
Fernando deHabsburgo. hermano de Carlos ¡’ que firmó una tregua con los turcos para preservar el trono de Austria.

Asedio de Belgrado de 1456 en el que los turcos fueron rechazados, aunque
volvieron setenta años después.
La conquista de Hungría
De acuerdo con el pacto establecido con Francia, en abril de 1526 el ejército otomano —cien mil hombres y 300 cañones— atacó Hungría con Solimán e Ibrahim al frente. Una campaña que supuso la desaparición de hecho del reino magiar hasta el siglo xix.
La ayuda prometida por el rey francés no llegó, pero los turcos no la necesitaron para aniquilar a los húngaros en la batalla de Mohacs, librada el 29 de agosto de 1526. En ella murieron con su rey Luis II unos 50.000 soldados húngaros. Siete obispos fueron decapitados después de la batalla junto con otros 2.000 prisioneros, y con sus cabezas los turcos levantaron un montículo..
Un escritor turco del siglo xvi, Kemal Pashá Zadh, contemporáneo de la batalla, describió así la muerte de Luis II: «Consumido por el hierro de la vergüenza, se precipitó con su caballo y sus aimas en el río donde engrosaba el número de los que debían perecer por el agua y la llama». Tras la victoria, Solimán coronó el turbante del visir Ibrahim con una pluma de garza cuajada de diamantes.
Una gran actividad diplomática tuvo lugar en Estambul cuando el sultán regresó de esa campaña. El trono de Hungría lo reclamaba Carlos V para su hermano Fernando, nacido en España y futuro emperador del Sacro Imperio Romano-Gennánico. El otro pretendiente, como ya se ha mencionado, era Juan Zapolya, voivoda de Transilvania, que también contaba con el apoyo polaco y francés gracias a las gestiones de Antonio Rincón.
En diciembre de 1527, Zapolya envió su embajador Jeronimo Laszki a Solimán para pedirle ayuda, lo que consiguió. Le apoyó en sus gestiones otro personaje, el veneciano Luis Aloysi Gritti, nacido en Estambul de madre griega durante el cautiverio de su padre Andrea Gritti, dogo de Venecia entre 1523 y 1538.
Fernando de Habsburgo envió también embajada a Estambul que fue retenida de manera humillante nueve meses. Reclamaba Hungría, con Belgrado incluida, algo que no consiguió. La respuesta turca fue iniciar una nueva campaña en mayo de 1529, con 120.000 hombres, 28.000 camellos y 300 cañones, que cercó Viena a finales de septiembre.
Viena estaba defendida por 20.000 hombres y 70 cañones. Tras un durísimo asalto, Solimán se retiró el 14 de octubre, pero dejó tras de sí a Zapolya como rey de Hungría leudatario de los turcos. Cuando este rey «títere» tomó posesión estaba presente Antonio Rincón, quien como representante de Francisco 1 entregó 40.000 escudos de oro al nuevo monarca.
Primer sitio de Belgrado
Después de la conquista de Constantinopla en 1453, Europa se abría ante el ejército del sultán Mehmet II el Conquistador. Los turcos tenían ocasión de asestar un golpe decisivo y avanzar hasta Austria y Hungría, pero antes necesitaban conquistar la ciudad-fortaleza de Belgrado, en la confluencia de los ríos Save y Danubio, considerada la llave de los Balcanes.
Los turcos atacaron la ciudad entre el 4 de julio y el 6 de agosto de 1456, pero finalmente fueron rechazados y eso dio a la Cristiandad un respiro importante, ya que Belgrado no volvió a ser atacada hasta setenta años después.
Defendida por el caudillo húngaro Juan Hunyadi, quien llevaba mucho tiempo combatiendo a los turcos en Valaquia y Transilvania, la ciudad resistió los feroces ataques de los otomanos, que no consiguieron apoderarse del castillo pese a los repetidos asaltos.
Gracias en parte a los llamamientos del franciscano Juan de Capistrano y el legado papal Juan Carvajal, que movilizaron a los campesinos del entorno y dieron a la lucha carácter de «cruzada», Hunyadi logró reunir entre 25.000 y 30.000 hombres, con los que reforzó la guarnición de Belgrado tras romper el bloqueo de la flota turca en el Danubio.
En el último asalto, cuando los defensores salieron de la muralla en persecución de las tropas turcas, el sultán fue herido de un flechazo y quedó inconsciente. Eso le evitó presenciar la derrota, pero cuando recobró el conocimiento y le informaron del desastre estuvo a punto de suicidarse. Finalmente, su ejército se retiró a Estambul, aunque los defensores supervivientes no pudieron saborear mucho su victoria. La maldición de la peste se abatió sobre la heroica ciudad y ese mismo año, pocas semanas después de la retirada turca, murieron Hunyadi y Capistrano, los principales artífices del triunfo cristiano.

Belgrado en el siglo XVI.
La caída de Belgrado
Los turcos no volvieron a intentar la conquista de Belgrado hasta 1521, cuando Solimán I reunió un poderoso ejército para invadir el Reino de Hungría, que se había negado a pagarle el tributo pactado.
Tras la derrota de los serbios, búlgaros, valacos y transilvanos, Solimán entendió que Hungría era la única fuerza que podía bloquear la expansión del Imperio otomano en Europa, y decidió culminar la empresa en la que había fracasado su bisabuelo Mehmet II. Esta vez, la guarnición de Belgrado era muy escasa (unos 700 hombres) y no recibió ayuda del exterior. Solimán rodeó la ciudad y la tomó al asalto tras un intenso cañoneo. No hubo piedad para los defensores húngaros, que eran católicos, aunque se salvaron los defensores serbios, de fe ortodoxa, muchos de los cuales fueron trasladados a la parte europea del Bosforo.
«La caída de Belgrado —dijo un embajador del Sacro Imperio Romano Germánico — fue el origen de los dramáticos acontecimientos que se tragaron a Hungría. Llevó a la muerte al rey Luis, la captura de Buda, la ocupación de Transilvania, la mina de un reino lloreciente, y aterrorizó a las naciones vecinas que podían sufrir el mismo destino...».

Rodas, afínales del siglo Xfí La isla fue conquistada por los turcos en ¡392.
Con la conquista de la ciudad en agosto de 1521, se abría el camino del fértil corazón de Europa a los turcos. La noticia se difundió por todo el continente y llenó de tribulación a muchas naciones, aunque Solimán desistió de seguir avanzando y prefirió atacar la isla de Rodas, hogar de los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, que por su proximidad a la costa turca era una espina clavada en el corazón del Imperio otomano, y amenazaba gravemente las comunicaciones entre Estambul y Egipto, por entonces ya en manos turcas.

