Capítulo 13
Tácticas para las rabietas
En este capítulo
Entender las etapas de una
pataleta
Identificar —y detener—
las pataletas futuras
Gestionar un cataclismo
total sin sufrir tú otro
La primera rabieta de un hijo es un rito iniciático para cualquier padre. Es tan importante como sus primeras palabras, pero algo más espantoso que, por supuesto, no provoca en los progenitores gritos de alegría ni carreras en busca de la cámara de fotos.
Lo que requiere esta situación es actuar con calma y pensar con claridad, dos cosas que suelen brillar por su ausencia cuando un niño pequeño se revuelca a tus pies gritando como un poseso. Por tanto, leed y asimilad los trucos que os doy en este capítulo para apaciguar las rabietas con las que, tarde o temprano, os encontraréis.
Lo que hay detrás. Así es la rabieta del niño pequeño
Las rabietas son uno de los ingredientes ineludibles de la vida de los niños pequeños. Nunca he conocido a un niño que llegara a su tercer cumpleaños sin haber tenido una pataleta (o tres), como mínimo, cada dos o tres días. ¡Y los hay que tienen muchas más! Pero no solo lo hacen para volvernos locos a nosotros (aunque, en los días malos, lo parezca), sino porque la rabieta forma parte de su proceso de desarrollo.
Por si no os habíais dado cuenta, la infancia es una época de emociones intensamente conflictivas. Vuestro hijo quiere aguantarse de pie por sí solo, literal y emocionalmente, pero aún está muy vinculado a vosotros. Quiere explorar el mundo en solitario, pero todavía necesita que estéis cerca para protegerle. Se empeña en hacer las cosas por sí mismo, pero quiere que le ayudéis a arreglar las cosas si no le salen. Quiere mandar, pero aún necesita que le enseñéis lo que está permitido. Con este remolino de pensamientos en su cabeza, ¡no es de extrañar que pierda los papeles de vez en cuando! Pero no siempre los perderá del mismo modo.
Las rabietas de los niños pequeños pueden clasificarse en dos categorías, y es mejor familiarizarse con ellas.
La rabieta de novato
Habitual en los niños más pequeños, esta rabieta parte de una frustración. Por ejemplo, porque no le cabe la pieza del rompecabezas en el espacio libre; porque no conoce las palabras para decir lo que quiere; porque no le dejan revolcarse en el barro cuando le parece de lo más divertido...
Los gritos y patadas suelen estallar de golpe, sin subir poco a poco y sin previo aviso, y la fuerza de sus propias emociones a menudo sorprende tanto al niño como a vosotros. Este tipo de rabietas no debe agobiaros, y lo mejor es ocuparse de ellas con firmeza, pero con suavidad.
La rabieta de nivel intermedio
En este caso me refiero a una actitud mucho más intencionada (y casi siempre de niños algo mayores). Con este tipo de rabieta, vuestro hijo intenta probar vuestros límites y provocar una reacción. Una de dos, quiere hacer algo que él sabe que no debería o no quiere hacer algo que creéis que debería hacer. Y preparaos para un enfrentamiento de proporciones melodramáticas. Nunca hay que ceder ante esta clase de rabietas, sino actuar con resolución y firmeza.
Reacciona, sinvergüenza... ¡perdón!, reacciona sin vergüenza
El problema de las rabieta es que el niño pequeño no es el único que se pone frenético. Ante (y con) un niño fuera de control, la mayoría de padres nos alteramos. Y, en el ardor del momento, hacemos, decimos y gritamos todo lo que en ese momento no tocaría. Así, todo el mundo se descontrola y nadie está contento. Pero ¿cómo puedes mantener la compostura cuando tu querido retoño se transforma en un pequeño demonio? Toca agarrarse a los dos estados mentales clave para apaciguar una rabieta.
