16.
Hombre, mujer, máquina

Los bien educados contradicen a los demás.
Los sabios se contradicen a sí mismos.
ÓSCAR WILDE

CONTRADECIRNOS A NOSOTROS MISMOS

Como muchos tópicos, «los opuestos se atraen se basa en las escasas ocasiones en las que aparentemente es cierto, y se aplica a todas las demás. La atracción suele basarse en parecidos y afinidades. Excepto los depresivos recalcitrantes, el resto hemos de gustarnos a nosotros mismos para sobrevivir, y si nos gustamos a nosotros mismos, tendemos a apreciar también nuestras características cuando las vemos en los demás. A un hombre tímido seguramente le beneficiaría salir con una mujer sociable, pero solemos acabar con parejas con las que tenemos mucho en común. Quizá simplemente es que la frase «Lo similar atrae» suena redundante.

Eso no solo sucede en la vida amorosa. Los amigos y los socios buscan gente parecida, y es raro el jefe que no se rodea de personas que piensan como él. Sin embargo, el líder poco común, ese directivo que, por el contrario, contrata a personas que piensan de forma distinta, y que le desafiarán, tiene mayores probabilidades de triunfar.

Ese tipo de gente es excepcional, porque a nadie le gusta que le corrijan y le contradigan. Es necesaria mucha fuerza de voluntad y seguridad en sí mismo para rodearse voluntariamente de personas que sabemos que nos llevarán la contraria. Si no actúa con cuidado, puede derivar en una pérdida de autoridad, o en una caótica mezcla de consignas. Debemos fiarnos de nuestra capacidad de utilizar la oposición para fortalecernos, y la información para ser más completos. El temor al desafío tiene mucho que ver con el simple temor infantil de cometer errores. Ambos temores pueden paralizar nuestro desarrollo y nuestro éxito.

Ralph Waldo Emerson escribió: «No dejéis que caiga en el vulgar error de imaginar que me persiguen cada vez que me contradicen». Igual que una corporación monopolística se convierte en negligente e ineficaz si carece durante años de competidores, nosotros nos convertimos en excesivamente confiados y rígidos si no seguimos una dieta constante de nuevos retos, comportamientos que nos contradicen e información.

Cuando alguien nos da la razón y apoya nuestro punto de vista alimenta nuestra seguridad, lo cual es positivo. Está claro que nadie puede sobrevivir al vapuleo diario, sin otra razón que la forja del carácter. Éste es, sin embargo, otro de los equilibrios, de las mezclas, de las síntesis cuya adquisición es crucial para conseguir nuestros objetivos. El que aprendamos de nuestras derrotas lo mismo que de nuestras victorias no significa que nos conformemos con perder siempre.

Los sistemas feudales y de castas pueden haber desaparecido de mundo real prácticamente, pero siguen vivos y coleando en el mundo del ajedrez. Las federaciones nacionales e internacionales constan de clases y categorías basadas en la clasificación, que permite a los jugadores competir por los trofeos contra rivales de nivel similar. Los jugadores de primera categoría no pueden participar en competiciones de segunda categoría, igual que un jugador de veinte años no puede jugar en la categoría de menores de doce. Por supuesto, en el sentido contrario no hay restricciones. Un novato ambicioso es libre de dejarse matar en la sección «abierta», donde juegan los mejores clasificados. Nadie dijo que fuera una injusticia que yo ganara el torneo nacional para menores de dieciocho años cuando tenía doce.

Si el reto es lo que nos ayuda a mejorar, ¿por qué razón, aparte de los premios en metálico, no debería poder jugar cualquiera en la sección abierta del torneo? ¿No aprenderíamos más de nueve derrotas contra grandes jugadores que de seis victorias y tres derrotas contra jugadores de exactamente nuestro mismo nivel? Éste es un debate que ha adquirido cierta importancia, incluso entre los jugadores que nunca participan en los torneos, gracias al ajedrez informático. Un programa de PC al máximo de capacidad pulverizaría sin piedad a cualquier aficionado. Y es curioso que el empeño principal de las empresas de software hoy día sea encontrar la fórmula de debilitar el programa en vez de reforzarlo. El usuario puede escoger entre distintos niveles y la máquina intentará cometer el máximo de errores posibles para ofrecerle una oportunidad. De modo que ¿hasta qué punto debe exigirse una oportunidad?

Encontrar el equilibrio adecuado entre la confianza en uno mismo y la rectificación depende de cada uno. «Perder tantas veces como seamos capaces de soportarlo» es un buen criterio general. Jugar en la sección abierta y quedar 0/9 todas las veces nos destrozará la moral mucho antes de que consigamos aprender lo suficiente como para conseguir una puntuación decente. A menos que tengamos el ego de un superhombre, o carezcamos totalmente de él, una oleada constante de negatividad nos dejará demasiado deprimidos y contrariados para introducir los cambios necesarios.

Por mucho que disfrutemos ganando, y ganar siempre sería obviamente lo ideal, es importante que nos demos cuenta de que las contrariedades son tan inevitables como necesarias si queremos progresar. La clave está en evitar las pérdidas catastróficas en las batallas decisivas. Tal conciencia es aún más importante en el mundo real porque, aunque nuestros partidarios nos aíslen del mundo, virtualmente podemos tener siempre razón. No solo los dictadores y los faraones son los que tienen siempre razón. Los políticos y los directivos tienden, por naturaleza, a atraer y rodearse de quienes piensan como ellos. Hablar con sus entregados colaboradores les llena de energía, mientras acusan a quienes les critican de no colaborar. Cuando las cosas van mal, pueden simplemente culpar a los demás. Es peligrosamente sencillo avanzar partiendo del éxito, porque quien debe corregirnos a menudo nos da la razón por ser quien somos.

