Capítulo 14
Comer y dormir
En este capítulo
Lo que es normal y lo que
no
Los problemas con la
comida
Los problemas para
dormir
En esto no importa la edad. Tanto da si hablamos de adultos como de bebés, todos necesitamos comer y dormir. Y necesitamos hacer ambas cosas bien y con regularidad. Ahora bien, ¡intenta decírselo a un niño pequeño! Los menores de 3 años cuentan con un inacabable arsenal de formas de desviar la atención y salirse con la suya a la hora de las comidas y de irse a dormir. Y cualquiera es suficiente para volver loco a cualquier padre.
Este capítulo te devolverá la cordura. Mejor aún, garantizará que no la pierdas, dado que es fundamental que tu cabeza siga en su sitio. En él os explicaré qué es lo normal por lo que respecta a las comidas y al sueño de los niños de hasta 3 años, además de cómo cortar de raíz esas costumbres poco saludables que tu hijo pueda tener frente a los alimentos y al hecho de irse a la cama. No obstante, la clave es no desencadenar una guerra entre padres e hijos por estos temas.
¿Están listos los platos y los pijamas? ¡Pues comencemos!
Cómo comen los niños hasta los 3 años
Si pensabais que dar de comer a vuestro bebé era estresante, preparaos para recibir una mala noticia. ¿Estáis preparados? Lamento deciros que la siguiente etapa tampoco es pan comido. Y es así por motivos distintos. De hecho, ahora lo difícil no es qué darle en cada momento y cómo hacerlo, sino saber por qué no come lo que se le da.
Los niños hasta 3 años son famosos por toquetear y juguetear con la comida y por negarse en rotundo a comérsela, lo cual es frustrante si eres el adulto que se ha tomado la molestia de cocinarla.
Sin embargo, queda el consuelo de que todos estos remilgos son normales a esta edad. Tanto es así que, en el fondo, los padres nos creamos más problemas al esperar otra cosa.
Liberaos, pues, de las infinitas tensiones que conllevan las comidas. Y, para eso, nada mejor que poneros al día con datos como los que os doy a continuación sobre los niños y su peculiar relación con todo aquello comestible que no sean golosinas:
No necesita comer mucho. Puede
que vuestro hijo sea más activo que de bebé, pero su cuerpo ya no
crece tan rápido como entonces. Ahora solo necesita unas 1.000
calorías al día (que aumentarán hasta las 1.300 a los tres años).
Así que, si alguna vez os habéis impuesto una dieta de 1.000
calorías al día, ya sabéis que no es mucha comida.
No suele comer la misma cantidad todos los días.
Hasta los 3 años, los niños pueden ponerse las
botas un día y no comerse ni una galleta al día siguiente. Podréis
saber cuánto come en total si lo evaluáis por semanas, no por
días.
Os demuestra cuándo está lleno. Los niños de esta edad suelen tener una relación más simple
con la comida que muchos adultos: comen cuando tienen hambre y
paran cuando están llenos. Aunque lo que coman esté riquísimo, les
encante y les quede mucho en el plato.
Quiere comer solito. Y no solo
es una forma menos fiable de transportar la comida del plato a su
boca, sino que también os pone de los nervios por lo lento que va.
Por no mencionar lo “divertido” que le parece hacer torres con
rodajas de zanahoria o tirar guisantes en el zumo.
Se está formando su propia opinión sobre la
comida. Sobre su sabor y apariencia. Y
sus opiniones son (en general) atroz y dolorosamente conservadoras:
no esperéis que le apetezca probar nada nuevo.
Se da cuenta de que nos importa. Así que, si no comerse la verdura hace que le prestéis mucha
atención, eso es lo que hará.
Alimentos buenos, buenos caprichos
Cualquier nutricionista os dirá que es fundamental que vuestro hijo siga una dieta equilibrada desde el principio, pues de ese modo establece unas costumbres alimenticias saludables que mantendrá durante los próximos años. Y no tengo nada que objetar. Aunque quiero hacer una puntualización... Alcanzar ese deseado nirvana de la alimentación en un niño de menos de 3 años resulta, siendo generosos, difícil. Pero, faltaría más, podemos intentar que se haga realidad.
Lo que deberíamos proponernos
Para aseguraros de que proporcionáis a vuestro hijo una dieta equilibrada y adecuada, tened en cuenta los siguientes puntos:
Dadle gran variedad de alimentos. Para que se acostumbre a sus distintas texturas y sabores, y
obtenga diferentes nutrientes.
Acertad con los grupos alimenticios. Sirve para todos los días:
• Seis raciones de carbohidratos (incluyendo pasta, patatas, cereales, arroz y pan).
• Cinco raciones de frutas y verduras.
• De dos a cuatro raciones de alimentos ricos en calcio (incluyendo leche, queso, yogur y queso fresco).
• Dos raciones de alimentos ricos en proteínas (incluyendo carnes rojas, pollo, pescado, huevos y legumbres).
Limitad (o prohibid) los refrescos, las bebidas gaseosas
y los zumos. Tienen muchísimo azúcar.
Decantaos por la leche o el agua.
Evitad los pasteles, galletas y chucherías.
También los cereales azucarados para el
desayuno. Demasiado azúcar puede provocar problemas de peso y
caries.
Dadle comidas sin sal. Evitar
la sal es bueno para la presión sanguínea del pequeño.
Ofrecedle tentempiés sanos. Como el queso, las tostadas o la fruta.
Mientras tanto, en el mundo real...