Francisco I, rey de Francia, por Jean Da Til le t, Bibliotheque nationale de France,
La conquista turca de Rodas
Como ocurría con frecuencia, la indecisión y las rivalidades entre los reyes cristianos tuvieron parte importante en la caida de esta estratégica isla, que el sultán Mehemel 11 había intentado conquistar en 1480.
«Las causas que le movieron a conquistar aquella isla —dice el cronista Sandoval— fueron ser los Comendadores de San Juan tan enemigos de los turcos, que les hacían continuamente guerra; por estar en i an, bien sitio, que impedían la navegación de Caramania y de Siria, de Egipto y otras provincias, tomando las mercaderías y riquezas que traían a Cons-tantinopla de Beirut, de Alejandría y otros mercados [... ] y porque no tenían socorro de franceses ni españoles, que se ha -cían guerra los unos a los otros por Italia, Flandes y Navarra.»
Los caballeros de Rodas no solamente defendían la isla. Representaban una avanzadilla ofensiva en el mismo centro territorial del poderío otomano, y eran una amenaza permanente para las comunicaciones entre Estambul y el Mediterráneo Oriental. «Entretanto que los caballeros tuvieron a Rodas —dice el cronista López de Gomara—, recibieron los turcos tanto daño como hicieron por anuas de doscientos años». El deseo turco de conquistar la isla estaba pues plenamente justificado. De nada servía a Solimán ganar Viena si desde Rodas su retaguardia era devastada.
Tras enriar una propuesta de rendición al gran maestre Philippe Villiers de L isle Adam, que comandaba a los Caballeros de San Juan en Rodas, Solimán lanzó el 23 de septiembre de 1522 un ataque a la isla en el que murieron casi 50.000 de sus soldados, pero los turcos no estaban dispuestos a soltar la presa, aunque la empresa les resultara más difícil de los esperado.
En total, los defensores eran unos 5.000 soldados rocíiotas y 600 caballeros, que habían reforzado las fortificaciones y cerrado el puerto con una gruesa cadena, hundiendo barcos llenos de arena para que las galeras turcas no pudieran aproximarse.
El cerco duró seis meses. Los ataques continuaron en octubre y noviembre, hasta que el 10 de diciembre, los defensores, que esperaron en vano la ayuda prometida por el rey francés Francisco 1, ofrecieron rendirse. «Solo el Emperador —comenta el cronista Sandoval—, con estar tan ocupado en tantas guerras, envió a socorrerla; si bien, el socorro llegó tarde y cuando la isla estaba sin remedio».
Villiers había pedido socorro a todos los reyes cristianos y al papa Adriano VI, que contaba con 3.000 españoles para enviar a Rodas. Pero el Pontífice, alegando falta de dineros, no los empleó. Al parecer, también influyó en la decisión papal que Luis de Cardona, duque de Sesa, embajador español en Roma, de acuerdo con sus capitanes, consideró que aquellos soldados españoles serían más útiles luchando contra los franceses en Lombardia, ya que pensaban que Rodas tenía fuerza suficiente para defenderse sola.
Otros intentos de enviar socorro tampoco resultaron. Los venecianos, aunque disponían de 50 galeras en Candía, no querían romper la paz con el Gran Turco, y desde España el prior de San Juan, Diego de Toledo, y otros caballeros de la Orden intentaron acudir, pero no pudieron zarpar de Sevilla por el mal tiempo invernal.
Lisle Adam quiso mostrar al sultán una carta que Bayaceto II, el abuelo de Solimán, había enviado al Gran Maestre, en la que aquel se comprometía a dejar que la Orden de Sanjuan conservara Rodas, pero el general turco Ahmed Pashá, rompió la misiva y devolvió los trozos al campo cristiano con dos prisioneros a los que había hecho cortar las orejas y la nariz.
Los vencedores dieron doce días a los caballeros para dejar la isla, y el 1 de enero de 1523 el derrotado Gran Maestre Villiers abandonó Rodas con unos 200 caballeros supervivientes (25 más quedaron de rehenes) y 1.200 soldados. Villiers se trasladó con sus monjes-guerreros a Roma, donde debatió con el Papa sobre el destino que les esperaba. Cuando Adriano VI murió, el Gran Maestre vino a España para encomendarse a Carlos V, que estaba en Toledo. Generosa, el Emperador otorgó entonces a la Orden la isla de Malta y la ciudad de Trípoli, en el norte de África. De esta forma los caballeros de Sanjuan se transformaron en caballeros de Malla, con las mismas condiciones y privilegios que tenían en Rodas, y desde allí siguieron combatiendo a los turcos y ocupando la isla hasta el siglo xix, cuando Napoleón los expulsó definitivamente.
Asalto lim o de las defensas de Rodas en ¡522. Fueron expulsados los eaballeros de San Juan que la defendían.

La conquista de Rodas, aunque al precio de muchas bajas otomanas, causó mucha impresión en las naciones cristianas, y amplió la fama de Solimán como dominador del Mediterráneo oriental.
Saqueo de Budapest
Poco después de destruir al ejército húngaro, los turcos entraron en Budapest, incendiaron la capital y la entregaron al saqueo. Todo quedó arrasado. «También en esta ciudad —dejó escrito el cronista turco Kemal-Pasha-zade— se derramó el río del poder del sultán y el fuego de la cólera de su heroico séquito ardió también en este país. Las casas y los palacios de aquella floreciente ciudad se convirtieron en colinas de cenizas y polvo; las ciudades y las graciosas aldeas situadas en ambas márgenes del Danubio fueron destruidas y quemadas por el torrente de la violencia del ejército, despiadado en su venganza, y no se vio ya hogar alguno donde alguien atizara el fuego (...) Los espléndidos palacios, colmados de ricos tesoros como cofres de recién casados, los monasterios e iglesias, adornados y rebosantes de objetos ofrendados por los malvados infieles quedaron vacíos como estuches de guitarra, como bolsa de pordiosero.»
Tras la batalla de Mohács, el voivoda de Transilvania, Juan Zápolya fue coronado rey de Hungría por el propio Solimán. El trono lo ambicionaba también Fernando de Habsburgo, que más tarde sería emperador del Sacro Imperio romano-germánico, pero el apoyo del sultán a Zapolya fue decisivo. Fernando, sin embargo, no se conformó. Con el apoyo de algunos nobles enfrentados a Zápolya se proclamó rey en Bratislava en diciembre de 1527. Zápolya, refugiado en Transilvania, pidió ayuda al sultán, que en el verano de 1528 recuperó Buda, una de las dos ciudades que integran Budapest.
Un año después, pletórico de fuerza tras haber conquistado Rodas, Solimán atraviesa triunfalmente las tierras húngaras con un ejército de más de cien mil hombres, miles de camellos y setenta cañones, y el 27 de septiembre se planta frente a las murallas de Víena.
Entretanto, al conocer la derrota de Mohács, Carlos V había seguido los acontecimientos desde España con el lógico sobresalto. Francisco 1 se había aliado con el Papa y algunos estados italianos para hacerle la guerra. El Emperador decide combatir y convoca Cortes Generales en Valladolid, algo que no se había hecho desde 1480 con los Reyes Católicos. Quiere dinero para oponerse al avance turco. Un esfuerzo que —como señala el historiador Manuel Fernández Álvarez— solo España podía acometer. Pero las Cortes, con Castilla bastante esquilmada en ese momento y el alto clero confundido por la hostilidad del Papa contra el Emperador, negaron el dinero, y el avance turco en Europa prosiguió.
Primer sitio de Viena
Corría el año 1529 y la suerte jugó esta vez a favor de las armas cristianas en un combate que resultaría decisivo para el futuro de Europa.
Los turcos contaban con una gran fuerza que probablemente superaba los 200.000 hombres cuando, tras remontar el curso del Danubio, alcanzaron Viena,

Francisco I de Francia y el emperador Carlos: una enemistad enconada que no impedía, en ocasiones, la caballerosidad en el trato diplomático.
defendida por Femando Habsburgo. Este pidió desesperadamente ayuda a su hennano Carlos V La amenaza también alcanzaba a la propia España, donde no hacía mucho se sabía que Barbarroja se había apoderado del Peñón de Argel, que dominaba la entrada a ese puerto. Se temía que después de esto, el famoso corsario atacara en el norte de África y tomara Orán, Mazalquivir y Bugía, o se dedicara a saquear las costas del sur español. Parte de esos temores se cumplieron cuando en 1531 Barbarroja se apoderó de Túnez, que habría de ser reconquistada más tarde por los españoles en una fulgurante campaña dirigida por el Emperador en persona.
Para hacer frente al poderoso ejército otomano, Viena contaba solo con unos 20.000 hombres, pero, bajo la dirección del conde Niklas Saint, todas sus murapisar las calles de la ciudad y habiendo perdido decenas de miles de hombres, Solimán decidió retirarse. Había llegado el otoño, que en ese año de 1529 fue particularmente crudo y lluvioso, el barro inundaba los caminos, y sus tropas —mal equipadas para el asedio— estaban cansadas y desmoralizadas.

(Arriba) Primer asedio de llena en 1529. El centro de la ciudad convertido en fortaleza ¡¡ara resistir el ataque turco. (Abajo) El sitio de llena visto desde el lado turco.
La marcha de vuelta turca hasta Constantinopla fue muy penosa pero, aun así. Solimán consiguió afianzar su control del sur de Hungría y dejó devastadas las tierras austríacas por las que pasó su ejército.
El conde Salm, que entonces tenía más de 70 años, murió de las heridas recibidas en uno de los últimos asaltos turcos y actualmente sus restos permanecen depositados en el batisterio de la Votivkirche de Viena.
Viena: segundo intento
En 1532, Lres años después del primer sitio a Viena, Carlos V tuvo que echar mano de todos sus recursos ante el renovado peligro turco.
Las primeras noticias de la amenaza le llegaron en abril de ese año, facilitadas por el espionaje veneciano en Estambul. Se daba por cierto que el avance otomano se produciría tanto por tierra, cruzando Hungría, como por mar, y el Emperador así se lo comunica a su esposa Isabel, que gobernaba España en su ausencia.
«Las nuevas de la venida del Turco —fe escribe en una carta que cita Fernández Alvarez— se continúan y por todos los avisos que se tienen se certifica y averigua que hacen muy grandes aparejos, así de armada de mar para enviar en los nuestros reinos de Ñapóles y Sicilia, como de exército de tierra, para venir con su persona por la parte de Hungría.»
La difícil situación empieza a resolverse cuando la Dieta de Ratisbona ofrece a Carlos V todo el apoyo del Imperio para formar un gran ejército. La Dieta fe concede 29.000 infantes y 5.000 hombres a caballo, que se unen a los 30.000 infantes y 20.000 de caballería de los que ya dispone, y a los 30.000 soldados checos que desde Bohemia aporta Fernando de Austria (que acabaría siendo emperador a la muerte de Zápolya en 1540)), más los refuerzos que María de Hungría consigue reunir en los Paises Bajos.

