14
Sin previo aviso, el cuerpo que estaba enfrente de Giff se movió y tomó una posición de sentado.
—Deja de llorar y márchate de aquí —le dijo.
La boca de Giff se abrió ante la sorpresa de ver con vida al hombre que aún lucía el agujero en el lugar donde antes había estado su corazón. Le miró dudando si reír de alegría o llorar de espanto. Resolvió el conflicto vomitando.
Cuando se le vació el estómago, recibió instrucciones de subir al techo y huir por la salida de emergencia.
—No repita nada de lo ocurrido —le ordenó el cuerpo—. No lo haga si valora su salud mental.
—Pero, ¿cómo…? —comenzó.
—Sin preguntas. Si no se marcha ahora, no me haré responsable de lo que le ocurra.
Sin una palabra, echando una mirada hacia atrás, Giff se encaminó hacia el techo. En una última visión, vio que el cuerpo se ponía en pie y se arrojaba sobre una de las sillas.
Dalt sacudió su cabeza.
—¡Aturdido! —musitó.
—Sí. Hay un largo camino desde la pelvis al cerebro. También hay espasmos en el arco aórtico que presentan algunas dificultades. Pero pronto estaremos bien.
—Tengo que confiar en ello. ¿Cuándo comenzamos con los horrores?
—Ahora. Te bloquearé porque no creo que puedas soportar sus efectos.
—Esperaba que dijeras eso —pensó Dalt con alivio, y observó cómo todo a su alrededor se desvanecía y perdía forma.
Y del cuerpo sanguinolento que descansaba sobre la silla comenzó a manar el terror, el mal, los horrores. Una columna débil al principio; más potente después; por fin un torrente sin fin.
Los hombres que estaban abajo abandonaron la búsqueda y comenzaron a gritar.