Capítulo 17

 

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—No puedo creer que aceptaras. Tú, la mujer que odia la moda y el estilismo ¿Modelo? —pregunta Vic con incredulidad.

—Pero es Sport Illustrated, mujer, no Vogue. —Respondo mientras termino en mi laptop un artículo sobre los últimos juegos del equipo. 

—¿Cuándo comienzas?

—Mañana tengo la primera sesión. Es una locura que me ofrecieran la portada a pesar de mi nula experiencia como modelo.

—Es que tienes un cuerpo de muerte, mujer.

—No es para tanto, Vic.

—¿Cómo que no? Lo que daría por tener tus tetas, las mías apenas llenan la copa A. Quizás me las opere un día de estos. —se queja mientras acuna sus pechos, que no son tan pequeños como dice.

—No seas tonta, Vic. Eres jodidamente caliente y muy hermosa. No necesitas grandes tetas ni operarte. 

—Gracias, Less. Elevas a las nubes mi pobre autoestima.

—Sigo sin entender porqué la tienes tan baja. ¿Acaso el soldado no te dice lo hermosa que eres?

—¡Oh, sí!,  a cada momento. Pero…

—Pero nada. Eres hermosa solo por ser tú, por ese enorme corazón que tienes dentro y por aguantar toda mi mierda a diario.

Cierro mi laptop y me voy a la habitación a dormir. Mañana será un día largo porque, además de la sesión, está la gala benéfica a la que tenemos que asistir con el equipo.

Me tomo dos pastillas para dormir y me pongo los cascos para escuchar la melodiosa voz de Adele y así llegar más rápido a los brazos de Morfeo.

La alarma del reloj suena sin falta a las 6:00 a.m. Me levanto de la cama y me pongo un conjunto deportivo que incluye un sexy top blanco, pantalones rojos de malla y mis zapatillas deportivas. Tomo el iPod, junto a una botella de agua, y bajo las escaleras hasta el último piso.

Luego de trotar alrededor de tres kilómetros lejos del edificio, decido que es momento de volver para tomar una ducha antes de conducir dos horas hasta los Ángeles, donde será la sesión.

—¿Anderson? ¡Oh mi Dios! Vic se volverá loca cuando te vea. Bienvenido a casa, soldado. —Saludo al novio de mi amiga con una venia, por lo que él sonríe enérgicamente.

—Eres una payasa, Less. —bromea y me da un abrazo como saludo.

Detrás de él, hay un tipo de casi dos metros de altura y cuerpo bien formado. Su mandíbula cuadrada encaja la perfección con sus labios carnosos y sus ojos grises. El cabello lo lleva rapado pero logro distinguir un color rojizo en él.

—Él es Zackary Storm. ¿No hay problema con que se quede unos días en tu sofá?

—Oh Dios, Anderson ¿No le habías dicho que venía? —habla el soldado dos con voz gruesa, como la imaginaba—. No te preocupes, iré a un hotel. —dice mirándome a mí. 

—No tengo problema con que te quedes, Zackary.

—Dime Zack.

—Zack, lo tengo. —Sus ojos grises abandonan los míos para hacer un pequeño paseo por mi cuerpo.

El top que traigo deja al descubierto mi abdomen marcado, dándole además una gran vista de mis generosas tetas y de mis pezones endurecidos.

Su manzana de Adán se mueve drásticamente de arriba abajo, haciendo que mis mejillas se ruboricen un poco. Ha pasado más de un mes desde que… ¿En qué carajos estoy pensando?

Me da curiosidad saber porqué Zack necesita quedarse en un duro sofá, pero no seré tan indiscreta en preguntarle. Subimos los tres al ascensor y el silencio sepulcral que reina ahí es tedioso.

—¿Cuántos días estarás aquí? —le hablo a Anderson.

—Solo tres. Fue de improvisto y ya sabes, hay que sacarle provecho.

La siempre calmada y coherente de mi amiga estalló en gritos cuando vio a su novio en el umbral. Eso sin mencionar lo rápido que corrió y se colgó de su cuello… creo que superó la velocidad de la luz.

—¿Quieres algo de beber? —le ofrezco a Zack, quien parece que fue sembrado como un árbol en medio de la sala.

—Mataría por una cerveza. —pronuncia con una leve sonrisa. Esa voz… es como el sonido de un estruendo.

—No tienes que llegar a esos extremos, Zack. Tengo lo que necesitas justo aquí. —Saco la bebida y la pongo en la encimera sobre un posavasos. Él se acerca en largas zancadas y alcanza la cerveza con la mano izquierda.

