La catástrofe
Me quedé solo. Mi situación era insoportable: había sido rechazado, pero el tío parecía querer casarme a la fuerza. Perplejo, me enredaba en cavilaciones. La propuesta de Mizínchikov no se me borraba de la mente. ¡A toda costa había que salvar al tío! Se me llegó a ocurrir ir en busca de Mizínchikov y contárselo todo. Pero ¿adónde había ido el tío? Él mismo me había dicho que en busca de Nasteñka y, sin embargo, había torcido hacia el jardín. Fugazmente, recordé lo de las citas secretas y un sentimiento desagradable me oprimió el corazón. Me acordé de lo que había dicho Mizínchikov sobre una relación clandestina… Reflexioné un instante y aparté indignado todas mis sospechas. El tío no sabía engañar, era evidente. Mi inquietud aumentaba minuto a minuto. Inconsciente de mis actos, bajé la escalinata y me interné en las profundidades del jardín, siguiendo la misma avenida por la que había desaparecido el tío. Despuntaba la luna. Conocía ese jardín como la palma de mi mano y no temía perderme. Al llegar al viejo cenador solitario, a orillas del viejo estanque cubierto de limo, me detuve en seco, paralizado; me pareció oír voces en el cenador. No sabría describir el extraño fastidio que se apoderó de mí. Estaba seguro de que eran Nasteñka y el tío, pero seguí acercándome, acallando mi conciencia con la idea de que, si no apresuraba el paso, mi propósito no podía parecer el de espiarlos. De pronto se oyó claramente el sonido de un beso, luego un intercambio animado de palabras e inmediatamente después un grito estridente de mujer. En ese instante, una mujer de blanco salió corriendo del cenador y pasó a mi lado como una golondrina. Me pareció que, para no ser reconocida, se tapaba el rostro con las manos; muy probablemente, desde el cenador me habían visto. ¡Pero cuál no sería mi asombro al reconocer en el caballero que siguió a la asustada dama a Obnoskin, el mismo Obnoskin que, según Mizínchikov, se había marchado horas antes! Obnoskin, por su parte, al verme, cayó en la confusión: toda su arrogancia se había esfumado.
—Perdóneme, pero… no esperaba verlo por aquí —tartamudeó sonriendo.
—Tampoco yo lo esperaba —respondí burlón— y tanto menos puesto que me dijeron que se había marchado.
—No… eh… fui… a acompañar a mi madre a un lugar próximo. ¿Puedo hablarle como al hombre más noble del mundo?
—¿De qué?
—Sucede a veces, y estará de acuerdo, que un hombre realmente noble se ve obligado a recurrir a toda la nobleza de otro hombre realmente noble… Confío en que usted me comprenda…
—No confíe: no comprendo nada de nada.
—¿Ha visto a la dama que estaba conmigo en el cenador?
—La vi pero no la reconocí.
—¡Ah, no la reconoció!… Esa dama será dentro de poco mi esposa.
—Lo felicito. ¿En qué puedo ayudarlo?
—En una sola cosa: mantener en el más profundo secreto que me ha visto en compañía de esa dama.
«¿Quién puede ser?… —Me dije—. ¿No sería?…».
—Realmente no lo sé —respondí a Obnoskin—. Me perdonará que no pueda prometérselo…
—¡Por Dios, hágame ese favor! —Suplicaba Obnoskin—. Piense en mi situación: se trata de un secreto. También usted podría estar prometido, entonces yo, por mi parte…
—¡Shh! ¡Alguien viene!
—¿Por dónde?
En efecto, a unos treinta pasos de nosotros pasó, apenas visible, la sombra de un hombre.
—¡Es… seguramente, es Fomá Fomich! —susurró Obnoskin temblando—. Lo reconozco por su modo de andar. ¡Dios mío! ¡Se oyen pasos también del otro lado! ¿Los oye? ¡Adiós! Muy agradecido y… le suplico…
Obnoskin desapareció. Un minuto después apareció ante mí el tío, como surgido de la tierra.
—¿Eres tú? —preguntó casi gritando—. ¡Todo está perdido, Serguéi! ¡Todo está perdido!
Me di cuenta de que le temblaba el cuerpo.
—¿Qué se ha perdido, tío?
—¡Vámonos! —dijo ahogándose; me agarró con fuerza del brazo y me arrastró tras de sí. Durante todo el trayecto hasta «el ala nueva» guardó silencio y tampoco me dejó hablar a mí. Yo esperaba algo casi sobrenatural y no me engañé. Cuando entramos en la habitación se sintió mareado, se puso pálido como un muerto. Inmediatamente le rocié la cara con agua. «Algo muy terrible ha de haber ocurrido —pensé— para que un hombre así se desmaye».
