LUNES SANTO

Sentimos en nuestro corazón y en nuestra frente la sequedad de la higuera que le negó su fruta al Señor en este día.

El Señor se vuelve a los suyos, que se pasman del súbito agotamiento del árbol maldecido, y les dice:

— Si hubiere fe en vosotros, si no dudareis, no sólo haréis lo que yo hice con la higuera sino más aún, porque si dijereis a este monte: «¡Apártate y húndete en el mar!», será hecho.

Señor: ya no estás tú a nuestro lado. Tuvimos fe, y el monte nos circunda. Vino otra vez el Señor al Templo. Le rodeaban los que no le creían, y él les refirió esta parábola:

Un hombre tenía dos hijos; y llegando el primero le ordenó: «Hijo, ve hoy y trabaja en mi viña». Yél repuso: «No quiero». Mas, después arrepintiose, y fue. Y llegando el otro le dijo del mismo modo; y le contestó: «Iré, señor». Mas, no fue. ¿ Cuál de entrambos hizo la voluntad del padre?

Las gentes le responden:

—Le amó y obedeció el primero.

Y Jesús, entonces, les dice:

—Pues como él serán los publícanos, los samaritanos, las rameras, los gentiles, que han de ir antes que vosotros al Reino de Dios.

Y oyéndole se revuelven y murmuran los sacerdotes, los fariseos, los saduceos; y odian más al Señor, porque no amándole ni creyéndole, tampoco renuncian a la recompensa, aunque sea del aborrecido.

Señor: venga a nosotros la alegría, la largueza, la sencillez y el ímpetu infantil del Samaritano; que nos sintamos, que nos encontremos a nosotros mismos hasta en la confusión del pecado.

Hoy, Lunes Santo, en la misa, el celebrante ha leído estas palabras del profeta de magnífica lengua:

— El que caminó en tinieblas, el que no tiene lumbre, espere en el nombre del Señor, apóyese sobre el hombro de su Dios.

Bien sabemos que han de venir desfallecimientos y postraciones; pero aparta de nosotros la maldición de la sequedad.

Se contrista el Señor pensando en su muerte, y exclama:

— Y si yo fuere alzado de la tierra, todo lo atraeré a mí mismo.

Entonces, los que le escuchaban se encogen de hombros y le dicen:

—Por los Libros Sagrados sabemos que el Cristo permanece para siempre; pues, ¿ cómo tú, que afirmas serlo, nos dices: que serás alzado, que serás quitado de nosotros?

Y algunos comprenden que le habían estado atendiendo de buena fe; y darse cuenta de la buena fe es empezar a perderla.

Lunes Santo, bello hasta en su nombre. Llegan las horas de la aflicción del espíritu, que ha trastornado las entrañas de los siglos.

De un momento a otro, disputarán los hombres si ha de parar o no ha de parar, en estos días santos, el tránsito rodado por en medio de las ciudades. Son los encendidos confesores de la idea purísima religiosa y de la idea gallarda del progreso.