CAPÍTULO VII

LA aeronave descendía verticalmente sobre la granja. Estaba pintada de amarillo y, vista desde abajo, contra el fondo gris plomo de las nubes, parecía enorme.

Realmente era mayor que aquellas que Marek viera en la pantalla de la cápsula portadora KT, y aunque idéntica en su aspecto general tenía un detalle importante que la diferenciaba de las ya conocidas. Donde aquellas tenían dos torrecillas artilleras, ésta montaba sendas hélices, quedando una sola torrecilla en el centro de la parte posterior, entre los dos motores.

La primera sensación de Marek fue de un gran desaliento. ¡No tenían escapatoria! ¿Pero quién deseaba escapar? Casi de exprofeso habían buscado esta situación, así que ¿por qué lamentarse? Castillo y Valera, Nuria Ross y hasta Adler Ban Aldrik deseaban establecer contacto con los habitantes de esta inexplorada región. Pues bueno, ya estaban donde querían llegar.

Adler Ban Aldrik apareció en el pórtico, junto a Marek, y echó atrás la cabeza para mirar al cielo. Nuria Ross, Valera y Castillo salieron a continuación llevando sus fusiles y sus escafandras.

—Es la misma aeronave que bombardeó la cápsula —dijo Adler Ban Aldrik—. O si no es la misma es idéntica.

—Ya sabía yo que usando tontamente nuestras radios íbamos a dar una pista fácil a la aeronave —dijo Marek con acento irritado.

—No tiene importancia, hijo. Antes o después nos habrían capturado.

La aeronave, después de descender muy aprisa, se inmovilizó en el aire a unos doscientos metros de altura sobre el patio. En este momento llegaba Dován y levantaba los ojos para ver el aparato.

De la aeronave salió una voz amplificada por un megáfono.

—¿Qué dicen? —preguntó Marek a Dován.

—Habla el comandante de la nave. Dice que sabe que estáis aquí y exige vuestra rendición. Que salgáis al patio para que se os vea.

Marek intercambió una mirada con Adler Ban Aldrik. Éste hizo una mueca como de resignación y avanzó solo fuera del abrigo del pórtico. Marek hizo una seña a los demás para que le siguieran y fue a reunirse con el bartpurano.

Inmóviles bajo la lluvia contemplaron la aeronave. Ésta evolucionaba para virar a barlovento. De nuevo tronó el megáfono. Marek se volvió hacia el pórtico, donde los saurios se reunían junto a Dován.

—Depositad las armas en el suelo, poned las manos sobre la cabeza y alejaos unos pasos hacia el centro del patio —dijo Dován.

Marek tiró su fusil diciendo:

—Quieren que arrojemos nuestras armas y salgamos al centro del patio. Obedezcan.

Los fusiles fueron arrojados al suelo. También fueron abandonadas allí las escafandras. Con las manos sobre la desnuda cabeza se dirigieron hacia la balaustrada del estanque, donde se detuvieron mirando a la aeronave. Ésta era bastante grande, debía medir por lo menos cuarenta metros de envergadura, sin contar aquella especie de asas laterales, y era de forma casi cuadrada, como una pastilla de jabón.

Mientras permanecía inmóvil la aeronave desplegó su tren de aterrizaje. Luego descendió muy lentamente hasta posarse en el patio, entre el estanque y la casa. De la parte inferior y central de la nave cayó hacia afuera una pasarela. Una docena de saurios armados, vestidos con monos blancos, bajaron en fila por la pasarela. Las ruedas del tren de aterrizaje eran tan grandes que permitían el paso de un hombre sin tener que inclinarse.

Al llegar a tierra el oficial se hizo a un lado dando una orden. La tropa corrió empuñando sus metralletas a rodear a los extranjeros. El oficial vino después y se quedó mirando a los “monos” con sus grandes ojos abiertos de asombro.

Dován venía corriendo desde la casa y se detuvo jadeando.

—¿Quiénes son? —preguntó el oficial.

—Dicen proceder de otro mundo situado en el espacio exterior. Yo pienso más bien que el mundo está aquí, en algún lugar remoto del hiperplaneta cuya existencia ignoramos —respondió Dován—. Vinieron a esconderse en el establo de mi granja, diciendo haber perdido la aeronave en la que viajaban.

