IX

Entramos en La Flaca acaparando todas las miradas por la extraña pareja que hacíamos. Ella, una mujer entrada en la cincuentena y tan alternativa vistiendo, y yo un chico joven vestido con ropa cara y deportiva. Si no hubiera sido un bar de lesbianas y que todo el mundo parecía conocer a Lola, hubiéramos podido pasar perfectamente por una rica excéntrica y yo su gigoló.

La dueña del bar salió de detrás de la barra y se nos acercó, solícita.

—Lola, mi amor —se besaron en los labios—. No esperaba verte hoy y menos aún tan bien acompañada. ¿Quién es este bomboncito?

—Un buen amigo, Cuca. Pero no te hagas ilusiones, es maricón.

—¡Oh! ¿Eres mariconcito, mi amor? —preguntó mientras me daba un par de besos poniendo su mano en mi cintura y dejándola caer hasta mis nalgas. Me la miré sorprendido pero no dije nada—. Qué lástima, con este culito tan duro. ¡Venga, venga, entrad!

Me dio un cachete en el trasero y nos acompañó hasta una mesa en un rincón del local.

—Aquí estaréis tranquilos. ¿Te traigo lo de siempre, Lola?

—Sí, por favor.

—¿Y tú, mi amorcito?

—Un Bacardí con hielo.

—¡Hum! —me miró fijamente—. Verdaderamente una lástima que seas maricón, con lo guapo que eres y el gusto que tienes.

—Vamos, Cuca. Le estás incomodando.

La mujer soltó una carcajada y se fue detrás de la barra a preparar las bebidas.

—No entiendo nada, Lola. ¿No es éste un bar de lesbianas? —le pregunté aprovechando que por fin nos había dejado solos.

—Sí. Pero eso no quiere decir que la dueña tenga que ser bollera.

La miré sorprendido. Siempre pensé que el dueño de un local gay era, necesariamente, gay.

—El negocio es el negocio. Y éste, a Cuca, le va muy bien —me dijo al ver mi cara de interrogación—. Pero no hemos venido a hablar de ella ni de mí, sino de ti. ¿Se puede saber qué te ha ocurrido este invierno, que has venido tan cambiado?

—¿A qué te refieres?

—¡Vamos, chico! No te conozco mucho pero el verano pasado te vi todos los días con una morenaza de impresión que ya la hubiera querido para mí…

Se interrumpió la conversación cuando Cuca nos trajo las bebidas y las dejó sobre la mesa. Cogí mi vaso y di un sorbo mientras Lola me miraba esperando una respuesta.

—Verás —empecé—, es complicado para mí poner en orden mis ideas y mis sentimientos aún. Es todo demasiado reciente.

Por segunda vez en lo que iba de verano, expliqué todo lo que me había pasado desde que tuve mi bronca con Susana hasta mi experimentación con el sexo en grupo de la noche anterior en el Beach. No me dejé nada por contarle ni le escatimé los detalles más íntimos. De vez en cuando me interrumpía para preguntarme algo que yo no había sabido explicar bien o para saber qué sentía en un momento concreto.

Fue una terapia reveladora para mí hablar de ello y ver mi vida como si se tratara de la historia de otra persona. No sé si Lola era una buena psicóloga o no, pero me sentí muy a gusto con ella y las palabras no dejaron de fluir en ningún momento. Al cabo de una hora larga ya lo sabía todo de mí.

Cuando terminé de hablar, me miró, bebió un poco y se arrellanó en su asiento. La imité esperando que dijera alguna cosa.

—¿Quieres saber mi opinión como psicóloga o como amiga?

—Bueno, yo estoy bien. No creo necesitar un psicoanálisis.

—Querido, todos necesitamos psicoanalizarnos de vez en cuando. Pero tienes razón, estás relativamente bien para todo lo que has asumido en tan poco tiempo. Otra persona se hubiera hundido, pero tú no. Tú has aprovechado lo que te ocurre en tu beneficio, no te has dejado apabullar por los acontecimientos y has salido adelante. Y esto dice mucho de ti, de tu salud mental. Y en cuanto a Kazanjian no deja de ser una casualidad. Tu mente creó una fantasía sexual y al ver a Kazan te asustaste porque las fantasías son solo eso, fantasías, y en el momento que las hacemos realidad dejan de serlo y eso nos da miedo por temor a perder nuestra capacidad de imaginar, de autoexcitarnos. Te fijaste en Kazan porque se parecía al chico de tu fantasía, nada más. Y no pienses en los carcamales estúpidos y retrógrados de la comisión. Que no te afecte para nada lo que ha pasado allí. ¡Que se vayan a la mierda!

