LOS testimonios que analizamos, tienen en común una serie de rasgos, que posiblemente en los de la etapa anterior no los hemos encontrado: Soledad. Vacío. Frustración. Deseo de libertad personal. Cuestionarse algo tan importante como: ¿Sirvió para algo la lucha de aquellos años? El discurso que emplean es sincero, crítico, íntimo, crudo. Se hace un repaso a aspectos tan importantes que forman parte de la cotidianeidad de la vida: los hijos, el sentimiento del amor, el trabajo y la familia. El análisis resulta denso. Para muchas, incómodo.

Situaciones personales como las que aparecen a continuación, se dan con cierta frecuencia: «… Cuando estaba pariendo, mi marido ya no estaba allí, se había ido al extranjero para una reunión del Comité Central y vino dos meses más tarde. La niña ya había nacido…»; «… Las novias de los presos, eran mujeres que se mantienen fieles al estilo más puritano…»; «… Cuando ellos salen de la cárcel, pueden rehacer su vida con una chavala joven. Mientras que ellas no pueden hacerlo…».

El tema de los hijos, para muchas angustiante, que de alguna manera les marca: «… Nos habíamos dedicado solo a luchar por los demás, y mis hijos podrían preguntarse, ¿y qué han hecho ellos por nosotros, no?». Cuando se recuerda aquellos años, algunas lo hacen con cierta nostalgia: «… Fue una época romántica…»; «… Es una época que yo la recuerdo con mucho cariño…». Pero para otras mujeres, de alguna manera el recuerdo les agobia: «… No podía conmigo misma, mantener esta batalla, casa-niños-Partido-trabajo…»; «… prescindimos de un montón de cosas por el Partido, para qué, ¿para ir a la cárcel?»; «… Yo me sentía un poco la tontita del barrio cuidando a mis hijos…»; «… Yo me casé con mi marido porque entonces era muy revolucionario casarse dos comunistas y estar además los dos en la lucha…».

El testimonio con el que finalizo este apartado es desgarrador, creo que simboliza la mujer intelectual puente entre la última generación de los 60 y comienzos de los años 70, que habiendo recibido una educación en casa, totalmente represora y autoritaria, cree descubrir primero en la Universidad y después en un partido clandestino su sueño de ser persona, de ser libre; sin conseguirlo tampoco: «… Tenía una sensación de decir: bueno y esto ¿para qué? Tenía una sensación de decir: yo quiero enamorarme, quiero tener hijos, quiero ser una médica fantástica. Había un desfase. No teníamos tiempo para el amor…»; «… Me doy cuenta de que tengo dolor. Que me duele absolutamente, que tengo sensación de haber perdido un tiempo muy importante…».

Dulcinea Bellido

Yo recuerdo una cosa: un día llegué a casa, recién casados, me abraza, me besa y me dice ¡Ay, mi «amita de casa»! Claro, a mí aquello me suena muy mal, ¿por qué? Porque a mí me había conocido militando ya en el Partido, es decir, no es el caso típico de la mujer que se casa con un activista y se vuelve ella también. Nos encontramos ya andando en el mismo camino. Militando ambos, aunque él a un nivel más alto y yo en la base. Estas son cosas que te van dejando impacto en la vida, y te dices: «¿cómo me dice esto?». Pero luego, a lo largo de los años, descubres más cosas. Efectivamente, yo me tuve que convertir en «amita de casa», mientras él era uno de los responsables del Comité en Madrid. Entonces yo no podía hacer absolutamente nada, me quedo embarazada, tuve una hija y recuerdo que empecé a vivir ya un poco a disgusto (…silencio…). Cuando yo estaba pariendo, mi marido no estaba allí. Se había ido al extranjero para una reunión del Comité Central, y vino dos meses más tarde. Por supuesto, yo ya había dado a luz.

Cuando lo detienen, le encierran en Carabanchel (…silencio…), la niña tenía nueve meses y ya comenzamos la típica marcha allí, con ella en brazos. Esa niña (…silencio…) ha pasado en la cárcel, visitando al padre (…silencio…), que así está marcada. Le juzgan y le piden veinticuatro o treinta años, no lo recuerdo bien, aunque luego se lo dejan en esta primera detención en catorce años. Lo trasladan al Dueso y yo pongo un taller de modista en casa y por las tardes me marchaba a las reuniones y actividades políticas del Partido.

