32

CUANDO EL APARATO DE DESPEGUE y aterrizaje vertical comenzó a descender en línea recta, como un ascensor, desde la altura de crucero de unos seiscientos metros hasta la pista preparada tras la Casa Blanca, sus motores emitieron un zumbido grave que Jens creyó que le iba a perforar los tímpanos. Estaba sentado junto a una ventanilla, donde rebotaban gotas de lluvia. Hacia el este, el firmamento comenzaba a llenarse con la luz del alba.

Al fin tocaron tierra y se abrió la portezuela. Saliendo uno tras otro al exterior. Jens y Bill fueron recibidos por Selden Rethe, medio empapado bajo un paraguas sostenido por quien era, sin duda alguna, un agente de seguridad de la Casa Blanca.

—¡Por aquí! —indicó Selden.

Abrió el camino, a buen paso, hacia la puerta lateral de un edificio que podía formar parte de la estructura de la Casa Blanca, o no. En la oscuridad resultaba imposible decirlo, y menos con el destello de las luces que rodeaban la pista de aterrizaje. Enseguida se hallaron a cubierto, caminando por un pasillo estrecho pero cubierto con una gruesa alfombra, y pronto llegaron frente a un par de puertas que. al abrirse, dejaron ver un ascensor.

—Por favor, Jens, espéranos aquí —pidió Selden.

Entró con Bill Ward en el ascensor y las puertas se cerraron tras ellos. Jens comenzó a pasear nerviosamente por el pasillo. Al cabo de unos pocos minutos, el ascensor se abrió y reapareció Selden, solo, que apoyó amistosamente una mano sobre el hombro de Jens.

—Ven conmigo —dijo.

Se internaron un poco más por el corredor y luego, giraron en ángulo recto por un pasillo bastante más amplio, hasta detenerse ante una puerta que conducía a una especie de biblioteca u oficina, espaciosa y confortable.

—Siéntate —invitó, señalando uno de los mullidos sillones—. ¿Qué te apetece? ¿Algo de comer?

—Café —pidió Jens, sonriendo con esfuerzo—. Me alimento de café.

—Yo también —contestó Selden. Dio las órdenes pertinentes utilizando el teléfono que había sobre una mesa y, luego, se dejó caer sobre un sillón vecino al de Jens—. Ahora, cuéntame algo más de este asunto.

—No sé nada más —advirtió Jens—. Bill Ward me contó lo mismo que a ti por teléfono. No creo que él sepa más, tampoco. Tan sólo lo que le dijeron los martenautas por el LCO.

—¿Qué significa LCO, exactamente?

—Sistema de comunicaciones por láser —explicó—, Kennedy se mantiene en contacto con los vehículos de la expedición gracias a un haz coherente de luz. Transmite incluso imágenes.

—Ya veo. De todas formas, no creo que ninguno de vosotros dos sepa lo que es despertar a un Presidente. Y despertarle con malas noticias… —se interrumpió, mordiéndose el labio inferior—. Lo más duro es tener que creer todo lo que nos dicen los técnicos en base sólo a su palabra. Yo, personalmente, no lo comprendo. Si llevan más de cuatro semanas de viaje, ¿cómo es que pueden volver aquí en trece días, como dicen?

Jens parpadeó.

—¿No lo comprendes? —preguntó.

Selden le devolvió la mirada, con las cejas fruncidas.

—Eso he dicho. ¿Por qué te extraña tanto? La mayoría de la gente comenzará a preguntarse lo mismo, una vez se hagan públicas las noticias. Querrán saber esto y otras cosas todavía menos razonables.

—Pero… —comenzó Jens y se detuvo inmediatamente. Por un instante había creído que Selden no le hacia esa pregunta en serio. Ahora se daba cuenta de que era así, y lo que ello implicaba le produjo un sobresalto. Era como abrir una puerta creyendo que daba a un armario pequeño y encontrarse con una vasta extensión oscura de inconcebibles dimensiones. Que una persona actual, con inteligencia y cultura, pudiera demostrar tal ignorancia era bastante malo. Pero que fuera el secretario privado del Presidente de los Estados Unidos, el mismo hombre que le había ayudado a conseguir su nombramiento como subsecretario, eso era increíble.