LA DIFERENCIA ENTRE MEJOR Y DIFERENTE

Si somos capaces de aprender a aceptar las críticas, y a tener en cuenta datos que nos contradicen, también podremos aprender a incorporar métodos nuevos. Hemos dedicado gran parte de nuestra exposición a comprobar que todos tenemos nuestros propios sistema para resolver problemas. Nuestro método es producto de nuestra experiencia, y mejora a medida que tomamos nota de lo que funciona y lo que no. Si nos aferrarnos demasiado a nuestros propios métodos, a expensas de formas de actuar distintas pero igualmente válidas, nos estaremos autorreprimiendo. Si aprendemos a apreciar el valor de otros métodos, podremos tomar de ellos lo que necesitamos para mejorar, sin sustituir los nuestros.

En mayo de 2005 fui a Bogotá, Colombia, para dar una charla en unas jornadas sobre estrategia empresarial. Tom Peters, célebre asesor de negocios y escritor, invitado habitual de eventos de ese tipo, habló un día antes que yo. Apoyándose en varias imágenes de PowerPoint, Peters contó una graciosa anécdota sobre las diferencias entre los hombres y las mujeres cuando van a comprar pantalones. En la primera imagen se veía una tienda con el recorrido que seguía un hombre. Con un trazado de unas pocas líneas, se veía al hombre entrar, dirigirse a donde estaban los pantalones, ir a la caja y marcharse.

La siguiente imagen mostraba «el recorrido de la mujer» en la misma tienda. Las líneas formaban una especie de tela de araña, según la cual la mujer recorría todos los rincones de la tienda y al final compraba una decena de artículos. No me referiré a la corrección, política o de otra clase, de los estereotipos referidos al género que mostraban las imágenes; lo que me interesa es que un método, el del hombre, se presentaba como claramente superior.

Para llevar la anécdota de Peters mucho más allá de su objetivo, me pregunté qué pasaba cuando los compradores salían de la tienda. Cuando hablé para el mismo público al día siguiente, bromeé diciendo que quizá el hombre salió de la tienda y se fue directamente al bar de la esquina con unos amigos, donde apostó todo el dinero que le quedaba a las quinielas; mientras que la mujer al menos se había gastado el dinero en cosas útiles. Bromas aparte, esa situación plantea legítimamente otras cuestiones. ¿«El método del hombre», según se describe, es realmente superior? Quizá la mujer ahorró tiempo al comprar todas esas cosas de una vez en lugar de comprar estrictamente un artículo y tener que volver después. O, en lugar de acabar lo más pronto posible con aquella tarea, quizá dio unas cuantas vueltas para conseguir los pantalones a mejor precio.

Para complacer en algo a las numerosas mujeres de negocios asistentes, pregunté al público de Bogotá si la anécdota de Peters podría ser un ejemplo de una perspectiva más amplia de las mujeres. En lugar de limitarse a una sola cosa, comprar pantalones, la mujer considera la tarea como parte de su vida diaria. En el siglo XX, solo cuatro naciones eligieron a mujeres en momentos de crisis y transición: Margaret Thatcher en el Reino Unido, Golda Meir en Israel, Indira Gandhi en la India, y Corazón Aquino en Filipinas. Todas ellas lideraron a su pueblo en períodos de turbulencia y reformas, cuando la creatividad y la capacidad de adaptación eran cruciales. El «sistema masculino» de pensamiento estrictamente lineal, descrito por Peters, no siempre es el mejor, como tampoco será nunca el mejor un método de comportamiento en particular.

En el siglo XXI, hablar de un estilo femenino ha pasado a ser tan obsoleto como la novedad de un líder femenino. No existen reglas rápidas y rígidas sobre formas de resolver los problemas, como tampoco existen normas aplicables al género. Alemania, enfrentada a una necesidad de reformas urgente, acaba de elegir a su primera canciller, Angela Merkel, famosa por su estilo pragmático y directo. Y no debemos olvidar que hubo un tiempo en el que se decía que «¡Margaret Thatcher era el único hombre del gabinete!».

CREAR UN ESTILO UNIVERSAL

En el ajedrez se suele hablar de jugadores completos, o que tienen un estilo universal. Eso no significa que estén perfectamente equilibrados, ni que sean igualmente competentes en todos los aspectos del juego. Como ya hemos visto, cada jugador tiene sus puntos fuertes y débiles, en un sentido relativo. A lo que se refiere, es a la capacidad de detectar y aplicar el método apropiado a la posición, a saber cuando es conveniente atacar y cuándo es necesario defender.

Tener un estilo universal hace que para nuestros rivales sea muy difícil emplear cualquier truco psicológico basado en nuestras preferencias. Si un jugador tiene fama de agresivo, puede evitar un desarrollo objetivamente superior para conseguir un tipo de posición en la que se siente más cómodo, una tendencia de la que podemos sacar partido. Un jugador que está cómodo en cualquier terreno del tablero es capaz de ser más objetivo y, por lo tanto, menos predecible.

Por supuesto, yo siempre disfruté con las posiciones agresivas y complejas y Alexander Nikitin, que fue mi preparador durante mucho tiempo, siempre luchó para evitar que optara por partidas complicadas a la menor oportunidad. Durante mi adolescencia me decía: «Garry; tienes que aprender a dar lo mejor de ti mismo en las posiciones simples. Si demuestras seguridad en ellas, tus rivales intentarán complicar las cosas e irán a parar exactamente a tu terreno favorito». Sin forzar el juego hacia mis posiciones preferidas, les tendía una trampa a mis adversarios y al mismo tiempo mejoraba los puntos débiles de mi juego.