—Supongo que tienes razón.

—¡Claro que la tengo! Ahora, como amiga, te digo que vivas tu momento lo más intensamente que puedas. Disfruta. No pienses en el futuro. Hoy es hoy y hay que vivirlo sin complicaciones, que pronto llegará el invierno y es demasiado largo… Vive tu vida como has hecho hasta esta noche.

Se calló mirándome fijamente y cogiéndome la mano.

—¡Me das una envidia! —me dijo finalmente.

—¿Envidia? ¿Por qué? —exclamé.

—Porque eres joven, una persona increíblemente interesante y tienes un físico estupendo. Puedes conseguir lo que te propongas y a quien te propongas.

Bajé los ojos sonrojado y empecé a jugar con el vaso.

—¿Sabes? Yo no me veo así. A veces me gustaría tener la autoestima más alta, creer que puedo conseguirlo, saber cuál es mi camino…

—Pero las cosas te van bien. Tienes un buen trabajo, tienes tu pintura.

—Sí, lo sé. Sin embargo, cuando tengo éxito en algo, pienso que no me lo merezco, que estoy estafando a todo el mundo.

—¡Uy, mi niño! ¿Ves como sí que necesitas un psicoanálisis más profundo? Aquí hay un problema que se tiene que tratar profesionalmente…

—Pero no es éste el lugar ni el momento —le interrumpí.

—No, ciertamente. Quiero que vengas a mi consulta, te haré precio de amigo.

—Lo haré… Después del verano. Como me has dicho, hay que aprovechar el momento y mis inseguridades pueden esperar hasta después de las vacaciones. Ahora vamos a divertirnos. ¿Has visto a esa chica de la barra que no te quita el ojo de encima?

—¿Cuál? —exclamó girándose en dirección.

—¡Pero disimula un poco!

—¡Qué carajo! Ya no tengo edad para ir disimulando y perderme las pocas oportunidades que me brinda la vida.

—Está bien. Es la del vestido azul —le dije riendo.

Lola se atusó el pelo y sonrió a la chica que le devolvió la sonrisa.

—Quizá tienes razón y se ha fijado en mí… —Me susurró como si pudiera oírnos o como si decirlo en voz alta provocara que la chica huyera—. ¿Te importa si me acerco?

—¡No! ¡Ve a por ella! Que no se te escape.

—¿Seguro? Me sabe mal dejarte.

—¡Vete!

Parecía como si, de repente, a Lola le hubiera entrado miedo de ligar. Toda su seguridad se había esfumado. Lentamente se levantó y fue a la barra. La chica al ver que se le acercaba, se incorporó un poco en su asiento y dejó ver una gran sonrisa blanca, acogedora. Empezaron a hablar.

Me dediqué a mi bebida observando el local y los juegos de seducción entre las mujeres. Un juego más discreto pero a la vez más seductor y erótico, más encaminado a conocer mejor a la otra mujer, a saber de ella. Nuestro juego, el de los hombres, es más directo, vamos a por la carne, a disfrutar, a por el sexo, sin importarnos tanto quién hay detrás. Primero follar y luego, si interesa, hablar y conocer un poco la persona con quien hemos follado. Somos más primitivos en ese aspecto.

Lola se giró al poco rato y se acercó guiñándome un ojo. Parecía muy contenta.

—¿Te importa si me voy con ella? —me preguntó.

—Por supuesto que no, Lola.

—Te quiero, mi niño.

—Yo también, Lola —y por primera vez en mucho tiempo, lo dije de verdad, con todo mi sentimiento.

Me besó en los labios, regresó junto la chica del vestido azul y se marcharon cogidas del brazo.

Aún no había salido por la puerta cuando vino corriendo Cuca, la dueña del bar, con la excusa de recoger el vaso vacío.