Mantén la calma: habilidades necesarias
Pensadlo: vuestro hijo nunca recuperará la calma si vosotros la perdéis. Tenéis que ser una presencia tranquilizadora en medio de la tormenta que le abate. Es cierto, es más fácil decirlo que hacerlo, pero ayuda:
Contar hasta tres. Antes de
hacer o decir cualquier cosa. Os dará tiempo para reaccionar con
más tranquilidad.
Acordarse de que no se está portando mal.
Se comporta como cualquier niño de su edad. Y
vosotros también deberíais hacerlo.
Saber que gritar solo empeora las cosas.
Y asustará a vuestro hijo hasta atontarlo o le
enseñará a gritaros a vosotros, y más fuerte.
Pensar en sus cualidades. Aunque esté retorciéndose en el suelo, repasad mentalmente
lo que tiene de guapo, divertido, encantador, risueño, cariñoso...
Es decir, todo lo bueno y maravilloso que no es en ese momento. Es
una forma genial de ver las rabietas desde cierta
distancia.
Sed firmes. Es lo que quiere (en realidad)
Vosotros sois los padres; él es el niño. Sois, pues, los que mandan, y ése es vuestro trabajo. Y en este momento tenéis que hacerle entender, con firmeza y claridad, que las rabietas no deben producirse y que, con ellas, no conseguirá lo que quiere. Si esto os hace temblar las piernas, coged fuerzas sabiendo que:
Todos los niños necesitan límites. Les hacen sentirse seguros porque dejan claro lo que se
espera de ellos. Sí, intentarán rechazarlos, pero eso no significa
que no deban existir. Al contrario. Su presencia —y vuestra
constancia para mantenerlos— hará que su sensación de seguridad sea
alta (si queréis saber más detalles sobre los límites, podéis
volver al capítulo 2).
Vacilar no funciona. Si
cedéis, vuestro hijo encadenará una rabieta tras otra. Lógico, pues
pensará que, si le funcionó una vez, ¿por qué no la
siguiente?
No hará que os quiera menos. Seguro.
Olvidaos de esa edad que los ingleses llaman
terrible twos (los “terribles dos años”); cuando se trata de rabietas, la
realidad es que hablamos más bien de los “terribles de uno y medio
hasta tres años”.
Los mejores momentos para una rabieta.
El top ten del niño pequeño
1. Cuando me ponen en la sillita del coche.
2. Cuando me ponen en el cochecito.
3. Cuando la abuela viene de visita.
4. En el supermercado.
5. Cuando tenemos que ir deprisa a un sitio.
6. Cuando me visitan amigos que se portan bien.
7. Cuando tengo que ponerme / quitarme gorros /chaquetas / botas / zapatos.
8. Cuando tenemos que salir.
9. Cuando tenemos que ir a casa.
10. Cuando hay alguien al teléfono.
Tu plan de acción antigritos
La teoría de mantener la calma, la tranquilidad y la compostura está bien, pero ¿cómo ponerla en práctica? Aquí tenéis una guía en cuatro pasos para alcanzar la perfección en el arte de apaciguar las rabietas.
Detecta los desencadenantes de las rabietas (y por qué probablemente sois uno de ellos)
Para empezar, el camino más fácil hacia una vida sin pataletas es evitar que se produzcan. Y el modo más astuto de hacerlo es aprenderse de memoria los desencadenantes de rabietas más comunes y sortearlos como si fueran una plaga. Vuestras alarmas de maniobras evasivas deberían saltar si:
Vuestro hijo está cansado o tiene hambre.
Los niños pequeños (como los adultos) se ponen
de mal humor cuando han dormido o comido poco. La vida se
desarrolla de manera mucho más tranquila con una rutina diaria que
incluya horarios regulares de comidas y sueño.
Estáis haciendo algo raro. Si
vais a algún sitio o hacéis algo que rompe vuestra rutina habitual,
explicádselo a vuestro hijo. Si ya sabe qué va a pasar, hay menos
probabilidades de que coja una pataleta.
Vuestra casa está a prueba de niños. Si todo el rato decís “¡No! ¡No toques esto!”, le invitáis
abiertamente a que se rebele.
