3. La reacción imperial
La conquista de Túnez
El regreso de Barbarroja a Túnez disparó todas las alannas en España. Carlos V convocó Cortes en Madrid para allegar dinero y convocó secretamente a otros príncipes cristianos. Su objetivo estaba claro. Se trataba de conquistar Túnez antes de que Jaredín tuviera tiempo de fortificarse y convertir a La Goleta en otro Argel. Si Barbarroja lo conseguía, los planes que había expuesto al sultán en Estambul se harían realidad.
En los preparativos se empleó casi un año, pero al fin se logró reunir una gran fuerza con naves de Portugal, el Papado, Genova, Malta y por supuesto España, que puso galeras mandadas por Alvaro de Bazán, Berenguer de Requesón s (.Sicilia) y el virrey García de Toledo (Ñapóles), además de 100 naos con soldados y munición de guerra.
El 30 de mayo de 1535 Carlos V embarcó en la galera imperial y la armada puso rumbo desde Barcelona a Mahón, forzada por un viento contrario, y luego a Cagliari (Cerdeña), desde donde enfiló a Túnez. En total, unas 110 galeras y 300 barcos de guerra, con más de 50.000 hombres entre soldados y marineros.

Barcos turcos. Aunque eran un pueblo procedente del centro de Asia, los otomanos aprendieron pronto las técnica navales y llegaron a ser una gran potencia en el mar.
La expedición recaló en Puerto Farina, entre Bizerta y las ruinas de Cartago. Allí apresó a dos naos francesas enviadas por Francisco 1 para poner sobre aviso a Barbarroja. Este, al conocer lo que se venía encima, se aprestó a la defensa. Reforzó las lortificaciones de Túnez y La Goleta, emplazó artillería gruesa y consiguió reunir unos 100.000 hombres que debían retardar el avance cristiano, contando con el calor, la falta de agua y la marcha por tien'as arenosas que los atacantes debían de soportar. Los cautivos cristianos, que Barbarroja pensó primero en degollar, fueron encerrados en la alcazaba de Túnez en espera de la decisión del combate.

La Conquista de Túnez en la colecciónflamenca de tapices dibujados por Jan CorneUsz Jermeyen en 1J4S. Patrimonio Nacional.
La annada imperial desembarcó tropas y caballos en el gollo tunecino y puso sitio a La Goleta, defendida con tesón por 4.000 turcos al mando de Sinán Reis. Los sitiadores perdieron muchos hombres antes de que el 14 de julio se diera el asalto final por mar y tierra, en el que murió la mayor parte de los defensores turcos y se capturaron más de 300 piezas de artillería, algunas marcadas con las insignias de la corona francesa, lo que dejaba a las claras su procedencia. También se hicieron los asaltantes con unas 100 naves turcas, incluida la galera capitana de Barbarroja.
Una vez ocupada La Goleta, el ejército cristiano se encaminó por tierra a hacía la ciudad de Túnez. Barbarroja le cerró el paso con unos 80.000 hombres a pie y 25.000 caballos, que se desbarataron al primer choque. El corsario intentó entonces encerrarse en Túnez para proseguir la defensa, pero los cautivos de la Alcazaba se sublevaron y se apoderaron de los cañones de sus guardianes, con los que hicieron fuego sobre la tropa berberisca que se retiraba vencida en campo abierto. Túnez fue tornada y entregada al saqueo de la tropa, con captura de esclavos incluida.
El ejército caminó — relata el propio Carlos V— hasta llegar a los muros de la ciudad, y hallando las puertas cerradas, y visto que aunque no mostraban los de dentro por tener ánimo para defenderla y no la habrían, permitimos a la gente que la entrasen y saqueasen, y asi entró mucha de la que venía en los primeros escuadrones por los muros, sin ninguna o poca resistencia, y abrieron las puertas para que entrase todo el campo, y se saqueó la Alcazaba y toda la ciudad.

La Goleta, fortaleza que defendía la ciudad de Túnez.
Veinte mil cautivos recobraron ese día la libertad. Jaredín tuvo que huir con Sinán y Cachidablo, y este último murió al poco tiempo de las heridas recibidas. Quince galeras genovesas partieron a la captura del derrotado y fugitivo Barbarroja, pero no se atrevieron a atacarle en Bona, donde el corsario se guareció con una flotilla al amparo de un baluarte artillado.

El asalto de 1m Goleta por la escuadra de Carlos C.
Cuando Andrea Doria se enteró, partió inmediatamente a Bona con 40 galeras, pero ya era tarde y Barbarroja había escapado a Argel. El fracaso en su captura costaría caro a España porque el temible corsario acostumbraba a devover golpe por golpe y aprovechó la estancia de Carlos V en Sicilia para conquistar Mahón, saquear Menorca y apoderarse de numerosos cautivos. Esa fue su venganza por la pérdida de Túnez.
Tras la victoria, Muley Hassan fue repuesto en el trono en calidad de rey vasallo del emperador, y hubo de ceder La Goleta, donde quedó una guarnición española. Carlos V estaba decidido a proseguir la empresa y atacar a Argel, pero la mayoría de sus aliados y consejeros se oponían y le hicieron desistir del empeño. Después de tomar Bizerta, el emperador se dirigió a Sicilia y Ñapóles, y luego a Roma, donde estuvo varios meses despachando asuntos urgentes.

FJ almirante genovés Andrea DoriaT que combatió muchos años al servicio de España, hasta su muerte, cuando ya era nonagenario.
Cartas infames
A finales de 1536 se encendió de nuevo la guerra con Francia, que seguía con la obsesión de arrebatar Milán a España. Un ejército español invadió la Provenza flanqueado por la costa con los barcos de Andrea Doria, Alvaro de Bacán y Garcerán de Reque-séns. Pero esta Ilota, después de tomar Antibes, Tolón y Frejus no consiguió ocupar Marsella. La ofensiva se paralizó y el Emperador ordenó la retirada a Génova, donde fue enterrado el jefe de la infantería española Antonio de Leyva, que murió frente a las defensas de Marsella.
Entre los papeles de Barbarroja que los españoles capturaron en el palacio del rey Hafsí de Túnez, se encontraban las cartas enviadas por Francisco 1 a Solimán para formar una alianza contra los Habsburgo y España. Este tratado de amistad y colaboración se concretará en varias expediciones marítimas franco-otomanas contra Italia y las islas Baleares, en las que los turcos pudieron abastecerse en el sur de Francia. Flotas turcas ayudaron también a Francisco 1 en el ataque a Niza e invernaron en el puerto de Tolón en 1543.
Carlos V, consciente del grave peligro al que se enfrenta, encarga al almirante genovés al servicio de España, Andrea Doria, que capture vivo o muerto a Barbarroja con su flota de galeras. Algo mucho más fácil de decir que de hacer.
Siguiendo instrucciones del sultán, Barbarroja desencadenó un alaque naval contra el reino de Nápoles en 1536. Tomó la ciudad de Otranto y devastó Apulia, y al año siguiente unió fuerzas con otra gran armada otomana que conquistó la cadena de islas del Jónico y el Egeo pertenecientes a Venecia. Ese mismo año de 1537 se apoderó de la isla de Corfú y oirá vez sembró el pánico en Calabria.
Alarmada, Venecia pidió al papa Pablo III que organizará una «Santa Liga» contra los turcos. La alianza se concretó en 1538 y la formaban España, el imperio Habsburgo, Venecia, la Orden de Malta y los Estados Pontilicios. Pero Barbarroja asestó un golpe mortal a la Liga en la batalla de Preveza, que dio a los turcos el dominio del Mediterráneo durante más de 30 años, hasta la batalla de Lepante.
Preveza
La flota de la Santa Liga, al mando de Andrea Doria, y la turca, dirigida por Barbarroja, se vieron las proas el 28 de septiembre de 1538 en la bahía griega de Preveza, al sur de Corfú.
La fuerza cristiana, con 162 galeras, 2.500 cañones y 60.000 soldados era superior a la otomana, que contaba con unas 140 galeras y 30.000 hombres, pero Barbarroja contaba con la ventaja adicional de las prolundas desavenencias entre los jefes de la Liga.
Fondeado en la bahía de Preveza, Doria no supo aprovechar el momento de salir al encuentro de la flota turca cuando esta se aproximaba con las velas desplegadas. Cuando el almirante genovés reaccionó, ya era tarde, y el despliegue se realizó mal y de forma confusa. Eso permitió a Barbarroja un ataque fulgurante que, unido a los daños causados por una tonnenta, terminaron por aniquilar a la annada católica.

