Capítulo 17
PASABA de la medianoche. Las dos estaban acostadas en la cama de Cory, sin poder dormir.
—Tenemos que tomar muchas decisiones —dijo Sandra, acurrucándose entre los brazos de Cory.
—No podía dormir pensando en todo esto. —Cory titubeó—. Sandra, no quiero vender Peepers.
—Nunca te pediría que lo hicieras. ¿Qué te parece si abro una delegación de mi empresa aquí? Puedo dejar a Allison a cargo de la central de Dallas. Puede llevarlo todo tan bien como yo.
—¿Funcionará?
Sandra sonrió al percibir la emoción que dejaba traslucir la voz de Cory.
—Creo que sí. Quiero volver a proyectar edificios.
Se desplazó hasta el borde de la cama y encendió la luz.
—¿Qué haces? —pregunto Cory, parpadeando por el repentino resplandor.
Sandra salió de la cama y camino desnuda hasta la silla en la que había dejado su mochila. Sacó el sobre del servicio de mensajería urgente y volvió a acostarse. Cuando volvían de Rockport, le había pedido a Cory que se detuviera un momento en el motel, con la excusa recoger algo de ropa. Se sentó y aferró el sobre con fuerza, súbitamente asustada.
—¿Qué es eso?
—Te he comprado una cosa. Cuando lo hice me pareció una buena idea, pero ahora no sé qué pensar.
No te enfades conmigo, ¿eh?
Cory se sentó en la cama.
—¡Que tonta eres! ¿Por qué me iba enfadar de que me compres una cosa?
—Lo hice porque te amo, nada más. No soportaba verte sufrir. Pensaba dejar el sobre en tu despacho el domingo, antes de irme.
Sandra interrumpió sus explicaciones y, de mala gana, le pasó el sobre. Cory acarició el sobre con la mano, sin abrirlo.
—Sandra, si es lo que me imagino que es, no puedo aceptarlo.
Sandra notó la presencia fría del pavor en la boca del estómago. Se sentó sobre las rodillas.
—¿Por qué no?
—Porque no podré devolverte el favor. Y no quiero que pienses nunca que estoy contigo por tu dinero.
—Calla, Cory. Por favor, no digas eso. Estuve ocho años con una mujer que solo seguía conmigo por eso. Créeme si te digo que se reconocer si lo que anda buscando una persona es el dinero. Las dos sabemos que se siente.
Cory la miró atónita.
—¿Quién te lo ha contado?
—Me lo dijo J.J., e hizo bien, porque me ayudó a entenderte mejor. Ahora, por favor, intenta entenderme tu a mí. Desde que tenía treinta y pocos años, he tenido tanto dinero como para no saber qué hacer con él, pero nunca había experimentado la clase de amor que siento por ti. Déjame que te haga este regalo —suplicó Sandra, señalando el sobre.
Cory pestañeó para evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas.
—No sé qué decir.
—Dime que me dejaras los planos para que pueda reformar tu casa.
Cory se quedó un largo momento en silencio, antes de tomar la mano de Sandra.
—¿Podemos plantar un manzano en el jardín?
Sandra la atrajo hacia sí y la besó.
—Cariño, plantaremos un huerto entero de manzanos si eso es lo que quieres.
La primera semana que pasó Sandra de vuelta en la oficina de Dallas consistió en una turbulenta sucesión de acontecimientos. El anuncio de que pensaba abrir una delegación en San Antonio y dejar a Allison a cargo de la central de Dallas fue una verdadera sorpresa para todo el mundo menos para Allison, con la que Sandra ya había hablado previamente.
Margaret aceptó la noticia mucho mejor de lo que Sandra había imaginado y estuvo de acuerdo en trasladarse a San Antonio y seguir trabajando para ella. Después comunicó tímidamente a Sandra que Minnie se trasladaría también, y le sugirió la posibilidad de que contratara a esta como magnífica jardinera. A Sandra le pareció bien la propuesta porque, con las doce hectáreas de jardín, estaba claro que necesitaría a alguien. Sandra se burló implacablemente de Margaret hasta que esta la amenazó con cocinar solo guiso de atún durante una semana. Sandra dejó de reírse de inmediato.
