Capítulo 7
SANDRA estaba sentada en la cama, enroscándose y desenroscándose el anillo de oro que llevaba en el dedo y mirando cómo una bandada de gorriones invadía el comedero. Sus pensamientos eran demasiado ridículos para expresarlos con palabras. Margaret la haría internar si se enterara. ¿Y que pensaría Laura? Contempló el rostro de su mejor amiga, de rasgos suavizados por el sueño.
Recordó la pregunta que le había hecho Laura durante la noche anterior. Por un instante se abandonó a una fantasía. ¿Cómo sería despertarse junto a Laura cada mañana? Paseó la mirada por la austera habitación. Seguramente tendrían una vida tranquila, y además Sandra quería a Laura. «Como a una hermana», musitó para sí.
Laura sería una compañera cariñosa, pero Sandra necesitaba algo más. Quería una relación apasionada.
Pero antes de involucrarse en una relación, tenía que descubrirse a sí misma. Se sentía llena de impaciencia: quería respuestas. Nunca le había gustado hacerse preguntas sobre su intimidad, pero había una que llevaba arrastrando desde que tenía memoria. Tal vez había llegado el momento de conocer a la mujer que le había dado la vida y preguntarle por qué había abandonado a su hija.
—Sandra —murmuró Laura con una voz cargada de sueño—. Por si no te acuerdas, no me gusta nada madrugar. A ver: explícame por qué estas sentada en mitad de mi cama al romper el alba, resoplando como una corredora de maratón.
—¿Te he despertado? —bromeó Sandra. No la asustaban sus quejas: Laura era perro ladrador pero poco mordedor.
—No, mi hija. Siempre me despierto antes de salga el sol. Así tengo tiempo de darles de comer a las gallinas y de ordeñar las vacas.
Sandra se echó a reír.
—¡No sabrías ni por dónde agarrar a una vaca para ordeñarla!
—¡Ah! ¿Y tu sí?
Laura dejó de hacerse la dormida y apoyó la espalda en la cabecera de la cama.
—No, pero como lo que se ordeña son las vacas y no los toros, supongo que lo descubriría antes que tú.
Laura hizo una mueca.
—Si vas a ponerte grosera, yo me voy a la ducha. Y luego prepararé el desayuno.
—Tengo una idea mejor —dijo Sandra, empezando a ponerse nerviosa.
—¿Qué? —Laura puso cara de horror—. No, no. ¡No me digas que piensas hacer tú el desayuno!
Sandra le sacó la lengua.
—Vayamos a la ciudad. Te invito a desayunar y luego nos vamos de compras.
—¿De compras? ¿Tu? Pero si odias ir de compras….—exclamó Laura—. ¿No eras tú la que me hacia los deberes de mates de todo un semestre si una vez al año te iba a comprar unas camisas y unos vaqueros?
Sandra se levantó de la cama.
—No estaba pensando en ir a comprar ropa.
Laura frunció el ceño.
—¿Y qué es lo que quieres comprar?
—Prométeme que no te reirás.
—Vale, te lo prometo.
—Una moto.
Laura miró boquiabierta a Sandra durante varios segundos antes de responder:
—¿Hablas en serio?
Sandra sonrió e hizo un gesto de asentimiento.
—¿Vas a cumplir tu sueño?
Sandra volvió a asentir.
—Anoche, después de hablar contigo, estuve pensando en mi antigua ilusión de comprarme una moto y desaparecer en el horizonte —Se encogió de hombros—. Ya no pienso desaparecer en el horizonte, pero antes de volver al trabajo voy a tener bastante tiempo libre. Y creo que ha llegado el momento de pasarlo bien.
—¡Vas a cumplirlo de verdad! —chilló Laura, levantándose de un salto y abrazando a Sandra con fuerza— Joder, doña Perfecta… ¡llevaba veinte años esperando a que dejaras de ser tan responsable y te atrevieras a hacer alguna locura! ¡Sabía lo que se escondía en tu interior!
Sandra sonrió resignada cuando Laura la asió del brazo y se puso a bailar con ella por la habitación.
—Más o menos hace el mismo tiempo que yo no dejo que nadie me llame «doña Perfecta» —dijo Sandra.