Vuestro hijo quiere hacer demasiadas cosas por él
mismo. Quiere hacerlo todo sin ayuda,
pero eso no quiere decir que pueda. Tenéis que aprender a ser
expertos en prever frustraciones (la pieza del rompecabezas que no
encaja, el calcetín que no se puede quitar) e intervenir para
ayudar, sin que ello implique hacerlo por él.
No os fijáis en las cosas buenas que hace.
Esto podría tentarlo a probar las cosas malas.
No dejéis que vuestro hijo piense que el único modo de que os
fijéis en él es siendo malo; si se está portando bien, felicitadle
con entusiasmo.
Siempre tenéis prisas. Las
mañanas son la hora estrella para las rabietas, porque los niños no
entienden que llegar tarde al trabajo, al colegio o a la guardería
no está bien. Añadid un poco de tiempo extra para esos pies
infantiles tan propensos a rezagarse.
Os esperáis lo peor. ¿Teméis
la visita a casa de la Tía Abuela Puntillosa y Cascarrabias? No se
lo mostréis. Los niños perciben nuestra tensión, y unos niños
tensos son una bomba de rabietas en potencia.
No os habéis preparado. Vayáis
donde vayáis, armaos siempre con un plan de distracción contra la
rabieta: un tentempié para el atasco, un libro de dibujos para el
ambulatorio, una serie de avisos del tipo “tres bajadas más de
tobogán” para la hora de irse del parque...
Tú o tu pareja, o ambos, sois controladores
obsesivos. Si nunca dejáis a vuestro hijo
elegir lo que quiere hacer, ponerse o comer —aunque sea de vez en
cuando—, seguro que se rebelará. No os lo toméis tan a pecho;
disfrutaréis más. Vosotros y el niño.
Esperáis demasiado. Es un
niño. No le van las conversaciones razonadas ni las esperas con
paciencia. Como tampoco dejaros un rato tranquilos...
Evitad el colapso
¡Hala! Justo cuando pensabais que teníais todos los desencadenantes bajo control, veis cómo el labio inferior de vuestro hijo empieza a temblar y sus mejillas se encienden presagiando una rabieta. ¡Rápido! Estáis a tiempo de evitar el desastre si:
Le distraéis. Señalad un coche
en la calle o un juguete al otro lado de la habitación, con
énfasis. De repente “veis” un gato en el jardín. U “oís” al cartero
haciendo ruido en el buzón. Haced cualquier cosa que le distraiga
de lo que le está molestando.
Hacéis el tonto. ¿No quiere
ponerse los zapatos? ¡Bueno, entonces te los pondrás tú! Reírse de
papá cuando hace el tonto es una manera genial de romper la
tensión.
Lo dejáis estar. ¿Vale la pena
pelearse por eso? ¿Vais camino de una pelea por algo trivial? Es
vuestra última oportunidad —antes de que empiece la rabieta y
tengáis que manteneros firmes— para dejarlo pasar.
Simuláis que estáis de acuerdo. En lugar de decir “¡Nada de galletas! ¡Cómete el
bocadillo!”, decid “Sí, primero el bocadillo y después la galleta”.
Astuto, ¿verdad?
Le ofrecéis opciones limitadas. A los niños más mayores les
encanta elegir, pues les proporciona una sensación increíble de
control. Solo debéis aseguraros de que las dos opciones llevan al
resultado que buscáis. Por lo tanto, al niño que se queja por
ponerse los pantalones, decidle: “¿Qué pantalones quieres? ¿Los
rojos o los azules?”.
Comprobáis que os ha entendido. A veces los niños tienen una pataleta porque no saben de qué
estáis hablando. Poneos a su altura, cogedle suavemente por los
hombros, y decid: “Escucha”. Entonces dadle instrucciones sencillas
y claras (no demasiadas). Si aún parece perdido, decid: “Venga,
vamos a hacerlo juntos”.