—Nosotros destruimos su aeronave —afirmó el oficial—. Tengo orden de llevar a los prisioneros a Meygo. El Servicio de Inteligencia está muy interesado en todo este asunto. Convendría que nos acompañaras para prestar declaración. ¿Cómo te llamas?

—Soy el conde Dován, general retirado de la Legión del Faraón.

Estudiando telepáticamente las reacciones del oficial, tanto Marek como Adler Ban Aldrik coincidieron en apreciar un súbito cambio en la actitud del saurio. Dován debía haber sido un personaje respetado e influyente en la corte. Respecto a la libre interpretación de la idea de Dován no coincidieron totalmente. Marek tradujo “emperador” y Adler Ban Aldrik “faraón”. De cualquier forma se trataba de alguien cuya dignidad estaba por encima incluso a la del rey. La palabra exacta habría sido “rey de reyes”.

El oficial se disculpó ante Dován diciendo que iba a comunicar con el Mando Central respecto a la necesidad de que el conde fuera a prestar declaración, pero Dován respondió diciendo que viajaría con mucho gusto a Meygo si le concedían unos minutos para cambiarse de ropa.

Mientras Dován se dirigía a la casa, el oficial ordenaba a los “monos”:

—Quitaros esa cosa de cristal.

Marek tradujo para sus amigos el pensamiento del oficial:

—Dice que nos quitemos las armaduras.

Bajo la fina y continua lluvia los valeranos se despojaron de sus armaduras y “backs” depositándolo todo en el suelo. Debajo de las armaduras de “diamantina” los valeranos aparecieron con su blanca ropa interior.

Un saurio fue enviado a bordo y regresó poco después con un puñado de cuerdas y trapos. Mientras les ataban las muñecas a la espalda, uno de los soldados hacía tiras del trapo y vendaba los ojos de los prisioneros.

—Seguramente temen que sorprendamos el secreto constructivo de su aeronave —dijo irónico el profesor Valera.

Con los ojos vendados les hicieron andar hasta la pasarela.

Nada más entrar en la aeronave se notaba una sensación de calor. El sistema de aire acondicionado dejaba oír un zumbido continuo. Les empujaron por un corredor. A su alrededor podían oír las voces de los saurios.

Incluso con los ojos vendados, tanto Adler Ban Aldrik, como Marek Aznar y el sargento Eced, habrían podido interpretar el pensamiento de la gente que les rodeaba. Pero lo que pensaban los saurios respecto de ellos tenía poco interés en general. Les obligaron a pasar por una puerta angosta, lo que pudieron apreciar porque todos rozaron el marco con los codos. Luego se escuchó el sonido metálico de una puerta y el chirrido de una cerradura.

—Nos han dejado solos —dijo Marek—. Y los muy cerdos ni siquiera se han molestado en quitarnos las vendas.

—¿Qué hacemos? —preguntó en la oscuridad la voz de Nuria.

—Quitarnos las vendas, naturalmente.

Poco después, ayudándose unos a otros, se habían desembarazado de las vendas. Se encontraban en una habitación totalmente cerrada por tabiques metálicos, con una litera de dos pisos a un lado, un armario, una mesa y dos banquetas en el lado contrario; es decir, un camarote o la celda de un calabozo. La puerta era de acero y aunque tenía la cerradura en la parte interior no podía desmontarse sin herramientas.

—Bien, ya estamos donde queríamos —dijo Marek haciendo saltar las ligaduras de sus muñecas—. Por ahora al menos no estamos recibiendo un trato que podamos llamar exquisito. Yo diría que los saurios no aprecian especialmente nuestra inteligencia. Seguimos siendo “monos”.

—Ten paciencia, ya cambiarán de opinión —dijo Adler Ban Aldrik levantando sus fuertes hombros.

Mientras Nuria y los profesores Castillo y Valera iniciaban una conversación sobre el tema, Marek examinaba las paredes de la celda golpeándolas aquí y allá con los nudillos para comprobar su solidez.

—Metales ligeros —dijo Adler Ban Aldrik—. Aleaciones de aluminio y refuerzos de titanio. Los ingenieros katumes deben estar luchando todavía por conseguir reactores nucleares livianos. De momento la relación peso/potencia no debe ser muy favorable. Por eso tienen que aligerar la estructura de la nave.

