TE QUIERO

El tiempo pasa lentamente y, poco a poco, mi historia con Tony se estabiliza. Apenas llevamos cuatro meses, pero estamos muy unidos. Mi familia lo ha aceptado y cada vez que hablamos, que ahora es bastante a menudo, siempre me preguntan por él. «¿Te cuida bien? ¿Te quiere? ¿Te mima?» —me pregunta mi madre.

Me quiere como nunca antes lo ha hecho nadie, además de mi familia, claro. Realmente a su lado me siento bien y ya no me acuerdo de Mario ni de Diego, aunque por alguna extraña razón, que ni yo mismo soy capaz de encontrar, sigo guardando su carta. Sin abrir por supuesto. Tony es el hombre perfecto, aunque a veces echo de menos a Diego. Los seres humanos somos gilipollas y necesitamos que nos traten mal para poder quejarnos y hacer las cosas. Cuando el maltrato desaparece seguimos siendo víctimas, porque estamos enganchados a esa forma de vivir y cuando aparece alguien que nos regala un cuento de hadas, no sabemos cómo comportarnos. Yo debo de tener algún componente masoquista en mi mente porque después de lo bien que se ha portado Tony y todo lo que ha hecho por mí, es para que hubiese cogido la carta de Diego y la hubiese roto en mil pedazos. Pero no puedo. Es cierto que he roto con mi pasado y que no cambiaría lo que tengo ahora por nada del mundo, pero esa carta es la única vía para conocer el por qué y espero, algún día, tener las fuerzas suficientes para comprobarlo.

Mi vida ha cambiado bastante. Ahora soy más riguroso, hasta he empezado a escribir una novela, pero nadie lo sabe. Tony cree que trabajo en otro cuento para niños, pero no es así. Estoy escribiendo una novela sobre nosotros, sobre cómo nos conocimos y sobre Diego, porque creo que es la mejor forma de ponerlo en el sitio que se merece. No sé si algún día verá la luz, pero me haría mucha ilusión regalarle el primer ejemplar que saliese de la imprenta. A Tony, por supuesto. Eso sólo puede entenderlo la gente que escribe, porque el libro es el fruto de todo el sufrimiento acumulado mientras se está preparando. Cómo lloras, cómo ríes, cómo te preocupas o cómo le das mil vueltas a cada cosa antes de contarla. Escribir es vomitar, es derramar la sangre de uno mismo sobre las páginas que garabatea. Escribir es exponerse, ser el punto de mira de un montón de cabrones que hablarán de ti sin haberse leído tu obra, aunque en eso consista su trabajo. Me da pena cuando alguien opina sin saber realmente el esfuerzo que supone escribir un libro. Algunos piensan que llegas a tu casa y dices venga, voy a cagar un libro. Pero no es así. Los que nos dedicamos a esto lo sabemos. Pero si en el mundo hay gente como mi amigo Mario que no es capaz de alegrarse por las cosas buenas que le pasan a sus amigos, cuánto más la gente que no te conoce, a la que le importas un pimiento frito. Ésos sí que no tienen miramientos y descuartizarán a tu hijo con tal de quedarse ellos contentos, si es necesario.

El otoño en casa de Tony ha sido precioso, el jardín se ha cubierto de tonos ocres, marrones y naranjas y aunque muchas flores con el frío empiezan a marchitarse, otras han nacido regalándonos otros colores y otros olores. El primer día que nevó no pude evitar salir desnudo a la terraza. Estaba muerto de frío, pero sentir cómo caían los copos sobre mi piel desnuda fue algo realmente indescriptible. Es como sentirte parte de la naturaleza, parte de algo que está pasando en ese momento. Es muy difícil de explicar. Tony me tapó con una manta reprochándome lo loco que estaba y luego juntos, sentados en su habitación con una buena taza de café para entrar en calor, vimos cómo caía la nieve a través de las cristaleras de su palacio de cristal. Fuimos testigos de cómo los copos se amontonaban en el alféizar de la ventana y cómo poco a poco los cristales se empañaban con el vaho de nuestra respiración. Mis ojos brillaban de emoción y los de Tony lo hacían al ver los míos porque no hacía falta que dijese que, a pesar de la cantidad de años que llevaba en Madrid, Ésa era la primera vez que había visto de nevar, y había sido con él. Estábamos compartiendo otra de esas primeras veces, que tanto marcan en una relación. Yo todos estos cambios los veía con la ilusión de un niño, con los ojos de la ingenuidad. Tony me quería por eso, porque decía que a pesar de la cantidad de palos que me había dado la vida, no había perdido la inocencia. Yo creo que esa es la declaración de amor más bonita que te puede hacer nadie, por eso soy feliz a su lado. Por eso no quiero que me deje nunca. Porque me da lo que necesito para poder seguir adelante cada día.

Desde la terraza veíamos las luces de los coches en el centro de Madrid. La iluminación navideña, que cada año la encienden antes, mientras caía la nieve. Estar con él era como una película. Una de esos telefilmes románticos que ponen a veces en la tele al mediodía. Yo no estaba dispuesto a dejar escapar al protagonista, así que lo abracé muy fuerte y comencé a besarlo. Lo besé mucho, tanto, que acabamos haciendo el amor otra vez, envueltos en la manta con la que un rato antes me había protegido de la fría nieve.

Todo era perfecto. Estaba en la cama con el hombre de mi vida. Acabábamos de echar un polvazo y por fin me sentía plenamente feliz, así que me dejé llevar.

—Creo que te quiero —le dije mirándole a los ojos.

Y él no supo qué contestar. Ni yo me esperaba esa reacción. Bajó la cabeza avergonzado y se puso rojo. Yo lo abracé, como quitándole hierro al asunto. Al mismo tiempo me quise morir, porque sentí que me había precipitado. Para mí era el momento oportuno. Había sido una noche súper romántica, habíamos visto nevar, habíamos hecho el amor… Estaba claro que él todavía no estaba preparado.