—¡Vamos! —insistió Laura—. Olvidémonos del desayuno y salgamos a comprar la moto antes de que cambies de idea.
—¿No crees que antes deberíamos recopilar unos cuantos folletos? —repuso Sandra, menos animada que antes.
—¡Arrrrggg! —Laura la zarandeó por los hombros —Por una vez, doña Perfecta, déjate llevar por tu instinto y haz algo solo por el placer de hacerlo. Eres condenadamente rica. Si la dichosa moto se rompe, te compras otra y en paz.
Dejaron de bailar, y Sandra fue en busca de los zapatos para ponérselos.
—Muy bien, señorita Espontánea… Salgamos ya. Voy a comprarme la primera moto que vea y me guste — aseguró Sandra mientras se ponía la chaqueta. Se detuvo un momento para colocarse bien el cuello de la camisa y vio que Laura fruncía el ceño—. ¿Volvemos a llamarnos Sandra y Laura, como siempre? —preguntó, y se agachó para esquivar la almohada que acababa de tirarle Laura.
El octavo establecimiento que visitaban se llamaba Dee Taller y Venta de Motos». Laura había descubierto aquella tienda pequeña y sin pretensiones cuando iban por la autopista. Sandra y Laura entraron en la sala de exposición, que parecía pobre en comparación con las demás en las que habían estado. Sandra estaba a punto de proponer que fueran a otro sitio cuando vio la moto. Era roja y blanca, con abundantes y relucientes adornos cromados.
—¡La encontré! —exclamó con admiración.
Laura se volvió para ver lo que señalaba Sandra.
—¿No es un poco grande?
En ese momento se les acercó una mujer alta y fibrosa, de pelo corto y oscuro.
—Buenos días. Soy Dee Salazar —dijo, dedicándoles lo que Sandra ya había aprendido a reconocer como la sonrisa típica del vendedor de motos—. ¿Qué deseáis ver— preguntó, lanzando una mirada que recorrió a Sandra de arriba abajo.
—¿Es usted la dueña? —preguntó Sandra, leyendo el cartel de la pared del fondo.
Dee asintió con un gesto orgulloso.
—A mi amiga le interesa la moto roja y blanca de allí — intervino Laura.
—Buena elección. Es una Honda Valquiria del 97. Acompañadme, echadle un vistazo.
Al conducirlas hacia la moto, la mano de Dee rozó fugazmente el brazo de Laura. Sandra vio el gesto y reprimió una sonrisa cuando Dee comenzó con su discurso.
—Está como nueva. Tiene seis cilindros, seis carburadores y refrigeración liquida. Si piensa hacer alguna excursión por la vecindad, agradecerá el accionamiento silencioso y el sistema de escape afinado. Además, tiene una transmisión de cinco velocidades con sobremarcha, embrague hidráulico sin mantenimiento, encendido electrónico, horquilla invertida de 45 milímetros, dobles amortiguadores traseros ajustables, neumáticos de sección radial ancha y frenos de triple disco, y la conducción es comodísima.
Sandra caminó alrededor de la moto, sin hacer caso de las especificaciones técnicas que iba detallando Dee. Se acababa de enamorar. Le daban igual los carburadores y las prestaciones. Ni siquiera miró la etiqueta con el precio que intentó enseñarle Dee. Se estaba imaginando ya como se sentiría cuando saliera a la carretera montada en aquella preciosidad. Dee y Laura estaban hablando, pero Sandra no las escuchaba. Escoger el Jaguar le había llevado seis meses. Consultó decenas de folletos y visitó tres concesionarios distintos antes de comprarlo. Y en cambio, este día, su corazón ya había decidido comprar la Honda.
—Me la quedo —dijo Sandra, cortando a una asombrada Dee en mitad de la frase.
—¡Ah! ¡Genial! —balbuceó Dee—. ¿Querrás dar un paseo de prueba, antes de decidirte?
Sandra negó con la cabeza.
—No se conducirla, y además no tengo el carné de moto.
Dee se rascó pensativamente la barbilla y se pasó una mano por el pelo.
