Capítulo XVIII
Donde, antes de haber dado el próximo paso, se apunta al que le sigue
—Aún no sé si ha sacado usted algo en claro de la presentación —expresó don Germán, ya de vuelta a casa.
—Bueno, supongo que lo mismo que usted —replicó Guasón—. ¿Le ha llamado a usted algo la atención?
—Pues… No sé… Estoy un poco mareado. Me ha llamado la atención… —canturreó don Germán, rebuscando en el desordenado cajón de su memoria reciente— que había mucha gente.
—Perfectamente, Watson —exclamó Guasón, que estaba algo más fresco que el sacerdote—. Es uno de los puntos fundamentales a extraer de la presentación de este libro. Si suma usted a ello el anuncio que ha hecho la directora de la editorial acerca de la presentación de la primera novela de Ricardo, tendremos todo el jugo en nuestro vaso.
En la imaginación de Guasón se dibujó de repente un vaso de zumo de naranja. Mentalmente le añadió un chorrito de vodka y sonrió.
—¿Qué importancia pueden tener esas… cosas? —preguntó don Germán.
—Pues no mucha —replicó Guasón, de vuelta a la realidad—. Pero, el hecho de que la sala estuviera atestada de gente y de que la mayoría de los asistentes haya salido de la misma con un ejemplar del poemario bajo el brazo, nos dice que la muerte de Ricardo ha multiplicado las ventas del libro. Por otro lado, tenemos el anuncio de la publicación de la primera novela del autor. Usted y yo sabemos, además, que la editorial tiene en su poder una segunda, por mucho que no la hayan mencionado en la presentación. La poesía tiene un público limitado, Watson, pero ¿qué me dice de la novela? Una novela inédita, de un joven autor muerto en circunstancias misteriosas, y con el halo de poeta… Haga usted sus propios cálculos. Creo que difícilmente podría haber despertado esta editorial la mitad de la expectación si Ricardo aún caminase por el estrecho sendero de los vivos.
En la imaginación de Guasón, un vaso de jugo de naranja con vodka apareció de repente caminando por un estrecho sendero.
—¿Y qué? Sigo sin comprender nada. ¿Acaso es un crimen aprovecharse de las circunstancias?
—No lo es —repuso Guasón, apartando el vaso a un lado—. Pero sí justifica que, al menos, nos planteemos si dichas circunstancias tan favorables han sido buscadas por algún medio o se han dado por mero azar.
—Aún no se sabe si la muerte de Ricardo fue un accidente —le recordó don Germán.
—Ciertamente. Solo sabemos que no fue un suicidio —completó Guasón.
Un vaso de jugo de naranja y vodka se suicidó vaciando su contenido fuera del sendero.
—Y, además —repuso el sacerdote—, suponiendo que fuera un asesinato, ¿quién lo cometió? Dudo que esa Ana Guerrea se dedique a matar a sus autores.
—Bueno, había alguien más sentado a la mesa. Y, ese alguien, casualmente, también fue la última persona que vio con vida a nuestro amigo.
—Alberto —atinó el cura.
—Efectivamente: Alberto. Ahora solo resta conocer si él también ha salido ganando con la muerte de Ricardo para así relacionar el beneficio de la editorial con el suyo propio. No sabemos nada, Watson, pero, tal vez, tirando del centro de este hilo, hagamos converger los extremos hacia nuestros ojos.
—Usted no habrá cogido las llaves de casa, ¿verdad? —preguntó súbitamente don Germán, palpando su sotana con desesperación.
—Me temo que no. Pero no se apure. No creo que la señorita Hudson tenga ningún reparo en abrirnos la puerta.
Don Germán fijó la vista en el reloj con mucho trabajo y no poco miedo. Las manecillas señalaban la una menos cuarto de la madrugada. Su hermana llevaría dormida más de una hora.
—Me va a matar —dijo para sí el sacerdote, santiguándose con más devoción de la que recordaba albergar.