—¿Qué velocidad crees que pueda alcanzar este cacharro?

—Con impulsión a hélice sólo, unos quinientos kilómetros por hora.

—O sea, que su tecnología está todavía como quien dice en mantillas.

—Yo no diría tanto. Han resuelto el problema de los campos magnéticos antigravitacionales. Este sistema de sustentación requiere una fuente de energía eléctrica abundante; o sea, la instalación de una pila nuclear. Con una pila atómica a bordo, la solución más sencilla consiste en montar motores eléctricos para accionar las hélices. La aeronave no será muy veloz, pero a cambio de ello podrá realizar vuelos de semanas, meses e incluso años de duración. Aparte de esto habrás observado que la aeronave también lleva motores de combustión. En el ataque fulminante, o para escapar de la caza enemiga, cuando lo que se requiere es altura y alta velocidad, la aeronave enciende sus motores de chorro y se eleva hasta las altas capas de la atmósfera, donde la resistencia del aire es mínima. En esas condiciones tal vez pueda alcanzar hasta veinte mil kilómetros por hora, aunque no sea capaz de volar sostenidamente a esa velocidad por mucho tiempo.

—Pese a todo no parece que los katumes hayan volado nunca hasta el otro lado del hiperplaneta —observó Marek.

—Las distancias en el hiperplaneta son enormes. Para volar sobre la mitad de un círculo máximo y alcanzar el lado opuesto del planeta, una aeronave que volara ininterrumpidamente a quinientos kilómetros por hora, emplearía en el viaje tres mil quinientos ochenta y seis años, lo que está totalmente fuera de las posibilidades de la técnica katume.

—Supongo que nos interrogarán. Querrán saberlo todo acerca de nuestro autoplaneta y los medios que utilizamos para llegar hasta aquí. Tal vez debiéramos acordar ahora lo que podemos decir y lo que conviene callar.

—Eso es una tontería. No veo que haya necesidad de mentir en nada. Suponte que les hablamos de una máquina capaz de transformar la energía en materia. ¡Los katumes no nos creerían!

—Pues por si acaso nos creen y se despierta su interés por nuestras cosas, lo mejor es no mencionar lo que nos puede perjudicar. Así que ni mentar la Karendón, la “luz sólida”, ni los haces desintegradores, ni las armas miniaturizadas, ni…

—Está bien, se lo que quieres decir —cortó Adler Ban Aldrik.

—¿Por qué le fastidias de ese modo? —interpeló Nuria saliendo en defensa del bartpurano—. Fidel no es un chiquillo.

—Ojalá lo fuera. Pero no lo es. Su cerebro funciona como una computadora, almacena todos los descubrimientos realizados por el hombre, desde el primitivo sistema de hacer fuego a la fórmula matemática de conversión de la materia en anti-materia. Si los saurios supieran lo que sabe le torturarían hasta matarle para arrancarle sus conocimientos.

Nuria se estremeció. Realmente era una posibilidad en la que nadie había pensado. Se tranquilizó diciéndose que nadie podría jamás someter al “bundo” a tortura. Nuria sabía que éste poseía un control psíquico sobre sí mismo, capaz de sumirle en un sueño cataléptico de días, incluso semanas. En este estado era insensible al dolor, a las drogas hipnóticas y a la inspección profunda de las máquinas “psí”. Pero, naturalmente, nadie podía permanecer indefinidamente en estado cataléptico.

El tema, preocupante para Nuria, no parecía sin embargo capaz de quitarle el sueño a Marek. Éste trepó hasta la litera superior, y aunque la dura cama no tenía ni jergón, ni mantas, ni almohada, cruzó las manos sobre el pecho, a modo de un “fakir”, y cerró los ojos. En un minuto estaba dormido. ¡Feliz tapo! Marek acababa de poner en acción una de las cualidades más sorprendentes de su raza, la facultad de inhibirse de toda preocupación, del ruido, de la sensación de temor, del hambre y la sed… y dormirse en cualquier circunstancia y lugar.

