11
— Antes, el cuarto que tiene Orquídea era para el dueño y su mujer -explicó Chenilla-. Luego los hijos tenían cuartos cerca de ellos, después venían los sirvientes principales y después las criadas, me parece. Yo estoy más o menos por el medio. No está tan mal.
Doblando a la izquierda, Seda la siguió por el mohoso corredor.
— La mitad dan al patio, como la mía. No es tan bueno como parece, porque a veces allí hay grandes fiestas y mucho ruido a menos que una se quede hasta el final, y yo por lo general no me quedo. Una se lleva los borrachos al cuarto y vomitan; después el olor no se va nunca. De repente una cree que se ha ido, pero no se imagina cómo vuelve en las noches de lluvia.
Doblaron una esquina.
— A veces persiguen a las chicas por las pasarelas y es un escándalo. Pero por fuera los cuartos de este lado dan al callejón. No hay mucha luz y huele mal.
— Ya -dijo Seda.
— O sea que tampoco está bien, y hay barrotes en las ventanas. Yo prefiero aferrarme a lo que tengo. -Chenilla se detuvo, extrajo una llave que le colgaba de una cuerda entre los pechos y abrió una puerta.
— ¿Y las habitaciones de más allá están vacías?
— Hu hum. Creo que en toda la casa no hay un cuarto vacío. Desde hace un mes no deja de rechazar chicas. Una amiga mía quería venir y tuve que decirle que esperara a que se fuese alguien.
— Quizá pueda ocupar la habitación de Orpina. La de Chenilla era dos veces más pequeña que el dormitorio de Orquídea, y una cama descomunal ocupaba casi todo el espacio. A lo largo de la pared había arcones y un viejo guardarropas con un picaporte y un candado añadidos.
— Pse, puede ser. Se lo diré. ¿Quiere que deje la puerta abierta?
— Dudo que sea sensato.
— Muy bien. -La cerró. — No cerraré con llave. No echo llave cuando hay un hombre, no es buena idea. ¿Quiere sentarse en la cama conmigo?
Seda negó con la cabeza.
— Como guste. -Ella se sentó y él, agradecido, se acomodó sobre uno de los arcones, el bastón con cabeza de leona apretado entre las rodillas.
— Muy bien. ¿Qué pasa?
Seda echó una mirada por la ventana abierta.
— Imagino que si alguien quisiera quedarse en la galería sin que lo viéramos no le costaría mucho. Sería prudente que te cercioraras de que no hay nadie.
— Mire. -Ella lo apuntó con un dedo. — Yo a usted no le debo nada, y usted no me va a pagar ni dos bits. Orpine era bastante amiga mía, en todo caso no nos peleábamos mucho y a mí me pareció simpático lo que hizo por ella, así que cuando dijo que quería hablarme yo dije muy bien. Pero tengo cosas que hacer y a la noche he de estar de vuelta aquí y sudar como una burra. O sea que hable y mejor será que me guste lo que va a decir.
— ¿Qué harías si no te gustara, Chenilla? -preguntó débilmente Seda-. ¿Apuñalarme? No lo creo; ahora ya no tienes una daga.
La boca de ella, brillante de pintura, se abrió de golpe y luego volvió a cerrarse.
Seda se recostó en la pared. -No estaba terriblemente oscuro. Si se hubiera notificado a la Guardia
Civil, como supongo yo que tendría que haberse hecho, estoy seguro de que lo habrían entendido todo en seguida. A mí me llevó uno o dos minutos, pero de estas cosas yo sé muy poco.
Los ojos de ella refulgían. -¡Lo hizo ella misma! Usted lo vio. Se apuñaló ella sola. -Chenilla se golpeó la cintura con una mano.
— Vi la mano de ella en el mango de tu daga, cierto. ¿La pusiste tú? ¿O acaso en el momento de morir ella intentaba sacársela?
— ¡No tiene pruebas!
— Ninguna, supongo. Pero ocurre que me haces sentir muy viejo y sabio, lo mismo que cuando hablo con los niños de mi palestra. Creo que no eres mayor que algunos de ellos.
Durante varios segundos Chenilla se mordisqueó el labio. Por fin dijo:
— Diecinueve. Es lo que corresponde decir, además, o eso creo. Pienso que tengo alrededor de diecinueve. Soy mayor que muchas de las chicas.
— Yo tengo veintitrés -le dijo Seda-. Por cierto, ¿puedo pedirte que me trates de Pátera? Me ayudará a recordar quién soy. Qué soy, si prefieres.
Chenilla sacudió la cabeza. -Usted se piensa que soy una mocosa boba que se va a tragar la papilla que le dé, ¿no? Bueno, pues oiga, yo sé un montón de cosas que usted ni siquiera ha soñado. Yo no ensarté a Orpina. ¡Por Esfigse que no fui yo! Y usted tampoco puede probarlo. ¿Qué busca, a fin de cuentas?
— Fundamentalmente te busco a ti. Quiero ayudarte, si puedo. Todos los dioses… el Extraño sabe que ya es tiempo sobrado de que alguien lo haga.
— ¡Vaya ayuda!
Seda alzó los hombros y los dejó caer. -De momento poca, obviamente pero apenas hemos empezado. Dices que sabes muchas más cosas que yo. ¿Sabes leer?
Los labios apretados, Chenilla sacudió la cabeza.
