Capítulo XX

Guasón, hombre de negocios

No hacía mucho que don Germán había vuelto de la parroquia cuando sonó el timbre.

—¡Abre tú! —gritó su hermana desde la cocina—. Tengo las manos llenas de masa.

—Voy, voy…

Don Germán abrió la puerta. Los ojos se le abrieron muchísimo.

—Soy yo, soy yo, Watson. Voy disfrazado. He tenido un esclarecedor encuentro con cierto sujeto; ya le informaré en su momento. —Guasón esquivó al sacerdote y cruzó la casa a toda prisa hasta su habitación—. Ahora no me puedo entretener —continuó—. Tenemos una cita a mediodía…

—Ya ha pasado el mediodía —lo interrumpió don Germán.

—Me refiero al mediodía sevillano…

—¿Al que dura hasta las tres de la tarde?

—Exactamente —confirmó Guasón—. Cierta persona de relevancia para nuestro caso tiene la sana costumbre de tomar un refrigerio en un bar próximo a El Traqueteo. Tenemos diez minutos. ¿Está usted arreglado?

—Yo no podré acompañarlo. Tengo una cita con una joven pareja que quiere que la case; vuelvo ahora mismo a la parroquia.

—Veo que ha decidido dedicar la semana entera al ejercicio de su profesión. Bien, atienda usted su vocación de médico y yo atenderé la mía de detective.

Don Germán no se molestó, como de costumbre, en apercibir a su amigo de que él no era médico. Se limitó a observar con resignación cómo Guasón se desprendía de su nariz falsa y volvía a vestir la chaqueta de Ricardo.

—¿Tiene usted corbatas? —preguntó este de repente.

—Pues… No… Tengo alzacuellos. Pero, corbatas… A no ser que coja una de las de mi padre. No sé si quedará alguna. Creo que se las llevó todas Carlitos. Voy a mirar. —Unos minutos más tarde, don Germán regresó con tres corbatas—. Estas son las que quedan.

—Deme usted una, la que le parezca.

—Como lo vea mi hermana con una corbata de mi padre…

Guasón tomó la corbata que le ofrecía el sacerdote y se la anudó al cuello. Don Germán observó el estropicio.

—Así no se pone una corbata.

—Así está perfectamente. Ya está mi disfraz.

—Y ¿de qué va disfrazado, si se puede saber?

—De hombre de negocios.

—De negocios que no van muy bien, supongo —añadió el sacerdote. Pero Guasón ya había abandonado la habitación, con la firme intención de hacer lo mismo con la casa.