Hasta que Nuria Ross le despertó sacudiéndole, Marek durmió en un sueño tranquilo y reparador. La puerta de la celda acababa de abrirse y un par de saurios armados proferían guturales gruñidos invitándoles a salir.

—¡Hola! —dijo Marek incorporándose—. ¿Qué hora es?

Había dormido entre cinco y seis horas, cosa difícil de determinar puesto que no llevaban sus relojes.

Al salir de la celda todo lo que los valeranos alcanzaron a ver fue un largo corredor con puertas a ambos lados. De nuevo les ataron las muñecas, esta vez con pedazos de alambre de cobre. Les taparon los ojos con anchas tiras de cinta adhesiva.

Llevados a empujones, chocando entre sí, recorrieron el pasillo y sintieron bajo sus pies el plano inclinado de la pasarela. Se encontraban en un lugar ruidoso, probablemente un aeródromo. Se escuchaban distintos tipos de motores; de automóvil, de aviones reactores… de helicóptero…

El raqueteo del helicóptero fue en aumento al acercarse a él. Sintieron el aire de las palas del rotor sobre sus cabezas y en el rostro. Les hicieron subir al aparato, hacinándoles en el piso de una carlinga trepidante y no muy limpia, pues tenía residuos de tierra y briznas. El aparato se elevó, voló un trecho no muy largo y volvió a descender.

Les sacaron a tirones de la carlinga. Bajo sus pies sintieron la hierba recortada y más tarde el contacto y el crujido de un suelo de gravilla. Se escuchaban trinos de pájaros, agitar las hojas y el barbotear de alguna fuente. Atravesaban un cuidado jardín. Luego subieron unos escalones. Sus pies se deslizaban sobre un suelo liso y pulido, a su alrededor había un gran silencio…

Por el número de escalones que bajaron a continuación era fácil colegir que descendían a un sótano. El rumor de los pasos tenía aquí una resonancia distinta. En cierto momento pasaron junto a una sala de máquinas.

Alguien dio una voz, pero al menos Marek no entendió lo que decían. No estaba atento al pensamiento de sus conductores. Le pusieron una mano en el pecho, y así supo que habían llegado al lugar. ¿Qué lugar? Le era indiferente. Escuchó ruido de cerraduras y de puertas. Luego le empujaron metiéndole en alguna parte. Alguien les rozó las manos, unos alicantes cortaron los alambres que le maniataban. Otra mano le rozó el rostro. Le quitaron el adhesivo casi arrancándole las cejas.

No estaba solo. Con él había dos saurios y Nuria Ross, todavía con los ojos vendados. Le estaban quitando los alambres. Estaban en una habitación de unos tres metros de lado con paredes desnudas de hormigón y una puerta metálica. Un solo catre y un taburete eran todo el mobiliario, del techo pendía una bombilla eléctrica.

—¡Ay! —exclamó Nuria cuando el saurio le arrancó brutalmente el adhesivo.

Los saurios vestían una especie de uniforme verde oliva y llevaban pistola al cinto. Les miraron con curiosidad y a continuación abandonaron el calabozo cerrando la puerta con estruendo.

Nuria Ross miró a su alrededor.

—¿Por qué nos habrán puesto juntos? —murmuró intrigada.

—Tal vez el edificio no sea una cárcel propiamente dicha. No deben disponer de muchos calabozos, así que nos han alojado por parejas. Tal vez usted hubiese preferido otro compañero…

—¡No digas tonterías! ¿Y por qué me hablas con ese ceremonioso usted? Precisamente vosotros los tapos tuteáis a todo el mundo.

—Debe ser por el respeto que me impone tu condición de científico… y porque eres una mujer mayor.

—¡Vaya con lo de mujer mayor! Supongo que te refieres a mis tres transmigraciones sucesivas. Tú, cuando me miras, ¿qué es lo que ves en mí? ¿Ves una chica atractiva, o una anciana repulsiva?

Nuria Ross era una pelirroja muy atractiva, de bellos ojos azules, con una figura realmente espléndida; alta, de esbeltas piernas y arrogante busto. Marek, que había ido a sentarse en el borde del camastro, la contempló pasándose la punta de la lengua por los labios.

—¡Vamos, dilo! —invitó Nuria irguiéndose desafiante—. ¿Qué es lo que ves?