Por sensatos y valiosos que sean los objetivos de la sección anterior, son difíciles de alcanzar en todas y cada una de las comidas. Eso por no decir que son casi imposibles cuando vuestro hijo tiene un día difícil. Así pues, los padres más hábiles optan por una solución menos rígida. Sí, los objetivos básicos siguen estando ahí (y siguen siendo adecuados), pero es bastante más realista:
Cumplir la norma del 80/20. Lo
que significa que, si el niño come de forma saludable más o menos
el 80 por ciento del tiempo, es señal que lo estáis haciendo bien.
No os preocupes demasiado por el 20 por ciento restante.
Acordarse de darle de comer a menudo.
Su tripita es pequeña, así que tres comidas
importantes al día no serán lo mejor para ella. Decantaos por tres
comidas pequeñas al día y dos o tres tentempiés entre
horas.
Mirar las etiquetas de los productos.
Sobre todo en los envases de salsas preparadas y
de cereales y yogures con presentaciones atractivas para los niños.
Muchos llevan un alto contenido de azúcares y/o sal. Está bien que
tu hijo los coma de vez en cuando, pero no todos los
días.
Pensar en comidas y no tanto en grupos
alimenticios. Si para desayunar le dais
cereales con fruta o una tostada y un vaso de leche; para comer le
dais algún alimento rico en proteínas acompañado de patatas, arroz,
pasta o verduras, fruta y pan; para cenar le dais otro alimento
rico en proteínas con ensalada y yogur, y los tentempiés se
componen de fruta y verdura, vais por buen camino.
Ser realistas por lo que se refiere a los dulces.
Aunque sean poco aconsejables desde el punto de
vista nutricional, están muy buenos. Y prohibir los alimentos ricos
en azúcares no funciona: ¡os lo dice alguien a quien no le dejaban
tomarlos de niña, que los descubrió a los diez años y que se muere
de ganas de comerlos desde entonces! Dadle galletas y bollería como
parte de su comida habitual. Eso sí, con moderación.
Si no bebe agua ni leche, optad por los zumos de
frutas. Al menos contienen vitaminas y
minerales, a diferencia de las bebidas gaseosas. Sin embargo,
diluidlos en agua para que quede, como mínimo, mitad de agua y
mitad de zumo.
Vuestro hijo todavía necesita mucho calcio: unos 550 ml de
leche de vaca al día, o mucho queso y yogur.
No deis frutos secos enteros a niños menores de 5 años, pues
tienen el tamaño perfecto para bloquear su tráquea. Además, evitad
los cacahuetes y los alimentos que contengan cacahuetes entre sus
ingredientes si alguien de la familia les tiene alergia.
No dejéis que vuestro hijo vaya de un lado para otro
mientras come, pues de ese modo es más probable que acabe
atragantándose. Insistidle en que las comidas y los tentempiés se
toman en la mesa o sentado tranquilamente en el suelo.
¿Las buenas maneras lo empeoran?
¿Queréis que vuestro hijo coma bien y tenga bueno modales? ¿O queréis que comer le parezca divertido? Os lo digo porque, cuando los niños tienen 1 o 2 años, ésas son las dos opciones con las que podéis contar... Intentar que vuestro hijo de 18 meses use el tenedor y el cuchillo correctamente o que vuestra niña de 2 años no ponga los codos en la mesa no es buena idea: son demasiado pequeños para conseguir lo que les pedís y lo peor es que, si seguís dándole la lata con eso, lo único que conseguiréis es que las comidas sean tan estresantes (para ellos y para vosotros) que no tendrán ganas de comer nada de nada.
Lo mejor es recordar que todos los niños de esta edad hacen porquerías cuando comen y tienen los modales de un cavernícola. Y luego, cuidadosamente:
Enseñadle poquito a poco a tener buena educación.
Acordaos de decir siempre “por favor” y
“gracias” cuando estéis en la mesa y en cualquier otro sitio,
especialmente cuando habléis con vuestro hijo. Pasado un tiempo,
podéis preguntarle: “¿Qué se dice?” cuando os pida o le deis algo.
Probablemente parecerán perdidos, así que sonreídles y decidlo por
ellos.
Demostradle cómo se hace. Enseñadle a levantar la taza con las dos manos, a coger la
cuchara, a poner la mesa. Y dejadle practicar a menudo, aunque lo
ensucie todo.
La verdad sobre los niños gorditos
La excepción confirma la regla, lo que significa que no todos los niños viven una fase problemática con la comida cuando cumplen los 2 años. Los hay que siguen comiendo con gusto durante toda la infancia. ¿Satisfechos? ¡Para nada! Es el momento de hablar del sobrepeso.
Es un hecho: la obesidad infantil va en aumento en nuestra sociedad. Y lo más preocupante es que cada vez la padecen más niños menores de 3 años. A ver, la mayoría de niños de 2 años están bastante regordetes. Pero esta grasa infantil es absolutamente normal y tiende a desaparecer en los dos o tres años siguientes, cuando sus cuerpecitos, cada vez más activos, se vuelven más musculosos. Sin embargo, si vuestro hijo no pasa por la mencionada fase problemática con la comida, ese proceso de adelgazamiento podría tardar más que en la mayoría de niños. O no darse.