—Vaya, mi amorcito. Veo que te han dado plantón.

—Bueno, Lola se merece lo mejor.

—Sí, claro. Si tú lo dices. ¿Y seguro que tú eres maricón?

La mujer se estaba haciendo muy pesada y decidí escaparme de La Flaca inmediatamente. Me levanté.

—Estoy muy seguro, señora —recalqué lo de «señora» con toda mi mala leche.

Cuca frunció el ceño y arrugó la boca, pero aún así no se dio por vencida y volvió al ataque.

—¿No quieres que te cure con una noche de pasión? —dijo llevándose una mano al pecho.

—Para que me excitaras haría falta que tuvieras una buena polla y no creo que la tengas —le alargué un billete de veinte euros—. ¿Con esto hay suficiente para pagar las copas?

Cogió el billete bruscamente y salí del bar sin esperar el cambio.

Eran cerca de las dos de la madrugada. No era tarde pero estaba cansado, la noche anterior casi no había dormido y los acontecimientos del día me habían superado. Sin embargo, a pesar del cansancio, pensaba que no podía terminar el día de aquella manera. Me imaginaba a Lola desnudando y besándose con la chica del vestido azul y yo durmiendo cual jubilado. Así que me dirigí hacia el Beach a ver que se cocía esa noche.

—No escarmientas. Todo lo que te ha pasado hoy ha sido por culpa de ir a ese bar ¿y ahora pretendes volver? ¡Pues sí! Y que se joda el que no le guste. ¡Qué se jodan todos! —me dije a mí mismo como si tuviera la conciencia dividida entre una angelical y una demoníaca pero mucho más divertida. Ganó mi lado más malo, morboso y perverso.

Cuando llegaba a la entrada del Beach, me sobrepasó un chico que llamó al timbre y se coló dentro rápidamente cerrando la puerta sin esperar si yo iba a entrar o no. En el letrero al lado de la puerta miré el Dress Code de la noche: Naked Mask Party. En pelotas y con máscara. Eso me fastidió mucho. Si bien no me importaba quedarme en calzoncillos en el bar y follar delante de quien estuviera allí, sí que me jodía bastante tener que entrar desnudo y, además, con una máscara. No me apetecía nada ver reducido mi campo de visión por el antifaz y menos aún follar con alguien a quien ni siquiera le iba a ver la cara. Definitivamente esa noche no era para mí.

Mi estómago se quejó y recordé que no había cenado, así que pensé que era mejor dejar las cosas como estaban e irme a casa a comer algo y a descansar, ya tendría muchas más ocasiones para follar, por ejemplo por la mañana en la Fumeta.

Di media vuelta para regresar por el paseo marítimo para respirar el olor del mar en lugar de ir por los callejones estrechos y oscuros del centro histórico. Las calles estaban casi desiertas. La gente aún estaba en los bares y cuando cerraran se desplazarían hasta las discotecas y volverían a llenarse las calles.

De repente, en un callejón bastante oscuro, noté una presencia y me paré en seco. No supe si había sido una sensación o que realmente había alguien cerca de mí, pero cuando me giré estaba solo. Continué andando un poco más rápido, con ganas de alcanzar la luz del paseo donde, seguramente, habría más ambiente.

Lo oí claramente. No era sólo una sensación, ahora era algo físico que hacía ruido al andar. Pasos. Sin detenerme miré por encima de mi hombro. Nadie. ¿Qué me estaba pasando, me estaba volviendo paranoico como decía Bob? Aceleré.

Al girar una calle vi un chico de espaldas, era alto, moreno y vestido todo de negro que se alejaba por la otra esquina a paso rápido. ¿Kazan? Me dije echando a correr hasta la bocacalle para ver como doblaba otra esquina. Maldecí ese laberinto de calles y corrí aún más rápido. Grité su nombre pero no se giró ni se paró. Corrí hasta el final de la calle oyendo únicamente mis propios pasos sobre el asfalto. Le había perdido, se había esfumado misteriosamente. Miré en los portales por si en alguno había una luz abierta que me indicara que había entrado en algún edificio, pero todos estaban en penumbras. Simplemente había desaparecido. Una vez más lo había perdido o me había rehuido.