En la defensa desempeñaron un papel principal los refuerzos que pudieron ser enviados a última hora. Mil lansquenetes alemanes y 700 arcabuceros españoles aportados por la reina María de Hungría, hermana de Carlos V y viuda del rey húngaro Luis II. Los soldados españoles destacaron en la defensa de la zona none de la capital, y con sus temibles arcabuces impidieron que los turcos se establecieran en las vegas del Danubio cercanas a las murallas, lo que dificultó sus ataques.
Después de un mes de sitio, sin haber podido minar las defensas ni
De toda esta tropa, la fuerza de infantería principal la integran los tercios viejos españoles que vienen de Italia y se concentran en Innsbruck. Juan Ginés de Sepúlveda, en su Historia de Carlos V, destaca la calidad de estos tercios al decir que «aunque eran pocos numéricamente, pues no pasaban de ocho mil, sin embargo, infundían no poca confianza a los nuestros e inspiraban no poco temor al enemigo, tanto por su experiencia bélica y porque los más de ellos iban annados de mosquetes de mayor tamaño, llamados “arcabuces”, y eran muy diestros en su manejo...»
El emperador Carlos, señor de media Europa y el Nuevo Mundo.

Solimán el Magnífico, el sultán más importante de la historia
otomana.

En cuanto a dineros, el Emperador recibió 500.000 ducados del rescate de los hijos de Francisco I, que habían quedado como rehenes en España cuando se produjo la libertad del rey francés. Y a esta cantidad, además de lo recibido de la Dieta de Ratisbona y los Países bajos, se añadieron otras: 180 millones de maravedís de las Cortes de Castilla, 70.000 ducados del virrey de Cataluña, 100.000 ducados del rey Juan 111 de Portugal y 50.000 ducados de la duquesa de Medina Sidonia. Solo la Iglesia negó su contribución al conocer que los turcos ya habían desistido de tomar Viena y emprendido la retirada.
La esperada gran batalla entre Carlos V y Solimán d Magnífico, de la que se hubieran hecho eco los siglos, no llegó a tener lugar. Viena estaba bien defendida en esta ocasión y en realidad representaba el límite de la capacidad logística del ejército otomano, muy alejado de sus bases principales. Además, los turcos temerón que frenar su avance por la heroica resistencia de la fortaleza de Guns, a doce leguas de la capital austríaca, que soportó un duro cerco durante casi todo el mes de agosto.
Entrado el mes de septiembre, el emperador Carlos avanzó hacia Viena, cuando Solimán ya se retiraba devastando Estilla y hostigado por la caballería imperial. El centro de Europa, una vez más, se había salvado. Y del electo que la retirada turca tuvo en el resto de los países cristianos dan idea las palabras del cronista del siglo xvi, Francisco López de Gomara:
[Solimán] puso cerco en Viena: lúe contra él el emperador don Carlos, recién coronado en Bolonia, con muy poderoso ejército y más consejo que ánimo. El turco en una áspera batalla no osó venir a las manos con su enemigo temió las fuerzas de ¡os nuestros, el aparato de la guerra, y sobre lodo la ventura que entonces tenía nuestro Emperador; huyó en fin muy lindamente. Lina de las mayores y mejores cosas que el Emperador ha hecho fue aquella resistencia que hizo al Turco en Viena, porque si los turcos tomaran entonces aquella ciudad, que es la llave de Alemania y la defensa de la Cristiandad, por ventura estuvieran ya en Francia. ¡Guay de nosotros si la toman!
La visión turca sobre este segundo intento de apoderarse de Viena difiere de la cristiana. Según los cronistas otomanos, el sultán buscó ansioso la batalla, pero el ejército imperial rehuyó el encuentro y no se atrevió a dar batalla campal.
La incursión turca tuvo, sin embargo, éxito diplomático, ya que Austria y el sultán alcanzaron un acuerdo de paz en Estambul en julio de 1533 por el cual Femando de Habsburgo renunciaba a Hungría y se obligaba a pagar un tributo anual a la Sublime Puerta. Los embajadores austríacos, encabezados por Jerónimo de Zara, fueron recibidos en la capital turca y negociaron el tratado con el Gran Visir, Ibrahim Pasha, a quien entregaron las llaves de la fortaleza de Güns como gesto de aceptación del poder del sultán. Después de esto, Solimán preparó una expedición guerrera a Oriente que se alargó hasta 1536, y en 1534 se apoderó de Bagdad, la antigua capital de los calilas, y el resto de Irak, lo que dejó establecida la hegemonía turca en el mundo islámico.
La paz de Solimán con Carlos V llegaría más tarde, con el Tratado de Estambul de 1547.
Fuerza y honor
En el curso de las negociaciones celebradas en Estambul entre los representantes de Femando Habsburgo y el Gran Visir, este preguntó a Cornelius, cabeza de la embajada austríaca, por qué España estaba peor cultivada que Francia.
Cornelius le respondió, con lógica, que la tierra española era más seca que la francesa, y le mencionó además los efectos negativos que habían tenido en la agricultura los muchos años de guerra contra los musulmanes y el perjuicio económico que había ocasionado la expulsión de los judíos. También le aclaró el embajador austríaco que los españoles eran más aficionados al manejo de las armas que de los arados y estaban obsesionados por el honor y la honra. Ambos emperadores se negaban mutuamente la jerarquía absoluta que reclamaban, pero sus súbditos eran conscientes de que el cetro del mundo conocido estaba repartido entre ambos. A pesar de tener casi la misma edad y ejercitar la guerra por igual, ambos tenían «muy diferente ventura», ya que la suerte de las anuas alternaban triunfos y fracasos, y la suerte de uno solía ser —inevitablemente— la desventura del otro.
«Muerto Selim —dice López de Gomara— le sucedió en el trono su hijo Solimán... y según cuentan, fue jurado por rey el mismo día que el emperador don Carlos se coronó en Aquisgrán, año de 1520. Estos dos emperadores, Carlos y Solimán, poseen tanto como poseyeron los romanos, y si digo más no erraré, por lo que los españoles han descubierto y ganado en las Indias, y entre estos dos está partida la monarquía; cada cual de ellos trabaja por quedar monarca y señor del mundo...»
En una carta conciliatoria que Carlos V envió por esas fechas a Ibrahim Pasha, el Gran Visir se quejó por los títulos que utilizaba el Emperador y que, según el protocolo otomano, no le correspondían. «¿Cómo se atreve a nombrarse rey de Jerusalem? —se indignaba Ibrahim— ¿No sabe que el dueño de ese país es mi señor? [.. .J Se ha oído decir que los monarcas cristianos visitan Jerusalén disfrazados de mendigos. ¿Piensa Carlos que se puede ser rey de Jerusalén disfrazado de mendigo? También se titula duque de Atenas cuando en realidad Atenas es una pequeña provincia que ahora nos pertenece. Mi señor (el sultán), por el contrario, no necesita robar títulos, porque nene muchos que le pertenecen».
Esta rivalidad por apuntarse títulos entre Carlos V y Solimán encerraba un asunto de Estado, la lucha de dos soberanos por el poder universal. Se trataba, en realidad, de saber quién era el verdadero dueño del mundo, ya que el Imperio otomano se consideraba superior a cualquier otro poder temporal sobre la tierra.
(Habsburgo, Borgoña, Castilla y Aragón) y extendía su poder por Europa y América, Solimán II, el Magnífico,el Legislado o «el Gran Turco», como lo llamaban muchos europeos, poseía un imperio que abarcaba tres continentes. A partir de 1517 el Imperio turco se consideraba un Estado mundial, y ocupaba las tres ciudades sagradas del islam: La Meca, Medina y Jerusalén,

Solimán con toda su magnificencia imperial cabalga escollado por ¡os jenízaros.

