítulo, estas son las principales razones por las que decidimos colgar de forma precoz nuestros sostenes de lactancia. Al lado, os ofrezco algunos consejos que quizá pueden hacer que lo reconsideréis:
“Me duele mucho.” Asegúrate de
que has asimilado el primer paso (“Paso 1” de la sección anterior)
e intenta modificar ligeramente en cada toma la posición de tu
bebé, para que la parte del pezón que siente presión no siempre sea
la misma. Si se te agrietan los pezones, trata de usar pezoneras
hasta que se curen, y cambia los discos de lactancia con
frecuencia. Si los pezones te pican y te duelen después de un
período de la lactancia sin problemas, o sientes un dolor profundo
dentro de la mama (y más si te da fiebre), consulta a tu médico de
cabecera: puedes tener aftas o mastitis.
“Se tarda demasiado.” Un
recién nacido tarda una eternidad en alimentarse, pero dale un par
de semanas y verás cómo ha aprendido a absorber la leche en un
periquete. El tiempo de alimentación normal para un bebé de 12
semanas es ¡de cinco a siete minutos!
“No tengo suficiente leche.” ¿Tu bebé aumenta de peso? ¿Tus senos gotean un poco durante
el día? Si es así, tienes suficiente. En caso contrario, asegúrate
de que comes bien, de que tu bebé se coge correctamente (sí, otra
vez) y pídele consejo a tu médico.
“Mi bebé no gana suficiente peso.” Los bebés de pecho son, generalmente, más delgados que los
bebés alimentados con biberón y crecen más lentamente. Esto no
quiere decir que sean menos sanos, todo lo contrario. Estudios
recientes sugieren que los bebés alimentados con leche materna no
solo pesan menos cuando son pequeños, sino que también pesan menos
cuando crecen, lo que es una buena noticia en un mundo sacudido por
la lacra de la obesidad infantil. El problema es que algunas de las
estadísticas de crecimiento de bebés se basan en los patrones de
crecimiento de los bebés alimentados con biberón, lo que provoca
que los primeros den la sensación de ser más pequeños cuando en
realidad son como tienen que ser. Si te preocupa el peso de tu
bebé, habla con tu pediatra o con un asesor de lactancia, pero lo
más seguro es que todo esté en orden.
“Tengo demasiada leche.” Resulta embarazoso que tu camiseta esté más mojada que la de
un corredor de maratón o que tus pechos disparen leche en todas las
direcciones en cuanto oyes que llora un bebé, aunque no sea el
tuyo. Y también puede ser frustrante para tu bebé cuando se le
llena la boca más rápido de lo que puede tragar. Por lo tanto,
nunca salgas de casa sin un amplio suministro de discos de
lactancia y extiende una toalla en la parte superior de la sábana
por la noche. Si tu bebé jadea o gorgotea mientras se alimenta,
saca el pecho un momento y espera a que el chorro frene un
poco.
“Mi bebé quiere mamar cada dos por tres.”
Hablemos de los brotes de crecimiento: el
apetito de tu bebé no crece de manera constante, sino que da
pequeños saltos. Así, un día parece tranquilo y al siguiente está
desesperado por conseguir más leche de lo habitual. Este frenesí
continuará unos días y luego cederá, y volverá a activarse unas
semanas más tarde. Los brotes de crecimiento pueden producirse en
cualquier momento, pero son más comunes a las 3 semanas, a las 6
semanas y a los 3 meses.
“Estoy enferma.” Puedes dar el
pecho con la mayoría de las enfermedades normales y corrientes,
como un resfriado, dolor de garganta o un virus estomacal. Y, no,
hacerlo no hará que tu bebé enferme. Lo más probable es que, si
tienes un virus, ya haya estado expuesto. Además, tu leche estará
tan llena de anticuerpos contra el virus que continuar la lactancia
le ayudará a combatir la enfermedad con mayor rapidez o incluso a
detenerla. ¡Pero asegúrate de beber mucha agua y comprueba que los
medicamentos que tomas son compatibles con la lactancia!