Sandra decidió ir a ver a Carol el jueves por la noche. Quedaron en un restaurante del centro. Carol se pasó toda la cena hablando de la inminente boda de su padre con Miriam Bell. El marido de Miriam había muerto diez años antes y le había dejado una herencia valorada en unos tres millones de dólares. Carol estaba segura de que su padre y Miriam harían muy buena pareja.
Sandra sonrió mientras pagaba la cuenta, pensando que Carol nunca cambiaría. Le pasó un sobre que contenía la escritura del apartamento.
—A ti siempre te gustó la casa más que a mí, así que puedes quedártela.
—¿Por qué te portas tan bien conmigo? —preguntó Carol, lanzando una ojeada al interior del sobre.
Sandra se encogió de hombros.
—Supongo que quiero que seas tan feliz como lo soy yo,
—Podrías vivir conmigo en la casa —propuso Carol con una sonrisita.
Sandra movió negativamente la cabeza, se puso de pie y besó a Carol en la mejilla, deseándole que todo le fuera bien en la vida. Carol no le preguntó en ningún momento como estaba o como le había ido en los dos meses anteriores, y Sandra no se molestó en informarla.
El viernes, Sandra empaquetó sus efectos personales y los envió a San Antonio. Dejó los muebles para Carol, Margaret se quedaría en casa de Minnie hasta que las obras de San Antonio estuvieran terminadas y Cory y Sandra pudieran trasladarse a la casa. Sandra cerró por última vez la puerta del apartamento. Mientras daba la vuelta a la llave, sonrió. Bajó en el ascensor, se subió a la moto y se dirigió al aeropuerto para buscar a Cory.
Llegaron a la casa de Laura poco antes de las cinco. Laura las recibió sonriente en la puerta.
—No me puedo creer que por fin vayas a presentarme a alguien —bromeó, estrechando a Sandra con cariño.
Sandra las presentó y Laura saludó a Cory con un abrazo.
—Seguro que eres una persona muy especial para ella —dijo, observando a Cory con atención.
—Eso espero —dijo Cory, lanzando una mirada de complicidad a Sandra.
—Pasad. La cena estará lista enseguida.
—Sandra me ha dicho que eres una cocinera magnífica —dijo Cory, mientras se dirigían a la cocina.
—Solo viene a verme cuando tiene hambre, por eso opina así.
Sandra vio que la mesa estaba puesta para cuatro.
—¿Quién más viene?
—Alguien con quien estoy saliendo. Espero que no os importe.
—¿Por fin has encontrado a tu príncipe azul? —dijo Sandra, con una sonrisa radiante—. ¿Por qué no me lo habías contado?
—Sucedió bastante rápido, y quería estar segura antes de contártelo —dijo Laura, sacando una bandeja de rosquillas del horno—. En realidad, tal vez debería haber… —El motor de una moto sonó en el camino de entrada.
—¿Un motero? —preguntó Sandra, alzando las cejas.
—Sandra… —dijo Laura, y empezó a pestañear.
—Ya me callo. Estaba bromeando.
En ese momento se abrió la puerta de la calle y sonaron unos pasos en el vestíbulo.
—¡Vaya! —bromeó Sandra, mirando a Cory—. Entra directamente. Ya habéis superado la fase de llamar al timbre, ¿no?
—No te metas con ella —la riñó Cory.
—Hola, chicas.
Sandra se volvió y se quedó mirando asombrada a la visita. En la cocina se hizo un silencio mortal.
—¿He llegado en mal momento? —pregunto Dee.
—¡Dee! —consiguió articular Sandra—. ¿Dee es tu príncipe azul? —Sin poder evitarlo, había gritado.
—Princesa, si no te importa —contestó Dee con una sonrisa—. Por lo que veo, aún no la habías puesto al corriente —dijo, entrando en la cocina y dando un beso a Laura.
Sandra sintió todo un torbellino de emociones. No había visto a Dee desde la noche loca que habían pasado juntas. Además, estaba el hecho de que la propia Dee le había confesado su incapacidad para la monogamia. Sandra pensó que debería advertir a Laura. Si no hacía nada y su amiga terminaba pasándolo mal, la culpa sería suya.