— ¿Ves?, aunque sabes muchas cosas que yo no sé, no te lo discuto, todo se reduce a que sabemos cosas diferentes. Tú, por ejemplo, te atreves a jurar por Esfigse en vano; sabes que no pasará nada, y yo empiezo a sentir que también debería aprenderlo. Ayer por la mañana no me habría atrevido. La verdad es que difícilmente me atrevería hoy.
— ¡Yo no estaba mintiendo!
— Por supuesto que sí. -Seda se puso el bastón sobre las rodillas y estudió un momento la cabeza de leona. — Me dijiste que no podía probar lo que digo. En un sentido estás muy en lo cierto. No podría probar mi acusación en un tribunal, suponiendo que tú fueras una mujer de riqueza y posición. No lo eres, pero yo tampoco tengo la intención de llevar mi cargo al tribunal. De todos modos, te podría acusar fácilmente ante Orquídea o Sangre. Añadiría que admitiste tu culpa, como en realidad acabas de hacer. Orquídea, supongo, te haría pegar por ese hombre calvo que parece vivir aquí, y te obligaría a que te fueras. No quiero imaginar qué haría Sangre. Nada, a lo mejor.
Sentada aún en la cama, la muchacha de pelo color frambuesa se negó a mirarlo a los ojos.
— Si hiciera falta también podría convencer a la Guardia Civil. Sería fácil, Chenilla, porque tú no le importas a nadie. Muy probablemente ha sido siempre igual, por eso ahora estás aquí, viviendo en esta casa.
— Estoy aquí porque se gana bien -dijo ella.
— La cosa no seguiría igual. Ya no. Ese hombre calvo, no sé cómo se llama, te haría volar uno o dos dientes, imagino. Sobre lo que haría Mosqueta si Sangre le diera vía libre prefiero no especular. Mosqueta no me gusta y tal vez tengo prejuicios. Seguro que tú lo conoces mucho mejor.
La muchacha dejó escapar un sonido tenue, casi inaudible.
— Tú no lloras fácilmente, ¿no?
Ella sacudió la cabeza.
— Yo sí. -Seda sonrió y volvió a encogerse de hombros. — Otro de mis demasiado numerosos defectos. Desde que pisé este lugar he estado al borde del llanto, y me temo que el dolor del tobillo no vale de nada. ¿Me perdonas?
Se bajó la media negra y quitó la envoltura de Grulla. Aún estaba tibia al tacto, pero Seda la golpeó contra el suelo y volvió a ponérsela.
— ¿Te explico yo mismo qué sucedió o prefieres contármelo?
— No voy a contarle nada.
— Espero hacerte cambiar de idea. Es necesario que acabes contándome muchas cosas. -Seda se detuvo y reflexionó un momento. — Muy bien, pues. Cierto demonio viene asolando esta desdichada casa. Por ahora lo llamaremos así, aunque yo creo que podría darle un nombre de mujer. Según entiendo, en distintas ocasiones ha poseído a varias personas. A propósito, ¿todas esas personas vivían aquí? ¿O también hubo patrones involucrados? De esto no ha hablado nadie.
— Sólo han sido chicas.
— Ya. Y Orquídea, ¿qué? ¿Ha estado poseída? No lo ha dicho.
Chenilla volvió a sacudir la cabeza.
— ¿Y Orpina? ¿A ella le pasó?
No hubo respuesta. Seda volvió a preguntar, con un ligero énfasis: -¿Y Orpina?
Se abrió la puerta y Grulla asomó la cara.
— ¡Aquí está! Me dijeron que todavía andaba por la casa. ¿Qué tal el tobillo?
— Duele bastante -le dijo Seda-. Al principio la envoltura me ayudó mucho, pero…
Grulla se agachó a tocarla.
— Vaya si está caliente. Camina usted mucho. ¿No le dije que no estuviera de pie?
— Le he hecho caso -dijo Seda, rígido-, dentro de lo posible.
— Bueno, esfuércese más. De todos modos el dolor lo obligará. ¿Cómo va el exorcismo?
— No he empezado. Voy a confesar a Chenilla, que es mucho más importante.
Mirando a Grulla, Chenilla sacudió la cabeza.
— Ella todavía no lo sabe, pero la voy a confesar -declaró Seda.
— Ya veo. Bien, más vale que los deje solos.
El menudo médico se fue y cerró la puerta.
— Me preguntaba por Orpina -dijo Chenilla-. No, que yo sepa nunca estuvo poseída.
— No cambiemos de tema tan rápido -dijo Seda-. ¿Me dirás por qué el doctor Grulla se interesa tanto por ti?
— No se interesa.
Seda resopló, desdeñoso. -Vamos. Es evidente. ¿Piensas que me creo que vino a preguntar por mi pierna? Vino a verte a ti. Sólo Orquídea puede haberle dicho dónde estaba yo, y la dejé hace apenas unos minutos; casi al final me dijo que quería estar sola. Lo único que espero es que el interés de Grulla sea amistoso. Necesitas amigos.
— Es mi médico, nada más.
— No -dijo Seda-. Cierto que es tu médico, pero hay más. Cuando con Orquídea oímos un grito y salimos al patio, tú estabas vestida del todo. Se notaba mucho, porque de las mujeres presentes eras la única.
— ¡Iba a salir!