“Tengo que volver al trabajo.” Si tu bebé tiene más de 6 meses y está empezando con las
papillas, puedes combinar el trabajo y la lactancia (consulta
“Hacerlo y trabajar”, más adelante en este capítulo). Pero si te
vas a la oficina antes de que tu retoño cumpla los 6 meses, es una
barbaridad pedirle a tu cuerpo (y a tu extractor de leche) que
proporcione toda la leche que tu bebé necesita mientras estás
fuera. Sin embargo, y antes de pasar a los biberones por completo,
¿por qué no pruebas a continuar con la lactancia a primera hora de
la mañana y a última de la noche? Eso te facilitará la conexión con
tu bebé cuando llegues a casa.
“Mi bebé ya tiene 6 meses.” Sí, los expertos recomiendan dar el pecho durante seis
meses, pero eso no significa que, pasado ese tiempo, haya que
pasarse sí o sí a los biberones. De hecho, el biberón comporta más
trabajo (y más gastos). Cuando tu bebé cumpla los 6 meses y empiece
a comer, la mayor parte de la lactancia materna habrá terminado:
debes empezar a destetarlo poco a poco (mira la sección de
“Destete”, más adelante en este capítulo). Si has llegado hasta
aquí solo con la lactancia materna, continuar podría ser la opción
más sencilla.
Si
la lactancia materna ya no te convence por la razón que sea, no
pierdas tiempo culpabilizándote. Puedes estar orgullosa del
esfuerzo que has hecho hasta ahora, pues amamantar a tus hijos,
incluso un día, implica una diferencia en su salud.
Todo sobre los vómitos
Todos los bebés sacan un poco de leche (generalmente encima de tu jersey favorito), pero los hay que lo hacen cada dos por tres y, a menudo, lloran al hacerlo. Si te cuesta amamantarle (y más aún consolarle) y tu casa está llena de leche vomitada, tu hijo podría tener reflujo (o dicho de manera más técnica, enfermedad por reflujo gastroesofágico).
Esta enfermedad se da cuando el anillo de músculos que cierra la parte superior del estómago no funciona correctamente y permite la fuga de leche y ácido gástrico hacia la tráquea del bebé, causando vómitos y dolor. La mayoría de bebés acaban abandonando el reflujo, pero hacerle frente tú sola es doloroso y agotador. Si sospechas que tu hijo tiene reflujo, consulta a tu pediatra lo antes posible. Hay tratamientos que pueden ayudarte.
Biberones
Vale, seamos realistas. Aunque creas que la lactancia materna es tan fácil como respirar, reconocerás que ser el único proveedor de leche para tu bebé ata mucho. Demasiado. Y tal vez, solo tal vez, quizá una noche quieras salir a cenar con tu pareja, o volver a trabajar, o dejar que alguien haga los honores antes de que aparezca la primera vela en el pastel de cumpleaños de tu niño y tenga edad suficiente para beber leche de vaca.
Para librarte de esa atadura, amada pero atadura al fin y al cabo, necesitas un biberón. Suena fácil... ¿O no?
Antes de tocar uno, pregúntate:
¿Qué habrá en el biberón: leche materna o de
fórmula? La de fórmula es más rápida,
pero la segunda es mejor desde el punto de vista nutricional.
(Puedes consultar el recuadro “Guía para extraerse leche”, en este
capítulo.)
¿Tu bebé tiene ya 4 semanas? Ofrecerle biberones (de leche materna o de fórmula) tan
pronto puede hacer que lo confunda con el pezón. La leche fluye del
biberón más rápido y de una forma más constante que la del pecho,
lo que significa que tu bebé no tiene que trabajar tanto para
conseguirla. Así que, cuando vuelva al dispensador de leche de
mamá, quizá haya perdido la capacidad, o la voluntad, de succionar
con fuerza. Por tanto, si puedes, evita los biberones durante las
primeras semanas.