Las lista de ajedrecistas que llegaron a lo alto con un juego que abarcaba tan solo una o dos dimensiones es sorprendentemente larga, e incluye a muchos de los jugadores más amenos de la historia. Dominar una o dos fases de la partida puede bastar para ser un maestro, aunque raramente es suficiente para llegar realmente a la cumbre. El austríaco Rudolf Spielmann fue uno de los mejores representantes de la edad romántica del ajedrez. Le llamaban «el último caballero del gambito de rey» a causa de su devoción por la apertura más romántica de una olvidada era de sacrificios salvajes. Spielmann, que era tremendamente agresivo, logró sus mayores éxitos en el período de entreguerras y en sus días de gloria era capaz de derrotar a cualquiera; pero solo en sus mejores días. En una ocasión hizo una observación muy sincera, y se lamentó de ser capaz de jugar combinaciones de ataque tan bien como el entonces campeón mundial, Alexander Alekhine, pero sin ser capaz de conseguir las mismas posiciones que Alekhine para poder jugarlas. Ése es el quid de la cuestión. Ser un genio en los toques finales no basta si no sabemos llegar al final.

Incluso en el juego moderno, donde el equilibrio y la flexibilidad son primordiales, hay mucho margen para el estilo. Jugadores como Alexei Shirov y Judit Polgar consiguieron estar entre los diez mejores por su maestría en llevar a cabo ataques directos. Nadie llega a la cumbre si no es potente en todas las fases de la partida, pero sus preferencias sobre el tablero siempre han sido muy obvias.

Polgar, en particular, tiene fama por su brillante ajedrez de ataque. Si, basándonos en las partidas de Polgar, «jugar como una chica» significa algo en ajedrez —un deporte con muy pocas participantes femeninas—, significa una agresividad incansable. (Polgar es la única mujer entre los 300 jugadores mejor clasificados, un claro reflejo del escaso, si bien creciente, número de mujeres en el ajedrez de competición). Esa habilidad para llevar la iniciativa puede costar muy cara si se consigue a expensas de estar incómodo cuando se juega sin tener la iniciativa. Polgar raramente se equivoca en ataque, pero sus fracasos demuestran que llegaría mucho más lejos, aunque cometiera errores, si evitara tomar la iniciativa. Cuando las preferencias superan la objetividad en un grado excesivo, nuestro crecimiento se resiente.

Por supuesto, el estilo y las partidas de Polgar son objeto de una atención especial, porque ella es la única mujer en la élite, la única mujer que ha estado alguna vez entre los diez mejores. Si hoy día nos Parece notable, imaginemos lo que supuso su aparición en la escena internacional a la edad de diez años. A los doce años ganaba torneos internacionales, y en 1991 superó el récord de Bobby Fischer, que durante treinta atesoró el título de gran maestro más joven de la historia que consiguió cuando tenía quince.

(Desde entonces, ese récord se ha convertido en un objetivo muy popular y, gracias a la proliferación del título de GM, anteriormente muy exclusivo, ha sido superado muchas veces. Hoy día está en poder del ucraniano Serguei Karjakin, que en 2002 se convirtió en GM a los doce años y siete meses. El veterano GM Walter Browne, seis veces campeón de Estados Unidos, suele bromear diciendo que, cuando, de acuerdo con la normativa, el congreso anual de la FIDE le concedió el título de gran maestro en 1970, «solo dos de nosotros conseguimos el título en aquella ocasión, y no estaban muy seguros del otro tipo. ¡El otro tipo era Karpov!». Hoy día, decenas de jugadores reciben el título cada año, pese a que muy pocos consiguen estar entre los cien mejores).

¿LA GRANDEZA ES INNATA O SE ADQUIERE?

El hecho de que Judit Polgar llegara a la élite mundial es solo una parte de su extraordinaria historia. Tiene dos hermanas mayores que también juegan al ajedrez, Susan y Sofia. Susan, la mayor, fue la primera mujer en participar con regularidad en duros torneos «de hombres», y fue una de las primeras mujeres en conseguir el título «masculino» de gran maestro. Suele ser la segunda mujer mejor clasificada del mundo, detrás de su hermana menor. La mediana, Sofia, también fue una excelente jugadora profesional durante varios años. A los catorce años consiguió en Roma uno de los resultados de uno de los torneos más insólitos que se recuerdan, al vencer a un grupo de grandes maestros. Su padre, Laszlo, educó a sus hijas en casa para experimentar y demostrar su teoría de que «los genios pueden crearse». Se centró en el ajedrez, y es difícil discutirle los resultados.

El debate de naturaleza versus educación siempre ha sido un tema muy importante en el ajedrez. Supongo que ya que las tres hermanas Polgar comparten los mismos genes, su caso no resuelve el debate en ningún sentido, pero su educación y progresos, desde luego, apoyan sensiblemente la opción de la «educación». En casi toda la historia del ajedrez, las pocas mujeres que demostraron competencia en el juego, fueron consideradas como curiosidades. De enclaves como la antigua república soviética de Georgia, con una tradición de mujeres ajedrecistas, salieron varias grandes jugadoras. Dos de las primeras mujeres que se ganaron un puesto en el mundo del ajedrez internacional en las décadas de 1960 y 1970 eran ambas georgianas: Nona Gaprindashvili y Maya Chiburdanidze. Pero básicamente se dedicaron a los torneos femeninos, especialmente en los años críticos de su formación, cosa que las aisló y limitó su desarrollo.