Hortensia Peñarrocha

Yo pienso que las mujeres de los presos, sobre todo la mayor parte que no militaban en partidos, eran unas luchadoras increíbles. Unas defensoras a ultranza de sus maridos y… de todos los hombre que están ahí dentro. Son solidarias como ellas solas, como no lo somos a lo mejor luego entre nosotras. Se olvidan de todas las cosas porque nada tiene importancia. Para ellas, todo consiste en cómo conseguir comida para llevarles y cómo conseguir que salgan de la cárcel.

Así se centra todo. Realmente como fieras, como fieras defendiendo su (…pausa…). Encuentro que tienen mucho valor estas mujeres, porque cuando te metes en una organización, ya sabes a qué te expones, ¿no? Y otra cosa, es como tú te ves arrastrada porque estés casada con una persona, o porque eres madre… abuela (…silencio…). Esa es la famosa historia de las «novias», que era increíble. Mujeres que se han pasado media vida esperando y además al estilo más puritano. Había que ser «fiel»… y además serles fieles hasta la muerte. ¡¡No te digo con las mujeres del Partido!! Yo he conocido cantidad de mujeres, «las novias», que eran mujeres ya entradas en años, o sea, que la vida se les iba pasando y que solo han vivido para estos hombres. Y que luego, tristemente, en muchos casos, han salido los hombres y no se han entendido (…silencio…). Ellos, con esa edad, cuando han salido, han podido rehacerse y se han terminado casando con una «chavala» de veinte años. Mientras que las pobres mujeres que estuvieron esperando, ya no pudieron hacerlo. Esto, es muy duro.

Luego, ¿qué pasa? Pues, que todas estas mujeres al salir ellos de la cárcel y al estabilizarse poco a poco, pues les dicen: tú te quedas en casa, ¿eh? Has sido una tía fenomenal, encantadora, has estado en la puerta de la cárcel. Pero ya has hecho bastante y yo ahora tengo que protegerte. Es lo que han hecho conmigo también. Continúan diciendo: esto ya es cosa de hombres y entonces las mujeres, ¿qué pasa?, pues que vamos a ser el «reposo del guerrero», y otra vez está en repliegue. Ya se acabó la guerra.

En Granada hay mujeres increíbles. Recuerdo en el año 70, en la huelga de los albañiles, donde matan a tres obreros y empezamos a reunimos en una Asamblea en apoyo a los albañiles. Empezamos a sentir que además que éramos rojas y antifranquistas, que estábamos ya, un poco hartas de tanto partido: PCE, PT, Liga, y etc. Y en el Hospital Real nos juntamos cerca de 200 mujeres y nos planteamos que tenemos que hacer más cosas. Se incorporan también universitarias y en una de las reuniones, no recuerdo si en la segunda o tercera, cuando salimos de allí, estaban esperándolas ellos, la mayoría de los maridos de aquellas mujeres. Militantes todos ellos. Las recogieron y se las llevaron a sus pueblos. Y ya cada vez nos reuníamos menos. Y claro aquello se quedó reducido a la Universidad solamente y a estas mujeres ya no las pudimos volver a ver. Y esta ha sido la historia. Ellos en un momento las trajeron de sus pueblos, de los barrios obreros, y como ellos estaban encerrados, tú luchabas para que salieran y por la huelga. Después ellos están fuera y (…pausa…) y ya no hace falta. Y estas mujeres desaparecen de la faz… porque desequilibran el hogar, la casa, los hijos… Yo las quiero, pero ya no tengo nada que ver. Me dan pena, están metiditas en su PCE, totalmente organizaditas y encerraditas… Desde luego somos víctimas, pero también me cansa mucho lo de decir tanto que somos víctimas. Yo creo que nos hemos agarrado mucho a decir esto. Yo tengo muy claro, que no me iría con el poder. No sería yo. Siempre estoy en lo marginal. O sea cuando surge la lucha de mujeres yo estoy dentro, pero luego no voy a estar en lo oficialista. Por eso no tengo oficio ni beneficio (…silencio…). Ningún trabajo, nada que me proteja. Me da igual. No me voy a plegar.

