VÍA LÁCTEA
… con astucias de frase de una espiritualidad venenosa…
… rituales de púrpura ruta, ceremoniales misteriosos de ritos contemporáneos de nadie.
… secuestradas sensaciones sentidas en otro cuerpo que el físico, pero el cuerpo es físico a su modo, zanjando sutilezas entre complejas y simples…
… lagunas donde acecha, translúcida, una intuición de oro deslucido, tenuemente desprovista de haberse, alguna vez, realizado y, sin duda, por coleantes perfecciones, lirio entre manos muy blancas…
… pactos entre el entumecimiento y la angustia, verde-negros, tibios a la vista, cansados entre centinelas de tedio…
… nácar de inútiles consecuencias, alabastro de frecuentes maceraciones; oro, morado y riberas los entretenimientos con ocasos, pero ni barcos para mejores márgenes, ni puentes para crepúsculos mayores…
… ni siquiera al borde de la idea de tanques, de muchos tanques, lejanos a través de álamos o cipreses tal vez, según las sílabas sentidas con que la hora pronunciaba su nombre…
… por eso, ventanas abiertas sobre muelles, continuo olear contra dársenas, séquito confuso como ópalos, loco y absorto, entre los que amarantos y terebintos escriben los insomnios de entendimiento en los muros oscuros de poder oír…
… hilos de plata rara, nexos de púrpura deshilachada, bajo tilas sentimientos inútiles, y por alamedas donde brujos callan, pares antiguos, abanicos súbitos, gestos vagos, y mejores jardines sin duda esperan el cansancio plácido de no más que alamedas y alamedas…
… glorietas, pérgolas, cavernas de artificio, canteros hechos, contrafuertes, todo el arte heredado de maestros muertos que habían, entre duelos íntimos —entre lo que permanece insatisfecho y lo que es evidente—, decidido procesiones de cosas hacia sueños por las calles angostas de las aldeas antiguas de las sensaciones…
… rumor a mármol en lejanos palacios, reminiscencias poniendo las manos sobre las nuestras, miradas casuales de indecisiones, ocasos en cielos fatídicos, anocheciendo en estrellas sobre silencios de imperios que decaen…
Reducir la sensación a una ciencia, hacer del análisis psicológico un método preciso como un instrumento de micrós-copo [sic]; pretensión que ocupa, sed calma, el nexo de voluntad de mi vida…
Es entre la sensación y la conciencia de ella que pasan todas las grandes tragedias de mi vida. En esa región indeterminada, sombría, de bosques y sonidos de agua toda, neutral hasta al ruido de nuestras guerras, transcurre aquel mi ser cuya visión en vano busco…
Yazgo mi vida. (Mis sensaciones son un epitafio, por demás extenso, sobre mi vida muerta.) Me acontezco la muerte y ocaso. Lo máximo que puedo esculpir es sepulcro mío la belleza interior.
Los portones de mi alejamiento abarcan parques de infinito, pero nadie pasa por ellos, ni en mi sueño; pero abiertos siempre para lo inútil y de hierro eternamente para lo falso…
Deshojo apoteosis en los jardines de las pompas interiores y entre brujos de sueño aplasto, con una sonoridad dura, las alamedas que conducen a Confuso.
Acampé Imperios en el Confuso, a la orilla de silencios, en la guerra ocre en la cual acabará lo Exacto.
El hombre de ciencia reconoce que la única realidad para sí es él mismo, y el único mundo real el mundo como su sensación lo da. Por eso, en lugar de seguir el falso camino de intentar ajustar sus sensaciones a las de los otros, haciendo ciencia objetiva, intenta, antes, conocer perfectamente su mundo y su personalidad. Nada más objetivo que sus sueños. Nada más suyo que su conciencia de sí. Sobre esas dos realidades perfecciona él su ciencia. Es muy diferente ya de la ciencia de los antiguos científicos que, lejos de buscar las leyes de su propia personalidad y la organización de sus sueños, buscaban las leyes de lo «exterior» y la organización de aquello a lo cual llamaban «Naturaleza».
