Capítulo 14

SANDRA se sentía desgarrada entre deseos contrapuestos. Ansiaba que el fin de semana pasara deprisa, para que ella y Cory pudieran marcharse ya a Rockport. Al mismo tiempo, cada minuto que pasaba era uno menos para ver a Cory aunque fuera ocasionalmente. Desde el día de la cena, Cory parecía evitarla deliberadamente.

El viernes, cuando terminaba el primer turno de Sandra, Wilma, la corpulenta cocinera, llegó cabeceando con preocupación.

—¿Qué te pasa? —preguntó María, mientras removía un gran olla de sopa.

—Anna me ha dicho que Cory ha recibido una llamada del corredor de fincas. Parece que una empresa inmobiliaria se ha interesado por la casa de sus sueños. Quieren el terreno para construir viviendas.

—O sea, que piensan demolerla —dijo tristemente Sandra. Sintió una honda sensación de pérdida al recordar el bello edificio victoriano—. Cory debe de estar desolada.

—Sí —contestó Wilma con un suspiro—. Está claro que perderá la casa. Está muy desilusionada. —

Movió la cabeza pensativamente—. Ojala tuviera yo el dinero. Se la compraría yo misma. Nunca he visto a nadie que ansiara algo con tanta intensidad.

Sandra colgó el delantal.

—Hasta luego. —Salió del restaurante por la puerta trasera y subió a la moto. La pérdida de aquella moto dejaría a Cory destrozada. Sandra se sentó en el sillín y encendió el motor. No quería que Cory perdiera la casa de sus sueños. Una de las cosas que más admiraba de ella era su tenacidad. Como Sandra también era empresaria, sabía lo mucho que tenía que trabajar Cory. Conocía las tensiones y preocupaciones que acompañan inevitablemente al hecho de llevar un negocio. Aquella casa tenía que ser para Cory.

Sandra consideró las opciones que tenía. Podía ofrecerle un préstamo, pero Cory nunca lo aceptaría.

También podía comprar la finca y vendérsela a un precio que estuviera a su alcance, pero algo le hacía pensar que Cory no lo vería como un acto de caridad. Y finalmente, podía comprar la casa directamente. Sandra sonrió y entró otra vez en el restaurante en busca de un listín telefónico. Veinte minutos después, estaba en su habitación, telefoneando a Allison para darle el nombre y el teléfono del corredor de fincas.

—No importa lo que tengas que pagar —le indicó— Toca todas las teclas necesarias. Si la negociación no avanza, pide favores a la gente que haga falta, pero cierra el trato hoy mismo, antes de que se entere la inmobiliaria interesada. Compra la finca a nombre de Lone Star Construction. No quiero que se sepa que soy yo la compradora.

—El sitio debe de ser espectacular —dijo Allison—. No estarás pensando en trasladarte a San Antonio, ¿verdad?

—No. Es una inversión.

Sandra apenas podía controlar su emoción. Le pareció que el turno de tarde duraba eternamente. La decepción de Cory había afectado a todo el personal, y la tensión llegó al límite cuando a Ginny se le cayó un bistec al suelo. El sonido de la porcelana al romperse sobresaltó a Sandra.

—Mierda —mascullo Ginny—. Maria, el plato quemaba. No los dejes tan cerca del horno.

—No seas tú tan torpe —contraatacó María—. Bastante trabajo tengo haciendo otro bistec porque no sabes sujetar un plato.

—El plato quemaba —protestó Ginny.

—¿Quieres que te compre unos guantes para esas manitas tan delicadas?

Antes de que Ginny pudiera replicar, Cory irrumpió en la puerta de la cocina.

—¿Que está pasando? —preguntó con su voz grave—. Se os oye desde la puerta de la calle. —Sin esperar respuesta, tomó dos platos del estante de los pedidos en espera—. Ginny, lleva ahora mismo estos platos al comedor.

—Esos son de Anna —protestó Ginny.