Las Polgar cambiaron todo eso. Susan fue lanzada a la dura competencia de los torneos internacionales de ajedrez cuando era una adolescente. Con escasas excepciones oficiales, como la Olimpiada de Ajedrez Femenino, donde las hermanas alcanzaron los tres primeros puestos del equipo vencedor húngaro, en dos ocasiones evitaron los torneos solo para mujeres y se dedicaron a las competiciones más duras. Susan, que en la actualidad vive en Nueva York, quedó empatada en el segundo puesto del campeonato «masculino» de Hungría de 1986, un torneo que Judit venció con rotundidad más adelante. Tras ganar el campeonato nacional en 1991, a los quince años, Judit declaró que solo jugaría en el equipo olímpico de ajedrez «masculino». ¿Qué podía decir la federación húngara? Gracias a las Polgar, el adjetivo «masculino» en los torneos y la «especificación» del título de las mujeres como «mujer gran maestro» se han convertido en anacronismos, aunque se sigan usando. Judit dijo una vez que otro cambio que ella y sus hermanas provocaron fue que en los torneos los hombres ya no pueden usar los lavabos de mujeres.

El rápido ascenso de las Polgar disipó la validez de la mayor parte de los tópicos sobre las ajedrecistas femeninas. Sea por naturaleza o por educación, pocas mujeres se sienten atraída; por el ajedrez a cualquier nivel, pero las Polgar demostraron que no existe ninguna limitación inherente a sus aptitudes, una idea que muchos disfrutaban defendiendo, hasta que empezaron a temer que les pulverizara una chica de doce años con coleta. Probablemente, ese mito quedó definitivamente obsoleto en 2005, cuando Judit regresó al mundo del ajedrez tras retirarse durante un año para criar a su hijo. El primer torneo que disputó fue duro, el Supertorneo Corus de los Países Bajos, y acabó con un tanteo positivo que le permitió clasificarse. En la lista de clasificados de octubre de 2005, Judit Polgar, a los veintinueve años, estaba en el octavo puesto entre los mejores jugadores del mundo, a tan solo cuatro puntos de Vladimir Kramnik. Sin embargo, debido fundamentalmente a ciertas carencias en su estilo global de juego, es muy poco probable que Polgar consiga que florezca en su interior una nueva oportunidad de conseguir el título mundial.

Sería precipitado decir que el éxito de cualquier individuo en particular, por muy espectacular que sea, ha disipado completamente todos los interesantes elementos del debate sobre el género y el éxito en el ajedrez. Los hombres y las mujeres resuelven sus problemas de forma muy distinta desde una edad sorprendentemente temprana. Con tantas y tan obvias diferencias entre ambos sexos, es imposible afirmar con seguridad que la disparidad de actuación en tantos terrenos, incluido el ajedrez, se debe únicamente a la educación y la tradición.

Admito que no siempre he tratado ese tema de manera adecuada en las numerosas ocasiones en las que los periodistas me han preguntado por qué hay tan pocas jugadoras de ajedrez de primer nivel. Pero pese a que me hubiera gustado a veces expresarme de forma más delicada, mi opinión sobre el tema no ha cambiado. Sea fisiológico, psicológico o educacional, la pura verdad es que, aparentemente, muy pocas mujeres poseen la inquebrantable pulsión para el ataque que se requiere para ser un ajedrecista de élite. Por supuesto que esa pulsión es necesaria, en primer lugar, para que el deporte te atraiga realmente. Dicho esto, ¡acepto que se pueda argumentar perfectamente que ellas han encontrado usos más prácticos a los que dedicar sus energías!

QUE ENTREN LAS MÁQUINAS

Entre todos los opuestos que se atraen, pocos han sido objeto de tanta atención como el debate «hombre versus máquina». Mis enfrentamientos a seis partidas contra el Superordenador IBM Deep Blue en 1996 y 1997 acapararon una atención inusitada en todo el mundo. La web oficial de la revancha de 1997 tuvo tantas consultas como la web de los juegos Olímpicos de Atlanta, un acontecimiento que duró tres veces más. El Time y el Newsweek lo describieron en portada, y surgieron miles de teorías al respecto. ¿Realmente Deep Blue era inteligencia artificial? ¿Actuaba yo como defensor de la humanidad? ¿Qué conclusiones podían sacarse de mi victoria de Filadelfia en 1996, de mi derrota en Nueva York en 1997, y de la negativa de IBM de jugar un tercer y definitivo torneo?

Siendo humano, fui incapaz de mantenerme al margen de todas esas distracciones, algo de lo que mi rival de silicona no tenía que preocuparse. Peor que perder la partida decisiva final en 1997, fue el golpe que IBM asestó a la comunidad científica y ajedrecística, al decidir cancelar de manera súbita el proyecto Deep Blue. Durante medio siglo, el ajedrez fue considerado territorio exclusivo para establecer comparaciones entre el cerebro humano y la máquina, entre la intuición y el cálculo. A día de hoy, las seis partidas que jugué contra aquella máquina de miles de millones de dólares son las únicas que han tenido lugar en público. Es como si hubieran llegado a la luna y no hubieran hecho fotografías.

La tragedia de que IBM desmantelara a toda velocidad el Deep Blue ocultó desgraciadamente sus cuestionables resultados durante el torneo. IBM no solo era mi oponente en la revancha de 1997, también era el organizador del evento. Hubo tanto antagonismo, y tantas preguntas sin respuesta sobre lo que sucedía detrás del escenario, que es lógico preguntarse hasta dónde fueron capaces de llegar para conseguir la victoria.