—Hace seis meses que todos los periódicos están publicando las gráficas. Tienes que haberlas visto.

—¿Gráficas? Ah, te refieres a las órbitas de las naves, y los planetas y todo eso. Claro que las he visto, Jens, pero no he tenido tiempo de estudiarlas. Ya sabes cómo es Washington. Mientras tenga este cargo, no me quedará mucho tiempo para estudiar diagramas de vuelo espacial.

—Pero ahora quieres saberlo.

—¡Ahora tengo que saberlo! —Selden se levantó bruscamente de su asiento al oír un golpe en la puerta. Se aproximó, abrió, dijo unas pocas palabras y volvió a cerrar. Regresó portando una bandeja con una cafetera, tazas, cucharillas, crema de leche y azúcar. Depositándola sobre la mesa, llenó dos tazas con el líquido oscuro y humeante.

—¿Azúcar? ¿Crema? —preguntó a Jens.

—Solo —respondió éste. Selden le acercó una de las tazas.

—Ahora tengo que saberlo —repitió Selden, más tranquilo, mientras volvía a ocupar su sillón frente a Jens—, porque tendré que explicárselo a muchas otras personas: al hombre de arriba, para empezar. Así, pues, te lo pregunto. Si han tardado todo este tiempo en llegar a donde están, ¿cómo pueden volver en trece días?

Jens tomó un sorbo de café, estudiando al otro por encima del borde de la taza. En su interior se estaba desarrollando una especie de curiosa reacción química que nunca hubiera creído posible en alguien como él. De pronto, con un súbito relámpago de claridad, comprendió que los expertos siempre le habían tratado con superioridad, comenzando por su padre senador. Después de eso, se había cruzado con una buena cantidad de expertos que tras husmearle superficialmente, le trataban como a un completo ignorante: los periodistas profesionales en el diario de su padre, los administradores de la propiedad y los ejecutivos de la oficina de prensa de Washington, cuando estuvo destinado allí. Luego habían sido los políticos de Capítol Hill y de la Casa Blanca y más adelante los delegados internacionales como Sir Geoffrey y Verigin. Incluso Lin le trató una vez como si necesitara la mano benevolente de una persona más experta y mejor informada. Ahora, se dio cuenta de pronto, con absoluta certeza, de que más de la mitad de la culpa había sido suya. Ante toda esa gente había adoptado siempre una postura inferior, sin proponérselo siquiera, invitándoles así a que ejercieran en él su autoridad.

Del mismo modo, automáticamente, había admitido el papel de subordinado de Selden Rethe. Ahora, no sin cierto asombro, se daba cuenta de que Selden recurría a él como a una persona de autoridad, en busca de información y ayuda. En realidad, durante todo el tiempo. Selden había sabido que él era más fuerte, el auténtico experto.

Sobresaltado. Jens recordó que el otro seguía esperando una respuesta. Hurgando en los bolsillos de la chaqueta, extrajo un tarjetero y un bolígrafo. Tomó una tarjeta en blanco y dibujó tres puntos, uniendo con círculos los dos de los extremos.

—¡Nada de gráficos! —protestó Selden—. ¿Es que no puedes explicármelo en lenguaje corriente?

—Como quieras. —Jens dejó a un lado la tarjeta—. No se trata de una comparación exacta, pero imagina que tú y yo salimos de Nueva York en sendos coches a cien por hora. Yo me dirijo a Los Angeles y tú vas a Seattle. Digamos que yo, en mi automóvil, soy la Tierra: tú y tu coche sois las dos naves de expedición, y nuestra velocidad es constante. Tras varios días de viaje, seguimos al mismo nivel, pero separados. Tú estarías al oeste de Chicago cuando yo estuviera en Des Moines, Iowa.