—Tal vez deberías empezar con otra más pequeña y ligera. Tenemos una…
—Quiero esta —volvió a cortarla Sandra.
—¿Tu sí conduces motos? —preguntó Dee a Laura.
—No. La cosa más parecida que he montado tenía cuatro patas y riendas y se paraba a la voz de ¡soo!… —aseguró Laura.
Sandra pensó que había algo que Dee no veía claro.
—¿Hay algún problema? —preguntó.
—Bueno —empezó a decir Dee, levantando la vista en el momento en que se abría la puerta de la tienda y entraba una mujer bajita y delgada que la saludo con un gesto. Dee le devolvió el saludo—.
Es la mecánica explicó-También tenemos taller de reparaciones.
Sandra se dio cuenta de que Dee estaba evadiendo la respuesta.
—¿Qué pasa con la moto? —insistió.
—Es un poco complicado de explicar —Dee si llevó la mano al bolsillo de la cazadora y sacó unos caramelitos— Estoy dejando de fumar —explicó, ofreciéndoles un caramelo. Mientras los desenvolvían, Dee continuó — En los últimos años, el Departamento de Tráfico ha empezado a regular más estrictamente la conducción de motocicletas. Para algunos, son demasiado peligrosas, y la verdad —miró directamente a Sandra—, si no se conducen con cuidado y llevando el equipo adecuado, pueden serlo realmente. —Dio unos pasos por la sala de exposición—. En mi tienda nos tomamos muy en serio la seguridad de nuestros clientes. Así que antes de comprarse esta Honda, creo que debería aprender a conducir con otro modelo más pequeño y fácil de manejar.
—Ya he visitado ocho comercios y nadie me ha dicho qué modelo debía comprar —replicó Sandra, que no entendía por qué aquella mujer ponía en peligro una venta segura.
Dee respiró hondo y enderezó los hombros.
—Es una cuestión de conciencia. Si te vendo esta moto sabiendo que no es la más adecuada para ti y te matas, cargaré toda la vida con esa culpa. Si quieres un trasto como éste —golpeó la moto con unas palmaditas—, tendrás que ir a otro sitio, porque yo no te lo voy a vender.
Sandra se la quedó mirando asombrada.
—¿Vas a dejar escapar una venta por —miró el cartelito con el precio y soltó un silbido— este importe por una cuestión de principios?
—Sí. Aunque me duela, la dejaré escapar —contestó Dee, chascando el caramelo con las muelas.
Sandra paseó la mirada por la pequeña sala de exposiciones.
—Con esta política comercial, creo que nunca ampliarás el negocio.
Dee puso cara de ofendida.
—Quizá no, pero al menos por las mañanas podré mirarme al espejo sin sentir vergüenza. Adiós, chicas.
Les estrechó la mano y se dirigió hacia el mostrador. Sandra consternada, echó otra ojeada a la preciosa moto. Laura tiró de ella tomándola del brazo.
—¡Reacciona! Esta es la que quieres, ¿no? ¡Haz algo espontáneo, doña Perfecta!
—Dee, ¡enséñame a conducirla! —exclamó Sandra, mirando a la vendedora.
Dee se detuvo y se dio la vuelta, moviendo la cabeza negativamente.
—Lo siento, esta moto es demasiado grande para una principiante.
—Digas lo que digas, pienso comprarla. Te doy dos semanas para que me enseñes a conducir antes de venderme esta moto.
Dee se les acercó otra vez, frunciendo el ceño.
—Puedes comprarte una moto parecida en un montón de sitios de la ciudad. ¿Por qué te empeñas en quedarte con esta?
—Esta es la que quiero —insistió Sandra.
Dee alzo las cejas y esbozo una sonrisa pícara.
—¿Y estas acostumbrada a conseguir todo lo que quieres?
Sandra lanzó una mirada a la moto y se encogió de hombros antes de volverse otra vez hacia Dee.
—Creo que hasta este momento no había querido nada con tanta intensidad.
Las dos se miraron a los ojos durante un largo minuto mientras Sandra casi suspendía la respiración.
Quería aquella moto. Dee tenía que vendérsela.