Antes de que se me acuse de ser un mal perdedor, me declaro culpable del cargo. Odio perder, sobre todo cuando no entiendo los motivos de la derrota. Si analizamos hoy aquellas seis partidas, descubriremos que, durante casi todo el torneo, el Deep Blue demostró que no era mejor que los programas de los que disponemos actualmente. Solo en unos pocos momentos cruciales, el ordenador IBM realizó movimientos sutiles y poco comunes, movimientos que aún hoy hacen que nos preguntemos si procedían de la misma máquina que perdió la primera partida.

El carácter cerrado de la prueba posibilitó la intervención humana, pese a que en la era pre-Enron parecía cosa de locos sugerir que una corporación gigantesca pudiera recurrir al subterfugio para ganar miles de millones en publicidad gratuita y una enorme y repentina revalorización de sus acciones. Al margen de aquel mal sabor de boca, me sorprendió el espectacular interés que el torneo despertó en el público en general. Sabía que quería continuar con la aventura, aunque, en el futuro, el escenario tendría que ser mucho más abierto y científico.

SI NO PUEDES VENCERLES, ÚNETE A ELLOS

Mi entusiasmo por encontrar nuevos métodos para utilizar la tecnología de los ordenadores, para promover el juego de ajedrez, no desapareció cuando IBM traicionó aquel gran experimento y desconectó el Deep Blue. Como he dicho antes, en 1998 puse en práctica un nuevo experimento: hombres luchando junto a las máquinas en lugar de contra ellas.

Los grandes maestros juegan al ajedrez a base de combinar la experiencia con la intuición y el estudio. Los ordenadores juegan al ajedrez a base de puro cálculo, sustituyendo el estudio por el acceso a una gigantesca base de datos sobre movimientos de apertura. En la actualidad, ambos métodos están muy equilibrados; las mejores computadoras tienen una potencia de juego similar a la de los mejores humanos. Mientras que los microprocesadores han conseguido ir mucho más aprisa, los humanos han aprendido trucos nuevos que ponen de manifiesto la debilidad del juego informático. Inevitablemente, las máquinas deben vencer, pero aún queda un largo camino antes de que un hombre (o una mujer), en su mejor día, sea incapaz de vencer a un ordenador.

La idea del ajedrez avanzado que he mencionado brevemente en el capítulo 5 es un ejemplo práctico de los costes y los beneficios de la colaboración entre los humanos y los ordenadores. ¿Qué resultado produciría sobre el tablero la combinación de la intuición humana con la capacidad de cálculo del ordenador? ¿Se combinarán y producirán un centauro invencible, o un monstruo de Frankenstein descoordinado? En el ajedrez avanzado, dos grandes maestros, ayudados por ordenadores, se enfrentan en el tablero. En junio de 1998 se celebró en España el primer torneo de esas características que me enfrentó a Veselin Topalov.

Aunque yo me había preparado un poco para ese formato, aquel torneo a seis partidas estuvo lleno de percepciones extrañas. Todos nosotros usamos programas de ordenador en nuestros análisis y entrenamientos, de manera que sabemos de lo que son capaces y cuáles son sus puntos débiles. Pero disponer de uno durante la partida fue excitante y molesto a la vez. En primer lugar, tener la posibilidad de acceder a la base de datos de unos cuantos millones de partidas significa no tener que poner a prueba nuestra memoria prácticamente más que en la apertura. Pero dado que ambos teníamos idéntico acceso a la misma base de datos, la ventaja volvía a depender de la capacidad de crear un nuevo movimiento en un momento dado, y asegurarse de que era mejor que el que ya se había jugado con anterioridad.

En la fase intermedia de la partida, tener un ordenador a tu disposición significaba no tener que preocuparse en absoluto por cometer un error táctico. Con eso resuelto, pudimos concentrarnos en una planificación más a fondo en lugar de en los cálculos concretos que nos restan tanto tiempo en las partidas corrientes. De nuevo, dado que ambos usábamos ordenadores, la cuestión era si los usábamos bien de acuerdo con nuestros planes y qué plan era más eficaz. Igual que cuando me enfrente a Deep Blue, si cometía un error, no habría vuelta atrás. La máquina no perdonaría ningún fallo, ni respondería cometiendo uno a su vez.

Dar con la mejor forma de aprovechar las capacidades de la máquina resultó difícil. Para mí fue una carrera comprobar la validez de evaluación de la máquina. Formula su opinión al instante, pero sus recomendaciones cambian en cuanto profundiza más y más en el análisis. Como un corredor de Fórmula 1 que conoce a su coche, uno debe aprender la forma de funcionamiento de la máquina. Existe la fuerte tentación de seguir la evaluación de la máquina automáticamente, cuando se trata de algo que normalmente el ordenador sabe resolver, un hábito peligroso. Si se trata de algo que contradice la sabiduría tradicional, personalmente siempre tiendo a contradecirlo.

Esa metáfora se puede aplicar a todo lo que hacemos, ahora que casi todas nuestras obligaciones diarias requieren la utilización de herramientas cada vez más sofisticadas. La mayoría nos limitamos a aprender justo lo necesario para trabajar con las máquinas que necesitamos, y solo acudimos al manual de instrucciones o preguntamos algo si tenemos problemas. Eso suele convertirnos en muy ineficaces. ¿Cuán a menudo decimos: «Probablemente hay una forma mejor de hacerlo», y seguimos haciéndolo a la manera antigua?

Pese a la fórmula hombre + máquina, mis partidas con Topalov estuvieron muy lejos de la perfección, debido principalmente al estricto control del tiempo, que hacia el final apenas nos dejó margen suficiente para consultar unos segundos las máquinas. Aparte de ese error, las partidas fueron muy interesantes y el experimento se repitió en León en años posteriores con otros jugadores. El resultado también fue notable. Justo un mes antes, yo había derrotado al búlgaro por 4-0 en un torneo de ajedrez rápido normal. Nuestro enfrentamiento de ajedrez avanzado acabó en tablas 3 a 3.