Primitiva Sánchez

En el 62 nos casamos y a los diez meses tuve a mi primer hijo. Cuando vine con el chiquillo del sanatorio con dos días, vino la carta de despido. Y ya comienza la lucha. Los padres de él nos ayudaban, mi madre trabajaba y vivíamos en su casa. Yo nunca pude «poner una casa». Con mi segundo hijo no tenía ni donde dar a luz, ¿eh?, no tuve más remedio que en casa dar a luz, y además, venía mal el parto (…silencio…). Pero, es que no tenía dinero, ni seguro médico, para poder ingresar en un sanatorio. Una lucha sin nada, es muy difícil.

Había gente que me quiso «coger» los hijos, pero ni mi marido que estaba en la cárcel ni yo quisimos. Cuando yo iba a visitarle llevaba a mi hijo que no tenía más que un año, y ¡ya se «agarraba» a los barrotes! Cuando el padre ni había matado ni robado sino que era un dirigente de las ¡huelgas de Asturias! Yo creo que el ir con los niños a la cárcel, es algo que se graba para toda la vida. Además como lo detuvieron en casa, los niños estaban delante, ¡fíjate que trauma para ellos! (…silencio…). Pues claro, estos niños tenían un odio tremendo. Ya lo llevaban dentro desde que nacieron. A mi mayor, todo esto le ha afectado mucho.

Josefina García

Después de los años 67 y 68, la lucha aquí en Asturias, fue continua y agitadísima. A pesar del miedo que había, toda la gente respondíamos. A Tina y Anita las insultaron y las pegaron mucho los guardias: «Si estuvierais en casa como una mujer decente, no os encontrarías aquí». Claro, ellos empleaban un lenguaje machista y grosero. Ellos, la policía, «se empleaban» en las palabras que a veces te marcan más que un moratón.

A todas las manifestaciones yo llevaba a los niños. Mi cría «mamólo» bien. Hoy está en el Movimiento Comunista.

Natalia Joga

El 14 de Enero en el 63, yo estaba entonces en estado después de diez años de casada, tenemos la sorpresa de que vienen a detener a mi marido a casa. Yo a través de la gente en la que me apoyo, y que creo que debe de saber lo que pasa, consigo llegar a los despachos de la Brigada Político Social. Pedimos verlos, y nos dicen que sí, y entonces llamo a mi suegra que es de derechas e hija de militar, para que también se entere. Nos sacan a mi marido todo amoratado. Yo estaba de seis meses, y al verlo en aquel estado, tomo conciencia de que yo debo luchar. Y sin tener todavía una conciencia clara de la lucha, comienzo a ir a la cárcel a verle. Mi marido pertenecía al expediente de Grimau, le condenan a dieciséis años y le mandan a Burgos. A partir de este momento comienza mi peregrinar con mi hijo, a la puerta de la cárcel.

En la Navidad del 64, fue la primera vez que organizamos un viaje en autocar todas las mujeres, para llevarles cosas a Burgos. Nos cogió una tremenda nevada. Llenamos el autocar con familiares de presos, y cuando regresamos a Madrid, yo ya tenía citación para pasarme por la Dirección General de Seguridad donde me tomaron declaración, y no pudieron sacarme nada ni de cómo, ni de quién, organizó el viaje. Ahí, ya surgió esta luchadora que está aquí y sigue luchando.

María Antonia Pelauzy.

Desde el 61 hasta el 72, mi actividad llamémosla política, era como un puente entre el mundo artístico y el político, más solidario. Tengo una gran actividad en este tiempo y participo en Solidaridad. Como no tengo hijos, puedo ir por las noches a reuniones clandestinas del Partido. Mi marido vive todo esto, pero se siente a veces presionado por mí. Mientras que él tiene una actitud crítica y la expresa a través de su pintura, yo lo tengo que expresar organizando cosas. Cuando nace mi hija, llega un momento en que me encuentro rodeada solo de gente con compromiso político, y que me anima todavía más, a no dejar la lucha. Al cabo de un tiempo me separo de mi marido, pero continúo (…silencio…), ya que para mí aquella lucha era fundamental y estaba por encima de otras necesidades.

