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Stone convocó a todos a una reunión extraordinaria.
Si Guianeya había acertado, y parecía que esto era así, entonces la base del mundo extraño, que se había buscado a cientos de kilómetros alrededor del centro del cráter, podía encontrarse cerca de la estación, en un lugar a la vista de las personas y donde nunca se hubiera pensado buscarla.
Según había dicho Guianeya a la base no podía acercarse. Si se encontraba al lado del poblado, entonces ya centenares de veces las personas podrían haberse aproximado a ella. Lo que ocurriría en este caso era desconocido pero probablemente nada bueno.
- Casualidad feliz -dijo Tókarev.
Murátov estaba sentado, enfrascado en sus pensamientos, y casi no oía el desarrollo de los debates. La vaga sospecha que le había provocado el aumento vertiginoso de la franqueza de Guianeya, se había convertido gradualmente casi en seguridad.
Hizo uso de la palabra en un momento de pausa y dijo:
- Mucho testimonia que los compatriotas de Guianeya han estado en la Tierra y en la Luna hace bastante tiempo. Evidentemente, entonces fue construida la base para los satélites y lanzados ellos mismos. No puede caber la menor duda de que esto fue hecho con malas intenciones. Pero los creadores del plan se equivocaron a todas luces. El ritmo del desarrollo de la humanidad de la Tierra, de su ciencia y técnica superó sus suposiciones. Pensaron que la Luna seguiría inaccesible para nosotros cuando por segunda vez estuvieran en la Tierra. Tampoco hay la menor duda de que la nave cósmica que se destruyó en las proximidades de Hermes, se dirigía precisamente a la Luna. Esta era la segunda visita al sistema solar. ¿Para qué volaron? ¿Qué es lo que querrían hacer si no hubieran muerto? Esto es muy importante saberlo y Guianeya lo sabe. Claro está que es una casualidad que las personas no se hayan encontrado con la base invisible, pero en esto no está lo más importante. A mí me extraña la exigencia de Guianeya de destruir la base, ella aconseja esto pero de por sí es una exigencia. ¿En realidad es tan peligroso acercarse a la base? ¿O es posible que Guianeya sencillamente quiera impedirnos que conozcamos las instalaciones de la base, enterarnos del objetivo de sus amos? ¿Es posible que sea una maniobra la tan precipitada e inesperada franqueza de Guianeya? Ella ha comprendido que las personas de la Tierra tarde o temprano encontrarán lo que quieren, y ha decidido embrollar, desbaratar nuestros proyectos. Esto lo explica claramente su interés por la Sexta expedición, toda su conducta de los últimos tiempos. Esto lo valoramos positivamente por lo que se refiere a nosotros, pero puede resultar otra cosa. Su deseo de participar en la expedición puede ser la causa de querer convencerse personalmente de que la base ha dejado de existir y de que su secreto ha quedado desconocido para nosotros.
- ¿Usted inculpa a Guianeya de deslealtad? -preguntó Stone.
Murátov como impulsado por un resorte saltó del sillón.
- Y no la acuso de nada. Desde su punto de vista ella puede tener plena razón. Dentro de mí todo protesta contra mis propias palabras. Yo sólo he expuesto una de las versiones posibles. Y sólo esto.
- Vale la pena pensar en esto -dijo Tókarev-. Es muy seductor conocer las instalaciones de la base y los satélites-exploradores. Pero menospreciar las palabras de Guianeya sería una imprudencia.
- Está completamente claro -dijo Stone-. Vamos a pensar si podríamos comprobar por medio de los robots el grado de peligro que representa esta base.
La reunión tomó un carácter de tipo estrictamente especial y Murátov salió de la habitación.
Vio a Guianeya en la sala general. Estaba en la misma ventana y con la misma pose.
Se acercó lentamente a ella remordiéndole la conciencia, arrepentido ya de la sospecha que lo incitó contra ella. Pero hizo bien en decirlo, si había acudido a su mente tal pensamiento: no se puede despreciar nada en este asunto…
Guianeya no se volvió. Parecía que no se había dado cuenta de que se acercaba a ella. Pero cuando se detuvo detrás, ella dijo:
- Mire, Víktor. Ya hace tiempo que observo y no puedo comprender nada. La sombra no se mueve. Se puede pensar que la Luna no gira.