—¿Qué le ocurre, tío? —pregunté finalmente.
—¡Todo perdido, Serguéi! Fomá me sorprendió en el jardín con Nasteñka justo cuando la besaba.
—¡La besaba! ¡En el jardín! —exclamé mirándolo atónito.
—En el jardín, muchacho. Me tentó el diablo. Fui para verla, quería decirle, convencerla… sobre ti. Llevaba esperándome casi una hora en el banco roto al otro lado del estanque… Acude allí con frecuencia cuando necesita hablarme.
—¿Con frecuencia, tío?
—Con frecuencia, amigo. Últimamente nos veíamos casi todas las noches. Seguro que nos espiaban, sé que nos espiaban y sé que fue Anna Nilovna quien lo tejió todo. Por un tiempo dejamos de vernos, unos cuatro días, pero hoy de nuevo fue necesario. Tú mismo te diste cuenta de lo necesario que era; de otra manera, ¿cómo habría podido hablarle? Llegué con la esperanza de verla y ella llevaba una hora esperándome, también ella quería decirme algo…
—¡Dios mío, qué imprudencia! ¡Usted debía saber que los vigilaban!
—Sí, Serguéi, pero se trataba de una situación crítica; debíamos decirnos muchas cosas. De día no me atrevo a mirarla; ella fija la vista en un rincón y yo, adrede, miro en otra dirección, como si ella no existiera. Pero de noche nos reunimos y hablamos de nuestras cosas…
—Bueno, ¿y qué pasó, querido tío?
—Ni tiempo tuve de decir dos palabras cuando sentí que mi corazón empezaba a palpitar, se empañaron de lágrimas mis ojos y empecé a convencerla de que se casase contigo, y ella: «Usted seguramente no me quiere, debe de estar ciego», y de pronto se me lanza al cuello, me rodea con sus brazos y se echa a llorar, a sollozar… «Usted —me dice—, es el único al que amo y no me casaré con nadie más. Siempre lo he amado, pero tampoco me casaré con usted, mañana mismo me interno en un convento».
—¡Dios! ¿Realmente dijo eso? ¿Qué más, qué más?
—Miro y… ¡veo a Fomá ante nosotros! ¿De dónde habría salido? ¡No es imposible que se escondiera tras un arbusto esperando su ocasión!
—¡Canalla!
—Me dio un vuelco el corazón, Nasteñka echó a correr y Fomá Fomich pasó por delante, sin decir nada, pero me amenazó con un dedo, ¿te imaginas, Serguéi, el escándalo de mañana?
—¡Cómo no me lo voy a imaginar!
—¿Comprendes, acaso —gritó desesperado, poniéndose de pie de un salto—, que ellos querrán perderla, mancillarla, deshonrarla? ¡Buscaban un pretexto para culparla de una ignominia y echarla a la calle, y ahora ya lo tienen! ¡Ya decían que mantenía relaciones pecaminosas conmigo! ¡Ellos, los muy canallas, decían que se entendía también con Vidopliásov! Todo eso lo empezó Anna Nilovna. ¿Qué pasará ahora? ¿Qué pasará mañana? ¿Será posible que Fomá lo cuente?
—Lo contará, no le quepa duda.
—Si lo cuenta, si solamente se atreve a contarlo… —murmuró mordiéndose el labio y apretando los puños—, ¡pero no, no lo creo! No dirá nada, Fomá comprenderá… ¡es un hombre de altísima moral! Tendrá piedad de ella…
—Tenga o no piedad —dije yo con decisión—, su obligación, tío, en todo caso, es pedir mañana mismo la mano de Nastasia Yevgrafovna.
El tío me miraba fijamente.
—Vea, tío, que si la historia se divulga, usted habrá sido la causa de la deshonra de la joven. ¿Puede ser que no entienda que debe prevenir el mal lo antes posible, que debe mirar a todos con valor y orgullo directamente a los ojos, pedir su mano en voz alta, despreciar sus razones y pulverizar a Fomá si se atreve a decir algo contra ella?
—¡Amigo mío! —exclamó mi tío—, pensaba en todo eso cuando venía hacia aquí.
—¿Y cuál fue su decisión?
—¡La de siempre! ¡La tenía decidida antes de contártela!
—¡Bravo, querido tío!
Me acerqué y le di un fuerte abrazo.