—¡Oh, Anderson! —grita Vic desde su habitación. El rostro de Zack es un verdadero poema, el pobre no sabe ni a dónde mirar.

—Búscate un par de tapa oídos si quieres dormir, esos no dejarán de follar hasta que se vayan.

No bromeo.

—Comer delante de los hambrientos. —murmura levemente pero alcanzo a escucharlo. Pobre Zack, debe tener las pelotas moradas.

—¿Quieres ir a una sesión de fotos? Quizás te levantes a alguna modelo que esté interesada en alimentarte. 

—Estoy viendo ahora mismo un delicioso menú. —Joder, no. Yo necesitada y él también, no es una buena combinación.

—El restaurant está cerrado, amigo. —Me da pena el pobre pero no. No follaré con un tipo que apenas conozco, esa mierda se acabó.

»Puedes usar mi baño cuando me haya ido. Túmbate en el sofá, saquea la alacena… haz lo que quieras, estás en tu casa. —le digo mientras camino a mi habitación. 

—Me gustas. —murmura con la voz más ronca.

—Yo también me gusto. —Respondo con un guiño y cierro la puerta, con seguro por si acaso.

Me ducho, me pongo unos vaqueros gastados junto a una blusa azul con tiras y unos zapatos de plataforma color piel, recojo mi cabello en una coleta alta y paso del maquillaje, ya se encargarán en la sesión de eso.

Salgo de la habitación sin mirar adelante y choco con el cuerpo macizo de Zack. ¿Qué se supone que hacía delante de mi puerta?

—Lo siento, estaba mirando las fotografías. —dice, señalando a los porta retratos que colgué en la pared. En uno estoy con Lexie y en otro con papá, mamá y Hanson.

»Te luce el rojo. —dice con respecto a mi cabello. En esa aún lo llevaba castaño.

—Ujum. —Es lo único que digo.

—¿Sigue en pie la oferta? —asiento de forma mecánica y él sonríe. Tiene una hermosa dentadura. Mierda, está demasiado bueno.

Dos horas después llegamos a Venice Beach, donde será la sesión de fotos. Camino junto a Zack hasta una carpa blanca, entro y saludo a Lorenzo, quien me contrató para la sesión.

Mientras yo conducía a los Ángeles, Zack me contó de su vida y de sus grandes hazañas como soldado. Me entristeció saber que fue un niño de la calle y que no tiene familia. Eso respondió a la pregunta que me hice esta mañana, por eso vino con Anderson, no tiene a dónde ir.

—Ella es Sandy, se encargará de tu cabello y del maquillaje. —señala Lorenzo.

La mujer de pelo rubio y ojos celestes me saluda con un abrazo y una enorme sonrisa. Me siento en la silla que espera por mí y Sandy comienza a hacer su trabajo. Cuando termina, mi cabello luce ondas gruesas, que caen libres en mi espalda, y el maquillaje apenas se nota, es muy natural y ligero. Sandy me pide que me desnude para ponerme una especie de aceite en el cuerpo, que huele a vainilla, y lo hago.

Paolo, el vestuarista, me da un bañador negro con tiras cruzadas en el abdomen que se unen arriba con un top y abajo con un bikini. La pieza es tan complicada que no puedo ponérmela por mí misma así que él me ayuda.

—¿Yo no te amo? —Lee las letras de mi tatuaje a modo de pregunta.

—Es una tontería. —le respondo, tragándome las lágrimas. No quería pensar en él. No quería recordarlo en este momento, pero siempre estará ahí. Así me quiera engañar con argumentos, él está en mi corazón.

—Tienes el cuerpo, muchacha. —dice ahora, olvidando lo del tatuaje. Creo que habló en español, pues no entendí lo que dijo al final. Levanto la mirada, delante de un espejo alargado que no vi al entrar, y me gusta lo que veo. ¡Oh, sí! Me veo muy sexy y adoro este bañador. Si Lexie me escucha se muere de risa.

Me pongo una bata de seda negra y sigo a Paolo fuera de la carpa. Zack está de pie, no muy lejos de ahí, y le hago un ademán para que nos siga.

Lorenzo me presenta a Niall O´Hara, el fotógrafo que hará la sesión, y lo saludo con un apretón de mano. No sé si hice bien, estoy muy nerviosa.

Me quito la bata, por indicaciones de Niall, y camino hasta la orilla. Los flashes comienzan a dispararse, deteniéndose solo entre mis cambios de pose.

«Sexy. Provocativa. Separa las piernas. Abre ligeramente los labios. Tira del bikini a un lado… », son algunas de las peticiones de Niall. Debe ser un fastidio para él tener que guiarme pero no parece molesto. Al contrario, creo que lo está disfrutando.