Una ventaja adicional del ajedrez avanzado fue que el ordenador registró absolutamente todas las variables que los jugadores analizaron durante la partida, algo bastante fascinante para los espectadores, y una herramienta muy útil durante los entrenamientos. Normalmente está prohibido tomar notas durante una partida, pero en ajedrez avanzado contamos con un dibujo completo del camino que siguió la partida a partir de la lectura de la mente de los jugadores.

En 2005, el ajedrez avanzado encontró su verdadera razón de ser en internet. La página online Playchess.com presentó algo que llamaron un campeonato de ajedrez «de estilo libre». Los jugadores podían competir en equipo con otros jugadores, con ordenadores, con lo que quisieran. Atraídos por el sustancioso premio económico, grupos de experimentados grandes maestros se pusieron a trabajar con varios ordenadores, y al mismo tiempo participaron en la competición.

Al principio, los resultados parecían los previsibles. El hombre unido a la máquina dominaba absolutamente, incluso a los ordenadores más potentes. El poderoso ordenador de ajedrez Hydra, cuyo hardware está basado en el Deep Blue, no podía competir con un buen jugador ayudado por un ordenador portátil mediano. El liderazgo de la estrategia humana, combinado con la exactitud táctica de un ordenador, era invencible.

La sorpresa llegó al terminar el evento, cuando el ganador resultó ser un par de jugadores aficionados norteamericanos que usaban tres ordenadores a la vez. Su habilidad manipulando y «entrenando» a sus ordenadores para que analizaran a fondo las posiciones, contrarrestó con eficacia la superioridad de conocimientos de los grandes maestros que tenían enfrente. Humano aficionado + máquina + un sistema superior era más fuerte que un potente ordenador y, lo más importante, más fuerte que un hombre experto + una máquina con un sistema inferior.

Los ganadores del «estilo libre» sacaron provecho de una mejor coordinación a la hora de contrastar los métodos. Entendían a sus herramientas y cómo sacar de ellas el máximo rendimiento. Un preparador diría que formaron un equipo eficaz, a partir de un grupo de individuos con habilidades dispares. Un mando militar señalaría que una fuerza bien coordinada triunfará sobre un enemigo superior en número, pero carente de organización.

MANTENERSE LEJOS DEL TERRENO CÓMODO

La combinación armónica de los opuestos ha aparecido a menudo en nuestro intento de perfeccionar el proceso de toma de decisiones. Cálculo y evaluación. Paciencia y oportunidad, intuición y análisis, estilo y objetividad. En el siguiente nivel encontramos organización y clarividencia, estrategia y tácticas, planificación y reacción. En lugar de enfrentarlas, debemos equilibrarlas para hacerlas trabajar juntas.

El único método que nos llevará a conseguir dicho equilibrio es intentar constantemente mantenernos lejos del terreno cómodo. Los equilibrios negativos y los malos hábitos se desarrollan cuando dependemos demasiado de un área, normalmente porque nos ha dado buen resultado. Nos mantenemos en un terreno que conocemos bien en lugar de buscar caminos mejores. La única manera de estar seguros de que aprendemos algo es si nos ponemos nerviosos intentando algo nuevo, aunque sea resolver un problema rutinario con un sistema nuevo. Si necesitamos un ejemplo de hasta qué punto estamos ligados a nuestra rutina, basta con que intentemos cepillarnos los dientes con la mano izquierda, o ponernos primero la pernera izquierda del pantalón. Nuestras rutinas mentales están igualmente arraigadas y tienen consecuencias mucho más profundas.

Fijarse en los puntos más débiles de nuestro juego es también el camino mejor y más rápido para mejorar. Trabajar para convertirse en un jugador completo no tiene siempre beneficios inmediatos, sobre todo si no nos dedicamos a un campo en particular. Pero, según mi experiencia, es una situación «en la que todo el mundo gana». Incrementar la experiencia en un terreno mejora nuestras capacidades generales de una forma inesperada, y a menudo inexplicable.

Yo tuve la suerte de que Anatoli Karpov prácticamente me obligara a convertirme en un jugador posicional, en un estratega. En mi caso, se trataba de nadar o ahogarse: o bien ampliaba mi estilo y mis conocimientos, o nunca sería capaz de vencerle. Mucha gente no se enfrenta a una alternativa tan clara. Podemos seguir con nuestra vida cotidiana sin cambiar nuestros hábitos y sin que nos ocurra nada terrible. El problema es que también es muy probable que no nos suceda nada en absoluto. Conseguir evitar los desafíos no es un objetivo del que debamos sentirnos orgullosos.

Cuando estaba en quinto curso, para mí la materia más inextricable de la escuela era el dibujo. Para mí era como una ciencia oculta; sencillamente, no sabía dibujar y sigo sin saber hacerlo. En lugar de trabajar en ello, como hice con las demás materias, convencí a mi madre, bastante inteligentemente creo, para que me hiciera los deberes de dibujo. De hecho, ella lo hacía bastante bien, lo suficiente como para que el profesor se fijara en un bonito dibujo de un pájaro en un árbol, que desde luego yo no podía haber hecho, como no pude haber pintado la Mona Lisa. El profesor me preguntó si me gustaría participar en un concurso de dibujo, un concurso en el que dibujaría frente a unos jueces, no en casa. Si creen que ése es el final de la historia, no se han dado cuenta de hasta qué punto yo era competitivo ya entonces.