- No, Guianeya, gira -contestó Murátov, pensando: ¿es que Guianeya le ha conocido por los pasos?-, la Luna gira, como todos los cuerpos estelares, sólo que muy lentamente. Da una vuelta en veintiocho días terrestres. Por esto es muy difícil notar el movimiento de la sombra.
- ¿Para qué hace falta esto?
- ¿Qué hace falta? ¿Observar el movimiento de la sombra?
- Yo hablo de otra cosa. ¿Para qué le hace a usted falta que la Luna gire tan lentamente? ¿O esto favorece la realización aquí de trabajos científicos?
- La velocidad de la rotación de la Luna no depende de nosotros.
Guianeya le lanzó una corta mirada. Pero él no vio en ella la esperada ironía. Por lo visto su contestación le había causado gran asombro.
- ¡Mire! -Guianeya de nuevo alargó la mano hacia la ventana-. Cuan fuertemente se calientan las rocas iluminadas y qué frías las que están en la sombra. ¿Acaso esto es conveniente para usted?
«¡Está claro! -pensó Murátov-. Ella ve las radiaciones térmicas. La temperatura de los cuerpos es para ella tan clara como para nosotros la luz. ¡La ve!».
En los últimos días continuamente estaba nervioso en las conversaciones con Guianeya. Y ahora le pasaba lo mismo. ¡Ver la temperatura! ¡Qué podía haber más raro y fantástico! Es decir, al mirarle, por ejemplo a él, Guianeya veía no sólo sus facciones y el color de la piel, sino también los grados que tenía su cuerpo. ¿Cómo le vería a él?
- ¿Acaso esto es conveniente? -repitió Guianeya.
«Pero nosotros tampoco vemos a Guianeya tal como la ven sus compatriotas, y ella misma en el espejo. La temperatura para ellos es un síntoma visual exterior de los objetos, como la forma o la luz. Desde su punto de vista ésta es una cosa normal y natural. Nuestra concepción del mundo, en el espectro reducido, deberá parecer a Guianeya incomprensible y rara, lo mismo que para mí es incomprensible y rara su concepción de lo que la rodea», pensó Murátov.
Guianeya tocó suavemente su mano.
- ¿En qué piensa usted tanto? -preguntó sonriéndose.
«¿Decirlo? No, mejor no decir nada».
- Pienso en sus palabras -contestó-. Sí, está claro, que el calentamiento desigual del suelo lunar no es muy conveniente, ¿pero qué se puede hacer?
- Acelerar la rotación de la Luna.
- ¿Piensa usted que esto es sencillo?
- ¿Por qué no? -contestó con otra pregunta Guianeya.
- Por desgracia no es así. Acelerar o retardar el movimiento de un cuerpo celeste, variar su rotación alrededor del eje, todo esto lo podemos hacer con un cuerpo celeste no muy grande, pero no con uno como la Luna. Esta es una tarea de la técnica futura. ¿Es que entre ustedes -preguntó no teniendo esperanzas de que Guianeya contestara- esto es posible?
- Me parece que sí -Guianeya contestó esto con tono inseguro-. Yo he leído, que en nuestra patria la «luna» también giraba lentamente, pero cuando llegó la necesidad se aceleró su rotación.
- ¿Ustedes tienen una «luna» o varias?
La respuesta fue muy inesperada, muy rara y trajo consigo otro enigma.
- No lo sé -dijo Guianeya-. Mejor dicho, no recuerdo lo que se decía en el libro que leí.
A Murátov, según dijo más tarde, le produjo tal impresión como si de repente hubiera recibido un mazazo en la cabeza. Debido al asombro estuvo algunos segundos sin poder articular palabra.
¡Vaya una novedad! Guianeya conoce su patria sólo por los libros. ¡Incluso no recuerda cuántas «lunas» hay en el cielo de su planeta!
«¿Qué, ha nacido entonces en una nave cósmica? -pensó Murátov-. ¿Esto significa que su patria está extraordinariamente lejos, tan lejos, que una persona puede nacer y crecer durante el camino? Pero esto de ninguna manera concuerda con nuestra suposición de que ellos nos visitaron por segunda vez en el transcurso de cuatrocientos o quinientos años después de la primera visita. Una incursión de este tipo no puede realizarse con tanta frecuencia».