Llegué a casa con los ánimos por los suelos, no entendía por qué Kazan no había aparecido en todo el día y por la noche, cuando me había parecido verlo, me había ignorado. Necesitaba hablar con él, quería aclarar si él había sido el chico del Beach al que había rechazado. Mirándole a los ojos, lo sabría, sin necesidad de palabras.

Pero el día aún no había terminado, me aguardaba una desagradable sorpresa. Cuando llegué a casa, en la puerta, encima del felpudo de la entrada, había un pájaro con la cabeza colgando, muerto. Le habían retorcido el pescuezo. Di un respingo y me apoyé en la pared, asustado. ¿Qué significaba aquello? Era evidente que el animal no había muerto de causas naturales en mi rellano, alguien lo había dejado allí con alguna intención oculta. Pero ¿quién?, ¿y por qué?

Nervioso, bajé a llamar a la puerta de Bob sin percatarme de que eran más de las tres de la madrugada. Abrió enseguida.

—¿Qué te ocurre? Estas muy pálido —exclamó preocupado.

—Hay… Hay un pájaro muerto en mi puerta.

—¿Qué? ¿Un pájaro?

—Alguien lo ha dejado allí. Es una amenaza… Creo.

—¿Una amenaza? ¿Quién iba a amenazarte a ti y por qué? Aran, me estas asustando.

Me había equivocado llamando a Bob, pero en el primer momento no había sabido qué hacer y me había parecido la única opción posible. Sin embargo me daba cuenta de que mi vecino se estaba asustando aún más que yo.

—Quizá sea la broma de unos chiquillos. Solo te he llamado por si has oído algo esta noche.

Intenté serenarme para no hacer la historia más grave, aunque de repente me vino a la memoria el mensaje de móvil que había recibido la noche anterior, había sido un primer aviso, el pájaro el segundo. Saqué el teléfono del bolsillo y busqué en el menú de mensajes recibidos pero no estaba, lo había borrado.

—Joder, Aran. ¿Quién ha podido hacer una cosa así?

—No lo sé, Bob. En fin, no le demos más importancia. Es tarde, mañana lo veré más claro. Buenas noches.

Me giré para irme a casa.

—¡Quédate a pasar la noche! No te quedes solo…

—Gracias, Bob. Solamente me he asustado un poco al encontrarlo pero ya está, ya estoy bien. Prefiero quedarme en casa.

—¿Quieres que vaya yo?

—No, no. Buenas noches.

—¿Seguro?

Me despedí de él dejándolo bastante preocupado y entré en casa. Cogí un trozo de papel de cocina, envolví al pobre animal y lo eché al cubo de la basura no sin antes comprobar si habían dejado alguna nota pero no había nada.

Se me había quitado el hambre y me tumbé en la terraza pensando en todas las posibilidades de quién podía querer asustarme dejándome el cadáver de un animal en la puerta como si se tratara de una película de la mafia. ¿Matías? ¿Kazan? ¿Pero qué motivo podía tener Kazan a no ser que él hubiera sido el chico misterioso del Beach? No, no podía ser. Me negaba a creerlo. Si alguien tenía todos los números de la lotería para ser el lunático asesino de pájaros, ese era Matías. Con ese convencimiento pasé del miedo inicial a la ira. Me cabreó que un palurdo como él hubiera podido asustarme y decidí que por la mañana lo aclararía. Le haría tragar el pájaro.

Rescaté el pequeño cuerpo de la basura, lo dejé en el suelo al lado de la puerta y fui a darme un baño caliente intentando relajarme antes de acostarme, si no me sería imposible conciliar el sueño.

Estaba medio dormido en la bañera cuando me despertó el ruido de un cristal rompiéndose. Atontado, no supe si había sido dentro de mi piso o en el de algún vecino. Me incorporé y alargué la mano para mirar la hora en el reloj que había encima del lavabo: las cuatro menos veinte de la madrugada. Hora de salir del agua y acostarme.

