PABLO

Oye, Aníba, que aquello de los pinos fue que no, pero esto sí,esto de dejarles el barco es otra cosa, oye: ¿qué dices, tres cuartos kilos ya mismo y otros tres cuartos después, qué me estás diciendo, picha?

Pero eso fue lo que sentí yo por adentro.

Lo que es por afuera, ni me cosqué al escucharle. En eso también tenía razón el viejo. En que, cuando te vienen con algo, hay que decir y hacer lo que sea, menos que te vean más contento de la cuenta. Si te ven contento, tú eres el que pierdes, decía él. Y yo se lo he dicho a Caíto mi hermano pero me di cuenta que ni se enteró el gilipolla, por una oreja le entró y por otra le salió.

Una cosa gorda tiene que ser eso del barco, cualquiera sabe. Hasta malina. Ahora: con esa pasta y la mitá por delante, quiero. Si lo veo esta noche, le digo a Aníba que sí. O cuando le vea. Y bueno, si no lo han dicho ellos lo que quieren hacer con el barco, a lo mejor ya no lo dicen. Cualquiera sabe esa gente quién es. Total, casi como con los moros la segunda vez, que fui medio a ciegas de lo que era y salió, ¡uh que si salió! Pero de esto, nati. Esto a ciegas-ciegas. Y cuando lo pregunté, al revés; el Manene y Aníba casi me lo dijeron a la par:

—No preguntar. Lo coges o lo dejas, pero no preguntes.

Mi tío Cayetano cayó por allí y ya no se habló más. De eso, ya no. Saber lo que es, Aníba tendría que saberlo; si lo veo esta noche, lo mismo me dice algo, pero sin yo preguntarle tiene que ser. Manene, no. El Manene será uno de los de confianza, será pariente de Aníba, pero no es más que un mandao, seguro. De lo que es saber, y llevar lo que sea con un poderío y un arte, eso ni siquiera Aníba, creo yo; otros serán. Y el Manene, un carajo a la vela marinera: el Manene no sabe ni adonde está en pie.

Así a la callaíta, quien a lo mejor tiene que tener un sitio grande ahí, es él, es mi tío Cayetano, me parece a mí. Si él no llegó a más en los civiles es porque no querría. Pero ése anda con quien sea. Con el cura de La Palma y los de las peñas del Carnavá y con el presidente del equipo y el teniente alcalde cuando viene al barrio. Y ahora con ése menos viejo que él, ése tan gordo Caviella o Caviete que me alquiló los días de pesca y estuvo antier en el bar de La Caleta y monta a mi tío de cuando en cuando en un Olympia grande y lo bajó de él las otras tardes en la esquina de los Callejones.

Esa vez es raro que el gordo fuera al volante. Porque siempre le lleva el coche otro, un grandón, y él va atrás de baranda, ¡no tiene que ser nadie el Caviete, con esos coches de cagarse y esos puros y esas mujeres el cabrón!

En candela metía yo la mano, y más, después de la noche de la Cruz Verde: en candela la metía que el gordo ese menea un algo de lo que se está meneando. Que es mucho. Porque a ver cuál es el mes que no salta, por aquí o por allí, cualquier cosa rara y de mucha pasta. Y todo eso lo hace gente de por arriba y sin mojarse el culo, okei. Los que están en lo alto y con mucho arte. A hincharse pero sin mojarse, okei.

De atrincarlos por ilegá, en lo más que atrincan a esa gente, al gordo ése, sería en que se fuera sin pagarle diez o veinte güisquis a Fermín en el bar de La Caleta: de ahí no pasa. Y hasta con lo jibia que es Fermín con las cuentas de la barra, a lo mejor ni le fiaba ya esos güisquis al gordo Caviete, a lo mejor se los regalaba. Y el que dice veinte güisquis dice una caja. Porque es que, hasta con la voz esa que tiene de niña o de mariquita, el gordo se está ganando ahí al que sea. Y a ver quién se mete con él. Lo que decía también el viejo de saberse arrodeá en el mundo, aunque mi madre le llevara la contraria hasta en eso. O cuando le decía chalao por esto, esto mismo que hacía él y que me lo decía siempre:

—Contigo, Pablín. Charla tú solo contigo.

Antier estaba el gordo en el bar de la Caleta convidando a Aníba y otros ocho o nueve a güisqui del de la Jota Be con tapas del pez limón. Que no era pez limón sino las tres chovas grandes que le vendí yo el día antes. Pero la mujer de Fermín les hace el adobo y el frito pa matarse, el gusto es el mismo del pez limón. Y el gordo, con la vocecita de tonta mué-ué-ué, pero llevándose a la gente de calle con la convidá. Gamba gorda, también, y de almejas caras, la fuente nos comimos. Con ese poderío de él, igual que el del Padrino. ¿Cómo decía?… ah, sí:

—Vosotros dabaiss en Madrid el golpe, tíos, ya LO CREO que lo dabaiss.

Y pagando esos alquileres de barcos grandes, los sábados, para irse de pesca con las amistades suyas de afuera y las de aquí, que lo primero mío fue eso, seis mil duros la primera vez y ocho mil la segunda el día de pesca, ámono. Yo y Juanaca, y la comida ya la trajeron hecha al barco serían las nueve’la mañana. O sea, la comida aparte, de restaurán y hasta con un camarero de chaqueta. Y antes de que saliéramos, se viene al bar conmigo el gordo y le compró a Fermín tres cajas de bebidas, y todo sin regatearle a nadie un duro ni en los alquileres ni en las compras: desde luego que el gordo ese no ha salido moro porfión de los de dame ahora ocho por lo que te pedí veinte. Moro, no, aunque anduviera con esa mora guapa, esa que se fue ya, dijo mi tío Cayetano, y que la vi entrando a comer con el gordo en El Faro, y un sábado en la Noche Flamenca de la Peña el Mellizo… seguro que a ésa, mora y todo, le comía el gordo lo de abajo media hora por la noche y otra media por la mañana, sin servilleta y hasta que se le rajaban los huesos de gusto, qué ojos y qué culo y qué dos tetas la mora. Lo que es que yo, no. Ciego no estoy ni maricón, sino que yo no. Que no me se apetece otra, ¿será posible? Lo mismo, ya después del casamiento, sí. Pero yo, ahora, la Virgi y la Virgi. Con esa cara y esa boca y esas dos carnes de muslos, que se los siento y se los tiento pero que no, que ella no pone de su parte y me los abre a que yo le encaje el lengüerío y el naberío adonde se los tengo que encajar, okei. Aunque eso va a ser ya mismo. En cuanto nos casemos de aquí a unos meses.

Pero bueno, fuera aparte las moras y esos coches buenos y el gasto en lo que se empareje… si ese gordo fuera uno de los barandas que mueve lo que se está moviendo… es un poner, saberlo no lo sé. Pero si él fuera uno de esos y quisieran echarle mano, yo estoy en que no hay quien lo atrinque. El barco me lo juego a que no lo atrincaban. Hasta si se mosquearan y quisieran pararlo, seguro que ese gordo es como los italianini de Nuevayó. Como no le echen al Supermán o al policía ese de la tele, el americano ese viejo, a ver quién se echa a pararlo al gordo ese, sus cohone ahí.

Lo de La Cruz Verde… las otras noches con él en La Cruz Verde, es que yo, menos mal…

Menos mal.