Capítulo 12

 

Less

 

Mi móvil vibra en la mesita de noche y lo ignoro. Pero la tercera vez que suena, decido revisar de quién se trata. Veo tres llamadas perdidas de Adrien y lo llamo enseguida.

—Hola, bombón. ¿Qué pasa? En Londres son casi las cuatro de la mañana. —pregunto preocupada. Justin ya está al tanto de Lexie y Adrien y sabe que le digo bombón. A veces se pone un poco celoso, pero ya le he dicho que es por cariño.

—El bebé… Lo perdimos, Less. —dice con un sollozo.

—¡Oh mi Dios! ¿Cómo está ella? —pregunto con la voz ahogada, los latidos acelerados de mi corazón me roban el aliento.

—Está dormida ahora. Le pusieron un calmante. Es terrible, chispita. Odio verla sufrir. De verdad que lo odio. —dice notablemente conmovido.

—Tomaré el primer vuelo a Londres. Lo siento tanto. —Lo digo con el corazón en la mano. No puedo creer que la vida sea tan cruel con un ser tan dulce como mi Lexie.

—Lo sé, Less. Nos vemos en unas horas.

Termino la llamada y corro al armario para buscar unos vaqueros, una camiseta, un abrigo y mis botas militares. Intento vestirme, pero las manos me tiemblan sin control.

—Caperucita. ¿Qué va mal? ¿Por qué te vas a Londres? —niego con la cabeza y me echo en sus brazos. Él me sostiene con fuerza y me dejo vencer en sus brazos.

—Lexie perdió al bebé. Es terrible, Just. Es la segunda vez que pasa y yo… No lo entiendo, Lexie es tan dulce y es… No lo merece. —Siento miles de agujas atravesando mi garganta al decirlo. Es horrible necesitar tanto que las lágrimas acompañen el llanto y no poder obtenerlo.

—Lo siento, nena. Quisiera poder ir contigo.

—Lo sé, amor. Solo abrázame un poco más. Solo unos minutos más. Quiero llevarme un poco de ti a Londres.

—Tú me llevas adonde vayas porque tienes mi corazón prisionero. —pronuncia tomando mi rostro entre sus manos.

—El amor no debería estar cautivo sino en libertad. 

—Pero tú no lo encarcelaste, yo decidí entregarlo. Y eso, mi hermosa Caperucita, me convierte en prisionero voluntario. 

—No sé como lo haces pero te amo más cada segundo. —Le doy un pequeño beso y me aparto de la seguridad de sus brazos para vestirme; sentir su apoyo y su amor me fueron suficientes para encontrar la calma.

Aunque Justin insistía en llevarme al aeropuerto, me negué. No porque no deseara que lo hiciera sino porque debía ir por Amber. Me prometí que nunca interfería en los planes con su familia y seré fiel a ello sin importar cuánto lo necesite yo.

—Saluda a Lexie de mi parte y dile que… Solo dale mis saludos. —me dice Vic antes de alejarme rumbo a la puerta de abordaje.

«---»

Es la primera vez que vengo a Londres en primavera. El clima es mucho más cálido en esta época y el ambiente mucho más colorido, es una lástima que las circunstancias que me trajeron sean tan tristes.

Adrien envió a Basile a recogerme y me da pena su mirada. Sé que los quiere mucho.

Llego al lujoso edificio en Hyde Park y mi corazón comienza a inquietarse. Ver a Lexie llorando es lo menos que deseo. Daría mi vida por aliviar ese dolor que penetra su pecho, lo puedo sentir. Ya no tanto como antes pero la conexión no se ha roto de un todo.

—Hola, chispita. —me saluda Adrien con los labios fruncidos. Abrazo al enorme castaño de ojos celestes y él se derrumba a llorar en mi cuello como un bebé.

El corazón se me hace añicos y maldigo en silencio por toda la mierda que les ha tocado. Es tan injusto.

»No sé qué hacer, Less. Mi bonita… No me habla. Está como en shock y no puedo ayudarla. ¿Por qué tuvo que pasar? ¿Por qué? —Es muy duro escuchar los sollozos de un hombre como Adrien pero no esperaba menos, él ama a mi hermana con todo su ser.