Batalla de Preveza.
Barbarroja supo aprovechar su inferioridad numérica porque la jefatura de Doria en la batalla resultó prácticamente nula, lo que fue causa directa del desastre. Doria no arriesgó porque no quería poner en peligro sus propios barcos, que formaban parte de la flota de la Liga, y por eso dudó en lanzarse al combaLe, aunque no escatimó lo mismo con los barcos de Venecia, enemiga tradicional de Genova.
El resultado de Preveza fue una derrota aplastante para las armas cristianas, que perdieron unos 50 barcos y miles de hombres entre muertos y cautivos. Las bajas turcas fueron mucho menores.
Como resultado, Venecia —por cuya iniciativa se había formado la Liga— filmó un tratado de paz con Solimán en 1540 por el cual aceptaba las conquistas turcas en el mar Adriático y en la costa griega, y pagó a la Sublime Puerta
300.000 ducados de oro.
Gibraltar y Alborán
En 1540 el corsario Karamami atacó y saqueó Gibraltar. La armada de galeras de Bernardino de Mendoza fue a su encuentro y el choque se produjo en el mar de Alborán. Los turcos fonnaron en media luna, con la galera capitana de Karamami en el centro, y Mendoza, tras arengar a su gente y armar a los forzados para que combatiesen a cambio de obtener la libertad, formó a sus galeras en tres escuadrones y con su propia nave embistió a la capitana turca.
La artillería cristiana hizo gran estrago, pero la victoria estuvo indecisa durante más de una hora, hasta que Karamami murió de un arcabuzazo. Solo entonces pudieron los españoles gritar victoria.
En la batalla murieron 700 turcos y 500 fueron hechos cautivos. Además, perdieron 9 galeotas y una galera. De los españoles murieron 200, entre ellos algunos valerosos capitanes como Alonso de Armenia, Juan de Susnaga y Martín de Gurrichaga. Setecientos cincuenta galeotes cristianos fueron liberados.
Después del combate, Mendoza se dirigió a Motril, desde donde envió un mensaje a su hermano, el marqués de Mondéjar, anunciándole la victoria, que
Fue muy celebrada en Granada con procesiones y festejos públicos. En Málaga, donde recaló más tarde la escuadra de Mendoza, también hubo grandes demostraciones de entusiasmo, «y allí fueron en procesión —dice una crónica— los esforzados vencedores con su general a la cabeza y los cautivos libertados a Nuestra Señora de la Victoria, para dar gracias a Dios del inmenso beneficio recibido...»

Bernardino de Mendoza fue, además, un gran tratadista del arte de la guerra, con obras canto Then rica y practica de guerra, editada en Madrid en 7/19/7.

■'Irgei, centro de la piratería berberisca en el Mediterráneo, se mantuvo inexpugnable durante siglos.
El regocijo general por lo que solo era en realidad una modesta, aunque meritoria, victoria sobre la annada turca, tuvo un efecto psicológico importante, ya que después de Preveza el ímpetu naval de los cristianos había quedado muy mermado y los otomanos se paseaban con casi absoluta impunidad por el Mediterráneo.
El fracaso de Argel
En septiembre de 1540 los agentes secretos de Carlos V entraron en contacto conjaredín y le ofrecieron los cargos de Almirante en Jefe y Gobernador General de todos los territorios españoles del Norte de África si cambiaba de bando.
Barbarroja, como era de esperar, rechazó la oferta. Ya estaba demasiado implicado en el servicio al sultán, quien, por otra parte, le había colmado de honores y riqueza. No tenía realmente motivos para abandonar la causa otomana, por la que durante muchos años había combatido junto a sus hermanos.
Es posible que este rechazo encolerizara al Emperador y fuera una de las causas determinantes del intento de conquistar Argel, para destruir de una vez el nido pirata que tenía al Mediterráneo occidental en jaque.
El momento de la empresa de Argel estuvo mal elegido. La expedición se realizó en octubre de 1541 y acabó en un fracaso estrepitoso. La derrota acrecentó el prestigio y el poder de Solimán el Magnífico, cabeza de un imperio que había derrotado al Emperador de la cristiandad, y que dominaba buena parte de Europa.
Argel, a la que algunos llamaban la «ladronera de la Cristiandad», era un centro de piratería cada vez más poderoso, repleto de riquezas saqueadas y cautivos, muchos de ellos posteriormente renegados, y empezó a adquirir aureola de ciudad invencible, al fracasar todas las expediciones españolas contra sus murallas. «La desunión de los cristianos y la desfavorable fortuna de los españoles están haciendo grande al adversario, que se aprovecha de ambas circunstancias para acrecentar sus dominios», escribe por esas fechas el autor anónimo del Discurso en que se ordena y persuade la guerra contra los turcos, escrito en el siglo xvi.
El desembarco en Argel se pronosticaba sencillo y asequible para la formidable maquinaria militar del Emperador, pero de nuevo el mal tiempo se encarga de echar por tierra los planes españoles. La fuerte tempestad que se levanta cuando las armadas de galeras llegan a la ciudad magrebí, y que impide la utilización de los arcabuces y Los cañones, es la razón principal que explica la derrota. Además, contó mucho en el fracaso la obstinación del propio Emperador, quien llevó adelante la empresa pese a que el Papa, el marqués del Vasto (gobernador de Milán), Andrea Doria y otros consejeros trataron de disuadirlo. De nada sime-ron los avisos para convencerlo de que, acabado el verano, sería tiempo de borrascas y temporales, y la suerte de los barcos quedaría muy comprometida en la costa hostil de Berbería.
Nada de eso hizo cambiar de opinión a Carlos Y que reunió el grueso de la flota en Palma de Mallorca, al cual se unió después otra escuadra organizada en Málaga, que navegó directamente hasta Cabo Cajina, unas nueve millas al oeste de Argel.
Eran 65 galeras y 450 navios de guerra y transporte, con unos 12.000 hombres de marinería y 24.000 de desembarco. En la infantería embarcada había españoles, alemanes e italianos, además de muchos grandes señores y títulos del reino, incluido Hernán Cortes, conquistador de México y marqués del Valle de Oaxaca, que se apuntó voluntario a la empresa con su hijo y una nave fletada a su costa.
El 25 de octubre de 1541 se produjo el desembarco a escasos kilómetros de Argel, defendida solo por una guarnición de 800 turcos y 5.000 berberiscos, entre los que se contaban muchos moriscos y renegados mallorquines y valencianos. Los mandaba Hasán Agá, un eunuco renegado de Cerdeña al que Fernández Duro califica de «hombre para mucho».
Conforme a las previsiones más pesimistas, cuando todo parecía perdido para los de Argel, el temporal, el Vento y la lluvia torrencial se confabularon para destrozar a la tropa cristiana. Las naves, batidas por el oleaje, no podían desembarcar mantenimientos, y la infantería quedó atascada en el lodazal de las playas, expuesta a los ataques continuos de la caballería enemiga. Unos 150 navios y 20 galeras se hicieron pedazos arrojadas por el mar contra la costa o chocando entre sí.
El malestar cundió en las filas imperiales y la mayor parte del Consejo de Guerra se inclinó por reembarcar de inmediato para salvar lo que la borrasca había perdonado. Pero aún hubo algunos que rechazaron esa opinión, teniendo por vergonzosa la retirada, como Martín de Córdova y Velasco, conde de Alcau-dete, o Fieman Cortés. Este último propuso al Emperador que le diese el mando de la gente desembarcada, y con ella tomaría la ciudad de los piratas, pero su opinión ni siquiera fue debatida.
La retirada fue desastrosa, y hubo que desjarretar y echar al agua a los caballos que había en las naves para hacer sitio a la gente reembarcada. Los últimos en alcanzar los barcos fueron los soldados de los tercios españoles, encargados de cubrir la retirada.