Julia Blanco.

Mi marido entró en la ORT, yo en ese período lo único que hacía era aguantarme con lo de la casa y apoyar a mi marido. En casa se tenían muchas reuniones y siempre albergábamos a mucha gente. De pronto un día, se presenta un compañero en casa y empezó a hablar del PCE hasta el punto de que mi marido, ingresa en este partido. Al poco tiempo ingresé yo. Recuerdo que todo esto sería a finales de los 60 o comienzos del 70. Pero quiero decirte que antes de todo esto, yo me sentía muy frustrada porque quería enterarme de cosas y además quería participar en la lucha. Me veía algo así como «la tontita del barrio», que solo sirve para proteger a los niños. Te soy sincera, ya que esto lo he dicho muy pocas veces, y es que, si mi marido tenía tantas inquietudes y decisión en la lucha, era porque yo se lo había inculcado. Esto no me da vergüenza decirlo. En muchas ocasiones me he visto con actitudes y posibilidades mejores que las de mi marido. Tenía muy claro que si un día me cogieran, no hablaría. Yo sabía que tenía ciertos valores, como para haber hecho muchas cosas. En el fondo me utilizaban, y yo lo asumía. La lucha es así, cada peón tiene su juego.

Piedad Mesías.

En el 64, hice un cursillo en Jerez de los Caballeros con otras mujeres más jóvenes: solo habían dos mujeres mayores con hijos y yo, que tuve que dejar a mis tres hijos con mi madre. Aquello fue tremendo. Mi madre, por otro lado me puso «de miedo». Pero yo tenía muy claro que no quería quedarme en casa. Porque podías tener una casa muy limpia, pero podías llegar a aniquilarte y esto yo no lo he querido nunca. El primer paso para liberarme era el tener un trabajo y estar en contacto con la sociedad, si además tú te quedas postergada, estás perdida. Yo en aquel tiempo lo pasé muy bien, para mí fue hasta romántico, era algo así como «el sueño de las libertades», la posibilidad de ir cada vez apuntalando más lo que después va a surgir: la Democracia. Fue un tiempo muy bonito y reflexivo, pues tengo que decirte que el trabajo que realizó la HOAC con sus militantes fue ejemplar, ya que nos inculcó honestidad y seriedad.

Rosalía Sénder.

Yo en aquella época tomo conciencia de la diferencia entre hombre y mujer. Yo era una joven formada, no solo culturalmente, sino profesionalmente. Igual a nivel de Partido. Me caso con un camarada allí en París y somos padres de familia. El Partido envía a Antonio a España a trabajar y a formar las Juventudes Comunistas. El viene aquí, mientras yo me quedo en Francia a sacrificarme, y encima lo hacía convencida: «apechugaba con todo», los hijos, la casa, y lo que fuera; para que Antonio quedara libre para trabajar en el Partido. Hasta que pienso, que los años pasan rápidamente y que yo también quiero participar directamente en la lucha. Comienzo a rebelarme. En 1966, tomo conciencia de que me estoy transformando en una máquina, y me doy cuenta que no solamente yo, sino que las mujeres solo somos máquinas, que se nos emplea para trabajar en la lucha clandestina de enlace y que siempre ellos son los que terminan «decidiendo» y «dirigiendo». Me decía a mí misma: «me estoy matando, mientras Antonio está luchando; yo estoy estancándome mientras él se está formando». Resulta que cuando nos casamos éramos iguales, pero ahora no. Comprendo que no hay mujeres en la dirección del Partido, porque a todas nos pasa lo mismo. Entonces planteo al Partido que quiero ir al interior también, al final deciden dejarme ir, y «aterrizo» en Valencia en el 67, y al año siguiente es cuando cae Antonio.

Toda mi vida ha sido lucha. Siempre hemos antepuesto en nuestro hogar la lucha, acabar con el franquismo y llegar a la democracia en España. Esto fue nuestra meta.