—Dale tiempo, bombón. Su corazón ha sufrido ya muchas penas y es su forma de protegerse. Intentaré ayudarla.

Mi cuñado me guía a su habitación y se lo agradezco porque no entiendo cómo funcionan los pasillos de este apartamento. Me siento tan perdida como Alicia en el País de las Maravillas.

Entro a la habitación y en medio de la penumbra escucho los sollozos de Lexie, pequeños murmullos que me devastan el corazón.

Me meto en su cama, pongo un brazo en su cintura y mi barbilla en su hombro. Ella se estremece un poco pero luego junta sus dedos con los míos, como hacíamos cuando éramos pequeñas y teníamos mucho miedo.

—Mi útero es un asesino, Less. Es mi culpa. Adrien… Él me debe odiar y no quiero que lo haga.

—No digas eso, Adrien no te odiaría nunca. Está aterrado porque tú no le hablas. —Acaricio su cabello y luego le digo que tienen que enfrentarlo juntos, que no lo deje de lado. Su cuerpo comienza a sacudirse y el llanto deja de ser silencioso. Nunca la escuché llorar así, ni siquiera aquella noche.

»Lexie… ¡Oh mi Dios! —La abrazo más fuerte y no la suelto a pesar de que me esté ahogando por dentro. Es una sensación extraña la que estoy experimentando, no hay lágrimas que acompañen mi dolor, pero de alguna forma estoy llorando.

No sé cuánto tiempo la sostuve, ni en qué momento dejó de llorar, pero finalmente se durmió.

Me levanto de la cama con cuidado y salgo de la habitación. Adrien está sentado en el suelo, recostado contra la pared. Sus ojos rojos me confirman que Lexie no fue la única que estuvo llorando.

Lo acompaño en el suelo, en el lado opuesto del pasillo, para quedar frente a él—: Cree que la odiarás por perder al bebé.

Adrien cierra los ojos y deja escapar un par de lágrimas.

—¿Cómo puede pensar eso? Jamás la culparía. Te juro que no puedo amarla más de lo que ya lo hago, Less. Ella es mi vida.

—Lo sé, bombón. Todo estará bien solo es cuestión de tiempo. —le prometo aunque no esté segura de cuánto tome. Adrien asiente y se levanta del suelo.

—Ven, chispita. Necesitas descansar.

—Sí, pero tengo más hambre que cansancio. ¿Tú has comido algo? —Sé que no lo ha hecho.

Él sacude la cabeza a los lados y me invita a la cocina. Mi cuñado se encarga de preparar unos sándwich con jamón a pesar de insistirle que yo lo podía hacer.

—Es raro verte el cabello rojo. No me acostumbro. —murmura mientras le pone lechuga al pan.

—Estoy pensando en cambiarlo a azul. —bromeo.

—Entonces tendría que llamarte Pitufina en lugar de chispita.

—Oh, no. No lo harás. —Adrien se ríe. Es un pequeño alivio servir para algo.

—Amor… —susurra Lexie con voz suave.

Adrien abandona su labor de chef y corre hasta ella para abrazarla. La escena me conmueve tanto que deseo tener a mi propio castaño aquí para que me sostenga.

«---»

No quería irme pero no podía abandonar el trabajo por mucho tiempo. Así que solo estuve dos días con ellos. Sé que lograrán superar esta prueba pues tienen lo más importante: el amor.

—Hola, Caperucita. Estaba loco por verte. —Me saluda con una enorme sonrisa al subirme a su Bugatti. Tengo buenos recuerdos de este auto.

—Hola, amor. —Justin me toma por la cintura y me sube a su regazo. Una vez ahí la locura inicia: besos, caricias… jadeos.

—Ya obtuve mi escena de Titanic. —musita mientras acaricia mi rostro. Me gusta cuando me toca. Me gusta que sus ojos busquen los míos siempre que terminamos de hacer el amor.

—Espero que nuestro barco nunca naufrague, Just. —digo con nostalgia. Ver a Adrien y a Lexie juntos me hizo desear lo mismo. Quizás ese día llegue… lo deseo.