¿Una sola vez? Tus pechos son
muy eficientes, pero no tienen capacidad de raciocinio. No saben
que has estado fuera todo el día, pero que mañana estarás en casa y
podrás amamantar a tu pequeño las 24 horas del día. Así, la
cantidad de leche que producirán mañana depende de la que
produjeron hoy: si te saltas una toma, muy bien, no pasa nada; pero
si te saltas varias, es probable que la producción de leche
disminuya para siempre.
Guía para extraerse leche
De todos los aspectos negativos que conlleva la maternidad, usar un extractor para sacarse la leche es comparable a cuando la comadrona te inspecciona los puntos de sutura. Estar encorvada en una silla, medio desnuda, con un pecho apretado por un tubo de plástico no es muy sexy que digamos, incluso antes de que empiece a gotear la leche materna. Pero, a pesar de tan fea imagen, quizá te entusiasme el extractor, pues puede ser tu pasaporte para una noche tranquila, tu vale para una cena íntima o tu licencia para volver al trabajo, sin por ello renunciar a las ventajas de la lactancia materna.
Esta guía de seis puntos te ayudará a exprimirte sin disgustos:
Encuentra el extractor adecuado para ti. Los extractores de leche vienen en todas las formas y tamaños, de modo que no siempre es fácil saber cuál es el mejor para ti. En general, los eléctricos extraen más leche y con mayor rapidez, pero tienden a ser caros, enormes y ruidosos. No es, pues, la opción ideal para proceder discretamente en la hora del almuerzo en la oficina. Por lo que respecta a los manuales, son más baratos, pequeños y silenciosos, pero también más difíciles de usar, por no decir que, en algunos casos, producen dolor en los pezones. Si optas por uno manual, busca uno con boquilla de silicona: su contacto te parecerá más delicado.
Espera seis semanas antes de empezar. La lactancia materna durante las primeras semanas es
agotadora y requiere mucho tiempo, por lo que no te desgastes aún
más al tratar de extraerte leche. Obviamente, si te extraes la
leche en vez de amamantar a tu bebé (por tener al recién nacido en
cuidados especiales, por ejemplo) es otra historia.
Sácate la leche por la mañana. A
primera hora de la mañana los senos están más llenos (la producción
de leche disminuye hacia el final del día, sobre todo si estás
cansada) . Aprovecha para extraerte la leche. Otra opción es
hacerlo tras saltarte una toma.
No esperes mucho ni poco. Dominar un extractor de leche puede llevar su tiempo. Mi
primer intento produjo seis gotas de leche. No te preocupes, con la
práctica, cada vez te costará menos.
Utiliza accesorios. La parte más
difícil es que no tienes a tu bebé. El extractor puede imitar la
acción de la succión de tu hijo, pero no proporciona el vínculo
emocional que ayuda a que fluya la leche. Piensa en tu bebé cuando
empieces a extraer o mira su foto. ¡Una amiga mía solía oler el
gorrito de su hija! Y otra tenía a su bebé en un pecho mientras se
extraía leche del otro.
Arsenales en el congelador. En
biberones, botes o en bolsas especiales que vienen con el
extractor, puedes conservar la leche extraída en la nevera durante
cinco días, tiempo que llega a ser de cuatro meses si la guardas en
el congelador. Congelar la leche en pequeñas cantidades evitará que
se desperdicie.
La
producción de leche materna funciona de modo que saltarse una toma
un día (independientemente de la leche utilizada) implica una menor
producción de leche al día siguiente. Para mantener tu producción,
sácate la leche cada vez que te saltes una toma.
No
es lo mismo esperar unas semanas a introducir el biberón que
esperar unos meses. Los bebés de pecho mayores a veces se niegan a
tomar un biberón si nunca antes han visto uno. Si sabes que
volverás al trabajo mientras tu hijo aún necesite alimentos
lácteos, asegúrate de que se acostumbre a tomar algún que otro
biberón al final de su segundo mes. Si le cuesta hacerlo, consulta
“El bebé lactante que no toma biberón”, más adelante en este
capítulo.