- Por lo visto Riyagueya se equivocó en esto -dijo Guianeya tan bajo que Murátov comprendió que no le hablaba a él sino para sí-. El estaba convencido de que las personas de la Tierra habían conseguido mucho más -dijo en voz alta.
- ¿Quién es él? -Murátov por fin adquirió el don de la palabra. Decidió fingir que no había escuchado el comienzo de la frase dirigida a sí misma.
- Riyagueya.
- ¿Está usted desilusionada?
- No, en nada. Este era su criterio y no el mío. Yo esperaba menos de lo que he visto.
- Entonces, Riyagueya tenía un criterio más elevado de nosotros que usted.
- Sí, así era.
- ¿Tiene usted fundamentos para pensar que Riyagueya haya cambiado su criterio?
- No se puede cambiar de criterio sin haber visto el objeto -contestó Guianeya-. «Así era», porque Riyagueya ya no existe.
- ¿Ha muerto?
Guianeya se estremeció.
- Me he olvidado -dijo ella- que usted no sabe esto. Y es mejor que no lo sepa.
Una suposición fulguró en el cerebro de Murátov.
- ¿Riyagueya se encontraba en la nave destruida?
Guianeya calló.
Murátov vio como dos lágrimas se deslizaban lentamente por sus mejillas. Le conmovió la expresión de su rostro, donde se reflejaba una pena grande y sincera.
Comprendió que había acertado. Riyagueya murió en la nave de la que Guianeya había descendido en el asteroide. Y fue una persona a la que Guianeya no sólo respetaba, según había dicho Marina, sino también amaba.
«Obró de otra forma», recordó Murátov las palabras de Guianeya que le tradujo Marina.
La vaga hipótesis de que pudiera existir alguna ligazón entre la actitud de Riyagueya hacia las personas de la Tierra y la destrucción de la nave le hizo estremecerse.
Era horroroso pensar que la enorme nave cósmica no se hubiera destruido casual sino intencionadamente. Precisamente después de que Guianeya fue desembarcada de ella.
¿Pero la otra mujer, la que fue madre de Guianeya, por qué se había quedado en la nave condenada?
Tomó con cuidado la mano de Guianeya. Ella no ofreció resistencia.
- ¿Dígame -su voz se entrecortaba de emoción- nació usted en esta nave?
Guianeya con asombro elevó sus ojos hacia él.
- ¿De dónde saca usted tan rara suposición? Si yo hubiera nacido durante el vuelo mi madre se encontraría ahora aquí, conmigo.
¡Estaba todo claro! Con estas palabras Guianeya confirmó su hipótesis. ¡La nave había sido destruida intencionadamente! Y, seguramente lo había hecho el mismo Riyagueya.
Se empezaba a aclarar el secreto de la aparición de Guianeya en Hermes.
- ¿Era usted la única mujer en la nave? -le preguntó Murátov, deseando convencerse definitivamente.
- ¿Qué importancia tiene esto para usted? -respondió Guianeya, retirando su mano que él todavía mantenía con la suya-. Sí, la única.
Murátov recordó de pronto otras palabras de Guianeya. Una vez ella dijo que había realizado el vuelo a la Tierra casi en contra de su voluntad. Por lo tanto no podía haber nacido en la nave como había pensado antes. Esta era una conjetura completamente errónea. Pero tampoco se llevan niños pequeños al cosmos. Entonces, ¿por qué no recuerda su patria?
¡Otra vez un enigma, todavía más incomprensible y enmarañado!
Allá, en Hermes, en el abismo negro del cosmos, tuvo lugar una tragedia. ¡Tragedia relacionada con el destino de las personas de la Tierra!
Una cosa está clara: Riyagueya destruyó la nave y la destruyó para impedir que se llevaran a cabo los planes orientados contra la Tierra. Obligó a Guianeya a abandonar la nave, la quería salvar porque era mujer, y a la que posiblemente amaba. «Yo estoy entre ustedes, en la Tierra, completamente en contra de mi voluntad», dijo ella una vez.
