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Víktor Murátov estaba muy ocupado en estos días y no sabía nada sobre las noticias que conmovían la Tierra. Fue llamado urgentemente a uno de los centros de cálculo ligado con la expedición de Jean Leguerier y que controlaba el movimiento de Hermes.

Surgió una complicación imprevista. Hermes se encontró en su camino con un gran cuerpo, un asteroide todavía no conocido. Los radares y gravímetros avisaron a su debido tiempo el encuentro y el choque catastrófico se pudo evitar. Pero cambió la trayectoria de Hermes. Fue necesario dar instrucciones a Weston que instalaciones de reacción y en que tiempo habría de poner en funcionamiento para corregir el curso.

Leguerier y Weston hicieron ellos mismos los cálculos y los comunicaron a la Tierra. Coincidieron con los realizados en el centro de cálculo. Ahora se tenía que hacer la cuarta comprobación, la última. En asuntos de este tipo ya se había establecido como una tradición que los cálculos se realizaran cuatro veces.

Como siempre que Murátov se enfrascaba en el trabajo apartaba de su mente todo lo demás.

Cuando el trabajo se hubo terminado (la cuarta vez fue obtenido el mismo resultado), quedaba poco tiempo y Murátov se dirigió apresuradamente a Poltava.

Bolótnikov podía habérselo contado todo, pero su conversación tomó inmediatamente otra orientación. Y marchando hacia Selena para entrevistarse con Guianeya, Murátov no pudo sospechar que en sus planes entraba una circunstancia nueva y muy importante.

Y esta se refería precisamente a él.

El español era casi un idioma natal para Víktor. Sus padres que eran de procedencia rusa vivieron mucho tiempo en España. El padre trabajó en una expedición geológica y la madre fue una de los arquitectos de la construcción de una gigantesca ciudad infantil en el litoral sureño de la península Ibérica.

Víktor nació y pasó los primeros años de su vida en Almería y allí terminó la primera enseñanza.

Si hubiera conocido la noticia que produjo sensación mundial, para él estaría claro por qué el idioma de Guianeya le parecía conocido. Sólo hacía cuatro días había hablado de esto con Bolótnikov en el vagón del sharex.

Pero Murátov no sabía nada.

Selena le asombró por sus dimensiones. Era considerablemente más grande que Poltava aunque se la consideraba como el suburbio. La ciudad había crecido durante cinco años en un lugar desierto con una velocidad fabulosa. Las casas, las calles incluso los jardines y parques le parecieron particularmente limpios, pintados, como si fueran nuevos. Se sentía la influencia de una arquitectura en toda la ciudad. La grandiosidad del pensamiento y el trabajo encarnados en la edificación producía una fuerte impresión.

Murátov, sin duda alguna, conocía la enorme amplitud de los trabajos que se realizaban en todas partes, en todo el planeta, los nuevos centenares de ciudades, los miles de pequeños poblados, dotados de todas las comodidades, y la cantidad innumerable de estaciones científicas y técnicas. La humanidad se esforzaba por terminar lo antes posible con la vida vieja, por adaptar su planeta a las nuevas exigencias constantemente crecientes del régimen comunista.

Pero resultaba que él vivía siempre en ciudades antiguas, que tenían siglos, reedificadas, reconstruidas, pero a pesar de todo viejas.

Selena era quizás la primera ciudad nueva, completamente moderna que veía de cerca.

Se sonrió al recordar su seguridad de que el primer transeúnte le indicaría dónde encontrar a Guianeya. ¡Cualquiera la encuentra en este gigante!

Selena tenía forma de anillo. En el centro estaba ubicado el enorme cohetódromo.

El vechebús de circunvalación le llevó a Murátov a través de toda la ciudad.

Se olvidó del tiempo, de su impaciencia, de todo. La vista absorbió por completo toda su atención. A cada paso, en cada viraje se descubría un conjunto de edificios, cada uno más bello y majestuoso que el siguiente. Las casas parecían ligeras como si flotaran en el aire, la abundancia de vegetación subrayaba la ligereza de la construcción, la gran amplitud de las ventanas dejaba pasar a través de ellas gran cantidad de luz solar.