—No mientras esté vivo, Less. —Me estremezco al escuchar eso y lo abrazo fuerte a mi pecho. No podría vivir sin él.

Luego de recomponernos la ropa, Justin arranca el auto con la música de Linkin Park de compañía.

Justin me dice que me tiene una sorpresa y me emociono como una niña. Son pocas las veces que compartimos fuera de una habitación. Me recuesto en el respaldo del asiento y dejo que me lleve a dónde quiera. Aunque estoy muy ansiosa por saber de qué va la sorpresa.

Me quedé dormida durante el trayecto. Just me despertó con un suave susurro en mi oído y una caricia en mi mejilla. Es tan dulce.

—¿Estás preparada?

—¿Para qué?

—Para volar, Caperucita. —Apenas lo dice miro por la ventanilla, volaremos en parapente. Le he dicho muchas veces que quería venir a Malibú para hacerlo pero no sabía que estaba prestando atención.

—¡Oh Dios! Te amo, Just. —Lo abrazo mientras lleno su rostro con cientos de besos. Él es simplemente perfecto.

No dejo de sonreír colina arriba, donde nos esperan con el equipo de vuelo. Justin me presenta Karl el instructor de vuelo. Estrecho su mano mientras le agradezco por la oportunidad con una sonrisa. Gesto que se borra de mi cara cuando dice: «Estamos aquí para ustedes, señora Crowley».

¡Qué más quisiera yo!

—Lo siento, nena. —murmura una vez que Karl se aleja. Just me toma por la cintura y se inclina hacia adelante para darme un beso en los labios que no llego a corresponder. Pasé de la alegría a la tristeza de un solo zarpazo.

»Less… Disfrutemos este momento, ¿si? —Asiento y lo sigo hasta donde está Karl.

Karl me entrega un traje enterizo rojo con franjas laterales a los costados, me lo pongo mientras que Just hace lo mismo con el suyo. Luego nos coloca el arnés de seguridad, el paracaídas de emergencia, los cascos y unos lentes oscuros.

Luego de varias fotografías que nos toma Karl con mi móvil, estamos listos para despegar el vuelo en un parapente biplaza que Justin se encargará de operar.

El instructor libera el parapente y el viento hace que se eleve en el cielo, corro adelante según las indicaciones de Just y segundos después estamos volando sobre las costas de Playa Carbon en Malibú.

Desde aquí arriba todo es más hermoso e increíble. La sonrisa que se ha formado en mis labios es enorme y la felicidad que siento es indescriptible.

—Mi amor por ti es más vasto que este cielo, Caperucita. —grita Just detrás de mí.

Sería inútil responder algo, dudo mucho que pueda escucharme, pero le diría que no existe nada en el mundo con lo que pueda comparar mi amor por él. Nada.

«---»

Me tumbo en la cama exhausta al llegar de Chicago. El equipo ha tenido una racha ganadora pero aún queda un largo camino que recorrer. Solo van treinta partidos y son 162 por disputar.

Just se despidió de mí en el autobús. No podremos vernos hasta dentro de tres días porque le prometió a Amber llevarla a Disney.

Verifico el frasco de pastillas que me vendió León y veo que solo me quedan tres. Sé que es una mala idea contactarlo pero necesito más. Las únicas veces que no las tomo es cuando estoy con Just y tres días son mucho tiempo. Lo he intentado pero sin él las necesito.

Le escribo un mensaje a León y responde: «Nos veremos esta noche en el mismo club».

Sobre las siete de la noche, me levanto de la cama para darme una ducha antes de ir a mi desagradable cita. Elijo esta vez unos vaqueros gastados, camiseta azul y chaqueta de cuero, junto a mi par de botas militares. Recojo mi cabello en un rodete y me maquillo de forma gótica.

—¿Adónde vas, rockera? —se burla Vic desde la encimera.

—A divertirme. ¿Vienes? —Sé que dirá que no pero vale la pena intentarlo.

—Noche de sábado, Less. Anderson está por llamarme.

—Uh, es cierto. Sácale provecho al Skype, gatita.

—Less… eres una pervertida.

—Eso mismo me dice Just. —presumo. Sus ojos grises se achican como una advertencia de no me digas más y me rio.