Así pues, en lugar de dejaros llevar por el pánico debido al tamaño de los muslos de vuestro hijo, debéis centraros en cómo serán dentro de unos años. Los expertos coinciden en que el peso de un niño a los 4 años es un indicador mucho más fiable de un potencial problema de obesidad que el peso cuando tiene un año. Por eso, utilizad los próximos tres años para modificar sus hábitos alimenticios y de ejercicio hacia una vía más saludable. Para hacerlo, debéis:
Tener cuidado con sus raciones. No le pongáis en el plato más de lo que necesita. La ración
media de un niño de esta edad es más o menos una cuarta parte de la
de un adulto. Así pues, si vais a comer cuatro patatas, dadle
una.
Mantenerlo activo. Los niños
que corren, saltan, trepan, bailan y caminan todos los días
raramente tienen problemas con su peso.
No eliminar las grasas saludables. No, no es sano freír toda la comida de vuestro hijo y
acompañarla con brioches
de mantequilla, pero tampoco es prudente
establecer una dieta baja en grasas como las de los adultos. Las
grasas son una parte esencial de la dieta de los niños de esta
edad, y por eso vuestro hijo necesita tomar leche entera y yogures
no desnatados hasta los 2 años. Después podéis pasar a la leche
semidesnatada, pero seguirá necesitando que al menos el 20 por
ciento de sus calorías provengan de las grasas.
Planear sus tentempiés. No le
deis demasiados (como máximo tres al día) y procurad que no
contengan mucho azúcar.
No consolarlo con comida. Si
se ha hecho una herida en la rodilla, dadle un abrazo, no una bolsa
de patatas fritas. Debería asociar la comida con el hambre, no con
una recompensa emocional.
Estudiar vuestros propios hábitos alimenticios.
Si tú y tu pareja os ponéis las botas con las
galletas, es probable que vuestro hijo quiera hacer lo
mismo.
Si os preocupa su peso, consultad al pediatra.
Él os dirá si tenéis motivos para estar
preocupados. Además, si es necesario os ayudará y os dirá qué
tenéis que hacer.
Quejas habituales de los padres
Vale, dais por sentado que vuestro hijo os dará problemas con la comida (si aún no ha empezado). Perfecto. Pero he de deciros que hay niños de 1 o 2 años que no se conforman con dar problemas, sino que tienden a especializarse: los hay que se niegan en rotundo a comer un alimento, mientras que otros elevan esos problemas a un nivel que casi llega a la huelga de hambre. Y es probable que sea esto lo que más moleste a los padres.
Si vuestro hijo empieza a desarrollar tendencia hacia la especialización, aferraos a la certeza de que no durará para siempre y de que es poco probable que le ocasione muchos daños mientras sea así. Adoptad una indiferencia total ante la especialidad en cuestión: como los niños de esta edad son criaturas a las que les gusta llevar la contraria, cualquier signo de que os morís de ganas de que dejen de hacer algo provoca que insistan más en ello. Pero no desesperéis: podéis recurrir a sutiles tácticas de especialización.
Los alimentos y los dientes. Algunos datos sorprendentes
No hace falta que os recuerde que el azúcar es malo para los dientes de los niños (y de los adultos). Sin embargo, ¿sabéis en qué alimentos se esconden esos azúcares que pican los dientes? Obviamente, están los sospechosos habituales (las chucherías, los bollos, el chocolate), pero también hay otros que se nos suelen escapar. El azúcar es el ingrediente principal, por ejemplo, de las bebidas gaseosas (hasta siete cucharaditas por lata), de los refrescos elaborados con frutas (cuatro cucharaditas por vaso) y del yogur de frutas y el queso fresco (hasta tres cucharaditas por envase).
También están las frutas secas. En serio. Las pasas, los orejones y las barritas de frutas contienen muchas cosas buenas además de azúcar, pero son tan pegajosos que recubren los dientes de vuestro hijo con residuos que aumentan el riesgo de caries. Algunos dentistas consideran que las pasas son tan dañinas para los dientes como las chucherías.
Además, no solo debéis tener cuidado con el azúcar, sino también con los ácidos de las frutas y otros aditivos ácidos, pues pueden erosionar el esmalte protector de los dientes de vuestro hijo, esmalte que, de por sí, es mucho más débil que el de un adulto. Estos componentes se esconden en los zumos, los refrescos a base de frutas (incluso los que no contienen azúcar) y posiblemente en algunas marcas de yogur y queso fresco. Para proteger los dientes de vuestro hijo:
No alentéis la ingesta de dulces. Por lo que se refiere a las caries, no se trata de la
cantidad de azúcar que ingiere el niño sino de la frecuencia con la
que lo toma. Si le dais un capricho un día, no lo prolonguéis:
dejarle comer pasas o caramelos de fruta toda la tarde es llamar a
los problemas dentales.
No le lavéis los dientes justo después de las comidas o
los tentempiés. Si tiene ácido en la boca
que debilita su esmalte, lavarle los dientes provocará más erosión.
Esperad media hora antes de sacar el cepillo. Y no se los lavéis
más de dos veces al día.
Probad las pajitas. Si vuestro
hijo se toma su zumo (bien diluido) con pajita, el líquido no
entrará en contacto directo con sus dientes.
Terminad las comidas con un trocito de queso.
Esto puede equilibrar los niveles de pH en la
boca de vuestro hijo, neutralizando los efectos nocivos de azúcares
y ácidos.
No come verdura
Puede que contengan muchísimos nutrientes buenos con impresionantes nombres científicos, como fitonutrientes y antioxidantes. Pero, para muchos niños, las verduras son solo hojas verdes amargas, fibrosas, sosas y aburridas. Para elevar el índice de éxito con las verduras:
Mantened la calma. Puede que a
ti, mamá, te vuelva loca ver las verduras sin tocar en el plato,
pero, si lo demuestras, solo conseguirás agravar el problema.