Incluso las personas que vivían aquí parecían distintas a las de otras ciudades, como si en ellas hubiera también penetrado la luz.

«Haré todo lo posible por trasladarme aquí -pensó Murátov-. Si no está prohibido mudarse debido a la superpoblación. Es necesario vivir rodeado de toda esta belleza. Probablemente el trabajo irá más fácil aquí que en otros lugares».

Pero al parecer, no sólo Murátov sentaba estos juicios sobre Selena en la que estaba encarnada toda la experiencia, todo el genio arquitectónico y artístico de la Tierra. En las calles había mucha gente.

Cuando el vechebús hizo todo el recorrido deteniéndose en el punto de partida, Murátov miró al reloj y salió, aunque no estaría demás hacer por segunda vez el mismo recorrido. Quedaba muy poco tiempo.

Llegó al cohetódromo en el planeliot.

La vida transcurría corrientemente en el enorme campo de hormigón. El regreso de la Sexta expedición lunar no tenía nada de particular que pudiera provocar una atención especial. Casi cada día terminaban aquí sus vuelos las naves cósmicas procedentes de la Luna, Marte, Venus, sin contar las líneas interiores, planetarias. Y otras tantas despegaban de aquí. La Sexta expedición sólo interesaba a un círculo reducido de personas relacionadas con el servicio cósmico, y a tales como Murátov, que tenían conocidos entre los participantes.

Iban y venían por el campo las máquinas auxiliares rápidas y zigzagueantes, arrastraban lentamente su monstruoso peso las cisternas de repostado, volaban en pequeños planeliots los mecánicos y despachadores. A lo lejos en el centro del campo, brillantes de sol, estaban los cuerpos de las naves de las líneas interiores, «terrestres», y los cohetes de aterrizaje. Las naves interplanetarias no aterrizaban en el cohetódromo. Desembarcaban sus pasajeros o los esperaban más allá de los límites de la atmósfera.

Murátov vio muchas personas en el edificio del cosmodromo. Por lo visto hoy salía para un largo raid una nave. Algunos abandonaban la Tierra y otros les despedían.

En seguida se encontró con Stone. El presidente del consejo científico se alegró de encontrar a Murátov (tenían mucho tiempo sin verse) y le estrechó fuertemente su mano.

- ¡Y qué -dijo Murátov- otra vez nada nuevo!

- Por desgracia, nada nuevo -contestó suspirando Stone.

Se trataba de la Sexta expedición. Los dos sabían que regresaba sin haber averiguado nada. No pudieron encontrar ningún indicio de la presencia en la Luna de los satélites-exploradores o de su base.

- Esta es la última -añadió Stone-. No tiene ningún sentido continuar las búsquedas, mientras no sepamos algo nuevo, por ejemplo, de Guianeya.

- ¡Atención! -resonó una voz no fuerte pero clara-. Que embarquen los que salen para Marte. Los acompañantes pueden ir sólo hasta el vechebús.

El vestíbulo quedó visiblemente vacío. Y entonces fue cuando Murátov vio a Guianeya y Marina. Estaban junto a uno de los numerosos quioscos automáticos y conversaban animadamente. Los que pasaban cerca dirigían a hurtadillas curiosas miradas a esta pareja.

- ¿Es interesante por qué se encuentra aquí? -dijo Stone siguiendo la mirada de Murátov-. Parece que Guianeya está muy interesada por nuestras búsquedas en la Luna.

- ¿De dónde puede ella saberlo? Stone miró con asombro a su interlocutor.

- ¿Cómo -exclamó-, no sabe usted nada?

- ¿De qué?

- ¿Ha leído los periódicos estos días, ha oído las transmisiones?

- No -contestó Murátov-, no he tenido tiempo. Usted sabe de qué me ocupaba.

- ¡Vaya una cosa! -Stone movió la cabeza. ¿Y nadie le ha dicho nada? Todo el planeta no habla más que de esto y usted incluso no lo ha oído.

- ¿De qué se trata? -preguntó distraídamente Murátov que pensaba sólo en la forma de acercarse a Guianeya para que esto fuera natural. Las dos muchachas estaban de espaldas a él.