—Sin duda veo una señora estupenda —soltó Marek.

—¡Señora! ¡Señora! Tu mente está mediatizada por la idea de que, de cualquier forma, dentro de mí hay una anciana centenaria.

—Tienes toda la experiencia acumulada de cuatro vidas, ¿o no es así?

—Algún día tendrás mi edad “mental”. Te sorprenderá comprobar que todas tus experiencias acumuladas sólo tienen un valor anecdótico, prácticamente no sirven para nada. Las personas nacemos con nuestro carácter, el cual viene determinado por la herencia genética. El carácter, por si no lo sabías, se hereda con los demás rasgos. Con sus variantes propias, cada hombre y cada mujer somos una continuación de nuestros ancestros. Sólo en muy pequeña parte podemos modificar el carácter; de hecho se trata más bien de una represión de nuestros impulsos naturales. Se dice que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. ¿Por qué? Pues porque pese a todas las experiencias el impulso sigue latente en nosotros, reprimido, pero no modificado. Como mucho, los años la hacen a una más reservada, sin añadir con eso ninguna virtud relevante al carácter.

—¿Lo ves? —replicó Marek sacudiendo la cabeza—. Ninguna chica que tuviera veinte años “reales” defendería sus convicciones con el aplomo y la seguridad que tú lo haces. A mis años no se está seguro de nada.

—Pues yo diría que eres un hombre muy asentado. En general los tapos tomáis la carrera con ventaja. Vuestras facultades telepáticas os permiten obtener una evaluación realista del mundo que os rodea. No escucháis a las personas, escudriñáis su interior y las despojáis de todo lo vano y superfluo. A mí, personalmente, los tapos me intimidan.

—¿Yo te intimido? —preguntó Marek como si acabara de descubrir algo sorprendente y divertido.

—Sí —Nuria vino a sentarse junto a Marek en el borde del camastro—. Me ocurre también con Fidel, pero ante él me siento menos avergonzada. Tu bisabuelo es un tipo extraordinario, alguien que está por encima de las flaquezas humanas, y sabe entenderlas y disculparlas.

—Quieres decir que yo no podría disculparte, siendo así que soy joven e inexperto.

—¿Lo eres? —replicó Nuria volviendo el rostro para mirarle a los ojos.

Estaban muy cerca uno del otro y el aliento de la muchacha llegó hasta Marek causándole una turbación nunca sentida. Marek se ruborizó como un colegial.

—Estoy seguro en unas cosas y dudo respecto a otras. Como soldado bien entrenado tengo una larga experiencia, puedo tomar una decisión rápida sin vacilaciones. Tampoco he tenido problemas con las mujeres de mi raza. Con las mujeres valeranas es otra cosa, sois muy complicadas.

—¡Oh, no! Eso no es cierto, quizás lo que ocurre es que nunca te has interesado verdaderamente por una valerana. Si tú amaras a una de nosotras verías que no somos diferentes de vuestras mujeres. La hembra, en cualquier especie, es el ser menos evolucionado. Probablemente porque su función procreadora no ha variado en el transcurso de los milenios. La mayor conquista realizada por la mujer es la dependencia sexual del hombre respecto de la hembra. Todo lo que ha conseguido después no ha hecho otra cosa que afianzar ese poder de seducción sobre el macho. Eso es lo permanente, lo demás se puede calificar de accesorio.

Nuria Ross calló y Marek esperó, inútilmente, que siguiera hablando.

—Vamos, continúa —le dijo—. Me encanta oírte hablar.

—¿De veras no te parezco pedante?

—¡No!

Un ligero rubor se extendió por las mejillas de la joven.

—Bueno, no tengo más que decir al respecto.

Nuria rehuyó el encuentro con los ojos del tapo. Él se dejó caer de espaldas en el lecho, probando lo mullido del colchón.

—Es una cama aceptablemente blanda, aunque quizás algo estrecha para dos —dijo como hablando consigo mismo. Se incorporó, miró a Nuria y exclamó—: ¡Profesora, te has ruborizado!

—Marek, no seas tonto —dijo ella ocultando su rostro.

—¡Vamos, vamos! Señora mía, usted con sus experiencias de cuatro transmigraciones… ¡no le importará acostarse con un muchacho inocente!