— Sí, precisamente. Ibas a salir, y por lo tanto estabas vestida, lo que para mí fue un gran alivio… Búrlate, si quieres. Desde luego, yo no empecé preguntándome por qué estabas vestida, sino por qué las demás no; y las respuestas fueron inofensivas y harto directas. Anoche se habían acostado tarde. Como además esperaban que las examinara Grulla, quien de todos modos haría que se desnudaran, no tenían por qué vestirse antes de que él se fuera.
»Aunque Grulla y yo habíamos llegado juntos unos minutos antes, tú estabas totalmente vestida; por eso me fijé en ti y te pedí que buscaras algo para cubrir el cadáver de la pobre Orpina. La inferencia obvia era que ya te habían examinado; en ese caso, seguramente habías sido la primera. Parecía posible que Grulla hubiera empezado por la punta del corredor, pero no fue así; este cuarto está a medio camino del viejo manteón en el fondo de la casa. ¿Por qué te visitó a ti primero?
— No sé -dijo Chenilla-. Ni siquiera sabía que había sido la primera. Lo estaba esperando y él vino a mi cuarto. No tiene nada de malo, apenas lleva un par de segundos.
— Os vende óxido, ¿no?
Sorprendida, Chenilla se rió.
— Veo que me equivoco… Cosas de la lógica. Pero Grulla tiene óxido; esta mañana me lo mencionó como algo que habría podido darme para que me sintiera mejor. Tanto Orquídea como una amiga que te conoce me han dicho que lo usáis, y ninguna tiene por qué mentir. Además, tu actitud al encontrarte con Orpina lo confirma.
Pareció que Chenilla estaba a punto de hablar, y Seda la esperó mientras en la saturada habitación se aglutinaba el silencio. Por fin ella dijo:
— Voy a franquearme, Pátera. Si le digo qué pasó, ¿me creerá?
— ¿Si me cuentas la verdad? Sí, claro.
— Muy bien. Grulla no vende óxido; ni a mí ni a nadie. Sangre le arrancaría las entrañas. Si una quiere, se supone que tiene que comprárselo a Orquídea. Pero hay chicas que a veces lo compran fuera. Yo misma, de vez en cuando. No lo cuente.
— No lo haré -le aseguró Seda.
— Pero usted acertó: Grulla tiene, y a veces, como hoy, me da un poco. Somos amigos, ¿me entiende? Yo le he hecho unos favores y no le cobro. Así que me atiende a mi primero y a veces me hace un regalito.
— Gracias -dijo Seda-. Y gracias por llamarme Pátera. Me di cuenta, créeme, y lo aprecio. ¿Ahora quieres contarme lo de Orpina?
Chenilla volvió a sacudir la cabeza.
— De acuerdo, entonces. Me dijiste que Orpina nunca había estado poseída, pero fue una mendacidad: de hecho, estaba poseída cuando murió. -Había llegado el momento, sintió Seda, de extender la verdad a una buena causa. — ¿De veras creíste que un augur ungido podía ver el cadáver y no darse cuenta? Cuando se fue Grulla tú tomaste un poco del óxido que te había dado, te vestiste y saliste del cuarto por esa otra puerta, a la galería, que vosotras llamáis pasarela.
Seda hizo una pausa, invitándola a que lo contradijera.
— No sé dónde tenías la daga, pero el año pasado descubrimos que una niña de nuestra escuela llevaba una daga atada al muslo. El caso es que bajando los escalones de madera te encontraste de frente con Orpina, que estaba poseída. De no haber tomado el óxido de Grulla probablemente habrías soltado un grito y huido; pero el óxido vuelve a la gente audaz y violenta. Por cierto que así me lastimé yo el tobillo anoche; me topé con una mujer que usaba óxido.
»Pese al óxido, el aspecto de Orpina tiene que haberte horrorizado; comprendiste que estabas frente al diablo que todas habéis llegado a temer, y no se te ocurrió otra cosa que matarla. Sacaste la daga y se la clavaste una sola vez, justo debajo de las costillas, con la hoja de lado.
— Me dijo que era hermosa -murmuró Chenilla-. Trataba de tocarme, de acariciarme la cara. No era Orpina… A Orpina yo la habría acuchillado, pero no por eso. Me eché atrás. Ella siguió acercándose y la acuchillé. Acuchillé al demonio, y la que quedó muerta allí fue Orpina.
Seda asintió.
— Comprendo.
— Se dio cuenta de lo de mi daga, ¿no? Cuando lo pensé ya era tarde.
— El dibujo que representa tu nombre, dices. Sí. Desde que lo había oído, no paraba de pensar en el nombre de Orpina. Ahora no tiene sentido entrar en esto, pero así era. La daga te la dio Grulla, ¿no es cierto? Hace un momento dijiste que de vez en cuando te hace algún regalo. Uno tiene que haber sido la daga.
— Usted cree que me la dio para meterme en dificultades -dijo Chenilla-. No fue así.
— ¿Cómo fue?
— Una de las chicas tenía una. La mayoría tenemos… ¿de verdad le importa?
— Sí -dijo Seda.
— Pues una noche salió a encontrarse con el palomo, supongo que a cenar en algún sitio, pero resulta que un par de tipos la atacaron y quisieron tirarla al suelo. Ella se zafó y los tajeó a los dos. Así lo cuenta. Luego escapó, aunque tenía un problema: el vestido manchado de sangre.