En mí lo que hay de primordial es el hábito y el modo de soñar. Las circunstancias de mi vida, desde niño solo y tranquilo, otras fuerzas tal vez, moldeándome, de lejos, por herencias oscuras a su siniestro corte, hicieron de mi espíritu una constante cadena de devaneos. Todo lo que yo soy está en esto, e inclusive aquello que en mí más lejos parece de destacar lo soñador, pertenece sin escrúpulo al alma de quien sólo sueña, elevada ella a su mayor grado.
Quiero, para mi propio gusto analizarme, ir, en la medida en que eso me facilite, ir poniendo en palabras los procesos mentales que en mí son uno solo, ese, el de una vida devota al sueño, de un alma educada sólo en soñar.
Viéndome desde fuera, como casi siempre me veo, yo soy un inepto para la acción, perturbado al tener que dar pasos y hacer gestos, inhábil para hablar con los otros, sin lucidez interior para entretenerme con lo que me cause esfuerzo al espíritu, ni secuencia física para aplicarme a cualquier mero mecanismo de entretenimiento trabajando.
Eso es natural que yo sea. El soñador se entiende que sea así. Toda la realidad me perturba. El habla de los otros me lanza en una angustia enorme. La realidad de las otras almas me sorprende constantemente. La vasta red de inconsciencias que es toda la acción que yo veo me parece una ilusión absurda, sin coherencia plausible, nada.
Pero si se juzgare que desconozco los trámites de la psicología ajena, que yerro la percepción nítida de los motivos y de los íntimos pensamientos de los otros, habrá equívocos sobre lo que soy.
Porque yo no sólo soy un soñador sino que soy un soñador exclusivamente. El hábito único de soñar me dio una extraordinaria nitidez de visión interior. No sólo veo con espantoso y a veces repugnante relieve las figuras y los décors de mis sueños, sino que con igual relieve veo mis ideas abstractas, mis sentimientos humanos —lo que de ellos me resta—, mis secretos impulsos, mis actitudes psíquicas ante mí mismo. Afirmo que mis propias ideas abstractas, yo las veo en mí, yo con una interior visión real las veo en un espacio interno. Y así sus meandros me son visibles en sus mínimos.
Por eso, me conozco completamente y, a través de conocerme completamente, conozco completamente la humanidad toda. No hay bajo impulso, como no hay noble objetivo, que no haya sido relámpago en mi alma; y yo sé con qué gestos cada uno se muestra. Bajo las máscaras que las malas ideas usan, de buenas o indiferentes, inclusive dentro de nosotros, yo por los gestos las conozco por quienes son. Sé lo que en nosotros se esfuerza por engañarnos. Y así a la mayoría de las personas que veo les conozco mejor que ellas a sí mismas. Me dedico muchas veces a sondarlas, porque así las vuelvo mías. Conquisto el psiquismo que explico, porque para mí soñar es poseer. Y así se ve cómo es natural que yo, soñador como soy, sea el analítico que me reconozco.
Entre las pocas cosas que a veces me complace leer, destaco, por eso, las piezas de teatro. Todos los días pasan piezas en mí, y yo conozco a fondo cómo es que se proyecta un alma en la proyección de Mercator, planamente. Me entretengo poco, no obstante, con esto; tan constantes, vulgares y enormes son los errores de los dramaturgos. Nunca ningún drama me contentó. Conociendo la psicología humana con una nitidez de relámpago, que sonda todos los rincones con una sola mirada, el grosero análisis y construcción de los dramaturgos me hiere, y lo poco que leo en este género me disgusta como un borrón de tinta atravesado en la escritura.
Las cosas son la materia para mis sueños; por eso aplico una atención distraídamente sobreatenta a ciertos detalles del Exterior.