Ana Cari.

El 6 de Enero de 1970, me hago novia de mi marido, esto es importante para todo lo que viene después. Yo me casé con mi marido porque era muy «revolucionario» casarse dos comunistas, y estar además los dos en la lucha. Hasta el 6 de Marzo, no nos casamos y en esos dos meses, se plantea una espectacular batalla para podernos casar por lo Civil. Fue una batalla verdaderamente librada en el plano político. Es uno de los primeros matrimonios civiles que se celebran en Valencia, convirtiéndose nuestra boda prácticamente en un acto político.

Yo luchaba en el frente de la Mujer, en el Sindicato y además a nivel de Partido. Era muy joven y tenía algo muy importante: mi madre. Me ayudaba a todo, se quedaba con mi hijo, yo así podía ir todos los meses a Madrid a reuniones clandestinas; incluso hacía viajes frecuentes a París, y la casa seguía funcionando.

Hay una cosa que te quiero decir porque creo que es muy importante ya que no solo es personal, sino universal. En el año 81, yo me separo de mi marido, pero me separo por todo lo que habíamos vivido y por todas las contradicciones que hemos tenido. En este año la gente empezamos a sentir menos entusiasmo por la lucha, y se inician muchas crisis personales.

Dulcenombre Caballero.

Para mí, desde el 68 hasta el 75, es como una ráfaga. Es un período con tantos acontecimientos que no nos da tiempo a encuadrarlos dentro de los 365 días de cada año. Yo creo que son años decisivos, sobre todo para las mujeres. Tuvimos muchas dificultades, ¿por qué? Por el hecho de irte dando cuenta de que aunque había mujeres que querían seguir adelante, otras decían: «Me paro. Yo ya me paro porque es una lucha infernal. Ya no puedo conmigo misma, mantener esta batalla casa-niños-lucha-trabajo». ¿Sabes?, al final te replanteas tú como persona, dónde estás y qué haces.

Mercedes Rodríguez.

Y o si en algo estoy arrepentida de todo lo que he luchado, es porque quizás mis hijos les he hecho pasar un mal trago. Quiero decir, que no les he cuidado lo que les tenía que cuidar entre otras cosas, porque yo tenía que dedicar mucho tiempo al trabajo, ya que Joaquín por su compromiso político se encontraba mucho tiempo parado. Cuando él venía del campo, se quedaba a cuidar a los niños, porque yo llegaba a casa de mi trabajo cerca de las doce de la noche. Los sábados y domingos tenía que dedicarlos a lavar, planchar, arreglar la casa, los hijos (…silencio…). O sea, que pienso que las consecuencias de todo esto, ha tenido que ser muy importante para nuestros hijos. Esto me dio miedo y tuve que dejar el trabajo de la peluquería, para poderles dedicar más tiempo. «¿Qué me va a salir de aquí?, dirán que (…silencio…), mi madre está luchando por los demás, pero ¿en qué condiciones nos tiene a nosotros?». Antes de morir Joaquín, yo ya me planteaba que teníamos que cambiar. Incluso dijimos que pasadas las primeras elecciones democráticas, nos teníamos que plantear otra manera de vivir. Durante todo el tiempo de la lucha nos habíamos arriesgado al máximo, hasta habíamos prescindido de cosas tan necesarias como era el no comer postre, no tomar café…, incluso Joaquín dejó de fumar. Teníamos que prescindir de todo esto porque había que comprar papel y pasar dinero al Partido. Pensábamos que era necesario replantear una cantidad de cosas y que no nos podíamos dedicar toda la vida a dejar los trabajos, ¿a cambio de qué? ¿De ir a la cárcel?

Yo me he sentido mal. Me acuerdo de un día que ya estaba a punto de tirar «la toalla» y me decía: «Peluquería, niños, no tengo dinero, represión, la policía llamando por las noches en casa…, yo ya no puedo más». Estaba agotada. Me encontraba aquí sentada, hundida, diciendo: «Me muero. No se si será mejor morirse o seguir luchando, ¿qué voy a hacer?». Y en ese momento, Joaquín aparece por la puerta y me dice: «¿Qué te pasa? Mira, vístete, péinate, vete de paseo, pero derrotada ¡nunca!».