En lugar de confesar, me pasé las semanas siguientes intentando dibujar aquel pájaro, exactamente igual que lo había hecho mi madre. Me pasé horas reproduciéndolo línea a línea, como si estuviera memorizando una fórmula de química. Aquello no sustituía la habilidad para dibujar, pero al final quizá conseguiría una copia razonable. Sudando por los nervios, durante el concurso conseguí hacer un pájaro casi idéntico al original de mi madre. No tengo ninguna duda de que aquel pájaro es lo único que soy capaz de dibujar en el mundo.

Por supuesto, hoy día pienso que me habría gustado hacer mis propios deberes de dibujo y aprender, de hecho, la habilidad que ello requiere. Ya hace mucho tiempo que se habla de las actividades de la parte derecha e izquierda del cerebro, incluso de gente «de cerebro izquierdo» o «cerebro derecho». No hace falta abrir un debate biológico para ver que fomentar muestra parte creativa y dejar que nuestra mente vuele en pos de proyectos artísticos puede ser muy útil ara evadirnos de nuestra lucha rutinaria contra los problemas.

El gran físico Richard Feynman es un ejemplo perfecto de un hombre brillante que se negó a quedarse encasillado en sus propios logros. Cuando Robert Oppenheimer dirigía el Proyecto Manhattan, que produjo la bomba atómica, se refirió a Feynman como «al físico más grande de nuestro grupo». También era el más conflictivo. Para él todo era un desafío, un rompecabezas que había que resolver. Feynman disfrutaba haciendo saltar las cerraduras de las oficinas secretas de Los Álamos, solo por comprobar si podía hacerlo. Llegó a ser un pintor y músico aficionado bastante notable, y le encantaba participar como percusionista en las celebraciones del carnaval de Brasil.

No hay duda de que el espíritu libre y la mente juguetona de Feynman eran activos para su trabajo científico, no desventajas. En sus famosos escritos insistía en que la ciencia era un sujeto vivo, y no simplemente una serie de frías fórmulas. Fue un maestro combinando diversas técnicas y transformando un problema difícil en otro comparable más fácil de resolver. Ese talento estaba directamente relacionado con su permanente actitud abierta frente a las nuevas ideas en todos los aspectos de la vida.

Hoy día se hace especial hincapié en la especialización y la concentración. Los estudiantes solían ir a la universidad con la idea de edificar sus aspiraciones; hoy se ha convertido fundamentalmente en una experiencia vocacional. Dedicamos tanto esfuerzo a ser buenos en aquello que hacemos que no nos damos cuenta de que probablemente haremos mejor lo que hacemos si mejoramos en lo demás.

Parece raro decir que ser mejor artista pudo convertirme en mejor jugador de ajedrez, o que escuchar música clásica puede convertirte en un directivo mejor. Y, sin embargo, ésa es exactamente la cuestión a la que se refería Feynman cuando dijo que ser un percusionista le hacía ser mejor físico. Cuando aceptamos regularmente el desafío de la novedad, mejoramos los «músculos» cognitivos y emocionales que nos convierten en más eficaces en todos los sentidos. Si conseguimos superar el miedo a hablar en público, o a enviar un poema a una revista, o a aprender un nuevo idioma, esa seguridad impregnará todas las facetas de nuestra vida. No podemos quedar presos de «lo que hacemos» hasta el punto de dejar de ser seres humanos curiosos. Nuestra mayor fuerza es la capacidad de asimilar y sintetizar los modelos, los métodos y la información. Inhibir dicha capacidad intencionadamente para centrarnos en una sola cosa no solo es un crimen, sino también algo muy poco gratificante.

Ajedrez por ordenador

En cuanto el hombre inventa una máquina, parece que el siguiente paso es convertir su creación en un jugador de ajedrez. A lo largo de la historia de los ordenadores mecánicos y digitales, el ajedrez ha estado en el punto de mira. La causa, sin lugar a dudas, está en el hecho de que muchas mentes legendarias fueran también jugadores de ajedrez, aunque no siempre buenos. Otra razón es que el ajedrez siempre se ha considerado, como dijo Goethe, «un hito del intelecto». Prácticamente todos los inventores de «máquinas de pensar» inmediatamente pusieron a prueba su eficacia en el juego más respetado del mundo.

La idea de que el ajedrez es la cumbre del intelecto humano no se ha limitado a los tecnócratas. El público en general también la ha apoyado ampliamente, cosa que justifica la fama del primer autómata ajedrecista, «el Turco». En 1769, el ingeniero húngaro barón Wolfgang von Kempelen construyó un jugador de ajedrez de juguete para entretener a la emperatriz Maria Teresa de Habsburgo. Era un artefacto puramente mecánico en el interior de un maniquí vestido a la manera turca. Naturalmente, su sorprendente potencia de juego se explicaba por la presencia de un gran maestro, convenientemente oculto en el interior del maniquí. La máquina era un fraude.

La dificultad principal de los programas de ajedrez es la enorme cantidad de secuencias en juego. En una posición media existen unos cuarenta movimientos admitidos. De modo que, si tenemos en cuenta todas las respuestas a cada movimiento, obtenemos 1.600 posiciones. Eso después de dos ply (medio movimiento, uno blanco y uno negro), un movimiento en ajedrez. Después de dos movimientos hay 2,5 millones de posiciones, después de tres movimientos 4,1 billones. La partida normal dura cuarenta movimientos, lo cual nos lleva a cifras astronómicas.