Como señala el historiador turco Ózlem Kumrular, tanto Carlos V como Solimán el Magnífico «aspiraban a una hegemonía mundial y se esforzaban por destacar su superioridad. Alguna vez, ese afán de preeminencia les llevó al punto de caer en el ridículo de insultarse, bien directamente o bien a través de otros medios».
A rbol genealógico del emperador Carlos J' al que las crónicas latinas denominaban Carolus magnus impera tor.

augusta majestad ha conquistado igualmente, con mi espada resplandeciente y mi sable victorioso (...) Tú, que eres Francisco, el rey de la provincia de Francia, has enviado una carta a mi Puerta, asilo de soberanos...
En una carta que el sultán envió a Fernando de Habsburgo, el hermano del Emperador, después de tomar la fortaleza de Güns que le cerró el camino a Viena en 1532, le dice:
Desde hace mucho tiempo se duda de tu virilidad. Dices que eres el valiente de la plaza, pero hasta ahora he marchado muchas veces contra ti y he utilizado tu propiedad a mi antojo.
¡Faltas a tu palabra! ¡Y tu hermano también! ¿ No te avergüenzas por eso ante
tus soldados e incluso ante tu mujer? Si eres hombre, enfréntate a mí.
Cuando Carlos V firmó en 1547 el tratado de paz con Solimán, lo hizo como «emperador de Alemania» y «rey de España», pero en las cartas oliciales que enviaba a la Sublime Puerta se le advirtió que no podría utilizar el título de Emperador, y solo se le reconocería como rey de España (Ispania Krali, en turco).
La arrogancia de Solimán d Magiifico superaba con mucho a la del emperador Carlos a la hora de enumerar méritos y grandezas. Tras conquistar en 1538 el castillo de Beder, en Croacia, Solimán levantó un monumento en el que ordenó
Soy el súbdito de Alá y soy el sultán de esta parte del mundo de mi propiedad, con la gracia de Alá soy la cabeza del ummet de Mahoma. La superioridad de Alá y los milagros de Mahoma me acompañan. Soy Solimán (...) Soy quien hace navegar armadas en ios mares de Europa, Magreb y la India. Soy el Shah de Bagdad, el César de los países bizantinos y el sultán ele Egipto. Soy el sultán que se apoderó de la corona y el trono del rey de Flungría ...
Y el mismo tono desafiante empleó en una carta al rey de Francia, Francisco I, cuando este le pedía alianza:
Yo soy sultán de sultanes, la corona de los monarcas terrestres, la sombra de Alá en dos mundos, sultán y Flakar del Mediterráneo,, el Mar Negro, Rumelia, Anatolia, Paraman, Zulkadnye, Diyabakir, Azerbaiyán, Irán, Damasco, Egipto, La Meca, Medina, de Jerusalén, de todos los países árabes —que mis antepasados conquistaron con la fuerza de sus espadas— y de otros muchos territorios que mi
El término sultán no se empezó a utilizar hasta finales del siglo xiv. Es una palabra ele origen árabe y era un título que utilizaban los califas musulmanes sunnitas. Antes de eso, los monarcas otomanos utilizaban el término turco Beg. Los sultanes turcos también usaban el título de Hakan, palabra derivada de Kagan, que equivale a Gran Jan, con el que los turcomanos designaban a los emperadores mongoles. Otro título muy importante era del de Ghazi, guerrero de la guerra santa o combatiente de la fe contra los «infieles».
Tras derrotar a los mamelucos y conquistar Egipto, los soberanos otomanos empezaron también a adoptar el título de Califa, que vendría a ser como el representante de Dios en la tierra, algo parecido al Papa católico. De esta forma, los sultanes reunían la máxima autoridad terrenal y religiosa y se erigían en cabeza risible de todo el islam.
Vosotros sabéis que yo desciendo —dijo en la Dieta de Worms— de los emperadores cristianísimos de la noble nación alemana, de los reyes Católicos de España y de los archiduques de Austria y Borgoña, los cuales fueron hasta su muerte hijos fieles de la Santa Iglesia de Roma. Y han sido todos ellos difusores de la Pe católica y sacros cánones, decretos y ordenamientos y loables costumbres, para honra de Dios, aumento de la Fe Católica y salud de las almas...

Solhwáii el Magnífico con tiara de cuatro coronas, una más que la de! Papa de Roma.
En esta insistencia en considerarse defensor de la fe, Carlos V no le iba muy a la zaga a Solimán:
Roxelana, antigua esclava que llegó a ser el gran amor y la esposa de Solimán el Magnífico.

Cuando Carlos V falleció en 1558, lo hizo como gran devoto de la íe católica, retirado en el monasterio extremeño de YusLe. En cuanto a Solimán, guerreó hasta el último suspiro. Murió de peste el 5 de septiembre de 156b durante el sitio a la ciudad húngara de Sziget-var, y su muerte se mantuvo en secreto para evitar que la desmoralización cundiera en las tropas.
Los últimos años de Solimán estuvieron muy marcados por conflictos familiares sucesorios. Por influencia de su esposa Roxelana y de su yerno el gran visir Rusten Bajá se había enemistado con su primogénito Mustafa, al que mandó estrangular en su presencia en 1553, cuando se disponía a iniciar una nueva expedición contra Persia.
A esto siguió una pugna sangrienta entre sus hijos Bayaceto y Selim. Bayaceto inició una rebelión armada en 1559, pero fue derrotado y tuvo que huir a Irán, donde él y sus hijos fueron ejecutados a cambio de una cuantiosa recompensa, y la fortaleza de Kars, que Solimán tuvo que ceder al Shah.
Roxelana
El gran amor de Solimán el Magnífico fue una esclava de origen eslavo capturada en una incursión de los tártaros por tierras del Dniester, cerca de Lvov, en la región occidental de Ucrania. Su nombre original era Alexandra Anastasia Lisowska, hija de un pope ruteno, y dio seis hijos al sultán. En Estambul, los turcos la conocían por Hürrem, y la colonia cristiana por Roxelana, por el color pelhrojo de su pelo.
En un gesLo insólito en los anales de la dinastía otomana, Solimán declaró libre a Roxelana y no solo se casó con ella, sino que la convirtió en su confidente y consejera en cuestiones políticas. Roxelana alteró las leyes tradicionales turcas, ya que fue la primera mujer que manejó asuntos de gobierno y relaciones exteriores. También se enfrentó al todopoderoso gran visir Ibrahim Pasha, que tantas victorias había dado a los otomanos. Lo acusó de conspirar contra Solimán y este lo ejecutó.
Su influencia fue decisiva también en el momento sucesorio, ya que, aliada con el gran visir Rusten Pasha, hizo creer al sultán que su hijo Mustafa conspiraba contra él, lo que desató las iras de Solimán hasta el extremo de ordenar su muerte.
Mustafa era muy popular entre los jenízaros, los timarioias de origen turco que integraban la caballería (sipahis) y los mandos del ejército. Su muerte causó amplia consternación y el sultán —quizá arrepentido— destituyó al Gran Visir.
Desaparecido de la escena sucesoria Mustafa, quedaron como candidatos al trono otros dos hijos de Roxelana: Selim y Bayazeto, que al morir la madre en 1558 iniciaron la pugna fratricida de la que salió vencedor Selim.
Cuando Roxelana murió, la desolación de Solimán no tuvo límites. Está enterrada en el mausoleo de la mezquita Suleymaniye de Estambul, junto a la tumba de su dueño y señor, el hombre que hizo de ella la mujer más poderosa del Imperio otomano.
Guerra sin cuartel
Si tras la paz firmada en 1533 con Fernando de Austria, quedó lijado el avance turco en el centro de Europa, con una frontera militar estabilizada entre el Imperio otomano y el liabsburgo, la lucha por la supremacía naval en el Mediterráneo occidental se incrementó, lo que ocasionó gran sufrimiento a España, que vio sus costas asaltadas y sus ciudades saqueadas por la actividad corsaria alentada y apoyada desde Estambul.
Fue una guerra cruel y sin cuartel, en la que no hubo propiamente prisioneros. La mayoría de las veces los vencidos eran degollados o convertidos en esclavos, y los otomanos tuvieron la suerte de contar con una serie de corsarios cuya audacia y dotes de mando han quedado en los anales de la guerra naval. De entre estos, los más famosos y dañinos para los cristianos fueron los hermanos Barbarroja y Dragut, cuyas vidas darían argumento a muchas novelas de aventuras y rozan lo fantástico.
Pese a los muchos desastres que la piratería berberisca y la ñota turca causaron a España, desde la óptica imperial de Carlos V tanto el norte de África como el Levante español fueron considerados escenarios secundarios en lo militar y en lo político. Los recursos que el Emperador emplea contra el Gran Turco no se pueden comparar con los empeñados en Europa contra Francia o los protestantes alemanes.
El problema de los corsarios, sin embargo, llega a ser tan grande que Carlos V se ve obligado a emprender campañas importantes en el frente mediterráneo, concretadas en acciones de «castigo» y ocupación restringida de puntos tuertes en la costa del Magreb, con Túnez y Argel como objetivos claves. Pero serán más bien acciones inconexas y de poca duración, supeditadas a la actividad en los Irentes europeos.
La primera acción importante lúe la conquista de Túnez, dirigida en persona por el emperador en 1535. La falta de continuidad estratégica, sin embargo, hizo que Argel, que funcionaba como una república pirata al servicio del Gran Turco, se perdiera, incluyendo el Peñón situado a la entrada del puerto y defendido heroicamente por una guarnición española.
Consciente del papel que Argel juega en las actividades corsarias, Carlos V intenta en 1541 hacerse con esa ciudad, pero Iracasa, y el descalabro enfriará sus intentos de derrotar al Turco definitivamente en el norte de África.
Solo la actividad corsaria de Dragut —que continúa las correrías de los Barbarroja en el Mediterráneo occidental— fuerza a Carlos V a intervenir de nuevo en 1550 y ocupar Susa, Monastir y Mehedía, en la costa tunecina. Solimán considera esto una declaración de guerra y el conllicto se recrudece. España sufre la pérdida de una serie de plazas estratégicas, como Tripoli (que había sido cedida a los caballeros de San Juan), en 1551, y Bugía, en 1554, más el asedio a Oran, que se salva por poco en 1556.
El saqueo de Ciudadela, en Menorca, y la pérdida de Bugía, unido a las incesantes incursiones piráticas de los berberiscos, desatan de nuevo todas las alannas en España, donde empieza a vislumbrarse como muy posible otra invasión musulmana. Es un momento difícil al que hace frente con mucha decisión la infanta Juana de Austria, hija de Carlos Y que regenta Castilla entre 1554 y 1559 mientras su hermano Felipe está ausente de España y el emperador languidece en Yuste.
Los Barbarroja
Los turcos eran un pueblo llegado del centro de Asia, que apenas entendían de navegación cuando llegaron a las costas del mediterráneo y el Mar Negro. Lo tuvieron que aprender todo con rapidez, importando técnicas de bizantinos, griegos y venecianos, pero demostraron ser excelentes discípulos, tanto que ya a partir de 1453 eran un enemigo temible en el mar. Fueron, sin embargo, corsarios como los hermanos Barbarroja, quienes impusieron ese poder naval. Del papel relevante que desempeñaron los Barbarroja en el auge y la hegemonía de la marina turca en el mediterráneo dan idea las palabras de López de Gomara:
(Arriba) La conijiiisUi española de Túnez vista en un grabado de la época.
(Abajo) Túnez en un mapa de Piri Reís,