—¿Así que ya no eres hetero? —preguntó Sandra.
—Tú siempre has dicho que si aparece la persona adecuada, cualquier persona puede cambiar su orientación —le recordó Laura.
Sandra se pasó una mano por la cara.
—Dee, no lo hagas —suplicó.
—Ya sé que estás pensando —dijo Dee, alzando las manos—, pero nos hemos comprometido. —
Miró a Laura, y Sandra observó que la mirada que intercambiaban las dos era de amor.
Se sintió culpable. ¿Qué ocurriría si Laura o Cory se enteraban de que había pasado una noche con Dee? Paseó una mirada culpable de Dee a Cory y de Cory a Laura.
—Ya se lo que estás pensando —empezó a decir Laura—, y estoy al tanto —la tranquilizó.
—¿Cómo sabias lo que estaba pensando? —preguntó Dee, sorprendida.
—Cuando la conozcas desde hace tantos años como yo, sabrás lo que piensa antes de que ella misma empiece a pensarlo. Es transparente.
—Bueno, ¿y en que está pensando? —preguntó Cory, mirando con las cejas alzadas a Sandra, que se sonrojó de repente e hizo que todas se echaran a reír.
—La cena se enfría, así que será mejor hablar de todo esto más tarde —dijo Laura.
Sandra le dedicó una mirada agradecida. Pensaba contarle a Cory su historia con Dee, pero prefería hacerlo en privado.
Después de la cena, Cory y Dee insistieron en fregar los platos. Mientras tanto, Sandra y Laura salieron a pasear hasta el recinto de los caballos.
—¿Estas enfadada conmigo? —preguntó Laura, apoyándose contra la valla.
—Sorprendida y quizá un poco preocupada, pero enfadada, no. Quiero que seas feliz. Lo que pasa es que… —Se interrumpió, sin saber muy bien cómo expresar sus dudas.
—Estás preocupada por si Dee está conmigo unos días y luego me abandona —dijo Laura.
—Cuando la conocí, no le interesaba la monogamia.
Laura se volvió para mirar los caballos.
—¿Tú tienes previsto seguir con Cory durante lo que te queda de vida?
Sandra, sorprendida de que se lo preguntara, contestó con rotundidad.
—Amo a Cory y me esforzare al máximo para que la relación perdure. Quiero hacerme vieja a su lado.
—Y aun así, hiciste el amor con Dee con la intención de que no fuera más que un rollo de una noche.
—Uno de los caballos se incorporó y Laura le acarició el cuello—. Si yo hubiera mostrado algún interés ese día que nos besamos en el jardín, ¿te habrías acostado conmigo?
—Seguramente —contestó Sandra con sinceridad, un poco desconcertada por los derroteros que estaba tomando la conversación.
—Entonces, es posible tener una relación sexual ocasional con una persona y en cambio ser capaz de sentar la cabeza con otra de la que te has enamorado, ¿no?
Sandra tuvo que ceder. Laura no necesitaba que la protegiera.
—No sé por qué me preocupo tanto por ti —dijo Sandra, rodeando a Laura con sus brazos y estrechándola contra su cuerpo.
—Porque hasta hace unas semanas yo era lo único sensato en tu vida, y porque nunca te he dado guiso de atún.
—Me rindo. Nunca cambiarás. —Le dio la mano a Laura y empezaron a caminar hasta la casa—. A ver, cuéntame —dijo de repente Sandra, con afectada seriedad—, cuando viene a verte Dee, ¿se trae sus juguetes?
Laura se puso colorada como un tomate, y Sandra soltó una carcajada. Laura agarró la manguera y Sandra echó a correr. Cuando casi había llegado a la puerta, el chorro de agua la golpeó de lleno.
Por la noche, las cuatro mujeres estaban sentadas en el porche, rodeadas por los sonidos de los grillos. Laura y Dee estaban en el balancín, y Cory y Sandra, en sillas de paja. Cada pareja contó su historia de los últimos dos meses y habló de sus ilusiones de futuro. En la suave oscuridad, Cory alargó el brazo y tomó la mano de Sandra. En ese momento, Sandra comprendió cual era realmente su fortuna.
Fin