40
TUVIERON QUE ATRAVESAR todo el centro de Washington para llegar a su cita con Sir Geoffrey. Éste les esperaba en la licorería que había indicado y cuando vio que aparecían salió a la calle, sosteniendo cuidadosamente un paquete, y subió al automóvil acomodándose junto al asiento de Barney.
—¿Qué lleva ahí? —preguntó Lin, después que Sir Geoffrey diera a Jens la bienvenida a la libertad y Barney hubiera introducido nuevamente el coche al tránsito de la calle.
—¿Esto? Es vino —contestó Sir Geoffrey, reclinando su asiento tanto como pudo—. Un champagne muy bueno que puede gustarle a Clo. En este país no lo venden más que aquí.
—¿Nada más que una botella? —insistió Lin, sonriendo.
—Bueno, es sólo para nosotros dos —respondió Sir Geoffrey. gravemente—, y Clo apenas bebe, a estas alturas. En otra época… pero eso fue en otra época.
—¿Adónde vamos ahora? —quiso saber Jens.
—Al aeropuerto, para regresar a Merritt Island —explicó Lin—. Han organizado una pequeña recepción, para celebrar tu salida. No —añadió rápidamente, al ver que Jens cambiaba de expresión—, no es nada multitudinario. Apenas unos cuantos amigos como Bill Ward, por ejemplo. Poca gente, de verdad.
—Menos mal —suspiró Jens, volviendo a recostarse en el asiento—. Después de nueve meses allí dentro sales muy tranquilo. No creo que pudiera soportar bandas de cometas, al menos de momento. Además, lo que hay que celebrar no es mi salida, sino que Fedya haya conseguido llevar la Fénix Dos hasta Marte, tal como ha hecho. Esto, junto con la muerte de Tad, ha decantado nuestro futuro hacia el espacio.
—¿Recibía los periódicos? —se interesó Sir Geoffrey desde el asiento delantero.
—Oh, sí. He podido enterarme de todo: las señales de radio que indicaban que Fedya seguía con vida, la reacción popular en todo el mundo, todo. Por fin se dio la culpa a quien le correspondía, a la política de siempre.
Dirigió la mirada hacia Sir Geoffrey.
—Sin ánimo de ofenderle.
—¿Por qué no? —contestó Sir Geoffrey animadamente—. El sistema era bueno. La política de siempre ayudó a construir la Tierra. Hubo un tiempo en que no podía ver nada malo en ella, y no me avergüenza decirlo. Ahora bien, es evidente que fuera de la Tierra no sirve de nada. De acuerdo: en ese caso, se elimina. Yo ya lo he hecho. Y tampoco me avergüenzo de ello.
—Geoff —explicó Lin—, ha sido nuestro brazo derecho todo este tiempo. Sin él, no hubieras salido tan pronto. Jens. Él era el que sabía de qué cuerdas había que tirar y qué botones se debía oprimir… y cómo.
—¿Es cierto? —preguntó Jens a Sir Geoffrey—. ¿Qué opinión se formó el gobierno británico sobre estas actividades suyas?
—¡Oh, Señor! Estoy retirado. No hubiera podido hacerlo, de no ser así. Dimití inmediatamente después de su rueda de prensa. Ahora que estoy retirado, me arrepiento de no haberlo hecho antes. Puedo beber todo lo que quiera, cuando me apetece. Es raro. Había temido convertirme en uno de esos vejetes borrachos que todo el mundo evita en las fiestas, pero no ha sido así. Al cabo de un rato, me entra sueño y me duermo tranquilamente. Y, según me dicen, ni siquiera ronco.
Miró hacia Jens por encima del hombro, con aire de triunfo.
—¿Qué le parece?
—Notable.
—Ah, si —admitió Sir Geoffrey—. Se debe a un talento natural, supongo, pero yo jamás he sido lo que podría llamarse un hombre corriente, como los demás.
—La celebración de Merritt Island será por Fedya, también —prosiguió Lin. Jens se volvió hacia ella. Por detrás de su cara se veía la elevada pared acústica que protegía la autopista de hormigón, una forma momentánea de color negro que indicaba que estaba atravesando una zona urbana donde se exigía silencio.
—¡No pensarán ponerme en el mismo cesto que Fedya! —se escandalizó Jens.
No. no. No es eso. Es sólo que las dos cosas han sucedido a¡ mismo tiempo. Tú acabas de ser liberado y Fedya llegó a Marte hace diez días. Si sigue el programa que le calculan, aterrizará hoy en la superficie.
