Capítulo 11
RAFAEL salió del avión, negoció el viaje de vuelta, tomó su bolsa de la carlinga y luego llamó a un taxi.
Había sido un vuelo muy largo, unos días tensos de duras negociaciones, y estaba agotado. Necesitaba una ducha, un trago de algo fresco y a Mikayla. En ese orden.
O al revés. Una vez que hubo cerrado el trato había preferido tomar un vuelo inmediatamente en vez de esperar al día siguiente.
La había echado mucho de menos, su cuerpo esbelto, su aroma. Había deseado poner sus manos sobre ella, observarla mientras la llevaba al éxtasis, luego tomarla dura y rápidamente.
A esa hora de la noche, el tráfico era ligero y el taxi iba bastante deprisa por las calles, húmedas por una lluvia reciente. Cuando llegaron le pagó al conductor y rechazó el cambio.
El sistema de alarma estaba conectado, como era de esperar. Ya era tarde y seguramente Mikayla estaba acostada. Tal vez incluso dormida.
Sonrió cuando pensó en despertarla mientras subía las escaleras.
Cuando entró en el dormitorio, se dio cuenta de que algo pasaba. Lo podía sentir. Encendió la luz y el miedo se apoderó de él al ver la cama vacía.
Miró la hora. Tal vez hubiera salido y estuviera con una amiga, con Maisie.
Fue entonces cuando vio el sobre que habla sobre la cama.
Se acercó, lo abrió y leyó la nota que contenía.
El mensaje era corto, las palabras básicas.
La ropa, los regalos, todo lo que le había regalado, estaba en sus cajones. El talón bancario adjunto a la nota era un insulto añadido.
Lo recorrió entonces un torbellino de emociones, ira, frustración, rabia. Y tenía que admitir que no se había sentido tan impotente en toda su vida.
Era medianoche, pero eso no impidió que hiciera algunas llamadas telefónicas y luego volvió a bajar a la planta baja, entró en su despacho y envió varios e-mails urgentes, solicitando algunos favores.
No recibiría las respuestas hasta la mañana, así que se sirvió un refresco frío y luego se dio la ducha en que había estado pensando.
Se acostó, pero no pudo dormir, así que, al amanecer, se levantó, se puso un albornoz y tomó los primeros mensajes; luego, hizo más llamadas. Desayunó y se vistió. Poco después se metió en su coche y salió a la calle.
Mikayla contuvo un suspiro de alivio cuando sonó el timbre que indicaba el final de la clase. El día habla empezado mal. ya que había pinchado una rueda, se había encontrado en medio de un atasco y había llegado tarde al colegio. A partir de allí, todo había seguido de mal en peor.
Además, estaba la cada vez más fuerte tensión nerviosa. En cualquier momento, Rafael llegaría a casi y vería su nota.
Recogió sus libros y papeles y los metió en su carpeta. Luego, salió al pasillo, y al exterior del colegio.
Una vez allí, fue hacia donde había aparcado el coche,
- Yo le llevaré el bolso.
La conocida voz juvenil la hizo sonreír y le pasó la cartera.
- Gracias, Sammy,
- Tengo algo para usted - dijo el chico.
Se metió una mano en el bolsillo y sacó un pequeño envoltorio.
- No es mucho, pero quiero que lo tenga usted. Por llevarme a cenar.
Mikayla se sintió conmovida y se lo dijo.
- Ábralo cuando llegue a casa - dijo Sammy.
Ella lo entendió y se lo metió en el bolsillo de la chaqueta.
- Gracias, Sammy,
- Su novio está ahí.
Mikayla sintió que el corazón se le detenía cuando vio a Rafael apoyado indolentemente en su coche. Se suponía que todavía no debía haber vuelto.
-¿Está bien?
¿Qué podía decir?
- Sí.
-¿Se han peleado o algo así?
O algo así. Se le hizo un nudo en el estómago y se tuvo que obligar a seguir respirando mientras se acercaban.
Sammy fue el primero en hablar.
- Hola, Rafael.
Rafael le dedicó una sonrisa.
- Sammy...
- Me alegro de volverte a ver.
Rafael inclinó la cabeza.
- Hazme un favor y lárgate. Tengo que hablar a solas con Mikayla.
Sammy los miró a los dos y se percató de la palidez de Mikayla.
-¿Le parece bien?
- No te preocupes - respondió ella.
Sammy se volvió inseguro y empezó a alejarse.
- Entra en el coche, Mikayla - dijo Rafael.