»Así que yo quería una daga para mis salidas, pero como no sabía mucho le pregunté a Grulla dónde conseguir una buena, dónde no iban a estafarme. Dijo que él tampoco tenía idea pero averiguaría con Mosqueta, porque de cuchillos y eso Mosqueta lo sabe todo, así que la vez siguiente me trajo esa daga. La hizo hacer especialmente para mí, al menos el dibujo.
— Ya veo.
— ¿Sabe, Pátera, que yo nunca había visto una chenilla ni sabía que era mi flor hasta que la primavera pasada él me compró un ramo para el cuarto? Y me encanta… Fue entonces cuando me teñí el pelo de este color. Dice que a veces la llaman cola de gato ardiente. Nos reímos mucho con eso, así que cuando le pregunté me regaló la daga. Es muy común que los fulanos regalen armas así, como prueba de confianza en que una no les hará daño.
— ¿El amigo que mencionaste es el doctor Grulla?
— No. Es más joven. No me haga decírselo, si no quiere que me lastimen. -Los labios apretados, Chenilla guardó silencio. — Tonterías. Esto me va a lastimar mucho más, ¿no? Pero si no lo digo quizás él me ayude, si puede.
— Entonces no volveré a preguntarte -dijo Seda-. Y no le contaré nada ni a Orquídea ni a Sangre, a menos que deba salvar a otra persona. Si la Guardia estuviera investigando tendría que contárselo al oficial responsable, supongo, pero creo que mucho más injusto sería entregarte a Sangre que permitirte salir impune. Dado el caso, te dejaré salir impune, o casi, si haces lo que voy a pedirte. El servicio por Orpina será mañana a las once en mi manteón, en la calle del Sol. Orquídea os pedirá a todas que asistáis, e indudablemente muchas lo haréis. Quiero que entre ésas estés tú.
Chenilla asintió.
— Sí, Pátera. Claro.
— Y en el curso del servicio quiero que reces por Orpina y Orquídea, así como por ti misma. ¿Harás eso también?
— ¿A Hiérax? De acuerdo, Pátera, si usted me explica qué tengo que decir.
Seda agarró el bastón de Sangre y distraídamente probó con las dos manos la flexibilidad de la madera.
— Hiérax, cierto, es el dios de la muerte y el caldé de los muertos, y quizás el más apropiado en este servicio de devoción. Sin embargo, mañana será ésciles, y no podemos dedicárselo todo a Hiérax.
— Uh. Es casi la única oración que conozco… Esa que llaman letanía breve por Escila. ¿Está bien?
Seda hizo el bastón a un lado y se inclinó hacia Chenilla; se había decidido.
— Hay un dios más al que quiero que reces… Uno muy poderoso que podría ayudarte, y también a Orquídea y a la pobre Orpina. Lo llaman el Extraño. ¿Sabes algo de él?
Ella meneó la cabeza. -Salvo Pas y Equidna, y los días y los meses, no conozco ni los nombres.
— Entonces mañana le abrirás tu corazón -le dijo Seda-, rezando como no has rezado nunca. Alábalo por su bondad para conmigo y dile cuánto necesitas… cuánto necesitamos su ayuda todos los de este barrio. Si lo haces, y tus oraciones son sentidas y sinceras, no importará qué digas.
— El Extraño. De acuerdo.
— Ahora te confesaré, y te libraré de culpa en lo que concierne a la muerte de Orpina y en cualquier otro mal que hayas hecho. Arrodíllate. No tienes que mirarme.
La mitad del manteón abandonado la habían convertido en un pequeño teatro.
— Al fondo todavía está la vieja Ventana -explicó Chenilla, señalando-. Está detrás del escenario, digamos, y siempre dejamos un telón. Hay cuatro o cinco telones, creo. El caso es que nosotras vamos allá atrás a secarnos la cara y empolvarnos en la Ventana, y hay un montón de mangueras, en el suelo y colgadas de las paredes.
Seda estuvo un momento confundido, hasta que comprendió que en realidad las «mangueras» eran cables sagrados.
— Entiendo -dijo-. Pero lo que describes podría ser peligroso. ¿No se ha lastimado nadie?
— Una vez una chica se cayó del escenario y se rompió el brazo, pero estaba muy borracha.
— Sin duda los poderes de Pas han abandonado este lugar. Y no me sorprende. Muy bien. -Puso el bolso y el tríptico en dos asientos. -Gracias, Chenilla. Ya puedes irte, si lo deseas, aunque yo preferiría que te quedaras a participar en el exorcismo.
— Si usted quiere me quedo, Pátera. ¿No hay problema si busco algo de comer?
— Ninguno.
La miró salir y cerrar la puerta que daba al patio. La mención de la comida le había recordado no sólo que le había dado al pájaro el queso que reservaba para el almuerzo, sino también los tomates fritos. Seguro que Chenilla iría a la pastelería de enfrente. Seda se encogió de hombros y abrió el bolso, resuelto a desviar la mente de la comida.
Al parecer, sin embargo, en la casa había una cocina; si Sangre aún no había comido, era muy posible que cuando terminara el exorcismo lo invitase a almorzar. ¿Cuánto hacía que había estado bajo la higuera, mirando a la Máitera Rosa que consumía bollos frescos? Varias horas, ciertamente, pero él no había atinado a compartir con ella el desayuno; y el castigo había sido justo.
— No comeré -murmuró mientras sacaba las lámparas de vidrio y el frasco de aceite- hasta que alguien me invite; sólo entonces estaré libre de este voto. ¡Fuerte Esfigse, tuya es la penuria! Óyeme.