Aprieta los dientes y retírale el plato sin hacer comentario
alguno.
No os rindáis. Los expertos
creen que un niño puede probar un nuevo alimento hasta diez veces
antes de aceptarlo. Así pues, no perdáis la esperanza: seguid
sirviéndole verduras y, quién sabe, a lo mejor un día os
sorprende.
Haced trampas. Triturad las
verduras y añadídselas a la salsa de la pasta o de la carne. Si no
ve trozos de judía verde (o lo que sea), es poco probable que se
niegue a comerlo.
Ponedle raciones pequeñas y variadas.
En lugar de echarle un desalentador montón de
brócoli en el plato, servidle unas pocas acelgas y una cucharadita
de guisantes. Si le dais menos cantidad y le dejáis elegir, habrá
más posibilidades de que pruebe al menos un tipo de
verdura.
No negociéis. Decirle “Si te
comes toda la verdura, podrás tomarte un helado” refuerza la idea
de que la verdura es especialmente repugnante. Podéis recompensarle
con un helado si se la come, pero no lo convirtáis en una
condición.
Implicadle. Cuando son
mayores, los niños comen más verdura si han participado en su
preparación. Así que pedidles su opinión: “¿Maíz o puerro?”.
Después dejad que os ayude a echarlo a la olla o a quitarle la capa
exterior.
Nutricionalmente hablando, la fruta es tan importante como
la verdura y, por suerte, gusta más a los niños de esta edad. No os
preocupéis si vuestro hijo rechaza la verdura siempre y cuando
mantenga una buena relación con el frutero.
No bebe leche (de vaca)
Es habitual que a los niños pequeños, especialmente los que toman el pecho, no les guste la leche de vaca, pero no pasa nada, no es una emergencia nutricional. A esta edad, vuestro hijo necesita una buena dosis diaria de calcio para ayudarle a crecer, dosis que los expertos sitúan en unos 550 ml de leche, incluyendo la leche que llevan algunos alimentos, la leche materna y la fórmula de continuidad, si sigue tomándola.
Sin embargo, no hay motivo alguno por el que no podáis satisfacer el resto de sus necesidades de calcio con otros productos lácteos, como queso, yogur, queso fresco e incluso helado con base de leche.
Si vuestro hijo no quiere tomar lácteos o creéis que puede
ser intolerante a la lactosa, consultad al pediatra. Puede que
necesitéis darle suplementos.
Adiós al biberón
Los niños de 2 o 3 años no necesitan biberones, necesitan tazas. Beber leche de vaca, leche de fórmula o zumo de frutas del biberón a esta edad es perjudicial para sus dientes, especialmente si se llevan un biberón a la cama por la noche. Además, beber muchos biberones durante el día puede saciar su apetito. ¡Pero intenta decírselo a un niño! Dejar el biberón puede ser muy difícil para algunos. Para facilitar este proceso:
Aseguraos de que le ha pillado el truco a coger la
taza. Probad con tazas altas y sin asa,
tazas con boquilla y tazas con pajita hasta que encontréis la que
más le guste. Después ofrecédsela, llena de su bebida favorita, en
todas las comidas y tentempiés. No le presionéis para que se lo
beba, la paciencia lo es todo.
Haced que tomarse el biberón le resulte aburrido.
Insistidle en que se siente en el regazo de uno
de vosotros o en una silla concreta para tomarse el biberón: nada
de jugar ni de ir de un lado a otro. En cuanto se levante, el
tiempo para el biberón se ha acabado.
Quitádselo poco a poco. Retirad
primero la toma en biberón que menos le guste.
Haced gala de toda vuestra originalidad a la hora de
dormir. Éste suele ser el momento de su
último biberón del día. En su lugar, incluid un tazón de leche en
su rutina para irse a la cama antes de lavarse los dientes, y
después, simplemente, “olvidaos” de darle el biberón, a ver qué
pasa. Si vuestro hijo os lo pide, desviad su atención; si vuelve a
pedíroslo, ofrecedle un biberón o una taza con agua. Normalmente,
si os mostráis firmes, con eso basta. Pero si vuestro hijo monta
una escena ( es más común en niños más mayores), puede que tengáis
que rendiros por ahora y ser un poco más pillines la próxima vez:
por ejemplo, cuando vaya a quedarse a dormir a casa de la abuela,
“olvidaos” de coger el biberón. En última instancia, recurrid a
penosos sobornos del tipo: “Si dejas el biberón te llevaré al
zoo”.
Esperad su mal genio. Vuestro
hijo está perdiendo a un amigo adorado, el biberón. Dadle mimos y
abrazos hasta que se adapte, especialmente durante las horas del
día en que más lo echa de menos.
Si
sigues dándole el pecho, ¡bien por ti, mamá! No tienes que dejar de
hacerlo ahora a menos que quieras, pero es importante que sepas que
la leche materna ya no es el pilar fundamental de la dieta de tu
hijo. Éste debería obtener la mayoría de las calorías y nutrientes
que necesita de alimentos sólidos. Cuando estés lista para dejar de
darle el pecho (y tu hijo también), lee la sección sobre el destete
del capítulo 7. Y, por mucho que te extrañe, probablemente algunos
de los consejos incluidos en el recuadro “Adiós al biberón”, de
capítulo, también te serán muy útiles.