Él parecía formidable. Sus rasgos parecían esculpidos en piedra y sus ojos tan oscuros, que dolía encontrarse con su mirada.
- Ya hemos hecho esto antes.
- Bueno, volvamos a hacerlo - respondió él. No quería quedarse a solas con él. Si Rafael la tocaba, se derretiría, y eso no funcionaría.
- Nos veremos en el café de Double Bay, donde nos tomamos la primera.
Rafael deseó retorcerle el pescuezo, pero en vez de eso, inclinó su cabeza y se sentó tras el volante de su coche.
El tráfico iba cargado y tardaron más de lo normal en llegar. Y más todavía en encontrar un sitio para aparcar.
Mikayla tuvo que caminar una manzana y media y él ya la estaba esperando, mirándola intensamente.
- ¿Café o un refresco?
Mikayla tomó la silla que él le estaba ofreciendo y se sentó.
- Un refresco, gracias.
Rafael le hizo una seña a un camarero, hizo el pedido y se sentó delante de ella.
Mikayla se dijo a si misma que tenía que tomar el control de aquello,
- Has leído mi nota, ¿no?
Rafael dio rienda suelta a su ira.
-¿De verdad te habías creído que podías huir y esconderte, Mikayla?
- Si hubiera querido esconderme, estaría en otro estado utilizando un nombre falso.
El camarero les llevó las bebidas y se marchó.
-¿Tirarías por la borda deliberadamente todo lo que hemos compartido? - le preguntó entonces él,
-¿El sexo?
Él levantó una ceja.
-¿Podemos empezar de nuevo? Esta vez sin juegos verbales.
- No sé lo que quieres decir.
- Sí. Lo sabes. Explícame por qué te sentiste obligada a marcharte.
- Esto no es un juicio.
Él inclinó la cabeza y sonrió levemente.
- Me conoces lo suficientemente bien como para saber que, si insisto, me darás una respuesta,
- No tengo tiempo. Tengo que volver al trabajo dentro de media hora.
La mirada de él se endureció.
- No.
Mikayla ya había tenido bastante y se puso en pie.
- Otra noche contigo me habría matado - dijo echando chispas por los ojos -. Porque como soy tonta, y aunque intenté que no fuera así, me he enamorado de ti - dijo y trató de no ponerse a llorar -. ¿Querías una razón? Pues ya la tienes.
Sin decir más, se volvió y salió corriendo hacia su coche.
Cuando se hubo metido en él, arrancó y salió de allí a toda la velocidad que Ie fue posible.
Veinte minutos más tarde, aparcó el Mini y entró en el restaurante, saludó al dueño, su jefe, se puso el delantal y empezó a poner las mesas.
Fue una noche terrible, muy ocupada, con unos clientes que exigían un servicio rápido y que se quejaban de cualquier cosa; además, se equivocó en dos comandas, con lo que consiguió ganarse las iras de algunos.
Se dijo a sí misma que tenía que concentrarse en lo que estaba haciendo y agradar a los clientes, así que se colocó una sonrisa en el rostro, que le fue cansando cada vez más según avanzaba la noche.
Y lo que era peor, su jefe parecía pensar que el que terminara a las once, significaba que ella se iba a quedar más tiempo sin que le tuviera que pagar mas por ello y, a las once y media, Mikayla entró en la cocina, se quitó el delantal y se marchó.
Veinte minutos más tarde, llegó a la casa que había alquilado y gimió a causa del ruido que salía de la casa de al lado, ¿Una fiesta?
Necesitaba una ducha y meterse en la cama. En paz y tranquilidad. Pero no parecía que fuera a ser así.
La ducha le quito algo de la tensión y solo cuando dobló su ropa se acordó del regalo de Sammy, que seguía en el bolsillo de la chaqueta.
Mikayla lo sacó y deshizo el envoltorio. Dentro había una pequeña caja cuadrada en la que había un broche de oro con una delicada flor de cristal. Los ojos se le llenaron de lágrimas y lo puso en la solapa de la chaqueta. Al día siguiente, el chico lo vería allí y sabría lo mucho que ese regalo significaba para ella.
Estaba tan cansada que debería haberse dormido nada más acostarse, pero en vez de eso, no dejó de dar vueltas en la cama hasta las tres de la madrugada. Luego, se despertó a las siete, se vistió y desayunó y salió hacia su coche.
Logró pasar el día de alguna manera y nunca antes había agradecido tanto cuando terminó la última clase y pudo marcharse.