Se detuvo y miró al otro hombre para ver si le seguía. Selden asintió.

—En este punto —prosiguió Jens—, sucede algo imprevisto y quieres volver a reunirte conmigo en la carretera de Los Angeles. No puedes limitarte a girar hacia el sur y conducir hasta Des Moines, porque yo sigo moviéndome hacia L.A. a cien kilómetros por hora. Cuando llegaras allí, yo ya no estarla. Igualmente, la Fénix Uno y la Dos no pueden dar la vuelta y disparar sus motores hacia donde está la Tierra ahora, porque ya no estaría cuando llegasen. Siguiendo con el ejemplo, tú dirigirías el coche hacia el suroeste, calculando la velocidad y la distancia de modo que nos cruzásemos en un punto como Rapid City, en South Dakota, por delante de mi posición actual. Así, los dos llegaríamos a ese punto más o menos al mismo tiempo.

Se detuvo otra vez.

—Muy bien. Hasta ahora, te sigo perfectamente. ¿A dónde quieres ir a parar?

—Quiero ir a parar al hecho de que la distancia entre el oeste de Chicago y Rapid City. South Dakota, no es tan grande como la distancia de Nueva York al oeste de Chicago. En otras palabras, nuestros automóviles llevan quizá dos días separados, pero basta con poco más de medio día para que estén juntos de nuevo.

Selden asintió otra vez, y mientras aún estaba moviendo la cabeza sonó el teléfono de la mesa. Se puso en pie y conectó el aparato. Jens oyó una voz, pero sin llegar a distinguir lo que decía.

—Sí, señor —respondió Selden. Desconectó y regresó hacia Jens.

—Nos llaman de arriba —explicó.

Jens se levantó y le siguió fuera de la habitación. Mientras avanzaba, pensó que era posible que hasta Paul Fanzone. el Presidente de los Estados Unidos de América, se encontrara como Selden Rethe, más dispuesto a hacer preguntas que a ofrecer respuestas. 

La habitación donde llegaron Jens y Selden estaba dos pisos más arriba y se trataba de otro despacho, pero mucho mayor y amueblado con más lujo. Bill Ward estaba rígidamente sentado en un sillón negro y Fanzone recorría una y otra vez la alfombra.

—Adelante. Tomen asiento. —Fanzone, cuando estuvieron dentro, les señaló sendas butacas. Jens y Selden se acomodaron junto a Bill Ward.

—Atiendan un instante —comenzó Fanzone, volviéndose hacia Bill Ward—. Han hecho lo correcto. Cuando digo «han», me refiero a todo el personal del Cabo. Han hecho lo correcto al venir discretamente a mí, de esta manera, aunque será mejor que no se sepa públicamente que han venido a hablar conmigo. Si alguien quiere sospechar, que sospeche, pero que nadie lo sepa con certeza. Quiero que vuelva con Jens a Florida, inmediatamente. ¿Sel?

—¿Señor?

—¿Hay algún aparato listo para llevarlos de vuelta?

—Está esperando —respondió Selden.

—Muy bien. Ahora. Bill, quiero que hable otra vez con los martenautas, tan privadamente como pueda. Puede hacer eso, ¿no es cierto?

—No hay manera de que nadie pueda interceptar la comunicación por láser. No es como la radio.

—Pues hable con ellos. No les diga que me ha visto ni que ha hablado conmigo. Dígales simplemente que comunicó el asunto a sus superiores inmediatos en la Agencia del Espacio que han decidido aplazar la interrupción del viaje a Marte hasta que hayan sido informados, al menos, todos los gobiernos que participan en la expedición, lo que puede dar lugar a cierto retraso. No más de veinticuatro horas, probablemente. ¿Puede hacerlo?

—Sí, señor —respondió Bill—, pero…

—No se preocupe de nada más —pidió Fanzone—. Simplemente, haga lo que le he dicho. ¡Usted. Jens!