Dar el pecho en público
A menos que estés pensando en esconderte en tu casa hasta que toque destetar a tu bebé, tarde o temprano llegará un día en el que tendrás que amamantarlo con otras personas alrededor. La idea de hacerlo produce incomodidad, te hace sentir cohibida, pues nunca antes habías mostrado un pecho en público. Si lo hiciste, probablemente se trataba de algo distinto...
Permíteme, pues, consolarte con estos cuatro consejos vitales:
Viste de forma inteligente. Utiliza ropa cómoda y práctica que permita dar el pecho
discretamente. Algunos jerséis o camisetas están bien (se pueden
levantar un poco por un lado), mientras que las blusas o camisas no
son tan prácticas (con los botones desabrochados expones ambos
pechos y gran parte de la barriga).
Comprueba el entorno. ¿Hay
algún lugar donde se pueda dar el pecho con una cierta intimidad?
Algunos grandes almacenes y la mayoría de tiendas de bebé tienen
áreas especiales para hacerlo. En cualquier caso, no vayas a un
lavabo. ¿Te gustaría cenar allí? A tu hijo tampoco.
Utiliza una capa de lactancia. Antes de comenzar, coloca una capa de lactancia bajo la
barbilla de tu bebé y a lo largo de él. Cuando se te coja al pecho,
colócatela bien para cubrir tu pecho.
Ignora los comentarios. Haz
oídos sordos a todo el que se le ocurra echarte en cara lo que
estás haciendo. La lactancia materna no es ilegal ni inmoral, y en
muchos países es un derecho legal de la madre hacerla en
público.
Dar el pecho y trabajar
A pesar de que tengas que volver al trabajo, la lactancia puede continuar. Pero te seré sincera, si tu hijo tiene más de 6 meses es un reto y, si es menor de 6 meses, un verdadero desafío. Éstas son tus opciones:
Extraer la leche materna para tu bebé mientras estás en
el trabajo. Y amamantarlo tú por la
mañana y por la tarde. Este plan puede funcionar si tu bebé ya ha
empezado con las papillas y solo necesita una o dos dosis de leche
durante el día. No obstante, extraer más de dos biberones diarios
es pedir mucho de ti misma cuando te estás reajustando a la rutina
laboral.
Pasarse a la leche de fórmula mientras estás en el
trabajo. Y dar el pecho por la mañana y
por la tarde. Es, probablemente, la única opción viable si tu bebé
es menor de 6 meses y necesita tomas frecuentes durante el día.
Recuerda que, si utilizas este método, tu producción de leche
disminuirá, por lo que tendrás que utilizar la fórmula también los
fines de semana de 9 a 5.
Si eliges la primera opción (leche extraída), plantéate dónde y cuándo lo harás. Para mantener tu producción de leche, tendrás que aprovechar la hora del almuerzo. Tus jefes están obligados a proporcionar un lugar adecuado a una madre que amamanta (y no, el aseo no sirve). Llévate tu extractor de leche esterilizado y una bolsa para llevar la leche a casa. Y hasta que acabe la jornada, guarda la leche en una nevera.
Semanas antes de regresar al trabajo, extráete leche como
una loca y guarda una reserva en el congelador. De esta manera
podrás recurrir a ella si un día no puedes sacarte leche en el
trabajo o tienes que quedarte hasta tarde. Eso sí, detén el bombeo
adicional una semana antes de volver o tus senos empezarán a tener
pérdidas durante el primer día.
Asegúrate de que la canguro o la guardería que cuidan de tu
bebé entienden lo importante que es para ti alimentarle con leche
materna, y el esfuerzo que has dedicado a extraerte la leche. Un
día, una amiga volvió a casa temprano de la oficina y se encontró a
la niñera dándole al bebé un biberón de fórmula. Durante el día,
había tirado por el fregadero la leche materna extraída con tanto
esfuerzo. La razón que le dio la canguro fue: “Es que veía al niño
tan delgado...”.