Argel en un mapa de. 1575.
Las naves dispersas por el temporal se refugiaron en Oran, Cerdeña, Italia o la costa española. La galera imperial lúe a parar a Bujía, y como la borrasca continuara sin tregua, el Emperador ordenó tres días de ayuno para implorar el favor divino. Solo a finales de noviembre mejoró el tiempo, y Carlos V pudo llegar salvo a Cartagena el 1 de diciembre.
Hernán Cortés en Argel
Para resolver asuntos relacionados con los interminables pleitos con la Audiencia y el virrey de México, Hernán Cortés viajó a Madrid en 1540. Fue bien recibido en la Corte y el Consejo de Indias le asignó una casa señorial que había sido morada del comendador Juan de Castilla.
Cuando se prepara la expedición a Argel, Cortés decide acompañar al Emperador en una galera capitaneada por Enrique Enriquez, que naufragó. En el naufragio se perdió un tesoro en joyas y esmeraldas valorado en más de 100.000 ducados. Junto a Cortés iban sus dos hijos, Luis y Martín (habido con doña Marina, la famosa india Malinche). Fue la última participación de Cortés en una expedición guerrera.

Hernán Cortes, famoso ya en toda Euro/hi, participó en el fracasado asalto a Argel v se mostró contrario a ¡a retirada.

Niza atacada por la flota tumi de
Frustrado porque, contra su criterio, se abandonó el asalto a la capital corsaria, Cortés se estableció en Valladolid, desde donde continuó sus actividades como empresario y realizó muchos tratos con el comerciante ge-novés Leonardo de Lomelín. La casa de Cortés en esta ciudad se convirtió en un centro de reunión con cortesanos, juristas y humanistas que mantenían debates inlonuales sobre múltiples asuntos de historia y política. Entre los tertulianos destacaban el virrey de Sicilia, Juan de Vega; el cardenal Francesco
Poggio; el cronista y biógrafo Juan Ginés de Sepúlveda; el poeta Gutiérre de Cetina y Francisco Cervantes de Salazar, autor de de la Nueva España de 1546.
A finales de 1545, el conquistador decidió trasladarse a Sevilla, quizá con intención de regresar a México, y murió en la ciudad hispalense el 2 de diciembre de 1547, dejando a sus herederos una gran fortuna.
Barbarroja en Tolón
Intentando hacer leña del árbol caído, la fracasada expedición a Argel desató de nuevo los ataques de los partidarios de Barbarroja contra el rey Muley Hassán de Túnez, aliado de España. Pero las galeras de Doria y las de Sicilia consiguieron estabilizar la situación con «razzias» en Susa, Monastic y Mehedia, y dejaron de guarnición en Túnez al tercio de Sicilia, mandado por Alvaro de Sánele.
En esta recuperación del poder español en el norte de África tuvo una participación destacada el conde de Alcaudete, uno de los pocos que —como Hernán Cortés— se opuso al abandono de la expedición argelina.
Nombrado Capitán General de África, y resentido con el bey de Tremecén, el conde reclutó hueste y fletó una armada que zarpó de Cartagena en enero de 1543 y consiguió entrar triunfador en esa ciudad argelina.
Pero el desastre de Argel trajo también malas consecuencias con Francia, ya que el rey Francisco 1 aprovechó la ocasión para romper la Lregua que había firmado con Carlos V en Algues-Mories y aliarse con el Gran Turco, al que pidió que enviara su armada a devastar la costa española, mientras él atacaba por el Piamonte, Luxemburgo y la Cataluña norte.
Enterado de estos planes, Carlos V partió de Barcelona con 57 galeras y 40 naos. Parte de esta fuerza quedó en Cadaqués, al mando de Bernardino de Mendoza. El resto llegó a Génova.
Por esas fechas Barbarroja partió de Meudon con una armada de 110 galeras y 40 galeotas, en la que iba Antoine Escalin, más conocido como Polain, embajador francés en Estambul. Desde Mesina, la flota otomana, tras incendiar Reggio, arribó a Marsella, donde fue recibida por los franceses entre gritos de júbilo.
Pero la alianza turco-francesa empezó a agrietarse cuando Barbarroja comprobó que no habría desembarco francés en la costa de España, como figuraba en el plan de guerra, ya que el ejército de Francisco 1 quedó detenido en Perpiñán, y las el golfo de Rosas.
Mehedia en asalto español de 1550.

Por no quedar inactivo, el almirante turco, contando con el refuerzo de la armada francesa, atacó Niza, en poder del duque de Saboya, aliado de España. Turcos y franceses desembarcaron en el puerto de Villefranche, pero la resistencia de los defensores y la oportuna ayuda que aportaron las galeras de Doria y el virrey de Milán, frustraron el asalto.
Ese invierno Barbarroja se instaló en el puerto de Tolón como amo y señor, mientras sus galeras, desde Formentera, asolaban el litoral del Levante español.
No era allí huésped (en Tolón] —dice Fernández Duro—; era amo. No consentía que se Locaran campanas en las iglesias; de noche ponía en tierra destacamentos a correr los caseríos y veredas, con objeto de secuestrar campesinos en reemplazo de los remeros que morían; cometía toda especie de violencias, recibiendo raciones al completo de su gente y 50.000 ducados mensuales de sueldo.
Finalmente, el almirante corsario abandonó la costa francesa y emprendió el regreso a Turquía. Por el trayecto fue dejando un reguero de desolación en todo el litoral italiano, lo que le reportó un cuantioso botín en riqueza y cautivos antes de hacer su entrada triunfante en Estambul.