Podía meterse en la sala de profesores para preparar el trabajo del día siguiente allí, pero prefirió dirigirse a la bahía. Sentarse a la sombra de algún árbol y tomar algo de aire fresco.
El sol le castigó los ojos cuando salió por la puerta, así que se puso las gafas de sol y empezó a caminar hacia el aparcamiento. Dos estudiantes la saludaron, otro profesor le deseó que tuviera un buen fin de semana, y no se dio cuenta de que el Mini no estaba por ninguna parte hasta que no llegó a su plaza de aparcamiento.
¿Qué pasaba allí?
En su lugar, había un Mercedes plateado y, cuando estaba empezando a reconocerlo, se abrió la puerta y salió Rafael.
- ¿Dónde está mi coche? - le preguntó acaloradamente.
- Aparcado en mi garaje.
La ira se apoderó de ella.
- No tienes derecho...
- Entra en el coche, Mikayla.
-¡De eso nada!
- No tengo ninguno aversión particular acerca de causar una escena. Tienes diez segundos.
Ella optó por la dignidad y entró, pero permaneció en silencio durante todo el trayecto hasta la casa de él.
Una vez allí, en el garaje, vio su Mini y fue a salir del coche nada más detenerse,
- Vamos a hablar de esto dentro, ¿quieres?
- No tengo tiempo,,,
- Te lo voy a poner fácil. Ya no existe tu trabajo en el restaurante,
- Has descubierto donde trabajo y,., ¡No puedes hacer eso!
- Ya lo he hecho - dijo é\ y salió del coche.
Mikayla lo siguió.
- ¡Te odio!
Rafael la miró y sonrió.
- En este preciso momento, supongo que eso es cierto.
Mikayla deseó golpearlo y, probablemente lo habría hecho si hubiera tenido la oportunidad. Entornó los párpados cuando vio que él abría el maletero del Mercedes y sacaba dos bolsas y una caja de libros. ¡Suyos!
-¿Cómo has sabido...?
Él la miró y levantó una ceja.
-¿Dónde habías escapado? Creo que es evidente.
Lo único que habría necesitado son unas cuantas llamadas telefónicas y la ayuda de algún investigador privado. Esa era la parte que la irritaba. El que hubiera ido a su casa y hubiera entrado en sus habitaciones usando cualquier excusa con la casera.
Respiró profundamente para calmarse y le señaló las bolsas.
- Puedes dejar eso en mi coche,
- No es eso lo que va a suceder.
-¿Cómo que no?
Entonces se echó sobre él y le golpeó con los puños, en el pecho, los hombros, donde pudo. Luego, empezó a darle patadas, pero no sirvió de nada porque él evitó y bloqueó todos sus golpes, para luego agarrarla y echársela sobre un hombro, sujetándola allí hasta que entraron en la casa.
-¡Déjame! - gritó ella sin dejar de tratar de soltarse.
- Tranquila, pequeña.
-¿Qué estás haciendo? - preguntó cuando entraba en su despacho.
Él cerró entonces la puerta y echó el cerrojo antes de dejarla sobre los pies.
-¿Nos estás encerrando?
- Por el momento.
Ella lo miró fulminantemente y luego se alisó la falda y se pasó una mano por el cabello.
- Puedo denunciarte por secuestro.
- Inténtalo.
- Te exijo que me des las llaves de mi coche y me dejes ir
- No,
-¿Por qué? - dijo ella tratando de que no se le escaparan las lágrimas de rabia -. Maldita sea. ¿Qué quieres de mí que no tengas ya?
Eso le llegó de una forma que ninguna otra cosa había conseguido y la empujó suavemente para que se sentara en un sillón. Luego, él apoyó una cadera en el borde de su mesa.
- Tú. Solo tú.
Ella lo miró tristemente y Rafael deseó tomarla entre sus brazos inmediatamente.
-¿Has dormido algo anoche? - le preguntó. Ella se encogió de hombros.
- Un poco.
- Y como supongo, no has almorzado.
Eso él no podía saberlo con seguridad, y ella no tenía la menor intención de decirle que tenía tazón.
- Rafael.
-¿Has creído que puedes decirme algo como que te has enamorado de mí y marcharte sin más?
-TÚ querías saber una razón por la que me he marchado y yo te he dado una,
- Y luego saliste corriendo.