—Mira, podemos hacer esto —dijo Dee finalmente— Te enseñaré a conducir. Tenemos otras motos más pequeñas, de segunda mano, perfectas para empezar. Te haré una lista del material que necesitas: un casco, unas coderas, etc. Encárgate tú misma de comprarlo. Te daré el nombre de una tienda muy buena.
Sandra observó el local de Dee, preguntándose porque no vendían material de seguridad.
Como si hubiera captado sus pensamientos, Dee empezó a explicárselo.
—No vengo accesorios para motoristas. Sale demasiado caro tener todas las tallas. Prefiero especializarme así que solo vendo accesorios para las motos. —Dee hizo un gesto con la mano, dando por zanjada la digresión—. En cualquier caso, volviendo a lo nuestro —dijo—. Te enseñaré todo lo que se pueda enseñar en dos semanas. Detrás de la tienda hay un aparcamiento en el que podrás practicar. Tendrás que seguir entrenando por tu cuenta en tus ratos libres, pero ya te prestaré yo una moto. Y si luego te sacas el carné y me convences de que eres capaz de manejar una moto grande como esta, te la venderé.
—¿Y si no te convenzo? —preguntó Sandra.
—Entonces tendrás que ir a otro sitio —contesto Dee, moviendo la cabeza.
—¿Cómo arreglamos el pago de las clases?
Estaba saliendo a la luz la mujer de negocios que Sandra llevaba dentro. No quería dejar ningún cabo suelto que pudiera hacerle perder aquella moto. De volvió a sacar el paquete de caramelos y le ofreció uno.
—Después de las dos semanas, te daré el nombre de una organización de beneficencia para que dones la cantidad que te parezca adecuada según lo que hayas aprendido.
—¿Cuándo empezamos? —preguntó Sandra, tendiéndole la mano.
—En cuanto tenga el material de seguridad.
—Venga esa lista… —dijo Laura, que casi daba saltos de alegría.
Sandra y Laura encontraron todo el material en la tienda que les había recomendado Dee. Sandra llevó a Laura a casa en su coche, con el asiento trasero lleno de bolsas.
—Quédate conmigo estas dos semanas —propuso Laura, tras salir del Jaguar y asomarse a la ventanilla— Te queda más cerca de las clases, y además, tengo un presentimiento… —Se interrumpió y desvió la mirada.
—¿Sobre qué? —preguntó Sandra. Al ver la expresión de Laura, continuó con voz quejosa—: No habrás soñado con ninguna desgracia, ¿verdad?
—No. No es que este preocupada por si te mueres o algo así, pero si tengo la impresión de que las cosas van a cambiar —Sostuvo la mirada de Sandra—. Creo que no volverás a necesitarme de la forma en que me necesitabas en el pasado.
Sandra apagó el motor y salió del coche. Laura rodeó el vehículo y se colocó a su lado.
—Eres la mejor amiga que he tenido nunca— dijo Sandra, tomando las manos de Laura— Siempre te necesitaré.
Laura la estrechó con fuerza entre sus brazos, antes de apartarse un poco para besarla. Pero en lugar darle el beso amistoso que esperaba Sandra, posó los labios en los suyos y avanzó tentativamente.
Sandra volvió a abrazarla y el beso se prolongó. Después deshicieron el abrazo y se quedaron mirándose interrogativamente. Súbitamente, las dos rompieron a reír. Laura tendió la mano a Sandra y esta se la estrechó alegremente.
—Estamos condenadas a la amistad eterna —dijo Laura.
—¡Es mi sino! —suspiró Sandra con fingida seriedad— Siempre la amiga, nunca la amante…
—No exageres, doña Perfecta. Que mi beso no te ha dejado tan arrebatada…
—Cierto —admitió Sandra, encogiéndose de hombros.
—Bueno, ¿te quedas o no? —preguntó Laura.
—Hoy iré a casa para recoger algo de ropa y avisar a Margaret de dónde voy a estar, pero volveré mañana por la noche.
—Prepararé algo riquísimo y sano para la cena. ¡Tienes que estar en plena forma! —gritó Laura, mientras Sandra volvía a entrar en el Jaguar y ponía en marcha el motor.