No come carne
Los niños suelen mirarse la carne con cara de pocos amigos, ya que a menudo es bastante correosa. Para fomentar las tendencias carnívoras de vuestro hijo, empezad ofreciéndole poca carne y con suavidad. ¿Un bistec de solomillo? Cortádsela en trocitos diminutos. ¿Unas albóndigas? Después de freírlas, no las cocinéis con salsa, sino echadles un montón de puré de patata encima. ¿Queréis que le gusten el cerdo y el pollo? Dádselos a probar en salchichas o minihamburguesas caseras. Tened fe: al final se lo comerá todo.
Si
vuestro hijo es incapaz de tocar ningún tipo de carne (o no queréis
que lo haga porque sois vegetarianos), no os alarméis por sus
deficiencias proteicas: puede obtener todas las proteínas que
necesita del queso, los huevos, las lentejas y, a menos que seáis
veganos, del pescado.
No me deja darle de comer
¡Este niño quiere comer solo! ¿Y por qué no? No hay motivo alguno para no dejar que lo haga. Por supuesto, no lo hará tan eficientemente ni tan rápido como tú y no, no controlará la cuchara a la perfección desde un principio, pero por algo se empieza, ¿no? Compradle unos cubiertos de tamaño infantil (aseguraos de que la cuchara tenga un cuenco grandecito, para que haya más probabilidades de que coja algo con ella), ponedle un buen babero, extended un plástico por el suelo y... ¡al ataque!
No
todas las comidas tienen que ser con cuchara. Es más, muchas se
pueden comer con las manos y es una estupenda opción. En esos días
en los que la idea de volver a limpiar el techo, el suelo, las
paredes y los muebles de restos alimenticios os ponga enfermos,
dadle a vuestro hijo un plato con minisándwiches, bastoncitos de
pan, fruta, tomatitos cherry cortados por la mitad y taquitos de
queso.
Ayudadle a comer yogur sujetándole el envase mientras él
mete la cuchara. Sin embargo, ¡apartaos un poco o también
necesitaréis un babero!
No prueba nada nuevo
Las palabras innovador, comer y niño raramente aparecen en una misma frase. Sin embargo, algunos pequeñuelos elevan el concepto gustos conservadores a nuevos niveles de monotonía. O se quedan estancados en una comida (solo quieren pasta o sándwiches de jamón York... y nada más) o bien engullen alegremente cualquiera de sus cinco o seis alimentos favoritos, pero, en cuanto se les pone algo mínimamente diferente en el plato, cierran la boca con todas sus fuerzas.
Para acabar con ambos problemas:
Seguid intentándolo. No dejéis
de ofrecerle alimentos nuevos, aunque no los pruebe. Pronto se
acostumbrará a verlos y quizá se olvide de que les está haciendo
boicot.
Simplificad. Puede que le
guste la carne picada, el queso y la pasta, pero si lo mezcláis
todo en una lasaña, eso ya es algo nuevo. Y, por lo tanto,
asqueroso.
Utilizad lo que ya conoce. Nunca probéis una verdura nueva con un nuevo plato
principal. Es una sobrecarga de novedad... y está condenada al
fracaso.
No perdáis la perspectiva. ¿Que solo quiera comer sándwiches de queso es el fin del
mundo? Es una opción nutritiva y es lo que quiere comer. A mi modo
de ver, es un buen resultado.
Invitad a sus amigos a merendar. Ofrecedle nuevas comidas cuando esté comiendo con sus
amigos. Si ellos lo comen, puede que decida hacer lo mismo. ¡La
presión del grupo es maravillosa!
Simplemente, no quiere comer
Puede que vuestro hijo no coma mucho (recordad, en realidad no lo necesita), pero es poco probable que llegue a morirse de hambre, aunque a veces os dé esa sensación. Si apenas toca lo que tiene en el plato en las comidas, preguntaos si:
Pica demasiado entre horas. Si
vuestro hijo pica a lo largo del día, puede que no tenga apetito
para una comida más contundente. Dadle solo dos tentempiés al
día.
Se llena con leche o zumo. Si
bebe más de 550 ml de leche al día o más de 175 ml de zumo, es
demasiado. En otras palabras, si vuestro hijo bebe cuatro tazas de
leche y tres tazas de zumo habrá ingerido 1.350 calorías, que
probablemente superan las que necesita al día. Y eso sin probar
bocado.
Le están saliendo los dientes. A veces los niños dejan de comer especialmente las cosas más
chiclosas, cuando les duelen las encías. Sabía cuándo les estaban
saliendo las muelas a mis hijos porque no tocaban su
plato.
Come demasiado tarde. Cuando
los niños están cansados pierden el apetito. Intentad darle de
comer antes de que se ponga de mal humor, o servidle una comida más
contundente a la hora de comer y una más ligera a la hora de
cenar.
Cinco formas de engañar a los niños cuando no quieren comer
Por extrañas que os parezcan las manías de vuestro hijo con la comida y por nerviosos que os pongan, acabaréis más rápidamente con ellas si cumplís estas cinco normas de oro:
1. Nunca os enfadéis. La negativa del niño a comer algo porque sí perderá fuerza si no obtiene reacción alguna por vuestra parte. Y si realmente eso no le gusta, enfadaros solo hará que lo odie todavía más. Así que, si es obvio que ha terminado de comer, quitadle el plato sin decir nada y no le deis nada más hasta la siguiente comida.
2. Seguid intentándolo. Recordad que un niño puede probar, como mínimo, diez veces un nuevo alimento antes de aceptarlo. Y que sus gustos cambian con el tiempo. Tened paciencia.