Para dar relieve a mis sueños preciso conocer cómo es que los paisajes reales y los personajes de la vida nos aparecen relevantes. Porque la visión del soñador no es como la visión del que ve las cosas. En el sueño, no hay el asentar de la vista sobre lo importante y lo ininportante de un objeto que hay en la realidad. Sólo lo importante es lo que el soñador ve. La realidad verdadera de un objeto es sólo parte de él; el resto es el pesado tributo que él paga a la materia a cambio de existir en el espacio. Semejantemente, no hay en el espacio realidad para ciertos fenómenos que en el sueño son palpablemente reales. Un poniente real es imponderable y transitorio. Un poniente de sueño es fijo y eterno. Quien sabe escribir es el que sabe ver sus sueños nítidamente (y es así) o ver en sueño la vida, ver la vida inmaterialmente, sacándole fotografías con la máquina del devaneo, sobre la cual los rayos de lo pesado, de lo útil y de lo circunscrito no tienen acción, dando negro en la película espiritual.
En mí esta actitud, que el mucho soñar me enquistó, me hace ver siempre de la realidad la parte que es sueño. Mi visión de las cosas suprime siempre en ellas lo que mi sueño no puede utilizar. Y así vivo siempre en sueños, inclusive cuando vivo en la vida. Mirar hacia un poniente en mí o hacia un poniente en el Exterior es para mí la misma cosa, porque veo de la misma manera, puesto que mi visión es trazada mismamente.
Por eso la idea que tengo de mí es una idea que a muchos parecerá equivocada. De cierto modo es equivocada. Pero yo me sueño a mí mismo y de mí escojo lo que es soñable, componiéndome y recomponiéndome de todas las maneras hasta estar bien ante lo que exijo de lo que soy y no soy. A veces el mejor modo de ver un objeto es anularlo; pero él subsiste, no sé explicar cómo, hecho de materia de negación y anulación; así hago a grandes espacios reales de mi ser que, suprimidos en mi cuadro de mí, me transfiguran hacia mi realidad.
¿Cómo entonces no me engaño sobre mis íntimos procesos de ilusión de mí? Porque el proceso que saca hacia una realidad más que real un aspecto del mundo o una figura de sueño, saca también hacia lo más que real una emoción o un pensamiento; lo despoja por lo tanto de todo pertrecho noble o puro cuando, lo que casi siempre sucede, no lo es. Nótese que mi objetividad es absoluta, la más absoluta de todas. Yo creo el objeto absoluto, con cualidades de absoluto en lo concreto. Yo no huí de la vida propiamente, en el sentido de buscar para mi alma una cama más suave, sólo cambié de vida y encontré en mis sueños la misma objetividad que encontraba en la vida. Mis sueños —en otra página estudio esto— se yerguen independientes de mi voluntad y muchas veces me chocan y me hieren. Muchas veces lo que descubro en mí me desuela, me avergüenza (tal vez por un resto de humano en mí: ¿qué es la vergüenza?) y me asusta.
En mí el devaneo ininterrumpido substituye la atención. Pasé a sobreponer a las cosas vistas, inclusive soñadamente vistas, otros sueños que conmigo traigo. Desatento ya suficientemente para hacer bien aquello a lo cual llamé ver las cosas en sueño, aún así porque esa desatención era motivada por un perpetuo devaneo y una, también no exageradamente atenta, preocupación con el transcurso de mis sueños, sobreponiendo lo que sueño al sueño que veo e intersecciono la realidad ya despojada de la materia con un inmaterial absoluto.
De ahí la habilidad que adquirí en seguir varias ideas al mismo tiempo, observar las cosas y al mismo tiempo soñar asuntos muy diversos, estar al mismo tiempo soñando un poniente real sobre el Tajo real y una mañana soñada sobre un Pacífico interior; y las dos cosas soñadas se intercalan una en la otra, sin mezclarse, sin propiamente confundir más de lo que el estado emotivo diverso que cada uno provoca, y soy como alguien que viese pasar en la calle mucha gente y simultáneamente sintiese desde adentro las almas de todos —lo que tendría que hacer en una unidad de sensación— al mismo tiempo que veía los varios cuerpos —esos los tenía que ver diversos— cruzarse en la calle llena de movimientos de piernas.