—Me da igual, como si son de la reina de Saba. ¡Sácalos ahora mismo!

Ginny, María y Sandra se quedaron mirando a Cory, sorprendidas por su acceso de rabia, y su atónito silencio pareció hacer mella en su enfado. Cory inspiró hondo y dejó los platos sobre la mesa.

—Lo siento, estoy cansada. Ya los llevo yo, Ginny, ya tienes bastante con tus mesas.

Ginny dio un paso y abrazó fugazmente a Cory, mientras volvía a sus platos.

—Métete en el despacho y descansa un poco —propuso Ginny—. Ya sabes que María y yo siempre discutimos pero se nos pasa enseguida. Nos las arreglaremos solas ¿verdad, chicas? —Se volvió hacia María y Sandra en busca de confirmación.

—Claro que nos las arreglaremos. Ginny y estábamos agobiadas, nada más. Ya sabes que, para ella, soy la mejor cocinera del mundo —bromeó María, guiñándole el ojo a Ginny.

—Y María sabe que yo soy la mejor camarera del mundo —bromeó Ginny a su vez.

—¡Por supuesto! —exclamó Sandra, uniéndose a la broma—. Y todo el mundo sabe que yo soy la mejor lavaplatos del mundo.

Ante su comentario, las otras tres mujeres se volvieron a mirarla y se echaron a reír a carcajadas.

—Bueno, me parece que todas tenemos que volver al trabajo —dijo Cory con una inclinación de cabeza. Sin esperar respuesta, tomó los platos de las manos de Anna y se dirigió al comedor. Ginny guiñó fugazmente el ojo a María.

—Necesito otro bistec poco hecho con una patata asada.

María colocó el bistec sobre la parrilla.

—Necesito un barril de cóctel y un masaje en los pies.

Anna apareció de repente en la puerta, pidiendo:

—Necesito un número siete y tres especiales.

De este modo se disipó la crisis. Sandra volvió a sus pilas de platos sucios, no sin antes elevar una pequeña plegaria al cielo para que Allison no encontrara ningún obstáculo importante en la negociación. En todos los años que llevaba como empresaria, nunca había deseado cerrar un trato tan intensamente como esa vez.

A la tarde siguiente, cuando Sandra llegó a trabajar al restaurante, el trato estaba cerrado. La escritura, que le habían enviado por mensajería urgente, descansaba en la habitación del motel. La casa y la finca le habían salido por algo más del valor de mercado, pero Sandra pensaba que cada céntimo pagado valía la pena. Las camareras y cocineras se movían de acá para allá, preparándose para el momento de la cena.

—¿Se ha muerto alguien? —preguntó Sandra a Anna, en broma.

Había tratado de evitar a Anna desde la primera noche, pero en ese momento se sentía muy contenta.

Anna no se molestó en levantar la vista de las servilletas que estaba doblando.

—Algo parecido. Hoy han comprado la casa de Cory.

—Que lastima —dijo Sandra, intentando que su voz no dejara traslucir su emoción—. ¿Cómo esta Cory?

—¿A ti que te parece? —gruñó Anna. Dejó caer un juego de cubiertos sobre una servilleta y la enrolló con furia—. ¡Es que no es justo, joder! ¡Que rabia me dan esos cabrones!

Sandra, impresionada por el resentimiento de Anna, se dispuso a entrar en el despacho.

—No quiere ver a nadie —dijo Anna bruscamente.

—Tengo que hablar con ella.

—Te he dicho que no quiere ver a nadie, y eso te incluye a ti.

Sandra sabía que la agresividad de Anna se debía a su impotencia para ayudar a Cory, pero quería hablar con ella y pensaba hacerlo.

—Será solo un minuto.

—Vete a la cocina a lavar los platos, que para eso te pagan —le ordenó Anna—. No te dejare entrar.

Ya le han hecho bastante daño.

Anna se levantó de golpe de la mesa y en ese momento llegaron Ginny y Louise.

—No te estaba pidiendo permiso —replicó Sandra.