3. No os esforcéis demasiado. No hay nada más irritante que ver a vuestro hijo rechazar una comida que habéis estado preparando durante horas. Mantened la calma y optad por preparar comidas rápidas y sencillas.
4. Dadle raciones pequeñas. No abruméis su frágil apetito con montañas de comida. Recordad que la ración de un niño a esta edad es una cuarta parte de la vuestra. Le motivará más (y os resultará más agradable) sentir que puede acabarse lo que tiene en el plato.
5. Haced que comer sea divertido. Las comidas deberían ser un momento para conversar, no para pelearse. Intentad que coma en un ambiente tranquilo y alegre, por estresados que estéis por dentro. Comed en familia siempre que podáis. Y haced sonreír a vuestro hijo recortando una estrella en su tostada o formando una carita sonriente en su plato. Si tenéis jardín, haced un pícnic especial al aire libre.
Patrones de sueño. ¿Qué es lo normal?
Empezamos con una mala noticia, ¿vale? Ahí va: si desde que nacen hasta su primer cumpleaños los niños duermen cada vez un poco más, desde ese momento hasta los tres años empiezan a dormir cada vez menos. No obstante, y ahora viene la buena noticia, solo duermen un poquito menos. Y si las cosas se ponen feas, tampoco es muy difícil solucionarlo.
En los próximos dos años, las necesidades de sueño de tu hijo se reducirán, de media, en dos horas al día (consulta la tabla 14-1 para más detalles). No obstante, la mayor parte de esta disminución se produce durante el día, a medida que el niño consigue aguantar hasta la hora de irse a la cama sin echarse una siestecita por la tarde (lo de que os sintáis capaces de aguantar hasta su hora de dormir sin echaros una siestecita es otro tema. Consultad al respecto el recuadro “Algunas cuestiones sobre la siesta” en este capítulo).
Algunas cuestiones sobre la siesta
Cuando cumplen el primer año, muchos niños siguen echándose dos siestas al día, aunque algunos angelitos resistentes aguantan con una, y gracias. Sin embargo, a los 18 meses casi todos los niños se echan ya una única siesta al día.
Pasa el tiempo e incluso esa siesta deja de ser una necesidad. Entre los 2 y los 4 años (varía de un niño a otro), vuestro hijo será capaz de aguantar todo el día sin dormir. Sabréis cuándo es el momento porque recurrirá a las mismas travesuras que antes, negándose a dormir o levantándose al alba. Eso sí, probablemente le costará adaptarse a ese régimen sin siesta. Y hasta que lo haga, puede que se muestre un poco cansado y de mal humor en la cena, o que se quedo dormido en la mesa. Es normal y pasará, aunque para compensar podéis adelantar un poco su hora de dormir.
Así pues, si os parecéis un poco a mí, no estaréis encantados de criar a vuestro hijo sin descansar un poco de él durante el día. La idea es mucho más desalentadora que la realidad, especialmente si acostumbráis al niño a tener un “tiempo de descanso”. ¿Y en qué consiste? Pues en que todos los días, a la misma hora (generalmente a la que solía echarse la siesta), le decís que es el momento de descansar y lo sentáis en el sofá para que mire un libro, vea un vídeo o escuche música. Puede que al principio ese descanso solo le dure cinco minutos, pero gradualmente tiende a alargarse hasta proporcionaros un buen rato de paz y tranquilidad.
Un último consejo para cuando dejan de echarse la siesta: si vuestro hijo empieza a ir a la guardería por las mañanas, probablemente esté exhausto cuando llegue a casa. A veces vale la pena volver a introducir la siesta por la tarde en ese momento, o al menos no preocuparse demasiado si se queda frito en el sofá durante el “tiempo de descanso”.
La
tabla 14-1 tiene una finalidad orientativa. No es un horario que
deba cumplir tu hijo. Algunos niños de 1 o 2 años, como ocurre con
los adultos, parecen necesitar más o menos horas de sueño que la
mayoría. Si vuestro hijo duerme más o menos de lo que indica la
tabla pero está a gusto, todo va bien.
Lo que nos quita el sueño y qué hacer para evitarlo
A esta edad, la mayoría de niños son capaces de dormir once horas seguidas por la noche, pero eso no significa que siempre lo hagan. Es más, teniendo en cuenta los extraños y maravillosos cambios físicos y emocionales que están viviendo, probablemente no sea justo esperar que sea así.
Pero (y es un gran “pero”) existe una gran diferencia entre el fastidio que supone una noche de sueño interrumpido y el horror zombi que comporta un problema de sueño real y constante. Si vuestro hijo no os deja dormir de noche, tendréis que buscar la forma de solucionarlo antes de que todos los miembros de la familia os desploméis agotados.
Se despierta en mitad de la noche
En primer lugar, conviene dejar claro qué significa “despertarse en mitad de la noche”. No me refiero a levantarse pronto por la mañana ni a despertarse una vez por la noche y volver a dormirse enseguida, sino más bien a despertarse una y otra vez en mitad de la noche, lo que a la larga provoca en los padres una enorme falta de sueño. Si es vuestro caso, solucionadlo lo antes posible, por el bien de todos.
Vosotros, papá y mamá, necesitáis dormir. Y no menos vuestro hijo, que no podrá ser un niño feliz si no recarga las pilas por la noche. Lo mismo os sucederá a vosotros.