Me quedo patidifusa al ver las fotos que capturó el fotógrafo, el paisaje es una pasada y mi cuerpo se ve condenadamente sexy en ese bañador. Ahora papá sí se muere.

—Eso fue… lo más excitante que he visto en toda mi miserable existencia. —me dice Zack mientras caminamos de regreso a la carpa.

—Oh, pobre soldado Storm. —me burlo.

—Sí, pobre de mí. —murmura entre dientes.

Volvemos a Anaheim con el tiempo suficiente para que Zack y Anderson se compren un traje para ir a la gala. No voy a perder la oportunidad de llegar del brazo de un soldado macizo esta noche y ver la cara de mala leche que pondrá Crowley. 

Con Vic, compramos los vestidos unos días antes. Elegí uno rojo tan sexy que ni yo misma me lo creo. Tiene un corpiño con tiras de cuentas, que se cruzan en la espalda, la cual queda libre hasta el inicio de mi trasero. La falda tiene una abertura que termina unos veinte centímetros antes de mi entrepierna.

Me pongo los stilettos Jimmy Choo, que Lexie me insistió en comprar mientras hablábamos por Skype en plena zapatería. Vic me dio una pequeña clase de cómo caminar en estos estúpidos tacones y por suerte aprendí al toque. Algún gen chic me tuvo que trasmitir mi madre.

Como no soy buena en eso de hacerme peinados, me dejo el pelo suelto con ligeras ondas que conservo de la sesión de esta mañana. Me pinto los labios con un rosa pálido y me pongo un poco de rubor en las mejillas. Agrego rímel a mis pestañas, un toque de rosa y marrón en mis párpados, y me digo que es suficiente. 

—Hazte a un lado bomba sexy que necesito el espejo. —me dice al tiempo que me da un golpecito con sus caderas a un costado.

—No abuses, Vic. —bromeo.

Como era lógico, los dos soldados se están vistiendo en la habitación de al lado.

Ya listas como dos reinas de belleza, salimos al encuentro del par de enormes hombres que aguardan en la sala. Zack optó por un smoking negro y Anderson por un traje gris humo con corbata azul eléctrico, a juego con el vestido de Vic.

—¡Oh Santo! ¿Dime que no estoy soñando? —Esa voz… Dios. Zack me está haciendo dudar de la decisión que tomé de no follar con desconocidos. Aunque pasamos el día juntos, le escogí un traje, dormirá en mi sofá, es amigo de Anderson. Eso deja de hacerlo un desconocido, ¿o no?

—Búscale una servilleta al hombre, se le está cayendo la baba. —bromea Anderson, a lo que Zack le responde con una mirada retadora. 

Salimos del apartamento y le entrego las llaves al novio de mi amiga, conducir un deportivo en estos tacones no fue parte del corto entrenamiento de Vic. Y, como no puedo separar al par de enamorados, termino en el asiento de atrás, junto al soldado que me pone nerviosa al pronunciar una sílaba con esa voz del dios del trueno.

Vic busca la dirección del hotel Maingate en el GPS y nos ponemos en marcha. Fijo mi mirada en mis dedos mientras juego con la pulsera de plata que cuelga en mi mano derecha, es una sencilla con estrellitas tintineantes que me dio papá la navidad pasada.

Tengo miedo de mirar a Zack o de entablar una conversación con él. Pensar en relacionarme íntimamente con alguien después de todo lo que he vivido con Justin no termina de encajar en mi mente. Con él me sentía tan segura, tan amada. Con él todas las sombras de mi pasado se alejaron y vi una nueva luz en mi camino.

Mis pensamientos están en una constante batalla entre lo que siento y los hechos, que no son otros más que solo fui la amante a tiempo parcial que se deja a un lado cuando comienza a estorbar. Pero, a pesar de todo, lo sigo esperando cada día.

—¿Por qué tan callada?

—Pensando tonterías en las que no debería invertir mi tiempo. ¿De qué quieres hablar? —le pregunto, acomodándome de lado en el asiento para mirarlo a la cara. Sus ojos grises expresan tantas cosas que me conmueve de distintas formas. Veo tristeza, mucha, y a la vez ilusión.

—De ti. —truena, porque su voz es como una explosión constante.

—Aburrido.

—A mi me resulta fascinante. —asegura sin dejar de mirar mis ojos como si quisiera traspasar mis pensamientos.

Hay un poco de misterio en Zack que me atrae, no sé que es. Pero no se quedará el tiempo suficiente para averiguarlo, es una lástima.