Destetar al bebé
Por mucho que te guste (u odies) la lactancia materna, algún día tiene que terminar. Y si ese día llega después de un año (como recomiendan los expertos en salud) o tras una semana (por cualquier razón), es de esperar un cierto nivel de secuelas físicas y emocionales. Pero, sin duda, ayuda:
Tomarse las cosas con calma. El destete durante varias semanas es más fácil para tu bebé
y tus senos, pues la interrupción brusca puede llegar a ser muy
dolorosa. Elimina las tomas una a una, empezando por la que parece
interesarle menos. Si tu bebé, por ejemplo, ya ha empezado con las
papillas, la toma después de su comida será la más importante del
día.
Tener preparadas las alternativas. Si tu bebé tiene menos de 6 meses pero no ha empezado con
las papillas, necesitará tener leche artificial para reemplazar las
tomas que se le están suprimiendo, así que asegúrate de que está
dispuesto a tomar un biberón primero (para más información sobre
esto, lee “El bebé de pecho que no toma biberón”). Si tu bebé come
bien las papillas, no es necesario introducir la leche de fórmula.
Planifica el destete gradual para que llegue hasta su primer
cumpleaños, dejando caer la última toma cuando sea lo
suficientemente mayor como para tomar leche de vaca.
Esperar a romper a llorar cuando acabe.
Renunciar a la lactancia materna puede provocar
una alteración de tus hormonas y tus emociones caerán en picado.
Puedes sentirte triste o culpable, ya sea porque has acabado antes
de lo que pensabas o porque estás secretamente encantada de haber
renunciado, ¡o ambas! Recuerda que la lactancia materna es una
etapa de la maternidad, y que etapas mucho más cercanas, cariñosas
y vitales están por venir.
Si
te duelen los senos o los notas llenos, vuelve a probar la vieja
cura de la hoja de col en el sujetador. Y asegúrate de que el
sujetador realmente cumpla su función. Pero, hagas lo que hagas, no
te saques leche, pues sólo conseguirás que tus senos produzcan más
leche aún.
La verdad del biberón
Tal vez siempre quisiste dar biberón, o quizá no. Sean cuales sean tus razones para terminar con un biberón y una lata de leche de fórmula en las manos, no pierdas ni un momento sintiéndote mal por ello. Has tomado una decisión y le estás proporcionando a tu bebé una fuente perfectamente sana de alimentación que no excluye todo el amor y el contacto que necesita. Tu éxito como padre o madre no depende del tipo de leche que le ofrezcas en este momento. Ser un buen padre es más que eso.
¡Ah!, y si alguien (incluyendo la persistente voz de tu conciencia) pronuncia una palabra de crítica contra tu forma de entender o practicar la lactancia, le puedes recordar que la alimentación con biberón tiene algunas ventajas sobre la lactancia materna. Por ejemplo:
Tu pareja puede preparar el biberón. Lo que significa que tiene más oportunidades de relacionarse
con tu bebé, y tú podrás dormir y descansar.
No te hará llorar. El biberón
rara vez es tan duro como la lactancia materna, y encima no te
dolerán los pezones.
Ya podrás ponerte ropa interior bonita.
No hay que subestimar el placer de ponerse un
sujetador diseñado para que te sientas bien, en lugar de volverte
loca con el sujetador de lactancia.
Te dejará tener más horas de sueño. Por lo general, los bebés alimentados con biberón comienzan
a dormir toda la noche antes que los que siguen la lactancia
materna.
Consejos de seguridad
Alimentar a tu bebé con leche de fórmula puede parecer un juego de niños. Pero has de estar atento para echar la cantidad correcta de fórmula en el biberón. No te pases pero, sobre todo, no te quedes corto. Ahorrar en este caso podría sentarle fatal a tu bebé.