Tal vez Orquídea quisiera volver a hablar sobre los preparativos del día siguiente; a juzgar por las apariencias se le ocurrió, muy posiblemente sin derecho, que Orquídea comía a menudo y bien. Bien podría antojársele un tazón de uvas o una fuente de buñuelos de melocotón…
En buena medida tratando de distraerse, dijo en voz alta:
— ¿Estás ahí, Mucor? ¿Me oyes?
No hubo respuesta.
— Mira, sé que fuiste tú. Me has estado siguiendo, como anunciaste anoche. Esta mañana reconocí tu cara en la de Cardencha. Por la tarde la volví a ver en la de la pobre Orpina.
Esperó, pero nadie le murmuró al oído, ninguna voz salvo la suya resonó en las desnudas paredes de roca de nave
— ¡Di algo!
Un silencio grávido colmaba el manteón desierto.
— La mujer que anoche, cuando yo estaba fuera en la flotadora, gritó en esta casa… Demasiado oportuno para ser por casualidad. El diablo estaba allí porque estaba yo, y tú eres ese demonio, Mucor. No entiendo cómo haces lo que haces, pero sé que lo haces tú.
Habían envuelto las lámparas con trapos. Mientras desenvolvía una, vislumbró lo que casi podría haber sido la sonrisa de la cara muerta de Mucor. Con una lámpara en cada mano, cojeó hasta el escenario para mirar más de cerca la tela pintada -presumiblemente el telón mencionado por Chenilla- del otro lado.
La escena era una cruda burla del celebrado cuadro de Campion que mostraba a Pas en su trono. En esta pintura, además de dos cabezas, Pas tenía dos erecciones; atendía una con cada mano. Ante él, una humanidad devota se aplicaba a todas las perversiones de que Seda había oído hablar y varias que le eran del todo nuevas. En el cuadro original, dos de los táluses de Pas, poderosas máquinas de un amarillo crema especialmente hermoso, trabajaban todavía en el Vórtice plantando un gotasdeoro sagrado en el respaldo del trono. Aquí los táluses estaban provistos de obscenos arietes de guerra, y en vez del florido árbol sacro de Pas había un falo gigantesco. Arriba, los vastos, tenues rostros del Pas espiritual babeaban de lascivia.
Después de colocar cuidadosamente las lámparas azules al borde del escenario, Seda sacó de debajo de la toga el azot de Jacinta. Quería hacer trizas ese horror que tenía enfrente, pero al mismo tiempo habría destruido la Ventana. Apretó el demon y con un solo golpe quirúrgico cortó de extremo a extremo la parte superior de la tela. Con un ruido sordo, la detestable pintura se desvaneció en una nube de polvo.
Mientras colocaba el tríptico ante la vacía, oscura cara de la Ventana, entró Sangre. Las lámparas votivas ardían una vez más ante la Ventana abandonada; rectas como espadas, unas llamas brillantes surgían de los vidrios azules, y de los turíbulos puestos en las cuatro esquinas del escenario se alzaban unas finas columnas de humo dulce y pálido.
— ¿Por qué lo hizo? -preguntó Sangre.
Seda levantó la vista.
— ¿Qué cosa?
— Destruir el decorado. -Sangre subió los tres escalones que había a un lado del escenario. — ¿No sabe lo que cuesta?
— No -le dijo Seda-. Y no me importa. Usted obtendrá con mi manteón una ganancia de trece mil tarjetas. Si quiere, puede usar una parte para reemplazar lo que he destruido. No se lo aconsejo.
Sangre pateó el montón de tela. -Ninguno de los otros hizo una cosa así.
— Y los exorcismos no fueron eficaces. El mío sí; o eso me inclino a creer. -Con el tríptico satisfactoriamente situado entre las lámparas, Seda volvió la cara hacia Sangre. — A usted lo acosan los demonios, un demonio al menos. No me molestaré ahora en explicarle quién es, pero ¿sabe cómo cae un lugar o una persona, cualquier persona, en poder de los demonios?
— ¡Bah! Yo no creo en los demonios, Pátera. Tampoco en los dioses.
— ¿Habla en serio? -Seda se inclinó a recoger el bastón que Sangre le había dado. -Ayer me dijo algo parecido, pero en el frente de la villa de usted hay una magnífica imagen de Escila. Yo la vi.
— Cuando compré la propiedad ya estaba. Pero si no hubiera estado, bien podría haber puesto algo así de todos modos, lo admito. Soy un hijo fiel de Virón, Pátera, y me gusta mostrarlo. -Sangre se inclinó a examinar el tríptico. — ¿Y Pas dónde está?
Seda señaló.
— ¿Ese remolino? Yo creía que era un viejo con dos cabezas.
— Toda representación de un dios es en última instancia mentira -explicó Seda-. Puede ser una mentira cómoda, e incluso reverente; pero en definitiva es falsa. El Gran Pas puede elegir aparecer como un viejo o como la espiral de tormenta que es su representación más antigua. Ninguna imagen es más cierta que la otra, ni más cierta que cualquiera… Sólo es más apropiada.
Sangre se enderezó. -Me iba a hablar usted de los demonios.