-¿Y qué esperabas que hiciera, Rafael? ¿Quedarme y sentirme completamente humillada por tu diversión? ¿Tienes idea de lo que me ha costado decírtelo? ¿Lo sabes? TU, el endurecido y autosuficiente empresario que tiene todo el control de sus emociones - dijo Mikayla y se puso en pie -. Y yo, la inocente sexual, nunca tuve la menor oportunidad, ¿verdad? Pensé que podía sacar fuera de mi vida un año, hacer el papel de amante y luego alejarme con las emociones intactas y el corazón entero. Fui una tonta.
Él no dejó de mirarla a los ojos.
-¿Y qué te hace pensar que yo te hubiera humillado? ¿O que me habría divertido?
- Tú puedes tener cualquier mujer que quieras. Sasha esta la cabeza de un montón de chicas ansiosas por meterse en tu cama. Yo fui…
-¿Una diversión?
- Sí.
-¿De la que me podría librar fácilmente sin pensármelo dos veces? - dijo él, pero no le dio la posibilidad de responder -, ¿Es por eso por lo que me pasé la mitad de la noche trabajando para terminar pronto las negociaciones y poder volver pronto a casa?
- El sexo está bien.
Él apenas se pudo contener para no tomarla en sus brazos y demostrarle allí mismo lo bueno que podía ser el sexo.
-¿Pero lo puedo hacer con cualquier mujer?
- Eso me imagino.
- Por Dios. ¿Qué clase de hombre crees que soy?
Mikayla no pudo responder y vio como un músculo se tensaba en su mandíbula.
- NO voy a negar que fue un cierto sentimiento de venganza y la necesidad de que se hiciera justicia lo que me hizo aceptar tu oferta de sacrificio, por supuesto, haciendo que todo estuviera legalmente a mi favor.
Él hizo una pausa, la recorrió con la mirada y sonrió levemente.
- Pronto descubrí el sacrificio que era para ti - dijo recordando su virginidad -. Con cada cosa que hacías me obligabas a reajustar mis primeras impresiones. Fuerza, orgullo… Tú tienes esas dos cosas, Y dices que el sexo estaba bien. Pero era más que eso. Mucho más. Para los dos.
Mikayla casi tuvo miedo de moverse, y no hubiera podido apartar la mirada de él aunque hubiera querido hacerlo.
- Sasha…
- Sasha es... Era una conspiradora agradable que quería una relación permanente. Yo no. Fin de la historia.
Sin decir nada más, sacó un documento de un cajón y se lo puso en las manos a ella,
- Leelo - le dijo.
Ella no pudo dejar de mirarlo.
- Léelo, Mikayla - insistió él.
El documento constaba de dos páginas y las cláusulas légales estaban claras como el agua. Firmado por Rafael Velez- Aguilera y con su abogado por testigo. Aquello anulaba el documento original firmado por Rafael Velez-Aguilera y Mikayla Petersen. Y la exoneraba a ella de cualquier deuda contraída por su padre, Joshua Petersen.
-¿Por qué? - logró decir Mikayla.
- Porque no quiero que nada se interponga entre nosotros dos.
Ella debió sentirse aliviada por eso, pero en su lugar se sintió increíblemente vacía.
- No tenías ninguna necesidad de hacer esto - dijo agitadamente -. Yo te habría devuelto hasta el último centavo.
- Tu sinceridad no está siendo cuestionada - dijo él al tiempo que se apartaba de la mesa y se acercaba luego a ella -. Te negaste a aceptar dinero de mí. Incluso en Nueva York no tocaste ni un solo billete del fajo que dejé en la caja fuerte a tu disposición. Te limitaste a las compras mínimas en lo que se refiere a la ropa. Y te la dejaste toda. Eso, junto con un talón bancario con la mayor parte del sueldo que habías recibido en los últimos tres meses.
- Era un primer pago del dinero que te debía.
- Yo lo he hecho ingresar en una cuenta a ni nombre, ¿Tienes idea de lo que fue para mí entrar en la casa y descubrir que te hablas marchado? ¿Tienes idea? - dijo Rafael y maldijo en voz baja -, Puedes dar gracias a Dios de que era más de medianoche y yo no tenía forma de averiguar dónde estabas hasta que no fuera de día.
Mikayla no dijo nada y le pareció que tenia la respiración atascada en la garganta. Rafael levantó una mano y se la pasó por el cabello, despeinándoselo.
- Si lo hubiera descubierto antes, creo que te habría matado - dijo él.
El teléfono sonó entonces y él lo miró irritado, pero luego tomó el auricular, dijo unas pocas palabras, escuchó y cortó la comunicación.
Mikayla parecía tan frágil como un delicado cristal veneciano, y tuvo miedo de que, si la tocaba, se fuera a romper
Sonrió lentamente y ella permaneció dudosa cuando él le tomó la mano y se la llevó a los labios.