—¿Si, señor?

—Vamos a tener que darle más autoridad que hasta el momento —comenzó Fanzone—, Tan pronto como regrese, quiero que haga dos cosas. En primer lugar, reúnase con los delegados de los distintos países y dígales que yo le he pedido personalmente que usted les informase, en privado, sobre la decisión de interrumpir el viaje. Luego, explíqueselo. Deles toda la información sobre las averías de las naves, pero no sugiera que hay nada más en el asunto, ni que ha habido ningún contacto especial entre usted y yo. Dígales que le llamé por la mañana temprano para pedirle que hablara con ellos. ¿Puede hacerlo?

—Sí.

—Lo segundo que tendrá que hacer, después, recuérdelo bien, después de pasar toda la información a los delegados internacionales y darles una o dos horas de tiempo para que se pongan en contacto con sus gobiernos, es convocar una rueda de prensa. Usted es capaz de llevar una conferencia de prensa por sí solo, ¿verdad? ¿Es capaz. Sel?

—Sí, señor. Puede hacerlo.

—Tampoco debe decir nada a los periodistas que involucre a la Casa Blanca, excepto que se decidió que fuera usted quien diera la noticia al público por ser el representante formal de nuestro gobierno en el lugar de los hechos. Diga todo lo que sabe respecto a los martenautas y su situación, excepto lo que se le ha dicho que no mencione. Dígales que la decisión de interrumpir la expedición aún no se ha tomado, pero que es lo más probable. Eso es todo. Bueno, además, cuando haya terminado, póngase en contacto con Selden por un circuito codificado y dele un informe de las reacciones obtenidas. ¿Lo ha comprendido todo?

—Sí, señor Presidente —contestó Jens—. No hay que mencionar lo que el señor Ward…

—No, Sel, ¿quieres acompañarlos a su avión? —Los tres hombres se pusieron en pie—, y, Sel…

—¿Si, señor? —Selden se detuvo y dio media vuelta.

—Tan pronto como despegue el avión, regrese aquí —solicitó Fanzone—. Tendremos que echar el programa de hoy a la papelera y preparar otro completamente distinto.

Bill Ward estaba sentado ante la pantalla de LCO, encorvado hacia delante, hablando con Tad.

—Jens Wylie ha convocado esta mañana a los representantes de todos los países y les ha explicado la situación —decía Bill—. Además, también dio una rueda de prensa después del almuerzo y comunicó la noticia a los periodistas. Las cosas se van moviendo.

—Pues que sigan moviéndose —contestó Tad—. ¿Dijiste veinticuatro horas?

—Sí, pero podría ser antes.

—Tendrá que ser antes —advirtió Tad. Tal como aparecía en la pantalla, no se le veía un solo cabello en la cabeza y sus facciones estaban tan hundidas que parecía casi una calavera, impresión que la calvicie tendía a confirmar.

—Hablando de todo —preguntó Bill—, ¿cómo te encuentras?

—Bien —respondió Tad—. Estoy muy bien.

Jens Wylie estaba sentado en la sala de su propia suite, con la alfombra ante su butaca cubierta con casi una docena de ejemplares de periódicos en distintos idiomas. Lo había hecho lo mejor que había podido: pero los titulares, como siempre, habían cargado las tintas.

CATASTROPHE FRAPPE LE VOL MARTIEN decía el periódico junto su pie derecho. SPACECRAFT BOTH FAIL anunciaba el siguiente, y así todos los demás, hasta dar la vuelta al mundo.

Quizá fuera preferible que se precipitaran al anunciar la tragedia, pensó, al menos en cierta forma. Luego, si se salvan cinco de los seis martenautas…

Deseó que Lin hubiera vuelto. Sentía necesidad de hablar con ella.

Sin embargo, fuese cual fuese el curso de los acontecimientos, tarde o temprano llegarían los cazadores de brujas, buscando alguien a quien culpar por el fracaso de unas esperanzas artificialmente construidas.