Dragut, Torg/nit Reís en turco, azote de la Cristiandad en el Mediterráneo con sus acciones corsarias.
Dragut: la nueva amenaza
En septiembre de 1544 Francia y España, agotadas por las continuas guerras, firman la paz de Crespy.
Pero mientras el príncipe Felipe, hijo del emperador, recorre Alemania, Italia y Flandes, para conocer sus futuros estados, los corsarios berberiscos de Dragut no descansan y continúan sus correrías, cada vez con más fuerza y audacia, por la costa española. Igualados a la marina imperial en calidad naviera y artillería, la osadía de los corsarios turcos iba en aumento, y ni siquiera plazas fortificadas, como Villajoyosa y Vinaroz, escaparon a sus ataques, que no se limitaron solo a España. En el golfo de Ñapóles, Dragut desembarcó 500 hombres en Castellamare y se llevó cautiva a casi toda la población. En busca de un refugio seguro para sus barcos, Dragut conspiró con el príncipe Hamida, hijo de Muley Hassan, el rey de Túnez protegido del Emperador, para que se sublevase contra su padre.
Hamida, tras derrocar y sacar los ojos a su progenitor, aceptó el auxilio del corsario y consolidó su poder en las poblaciones de la costa tunecina, pero Dragut fue más listo. Se apoderó y se declaró señor absoluto de Susa, Mehedia y Monastir, con bandera propia: blanca y roja, con media luna azul.
Cuando estas noticias llegaron a Sicilia, la autoridad española envió galeras para enfrentar a las de Dragut, pero este no estaba interesado en un choque frontal y rehusó el combate. Los barcos de Sicilia arrasaron Monastir y después se dirigieron a La Goleta para reforzarse.
Asalto a Mehedia
El 28 de junio de 1547 una gran flota al mando de Andrea Doria, con hombres y material de sitio aportados por los virreyes de Ñapóles y Sicilia, desembarcó en las proximidades de Mehedia y puso cerco a esa ciudad, asentada sobre una gran roca avanzada en el mar y considerada casi inexpugnable.
Entretanto, Dragut y su lugarteniente Uluch Alí, aprovechando que la annada cristiana estaba en aguas de Túnez, entró a saco en Rapallo y otras poblaciones del golfo de Genova, y prosiguió su carrera corsaria por la costa de Valencia. Las poblaciones de Alcira, Sueca y Cullera dieron testimonio de sus desmanes, y en algunos casos consiguieron rechazar a los atacantes.
En vista de la apurada situación de Mehedia, Dragut partió desde el Peñón de Vélez a socorrerla. Desembarcó de noche en las inmediaciones de la ciudad y consiguió ponerse en contacto con los sitiados. El 25 de julio la íuerza cristiana, cogida por sorpresa, tuvo que hacer frente al ataque simultáneo de la tropa de Dragut y de la guarnición de Mehedia. El ataque fue rechazado, pero las pérdidas cristianas eran grandes y hubo que pedir refuerzos a italia para proseguir el sitio. Por fin, el 8 de septiembre, al amparo del fuego de los cañones, se asaltó la plaza por tres sitios y se consiguió ocuparla tras un durísimo combate con varios miles de muertos. En Mehedia, que los españoles llamaban Ciudad de África, quedó una guarnición al mando de Sancho de Leyva, hasta que en 1553, el Emperador dio orden de abandonarla después de arrasar por completo sus defensas.
El azote corsario
En el decenio que va de 1550 a 1559 tanto España como Turquía vuelcan sus fuerzas en empresas ajenas al escenario Mediterráneo. En el caso español los polos de atracción bélicos son Alemania, Italia y los Países Bajos, y en lo que respecta a Turquía, la gran preocupación es detener la expansión del imperio persa de los safa vid as, lo que obliga a los otomanos a combatir a miles de kilómetros de Estambul, en un territorio casi desértico en el que las tropas deben ser abastecidas por largas caravanas y un enorme despliegue logtstico. Además, a la dilicultad y el desgaste de este nuevo frente, se añaden la lucha dinástica de Solimán contra su hijo Mustala, y los enfrentamientos navales con los portugueses por el control del Mar Rojo y el Océano índico.
El dominio del Mediterráneo pasa a ser un objetivo de segundo orden para la Sublime Puerta, lo que conlleva disminución de la actividad bélica. Pero no se trata de una verdadera paz. Si bien no se libran batallas de gran envergadura hasta 1560, las incursiones corsarias berberiscas no cejan y España debe seguir haciendo frente a la gran maldición de combatir simultáneamente en el continente europeo y en el Mare Nostrum. En noviembre de 1545 Francia concierta una tregua con Turquía por la cual se obliga a pagar un humillante tributo al sultán.
Con la maquinaria de guerra turca estancada en las fronteras del Imperio persa, las ciudades mediterráneas obtienen un respiro, y en muchos casos aprovechan para reforzar sus delensas. Repunta el comercio desde Marruecos al Bósloro, pero también rebrota la piratería, más activa por el aliciente de mayores ganancias. Se traía de una piratería —como señala el historiador trances Ferdinand Braudel— con medios relativamente pequeños, que se mantiene a distancia de las fortificaciones y las flotas de guerra. Sus objetivos preferidos son las costas de Sicilia y Ñapóles, y su personaje más representativo y peligroso sigue siendo Dragut, el sucesor indiscutido de los hermanos Barbarroja. Oriundo de Grecia y durante cuatro años cautivo en las galeras genovesas, Dragut obtuvo la libertad en 1544, cuando Barbarroja negoció su rescate con Andrea Doria.
A pesar de la tregua que España había firmado con Turquía, Dragut continuó la guerra por su cuenta y atacó la costa del Sur de Italia, llegando hasta la bahía de Ñapóles, donde se apoderó de una galera de la Orden de san Juan a la vista de los cañones del castillo napolitano. En 1549 Loma Monastic y luego Mehedia, la inexpugnable fortaleza que utilizó como base para sus randas.
En 1550 el corsario otomano se refugia en Dyerba, donde pasa los inviernos, repara sus barcos y recluta tripulaciones. Dyerba, a escasa distancia de la costa tunecina, había conocido su mayor esplendor en tiempo de la dinastía falimida, y en el siglo xvi era más una aldea que una ciudad, pero para Dragut era un refugio perfecto en aguas tranquilas y a muy corta distancia de Sicilia, la isla que aporta el trigo. «Indispensable para el avituallamiento de todo el Mediterráneo oriental», como dice Braudel.
Desde Dyerba, Dragut ponía en peligro no solo a Sicilia, sino al reino hafsida de Túnez, sobre el que España mantenía una especie de protectorado desde el bien guarnecido presidio de La Goleta.
Carlos V protesta al sultán por los destrozos corsarios en el Mediterráneo occidental, pero no se limita a las palabras. Aprovechando que Dragut está ausente, Andrea Doria intenta apoderarse de Dyerba, pero antes ataca Monastir y Mehedia. Bien defendida, esta ciudad resiste y Doria pide refuerzos a Ñapóles: mil soldados españoles y artillería gruesa. Un cuetpo expedicionario que quedó bajo el mando del virrey de Sicilia, Juan de la Vega.
El sitio de Mehedia comenzó el 28 de junio y duró casi tres meses, pero la conquista de la ciudad resultó un tanto pírrica. Como los Caballeros de Malta no quisieron hacerse cargo de la guarnición, sus murallas fueron derruidas y en junio de 1554 las tropas españolas que ocupaban la plaza fueron trasladadas a combatir en Italia.

Conquista española de Oran, litografía dibujada por Daniel y coloreada por J. Donan.
Caída de Trípoli
Poco después de la caída de Mehedia, Doria supo que Dragut se guarecía en Los Gelves y llegó con su escuadra a la isla para impedirle la fuga. Pero el corsario, que estaba encerrado en una especie de marisma vadeable, cerrada la salida pollos cañones de los barcos cristianos, utilizó un ardid admirable. Mientras distraía a la escuadra de Doria fingiendo resistencia, puso a trabajar a 2.000 hombres para excavar un canal en una lengua de fango, y por allí trasladó a sus embarcaciones al otro extremo de la isla, con lo cual la armada cristiana quedó burlada.
Dragut entonces se trasladó a Morea y desde allí a Estambul, donde propuso al sultán apoderarse de la isla de Malta y destruir a los caballeros de San Juan que la defendían.
Una escuadra de 140 barcos, entre galeras y fustas, y una fuerza de desembarco de diez mil hombres que mandaba Sinán Bajá, avistó Malta el 18 de julio de 1551. Los turcos desembarcaron, pero la plaza era mucho más fuerte de lo que pensaban, y tuvieron que conformarse con asolar la vecina y pequeña isla de Gozzo, defendida solo por un castillejo, y llevarse cautiva a casi toda su población, unas 6.000 personas. Luego, la flota turco-berberisca puso proa a Trípoli.
Ocupado como estaba en sus asuntos de Alemania, el Emperador pidió al sultán que no considerase el ataque contra Dyerba como una ruptura de la tregua existente. Creyó que aceptaría el hecho consumado pero calculó mal, porque Solimán lo juzgó un casus belli y los turcos contraatacaron intentando tomar Malta y apoderándose de Trípoli con la vergonzosa ayuda de la Ilota francesa. La ciudad, que hacía de enlace entre la Berbería y el interior de África, se perdió en agosto de 1551 y había sido conquistada por Pedro Navarro en 1510.
La caída de Trípoli reaviva la guerra mediterránea. El jefe corsario Salah Rais, nacido en Alejandría, se alza en 1552 con el poder en Argel y prepara una gran flota de 40 naves que se abate sobre Mallorca, pero la isla, prevenida esta vez, rechaza el ataque. Salah captura cinco naves portuguesas en aguas del Estrecho y las lleva al puerto de Vélez, donde las entrega al cherife del Peñón. Regresa a Argel cuando la flota turca al mando de Dragut, apoyada por las galeras de Francia, hace su aparición en las costas italianas, y en agosto de 1.553 saquea la isla Pantelaria y el puerto triguero de La Licata, en Sicilia. Ese mismo mes los turco-berberiscos atacan la isla de Elba y entran a saco en sus pueblos, pero Porto Ferraio —la capital— resiste, y Dragut se dedica a trasladar a Córcega las tropas francesas que peleaban en las marismas de Siena.
Los franceses invaden Córcega. El 24 de agosto toman Bastía y a principios de septiembre, Bonifacio, que era ciudad de los genoveses. En los primeros días de octubre, la flota turca abandona la isla y pone rumbo al estrecho de Mesina y Estambul. Los franceses se apoderan de la mayor parte de Córcega, aunque no consiguen capturar Calvi, el último reducto genovés. Para España y Genova se trata de un revés estratégico importante, ya que la ruta marítima entre el Levante español y los puertos de Liguria pasa por la proximidad de la costa corsa.
La pérdida obliga a un contraataque de los imperiales, y un cuerpo expedicionario enviado desde Génova por Andrea Doria, y apoyado por el duque de Florencia, pone el pie en Córcega e inicia la reconquista de la isla.
En el periodo de 1554-1555, el nuevo rey francés, Enrique II, insiste ante Solimán para que la armada turca vuelva a intervenir en el Mediterráneo occidental y les ayude a defender Córcega. Pero Dragut se demora en Dürres (.Albania) y prefiere operar en la costa de Nápoles. Además, es sustituido en 1555 en el mando de la flota otomana por el almirante Piali Pachá.
Pese a no darse grandes batallas en este periodo, la suerte de las armas vuelve a ser adversa a España en el norte de África. En 1554 el bey (.que los españoles llamaban rey) de Argel, Salah Rais, incursiona en Marruecos y lleva a su ejército hasta Taza y Fez. Los turcos instalan de señor en Fez a un esclavo protegido de Salah Rais, que es asesinado en cuanto los argelinos retornan, cargados de botín, a su ciudad-pirata, no sin antes reforzar el islote de Vélez de la Gomera, desde el cual —hasta su conquista por España en 1564— se lanzaron ataques devastadores contra el litoral español.