Hablamos mucho tiempo, le hice ver todas las razones, la ineludible necesidad de casarse con Nasteñka, lo que él, dicho sea de paso, sabía mucho mejor que yo. No podía detener ya mi elocuencia. Estaba eufórico por mi tío. Largo tiempo estuve incitándolo, de lo contrario nunca se habría decidido a defenderse. Él veneraba el deber, la obligación. No obstante, no acababa de imaginar cómo se resolvería la situación. Sabía y creía ciegamente que el tío jamás renunciaría a lo que consideraba una obligación; sin embargo, desconfiaba de que tuviese fuerzas suficientes para oponerse a sus familiares. Por ello procuraba incitarlo, orientarlo, con todo el ardor de mi juventud.
—Tanto más, tanto más —le decía— que ahora ya está todo decidido y sus últimas dudas ya no existen. Ha sucedido algo que usted no esperaba, aunque todos ya lo veían y lo sabían: ¡Nastasia Yevgrafovna lo ama! ¿Permitirá usted —gritaba yo— que ese amor tan puro se convierta en vergüenza e ignominia?
—¡Jamás! ¿Pero, será posible, amigo mío, que sea por fin feliz algún día? —exclamó el tío dándome un abrazo—, ¿cómo ha podido enamorarse de mí? ¿Por qué? ¿Por qué? Nada tengo de particular… Comparado con ella soy un viejo, no me lo esperaba… ¡Ángel mío, ángel!… Hace poco, Serguéi, me preguntaste si estaba enamorado de ella, ¿sospechabas algo?
—Sólo veía, tiíto, que usted la amaba como es imposible amar más, y la amaba sin saberlo. Fíjese. Me hace venir y quiere casarla conmigo con el único fin de hacerla sobrina suya y tenerla siempre a su lado…
—Y tú, Serguéi, ¿me perdonas?
—¡Eh, querido tío!…
Y me abrazó de nuevo.
—Sea muy precavido, querido tío, todos están contra usted; debe rebelarse y oponerse a todos, ¡mañana mismo!
—Sí… sí, mañana… —repitió algo pensativo— y, ¿sabes?, actuaremos con valor, nobleza y fuerza de ánimo… ¡precisamente con fuerza de ánimo!
—¡No se arredre, querido tío!
—¡Nunca, Serguéi! Pero no sé cómo empezar, cómo iniciar el tema.
—No piense en eso. El día de mañana lo decidirá todo. Serénese ahora. Cuanto más piense, peor, y si Fomá dice algo, échelo en el acto de la casa y redúzcalo a cenizas.
—¿Y no podríamos evitar echarlo? Querido amigo, he decidido ir a verlo mañana muy temprano, no bien amanezca, se lo contaré todo, como hice contigo: es imposible que no me comprenda: es muy noble, el más noble de los hombres. Lo que me preocuparía es que mi madre anticipara hoy a Tatiana Ivánovna la propuesta de mañana. ¡Eso sería terrible!
—No se preocupe de Tatiana Ivánovna, tiíto.
Y le conté la escena del cenador con Obnoskin. El tío no salía de su asombro. Nada le dije de Mizínchikov.
—¡Es un personaje fantasmagórico! ¡Fantasmagórico de verdad! —exclamó—. ¡Pobrecilla! ¡La asedian valiéndose de su sencillez! ¿Cómo es posible que fuera Obnoskin? ¿Acaso no se había marchado?… ¡Qué extraño, terriblemente extraño! ¡No sé qué pensar, Serguéi!… Mañana habrá que investigar y tomar medidas… Pero ¿estás convencido de que era Tatiana Ivánovna?
Le dije que no le había visto la cara, pero que por ciertas razones no dudaba de que era ella.
—¡Hum!, ¿no será una intriga con alguien de la servidumbre que tú tomaste por Tatiana Ivánovna? ¿No sería Dasha, la hija del jardinero? Una chiquilla artera, descarada. Anna Nilovna la tenía fichada y la espiaba… ¡Pero no! Él piensa casarse. ¡Qué extraño, muy extraño!
Por fin nos separamos. Abracé y bendije a mi tío.
—¡Mañana, mañana —repetía él— se decidirá todo, antes de que te levantes estará decidido! Veré a Fomá y me portaré con él como un caballero, le contaré todo como a un hermano, le descubriré los más ocultos resquicios de mi alma. Adiós, Serguéi. Acuéstate, estás cansado; seguramente yo no dormiré en toda la noche.
Se fue. Extenuado, me acosté sin tardanza. Había sido un día difícil. Tenía los nervios destrozados y antes de conciliar el sueño me sobresalté varias veces, inquieto. Sin embargo, por extrañas que fueran mis impresiones antes de dormirme, nada eran en comparación con el original despertar del día siguiente.