Iba a levantarme cuando se abrió de golpe la puerta del baño y entró un hombre vestido de negro que me empujó y me hundió en el agua. Intenté deshacerme de su mano pero era más fuerte que yo y no podía hacer nada más que patear. Me estaba ahogando. No podía respirar. Le cogí el brazo, era fuerte, musculoso, y a pesar de todos mis esfuerzos, no conseguía hacerle retroceder ni un milímetro. Abrí la boca en un intento de rescatar algo de aire para mis pulmones pero lo único que conseguí fue tragar una gran cantidad de agua. Mi lucha se hacía cada vez más débil. Me faltaba el aire y las fuerzas. Estaba a punto de perder el conocimiento. Si no hacía un último esfuerzo titánico, acabaría conmigo. Di una patada con la esperanza de alcanzarlo pero se perdió en el aire. Quise clavarle las uñas en el brazo y no pasó de un simple arañazo. Era mi fin. Lo veía claramente. Acabaría mis días ahogado en la bañera de mi casa por un desconocido sin saber por quién ni por qué.

Entonces aflojó la mano y pude sacar la cabeza del agua e intentar conseguir una bocanada de aire que, al entrar por mi garganta, me dolió como si tragara cristales rotos. No podía abrir los ojos, el jabón se me había metido dentro y me picaban. Sin voluntad ni capacidad de reaccionar, me sentí levantado, sacado de la bañera y transportado hasta el dormitorio como si fuera de papel. Me tiró encima de la cama y me quedé quieto, jadeando. Cada respiración me costaba media vida.

Hundí la cara en el cojín cuando noté que me abría las piernas y me penetraba con algo muy grueso que me desgarraba por dentro. Grité pero ningún sonido salió de mi garganta. Sentía su aliento cálido y fétido detrás de mi oreja. Él vestido, yo desnudo. Él penetrándome, violándome. Yo sin voluntad, sin capacidad para revelarme. Su penetración iba en aumento, cada vez más fuerte, cada vez más adentro. Me susurró algo al oído que no entendí y sacó su polla. Pensé que ya se había terminado todo, que me dejaría en paz, pero no. Cambió la polla por sus dedos y jugueteó con mi agujero, que ya estaba bastante dilatado por la cabalgada a la que me había sometido, y me metió la mano entera, sin concesiones. Sentí un fuego intenso quemarme mi interior y me quedé sin respiración. Pero él no tenía bastante y continuó entrando hasta meter el brazo hasta la altura del codo. No lo veía pero lo notaba. Era una sensación terrible. Abrió la mano y noté sus dedos buscando mi corazón. Ahora entendía por qué no había terminado conmigo en la bañera: me había debilitado y dejado sin capacidad de reacción porque su intención era arrancarme el corazón. Grité con todas mis fuerzas pero el grito se quedó ahogado en la garganta. Quería que saliera, quería liberarme de esa presión, de ese ser que me torturaba. Sin embargo, a pesar de la situación y del dolor que sentía, mi polla empezó a crecer y pensé que moriría como los ahorcados, con una erección y que por la mañana cuando descubrieran mi cuerpo desgarrado y sanguinolento en la cama con la polla dura, no entenderían nada. Imaginé la cara de sorpresa del policía municipal de turno al ver mi polla erecta y me eché a reír en el mismo momento que me corría salpicándome todo entero de la leche más espesa y abundante que había eyaculado nunca.

Me desperté sudando y gritando, con las sábanas totalmente revueltas. Miré a mi alrededor buscando el hombre que había intentado matarme y me había violado pero estaba solo. Ni rastro de él. Me llevé la mano al culo buscando los inexistentes desgarros y sólo entonces, al no descubrir nada, fui consciente que todo había sido una terrible pesadilla. Sin embargo sobre mi estómago había los restos frescos de mi propio semen.

Había sido muy desagradable, pero aún así me había excitado y me había corrido como cuando era joven y tenía sueños eróticos que me provocaban unas eyaculaciones espectaculares.

Pensé que estaba enfermo, que no podía ser que me hubiera corrido teniendo una pesadilla totalmente opuesta a un sueño erótico, en la que era violado, torturado y casi asesinado. Pero los sueños no los controlo, son los que son y mi cuerpo, dormido, reacciona independientemente de mi voluntad.

Me levanté tambaleándome y cabreado. Estaba convencido de que la pesadilla había sido fruto de los sucesos de la noche anterior. Tenía que solucionar la historia del pájaro y del SMS sin más dilación.