Este cerro con restos defortificación sigue llamándose de la Cruz en recuerdo de la época española en Orán.
Salah Rais fue un enemigo temible para la presencia española en el Magreb, y desde Argel se convirtió en la vanguardia del poder otomano en el Mediterráneo occidental.
Cuando inedia el siglo xvi, durante los últimos años del remado de Carlos Y los turcos, apoyados por los franceses, tienen superioridad en el mar sobre las annadas imperiales, que en muchos casos actúan dispersas, como reconoce el propio Emperador en carta a su hijo Felipe, que cita Fernández Alvarez:
A la defensiva
Pero no dexaremos de traeros a la memoria que juntándose todas nuestras galeras, aunque no sean parte para pelear con las annadas turquesca y francesa a lo menos las obligaran a andar más sobre aviso y que no puedan emprender cosa tan fácilmente como lo harían si estuviesen divididas y deparadas las unas galeras de las otras.
bastante inverosímil que la Sublime Puerta no estuviera al tanto de los desmanes que aquél realiza. Cuando Dragut se apodera de Mehedia, se colma el vaso de la paciencia hispana. Tanto los virreyes de Ñapóles y Sicilia, como el alcaide de La Goleta exigen actuar, contando con las galeras genovesas de Doria. Es entonces cuando los tercios españoles recuperan Mehedia, pero el Gran Turco da por rota la tregua y responde en 1551 ocupando Trípoli con ayuda del embajador francés en Estambul, que medió con los defensores de la plaza para la rendición.
El avance Sa'di
Consciente Felipe 11 de esa inferioridad naval, optará por fortificar los puntos clave al alcance de la flota turca, como la isla de lbiza, que a punto estuvo de caer en manos de los berberiscos para ser utilizada como avanzada contra todo el Levante español. Pero el problema sustancial reside en la escasez de recursos para hacer la guerra simultáneamente en dos Irentes tan amplios como el centro de Europa y el Mediterráneo. Un dilema que para España resulta dramático, ya que mientras los tercios se cubren de gloria combatiendo en Alemania, Francia o Flan-des, las poblaciones costeras españolas viven aterrorizadas y son objeto de incesantes ataques. La realidad era que España triunfaba en el norte de Europa, pero a duras penas se defendía en el Mediterráneo, donde vivía en perpetua alanna.
Mientras en España se organizaba el socorro urgente a Carlos Y que había tenido que huir de Innsbruck perseguido por el ejército protestante de Mauricio de Sajonia, los corsarios turcos, berberiscos y franceses campeaban sin demasiado obstáculo desde las islas Baleares al Estrecho, y amenazaban las plazas de Bugía y Orán.
A esta debilidad se añadía el hecho de tener una población morisca numerosa en el reino de Valencia y el sur de Andalucía que simpatizaba abiertamente con los corsarios musulmanes. Una «quinta columna» que a la menor ocasión ayudaba a sus hermanos de religión facilitándoles información y ocultamiento.
Por todo esto, en España se recibe con mucha satisfacción y cierto recelo el anuncio de la tregua firmada por Carlos V con Solimán, puesto que supone un respiro importante para las agobiadas poblaciones del litoral levantino.
Pero la guerra con los corsarios norteafricanos no cesa, porque Dragut continúa actuando por su cuenta, sin dar noticia aparentemente al sultán, aunque resulta
Sellada en 1559 la paz de Cateau-Cambrésis con Francia, la eterna enemiga, Felipe 11 regresa a España y decide recuperar el protagonismo de la Monarquía católica en el Mediterráneo, tan debilitado durante los últimos años del reinado de Carlos Y
Un año antes, el ya mencionado contador húrgales de la Hacienda real, Luis Ortiz, había enviado al monarca un escrito titulado «Memorial al Rey para que no salgan dineros de estos Reinos de España», en el que, tras realizar un análisis escla-recedor de los males económicos del Reino, le pide «asegurarse el Mediterráneo». Algo imprescindible para mantener la estrecha comunicación entre Italia y España, que era un factor clave del poderío español en Europa.
Resulta impactante el acertado diagnóstico que sobre los males económicos patrios tenían los estudiosos españoles de aquel tiempo, y el exacto conocimiento que gente como Ortiz (.los llamados arbitristas) tenía del perjuicio económico que para España suponía esparcir por toda Europa el oro americano en la compra de bienes que hubieran podido producirse en el interior.
Ese trasiego incesante de oro y plata alimentaba la codicia de los corsarios e impedía aportar los recursos necesarios para la defensa del amenazado litoral hispano. El oro de América —como decía el gran Quevedo— «viene a morir en España/ y es en Genova enterrado». Para Ortiz está claro también que
es vergüenza y grandísima lástima de ver, y muy peor, lo que hurlan los extranjeros de nuestra nación, que cierto en esto y en otras cosas nos tratan muy peor que a indios, porque a los indios, por sacarles el oro o la plata, llevárnosles algunas cosas de mucho o de poco provecho, más a nosotros, con las nuestras propias, no solo se enri- quecen y aprovechan de lo que les falla a sus naturalezas, más Uévannos el dinero del Reino con su industria, sin trabajar de sacarlo de las minas, como nosotros hacemos.

Estambul, la capital oto,en el siglo xn.
Consciente de la afrenta que para España supone tener sus costas y tráfico marítimo permanentemente amenazados, e! monarca español decide plantar cara al Turco con decisión. Ni un paso atrás, será la consigna de ahora en adelante.
En esta decisión influyeron los cambios que se estaban produciendo en la estructura política de Manotéeos con la expansión de la dinastía Sa'di, que desde Marrakech alcanzó a crear un Estado importante bajo la dirección del jetóle Muhammad As-Saij. El avance sa'di amenazaba las plazas españolas del Magreb y el litoral sur peninsular, hasta el extremo de que parecía posible una nueva invasión musulmana.
En 1550 As-Saij, que controlaba ya Fez, invadió Tremecén y eso motivó que muchos jefes locales se refugiaran en Oran, ciudad de la que era gobernador el conde de Alcaudete y desde la cual los españoles mantenían una especie de protectorado sobre la zona de Tremecén. Cuando esta ciudad cayó en manos de As-Saij, el equilibrio regional en el norte de Mannecos se alteró en perjuicio de España y Portugal.