«---»

Me encuentro con León en el club, hacemos la transacción y esta vez no espero para irme, tengo otros planes.

Activo el altavoz de mi móvil y llamo a casa de camino en el auto, tengo unos días sin hablar con mis padres y me hace falta escucharlos. Mamá me habla de Hanson y de sus inicios en el béisbol, dice que tiene un gran don y que papá está muy feliz. Me despido de ella con un te quiero y luego saludo a mi grandulón. Cada vez que hablamos me pregunta lo mismo ¿Cuándo vienes a casa? Tengo pensado caerle de sorpresa la otra semana, me hacen falta.

—Adiós, chispita. ¿Sabes que te amo con mi vida?

—Sí, papá. Todos los días me lo recuerdas. Te amo.

—Cuídate, mi amor. Nos vemos pronto.

—Eso espero, papi.

Con eso me despido. Detengo el auto frente a un local, en el que titila en verde neón la palabra «Abierto». Estoy un poco nerviosa pero ya lo decidí, me haré un tatuaje.

Un tipo moreno, de grandes músculos y cientos de tatuajes cubriendo sus brazos, levanta la mirada y se presenta como Patt. Le comento lo que quiero y me muestra algunos tipos de letras. Elijo una cursiva y le pido que le agregue un dibujo.

Patt me muestra lo que dibujó en el papel y quedo fascinada. Ya deseo verlo en mi piel y mostrárselo a Just. Espero que le guste.

Me quito los vaqueros y me pongo una bata parecida a la de los hospitales, me acuesto en la camilla y el moreno entra cuando le aviso que ya estoy lista. Cuando los nervios comienzan a inquietarme, tomo un par de respiraciones hondas para armarme de valor.

—¿Estás segura? —asiento.

Patt coloca antiséptico en mi cadera, muy cerca de la línea del bikini, donde deseo el tatuaje y enciende la máquina. Un primer pinchazo penetra mi piel… joder, como duele la condenada aguja, pero no me quejo.

Enciendo mi iPod para distraerme con Amy Whinehouse y me sumerjo en sus letras, logrando olvidarme del dolor.

Cuando dejo de sentir la aguja en mi cadera, sé que está listo. Patt me pasa un espejo y sonrío ampliamente al ver las palabras «Yo no te amo» en letras negras y cursivas, junto a un corazón rojo roto a la mitad, al cual le dio profundidad con un color negro en los bordes.

—Es perfecto, Patt. —Me da las indicaciones de cómo cuidar el tatuaje y luego lo cubre con un tipo de plástico.

«---»

Las pulsaciones se me aceleran mientras corro a abrirle la puerta a Just, dejó la llave olvidada la última vez que vino.

—Hola, nena. —Me saluda con un beso.

—Hola, mi amor. —respondo a la vez que rodeo sus caderas con mis piernas para atacarlo a besos. Tres días, tres jodidos días sin sentirlo y estaba por volverme loca.

Just camina conmigo encima hasta mi habitación y me tumba en la cama con suavidad. Me muerdo el labio inferior con fuerza y él me mira con la cabeza de lado como signo de duda. 

—¿Qué hiciste, Caperucita? —indaga, entrecerrando los ojos.

—Es una sorpresa, guapo. —susurro.

Una a una, desaparecen las piezas de ropa que limitan nuestra pasión. Cuando llega el momento de quitarme las bragas le digo—: Yo no te amo, Just.

Sus ojos se clavan en el lugar del tatuaje y veo como destellan de emoción. Luego, sus dedos delinean cada palabra, erizando mi piel al contacto.

—Es hermoso, mi amor. ¿Te dolió? —Su pregunta va acompañada de un suave beso sobre mi sorpresa.

—Valió la pena, Just. Lo hice para ti. Solo para ti. —Después de eso, el castaño que me roba el aliento, se encarga de encender como una hoguera mi sexo. Lo recibo gustosa y me retuerzo con cada embestida de su maravillosa lengua.

—¡Oh, Just! —Se me escapa con un grito. Me descompongo luego de eso y me tumbo en la cama con la respiración descontrolada.