Yo pienso que Joaquín me ayudó mucho, aunque me llevara diez años, pienso que ha sido la única persona que fue mi verdadero compañero, mi amigo, fue todo en mi vida (…silencio…). Fue una persona, que aunque no era más que un jornalero del campo, tenía una mentalidad más avanzada que la que yo tenía en aquella época. Él pensaba que dentro de la relación de pareja tenías que ser libre para compartir la vida, aunque le hiciese daño. Por eso yo, a raíz de su muerte, es cuando me planteo ya la lucha a nivel como persona, y hacer lo que me guste, y no tener en cuenta las críticas de nadie.

Maribel Pajuelo.

A mediados del 73, volví de Palma. Entonces al mismo tiempo que comienzo mi actividad sindicalista en Comisiones, es cuando realmente me planteo la necesidad de vivir sola. Lo que sí es cierto es que en ese momento el vivir sola me aterraba. Era como un poco el miedo a lo desconocido, el «miedo a la libertad», que por una parte la deseas, pero a la vez crees que no vas a ser lo suficiente madura como para enfrentarte a vivir tu soledad. Me decidí y vi que era maravilloso, ya que tu soledad es una «soledad» elegida, no impuesta.

Lucía González.

Lo que sí puedo decir, no solo de mi grupo, sino en general (…silencio…), es que la gente joven que estaba en lucha, era muy activa y revolucionaria. En el 66, gente que pertenecíamos a diversas facultades aquí en Madrid, montamos una especie de escuela libre de sociología, Aranguren, Faustino Cordón, Gaviria… Como ya te he dicho, aquello era una especie de escuela libre, donde la discusión era permanente. La cerraron en el 69.

La gente del grupo donde yo estaba ha sido una generación perdida, perdida a nivel de que pienso que el grado de suicidios de toda esta gente ha sido muy alto, o sea, la cantidad de gente que en los últimos diez años se ha suicidado, se ha pegado un tiro o se ha ahorcado, es incontable. Creo que debe ser la desilusión de la transición. Es la única explicación posible que se puede dar, tampoco te puedo hablar, sino se han suicidado algunos, digamos, de forma rápida o a base de drogas duras.

Es como una generación perdida, muy pocos los veo yo ahora, a nivel del aparato del Estado. Es una cosa curiosa, de toda aquella generación, las mujeres creo que han hecho más carrera que los hombres. Es cierto que nosotras hemos resaltado menos, no entiendo por qué, quizás porque éramos una minoría.

Luz Casasnovas.

Nosotros éramos personas muy rígidas. O sea, no teníamos horario, no teníamos futuro, no nos planteábamos siquiera una (…silencio…), ahora puedes decir: bueno, toda nuestra lucha ha traído la democracia. Mentira. Nosotros luchábamos por la inmediatez, nosotros queríamos que las manifestaciones salieran bien, que la panfletada saliera bien, que el cóctel quemara dos o tres coches y que la policía perdiera tres hombres. Pero no te planteabas el futuro. Yo no recuerdo, como dice ahora mucha gente, el ir gritando por la calle «¡Queremos Democracia!». ¡Eso no es cierto! Por lo menos en los años que yo viví. No es cierto que se pidiera la democracia. Pedíamos libertad, pedíamos creatividad, pedíamos arte, pedíamos la sensación de poder expresar lo que quisiéramos. Pero democracia, yo no lo recuerdo hasta el final, hasta el setenta y pico (…silencio…). Es más, creo que eso es debido a la rigidez que nos obligaba el estar militando en un partido.