Para contener el avance de As-Saij, el bey argelino Salah Rais formó alianza con Bu Hassun, que se proclamaba «rey» de Fez. Este último, con un ejército que incluía árabes, bereberes, otomanos, moriscos de España y corsarios argelinos consiguió recuperar Tremecén y Fez en 1553. Pero Salah Rais regresó a Argel y As-Saij contraatacó. Volvió a ocupar Fez y la mayor parte de la región de Tremecén, y en la lucha resultó muerto Bu-Hassun.
La princesa Juana de Austria, hermana de Felipe 11, que actuaba como regente en España, consideró gravísima la situación, dado que una alianza entre las fuerzas de As-Saij y los corsarios turco-berberiscos de Argel baria peligrar a la propia España.
Además, todavía perduraba en el imaginario español de la época, como un sueño incumplido, la reconquista de Argel. El desastre de 1541 reforzó aún más este deseo, y las Cortes de Valencia ofrecieron al Emperador subsidios extraordinarios para organizar una nueva expedición, dando por supuesto que Aragón y Cataluña también harían lo mismo si el dinero se empleaba en recuperar Argel.
Todavía en mayo de 1554 —escobe la profesora M. J. Rodríguez Salgado—• II recibió la solicitud de que considerara la posibilidad de organizar la invasión de la ciudad-estado de Argel con ayuda de uno de los comandantes militares de ella, Alí Sardo, un renegado que deseaba regresar a Cerdeña y estaba dispuesta a negociar con los españoles. Pero Felipe no sentía entusiasmo alguno hacia esa empresa.
Poco antes de morir, Bu Hassun había advertido al gobierno español que Solimán proyectaba la invasión de España, para lo cual enviaría una poderosa flota al Mediterráneo occidental en 1555, contando con el apoyo de Francia y la base tenestre de Fez. La regente Juana pidió permiso a su padre, el Emperador, para concluir una alianza con As-Saij o Bu Hassun que pudiera hacer frente a la posible invasión turco-berberisca, ya que las defensas de España en ese tiempo se hallaban en mal estado, con guarniciones débiles, soldados desesperados por falta de pagas y la mayor parte de la ilota de galeras protegiendo las costas de Italia.
España peligra
En ese mismo año de 1555 las galeras otomanas realizaron ataques en Calabria, Mesina, Piombino y las islas Stromboli, actuando con un conocimiento exacto de la costa y las defensas. Tan buena era su información que el papa Pablo IV tuvo que admitir que «sabían de nuestras casas y nuestros puertos mejor que nosotros». El poder otomano parecía moverse a sus anchas por el Mediterráneo central y occidental, y era «tan práctico en las cosas de la cristiandad —escribía en 1557 el virrey de Sicilia, Juan de Vega— que tan presto se sabe en Constantinopla lo que pasa en Sicilia como en España; y cada año pasea su armada por este reino como cosa ordinaria».
En España, sin embargo, se tenía la impresión de que todos estos ataques en Italia eran acciones preparatorias para el verdadero objetivo estratégico: la invasión de la península ibérica.
Esta sensación, unida a la vulnerabilidad del extenso litoral levantino español, acrecentaba también las tensiones entre los moriscos y los cristianos «viejos», que veían a aquellos como un enemigo potencial dispuesto a unirse a los turcoberbe-riscos en caso de invasión.
Muchos moriscos se habían exiliado al norte de Africa y otros se mantenían en España cada vez más hostigados, pero el contacto entre la población morisca peninsular y los corsarios era inevitable y evidente. Gran parte de los que habían salido de España mantenían relación con parientes y amigos del interior y con frecuencia tenían razones para vengarse de los cristianos que les habían empujado al éxodo. En esa situación no resulta extraño que pasaran a engrasar las filas del corso berberisco. En algunos casos actuaban tanto dentro como fuera de España, según convenía. Como señala la mencionada profesora Rodríguez-Salgado:
El justificado temor a la amenaza corsaria, especialmente en los antiguos reinos de Valencia y Granada, tuvo consecuencias muy negativas para la convivencia entre cristianos y moriscos. Por otra parte, el creciente poderío otomano reforzó la decisión de los moriscos de mantenerse fieles a su religión y cultura, y les mantuvo en la ilusión de que su derrota en al-Ándalus no era definitiva y algún día podrían recuperar la tierra perdida. Así, los moriscos pasaron a ser equiparados a los corsarios berberiscos y a los turcos, un elemento más de la amenaza islámica que se cernía sobre toda la Península.
Eran corsarios ideales porque podían obtener información fácilmente y podían pasar por españoles cuando era necesario obtener provisiones o noticias. Y lo que era aún más importante, conocían perfectamente la costa (...) A mediados del siglo XVI existía la creencia generalizada de que cada morisco que partía se convertía en un corsario y que cada morisco que permanecía ¡en España] era un potencial apoyo y cómplice de los ataques corsarios. La identificación de monsco y corsario se hizo axiomática.
Tanto Carlos V como Felipe 11, sin embargo, siempre consideraron remota esa amenaza de invasión. Para ellos el único peligro real era la Ilota turca, y para contrarrestar esa espada de Damocles era preciso mantener las galeras cristianas en Italia. La actividad corsaria suponía en este contexto un problema menor, a pesar de sus desastrosas consecuencias y el impacto psicológico que sobre la población española costera representaba la pennanente inseguridad en la que vivía.
4.
El ataque a Bugía
Después de entrevistarse con el sultán en Estambul, Salah Rais inició desde Argel una nueva estrategia más agresiva, centrada en llevar a cabo una guerra santa iyihacl) para erradicar del Magreb a los cristianos. Esto ponía en el punto de mira, en primer lugar, a los presidios españoles, y en especial a Bugía, plaza tuerte a poca distancia del nido corsario argelino.
La situación de Bugía, como la de otros presidios, era mala. Faltaba dinero para pagar a la tropa y reparar las fortificaciones, y los trabajadores de las obras tardaban años en recibir su salario. Con una guarnición de 500 hombres en época de paz, escaseaban las provisiones y abundaban los desertores. Muchos soldados estaban enfermos y su moral era baja, en vista de la escasa ayuda que desde España les llegaba.
Salah Rais, bien informado por sus espías, supo aprovechar esta siLuación, y en junio de 1555 sitió Bugía por Liona, con una masa combatiente proporcionada por las tribus locales, y por mar, con la Ilota corsaria.
Considerando imposible la defensa y falto de socorro, el gobernador Alonso Peralta rindió la ciudad el 27 de septiembre, a cambio de que se respetara la Ada de las mujeres y los niños. Pero el acuerdo solo se cumplió para él y veinte personas más de su elección. El resto quedó cautivo en poder de los atacantes.
El suceso tuvo una enorme repercusión en España, donde se pensó en organizar una expedición de desquite para recuperar la ciudad. El resentimiento era tan fuerte que cuando Alonso de Peralta regresó a España lúe juzgado, condenado y decapitado en Valladolid el 4 de mayo de 1556, acusado de cobardía y de incumplir sus obligaciones de soldado. Otros jeles también lueron castigados con penas menores, que iban desde el exilio a la imposición de fuertes multas o la confiscación de propiedades.