Masaharu Tatsukichi, el delegado japonés para el espacio, estaba sentado, hablando con Anoshi. Cada uno de los delegados había solicitado hablar con el martenauta de su propio país, y aunque las Fénix Uno y Dos seguían atareadas en los trabajos de reparación, era posible disponer breves entrevistas de vez en cuando. Guenther ya había hablado con Bern y Ambedkar con Bap.

—Lamentable —decía Masaharu a Anoshi—, que tan altas esperanzas deban terminar trágicamente.

—Lamentablemente para todos —respondió Anoshi.

—Naturalmente —asintió Masaharu—, pero he podido advertir su intenso deseo de haber visto completa la expedición, por lo que le ofrezco mi simpatía a nivel personal.

—Agradezco profundamente su gesto. Las pérdidas personales, sin embargo, no son nada si se consideran junto a las mayores pérdidas en otros órdenes…

Verigin habló con Fedya.

—Entonces, a bordo de ambas naves se está haciendo todo lo que se puede, ¿no es así?

—Sí.

Verigin se adelantó hacia la pantalla para examinar más de cerca el rostro de Fedya, y su voz se suavizó.

—Muchacho —exclamó—, estás muy delgado. Muy delgado y muy pálido. ¿No habrás estado expuesto a la radiación tú también, verdad?

—No —contestó Fedya—. Sólo estoy cansado. Todos lo estamos.

Tad flotaba medio dormido en una nube de incomodidad. Estaba demasiado cansado para permanecer despierto, pero demasiado agotado físicamente para entregarse tranquilamente en brazos del sueño. En su mente se agitaban vagos pensamientos junto a fragmentos de sueños. La mayor parte de las reparaciones que podían hacer a bordo de ambas naves ya estaban hechas. Era el cuarto día desde que Bill les anunciara la decisión de interrumpir la expedición, y aún no se había recibido confirmación definitiva desde el control de la expedición. Jens, con quien había hablado por última vez cuando se permitió a los martenautas entrevistarse con los delegados de sus naciones, no había logrado explicarle satisfactoriamente por qué era necesario tanto retraso.

—Todos los gobiernos quieren estudiar bien su decisión. Todos temen estar firmando algo que puede comprometerles más adelante.

—¡Lo que nos pasó a nosotros no tiene nada que ver con los gobiernos! —exclamó Tad, con sarcasmo—. Fue un programa sobrecargado y una erupción solar.

—Ya lo sé —respondió Jens, que en esos momentos se sentía muy desdichado—. Y también sé cuánto cuesta esperar, pero…

Pero, pensó Tad, en su niebla de incomodidad, la Fénix Uno y la Fénix Dos no podían esperar para siempre. Él, al menos, no podía esperar. La importancia de tomar medidas rápidamente no parecía imponerse a Jens ni a ninguno de los de la Tierra…

Se incorporó al ver la figura de Bap, que se había acercado a su cama en la oscuridad. Bap sonreía y llevaba una jeringa hipodérmica en las manos.

—Algo nuevo que se les ha ocurrido a los doctores de la base para tenerte en forma —explicó.

—¿Qué cosa nueva…? —comenzó a preguntar Tad, pero Bap ya estaba aplicándole la inyección. En realidad, no le importaba, pero fuera lo que fuera, ejercía deprisa su efecto. Apenas había terminado Bap de retirar la aguja del brazo cuando la enfermedad que hacía temblar todo su cuerpo comenzó a apaciguarse. La sensación de malestar desapareció, y su profundo agotamiento le hizo caer dormido.

—Funciona —murmuró a Bap, que seguía junto a la cama—, funciona correctamente. Eso está bien. Voy a necesitar un buen sueño.

—Sí, vas a necesitarlo —asintió Bap.