Pero desapareció como por encanto su distracción cuando Stone pronunció las primeras palabras. Le escuchaba completamente perplejo. ¡Esta sí que era una novedad! ¿Guianeya sabe español? ¡Inconcebible!

- ¿Ahora lo comprende usted? -preguntó Stone.

- ¡Cómo no! Precisamente comprendo que todo mi plan se ha derrumbado.

- ¿Por qué? -Stone conocía las intenciones de Murátov-. Todo lo contrario, esto le ayudará. Sólo que hay que obrar con prudencia, con mucha prudencia.

- ¡Precisamente por esto! Lo que significa que es necesario un plan nuevo, completamente nuevo.

- No es necesario mostrar a Guianeya que nos es conocido su secreto. Le aconsejaría, que en un momento oportuno, como si fuera casual, hablara en español con su hermana delante de ella. Elija un tema que le interese a Guianeya. Es importante y curioso ver cómo reaccionará ante esto.

Murátov miró con temor a Guianeya, que se encontraba a no más de treinta pasos de ellos.

- Hablamos demasiado fuerte -susurró al oído de Stone-. Guianeya tiene un oído muy fino.

- No hablamos en español.

- Quién sabe. A lo mejor ella comprende. Después de lo que usted me ha contado, no me fío de nada.

- Sí, esto es posible.

Un tropel de pasajeros que acababan de entrar en el vestíbulo les separó de las dos muchachas. Por lo visto había llegado el cohete de aterrizaje de una nave que había arribado o una de los raids interiores. Murátov, ensimismado por la novedad, no había oído el comunicado del despachador.

Stone miró el reloj.

- La Sexta expedición deberá llegar dentro de unos doce minutos -dijo-. Vaya a ver a las muchachas.

- Tengo un poco de temor. A lo mejor Guianeya no quiere hablar conmigo.

- Es poco probable. Su hermana comunicó que ayer Guianeya otra vez preguntó por usted.

«He acertado -pensó Murátov-. No casualmente dibujó el paisaje de Hermes».

Pero Marina y Guianeya no se encontraban en el lugar de antes. Se habían ido a alguna parte.

Murátov salió a buscarlas.

Guianeya estaba nerviosa desde el amanecer. Esto se podía notar perfectamente por sus movimientos, el tono de la voz y la expresión de la cara. Marina veía que una idea obsesionante no dejaba tranquila a su amiga.

Como siempre, antes de desayunar se encaminaron a la piscina más próxima.

Había obligatoriamente salas de gimnasia y piscinas en cada poblado o cada gran casa. Pero a Guianeya no le agradaba la pequeña piscina doméstica, le gustaba no sólo refrescarse sino también nadar.

Esta mañana, como si se hubiera olvidado del tiempo, Guianeya tardó mucho en salir del agua. Marina que ya hacía tiempo que se había vestido, esperaba a su amiga sentada en un sillón de paja.

Guianeya, incansable y ligera, recorrió rápidamente un número incontable de veces los cien metros de longitud de la piscina nadando un crawl clásico. Y como siempre, poco a poco se reunió un número grande de espectadores. Eran pocos los deportistas de la Tierra que dominaran un estilo tan perfecto.

Las manos verdosas de Guianeya se introducían en el agua y de nuevo salían de ella con la regularidad de una máquina. La espesa cabellera negra, oscilante como una capa, casi cubría la flexible figura de la muchacha.

Guianeya parecía un espejismo en el agua verdosa de la piscina iluminada brillantemente por los rayos del sol que se filtraban a través del techo transparente.

Marina recordaba perfectamente la primera visita a la piscina inmediatamente después de la llegada de la huésped a la Tierra. Recordaba cómo hubo necesidad de convencer a Guianeya para que se bañara con un traje. Costó gran trabajo explicarle con gestos que no se podía prohibir el acceso a la piscina a otras personas. Recordando los gestos de respuesta de la huésped, Marina comprendía ahora que Guianeya quería decir que no veía ningún motivo para ponerse el traje de baño si en la piscina se encontraba alguien. Y ahora, ya pasado año y medio, parecía que todavía no había comprendido esto.