—Tanta distancia… —murmuró Jens, para sí, con los ojos dirigidos a la negrura movediza de la pared que tendía, semejante a la oscuridad que separa las estrellas en el espacio, un puente entre esta autopista de la Tierra y los polvorientos cráteres de color óxido en el suelo de Marte—. Tanta distancia…
Como Jens había dicho, los nueve meses de vida en reclusión habían ejercido cierto efecto sobre él. Después de la primera hora, la gente y los sonidos de la fiesta comenzaron a abrumarle. Empezó a buscar a Lin, con quien quería hablar a solas. Todavía no le había contado el sorprendente cambio de actitud del gobierno respecto a su libro. Algo en su interior le había hecho reservar esa información para poder sorprenderla en una conversación privada entre ellos dos.
En esos momentos transcurría la mitad de la tarde. La fiesta se celebraba en la mansión de la duquesa, que parecía haberse convertido, además, en la residencia no oficial de Sir Geoffrey. No era la misma casa que había ocupado anteriormente, sino un hogar increíblemente modesto (para ella), a unas dos millas de distancia, que adquirió cuando decidió en forma inesperada, como Lin había contado a Jens, instalarse definitivamente en ese lugar, y no en las Indias Occidentales.
La casa, por consiguiente, no era más que una construcción amplia y moderna con cuatro dormitorios, un estudio, una biblioteca, piscina, un espacioso jardín con un canal privado que daba al Banana River, y un cobertizo para botes y un muelle de madera donde estaba atracado un yate de diez metros con un puente movible. Ella y Sir Geoffrey utilizaban a menudo el yate para salir navegando a cenar. Lo más sorprendente era la escasez de criados. El pelotón de jóvenes con acento castellano había regresado a España, siendo sustituidos por una mujer que acudía dos veces por semana y un equipo de mantenimiento que venía una vez a la semana.
De todas formas, la casa y el terreno seguían siendo lo bastante grandes para que Jens tuviera dificultades para encontrar a Lin. Ahora, la mayor parte de los invitados estaban congregados al aire libre, en torno a la piscina. Buscando por la casa, terminó encontrándola en la cocina, amplia y aireada. Estaba con la duquesa, limpiando la vajilla en un fregadero situado bajo un amplio ventanal desde el que podía verse la piscina y un grupo de hamacas que acogían a Sir Geoffrey y algunos otros invitados.
—Hola —saludó Jens, entrando en la cocina—. ¿Se ha estropeado el lavavajillas?
—Está lleno —explicó Lin—. ¿Qué haces aquí?
—La vida social todavía no me atrae tanto como pensaba. ¿Puedo ayudar en algo?
—Puedes relevar a Clo —contestó Lin. Dejó el plato que acababa de secar y comenzó a desabrochar los lazos del delantal que llevaba la duquesa—. Anda Clo, ve a hacer de anfitriona. Ya nos encargaremos nosotros de esto.
—Primero guardaré esta cristalería que ya está limpia —respondió la duquesa. Incluso arreglando la cocina seguía teniendo aspecto de tener en sus manos el destino de varios gobiernos. Pasó junto a Lin, que comenzaba a anudar el delantal en torno a Jens, y empezó a guardar ordenadamente los vasos de vino limpios en uno de los muchos armarios de que estaba provista la cocina.
Jens, con el uniforme de trabajo, introdujo las manos en el fregadero, lleno de agua tibia y jabonosa, y le pareció agradable. Desde la ventana le llegó claramente la voz de Sir Geoffrey.
—¿La sensibilidad? Excelente para la mayoría, sin duda.
Jens miró al exterior y vio que Sir Geoffrey estaba hablando con un joven alto, de cabello negro, que no llegaba a los treinta años, y una chica más baja, muy bonita, aproximadamente de la misma edad. Su memoria, tras cierta búsqueda, le proporcionó la información de que se trataba de Del Terrence y su esposa Jonie. Del era el representante de la firma Laserkind que había dejado la empresa tras la avería del lasercom, y que ahora trabajaba para Disney World.
—Yo nunca tuve mucha sensibilidad —decía Sir Geoffrey, con la vista fija en sus dos oyentes—. No nací con ella, eso es todo. Para llamar mi atención hacia falta que me dieran primero con un azadón en la cabeza. Sin embargo, después de eso casi siempre procuraba hacer lo debido. Es como cuando perdí el juicio y me pasé al bando del joven Wylie, después de esa rueda de prensa que dio…
La duquesa rió entre dientes.
—Al bueno de Geoff le encanta hablar de eso. ¿Ha observado que cada vez que lo cuenta se pone un poco más en el papel del héroe, y usted va quedando poco a poco en la sombra?
—Si —contestó Jens—, pero no me importa. Me gusta Sir Geoffrey y, verdaderamente, se jugó el cuello por ayudarme.
—Es verdad. Pero, aun así. Geoff vio su oportunidad de retirarse con un gesto glorioso, honorable o no. pues eso le tenía sin cuidado, y la aprovechó. ¡Escúchele ahora!