Nueve de cada diez veces el motivo de estos problemas nocturnos es que el niño no ha aprendido a dormirse (o a volver a dormirse) solo. Por eso, cada vez que se despierta por la noche, y a todos nos pasa de vez en cuando, os llama a gritos para que vayáis a su lado. Para acabar con esto no tenéis más remedio que “entrenar” a vuestro hijo para que vuelva a dormirse solo. Y, como todo buen entrenador, tenéis que ser duros. Eso significa que:
No respondáis la primera vez que os llame.
Esperad entre dos y diez minutos, dependiendo de
lo nerviosos que estéis, y luego que vaya uno de
vosotros.
No lo levantéis. En vez de
eso, tranquilizadlo con calma y dadle unas caricias
cariñosas.
Salid de su habitación antes de que se duerma. Cuando
empiece a calmarse.
Mantened la calma. Si vuelve a
llamaros a gritos, esperad un poco más antes de ir (encontraréis
más información sobre este tema en el capítulo 9).
Repetid el proceso hasta que funcione.
Con inquebrantable determinación. No surtirá
efecto si os rendís a mitad de la primera noche.
Enseñar a dormir a un niño de 2 o 3 años es más duro para vuestros oídos que hacerlo con un bebé, pues a esa edad gritan más. Pero lo positivo es que, en general, pillan la idea más rápidamente. No debería llevaros más de dos o tres días lograr el deseado objetivo de pasar una noche tranquila. ¡Ánimo!
Si
vuestro hijo se pasa la noche gritando a pesar de todos vuestros
esfuerzos, consultad al pediatra y pedidle que os derive a una
clínica de sueño infantil. Si creéis que los problemas nocturnos
empezaron o empeoraron cuando introdujisteis la leche de vaca en la
dieta de vuestro hijo, averiguad si sufre intolerancia a la
lactosa.
Vuestro hijo no necesita leche materna ni de continuación
por la noche. Si sigue despertándose para comer, lo hace por
costumbre, no por hambre.
Empieza a despertarse en mitad de la noche
Si vuestro hijo solía dormir bien pero ahora no lo hace (y no está enfermo), necesitáis averiguar la causa. Los problemas de sueño suelen estar relacionados con algún otro tipo de problema que se produce durante el día.
Los principales sospechosos habituales son:
Un cambio en la persona que le cuida.
O algún cambio en la rutina familiar.
La llegada de un hermanito. Consultad el capítulo 25 si queréis más información sobre
cómo ayudar a vuestro hijo en su papel de hermano mayor.
La salida de nuevos dientes. El capítulo 11 puede ayudaros a enfrentaros a los dolores
provocados por la dentición.
Las pesadillas. A menudo
alimentadas por algo que han visto en televisión. No son comunes en
los niños menores de 3 años, pero tampoco algo inaudito (para más
información sobre este tema, consultad el capítulo 18).
Estar de vacaciones o de visita en casa ajena.
Las cunas extrañas pueden desconcertarlos, igual
que readaptarse a su antigua cuna al volver a casa después de unos
días fuera.
Cuando hayáis identificado al culpable, debéis convertiros en una paciente fuente de consuelo y tranquilidad para vuestro hijo hasta que terminen la ansiedad o el dolor, pero sin dejar que se pase toda la noche despierto fuera de la cuna. Si aun así sigue despertándose, tendréis que evitar que se convierta en una costumbre poniéndoos duros una o dos noches (consultad la sección “Se despierta en mitad de la noche” en este capítulo).
No quiere irse a la cama
Los niños y las horas de dormir no siempre se llevan bien: irse a la cama significa estarse quieto (lo que no es su actividad favorita) y estar lejos de sus padres (menos aún). Así pues, no es de extrañar que algunos se resistan a irse a la cama con cada fibra de su (recién descubierto) ser independiente.
El problema es que muchos padres no saben cómo remediarlo, pues les resulta menos estresante que sus hijos den problemas a la hora de irse a la cama que el hecho de que se despierten en mitad de la noche. Pero, obrando así, antes de que se den cuenta, eso de negarse a ir a dormir se habrá convertido en una costumbre. Si queréis volver a disfrutar de las noches:
Mandad al niño a la cama antes de que esté demasiado
cansado. Un niño agotado es un problema a
la hora de dormir, ya que el cansancio les pone de mal humor y,
cuando están de mal humor, tienen ganas de guerra. Aprended a
reconocer las señales de que está listo para retirarse y recordad
que entre estas hay un repentino subidón de energía después de la
cena. Los niños hiperactivos a menudo están
“hiperhechospolvo”.
Examinad vuestra rutina a la hora de mandarle a
dormir. Si no tenéis la costumbre de ir
relajando a vuestro hijo hasta la hora de dormir con un baño, un
cuento y un beso de buenas noches, empezad a hacerlo sin dilación.
¿Demasiado predecible? ¡Sí, pero de eso se trata! Conviene que
vuestro hijo prevea y disfrute de cada uno de los pasos graduales
que le conducen suavemente, pero con firmeza, hasta la cama. Tomaos
vuestro tiempo, especialmente con el cuento: no hay nada mejor para
conseguir que le entre la modorra a un niño que una voz querida
leyéndole un cuento que le encanta.
Utilizad un objeto familiar. Tened un osito especial o un muñeco blando al que meter en
la cama con vuestro hijo justo antes de apagar las
luces.
Salid de la habitación con decisión. No os entretengáis ni reaccionéis ante peticiones de más
abrazos o cuentos.
No volváis hasta que al menos hayan pasado diez
minutos. Con eso suele bastar. Si no,
entrad, acariciadlo suavemente y decidle en voz bajita: “Es hora de
dormir”, e idos. Repetidlo una y otra vez hasta que
funcione.
