DESCUBRIMIENTOS
Tony tiene que marcharse esa misma tarde. Ha pedido el día libre, pero al día siguiente tiene que incorporarse de nuevo al trabajo. Yo decido quedarme un par de días más haciéndoles compañía a mi madre y a mis hermanos. Mi padre apenas ha dicho nada desde el entierro, pero se ve deshecho. Ese hombre lo había tratado como a un hijo y seguramente, con su muerte, volvió a revivir la muerte de su propio padre. Me siento a su lado y lo abracé, él me mira extrañado y comienza a llorar. No dice nada, sólo me abraza.
—Lo siento papá
—¿Por qué? —me dice.
—Por haber estado fuera tanto tiempo.
—David, es tu vida, tienes que vivirla. No importa lo que yo piense o deje de pensar. Tú tienes que ser tú.
—Pero todo lo que he hecho ha sido para intentar que te sintieses orgulloso de mí y creo que no lo he conseguido —le contesto intentando contener las lágrimas.
—Eso no es cierto. Claro que estoy orgulloso de ti.
—Entonces, ¿por qué has estado tantos años sin hablarme? Yo te necesitaba.
—No lo sé. Creo que me dio miedo. No supe reaccionar y me comporté como un idiota. Soy yo el que debería pedirte perdón a ti. Lo siento hijo, lo siento.
—¿Pero miedo a qué?
—A lo desconocido, al que dirán… Yo que sé. He sido un verdadero imbécil.
—Somos un par de idiotas. ¿Ha tenido que pasar esto para que nos demos cuenta?
Mi padre no contesta. Sólo me abraza más fuerte. Me abraza tan fuerte que casi me hace daño, pero no me quejo porque tengo tanta falta de su cariño, que no quiero que me suelte. Hacía años que no me abrazaba y me siento bien. Me siento querido. Me siento de nuevo parte de una familia.
Cuando mis padres se acuestan, los gemelos me piden que fuese con ellos al despacho de mi padre. Ésa era la habitación prohibida, donde nunca nos dejaban entrar de pequeños porque ahí guardaban mis padres todos los papeles importantes y les daba miedo que hiciésemos alguna trastada. En uno de los estantes, entre todas las carpetas de la contabilidad, las facturas y los recibos, pude ver mis cuentos. Tiene todos los cuentos que he publicado. No falta ninguno. Está hasta la edición que habían traducido al catalán y que sólo se vendió en Barcelona. El mundo se me viene encima, no sé si lloro de alegría por lo que he descubierto o de tristeza por el tiempo que he perdido. La incomunicación me ha robado unos años preciosos que nadie me va a devolver. Pero no sólo con mi padre, también con mi madre y con mis hermanos, incluso con mi abuelo. Cuando yo era pequeño me habría encantado tener un hermano mayor para preguntarle determinadas cosas. Ellos tampoco pudieron hacerlo y cada una de mis lágrimas es por cada uno de esos momentos que ya no podré recuperar. Pero la cosa no acaba ahí. En una caja de puros antigua, mi padre tiene guardados recortes del periódico que hablan de mí. Los ha recortado y los ha guardado porque le importo, no hay otra razón. Y en la pared cuelga una foto de cuando recogí el premio que me concedió la asociación de escritores. Ni siquiera yo tengo esa foto, y él la tiene colgada en la pared de su despacho, de su rincón de trabajo, donde curra todos los días. ¿Cómo la habRá conseguido? Yo moví cielo y tierra y nunca lo hice. El descubrimiento me había dejado totalmente sorprendido. He estado años juzgando a un padre que realmente no conocía. La situación me sobrepasa. No puedo parar de llorar.
—¿Crees que si no hubiese estado realmente orgulloso de ti, papá tendría todo esto guardado? —me pregunta uno de los gemelos. Yo no puedo contestar.
Al día siguiente, en el desayuno, les doy las gracias a mi padre y a mi madre. Los dos se lo merecen. Cuando me preguntan cuál es la razón, no puedo mentirles, les doy las gracias por quererme tanto, a pesar de todo. Ellos no saben muy bien por qué lo decía. Piensan que la muerte de mi abuelo todavía me tiene bastante sensible, pero la única verdad es que la muerte de mi abuelo ha servido para unirnos un poco más, porque me ha ayudado a conocerlos mejor. La sorpresa llega cuando, recogiendo los restos del desayuno, mi padre se vuelve hacia mi y me dice:
—Es una pena que hayamos tenido que conocer a Tony en estas circunstancias. Parece buen chaval.
—Y te quiere —dice mi madre—. Se le nota cuando te mira.
Los observo sin decir nada. Estoy impresionado.