Empero, después que Barbarroja huyendo del emperador rey de España se fue a Conslan-tinopla a servir al Gran Turco, se han hecho absolutos señores de todo el mar de Greda, y han aprendido a navegar nuestros males y saquear nuestras tierras y matar nuestros hombres, y tan señores son desde el estrecho de Gibraltar hasta el faro de Mesina, como desde allí hasta los Dardanelos.

Jaredín Barbarroja.
De origen albanés, el padre de los Barbarroja, capturado por los turcos de muchacho, adoptó el nombre de Mahomedi y íue a parar a Mitilene (isla de Lesbos). Allí se casó con una cristiana viuda llamada Catalina que el cronista Mánnol dice que era española de Marehena y fue presa en la mar por un corsario.
De esta unión, Catalina tuvo dos hijas, que conservaron la religión de la madre, y cuatro hijos, musulmanes como el padre: Oruch o Aruj, el mayor, Elias, Jshak yJair-ed-Din o Jaredín.
Mahomedi navegaba entre las islas próximas a Mitilene vendiendo mercancías, pero Aruj no quiso trabajar con eí padre y marchó a Constantinopla. El dato cierto es que cuando el sultán Bayaceto hizo guerra a Rodas, Aruj participó en su armada de cómitre de galera, y después de que una escuadra cristiana — en la que combatían muchos españoles— derrotara a otra turca cerca de Candía, en Creta, Aruj fue hecho cautivo y estuvo dos años remando en galeras con una cadena al pie. En esa batalla murió su hermano Elias.
Por entonces, cuentan las crónicas, Aruj era hombre «más bermejo que de otro color; los de la galera en que él andaba por fuerza, como él no quisiera decir su nombre, viéndole de aquel pelo, le comenzaron a llamar Barbarroja», el nombre que extendería su fama por el mundo, aunque exisLe otra versión, según la cual Barbarcoja sería una corrupción de Babá (padre, en turco) Aruj, de donde en italiano derivó Baba-rossa y en castellano,

Barbarroja.
Cuando la galera en la que estaba encadenado realizaba una coi,Teria en tierra de turcos,Amj se cortó con un cuchillo el talón del pie encadenado y logró escapar tirándose al agua y ganando la costa a nado. Tras muchas penalidades consiguió llegar otra vez a Constantinopla.
Era un tiempo en que el sultán —para compensar el daño que hacían los de Rodas en Turquía-— dio patente de corso a todos cuantos armasen naves para hacer todo el mal que pudieran a los cristianos. Barbarroja se enroló de timonel en uno de estos barcos, una galera armada por dos vednos ricos de Constantinopla, y como no era hombre resignado a obedecer, pronto aprovechó la ocasión para deshacerse de sus patronos.
Asesinó a uno de ellos y se apoderó de la galera y un bergantín.
Con esos dos barcos volvió a Mitilene y se reunió con sus hermanos. A uno, Ishalc, lo embarcó en su galera, y a Jaredín, que le pareció más decidido, le dio el mando del bergantín.
La carrera pirática de Aruj Barbarroja por las costas españolas se vio favorecida por la inactividad de las galeras catalanas dedicadas al corso, que habían sido desarmadas por mandato de los Reyes Católicos, influidos por las piadosas intenciones de algunos clérigos que consideraban inhumano el sufrimiento de los galeotes. Un escrúpulo de conciencia que nadie más Luvo y que durante años dejó indefenso el Levante español.
De nuevo en el mar, Aruj puso rumbo a Los Gelves, y de allí a Sicilia, y en Lípari intentó apoderarse de una nave en la que iban 360 españoles que Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, enviaba a guarnecer una fortaleza. Los españoles se defendieron bien. Tras dos días de combate hubieran ganado de no ser por la traición del contramaestre, un genovés que barrenó la nave a cambio de dinero turco y la puso en trance de hundirse. Barbarroja se apoderó de cuanto llevaba el barco, incluyendo a los caballeros y soldados que lo defendían, que fueron capturados para obtener rescate.
Tanta fue la obediencia que los catalanes tuvieron a sus reyes —observa con ironía López de Gomara— que aunque tenían guerra con genoveses (.. 3 cumplieron luego el mandamiento, y tan bueno fue el consejo de aquellos frailes que ha sido causa de cuantas quemas y robos lian hecho corsarios en estos reinos y fuera de ellos, y de tantos millares de cautivos cristianos como se han llevado moros y turcos.
Derrota genovesa
Después de tomar la nao llena de soldados españoles, Barbarroja fue a Túnez, donde vendió la presa y fue agasajado por el rey de ese lugar. Con su flotilla reforzada, Barbarroja devastó las costas de Menorca, Valencia y Alicante, y luego retornó por Argel a La Goleta, en Túnez. Fue entonces cuando decidió, con ayuda del rey tunecino, tomar Bujía, plaza española desde 1510, situada a 30 leguas de Argel. Puso cerco a la ciudad, pero cuando reconocía la fortaleza para dar el asalto, un tiro de artillería de los defensores le arrancó el brazo izquierdo. La herida le obligó a tornar a La Goleta para curarse, pero en el camino se topó con cuatro galeras genovesas a las que venció, apoderándose de la galera capitana. La derroLa causó tanta consternación en Génova que los capitanes de las tres galeras restantes fueron decapitados, y los genoveses enviaron una escuadra en busca de Barbarroja al mando de Andrea Doria y Gabriel Martino, arzobispo de Barí, quien después llegaría a ser cardenal y obispo de jaén, de donde era natural.
Esta escuadra llegó a La Goleta, y regresó a Génova tras recuperar la galera capitana y saquear lo que hallaron.
Pero Aruj no descansaba en su afán por tomar Bujía y volvió a intentarlo. Desembarcó un ejército que puso cerco a la plaza y mandó quemar sus propios navios para que nadie pensara en la retirada. Aunque Barbarroja no aflojó el cerco, los sitiados resistieron gracias a los refuerzos enviados por Machín de Rentería, con cinco llaves vizcaínas, y otro socorro que llegó de Mallorca.
En una escaramuza murió Ishak, otro de los hermanos Barbarroja, de un tiro disparado por el mismo artillero que había dejado sin brazo al mayor de los Barbarroja, que de nuevo se vio forzado a levantar el cerco. reirle en el escenario de Argel. El rey de esa ciudad pagaba tributo cada año a Femando el Católico desde que la ganó Pedro Navarro en 1510, pero en Argel las opiniones estaban divididas sobre seguir pagando a los españoles.
Estas diferencias causaron mucho alboroto, y los que estaban en contra de que se diese tributo al rey de España solicitaron a Barbarroja que los socorriese.
Barbarroja, que estaba refugiado en un pequeño lugar llamado Gigel, se alegró con la noticia. Reunió refuerzos de hombres a pie y a caballo y nuevos barcos, y se puso en marcha hacia Argel, donde no fue tan bien recibido como acogida, conspiró para matar al rey de Argel y lo consiguió. Aruj en persona acabó con su vida y le cortó la cabeza. Luego, los conjurados se apoderaron de la ciudad en 1517, que cedieron al sultán Selim I, buscando su protección contra España. Entonces, los españoles que estaban de guarnición en el castillo del Peñón de Argel infomraron del suceso, y desde España se enrió a Diego de Vera con una pequeña annada para expulsar a Barbarroja.
Vera desembarcó a su gente en la playa argelina y se dispuso a conquistar la ciudad, pero Barbarroja, al ver los españoles todavía desordenados, los acometió con furia y venció fácilmente. Mató a muchos y capturó como esclavos a 1.500 soldados. Diego de Vera tuvo que reembarcar con prisa, dejando atrás, muerta o cautiva, a la mayor parte de su gente.
Señor de Argel
La estrella de Aruj parecía declinar definitivamente, pero una vez más la fortuna volvió a son-