Estampa romántica de Bugía con d .l a! fondo.
Los esfuerzos del gobierno español para llevar refuerzos a los defensores resultaron tardíos, y antes de que los barcos pudieran zarpar de España, Bugía se rindió. La derrota supuso una conmoción general y suscitó debates sobre la conveniencia de mantener unas plazas tan difícilmente defendibles, y de tan costoso mantenimiento, en territorio hostil norteafricano, a pesar de su innegable importancia estratégica. Pero las arcas españolas estaban exhaustas. Todo el mundo admitía que era preciso hacer más, pero faltaba dinero.
No obstante, el sentimiento de revancha por la pérdida de la plaza era tan fuerte que la regente Juana de Austria hizo un llamamiento a ios nobles, ciudades, instituciones y clero de España con el lin de allegar recursos para recuperar Bugía y Argel.
El llamamiento tuvo éxito y en poco tiempo se recaudaron 150.000 ducados en efectivo. El arzobispado de Toledo ofreció otros 300.000, y además unos 10.000 voluntarios se ofrecieron para ir a combatir sin recibir paga alguna.
Juana entretanto mantenía negociaciones con el jerife As-Saij, quien ante el temor de verse atacado por Salah Rais, buscaba alcanzar una alianza con España y participar en la campaña. Pero Felipe II, más preocupado por la guerra contra Francia y los asuntos de Europa, daba largas a la decisión, con gran contrariedad de su hermana regente y los consejeros españoles, que consideraban imperioso actuar.
La defensa de Oran
Salah Rais no se conformó con tomar Bugía y anunció abiertamente que marcharía a conquistar Oran, la principal plaza fuerte española en Africa, para lo cual solicitó apoyo naval al sultán.
Entretanto, el temor se extendió por otras plazas españolas del Magreb que también se consideraban en peligro inminente. El mejor ejemplo de esta especie de pavor colectivo fue el duque de Medinaceli, encargado de gobernar y mantener Melilla, que comunicó a Juana de Austria su intención de abandonar la plaza si el Estado no se responsabilizaba en defenderla y aportaba rápidamente los medios necesarios. La regente intentó convencer al duque de que permaneciera en su puesto, conforme había pactado con la Corona, pero finalmente no se llegó a un acuerdo y la hacienda de Castilla tuvo que pechar con la carga de sostener la ciudad.
Por fortuna para España, el bey Salah Rais murió antes de iniciar la campaña contra Oran, pero aun así el ataque musulmán se produjo, y la ciudad quedó cercada por tierra y mar.
La fuerza turco-berberisca era considerable: unos 60 barcos y varias decenas de miles de hombres, y estaba dirigida por Hasan Corso, lugarteniente de Salah Rais. «Si se perdiese [Orán) —escribió Carlos V a su hija doña Juana—, no querría hallarme en España, ni en las Indias, sino donde no lo oyese, por la grande afrenta que recibiría en ello y el daño de estos reinos».
Es muy probable que la toma de Orán formara parte de un plan más amplio de los berberiscos cuyo objetivo era conquistar Ibiza y Menorca, que serían utilizadas como bases para atacar y anexionarse parte del reino de Valencia, con ayuda garon al ejército musulmán. Además, ordenó envenenar los pozos próximos, lo que condenó a la sed a los sitiadores. Para alivio de los españoles, también surgieron enfrentamientos entre los jefes magrebíes y otomanos y el ataque se debilitó.
Por alguna razón no del todo clara, aunque probablemente relacionada con la inminente llegada de las galeras de Doria, la ilota otomana decidió retirarse, lo cual dejó sin su principal apoyo a los argelinos de Hasan Corso, que poco después levantaron el sitio.
Orán se había salvado, pero subsistía el problema de fondo: qué hacer con los presidios y cómo defenderlos, habida cuenta el escaso dinero disponible. En 1556 España adeudaba 600.000 ducados de salarios atrasados a las guarniciones en el Magreb, pero las guerras en Europa no solo hacían ilusorio enjugar la deuda, sino que exigían sacar hombres de los presidios para combatir en el norte de Italia, Flandes o las fronteras francesas. de los moriscos.
En el momento del ataque, Orán estaba defendido por unos 2.000 soldados, y doña Juana pidió al rey que enviara las galeras de Italia mandadas por Doria, pero —una vez más— Felipe 11 se negó, alegando que esas galeras eran necesarias para mantener a los corsarios alejados de Nápoles y Sicilia. No obstante, ante la insistencia de la regente en enviar refuerzos, el rey (en septiembre de 1556) dio orden de que zarparan 60 galeras de Italia para socorrer Orán.
Pero mientras tanto, el conde de Alcaudete, que mandaba la guarnición oranesa, no se había limitado a esperar. Era un soldado competente y valeroso, y estaba convencido de que la mejor defensa es el ataque. Desde la sitiada ciudad, los españoles realizaron una serie de «razzias» disuasorias contra las tribus locales y hosti-
Cuando Felipe II reclamó que los soldados de refuerzo enviados a Orán pasaran a Italia, el conde de Alcaudete ignoró la orden. Por contra, pidió lanzar una ofensiva que atacase los puertos de Tremecén y Mostaganem como primer paso para reconquistar Argel y recuperar Bugía. Un plan que apoyaba el gobierno de la regente Juana de Austria y en el que intervendría también como aliado el jerife As-Saij, pero que Felipe 11 rechazó por incompatible con la necesidad de concentrar todos los recursos en el norte de Europa. Partiendo de que la conservación de los presidios era necesaria para proteger la Península, el proyecto de Alcaudete coincidía, en líneas generales, con las ideas de los Reyes Católicos en lo tocante al Magreb: crear zonas de influencia en tomo a los presidios que sirvieran de base para proseguir y consolidar la expansión española en el none de África.
La situación en 1557 volvió a ser favorable a una campaña norteafricana por las luchas internas en Argel entre corsarios berberiscos y jenízaros, que llegaron a paralizar la ciudad. Alcaudele consideró llegado el momento de retomar sus planes y marchó a España a recabar medios para ponerlos en práctica. Pero la Sublime Puerta reaccionó con rapidez y la ocasión se perdió. Solimán nombró bey de Argel a Hasan, uno de los hijos de Jeiredín Barbarroja. El nuevo bey, además de contar con el prestigio heredado de su padre, tenía el total respaldo del sultán y no defraudó las expectativas de su soberano. Restableció el orden en la ciudad y emprendió un ataque rápido contra las tribus bereberes vecinas y las fuerzas de As-Saij, que murió asesinado en octubre de 1557. Eso le dio el control de la mayor parte de la zona de Tremecén.
El plan de Alcaudete
De nuevo cundió el desconcierto en el gobierno regente de España. Pero desde Argel llegaron noticias de que en el invierno de 1557 se había desatado en la ciudad una epidemia de peste, y habían muerto muchos de los defensores. Parecía el mejor momento para lanzar una ofensiva inmediata, contando con el concurso del jerife sa'di Muhammad Abdallah al-Ghalib, hijo del asesinado As-Saij. La urgencia era vital, porque Dragut, con fuerzas terrestres de Dyerba y Trípoli, amenazaba Túnez, y si esa ciudad caía en manos otomanas, La Goleta podía darse por perdida.
Mientras en España se debatía la posibilidad de cerrar una alianza ofensiva con al-Ghalib, los turco-berberiscos de Argel se lanzaron contra el dirigente sa'di. El choque se produjo el 12 de mayo de 1558, cerca de Ued-el-Leben, y resultó un desastre para el bey argelino y sus aliados. Argel quedó casi inclelenso y la ocasión volvió a ser favorable a las armas cristianas. Tanto el conde de Alcaudete en la corte española, como su hijo Martín de Córdoba, que gobernaba Orán en ausencia del padre, presionaron para actuar de inmediato. El gobierno de regencia decidió iniciar la campaña terrestre contra Tremecén en enero de 1558, aun contando con escasos medios y haciendo caso omiso de la voluntad real, que consideraba desatinado el intento.
Cuando Felipe II se enteró de que sus indicaciones no se cumplían, ordenó tajantemente interrumpir el acopio de provisiones y fondos para la campaña, y exigió que Lodos los soldados que estaban siendo reclutados para luchar en el Magreb pasaran de inmediato a Italia. Desde España, ni doña Juana ni sus consejeras se atrevieron a desafiar abiertamente la autoridad real pero, aunque obedecieron la orden, no la cumplieron del todo. Decidieron llevar adelante en mayo de 1558 una campaña de acuerdo con los planes de Alcaudete, con escasos medios y sin contar con los 300.000 ducados prometidos por el arzobispo de Toledo (que no quiso oponerse al monarca).
Da idea de la inseguridad reinante en iodo el litoral español por los asaltos turcoberberiscos, la petición que los procuradores hacen al rey Felipe II en las Cortes de Toledo de 1560 para remediar el daño. «Andan tan señores de la mar los dichos turcos y moros corsarios — dice la petición—, que no pasa navio de Levante que no caiga en sus manos, y son tan grandes las presas que han hecho, asi de cristianos cautivos como de haciendas y mercancías, que es sin comparación y número la riqueza que los dichos turcos y moros han habido, y la gran destrucción y asolación que han hecho en la costa de España: porque desde Perpiñán a la costa de Portugal, las tierras marítimas están incultas, bravas y por labrar y cultivar; porque a cuatro o cinco leguas del agua no osan las gentes estar: y así se han perdido y pierden las heredades que solían labrarse en las dichas tierras».
El desastre de Mostaganem
La ofensiva española debía comenzar con la conquista del estratégico puerto de Mostaganem y se desencadenó desde Orán a finales de agosto, pero las circunstancias ya no eran las mismas que unos meses antes y todo se torció.
Los turco-berberiscos argelinos conocían los planes españoles y habían tenido tiempo de reforzarse. Para empeorar las cosas, el jerife sa'di, cansado de solicitar en vano a España una alianza, negó su apoyo a la fuerza española, y los barcos que debían transportar los pertrechos y la artillería de la expedición fueron capturados por los corsarios, con lo que la fuerza terrestre quedó sin apoyo naval y entabló batalla con Hasán Bajá a finales de agostóte 1558, antes de alcanzar Mostaganem.
Sin agua y sin comida, la tropa española luchó bravamente durante dos días, y hubiera, seguramente, logrado la victoria de no ser por la muerte del conde de Alcaudete. Cuando la noticia se divulgó en el campamento español, cundió el pánico y los soldados enloquecieron. Muchos abandonaron las armas para intentar escapar, pero pocos lo consiguieron. Miles de ellos fueron masacrados por los hombres de Hasán Bajá o, como en el caso del propio hijo de Alcaudete, hechos prisioneros. La victoria de los turco-berberiscos fue total, y acabó en dos o tres días con un ejército de casi diez mil españoles.
Olvidar la denota
El impacto del desastre de Mostaganem fue menor de lo esperado, porque la campaña de Alcaudete había merecido poca atención, ya que era una iniciativa del gobierno regente de España, que no afectó a la reputación europea de Felipe 11.
Aun así, como en la campaña había intervenido la mayor parte de los soldados acuartelados en Orán y Mazalquivir, con casi toda su artillería, esas plazas quedaron en situación muy vulnerable. Pero Hasán Bajá no se decidió a atacarlas de momento y regresó a Argel, aunque pocos dudaron de que lo haría al año siguiente. El pesimismo sobre la suerte de los presidios se extendió debido también a que 1558 (año en que murió Carlos V) resultó fatídico para el Mediterráneo español. Los barcos corsarios arrasaron Ciudadela y los ataques berberiscos fueron constantes en el Estrecho. En Cataluña existía la impresión de que Barcelona era el principal objetivo de la ñota turca, en coincidencia con un ataque terrestre francés por los Pirineos, y los temores de invasión se extendieron también por el interior de la Península. Al mismo tiempo se divulgaron noticias de una posible rebelión morisca, y (como política de prudencia) se suspendió la actividad de la Inquisición en Aragón y Valencia, pero los moriscos aragoneses fueron desaunados y se limitó su libertad de movimientos.
Felipe 11 actuó con su proverbial flema ante el desastre. Ordenó que se enviaran provisiones y artillería a Orán, Valencia, Ibiza y otras islas mediterráneas, pero para los sufridos súbditos españoles y el gobierno regente la situación en el Magreb era ya insoportable. Había que abandonar los presidios o destruirlos y abandonarlos. El arbitrista Luis Ortiz escribe al rey que si no da órdenes para remediarlo «... yo lo doy todo por perdido, y no solo los reinos de Valencia, Murcia y Granada y toda la costa de España se perderá y asolará, más aún en las entrañas de Castilla llegarán los turcos, moros y otros enemigos».