—Así que, ¿qué podía hacer yo? Después de haber estado obstruyendo a la policía y mintiendo a los del FBI, y todo lo demás, no me quedaba sino dimitir. Pero todo ha sido para bien. Ahora soy libre de venir a sitios como éste, y puedo beber cuanto quiera sin dejar en mal lugar a mi gobierno. Siempre deseé que llegara este día, aunque también lo temía un poco. Se lo estaba contando a Wylie y Lin cuando veníamos, era una de mis preocupaciones.
Tenía miedo de acabar como un viejo tambaleante que no puede decir dos palabras comprensibles. Pero, al fin y al cabo, no ha sido así. Cuando tomo una copa de más, o un par de ellas, sencillamente me entran ganas de echar una siestecita —se acomodó más profundamente en su hamaca—. Como ahora —explicó, cerrando los ojos. Del y Jonie se levantaron de sus asientos y se marcharon hacia un extremo de la piscina.
—Bueno —dijo la duquesa, con tono satisfecho—. No hay que preocuparse por ellos, pero quizá sea mejor que vaya y compruebe si hay alguien que quiera algo.
Salió de la cocina. Jens miró en su dirección.
—Nunca me la había imaginado de esta forma. Parece feliz, ¿verdad?
—Lo es —respondió Lin.
—Pero es un bajón, ¿no?, después de la mansión, los sirvientes y la intriga internacional… si es que verdaderamente se dedicaba a eso.
—Creo que prefiere a Geoff por encima de todo eso. No dejes que te engañe su forma de hablar de él.
—Supongo que es cierto —contestó Jens, fregando los platos—. Al menos, él parece tener bastante felicidad como para diez personas. También me gusta mucho la nueva esposa de Barney. ¿Cómo has dicho que se llama?
—Aletha.
Jens se detuvo, sosteniendo un plato en el aire.
—Entonces ya sé quién es. Era camarera en el Holliday Inn.
Lin miró hacia él con curiosidad.
—¿La conocías de antes?
—Bueno, no es que la conociera, exactamente. Estaba un día en el bar, con Barney…
La voz de Jens permaneció flotando en el aire. Miró hacia Lin con un gran deleite, que no se refería tanto a ella misma (aunque si fuera parte de él) como a los hilos que veía de nuevo: hilos escarlatas, dorados y negros, de ningún color y de todos los colores, que formaban el tapiz que había imaginado meses antes, soñando despierto junto a Lin poco antes del lanzamiento. El magnífico diseño no era otra cosa que esta empresa humana, egoísta y noble, falible y gloriosa, siempre llena de defectos.
¡Naturalmente! Ésta era la visión que su libro necesitaba, la imagen que lo uniría todo. Aletha sería uno de los hilos de fondo, un hilo que ahora se unía en el tapiz al hilo de Barney, cambiando los destinos de ambos y afectando de alguna manera a lo que ocurriría en los decenios y siglos siguientes, en los oscuros límites del sistema solar y aún más allá. Igualmente, estaba ese Del Terrence, cuya honestidad le había llevado de Laserkind a Disney World, dedicando así sus conocimientos a la construcción de modelos para un nuevo ambiente humano, aunque el dinero de su paga procediera del mundo del espectáculo. También él era otro hilo, con su propio y sinuoso recorrido, ocultándose y apareciendo entre la trama y la urdimbre del fondo.
Todos los elementos del diseño estaban ahora a su alrededor, hasta los que habían quedado ocultos para él, como Albert Gervais, el agente de seguridad. También Gervais debía haber tenido su parte en el tapiz, aunque Jens probablemente nunca llegaría a conocerla completamente. Él mismo, Lin, Geoffrey, la duquesa, los martenautas. Fedya que estaba en Marte, todos tenían su lugar en el tapiz, todos eran parte de él. La ausencia de cualquiera de ellos hubiera hecho que el resultado final fuera necesariamente distinto. Y sin él, el hijo del senador Wylie, el diplomático de pacotilla, el antiguo periodista, la historia hubiera cambiado mucho. Y por Dios, por las estrellas, por cualquier cosa que la raza humana encontrara apta para jurar en su nombre en el curso de su avance incesante por la ilimitada extensión que abarcaba el tapiz, lo que él había hecho con todo ello permanecería, sería la primera y la mejor explicación a toda la raza sobre la naturaleza de lo ocurrido. Este súbito destello de comprensión fue tan intenso que Jens debió reunir todas sus fuerzas mentales para regresar al presente, a la cocina, donde Lin le miraba con curiosidad.
—¿Qué te pasa? —preguntó Lin.