¡Oh, no! Detener la pataleta
A pesar de todos vuestros esfuerzos, ha llegado la rabieta, y de las de campeonato. No os queda otra que, por el bien de todos, encontrar un modo de apaciguar ese estallido de furia. Respirad hondo mientras os convencéis de que “controláis la situación”, y:
No cedáis. Si cedéis ahora, el
niño pensará que os gustan sus rabietas.
Hablad suavemente. Por un
lado, evitará que gritéis, y gritar no hace más que alterar a todo
el mundo, y por otro, hará que os sintáis tranquilos y enteros. Y
también porque, a lo mejor, vuestro niño deja de gritar para
escucharos.
Dejaos de explicaciones. Nadie
entiende un argumento lógico y racional cuando está histérico. Y
menos un niño.
Ignoradle. No habléis, no le
miréis. Y salid de la habitación si hace falta. No hay nada mejor
para desinflar una pataleta que la falta de público. Esta táctica
funciona tanto con los niños novatos en el tema como con los de
nivel intermedio, pero no la apliquéis con demasiada frialdad con
los novatos (ved más arriba el apartado “Lo que hay detrás: así es
la rabieta del niño pequeño”).
Abrazadlo. Algunos niños
pequeños son los primeros en asustarse ante la intensidad de su
crisis histérica. En este caso, podéis tranquilizarle abrazándolo
fuerte. Para ser sincera, esta estrategia nunca me funcionó con mis
hijos. Necesitaban espacio a su alrededor para retorcerse
solos.
Ofrecedle una salida. Un
niño puede encerrarse en una rabieta
hasta el punto de olvidar por qué está enfadado. Ayudadle a salir
de ella distrayéndole con algo o encontrando algo que hacer que le
resulte interesante. Esta estrategia funciona con las rabietas de
novato y con algunas de nivel intermedio.
Imponed sanciones. Al niño
mayor que tiene pataletas deliberadamente y se niega a hacer lo que
pedís, tenéis que dejarle claro que el mal comportamiento tiene
consecuencias. Mandadle a sentarse en un rincón y decidle que tiene
un tiempo muerto para tranquilizarse. Dejadle allí un par de
minutos (no más), y después preguntadle si está preparado para
volver y portarse bien. Por favor, usad el tiempo muerto ante una
actitud realmente desafiante, pues esta táctica pierde eficacia si
se usa cada dos por tres.
Todos los niños tienen pataletas. No sois malos padres si el
vuestro también las tiene.
Tranquilizarse después de la tormenta
La forma de reaccionar de vuestro hijo después de una rabieta es tan importante como su modo de reaccionar mientras se produce. El niño necesita saber que vuestro amor hacia él no ha cambiado y tenéis que volver a conectar con todos los sentimientos que sentís por él cuando no es un monstruo de maldad. Entonces:
Abrazadle. Y felicitadle por
tranquilizarse.
Perdonadle y pasad página. El
mal trago que ha pasado ya es suficiente (y también para vosotros).
No le castiguéis dándole más vueltas al tema.
Encontrad algo atractivo para hacer juntos.
¡Acordaos de que ser padre puede ser muy
divertido!
A rabieta especial, medida especial
A ningún padre le gusta aguantar una rabieta. Apretamos los dientes y seguimos. Pero existe una subespecie de pataleta que requiere unos niveles de apretado de dientes sobrehumanos. ¡Parece increíble que aún nos quede esmalte! Me refiero, por supuesto, a la rabieta con testigos. Esos momentos insoportables de “tierra, trágame ahora mismo” cuando tu hijo muestra su peor cara para que la vea todo el mundo. Y, a veces, para llevarse la peor parte.
¡Ssssss, todo el mundo está mirando! La pataleta en público
Mantener la calma cuando un hijo tiene una pataleta en tu casa ya es bastante difícil, pero cuando lo hace en la calle, en el parque o en el supermercado, seguro que tu sangre se calienta el doble de rápido. Antes de que os haga estallar, probad lo siguiente:
Sed constantes. Tenéis que
manejar la situación tal como lo haríais en casa; de lo contrario
el niño entenderá que las pataletas en público son increíblemente
eficaces. Y no querréis que aprenda esta lección...