— Pero no lo haré, al menos no ahora. Tardaría un poco y de todos modos usted no me creería. Sin embargo, me ha ahorrado una caminata decididamente fastidiosa. Quiero que reúna en este teatro a toda persona viva de la casa. Usted, Mosqueta si ha vuelto, Grulla, Orquídea, Chenilla, el hombre calvo, todas las jóvenes y los demás que pueda haber. Cuando tenga a todos aquí, yo habré terminado los preparativos.
Sangre se enjugó el sudor de la frente con un pañuelo.
— Yo no acepto órdenes de usted, Pátera.
— Entonces le diré sólo esto de los demonios. -Seda dejó que la imaginación le volara. -Están aquí y ya ha muerto una persona. Una vez que han probado sangre les empieza a gustar. Añadiría que no es en absoluto insólito descubrirlos actuando sobre meras semejanzas verbales, nociones que usted o yo consideraríamos meros juegos de palabras. Cabe que se les ocurra que si la sangre común es buena, la sangre de Sangre será mucho mejor. La sensatez pediría tenerlo en cuenta.
Las mujeres llegaron de a dos y de a tres, curiosas y de mejor o peor gana conducidas por Mosqueta y el calvo musculoso, cuyo nombre parecía ser Lubina; pronto, llegados del manteón, se les unieron Sardo y Brezo, ambos asustados y muy contentos de ver a Seda. Por fin Grulla y una Orquídea sombría, de ojos secos, se sentaron en la última fila. Antes de empezar, Seda esperó a que se agregaran Sangre, Lubina y Mosqueta.
— Permitidme que os describa…
Un parloteo de mujeres ahogó las palabras.
— ¡Silencio! -gritó Orquídea que se había levantado-. ¡Callaos, zorras!
— Permitidme que os describa -volvió a empezar Seda- qué ha ocurrido aquí y qué intentaremos llevar a cabo. En el origen, el Vórtice entero estaba bajo la protección del Gran Pas, Padre de los Dioses. De otro modo no habría podido existir.
Hizo una pausa y estudió atentamente los rostros de las veintitantas mujeres que tenía delante, sintiendo como si estuviera hablando a la clase de la Máitera Menta en la palestra.
— El Gran Pas lo planeó en todo detalle, y condujo a los esclavos que construyeron el mundo. Así fueron trazados los cursos de todos nuestros ríos y ganó hondura el propio lago Limna. Así fueron plantados los árboles más viejos, y los manteones a través de los cuales sabemos lo que ha sido construido. En uno de esos manteones, claro, estáis sentados vosotros. Una vez completo el mundo, Pas lo bendijo.
Seda volvió a detenerse y contó en silencio hasta tres, como solía hacer en el ambión, mientras buscaba entre las caras de la audiencia alguna que, siquiera sutilmente, pudiera parecerse a la de la muchacha loca.
— Aunque no estéis de acuerdo con lo que acabo de decir, os exijo que de momento lo aceptéis por el bien del exorcismo. ¿Hay alguien que no pueda aceptarlo? De ser así, que por favor se levante. -Miró fijamente a Sangre, pero Sangre no se levantó. — Muy bien -continuó Seda-. Entended, por favor, que no fue meramente el Vórtice en su totalidad el que recibió la bendición de Pas y con ella su protección. También la recibió cada parte individual, y la mayoría aún la tiene.
»A veces, sin embargo, y por buenos motivos, Pas retira su protección de ciertas partes del Vórtice que él mismo ha creado. Puede ser un árbol, un campo, un animal, una persona y hasta toda una ciudad. En este caso es sin duda un edificio; el edificio donde estamos ahora, y que ha pasado a integrar esta casa, de modo que la protección de Pas se ha apartado de la casa entera.
Dejó que las palabras entraran en la gente mientras los examinaba uno a uno. Todas las mujeres de Orquídea eran relativamente jóvenes y una o dos de una belleza asombrosa; muchas, si no la mayoría, corrientemente atractivas. Ninguna se parecía a Mucor.
— ¿Qué significa esto?, os preguntaréis. ¿Significa que el árbol muere o la ciudad se quema? No. Suponed que uno de vosotros tiene un gato, un gato que muerde y araña hasta que al fin, disgustados, echáis el gato a la calle y cerráis la puerta. Ese gato, que una vez fue vuestro, no morirá; al menos no morirá en seguida. Pero cuando lo ataquen los perros no habrá nadie que lo defienda, y cualquier transeúnte que quiera apedrearlo o proclamar que es suyo podrá hacerlo impunemente.
»Así ocurre con aquellos a quienes se ha retirado la bendición de Pas. Algunos de vosotros, lo sé, habéis sido poseídos, y dentro de un momento le pediré a alguien que lo describa.
Una mujercita oscura sentada en el extremo de la primera fila le sonrió de pronto, y aunque la cara no le cambió mucho, a Seda le pareció ver la calavera que había debajo. Se aflojó; se dio cuenta de que le chorreaban las palmas, el mango labrado del bastón de Sangre estaba resbaladizo y la transpiración de la frente amenazaba inundarle los ojos. Se la secó con la manga de la túnica.
— Este objeto que tengo detrás de mí fue en un tiempo una Ventana Sagrada. Dudo que alguno de los presentes sea tan ignorante como para no saberlo. Por la Ventana Sagrada que esto fue en un tiempo, el Señor Pas le hablaba a la humanidad. Así hacen los dioses, como todos debéis saber: nos hablan por medio de las Ventanas que el Gran Pas construyó para ellos y nosotros. También tienen otras formas, por supuesto, de las cuales el augurio es sólo una. Esto no altera el hecho de que las ventanas son el medio principal. ¿Sorprenderá, pues, que cuando dejamos que ésta se deteriore, Pas retirase su bendición? Digo dejamos porque me incluyo; nosotros, todos los hombres y mujeres de Virón, permitimos que sucediera este hecho diabólico.