—Yo no te amo, Less. Nunca lo olvides. —murmura antes de hundir su duro miembro en mi centro palpitante.

Luego de hacer el amor, tomamos una ducha juntos. Es una de mis cosas favoritas en el mundo: sentirme adorada por él mientras el agua tibia corre por mi piel (que muchas veces no es lo único caliente que me humedece).

—¿A qué hora te vas? —Le pregunto con un mohín.

—No me iré, están en Houston. —Imagino que se fueron solo por el fin de semana, no quiero preguntarle. En verdad si quiero pero prefiero no torturarme.

Salimos a la sala, donde Vic está viendo una película romántica de esas que tienen un final triste, Lo Mejor de Mí. La ha visto más de diez veces.

—Dale un buen uso a tu American Express y pídeme un buen sushi. —le pide a Just sin inmutarse cuando nos sentamos en el sofá tipo “L”.

—No es problema. —responde él elevando los hombros.

—No quiero pescado crudo, quiero una jugosa pizza con mucho jamón, queso, maíz y picante.

—Estás muy hambrienta, Caperucita.

—Tu culpa, amor. El sexo me pone así. —digo para molestar a Vic, quien no tarda en reaccionar lanzándome un cojín.

La cena llega treinta minutos después y me devoro la mitad de una pizza familiar junto a una lata de coca–cola.

El corazón galopa con fuerza en mi pecho al ver a como Just se encarga de recoger los sobrantes y botarlos en la papelera. Daría lo que fuera por tenerlo conmigo a diario. Cada día se me hace más difícil despedirme y mucho más doloroso dormir sin su calor a mi lado. Pero hoy está aquí y es lo que cuenta.

Nos despedimos de Vic y nos metemos en nuestro pequeño pedazo de cielo, en esa habitación que podría contar muchas historias de los dos si tuviera boca.

Charlamos de todo un poco durante unas horas hasta que los ojos comienzan a pesarme. Fue duro saber que su madre murió por sobredosis, y más triste descubrir que fue él quien la encontró en la habitación. 

También supe que es hijo único y que hubiera deseado tener al menos una hermana. Lo entiendo, no vería mi vida sin Lexie y Hanson. Quizás ahora que su padre rehízo su vida con otra mujer le dé la sorpresa de un hermanito. Aunque a él no le gusta mucho su madrastra, dice que es una oportunista.

En algún momento de la noche me quedé dormida sobre su pecho. Permanezco un rato más ahí sintiendo sus latidos y su respiración suave. Me levanto cuando el reloj sobre mi mesita de noche cambia de las 8:59 a las 9:00 a.m. Hoy saldremos a New York y tengo un equipaje que preparar.

Me pongo unos pantalones de chándal y una camiseta blanca de tirantes, que tiene delante la lengua de los Rolling Stone.

Salgo a la cocina y me encuentro una nota de Vic. «Iré al súper por tampones».

Lindo. 

Enciendo la cafetera y me siento sobre un taburete a revisar un rato mis redes sociales. Veo un tuit de Adrien dándole un beso a Lexie, con la torre Eiffel detrás, y lo marco como favorito.

El timbre del apartamento suena y camino sacudiendo la cabeza a los lados como una queja por la descuidada de mi compañera de piso, siempre olvida las llaves.

—Hola, mi amor. —dice la voz melosa de mi padre.

—Papá… ¡Qué sorpresa! —Rodeo su cuello con los brazos y me cuelgo de él como una mona.

—Si la montaña no va a Mahoma…

—¿Y mamá? —miro detrás y no hay ninguna castaña junto a él. Vino solo.

—Es un viaje corto. Sé que en unas horas sales a New York.

—Estás bien informado, papá.

—He visto cada juego y hasta leo esa cosa del pajarito. Me gusta lo que escribes. Estoy feliz por ti, chispita.

—Oh Dios, se llama Twitter. —La cafetera suena con un pitido y corro a desactivarla.

—Caperucita ¿Dónde… ? ¿Quién es ese? —pregunta al ver a papá en medio de la sala.

¡Mierda!

—¿Quién es él? —gruñe papá ahora. Estoy en un enorme lío.

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