—Soy básica, más que la tabla del uno. —le digo mientras sigo jugando con la pulsera.

—Me gusta eso de la multiplicación. —Su mano se aventura a posarse en la piel desnuda de mi muslo derecho, produciendo una oleada de calor que viaja hasta el lugar adecuado o quizás no tan adecuado si lo pienso mejor.

Me remuevo en el asiento y Zack aparta la mano con una disculpa en la mirada. Después de eso no hay más conversación entre nosotros.

Llegamos al hotel y Anderson se apresura a abrirle la puerta a Vic.

Cuando llega mi turno de bajar, la mano grande de Zack se posa en mi espalda descubierta y la temperatura en mi cuerpo se eleva de nuevo. Esto no puede ser normal, no cuando estoy enamorada de Justin.

Entro del brazo del soldado de ojos grises al vestíbulo y agradezco que así sea, no me siento muy segura en estos estúpidos tacones. Hago una nota en mi cabeza en letras grandes y mayúsculas, que dice: «No usar nunca más tacón aguja»

Dos puertas acristaladas nos dan paso al gran salón. Las mesas están perfectamente organizadas diez a cada lado, dejando un espacio amplio para bailar. La anfitriona nos lleva a la mesa quince y Zack aparta la silla con galantería para que me siente en ella.

—Gracias. —murmuro.

—Gracias a ti. —habla un decibel más arriba que el mío, con esa voz no se puede susurrar mucho que se diga.

Miro nerviosa alrededor del salón, buscándolo a él, al imbécil que me tiene el corazón vuelto mierda. No está.

La suave música que armoniza el lugar me tranquiliza un poco. Me gustaría tener algunas de esas en mi iPod. Ya le diré a Lexie que me dé los nombres, de seguro es de las que baila en el teatro.

—Hagamos una lista. —habla Zack lo más bajo que puede.

—¿Qué?

—Una lista de pros y contras. Comienzo yo —dice sin esperar que acepte siquiera—. Si tenemos sexo, ayudarás a un soldado heroico de los Estados Unidos a no volver al campo de batalla con las bolas moradas. Los contras, no sé si pueda alejarme de ti si eso sucede.

—Eso no es una lista, solo son dos cosas.

—No necesito añadir más. Es todo lo que tengo. —dice serio. No está bromeando.

—¿Te das cuenta de que tus opciones no son congruentes?

—Mierda, si. Pero he fantaseado con besar toda tu piel desde que te vi esta mañana. No hay otra cosa en mi cabeza. Ni siquiera tengo hambre o sed.

—Me gustas, Zack. Y en otro momento habríamos terminado liados esta mañana en mi cama pero ya no. Lo siento.

—¡Joder! Ahora te deseo más. —Me habla entre susurros, para que nadie más lo oiga. 

—En tres días te vas…

—No me iré si me pides que me quede.

—¿Qué? ¿Estás loco? Solo tenemos unas siete horas conociéndonos y dices que te darías de baja por mí.

—Hay algo en ti. No sé que es…

—Yo si sé que es y mi respuesta es no. Con permiso. —Me levanto de la mesa y camino rápido hasta la salida.

Como si la mala suerte hubiera planeado esta noche, me encuentro de frente con Justin. Su gesto de perplejidad destroza lo que queda de mi corazón y reinicio el paso rápido con el que venía para alejarme lo que más pueda de él.

Estaba con ella, con su hermosa esposa, con la mujer que tiene la dicha y el honor de tenerlo a su lado, de venir del brazo de él.

—No llores, Less. No llores. —recito sin cesar hasta cruzar la puerta del baño. Ahí, el descenso de las lágrimas es inevitable. Desde lo de mi padre, parezco María Magdalena en el sepulcro de Jesús.

Me miro al espejo para hacer un control de daños. No me veo tan mal como me siento, solo los ojos un poco rojos, pero por lo demás, no se nota que he llorado diez minutos enteros.

Salgo del baño y lo encuentro a él fuera, apoyado en la pared con las piernas cruzadas como suele pararse. Me descompongo enseguida, pierdo el tono natural de mi piel y comienzo a temblar.

—No. —le ordeno.

—Less…

—¿La vas a dejar? ¿Volverás conmigo? —Exhala con fuerza y hace un intento por hablar pero lo detengo, sé lo que dirá, lo veo en sus ojos.

»No me busques más. Nunca más. —Camino a paso firme de regreso, haciendo acopio de todo el valor que encontré en los pedazos regados dentro de mí. No me detengo a pesar de sus llamados.

«Quiero que mi amor supere tus heridas», dijo un día. Pero hizo lo contrario, formó nuevas y más profundas.

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