6 DE FEBRERO

Sabrosos, pero un poco como nubes lentas, le resultan estos días y los que vienen al Gordo Caviedes, Julio Sánlázaro Rial de nombre. Pascual Caviedes Haro para el mundo, natural de Madrid, cincuenta y un años, con doble pasaporte, con Documento de Identidad doble, con un par de antecedentes fuera de España, antiguos y sin pruebas a mano, el primero en Argel, parece que por encubrimiento de dos muertes. Y luego un juicio en Málaga por tráfico ilegal de maquinaria y tabacos, del que salió muy bien librado, en el setenta y dos.

Días agradables éstos para el Gordo, días gustosos, aunque también un poco como sombras, o como nubes de las lentas. Pero sólo porque corren despacio. Demasiado despacio hacia el gran día. Claro que entre aquellos astutos catetos de Caltanisetta, trabajando ya para el Signore, y después en Argel, el Gordo Caviedes aprendió bastante bien el arte de saber esperar, pese a su delicada sensibilidad. Ni él ni nadie previo, sin embargo, que esta operación entre manos iba a llegar a verse tan demorado, que requerirían tanto tiempo sus arreglos o sus seguridades: las cosas. Un golpe con novedades, eso sí. Y el más grande en la zona.

Del antepenúltimo, la Operación Trino como le pusieron los de Marbella, mejor no acordarse; destreza ésta, la de olvidar lo malo y lo peor, en la que también da mucho de sí el Gordo Caviedes. Pero, si aquello salió como salió, no el Gordo sino ellos, todos, con Marbella y Madrid por delante, fueron los descuidados y, de los cuatro hombres a eliminar —el muerto en su propio bote a la deriva y los que fueron apareciendo con la cara roída por los peces— uno se había ido de la lengua, y seguro que se iba a ir más, y los otros tres lo querían todo para ellos, si no es que estaban los cuatro trabajados por alguien de Don Ciccio y los de Tánger, en tal caso desde un año antes. A componer el entuerto fue a lo que entró entonces el Gordo Caviedes, Lo Spagnolo, como le dice simpáticamente don Lauro. Y él sabe que Napóles lo sabe y que, de un modo u otro, arregló la situación.

Ahora, en estos meses del invierno, el Gordo ha preferido quedarse en la ciudad. No todo son drogas, paso furtivo de africanos, el nuevo contrabandeo masivo de tabacos rubios o el no menos reciente capítulo de coches de lujo flamantes, robados en España y a vender en el Magreb tras un maquillaje bribón en los datos del motor, que de ésos van ya sesenta y tres en año y medio. Pero las de Navidad y Año Nuevo no han sido malas fechas para incrementar relaciones y mover blanqueos y asuntos financieros, mientras que poco o nada podrá adelantarse durante el renombrado Carnaval ya en puertas, y que para el Gordo Caviedes, como para muchos, no es otra cosa que una inútil sacudida de alegría, aturdimiento y basuras, en la ciudad empobrecida y bella: le contaron, y él ha visto ya, que el mayor esfuerzo ciudadano del año va a carnavales, y que debilidad y conformismo, indolencia y desánimo, reinan después en lo demás, con la evitación de incomodidades necesarias, el dejar pasar, el amilanamiento, embozados y refugiados en la sal y la gracia hijas de la gran puta.

Entre Nochebuena y Reyes, el tiempo ha sido no muy fresco, sereno y claro. Ni ese tiempo ni el ambiente portuario, con más de un barco educadamente iluminado en el muelle, le pareció al Gordo que concordasen poco ni mucho con las tradiciones, los símbolos, las imágenes navideñas de siempre, tan nada marítimas.

“Marlon” Giottrini, el napolitano bajito que estuvo a olisquear, uno de los brazos derechos del Signore, compartió piso y hembra de bandera con él y, haciéndole el favor sin saberlo, se llevó a la mora que ya le estaba cansando, a Farah Qitta la Fasiya, “la Gatita de Fez”, natural de Kénitra pese al mote, veintiséis años, frenéticamente descubierta en cama a los trece por el Ministro de Obras Sociales, danzarina desnuda a los quince en el Jimmy’s Club de Casablanca, joya absoluta a los veinte (por sólo siete meses, aunque muy sonados) del palacete meriní y mancebía exquisita de Munira “la Española”, en Fez. Y, enseguida, amiga de mucho hombre grande y colaboradora despabilada de Abu Zarkub “El Padre de los Alivios”, otro de los nueve nombres fuertes del narco entre Agadir y El Cairo.

El Gordo Caviedes la conoció en Rabal. Y poco después, al concretarse la operación de Noviembre y que la mujer iría a verlo, el Gordo recomendó que lo hiciera acompañando a la mercancía, ya que iba a haber muchas seguridades para ese alijo fuerte y que, en cierto modo, ella misma era otra seguridad y un motivo más para afinar las protecciones, una pasajera y observadora de excepción, próxima al gran Padre Zarkub; como siempre, el Gordo no perdió, no pierde, detalle chico o grande.

Porque el Gordo Caviedes está en todo, todo lo prevé. Todo lo apaña. A quien sea, se maneja y se lo caga: un arte.

En Dakar se acercaban a besarle la mano.

Ya esta mañana, y de parte de don Cayetano Fran pero por consejo del Gordo Caviedes, ha llegado al bar de La Caleta un técnico de la Citroën, un tipo con muy buena ropa y, en torno al conducto del oído izquierdo, tres muñones oscuros en vez de oreja.

El hombre se ha hecho llevar por Pablín al barco, allí en medio del ojobuey, y se ha estado de diez y media hasta casi la una revisando el “Mariner” de arriba abajo y manoseándole el motor.