Genova, según el mapa turco de Pin Reís,
esperaba. Pero, a pesar de la poca amislosa

Ja redi n Barbarroja.
Para los españoles fue una gran denota y a Barbarroja le simó para consolidar definitivamente su poder en Argel, aunque no se dunnió en los laureles. Enrió a llamar a su hermano Jaredín, que estaba en su guarida pirata de Los Gelves, y mandó también un mensajero bien provistos de dinero para conseguir tropa turca y navios en Mililene.
Con estos refuerzos quiso repetir en Tremecén lo mismo que había hecho en Argel. Dejó en esta ciudad a su hermano Jaredín con la mayor parte de los soldados turcos y se encaminó a Tremecén, donde los adversarios del rey Muley Abdallah, que también pagaba tributo a España, le ofrecieron la corona.
Muerte de Aruj Barbarroja
Muley Abdallah huyó a Oran, y allí pidió ayuda a los españoles, mientras Barba-rroja entraba triunfal en Tremecén y ordenaba decapitar a los notables de la ciudad que le habían ofrecido el trono. Pensaba que si habían sido traidores a su rey legítimo no eran de fiar, pero con eso se ganó la enemistad de quienes le habían favorecido antes y el depuesto rey Abdallah volvió a juntar tropa. Ayudado por los españoles cercó a Barbamoja en Tremecén, y este, riéndose en apuros, pidió ayuda a Jaredín, que estaba en Argel y le envió 600 turcos a toda prisa.
Enterado el jefe militar de Oran, Martín de Argote, de la llegada de este refuerzo se lanzó con 600 soldados contra los turcos para impedirlo. Las dos fuerzas chocaron y los turcos se hicieron fuertes en un pueblo entre Argel y Trmecén llamado Callah, y allí aguantaron el cerco. Pero los españoles se descuidaron y los otomanos, gracias a la traición de un mercader, hicieron una salida que desbarató a los sitiadores. Mataron a 400 españoles y capturaron a 600.

Escudo de armas de Tinco, donde nació García Fernández de la Plaza, el alférez que acabó con la vida del mayor de los Barbarroja.
Cuando la triste nueva llegó a Oran, el gobernador de la ciudad, Martín de Argote, reunió 1.000 hombres y fue contra Callah para vengar la derrota.
En el asalto los españoles mataron o apresaron a toda la fuerza turca, unos 600 hombres, y una vez consumada la vengan -za, Argote recuperó Tremecén en 1518 para el rey Abdallah y persiguió a Barba-noja. En la huida el jefe corsario derramó monedas de oro y plata a manos llenas por el camino para que sus seguidores, tentados por la codicia, se detuvieran a recogerlas y eso le permitiera ponerse a salvo. Pero la treta no le sirvió. En esta ocasión el deseo de venganza pudo más que la codicia. Le dieron alcance a unas 23 leguas de Tremecén, y aunque Barbarroja se delendió bien, un asturiano de Tineo, García Fernández de la Plaza, alférez del capitán Diego Andrada, le hirió gravemente con una pica y le cortó la cabeza, que fue llevada a Orán, donde se celebró con gran alegría la victoria.
A García Fernández, el emperador Carlos V le concedió privilegio de nobleza y escudo de armas con la cabeza y la corona del temido Aruj Barbarroja, que pronto tendría por sucesor aún más temible a su hermano Jaredín.
Menorca abrasada
Uno de los territorios españoles más castigados por la piratería turco-berberisca fue la isla de Menorca, asolada por dos terribles saqueos a sus dos ciudades más importantes: Mahón y Ciudadela.
El ataque a Mahón se produjo en un momento especialmente difícil para España por insuficiencia de artillería y fortificaciones. En septiembre de 1535 Jaredín Barbarroja entró mediante un engaño con su armada en el puerto de Mahón. Pudo hacerlo porque enarbolaba los pendones imperiales, para confundir a los defensores y hacerles creer que se aproximaban las naves del emperador Carlos y quien acababa de rematar la conquista de Túnez.
Mahón contaba entonces con unos 1.500 habitantes, de los cuales solo unos 350 podían considerarse aptos para el combate. La treta turca dio resultado. Cuando los mahoneses se preparaban para dar la bienvenida a las que creían naves españolas, comprobaron que en realidad eran naves turcas, y la alegría se tomó en tragedia.
Los defensores tomaron medidas, cerraron las puertas de las murallas y se prepararon a luchar. Al mando de la defensa estaban el baile Jaime Escalada, el alcaide del castillo de Mahón, Pablo Serra, los capitanes Gil Calderer y Jorge Huguet, y el artillero Francisco Mir.
Barbarroja desembarcó unos 2.500 hombres que pusieron cerco a la ciudad, y en vista de la gravedad de la situación, desde Mahón se envió aviso al gobernador de Ciudadela. Esta ciudad envió una columna de socorro a Mahón, pero en el trayecto se topó con tropas turcas muy superiores en número, y la expedición de socorro fue liquidada, muriendo valerosamente el gobernador y los capitanes que lo acompañaban.
El desastre desmoralizó a los sitiados de Mahón, que deliberaron si debían continuar resistiendo o se entregaban a la piedad de los turcos. Como prevaleció esta última decisión, las autoridades locales ofrecieron a Barbarroja entregar la ciudad a cambio de que fueran respetadas sus vidas y casas.
El día 4 de septiembre los de Barbarroja entraron en Mahón y dieron inicio a un espantoso saqueo, con asesinatos, violaciones, incendios y robos de toda clase.
Los piratas hicieron cautivos a unas 600 personas de las que nunca se volvió a saber nada. Entre muertos y prisioneros esclavizados se calcula que Mahón perdió más de la mitad de su población y la ciudad quedó totalmente arrasada. En cuanto a los dirigentes que habían entregado la plaza pensando que el turco se apiadarla de ellos, una vez más se cumplió el adagio de que «Roma no paga traidores». Aunque salvaron momentáneamente la vida, una vez partidos los piratas, el virrey de Mallorca, Jiménez Pérez de Figuerola, los procesó, y de acuerdo a las prácticas de la época algunos fueron sometidos a tormento. En octubre de 1536 cinco de ellos fueron ejecutados en la plaza del Borne de Ciudadela, entre el escarnio de sus paisanos.
A raíz de este saqueo Carlos V encargó al ingeniero italiano Juan Bautista Calvi la construcción de una fortaleza para defender Mahón. Fue bautizada con el nombre de castillo de san Felipe, en honor del príncipe heredero, y sus restos pueden todavía contemplarse en la entrada del puerto.
La destrucción de Ciudadela
En julio de 1558,23 años después de haber sido destruida Mahón, le tocó el tumo a Ciudadela, que por entonces era la capital de Menorca. Mandaba la expedición turca el almirante Pialí Pachá, un fanático obsesionado en emular las proezas de Barbarroja. Si los turcos se atreven a atacar lejos de sus bases es porque tienen las espaldas cubiertas por su aliado europeo: Francia, donde reina Enrique I], quien como su padre Francisco I, está dispuesto a colaborar con Solimán el Magnífico contra España y el imperio Habsburgo.
Ataque berberisco al puerto de Palma de Mallorca.