Recuerdo por ejemplo, el ir a una manifestación a poner cócteles, a quemar coches. Nos colocábamos en los cruces estratégicos de circulación, pues sabíamos que la policía podía tener dificultades para desplazarse, mientras que nosotros teníamos más movilidad. La primera vez que yo puse un «cóctel molotov», fue en un cruce de la Diagonal, debió de ser a las cinco o seis de la tarde, ya que era la salida de las oficinas. Yo recuerdo, que se produjo un caos circulatorio total (…silencio…). Entonces, lo recuerdo muy vivido, porque un compañero se me acercó para decirme que había sido un éxito. Y… yo me alegré. Pero después tenía la sensación, y de eso me acuerdo muy bien, la sensación de decir: «Bueno y esto ¿para qué?, y mañana ¿qué?, y mañana ¿otra vez a sufrir?». Yo tenía descarga de adrenalina, el corazón me funcionaba mal. Yo notaba que tenía taquicardias y que sudaba todo el día. No tenías horario. Dormías pendiente de si venían a tocar a la puerta. Si habían cogido a fulano. Constantemente tenías que hacer citas de seguridad. Ibas a la cita, horrorizada de que te hubieran seguido. Por lo cual tenías que variar tu itinerario constantemente. No podías tener una rutina. La relación humana prácticamente no se vio. Yo no la conocí como la he conocido ahora. O sea, yo recuerdo que la relación con mis compañeros, era de rendimiento político. O sea, ¿qué has hecho hoy?… ¿De qué te has enterado?… ¿En qué asamblea has estado?… ¿Qué te han dicho?… ¿Quién habló?… ¡Yo lo recuerdo como algo agotador!

Tenía una sensación de decir: «¿Pero he nacido para esto? O sea, si yo quiero enamorarme. Quiero tener hijos. Quiero ser una médica fantástica. Quiero investigar. ¿Qué hago yo aquí?». Había un desfase, había un dolor que yo creo que nos hacía ser bruscos, drásticos. Nosotros no teníamos flexibilidad en nuestros planteamientos. Éramos rígidos. No podíamos ser flexibles, porque ser flexibles implicaba debilidad, ¿no? (…silencio…). No teníamos tiempo para el amor. Ni siquiera haciendo el amor, teníamos sensación de relax. O sea… hacíamos el amor en un sitio horroroso del Partido, en un piso de esos clandestinos, con un colchón en el suelo y yo lo recuerdo como algo superdoloroso ¿no? La suciedad, la falta de intimidad, el estar sabiendo que en el salón estaba habiendo una reunión clandestina de compañeros que a lo mejor se estaba decidiendo algo (…silencio…). Yo tenía una… ¿Cuál es la palabra?, diría que de dolor. Una sensación de falta de tiempo, falta de espacio, falta de predisposición. Todo lo reivindicativos que éramos para la política, ¡qué poco reivindicativos éramos para lo personal! Después a nivel monetario, ya te puedes imaginar, no teníamos dinero. No teníamos nada. Robábamos continuamente. Robábamos libros, y cuando íbamos a Francia, robábamos un montón. Lo pasábamos por la frontera, camuflados y prácticamente nos forrábamos el cuerpo. Robábamos, robábamos… Nos parecía robar al franquismo. O sea, era legítimo robar. Nosotros éramos otra cosa, ¿no?, una cosa muy especial. Claro, por esto, nos vestíamos mal, comíamos mal. Yo recuerdo mucha hambre. Participabas con los compañeros, si habías conseguido algo para repartirlo. Era una sensación de comuna, pero no en el sentido lúdico, sino en el sentido de sobrevivir (…silencio…).

Después hacia el 70-71, se fue estructurando la lucha. Aunque hubo mucho palo, y como empezaron a meter en la cárcel a gente empezamos a perder compañeros, y el desánimo cundió. Hubo muchas escisiones, y mucha gente se fue al extranjero. El recuerdo que tengo de aquel momento, como ya te he dicho, era de impotencia, odio, de decir: «¡Bueno, pero si yo no quiero esto!». No me servía lo que me ofrecían. Y lo que yo quería me parecía lícito, era poder: pensar, escribir, hablar, ir por la calle sin tener miedo de un uniforme, sin tener miedo de un social… (…silencio…).

El espíritu que en aquel momento teníamos, era de rebeldía, pero no de la típica rebeldía ante los padres, ante la institución, no. Era rebeldía porque realmente nosotros teníamos cosas que ofertar. Yo me sentía supercreativa.

El silencio roto. Mujeres contra el Franquismo
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