Jens descubrió que todavía no estaba en condiciones de explicarle sus pensamientos. Primero tenía que estructurarlo en su propia mente. Por la noche…
—Acabo de recordar algo —explicó—. He estado esperando el momento oportuno para contártelo. Quería que estuviéramos asolas. ¿Sabes que Selden Rethe me llevó a ver a Paul Fanzone antes de encontrarme con vosotros?
—Sí, claro.
—Bueno, pues Sel me dijo que el gobierno no piensa poner obstáculos a la publicación de mi libro, después de todo. Más bien al contrario. Les interesa. Paul llegó a ofrecerme toda la ayuda que necesite en cuestión de datos e informaciones.
—¡Oye! —exclamó Lin alegremente—. ¡Eso es maravilloso!
Jens empezaba a rodearla con sus brazos cuando se dio cuenta de que sus manos estaban chorreantes de agua jabonosa, y las enjuagó apresuradamente en su delantal antes de abrazarla.
—En realidad, aunque sólo cumplan la mitad de su promesa —prosiguió, separándose otra vez de Lin—, hay gran cantidad de material que no me atrevería a utilizar si no dispongo antes de los datos exactos, y el resto del libro está lleno de argumentos cuya precisión debo comprobar primero. Datos y cifras, ya sabes. Las conclusiones no sirven de nada si el autor, por lo menos, no tiene datos y cifras para respaldarlas.
—Mira —interrumpió Lin, empujándole hacia el estante lleno de platos puestos a secar—, si piensas quedarte aquí hablando, déjame a mí el fregadero. Así se hará la mitad del trabajo, al menos.
—Bueno… —Jens dejó que lo apartara. Tomó un plato y un paño de cocina y empezó a secarlo—. Pero ya ves lo que eso significa. Tal como están ahora las cosas, sólo es cuestión de elegir entre dos editores. Si el gobierno me concede acceso a la información que me hace falta, dentro de tres meses puedo tener un manuscrito acabado, listo para imprimir, y, elija el editor que elija, ambos me han hablado ya de mi próximo libro. Ya comprendes lo que esto quiere decir. Barney siempre me decía que me casara contigo y que tú me mantendrías hasta que mis escritos funcionaran. Ahora se ha invertido la situación. Puedo casarme contigo y mantenerte, hasta que funcionen tus escritos.
—¿Me lo dices o me lo preguntas?
—¿Cómo? Oh. perdón. Te lo pregunto, claro. Te casarás conmigo, ¿verdad?
—Pues claro, tonto.
—¿No te parece algo sorprendente? —preguntó Jens, tras otra pequeña pausa dedicada a lavar y secar más platos—. ¿No es extraño el modo en que va sucediendo todo? Le dije a Fanzone que, en mi opinión, la historia era una especie de caída hacia delante, como en el rugby. Y es así, realmente. Fíjate cómo en este caso todo el mundo cometió errores y, sin embargo, se hizo lo que debía hacerse. ¿Sabías que yo hubiera querido ser un astronauta?
—Lo imaginaba —contestó Lin.
—Lo digo en serio. ¡Oh!, ya sabía que era una esperanza completamente ilusoria. Sabía mejor que casi nadie cuántos cientos de miles de personas más aptas que yo existirán siempre. Pero no podía dejar de soñar con aquella idea, como el espectador de un partido de fútbol puede soñar tontamente que el defensa famoso queda imposibilitado, de alguna forma, para seguir el partido y, por alguna extraña razón, van a pedirle a él precisamente, de todos los miles de personas que llenan el estadio, que lo sustituya. Y ese espectador lo haría. Y le saldría bien. Mi sueño era algo por el estilo, y por supuesto no se cumplió jamás. Sin embargo, va a suceder algo igualmente ilusorio e imposible: voy a acabar mi libro y lo publicarán. Y será un buen libro, Lin.
—Será uno de los grandes libros.
Jens la contempló en silencio. Poco a poco, se dio cuenta de que seguía sosteniendo un plato en la mano, sin hacer nada con él. Lo dejó sobre el mármol de la cocina y se aproximó a Lin. Ella seguía inclinada sobre el fregadero, con las manos en el agua, pero Jens la abrazó por detrás y la estrechó contra sí, sintiendo lo increíblemente cálida y viva que era.
Lin empezó a sacar sus manos del agua, pero cambió de idea y las dejó donde estaban, aunque echó su cabeza hacia atrás para que sus mejillas se rozaran.
—Tú y tus dragones —murmuró Lin. Tras ella. Jens creyó ver la sombra del senador, su padre, que le miraba con ojos especulativos y cansados, pero impresionado a su pesar. En ese momento se dio cuenta de que Lin y el senador tenían mucho en común.
—Tal vez… —parecía estar diciendo el senador—. Bueno, tal vez…