Bap continuó junto a la cama de Tad hasta que su respiración comenzó a ser más sosegada. Luego, salió de la cabina y regresó al nivel A por el tubo de acceso. Allí le esperaba Anoshi, con Fedya, Dirk y Bern.

—Está durmiendo —anunció Bap, nada más aparecer por la escotilla—, pero los efectos no durarán mucho tiempo. Debería despertar dentro de tres o cuatro horas, como mucho.

—Bueno —contestó Fedya—, entonces será mejor que me ponga en marcha.

Dirk y Bern le ayudaron a vestirse el traje espacial.

—¿Qué pasará si el control se retrasa en darnos los datos del primer salto? —especuló Bap.

—En ese caso, tendrás que hacer el primer salto basándote en nuestros propios datos —respondió Fedya—. Te lo digo como una orden, ya que ahora soy yo el comandante.

—Sí, señor —asintió Bap. Sin embargo, la sonrisa que acompañaba sus palabras se desvaneció enseguida. Bern y Dirk estaban ajustando el casco de Fedya. Tan pronto como terminaron con él, se apartaron unos pasos mientras Bap le tendía su mano.

Fedya la estrechó. No se dijeron nada. Moviéndose con torpeza y lentitud, Fedya recorrió el círculo casi perfecto que formaban Anoshi, Bern y Dirk, estrechando igualmente sus manos. Luego, les dio la espalda y comenzó a andar hacia el tubo de acceso, para llegar a la compuerta tres.

Por fin, emergió de la compuerta tres encontrando la inmutable claridad y oscuridad del espacio. La unidad propulsora ya estaba instalada sobre sus hombros, pero esta vez no era lo único con que contaba para cruzar el vacío que le separaba de la Fénix Dos. Tomando un cordón de un metro, aproximadamente, con un extremo fijo en el cinto de herramientas de su traje espacial, cerró el mosquetón del extremo opuesto alrededor del cable que unía ambas naves. Se separó del casco de la Fénix Uno y activó los propulsores, deslizándose a lo largo del cable hacia el otro vehículo.

Una vez allí, soltó la cuerda del cinturón. Se dirigió hacia el cable, con intención de desatarlo, pero cambió de idea. Con la inercia de la Fénix Dos, el cable saltarla como un hilo al primer empuje de los motores de la Fénix Uno. Se abrió camino hacia la cubierta A y, a solas, se despojó del traje espacial.

Acomodándose frente a la consola de control, envió una llamada de LCO a la Tierra.

—Ha habido un ligero cambio de planes, aquí —explicó Fedya al ingeniero de comunicaciones que estaba de servicio—. No podemos esperar más. Si no recibimos sus datos antes de cuatro horas, procederemos al primer impulso con nuestras propias cifras.

—¡Un momento! Yo no tengo nada que ver con esto, Bill Ward está en su casa: deje que lo traiga aquí y hable con él.

Fedya sacudió la cabeza.

—No hay nada de qué hablar —respondió—. No estamos pidiendo a control de expedición que nos autorice a actuar: estamos informando a control de expedición de que vamos a actuar, ahora mismo. Seguiremos el plan de Tad. Un hombre permanecerá en la Fénix Dos para transmitir los datos a la Fénix Uno, donde volverán los otros cinco. La única alteración es que Tad pilotará la Fénix Uno y yo me quedaré a bordo de la Fénix Dos.

—Espere un poco. Fénix Dos —suplicó el ingeniero—. Déjeme hablar con Tad.

—No se puede hablar con Tad. Está descansando antes de emprender el regreso con la Fénix Uno. Además, ya no es el comandante de la expedición. Ha sido relevado del mando debido a su enfermedad, yo, como segundo oficial, le he sustituido. El ingeniero no supo qué decir y permaneció varios segundos mirando a Fedya con aspecto confundido.

—Llamaré a Bill Ward —decidió, finalmente.

—Muy bien —asintió Fedya—. Llame a quien quiera. Pero consíganos las cifras del primer salto en cuatro horas o actuaremos según nuestro criterio.