Ya hacía tiempo que para todos estaba claro que Leguerier no había comprendido justamente la conducta de Guianeya desde el comienzo de su estancia entre las personas. Se desnudaba ante todos no porque tratara a las personas con altanería o desprecio, sino porque esto era, sencillamente, una costumbre establecida entre sus compatriotas. No comprendían por qué debían ocultar su cuerpo a las miradas ajenas.

Marina llevaba esperando más de una hora.

Cuando por fin Guianeya salió de la piscina no se le notaba el menor cansancio, y parecía que estaba en condiciones de nadar otro tanto.

Regresaron a casa.

Después del desayuno Guianeya rogó inesperadamente que le mostraran Selena. Hasta ahora no había dicho ni una sola palabra para aclarar las causas que la incitaron a venir a Poltava. La ciudad, estaba claro que no le interesaba, ya que en los tres días que se encontraban aquí casi no había salido de casa.

La petición no causó ningún asombro a Marina. La esperaba, ya que no tenía duda de que precisamente la llegada de la Sexta expedición lunar obligaba a Guianeya a encontrarse aquí. Ahora ya no cabía la menor duda de dónde ella lo sabía. Dejó de ser un secreto la información que tenía la huésped de los asuntos terrestres.

¿Pero qué le podía interesar de esta expedición?

Era también incomprensible el estado nervioso que experimentaba hoy Guianeya. El haber nadado tanto tiempo estaba claro que no tenía otro fin que tranquilizar los nervios alterados.

¿Qué alarmaba a Guianeya?

«Bien -reflexionó Marina-. Supongamos que quiere ir a recibir a la Sexta expedición. Entre el personal de la expedición no hay nadie que ella conozca. ¿Los resultados de la expedición? Sobre ellos podrá leer o simplemente preguntar. No había necesidad de haber venido aquí para eso. Si ella lee las revistas españolas, entonces deberá saber que las cinco expediciones anteriores regresaron con las manos vacías. No tiene ningún motivo para alarmarse, incluso si realmente perteneciera a aquellos que son los amos de los exploradores. Claro está, que le puede interesar si los han encontrado o no, pero no puede ser una causa decisiva para recibir personalmente a la expedición».

Ayer Guianeya dejó asombrada a Marina cuando le preguntó a bocajarro: ¿vendrá o no su hermano a Poltava? No añadió: «A recibir a la Sexta expedición», pero estaba claro que preguntaba precisamente sobre esto.

Marina le contestó que Víktor vendría.

Guianeya no tuvo ninguna reacción. No dio a entender nada que demostrara cuál era la impresión que le producía esta respuesta. Cualquiera podía haber pensado que no la había oído.

Más de una vez Guianeya pidió a Marina que le presentara a Víktor, pero hasta ahora no había dado ninguna prueba de que ella relacionara la identidad del hermano de Marina con la persona que la había traído de Hermes a la Tierra. ¡Ahora resultaba que esto también lo sabía!

Marina se convenció definitivamente de que Guianeya estaba perfectamente enterada cuando comenzó a dibujar en el álbum el paisaje de Hermes con Víktor en primer plano, sin ocultar esta vez el dibujo.

¿A quién quería ver la muchacha de otro mundo? ¿Al hermano de la amiga o al acompañante en el vuelo? ¿Quería conocer a la persona allegada a Marina o de nuevo entrevistarse con el viejo conocido? Si lo último era cierto, entonces para esto tenía que existir una causa.

¿Era posible que no la emocionara tan fuertemente la llegada de la Sexta expedición lunar como la entrevista con Víktor?

Marina informó inmediatamente de ambas cosas a Stone. Esta noticia la acogieron con gran satisfacción en el consejo científico. La pregunta de Guianeya daba todos los fundamentos para pensar que la muchacha había decidido «descubrir sus cartas», de que en el sharex no se había ido de la lengua, sino que intencionadamente dio a comprender que sabía más de lo que podría saber si no dominara el idioma de la Tierra.

¿Entonces por qué tan tesoneramente no lo daba a conocer? Parecía como si Guianeya, a pesar de todo, temiera algo.

Le recomendaron a Marina que reaccionara como en el primer caso, aparentando no notar nada.