Mikayla se sintió tan nerviosa como una adolescente en su primera cita, y ese sentimiento era tan ridículo que era para echarse a reír. Había vivido tres meses con ese hombre, acostándose con él y habían compartido un sexo formidable. Así que, ¿por qué estaba tan nerviosa?
-¿Confías en mí?
- Rafael...
Él le puso un dedo en los labios para hacerla callar.
- Es muy simple. Tú solo responde, ¿sí o no?.
La respuesta solo podía ser una.
- Sí.
- Hay algo que te quiero pedir.
Ella rogó mentalmente para que no le pidiera que siguiera siendo su amante. No creía que lo fuera a poder soportar.
- Cásate conmigo.
Mikayla oyó las palabras, pero le resultó difícil entenderlas.
-¿lo dices en serio?
Muy en serio. Ella pudo ver la evidencia en sus rasgos, en la oscuridad de sus ojos. Allí había propósito, compromiso, y algo más que casi tenía miedo de definir.
La emoción la embargó hasta que fue demasiada como para controlarla, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
- Madre de Dios - dijo Rafael en español -. No llores.
- No estoy llorando.
Pero supo que estaba mintiendo cuando notó que dos lágrimas le bajaban por las mejillas y se las enjugó impacientemente.
Levantó la cabeza y lo miró a través de las lágrimas; Luego, sonrió temblorosamente cuando él le recorrió la mejilla con los dedos.
- Te amo - dijo Rafael, y la besó de una forma increíblemente cariñosa.
- Tienes mi corazón, mi alma. Son tuyos por el resto de mi vida- añadió él.
Luego la tomo en brazos y la subió al piso de arriba. Cuando llegaron al dormitorio, la dejó sobre sus pies y la abrazó fuertemente.
Aquello era como volver a casa después de haber sufrido una tempestad.
-¿Qué te parece París?
Mikayla le rodeó la cintura con los brazos.
- Siempre he querido ir allí.
Él sonrió y pensó en los dos billetes de avión que tenía en el cajón de la mesa de su despacho.
-¿Y una boda pequeña e íntima?
-¿Con solo algunos amigos íntimos?
-¿El domingo?
Ella se quedó muy quieta.
-¿Qué domingo?
- Este, querida.
- Pero no podemos...
- Sí podemos,
Rafael no le dio tiempo para pensar.
- He hablado con el sacerdote y con una empresa que organiza bodas, y el lunes tenemos pasajes para Francia.
Ella levantó la cabeza y vio la profunda emoción que se reflejaba en los ojos de él.
-¿El domingo?
Rafael le tocó los labios con los suyos y esta vez hubo pasión cuando sus lenguas se entrelazaron.
-¿Tienes algo que objetar?
Mikayla le pasó los brazos por el cuello.
- No.
Rafael le desabrochó los botones de la blusa y se la quitó, para lamerle a continuación la suave curva del cuello.
- Te has olvidado algo - dijo.
Los dedos de ella también estaban ocupados con los botones de la camisa de él.
-¿De que?
El sujetador cayó al suelo y él le puso las manos en las caderas.
- No has dicho que sí.
Mikayla le desabrochó el cinturón y le bajó la cremallera de los pantalones para luego introducir las manos bajo la seda que le cubría el trasero,
- Hmm - dijo haciendo como si se lo estuviera pensando -. Sí.
Él bajó mas la boca y la posó sobre uno de sus pezones endurecidos.
- Debería castigarte por eso - dijo, y empezó a lamerlo y chuparlo hasta que ella pidió piedad.
- Lo he organizado todo para que te den dos semanas de vacaciones en el colegio.
-¿Lo has hecho?
Los calzoncillos de seda siguieron a los pantalones y Rafael contuvo un gemido cuando ella le agarró la masculinidad con la mano.
- Muy considerado por tu parte - dijo empezando a frotarlo suavemente, y sonrió cuando él contuvo la respiración.
Entonces fue su turno de tragar saliva cuando él le puso la mano entre los muslos y la acarició sabiamente hasta hacerla alcanzar el límite.
Nada más recuperarse, él la volvió a enviar allí de nuevo, y esta vez gimió y tiró de él hasta la cama.
Fue rápido, casi como si no pudieran tener bastante del otro. Luego, cuando tuvieron tiempo parra recuperar la respiración, hicieron el amor más dulce y relajadamente, entre suaves gemidos, y el placer sensual reemplazó a la acalorada pasión.