Hay que destacar que el primer programa de ordenador se escribió antes de que los ordenadores empezaran a funcionar. Su creador fue el matemático británico Alan Turing, mundialmente conocido como el padre de la ciencia moderna de los ordenadores y el hombre que lideraba el grupo que descifró el código alemán «Enigma» durante la Segunda Guerra Mundial. Desarrolló una serie de instrucciones para automatizar el juego del ajedrez, pero, dado que aún no existían las máquinas que pusieran en práctica el primer código para ajedrez del mundo, lo hizo él mismo sobre el papel. En aquella misma época, en Estados Unidos otra gran mente matemática, Claude Shannon, esbozó varias estrategias informáticas que se podían aplicar al ajedrez.

En 1950, el laboratorio nuclear de Los Álamos fue la insólita sede del siguiente avance del ajedrez por ordenador. Cuando recibieron la gigantesca máquina «MANIAC1», los científicos la probaron introduciendo un programa de ajedrez. Después de jugar contra sí misma, y después de perder luego contra un jugador mejor (a pesar de contar con una reina de más), la máquina venció a un joven que acababa de aprender a jugar. Fue la primera vez que un ser humano perdía contra una máquina en un juego de destreza intelectual.

Luego siguieron las mejoras de los programas que enseñaron a la computadora a no perder el tiempo analizando opciones menos válidas. Se desarrolló el algoritmo matemático de ajedrez «alfa-beta», que permitía al programa rechazar rápidamente las variables más débiles de un movimiento y poder mirar más allá. Es un método de fuerza bruta en el que el programa deja de centrarse en cualquier movimiento que suponga una puntuación menor que el movimiento seleccionado en ese momento. Todos los programas están basados en ese método de barrido, con el que los programadores construyen la función de evaluación ajedrecística. Los primeros programas usaban esos métodos, aplicados por algunos de los ordenadores más rápidos del momento, y consiguieron un nivel de juego notable. En la década de 1970, los primeros ordenadores personales podían batir a la mayoría de los aficionados.

El siguiente salto llegó de los famosos laboratorios Bell. Ken Thompson, creador del sistema operativo Unix, construyó una máquina específicamente para el ajedrez, con cientos de chips. Su máquina «Belle» era capaz de analizar unas 180.000 posiciones por segundo, cuando las supercomputadoras solo llegaban a 5.000. Anticipándose a los nueve movimientos siguientes de una partida, Belle jugaba al nivel de un maestro y mejoraba muchísimo el nivel de cualquier otra máquina de ajedrez. Ganó prácticamente todos los torneos de ajedrez por ordenador de 1980 a 1983, antes de que la superara finalmente la supercomputadora gigante Cray.

Programas de ajedrez para el público con nombres como Sargon, ChessMaster y Fritz siguieron mejorando gracias al rápido incremento de la velocidad de los procesadores que fabricaba Intel. Las máquinas especializadas reaparecieron gracias a una generación de máquinas de ajedrez diseñadas en la Carnegie-Mellon University. El profesor Hans Berliner era un experto en informática y un campeón mundial de ajedrez por correspondencia (por correo). Su máquina de alta tecnología se vio superada más adelante por las creaciones de sus ex alumnos Murray Campbell y Feng-Hsuing Hsu. Se fueron con su ordenador campeón «Deep Thought» a trabajar a IBM, donde su proyecto fue rebautizado con el nombre de «Deep Blue».

La máquina Deep Blue contra la que jugué en 1996 y 1997 consistía en un servidor de IBM SP/2 equipado con gran cantidad de chips específicos para el ajedrez. Esa combinación era capaz de analizar 200 millones de posiciones por segundo. Como todas las máquinas de ajedrez modernas, Deep Blue tenía, además, acceso a una vasta base de datos de posiciones de apertura preprogramadas, seleccionadas del juego de grandes maestros humanos. Esas bases de datos sobre aperturas contenían millones de posiciones que igualaban y, por supuesto, superaban a los conocimientos humanos y los datos sobre las aperturas. Normalmente, un programa juega bien unos doce movimientos antes de empezar a calcular. Sin contar con esos conocimientos humanos en las aperturas, los programas serían mucho menos eficaces.

También hay bases de datos que operan únicamente al final de la partida. Estas «bases de datos de finales de partida», otro invento de Ken Thompson, relacionan todas las posiciones posibles con seis piezas o menos (En la actualidad existen algunos que operan con siete.) Con varios cientos de gigas de capacidad, permiten que las máquinas jueguen esas posiciones sin margen de error posible. Con la ayuda de dichos oráculos, hemos descubierto posiciones que requieren forzosamente 200 movimientos exactos para llegar a la victoria, un grado de complejidad impensable hasta hoy, y todavía inalcanzable para el ser humano.

Afortunadamente, los dos extremos, análisis de las aperturas y bases de datos de finales de partida, no confluirán. Es muy poco probable que nadie llegue a ver una computadora que juegue su primer movimiento 1.e4, y anuncie jaque mate en 33.520 movimientos.

«El ajedrez es entre treinta y cuarenta por ciento psicología. Eso no existe cuando juegas con un ordenador. Para mí es algo inconfundible». (Judit Polgar).

«Cuando los dos criterios chocan sobre el tablero, la ingenuidad de un individuo de extremado talento se opone al trabajo de generaciones de matemáticos, expertos en informática e ingenieros. Creemos que el resultado no revelará si las máquinas piensan, sino si el esfuerzo de un colectivo humano puede ensombrecer los mejores logros de las mentes humanas más capaces» (fragmento de una declaración de Feng Hsiung Hsu y otros miembros del equipo del Deep Thought/Deep Blue).

«El último reducto del cerebro» (título del artículo de portada del Newsweek sobre el enfrentamiento Kaspárov-Deep Blue).