Sed firmes con los escapistas. Si vuestro hijo está en la cama y se levanta después de que
apaguéis las luces, devolvedle a la cama con suavidad y firmeza.
Mantened la calma y poneos serios. Repetid este proceso las veces
que haga falta.
Para
escapistas insistentes, planteaos poner una puerta de seguridad
para niños en su dormitorio. Puede parecer drástico, pero
funciona.
Consultad la tabla de horas de sueño (tabla 14-1) antes de
hacer nada de esto, pues puede que a vuestro hijo le cueste irse a
la cama porque no necesita hacerlo tan pronto o porque esté
durmiendo más de lo que necesita durante el día.
Se mete en nuestra cama
Este caso presenta dos variables: una que necesita solución y otra que no. Si vuestro hijo se mete en vuestra cama, ya sea en mitad de la noche o al comenzar la mañana, y a ninguno de vosotros dos, sus padres, os importa, no pasa nada. Pero si a ti o a tu pareja os importa, tenéis que hacer algo. Estableced que lo devolveréis a su cama cada vez que aparezca en vuestra habitación. Lo más importante es lo de “cada vez”, de lo contrario el niño no entenderá por qué unas veces sí y otras no.
Si vuestra casa tiene varios pisos y a vuestro hijo le ha
dado por levantarse de la cama por la noche, acordaos de cerrar las
puertas de seguridad de la escalera por si se va por donde no
debe.
Se levanta demasiado temprano
Éste tal vez sea el problema de sueño del que más se quejan los padres con hijos a esta edad. Por desgracia, es el más difícil de solucionar, sobre todo porque parece ser una fase que atraviesan la mayoría de niños, aunque siempre hayan dormido bien. Para mejorar la situación:
Sumad cuántas horas duerme al día. Consultad la tabla 14-1. Si duerme lo suficiente para su
edad, ¿puede que le estéis mandando a la cama demasiado pronto? ¿O
que le dejéis echarse siestas demasiado largas durante el
día?
Instalad unas buenas persianas. Ocultar la luz del sol puede estimular a su cuerpo para
seguir liberando melatonina, la hormona que fomenta el
sueño.
Colgad luces de Navidad en su habitación.
Con un temporizador. Decidle que podrá
levantarse cuando se enciendan las luces. Para que funcione, dejad
que saboree el éxito: al principio poned el temporizador a la hora
a la que suele levantarse y después retrasadlo un poco cada día.
Maquiavélico, ¿no?
Comprad un despertador original. Por ejemplo, hay despertadores para niños que tienen un
conejito: le cerráis los ojos al conejito por la noche y le decís a
vuestro hijo que podrá levantarse cuando vuelva a abrirlos por la
mañana. Hay niños que obedecen ciegamente las órdenes del conejito,
aunque otros se pasan toda la noche despiertos a la espera de que
el conejito se despierte.
Ofrecedle recompensas. Cuando
son un poco más mayores suelen responder bien a las tablas con
adhesivos, especialmente si se combinan con las luces de Navidad y
el temporizador: conseguirá una estrella cada vez que se despierte
a la hora correcta. También podéis hablarle del “hada del sueño”
que da regalos a los niños que duermen bien (poned una cajita en su
mesilla de noche para que “aparezca” ahí su regalo).
Tened una caja con juguetes en su habitación.
Para que se entretenga si se levanta antes de
hora. Obviamente, ¡esto no funciona combinado con las persianas! Y
tampoco si a vuestro hijo le gusta “compartir” sus juegos con
vosotros.
Repetid como un mantra “es solo una fase”.
Y esperad a que pase...
¿Hora de una cama “grande”?
Vuestro hijo no puede dormir en la cuna toda su vida. Obviamente. Pero... ¿cuándo cambiarlo a una cama? Bien, podéis hacerlo pronto, antes de que sea suficientemente mayor para darse cuenta de que es más fácil salir de una cama que de una cuna, aunque quizá no entienda por qué le habéis cambiado y se enfade. También podéis esperar a que sea más mayor (quizá le apetezca el cambio). No obstante, si ya ha empezado a escalar para salir de la cuna os será casi imposible conseguir que se quede quieto en la cama.
No parece haber una solución sencilla, ¿verdad? Por eso, haced lo que os resulte más práctico. Si necesitáis la cuna para un nuevo bebé, cambiadle ahora. Si no, hacedlo cuando estéis listos para un nuevo reto. Aceptad que habrá noches en las que vuestro hijo aparecerá en vuestra habitación y que tendréis que devolverlo a la suya con tranquilidad. Como sucede con cualquier cambio en su rutina, le llevará un tiempo adaptarse, pero, para facilitar las cosas, podéis:
Darle tiempo para que se acostumbre a la idea.
Llevad a vuestro hijo a la tienda a elegir su
cama. Ponedla en su habitación y dejad que practique tumbándose en
ella. Si se muestra indeciso ante la idea de dormir en ella por la
noche, sugeridle que pruebe a echarse una siesta o sacad el somier
y colocad el colchón en el suelo para que se acostumbre a él unas
noches sin preocuparse por si se cae.
Cuidar de su seguridad. Por si
se cae durante la noche, colocad cojines en el suelo o poned una
barrera en la cama. Y aseguraos de que el camino de su habitación a
la vuestra no tenga obstáculos y esté iluminado.
Ser aburridos de noche. Sus
paseos nocturnos acabarán pronto si sus tediosos padres lo
devuelven a la cama sin mostrar ninguna reacción ante sus
habilidades como escapista.