Nuria mantenía el rostro insistentemente vuelto. Marek contactó telepáticamente con la mujer. Descubrió sorprendido que a ella sí le importaba… ¡porque allá en lo hondo de su ser, inconfesado y reprimido, alentaba el deseo de ser suya!

—¡Nuria! —exclamó Marek poniendo su mano sobre el hombro de ella.

La muchacha se volvió, en sus azules ojos, húmedos de amor, brillaba una lucecita de ironía.

—Las mujeres tapo lo tienen más fácil —murmuró—. Están libres de prejuicios y pueden expresar sus sentimientos de corazón a corazón.

Marek la cogió entre sus brazos, buscando con los suyos los rojos y temblorosos labios. Nuria había estado casada por lo menos cuatro veces en sus tres anteriores encarnaciones, y Marek una vez. Ambos eran conscientes de sus actos y conocían el fin del camino emprendido. Marek ya había desabrochado la mitad del cierre de velcro de su amante cuando esta opuso inesperada resistencia.

—No, espera… aquí no.

Marek sintió enfriarse de pronto su entusiasmo.

—¿A qué viene esa mojigatería?

—Alguien puede estar mirándonos.

—¡Pero si estamos solos!

Nuria extendió su brazo señalando al muro opuesto. Marek miró en aquella dirección y vio algo en lo que antes no había reparado. A una altura aproximada de dos metros cincuenta centímetros se abría un hueco rectangular protegido por una rejilla de acero. Se trataba sin duda de un conducto del sistema de aireación, ya que la celda carecía de ventana y la puerta estaba herméticamente cerrada.

Lanzando un reniego Marek se puso en pie, fue a tomar el taburete y lo arrimó al muro subiéndose en él. Sintió en el rostro el soplo de una corriente de aire fresco. Mirando a través de la rejilla, a unos treinta centímetros de ésta y por lo tanto fuera de su alcance, vio el brillo vítreo de una lente de aumento.

—Tenías razón —dijo saltando del taburete al suelo—. Alguien nos espía a través de una cámara de televisión.

—Estudian nuestro comportamiento —murmuró Nuria—. Tal vez no fue casualidad que nos encerraran juntos.

—¡Los muy cerdos! —rezongó Marek mirando en dirección a la rejilla.

De pronto Nuria se echó a reír.

—¿Por qué te ríes? ¿Qué hay de gracioso en que otros estuvieran mirando mientras yo te desnudaba? —exclamó Marek.

—¡Marek! Siempre oí decir que los tapos no tenéis prejuicios a ese respecto.

—Es mentira. Ni siquiera a los tapos nos gusta que nos miren por el ojo de la cerradura mientras hacemos el amor. ¿O es que esos tipos nos toman por conejos de indias?

—Ponlo de otro modo, amor. Para ellos somos tan raros como a nosotros nos parecieron los tumas cuando los vimos por primera vez. ¿Recuerdas como se enfadó Beg Hon cuando acudimos con nuestras cámaras a fotografiarle desnudo?

—Sí, ¡pobre Beg Hon! ¿Qué habrá sido de él? Me remuerde la conciencia haberme marchado sin explorar detenidamente cada rincón de la quebrada. Tal vez no muriera, esas armaduras de diamantina son muy fuertes…

De nuevo volvió sobre ellos la conciencia de su situación. Durante más de dos horas charlaron de todo lo sucedido y lo que podía ocurrir a partir de este momento. Daban por hecho que serían interrogados y deseaban que esto ocurriera cuanto antes. Pero por alguna razón parecía que los katumes no tenían ninguna prisa. Nuria se quedó dormida en el camastro y Marek se tendió a su lado mirando al techo.

Poco después Marek recibía un mensaje telepático de Adler Ban Aldrik, anunciando que le estaban sacando de la celda para interrogarle. Marek le recordó sus recomendaciones para que no se excediera en lo que iba a declarar y le deseó buena suerte.

Pasaron dos horas más, Nuria despertó y Marek recordó que no había comido en la granja de Dován y sentía hambre. Una hora más tarde giraba una llave en la cerradura y se abría la celda. Dos saurios de uniforme verde oliva, con correaje rojo y pistola al cinto les indicaron por señas que salieran.