Para preparar bien un biberón necesitas:
Lo primero, esterilizarlo todo. La tetina, el biberón, la anilla enroscada, la tapa... Y
lávate bien las manos antes de tocar nada.
Preparar cada toma cuando se necesite.
Puedes tener la tentación preparar todas las
tomas del día a la vez para ahorrar tiempo, pero es mejor no
hacerlo. Las bacterias pueden reproducirse en la leche de
fórmula.
Mezclar la fórmula con agua hervida o fría.
No la mezcles con agua mineral ni filtrada.
Tampoco lo prepares con agua que ya haya sido hervida y se haya
dejado enfriar durante más de media hora. Si quieres mantener un
poco de agua hervida para su siguiente toma, guárdala en un frasco
cerrado herméticamente.
Tira la leche que sobre. Nunca
la guardes para otra toma.
No calientes la leche. Si lo
preparas con agua recién hervida no necesitarás hacerlo. De hecho,
quizá lo que necesitarás será enfriar el biberón bajo el chorro de
agua fría. Y puedes probar la temperatura de la leche vertiendo
unas gotas en la parte interior de tu muñeca.
No utilices leche avanzada para un bebé menor de 6
meses, por grande que sea. Su sistema
digestivo no será capaz de digerirla.
Nunca dejes a tu bebé solo con el biberón porque podría
ahogarse. Aunque puede estar en tus
brazos mientras se toma su biberón.
Trata de no dejar que tu hijo, cuando crezca, se vaya a
dormir con un biberón. La leche podría
acumularse en la boca y ofrecer las condiciones ideales para que
crezcan las bacterias y le provoquen caries.
Si
tu bebé traga mucho aire durante una toma, quizá tenga dolor de
barriga y llore. Para evitarlo, cógelo de manera que la cabeza le
quede más incorporada que el estómago. Inclina el biberón para que
la tetina se llene de leche y no de aire. Para más información
sobre las burbujas de aire y los gases, consulta el recuadro “¡Qué
aire! El extraño arte de los eructos”, más adelante en este
capítulo.
Alimentación y sobrepeso
Los bebés alimentados con biberón a veces parecen bolitas en comparación con los niños de pecho. Hay muchas razones, pero las tres principales son:
La leche de fórmula tiene unas calorías fijas.
Cada mililitro de esa leche contiene exactamente
el mismo número de calorías, a diferencia de la leche materna, que
se ajusta al nivel de hambre de tu bebé.
Al ver la cantidad de leche que ha tomado (o que se ha
dejado), puedes caer en la tentación de hacerle terminar el
biberón.
Algunas tablas de altura y peso no están
actualizadas. La Organización Mundial de
la Salud (OMS) detectó que algunas tablas se basan en antiguos
patrones de crecimiento elaborados cuando las papillas comenzaban a
darse muy pronto. Ahora se están elaborando nuevas tablas con un
rango de peso menos generoso, más normalizado. Pregunta a tu médico
acerca de ellas.
Así que, ¿está realmente tan mal tener un bebé regordete? Todos los bebés pasan por etapas en las que están más regordetes, pero es cierto que los bebés pesados tienden a convertirse en niños gorditos que a su vez se convierten en adultos gorditos, y este patrón no es bueno para la salud de nadie. El miedo al exceso de peso no implica que debas controlar los biberones. Pero ayudarás a tu hijo si:
Te aseguras de que sabes usar la cuchara
medidora. Sigue las instrucciones para
mezclar la fórmula. Si añades más dosis de la recomendada, puede
que tu bebé tenga sobrepeso y podrías poner en peligro su
salud.
Prestas atención a los signos de que el bebé está ya
saciado. Un bebé que ha tomado suficiente
leche llora con frecuencia y gira la cabeza, incluso puede golpear
el biberón con las manos. No le animes a seguir chupando cuando no
es necesario.