Baluarte deIpuerto de Cindadela construido en defensa
de las acometidas berberiscas.
La flota turco-berberisca contaba con más de 100 barcos, y unos 15.000 hombres con poderosa artillería que pusieron sitio a la ciudad. La defensa estuvo dirigida por el regente de la Real Gobernación, mosén Bartolomé Arguimbau, y por el capitán Miguel Negrete, que mandaba una compañía de refuerzos de guarnición en la plaza. La escasez de defensores se compensó con la activa participación de mujeres que taponaban las brechas de las murallas y ayudaban en los cañones.
Cuando los turcos volaron la casa donde se almacenaban las municiones, la situación se hizo insostenible, pero tanto Arguimbau (gravemente herido) como Negrete se negaron a abandonar la población para ponerse a salvo.
El 9 de julio fue el peor día de la historia de Menorca. Los turcos penetraron en Ciudadela por una brecha en la muralla cercana a la plaza del Borne. La heroica y decidida resistencia de los sitiados resultó inútil ante la avalancha enemiga, y los piratas extendieron la sangre y la desolación por toda la ciudad. No hubo piedad para nadie. Se incendiaron templos, casas y palacios, y el brutal saqueo duró tres días. Un dato revelador de la crueldad del asalto fue la muerte de la abadesa del convento de Santa Clara, colgada de un árbol después de haber sido vejada y arcabuceada.
Cuando la Ilota turcoberberisca abandonó la isla llevaba cautivas unas 3.500 personas, entre ellas el regente Arguimbau con su familia, el capitán Negrete, sacerdotes, monjas clarisas, niños y gente de toda condición. Ciudadela quedó tan destruida que cuando llegó el gobernador interino, mosén Federico de Cors, tuvo que pernoctar en una cueva porque no quedaba ninguna casa habitable.
Los detalles de la catástrofe de Ciudadela han quedado registrados en el documento llamado Acta de Constantinopla, que en esa capital redactó el notario menorquín Pedro Quintana, a petición del regente Ar -guimbau y el capitán Negrete, cautivos en la capital otomana. junto con la reconstrucción de la devastada ciudad, la mayor preocupación inmediata fue la redención de los cautivos que habían sido vendidos como esclavos en tierra turca. Para conseguir limosnas con que pagar estos rescates, el rey Felipe II concedió franquicia de diezmos por 10 años y el Papa Pío IV autorizó un jubileo extraordinario en toda España. En esta tarea se distinguió el clérigo Marcos Maní Totxo, de Alayor, quien tuvo que viajar a Turquía para poder desempeñar desde allí la redención de muchos cautivos. Su labor fue premiada por el rey que le nombró paborde de Menorca, un cargo que ejerció durante 50 años.
Lo que muchos en Menorca denominan todavía «s'any de sa desgracia», el año de la desgracia, se conmemora todavía en Ciudadela con una solemne misa y una sesión pública extraordinaria en el ayuntamiento en la que se lee el Acta Constantinopla,entre muestras de profunda emoción popular.
Además, en el centro de la plaza del Borne se levantó en 1857 un obelisco con una inscripción grabada en mármol que dice: «Por la religión y la patria, aquí resistimos hasta la muerte el año 1558».

Fragmento del Acta de Constantinopla, donde se relata la destrucción de Cindadela.
Muerto Aruj, su papel será ocupado por su hermano Jaredín, quien para continuar la tradición siguió llamándose Barbarroja, y con ese nombre llegaría a ser el corsario más importante del Mediterráneo.
Cuando los españoles acaban con Aruj, Jaredín se encuentra custodiando Argel, y al enterarse de la noticia mandó asesinar a la mayoría de los cautivos españoles que mantenía en aquella ciudad.
Los notables de Argel, al verse sin rey, ofrecieron el puesto a Jaredín, quien controlaba ya la ciudad y el territorio adyacente con las armas y los soldados turcos que el sultán le proporcionaba.
Por ese tiempo llegó a España Carlos V, ya elegido emperador del Sacro Imperio romano-germánico, y cuando supo lo mal que estaban la situación en Argel, envió un mensaje a Hugo ele Moneada, que custodiaba Sicilia con un tercio viejo de españoles, y ordenó que atacara el nido de corsarios argelino.
Moneada, antes de llegar a Argel, pasó por Orán a recoger refuerzos. Desde allí transportó su fuerza con la flota y puso cerco a la capital argelina. Pronto, sin embargo, surgieron desavenencias entre Moneada y el capitán Gonzalo Marino, que además de ser hombre muy ducho en cuestión de guerra gozaba de la confianza del Emperador. Marino aconsejó no entablar batalla campal ni asaltar la ciudad hasta la llegada del rey aliado de Trmecén, Muley Abada-llah, con sus Lropas árabes. Pero Moneada se obstinó en dar batalla sin más dilación, considerando que la fuerza de que disponía era suficiente para lomar Argel.
Al no ser capaz de llegar a ningún acuerdo táctico, Moneada reembarcó a su tropa, y en estos dimes y diretes estaban cuando el día de San Bartolomé del año 1523 se levantó una gran tormenta que destrozó la ilota. Se perdieron 26 naves grandes y otras muchas pequeñas, y muchos soldados y capitanes españoles perecieron ahogados.
Barbarroja aprovechó entonces para atacar y capturar a los supervivientes, aunque a la mayor parte los mató en venganza de sus hermanos con toda clase de torturas. Los barcos que consiguieron salvarse del desastre se alejaron de la costa y la ocasión de ganar Argel se perdió, quedando Barbarroja más rico y poderoso que antes. «De esta fecha —dice la crónica de López de Gomara— quedó rico de dineros, de cautivos, de artillería, de naos, de madera para hacer fustas, y en fin, de otros muchos bienes, en especial artillería, de cjue tenía grandísima falta...»
Al poco tiempo, un notable de la región argelina al que las crónicas llaman Ben-Alcalde, que había sido amigo de Aruj, acabó enemistándose con Jaredín y le hizo la guerra en ese territorio, aunque eso no impidió a Barbarroja continuar sus correrías. En una de ellas, cinco fustas al mando de uno de sus capitanes, llamado Jartasán, entraron por la desembocadura del Ebro para capturar esclavos y saquear Amposta a su antojo antes de regresar a Argel.
Jartasán y Ben-Alcalde terminaron aliándose contra Barba-rroja, que se vio obligado a salir de Argel, aunque llevando consigo a su familia y la mayor parte de sus riquezas pirateadas.
Sin rumbo fijo, Jaredín se apoderó de Jigel, una pequeña plaza norteafricana situada a unos 300 km al este de Argel, que pertenecía a Ben-Alcalde, y desde allí reanudó sus actividades corsarias. En Cerdeña se apoderó de siete barcos cargados de trigo, y cuando regresó a Argel, el gobernador de Bona, que estaba enemistado con el rey de Túnez, se puso a su servicio y le ofreció ese puerto como refugio. Pero luego el gobernador se desdijo de la palabra que había dado, y cuando Barbarroja llegó a Bona la ciudad se le resistió y no pudo tomarla.
Furioso por el fracaso, Jaredín fue a Los Gelves, gran foco y refugio de la piratería turco-berberisca mediterránea. Allí se reunió con otros jefe corsarios, como Sinán Reis, a quien apodaban «el Judío», y Cachidiablo. Barbarroja les propuso ir juntos a recuperar Argel, donde les esperaría un gran botín.
Partieron todos con más de 40 navios y en el camino intentaron tomar Bona, pero la ciudad resistió otra vez. Surgieron rencillas entre Barbarroja y Reis, y este decidió abandonar la empresa y retomar a Los Gelves con sus hombres. El resto de la flota corsaria recaló enjigel, y desde allí Jaredín envió a Cachidiablo a hacer todo el daño que pudiera en tierras españolas.
Pero Barbarroja no se conformaba con la pérdida de Argel, y después de capturar a una carraca genovesa muy rica en aguas de lbiza, se lanzó otra vez a recobrar su reino. Con toda su flota llegó a la capital argelina y se empeñó en una dura lucha con Ben-Alcalde y su gente. Seguramente hubiera fracasado en su empeño de no ser por 60 españoles, «escopeteros soldados viejos» de los que Hugo Moneada trajo de Sicilia, y que luego fueron hechos prisioneros y obligados a combatir en el bando de Barbarroja. Estos arcabuceros españoles arremetieron a los de Ben Alcalde con gran ímpetu al grito de «¡Santiago!», lo que permitió a Jaredín vencer a su enemigo. Dos días después recuperó Argel, donde le fue ofrecida la cabeza cortada de Ben-Alcalde por 4.000 doblas.

Solimán recibe a Barbarroja.

Barbarroja había prometido la libertad a los arcabuceros españoles que le habían ayudado, pero incumplió su palabra. Aconsejado por otro español, un vizcaíno renegado que era su ayudante privado, mandó ponerlos en prisión cargados de cadenas hasta que se convirtieran al islam. El castigo surtió efecto, ya que en pocos meses lo hicieron la mayoría de ellos, y en ese tiempo Jaredín volvió a enviar a Cachidiablo a devastar los pueblos costeros de Valencia y Alicante.
La captura del Peñón de Argel
Aunque Barbarroja era dueño y señor de la ciudad de Argel, España aún conservaba en esas aguas el llamado Peñón de Argel, que era un islote fortificado, con guarnición española, desde el que se dominaba la entrada al puerto. Fácil resulta comprender la amenaza que tal lortificación representaba para Barbarroja, quien decidió acabar con el problema y tomar el Peñón por asalto.
Los soldados españoles se defendieron bien y obligaron a Jaredín a combatir reciamente durante muchos días, hasta que al final, debido sobre todo a la escasez de pólvora, los berberiscos fueron adueñándose poco a poco de la lortaleza.