Ignorad a los espectadores. Si
también tienen hijos, probablemente sientan simpatía por vuestro
suplicio; si no los tienen, su opinión no cuenta.
Batíos en retirada. Si estáis
en algún lugar donde una rabieta ruidosa es inaceptable (un
restaurante, una iglesia, una tienda), coged al niño y salid de
allí lo antes posible.
¿Cómo evitar la rabieta “quiero una chuche” en la caja del
supermercado? Bajad al niño del carro de la compra para que esté
por debajo de la altura del estante de las chuches, y distraedlo
encargándole la importante tarea de ayudaros a descargar las cosas
en la cinta.
Empujar, morder y otros malos hábitos
Vuestro hijo es, por naturaleza, una pequeña criatura posesiva, y sería una pequeña criatura rara si aprendiera a compartir y esperar su turno antes de, como mínimo, la segunda mitad del segundo año. Hasta entonces (y quizá durante varias semanas más), es probable que empuje, tire, quite las cosas, agarre e incluso —¡ay!— muerda para obtener lo que quiere. Es cierto que a esta edad lo hará sin maldad, pero no es el tipo de comportamiento que se pueda ignorar despreocupadamente. Por eso:
Dejadle claro que su comportamiento es
inaceptable. Apartad al niño y decidle
con firmeza: “No se muerde, ni se quitan las cosas, ni se
empuja”.
Demostrad preocupación por el niño agredido.
Así le queda claro al vuestro que este tipo de
comportamiento no hace que le hagas caso, al contrario. ¡Se lo
haces al otro! También demuestra a los padres del niño agredido que
os tomáis la situación en serio.
Idos si sigue así. Si está
claro que vuestro niño ha perdido los papeles, poner espacio entre
él y los demás niños es lo mejor para todos. Llevadle a un rincón
tranquilo y decidle: “O empiezas a jugar con los demás como una
persona educada o nos vamos a casa ahora mismo”. Si esto no
funciona, idos.
No le mordáis o le empujéis. Lo contrario solo le enseñaría que los adultos también se
comportan así.
No le deis más importancia de la que tiene.
Morder, sobre todo, nos parece horrible a
nosotros, los padres, pero para un niño (que no entiende los
matices de una agresión), no es peor que pegar o empujar. Morder la
mano de otro niño cuando se tienen dos años no quiere decir que se
vaya a convertir en Hannibal Lecter a los 22.
Por qué pegarle no te servirá de nada
Todos sabemos que pegar a un niño no es bueno. Pero, sed sinceros, ¿nunca habéis sentido la tentación de darle un bofetón a vuestro hijo, aunque solo haya sido una vez? Hay ocasiones (cuando estamos cansados, hartos, cuando nos vuelve locos) en que es lo único que somos capaces de hacer para no tirarnos a su yugular. Y es precisamente en esos momentos cuando debemos acordarnos de que:
Pegar no funciona. Sirve para el
mal comportamiento de ese momento, pero no ayuda a vuestro hijo a
controlar su comportamiento futuro. Los niños se portan mejor
cuando están motivados para complaceros, no para evitaros un
enfado.
Pegar le enseña algo erróneo. Le
enseña que pegar a alguien más pequeño es aceptable. Y también le
enseña a teneros miedo.
Pegar os hace sentir culpables. Una vez disipado el enfado, os sentiréis fatal por haber
perdido los papeles. Lo mejor que podéis hacer es disculparos.
Hacedlo aunque vuestro hijo sea demasiado pequeño para comprender
vuestras palabras, pues captará vuestras emociones. Y pensad cómo
evitar a caer otra vez en el mismo error. Si queréis descubrir
algunas ideas para mantener la calma, pasad al capítulo
28.