No empachas a tu bebé. Si tu
bebé era pequeño al nacer, tu deseo de hacerle ganar peso rápido es
natural. Pero los expertos han identificado que el bebé de bajo
peso al nacer que se pone al día rápidamente tiene mayor riesgo de
padecer obesidad infantil.
El bebé lactante que no toma biberón
Al principio de este capítulo te decía que la alimentación con biberón es fácil. Bien, he aquí la excepción que confirma la regla. Algunos bebés que se han acostumbrado a la alimentación de pecho pueden dar un poco de guerra cuando pasan al biberón, aunque contenga leche materna. Si estás luchando en una pequeña guerra de biberones:
Prueba con una tetina y/o biberón diferente.
Las tetinas cortas y redondas se parecen más a
una verdadera mama, pero solo las largas de silicona hacen que la
leche entre en el interior de la boca del bebé, como pasa con la
lactancia materna. Tu bebé puede odiar una, pero tomar la
otra.
Revisa el flujo. Las tetinas son
de flujo lento, medio y rápido. Muchos lactantes prefieren una
tetina de flujo lento porque tienen que chuparla de manera similar
a como lo hacen en el pecho. Pero un bebé mayor puede preferir una
más rápida.
Dale de comer antes de que le suene la barriga.
Un bebé irritable y hambriento no se tomará bien
el biberón.
Esconde tus pechos. Al bebé le
costará más tomar un biberón si tiene una opción más familiar
cerca. Es hora de que la mamá lactante salga de la habitación —tal
vez incluso de la casa— y que deje que el papá u otra persona sirva
la leche.
Apaga la luz. A veces, el
aspecto del biberón, en vez de la sensación de aspirar, asusta al
bebé. Alimentarle en un lugar a oscuras podría ser lo que
necesita.
Calienta la tetina. En tu mano
(limpia). Y frótala contra el labio antes de dársela.
Déjalo y vuelve a intentarlo. No
libres una gran batalla por el biberón. Si a tu hijo no le gusta la
idea, espérate media hora y vuelve a probarlo. Sé paciente. Puede
llevar su tiempo que se acostumbre.
Prueba un vaso con boquilla. Si
tu hijo tiene más de 4 meses, quizá coja un vaso con boquilla con
mayor facilidad que un biberón con tetina.
¡Qué aire! El extraño arte de los eructos
Eructar es bueno (para los bebés, se entiende). Olvídate de los buenos modales propios de los adultos y de quedar bien en la mesa (más adelante tendrás mucho tiempo para enseñárselo a tu pequeño) porque no hay nada que tu bebé necesite más después de una buena toma de leche que un ruidoso eructo. Los bebés tienden a tragar un poco de aire al tomar la leche (tanto da si se le da biberón o pecho), y si no expulsan ese aire pueden sentir molestias e incluso dolor.
El problema es que los bebés pequeños no saben muy bien cómo producir un eructo por sí mismos, y aquí entras tú y tu técnica para hacer eructar. Ésta es tu guía de cuatro pasos para conseguir el mejor eructo:
1. Coge una gasa. U otra tela que proteja su ropa (y la alfombra, el suelo...) del chorro de leche que puede venir detrás del eructo.
2. Coloca a tu bebé en posición de eructar. Va bien sostenerle con una mano y poner la otra en su espalda. Las posiciones básicas son: apoyado contra tu hombro, tendido boca abajo sobre tu regazo y sentado en tu pierna, aguantando su pecho con una mano.
3. Acaricia su espalda. O frótala suavemente con la palma de la mano.
4. Sigue hasta que oigas el sonido esperado. Felicítale con palabras y abrazos cariñosos.
Siempre debes hacer eructar a tu bebé al final de una comida, aunque se duerma, pues siempre es mejor tener que volver a dormirle un par de minutos después del eructo que no que se despierte cinco minutos más tarde y se ponga a gritar de dolor durante horas. Si siempre traga mucho aire o llora al inicio de la comida, quizá necesite eructar en mitad de la comida.