La actitud de Anna estaba echando a perder toda la alegría de su triunfo. Anna dio un paso hacia Sandra, pero Louise se interpuso entre las dos.

—Basta ya. Callaos las dos. Dentro de nada empezarán a venir los clientes, y a Cory solo le faltaba una pelea —señaló las servilletas que estaba doblando Anna—. Venga, llévalas a las mesas y cálmate.

Anna salió, tomando de mala gana la bandeja con los servilletas. Ginny la acompañó para ayudarla a colocarlas. Louise se volvió hacia Sandra.

—No te enfades con Anna. Esta rabiosa porque no ha podido ayudar a Cory. Todas estamos igual.

Cory ha hecho muchas cosas por nosotras. —Inspiró hondo y movió cabeza pensativa—. Si de verdad necesitas hablar con ella, pasa, pero no empeores las cosas hablándole de la casa porque entonces entraré yo y te echaré a patadas.

Sandra la miró sorprendida. Siempre había visto a Louise como una mosquita muerta. «Me equivocaba», se dijo. En ese momento se abrió la puerta de la calle y entraron los cinco miembros de una familia.

—Todas a trabajar —dijo Louise con su habitual sonrisa.

Sandra, en lugar de pasar al despacho de Cory, se encaminó a la cocina. Entre el ajetreo de la hora de comida, pronto se le olvidó su propósito de hablar con ella. Cory entró en la cocina una hora después, para hablar con Wilma y María. Sandra vio que titubeaba antes acercarse a ella.

—Louise me ha dicho que querías hablar conmigo. Me voy a ir a casa. ¿Hay algo que necesitas decirme antes de que me vaya?

«Necesito decirte que te amo y que deseo abrazarte y hacer desaparecer tu tristeza», quiso decir Sandra, pero no pudo más que hacer un gesto de negación con la cabeza.

—Puedo esperar.

Cory se acercó un poco más.

—Sandra, respecto a lo del fin de semana…

—Ven conmigo en la moto.

Cory la miró horrorizada.

—Ni loca —dijo.

—Lo pasaremos bien.

—No iré —confesó Cory, volviendo la cara para evitar la mirada de Sandra.

—¿Por qué?

Cory se encogió de hombros.

—No sería buena compañía.

—¿Es por lo de la casa?

Una expresión de tristeza empañó el rostro de Cory.

—En parte.

—¿El otro motivo soy yo? —logró preguntar Sandra, tragando saliva para deshacer el nudo de la garganta. Cory no apartaba los ojos del suelo.

—Si no me marchara al final de la otra semana, ¿sería distinto?

Cory levantó la vista, y Sandra se preguntó si lo que resplandeció por un momento en sus ojos era un brillo de esperanza.

—¿Estas ofreciendo la posibilidad de otra cosa? —inquirió Cory.

Sandra lo consideró durante un momento. ¿Qué tendría que hacer para trasladar su despacho a San Antonio? Quizá podría ampliar el negocio, dejando la sede central en Dallas, y a Allison a su cargo.

Allison había demostrado sobradamente que era capaz de llevar los asuntos de la empresa.

—Veo que no es eso —dijo Cory con un suspiro, interpretando incorrectamente la vacilación de Sandra. Se dio la vuelta para marcharse.

—Ven conmigo este fin de semana —le rogó Sandra.

—Eso lo haría aún más difícil —susurró Cory, levantando la vista y comprobando que Wilma y María las estaban mirando atentamente—. Oye, ya hablaremos mañana de esto. Ya hemos dado bastante motivo para que rumoreen —dijo Cory.

—Están preocupadas por ti porque te quieren. Harían lo que fuera por ti. ¿Puedo pasar a verte esta noche, después del trabajo?

—No. No es una buena idea.

—Si veo las luces encendidas, llamaré, y me gustaría que me dejaras pasar —insistió Sandra.

Tragó saliva, intentando que no le temblara la voz. No podía creer que estuviera siendo tan lanzada.