»Como preparativo del exorcismo, hice todo lo posible para reparar vuestra Ventana. Limpié y estiré las conexiones, empalmé los cables rotos e intenté algunas otras reparaciones más difíciles. Como veis, fracasé. Vuestra Ventana continúa oscura e inerte. Continúa cerrada a Pas, y sólo nos queda esperar que él se decida y restaure su bendición a esta casa, por lo cual todos rogamos.
Varias de las jóvenes trazaron en el aire el signo de adición.
Seda aprobó asintiendo y luego clavó los ojos en la mujercita morena.
— Ahora le hablaré directamente al demonio que hay entre nosotros, pues sé que está aquí y me oye.
»El mismísimo Extraño, ese gran dios, te ha puesto en mi poder. También tú tienes una ventana, ambos lo sabemos. Si quiero, puedo cerrarla y dejarte atrapado dentro. Abandona esta casa para siempre o haré lo que te digo. -Seda golpeó el tablado con el bastón de Sangre. — ¡Vete!
Sobresaltadas, las jóvenes se sofocaron y la sonrisa de la morena se fue apagando. Era (se dijo Seda) como si tuviese fiebre, y le pareció que ahora la fiebre se extinguía, y con ella el delirio.
— Por el momento ya he hablado bastante. Orquídea, hace un rato le pregunté a Chenilla si habías estado poseída y dijo que no. ¿Es correcto?
Orquídea asintió.
— Levántate, por favor, y habla alto para que te oigamos.
Orquídea se puso en pie y se aclaró la garganta.
— No, Pátera. No me ha pasado nunca. Y no quiero que me pase.
Hubo varias risitas ahogadas.
— Nunca le volverá a pasar a ninguna. Creo que os lo puedo prometer, y lo prometo. Orquídea, tú sabes a quiénes les ha pasado ya. ¿Quiénes son?
— Violeta y Crásula.
Seda hizo un ademán con el bastón.
— ¿Quieren levantarse, por favor?
Dos jóvenes obedecieron, reticentes, Violeta, una de las mas altas, de lacio pelo negro y ojos destellantes; Crásula, delgada y casi chata.
Seda dijo: -Esto no es todo. Sé que hay por lo menos una más. Si has estado poseída, levántate aunque Orquídea no te haya nombrado.
En la última fila Sangre sonreía; codeó a Mosqueta, que le sonrió a su vez mientras se limpiaba las uñas con un cuchillo de larga hoja. Las mujeres se miraban entre sí; unas pocas murmuraban. Lentamente, la menuda mujer morena se levantó.
— Gracias, hija mía -dijo Seda-. Sí, eres tú. ¿Se ha ido ya el demonio?
— Creo que sí.
— Yo también. ¿Cómo te llamas, hija?
— Amapola, Pátera. Sin embargo, le diré que no me siento del todo como antes.
— Entiendo. ¿Sabes, Amapola?, cuando antes hablé con Orquídea te mencionó, supongo… -iba a decir que tal vez porque físicamente era lo opuesto de Chenilla, pero a último momento continuó-:… porque eres muy atractiva. Puede que eso tuviera que ver con tu posesión, aunque no estoy seguro. ¿Cuándo fuiste poseída, Amapola?
— Ahora.
— Habla más alto, por favor. Creo que no todos alcanzan a oírte.
Amapola alzó la voz. -Ahora, hasta que usted dijo «Vete», Pátera.
— ¿Y qué sentías, Amapola?
La menuda, oscura muchacha empezó a temblar.
— Si te asusta demasiado no hace falta que nos lo cuentes. ¿Prefieres volver a sentarte?
— Sentía que estaba muerta. Ya no me importaba nada y estaba aquí mismo pero muy lejos. Veía las mismas cosas pero significaban cosas diferentes, no puedo explicarlo. La gente era hueca, como ropa que no lleva nadie, todos menos usted.
Violeta dijo: -Yo llevaba en el pelo mis mejores alfileres y dejé uno en el lavabo. No quería, pero lo dejé allí, y el desagüe lo arrastró y se lo comió, un alfiler muy bueno con una turquesa, y sin embargo a mí me pareció gracioso.
Seda asintió. -¿Y en cuanto a ti, Crásula?
— Yo quería volar, y volé. Me puse en pie en la cama y salté y más o menos volé por el cuarto. Él me pegó, pero no me importaba.
— ¿Eso fue anoche? Una de vosotras estuvo poseída anoche. ¿Fuiste tú, Crásula?
La delgada muchacha asintió sin hablar.
— ¿Fuiste tú entonces la que gritó anoche? Yo estaba aquí fuera, en la calle de la Lámpara, y oí gritar a alguien.
— Fue Orpina. A mí me había vuelto a pasar y estaba tirando cosas. Lo del vuelo fue la primera vez, el mes pasado.
Seda asintió, pensativo. -Gracias, Crásula. También debería agradecerles a Violeta y Amapola, y lo hago. Nunca antes había tenido la posibilidad de hablar con un poseído, y lo que me habéis contado puede serme muy útil.
