MARTES SANTO
Hoy, el Señor, deja también el refugio del hogar de Lázaro para ir a los Pórticos del Templo.
La casa de Lázaro, lisa, encalada, resplandece al primer sol del día; detrás, sigue el huerto de cercas blancas; salen los frutales juveniles y una vieja vid que ya retoña. Hay un almendro con el frescor de la pelusa verde, un verde recién cuajado que se transparenta todo y parece humedecido como después de una lluvia buena. Los manzanos, los ciruelos, los perales entreabren sus rosas de leche.
Sobre el azul resalta la aldea, esponjada, toda de vellones; el herbal, de jugo; los árboles como cristalizados en una salina. Y el Señor, que ya bajaba la gradilla del terrado, se descansa sobre el barandal de palmera, y sus ojos se sumergen en la derretida miel de la mañana.
La madre, y Marta y María, contemplan al Señor desde el cenáculo de la casa. Han llegado nuevas de asechanzas. Jerusalén urde la perdición del Rabbi. Adictos poderosos, como Nicodemus y Josef, que pertenecen al Sanhedrin, le avisan que se aparte de la ciudad que mata a los profetas. Pero los discípulos le aguardan; traen sus cayadas y se han ceñido ya el manto para caminar más aína.
Las hermanas de Lázaro le piden al Señor que no se desampare; desde el sosiego de Bethania puede ofrecer la luz de su palabra. La madre le mira escondiendo su congoja. He aquí la sierva del Señor. Y los discípulos le esperan afanosos. ¿Retardará el Maestro sus promesas? Se abrasan en la sed de su salvación; y las almas puras y exactas no buscan ni ven en toda su vida y en la vida de todos los hombres sino la salvación propia.
Y el Señor deja el hogar de Lázaro. Los discípulos le rodean, y avanzan exaltados y fuertes. Hoy arribarán caravanas pascuales de Alejandría, de la Perea, de la Dekápolis, y han de acudir más gentes al Santuario por escuchar al Rabbi, el Rabbi que sólo es de ellos; y la llama de júbilo que arde en sus ojos no les deja ver la tristeza de la mirada del Señor ni el recelo que encoge a Judas. Judas siempre camina apartado, y sus sandalias rotas chafan los lirios más azules, las asfodelas más encendidas que renacen en la miga del monte…
Hoy el Señor olvida todos sus cansancios y desconfianzas viendo a un escriba muy cerca del Reino prometido; porque este hombre ha confesado que sobre todos los deberes ha de culminar el del amor a Dios y al prójimo.
El escriba dijo que amar al prójimo como a sí mismo era más que todos los holocaustos y ofrendas, y el más grande mandamiento de la Ley.
Tan cerca se puso del Reino de Dios, que ni los evangelistas pudieron anotar su nombre.
…Esas calles viejecitas que se trenzan y retuercen en torno de la Catedral o de la Colegiata, siempre reposan en una umbría de pasadizos abovedados; pero, estos días, es de más suavidad la penumbra de sus losas, y se percibe un regalado olor de pasta hojaldrada, de azúcar quemado, de arropes, de manjar de leche; olor de fiesta de santo de una familia muy cristiana.
Si se abre un balcón o alguna cancela, sale un aliento de claustro; y ya los claustros y los jardines respiran un aroma de acacias y de naranjos, que son carne de flor. La misa de hoy es lenta. Las mujeres sienten en sí mismas la gracia de la primavera y de la mantilla; y entre sus dedos enguantados resplandece el abierto canto de oro de la Semana Santa, «por don José María Quadrado»; la última edición, según las nuevas Rúbricas, y ya está perfumada como el Rosario, los guantes, el pañolito y todas sus ropas, el mismo perfume de sus ricos armarios que, al abrirlos, parecen frutales en estos días del mes de Nisán.
«… Passio Domini nostri Jesu Christi secundum Marcum…». Y han ido leyéndola las novias con un rumor de abeja del panal de su cuerpo, sintiéndose hermosas y tristes de compasión por Nuestro Señor Jesucristo… Y los inflamados devotos se crispan de rabia contra los judíos… ¡Amar al prójimo como a sí mismo!… ¡Y piensan en los judíos, van recordando al prójimo, y se dicen que si ellos hubiesen sido o si ellos fuesen, nada más un instante, Nuestro Señor Jesucristo!…