Cory la miró con cara de enfado, pero Sandra tuvo tiempo de ver en sus ojos un brillo fugaz de deseo.

—Ve adonde quieras, pero las luces estarán apagadas.

Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y salió a toda prisa de la cocina. Sandra se concentró en los platos que quedaban por lavar. Quería salir lo antes posible. Con las prisas, se le rompieron cuatro platos antes de terminar la tarea. Wilma cabeceó con gesto preocupado cuando iba en busca de su bolso para marcharse.

—Más vale que arregléis las cosas pronto —dijo—, o nos vamos a quedar sin platos.

—No hay nada que arreglar —admitió Sandra—. Ni siquiera creo que a ella le interese averiguar si podría haber algo. Además, empiezo a tener la impresión de que todo el mundo estaría más contento si yo me fuera.

—¡Ah, veo que has estado hablando con Anna! Se muere de celos. Lleva años enamoradísima de Cory. ¿No te habías dado cuenta? —Wilma buscó las llaves del coche y se colgó el bolso del hombro—. ¿Sabes una cosa? La primera vez que te vi pensé que eras demasiado espabilada para trabajar aquí. Pero cuanto más te conozco, mas pardilla me pareces. No eres capaz de ver lo que está pasando delante de tus narices.

—¿Cómo qué?

Wilma puso los ojos en blanco y se salió de la cocina, rezongando entre dientes y caminando a grandes pasos.

Sandra estaba tan nerviosa que tenía ganas de vomitar. Fue en su moto poco a poco hasta la casa de Cory, aparcó en la acera y se quedó contemplando la oscura fachada. Estuvo pensando en llamar al timbre, pero Cory le había dicho claramente que no sería bien recibida. Al cabo de unos minutos, se fue y regresó a la desierta habitación del motel.

Cory no apareció el domingo por el restaurante y Sandra pensó que el día transcurría con una desesperante lentitud. Estuvo pensando en telefonear a Nelda y J.J. para anular la visita, pero cambió de idea cuando salió a la cálida noche de abril. Estaría de vuelta en Dallas al cabo de una semana, y el trabajo volvería a dominar su vida. Quería disfrutar de otro fin de semana libre. Volvió al motel con tiempo para ducharse y preparar una bolsa de viaje. Cerca de la medianoche, se encaramó a la moto y salió hacia Rockport. Como no quería llegar a la casa al amanecer, Sandra fue hasta Port Aransas y tomó el trasbordador de madrugada. Aparcó en la playa y se sentó en la arena, junto a la moto.

El sonido de las olas consiguió relajar la tensión de su cuello y sus hombros, y la brisa marina se llevó su tristeza y su confusión. Estaba sentada, sin más, sin permitirse sentir otra cosa que no fuera el cálido aire de la noche, que la envolvía como una mano sanadora.

Junto con el primer atisbo de luz al este, llegaron los graznidos de las gaviotas. Las avefrías y los chorlitos corrían hacia la orilla del agua en busca de su desayuno. En el lejano horizonte se agitaban los barcos camaroneros.

Sandra se puso de pie y se desperezó, mirando como el sol teñía el cielo de color rosado. Al ver el centelleo de los primeros rayos sobre el agua, tomó una decisión. Haría que pusieran la escritura de la casa a nombre de Cory y se la dejaría en su despacho el domingo siguiente, antes de regresar a Dallas. Cuando Cory la encontrara, Sandra ya se habría marchado.

Sandra no quería pensar en cómo sería su vida sin Cory. Le molestaban los ojos por la falta de sueño y tenía todo el cuerpo dolorido. Se subió a la moto, aturdida por la pena. Se había enamorado de Carol a primera vista, pero no con la intensidad que revestía su amor por Cory. Sandra echó la cabeza para atrás y cerró los ojos para borrar la tristeza.

—Daría todo lo que tengo solo para oírla decir una vez que me quiere —susurró al oleaje del mar.