Mucor se había ido; al menos ya no lo veía en ninguna de las caras que tenía delante. Durante el encuentro en la calle del Sol, Sangre le había dicho que había seres humanos capaces de poseer a otros; se preguntó si al menos no sospecharía que el demonio que había perturbado esa casa era su propia hija. Seda decidió que tal vez fuera mejor no darse más tiempo para pensarlo.
— Ahora vamos a cantar la canción que cantaremos en la ceremonia. De pie todos; daos las manos. Sangre: tú, Mosqueta y todos los demás cantarán con nosotros. Venid adelante y unid las manos también.
La mayoría ignoraba el Himno a todos los dioses, pero Seda les enseñó el coro y los primeros tres versos y al cabo logró una interpretación plausible, a la cual Mosqueta, que hablaba, muy rara vez, aportó una voz de tenor más que adecuada.
— ¡Bien! Esto fue el ensayo; dentro de un momento iniciaremos la ceremonia. Empezaremos fuera. Este bote de pintura y este pincel -Seda los exhibió-, ya están bendecidos y consagrados. Cinco de vosotros, elegidos entre los que viven aquí, participarán en la restauración de la cruz vacía en la puerta de la calle de la Música, mientras los demás cantamos. Sería mejor que entre los cinco estuvieran las tres que fueron poseídas. Después, en procesión, circundaremos la casa tres veces y nos reuniremos de nuevo aquí para la expulsión final.
Fuera, mientras unos niños sorprendidos miraban y señalaban a las mujeres, muchas de las cuales seguían vestidas a medias, Seda eligió a las representantes adicionales, seleccionando dos de complexión ligera entre las que parecían tomarse el acto más en serio. Al aire libre de la calle de la Música el Himno a todos los dioses sonó tenue y magro, pero una docena de haraganes se quitó el sombrero mientras Sangre y Lubina alzaban a hombros, por turno, a cada una de las cinco muchachas.
Gammadión a gammadión la casi borrada cruz vacía fue restaurada a la prominencia. Una vez añadida la línea de la base, Seda quemó el pincel y el resto de pintura en el turíbulo mayor.
— ¿No va a sacrificar? -preguntó Orquídea-. Los otros lo hicieron.
— Acabo de hacerlo -le dijo Seda-. Hay sacrificios que no precisan bestias vivientes, como el que habéis presenciado ahora. Si se requiriese un segundo sacrificio, ofreceríamos una bestia y trazaríamos el diseño sagrado en su sangre. ¿Comprendéis el sacrificio y por qué hacemos todo esto? Estoy dando por supuesto que el demonio entró en la casa por esta puerta, ya que es la única entrada exterior al manteón profanado.
Orquídea asintió, vacilante.
— Bien -sonrió Seda-. Como segunda parte del exorcismo propiamente dicho, marcharemos en procesión, circundando tres veces toda la estructura mientras yo leo las Escrituras Crasmológicas. Lo mejor es que vosotras caminéis detrás de mí y los cuatro hombres tomen posiciones que les permitan mantener el orden. -Alzó la voz en beneficio de toda las mujeres. — No hace falta que llevéis el paso como soldados. Es en cambio necesario que guardéis una sola fila y prestéis atención a lo que leo.
Sacó las gafas, las limpió en la manga y se las puso. Una de las jóvenes soltó una risita nerviosa.
¿Se habría reído así Jacinta, de haberlo visto con esas gafas pequeñas y siempre algo pegajosas ante los ojos? Seguro que sí: cuando habían estado juntos se había reído de cosas mucho menos ridículas. Por primera vez se le ocurrió que acaso se había reído porque estaba contenta. El mismo se había sentido contento entonces, aunque sin una razón clara.
Carraspeando, procuró recuperar aquellas emociones. No, contento no: dichoso.
Dichoso. Seda pugnó por imaginarse a su madre ofreciendo a Jacinta la pálida, verdosa limonada que todos los años bebían en los meses más calurosos, y fracasó totalmente.
— «Un demonio se violenta a sí mismo, primero, cuando se convierte en absceso, y en cáncer del mundo, por así decir; pues enfurecerse con una cosa cualquiera del Vórtice es separarse de ese Vórtice y su naturaleza última semidivina, en alguna parte de la cual están contenidas las varias naturalezas de todas las demás cosas. Segundo, un demonio se violenta a sí mismo cuando no se aparta de un hombre bueno y actúa contra él con la intención de hacerle daño.»
Seda se arriesgó a mirar atrás. Orquídea tenía las manos unidas en la oración y las jóvenes la seguían en orden decente, aunque al parecer a algunas les costaba oír. Alzó la voz.
— «Tercero, un demonio se violenta toda vez que sucumbe al placer del dolor. Cuarto, cuando representa un papel, sea actuando o hablando de modo insincero o falso. Quinto, cuando actúa o se mueve, siempre sin propósito…»
Habían completado la mitad del tercer y último circuito cuando arriba de las cabezas se hizo añicos una ventana, sometiendo a Grulla, próximo al final de la desordenada fila, a una lluvia de vidrios.
— Es sólo el demonio que se marcha -tranquilizó a las mujeres que lo rodeaban-. No gritéis.
Orquídea se había parado a mirar la ventana rota.
— ¡Es en mis habitaciones!
Desde la ventana, una voz femenina firme y vibrante habló como un trueno.
— ¡Mandadme a vuestro augur aquí arriba!