Fuerte de Santa Cruz en Orán.
Pero, lejos de cambiar de opinión, Felipe II seguía aferrado a la idea de que los recursos bélicos debían ser dirigidos a la guerra en Europa, y no al Magreb, y como doña Juana se mantenía en sus trece, el monarca realizó cambios en su gobierno y la rodeó de consejeros más favorables al punto de vista real. Juana de Austria amenazó con dimitir, aunque finalmente continuaría en su puesto a disgusto.
Maniobras de paz
A pesar de que 1558 fue un año «maldito» en la guerra contra el Turco, se realizaron contactos importantes para concertar la paz, o al menos una tregua, entre Felipe II y el sultán. El inicio de estos contactos venia de 1551, a través del geno-vés Francesco Franchis, que hizo llegar discretamente a la corte española el deseo negociador del sultán.
Felipe II escuchó atentamente, pero no accedió a dar carácter oficial a las negociaciones. Franchis fue recibido con hostilidad en Estambul, aunque finalmente Solimán lo envió de nuevo a entrevistarse con el rey provisto de un salvoconducto de la Sublime Puerta.
En enero de 1559 las condiciones que los turcos habían expuesto a Franchis se consideraron aceptables por el lado español. La tregua sería por un periodo de 10 a 12 años, e incluiría a los estados dependientes de ambos soberanos y sus aliados; se pondría fin a la actividad corsaria por ambas partes y se abriría el intercambio comercial. Pero las negociaciones se estancaron, en parte porque
Solimán se negó a incluir a España en la tregua que por esas lechas acordaba con Austria, y también por los escrúpulos del monarca español, quien a toda costa quería impedir que una declaración oficial de amistad con el sultán pusiera en entredicho su honor.

Desastre de los Gelves. La isla dibujada en la época por Pin Rets (derecha) y fotografiada desde un satélite (ahajo).

La perspectiva de una paz con Francia —que también se gestaba por esas fechas— parecía reforzar la decisión española de lograr un acuerdo con Estambul, ya que daba tiempo a Felipe 11 para reponer fuerzas y restablecer el orden en sus reinos. Pero el rey temía más perder su reputación que guerrear, y una vez que tuvo paz con Francia se sintió con libertad de movimientos en el Mediterráneo. Rompe entonces cualquier intento negociador con Turquía y considera propicio el momento de lanzarse a una gran campaña en el Magreb, ya que los turcos están muy embarazados por sus disputas internas y la rebelión de Bayazeto, el hijo de Solimán, que aspira a la sucesión frente a su hermano Selim, el designado para ocupar el trono. Felipe 11 reunió la Ilota en Mesina el 8 de mayo de 1559 y poco después anunció el objetivo: Trípoli.
En la decisión del monarca influyó al parecer el gran maestre de la Orden de Malla, Jean de la Valette, que logró interesar a Felipe en recuperar Trípoli, asegurándole que Dragut estaba en lucha con los berberiscos y la ciudad estaba mal defendida. El rey —fiándose de algunos informes— contaba, además, con que ninguna Ilota turca importante operaría ese año en el norte de África.
El mando de la campaña recayó en el duque de Medinaceli, virrey de Sicilia, quien demoró el ataque con la exigencia de más tropas y dineros. Los jefes militares más experimentados, visto el retardo, pidieron al rey que suspendiera la campaña, pero este —una vez más— se mostró indeciso y Medinaceli siguió adelante con su plan, que incluía tomar Los Gelves (Dyerba), antes de atacar Trípoli.