¡Esto ha tenido que ocurrir precisamente así!
Y sin pensar sus palabras, dejándose dominar sólo por el sentimiento, Murátov dijo:
- ¡Ha sido bella la muerte de Riyagueya!
Guianeya le miró algunos segundos con los ojos desorbitados en los que se reflejaba una completa turbación. Después se volvió bruscamente y salió corriendo de la sala.
Stone y Tókarev consideraron muy importante lo que les relató Murátov.
- La situación se aclara -dijo Stone-. Cada vez es más evidente la necesidad de destruir los satélites y su base lo antes posible. Por lo que se ve -dirigiéndose a Murátov- no es cierta su suposición de que Guianeya nos engañaba en algo. Al revés, es sincera. Contra nosotros se había planeado algo pérfido, y Guianeya, en realidad, nos quiere salvar.
- ¿De dónde deduce usted esto? -preguntó Tókarev.
- De lo que nos ha contado Murátov. Me parece que es cierta su suposición de que la catástrofe ha sido intencionada. Claro está, que es difícil decir lo que precisamente pasó en la astronave, pero con muchas probabilidades podemos considerar que fue destruido no por casualidad.
- ¿Usted supone que entre los compatriotas de Guianeya surgieron divergencias?
- Tenían que surgir. Yo me represento toda esta historia de la siguiente forma. Hace mucho tiempo, según nuestros cálculos, algunos siglos, fue compuesto un plan orientado contra la Tierra y sus habitantes. Lo que se pensó hacer no es tan importante. Está claro que ellos se equivocaron en sus planes: a nosotros no nos asusta ninguna amenaza y podemos salvar cualquier peligro. Pero no se trata de esto. El asunto es que la distancia entre la Tierra y su planeta es muy grande, y transcurre mucho tiempo de un vuelo a otro. La sociedad de seres racionales, exista donde sea, no puede estancarse, se desarrolla, progresa. Esta es una ley de la vida. Lo que fue pensado, por lo visto poco humano, les pareció a algunos, a las personas más progresistas de su mundo, algo inconcebiblemente feroz. De las palabras de Guianeya se deduce que un tal Riyagueya, hombre progresivo, comprendió perfectamente que la humanidad de la Tierra había avanzado mucho, que ya no era la misma de los tiempos de su primer vuelo. Recordemos las palabras de Guianeya: «Las personas de la Tierra no se merecen la suerte que ellos les preparaban». Por lo visto, la misma, Guianeya pensaba antes de otra forma, pero en ella ejerció una gran influencia el criterio de Riyagueya, a juzgar por todo, amigo de la humanidad de la Tierra. Representémonos este cuadro. Hacia la Tierra vuela una nave con la tarea de llevar a cabo el plan pensado hace mucho, de convertirlo en realidad. Entre los miembros de la tripulación se encuentra Riyagueya. Está de todo corazón en contra de las intenciones de sus acompañantes. Considera que es necesario obstaculizarlas cueste lo que cueste. El comprendía que cuando realizaran el siguiente vuelo nosotros seríamos todavía más poderosos. Si era un hombre de sentimientos humanitarios no le quedaba otra solución que hacer lo que hizo. He aquí que Guianeya, la única mujer en la nave, fue desembarcada en el asteroide habitado que por casualidad salía al encuentro, y después la nave fue destruida. Precisamente todo lo que ha ocurrido con Guianeya, nos representa de la mejor forma la figura de Riyagueya. Cualquiera de nosotros hubiera hecho en su lugar lo mismo.
- Bueno -dijo Tókarev después de un corto silencio- esta versión tiene todos los síntomas de verosimilitud, y guarda completa concordancia con las circunstancias de la aparición de Guianeya y su conducta ulterior. Pero se puede pensar también otras versiones.
- ¡Sin duda alguna! Sólo la misma Guianeya puede descubrirnos la verdad. Una cosa está clara: los satélites y la base son peligrosos. Y es necesario destruirlos, aunque tengamos toda la seguridad de que podemos liquidar cualquier peligro. No debemos tardar en ello.
- ¿Entonces usted considera que no es necesario comprobar previamente si existe o no este peligro?
- ¿Por qué no?, lo comprobaremos. Todo puede suceder.