Barbarroja,corsario que sembró el terror en el Mediterráneo.

Jaredín Barbarroja en actitud victoriosa,
Una desesperada petición de ayuda que los defensores hicieron llegar a Carlos V, que a la sazón estaba en Barcelona esperando embarcar para coronarse en Bolonia, lúe desoída. «El emperador —dice la crónica de López de Gomara— los olvidó con otros muchos y grandes negocios que entonces trataba, que no envió el socorro que le pedían aquellos españoles».
Cuando Barbamoja conoció que no llegarían refuerzos, ofreció a los sitiados poder marchar a España libres con todas sus annas y artillería, pero aquellos soldados —sin esperanza alguna de ayuda exterior— respondieron que prefería morir guardando el castillo que vivir para entregarlo. Tras la nu-mantina declaración, Barbarroja apretó el cerco contra los últimos supervivientes: 150 soldados y 20 mujeres que les servían. El 21 de mayo de 1529 rodeó el Peñón con 45 naves y pese a la bravura de los defensores consiguió tomar el sitio. De los españoles, solo 45 quedaron vivos, en su mayor parte malheridos, que lueron hechos cautivos.
Conocedor Barbarroja de que el emperador se había llevado a Italia todas las naves de guerra que protegían la costa española, no perdió el tiempo, y de nuevo envió a Cachidiablo a devastator impunemente. Este pirata saqueó las poblaciones costeras de Alicante, y estando en Santa Pola supo —porque el rey Francisco 1 de Francia lo había infonnaclo a Argel— que Rodrigo de Portuondo iba a su encuentro con una flota de galeras. Cachidiablo eludió el combate y tras cargar sus naves de moriscos españoles que querían pasar a Berbería con sus hermanos de religión y cargar esclavos en las aldeas de la costa, puso rumbo a Argel. Una tempestad lo aiTojó a la isla de Formentera, y allí ocupó el puerto de Despalmador y decidió esperar.
De improviso cayeron sobre la flota berberisca las galeras de Portuondo. Era el 25 de octubre de 1529 y la victoria parecía al alcance de la mano de los españoles, pero las ocho galeras de Portuondo se distanciaron demasiado unas de otras en la persecución y Cachidiablo aprovechó para revolverse y vencerlas por separado. De esta forma, los turco-berberiscos obtuvieron una gran victoria, y Rodrigo Portuondo y su hijo Domingo sufrieron cruel destino. Rodrigo murió de un arcabuzazo y el hijo fue capturado y empalado por Barbarroja en Argel, con otros muchos españoles allí cautivos, cuando los piratas retomaron triunfantes.
En años posteriores el centro pirata de Argel multiplicó sus presas. Desde Ñapóles a Gibraltar los barcos de Barbamoja sembraron el terror y el desconcierto. La audacia del lamoso corsario no parecía tener límites y las armadas cristianas no sabían cómo hacer frente a sus ataques. Hasta Sinán Reis, que lo había abandonado, acudió a ponerse bajo sus órdenes.
El historiador Cesáreo Fernández Duro hace notar que el nombre de Barbarroja sonaba más que el de Carlos V en las localidades del litoral español. «En una zona de seis a ocho leguas de distancia del agua —dice—, nadie se acostaba en el contomo del Mediterráneo sin la zozobra de amanecer amarrado al banco de una fusta, por electo de desembarcos y sorpresas nocturnas de que únicamente las ciudades muradas y fuertes se veían libres; así que en las aldeas y los campos no había ojos que no lloraran».
Tras castigar la cercanía de Genova, supo Jeireddin que los cautivos cristianos planeaban un levantamiento en Argel y mandó ejecutar y dar tormento a muchos prisioneros, aunque por este temor y crueldad también muchos de ellos renegaron y se pasaron al bando turco.
La serie de victorias berberiscas se quebró en 1532 en Cerdeña, cuando Reis y Cachidiablo fueron castigados por una tormenta en plena correría y perdieron casi todas sus naves. Repuestos en Argel, los dos jefes corsarios devastaron la costa de Mallorca, pero entretanto el hijo del derrocado Ben-Alcalde, que continuaba combatiendo en las montañas contra Barbarroja, consiguió una contundente victoria contra las huestes del pirata.

Ceraefia en un mapa de Pin Reís.
Genova, / hiedaT Túnez, romo referencias políticas v comerciales del inicio del Renacimiento.

En las filas de Barbarroja combatían 50 «españoles cristianos muy buenos soldados» que habían sido hechos esclavos y obligados a guerrear para salvar su vacia.
Aunque perdió la batalla, y con ella a sus mejores capitanes, Barbarroja pudo escapar una vez más y recuperarse en Argel hasta que Solimán le envió un mensaje ofreciéndole el cargo de Gran Almirante de la flota turca.
Eso hizo que Jaredín, tras sellar la paz con Ben-Alcalde y dejar a resguardo su reino, zarpara en agosto de 1533 hacia Estambul con una armada de 7 galeras y 11 fustas a las órdenes del sultán. El trayecto lo aprovechó para capturar presas en Cerdeña, saquear la isla de Elba y asaltar 13 naos genovesas que iban a cargar trigo a Sicilia. Cuando entró en la capital turca, lo hizo con gran pompa y un cortejo de 200 doncellas que portaban vasos de oro o plata, seguidas de esclavos cristianos y muchachos, camellos cargados de sedas y leones y otras fieras de África. Todo como regalo al gran Solimán. El sultán, gracias sobre todo a la influencia de su gran visir, Ibrahim Pachá, lo nombró jefe supremo de todas sus flotas y arsenales, y Bayler-bey (virrey) del norte de África. Además, le dio el gobierno de Rodas, Eubea y Quíos en el mar Egeo, y le asignó una poderosa annada de 8.000 remeros, 10.000 soldados turcos y dinero en abundancia.
Los planes bélicos que Barbarroja propuso a Solimán eran muy ambiciosos, y de haberse llevado a cabo hubieran supuesto el dominio absoluto de los otomanos en el sur de Europa.
Con la escuadra bajo su mando, pensaba expulsar a los españoles de Berbería y reconquistar España, tomar Córcega, Cerdeña y las Baleares, y luego Sicilia y Otranto, lo que haría del Mare Nostrum un lago turco.
Al mando de 80 galeras y 22 fustas, Barbarroja volvió al Mediterráneo en junio de 1534. Extendió el temor en el sur de Italia y se dio mucha prisa en asaltar y robar todo lo que estaba al alcance de sus galeras. Amasó Calabria, llenó sus barcos de cautivos y quemó muchos pueblos litorales. Pasó por Ñapóles y Civitavecchia, pero no se atrevió a asaltar las murallas de Gaeta, ocupada por una guarnición española. Los daños que causó fueron incalculables y estando en Moción recibió carta de Francisco 1 de Francia, en la que el monarca le proponía que fuera por mar contra Genova (república entonces enemiga del monarca galo), mientras él lo hacía con su ejército por tierna.
Conforme a lo convenido con el rey francés, se plantó con su flota en Saona, y allí estuvo esperando que su aliado se pusiera en marcha, pero, en vista de que los emisarios que envió a Marsella no le daban noticia de ese avance, decidió volver a aguas tunecinas. Tomó Bizerta y La Goleta y quedó de nuevo señor de Túnez tras la fuga del rey Muley Hassan.
El asalto de Barbarroja a Túnez duró dos días y en él se distinguió el contingente de arcabuceros españoles esclavizados que combatían a su servicio.
Luego volvió de nuevo a Estambul, y desde allí volvió a arrasar el Mediterráneo. Conquistó Ko-roni y Patras, que estaban en poder de España, cruzó el estrecho de Mesina y asoló las costas cala-bresas, capturando cuanta nave cristiana se ponía a su alcance.
En la costa napolitana saqueó las islas de Capri y Procida, y luego incursíonó hasta Ostia, en la boca del Tiber, lo que suscitó tal alarma que las campanas de las iglesias de Roma tocaron a rebato.
Barbarroja no atacó la capital de la cristiandad, pero zarpó hacia el sur de Italia y castigó a Ponza, Sicilia y Cerdeña antes de regresar a su refugio de Túnez.
Entretanto, Muley Hassan pidió ayuda a Carlos V para recuperar su reino y el emperador atendió el ruego. Una fuerza hispano-italiana de 300 galeras reconquistó Túnez y Mehedía en 1535, pero Barbarroja no pudo ser capturado, fncursionó en el mar Tineno, ocupó otra vez Capri y desde Argel emprendió expediciones mortíferas a los puertos de Mallorca, Menorca y el litoral peninsular español.