“La barbarie es unánime.

Es el régimen de terror por las dos partes.

España está asustada de sí misma, horrorizada”.

(Miguel de Unamuno)

 

 

33.      

 

F

ernanda también sabe mucho de tristeza, siempre va vestida de negro, hasta los pañuelos de los mocos los tiene negros y algunas tardes se le escapan unas lágrimas cuando nos mira mientras jugamos. Se acuerda de sus bebés que están en el limbo.

Ahora su cuñado vive con ellos pero es un señor muy raro, no sale nunca a la calle, pero sabemos que está porque los oímos hablar desde fuera. Se llama Ramón y ha venido de Segorbe.

Mi padre se ha hecho amigo suyo y alguna noche vamos a cenar a Casa del señor Félix con su familia. Mi madre lleva algo de comida que nadie tiene tanto como para invitar a los vecinos. Después de cenar sostienen largas conversaciones sobre Segorbe y pocas veces sobre cosas de curas que la señora Fernanda se pone muy nerviosa con ese tema. A los niños nos acuestan a dormir en el cuarto de al lado y sólo se queda con los mayores Pedro que ya casi es un hombre, dicen.

El señor Ramón no se parece nada a su hermano Félix. A quien se parece de verdad es al señor José con su cabeza toda calva y su panza redonda. Es alto y tiene la piel blanca y sin ninguna arruga aunque dice que es mayor que Félix parece mucho más joven.

Le ha tocado salir de Segorbe porque allí están fusilando y dando el paseo a mucha gente. Dice que todos sus hermanos se han tenido que ir a esconder porque al que pillan lo matan o lo torturan.

Yo espero que no vengan todos a casa de su hermano Félix o no tendrá sitio para todos. ¿Cuántos hermanos tendrá?

Dice Ramón que la comida escasea y que los soldados se han quedado con todos los bienes de la iglesia, ocupando todos sus edificios.

La milicia llamada “la desesperada” ha asesinado al obispo al que han encontrado escondido en Villareal y a varios sacerdotes. Utilizan la catedral como almacén de carbón y la ciudad se ha llenado tanto de milicianos y refugiados de otras provincias españolas que no hay nada para comer.

—Han movilizado a todos los mayores de dieciséis años hasta cuarenta y cinco y la situación es tan mala que han de llevar su propia vajilla y manta. Hasta el calzado deben pagarse ellos, así vemos soldados en alpargatas entrar en Castellón al centro de reclutamiento  —relata el señor Ramón.

Pensé en los soldados que yo vi un día calzados con albarcas, debían ser de Segorbe por lo que estoy oyendo.

—Los bombardeos no cesan y han causado graves destrozos en edificios y vidas humanas. Los niños no pueden ir a la escuela, es demasiado peligroso. Todos los que van al frente de Teruel pasan por Segorbe y aquello es un caos.

Al hombre se le iba quebrando la voz conforme relataba los horrores que vivía pero, es como en Castellón solo que aquí aun hay que ir a la escuela.

—Los campesinos no tienen material para sembrar sus campos y el otro día detuvieron a unos por vender dos gallinas a casi cien pesetas cada una, un verdadero robo. Se han organizado  turnos rotativos para construir refugios aunque la gente ya los había empezado a construir por su cuenta —bebe un sorbo de vino y le tiembla la voz cuando prosigue.

—Cuando empezaron a buscar y matar a mis hermanos, yo estaba escondido en casa de unos familiares lejanos en la calle colón y hasta nuestros oído llegaban las barbaridades que les hacían, amputando miembros algunas veces, diferentes torturas otras y todos asesinados sin prestar resistencia —guarda unos segundos de silencio.

—Bajábamos al refugio situado en la misma calle y algunos vecinos empezaban a mirarme diferente, una feligresa me reconoció y me llamó padre. Un grupo de hombres levantaron la mirada hacia mí y supe que debía marcharme a otro lugar. Al siguiente bombardeo me quedé en casa pues no me atrevía a bajar no fuera que me estuvieran esperando. Al fin marché a Nules con una hermana mía pero mi cuñado temiendo que me buscarían en casa de familiares primero, me empujó a buscar otro escondite. Me ocurre que si descarto a la familia todos mis amigos son miembros de la iglesia y están escondidos o muertos. Al final mi hermana pensó en pagar a alguien que me escondiera y así es como llegué aquí con esta buena familia. Cuando salía de Segorbe supe que una bomba cayó en un refugio y ha muerto la familia que me dio cobijo, tenían una hija de tres años y dos varones de cinco y seis. No se ha salvado ninguno. La ciudad ya no está en la retaguardia sino en el frente mismo de la guerra y tendrán que evacuarlos a todos o será una autentica carnicería.

En este momento se hizo un gran silencio y desde mi cama oí al señor llorar amargamente. Yo, emocionado, quise creer que Segorbe estaba muy lejos y que eso no pasaba en Castellón, que aquí no se mataba a nadie y que no nos faltaría de comer y sobre todo que ninguna bomba caería en un refugio.

—¿Le queda familia en Segorbe? —preguntó mi padre.

—Un hermano que vive en la calle Pastores pero no sé nada de él ni de los suyos. Mataron a dos hombres en esa calle y es la única vez que me acerqué. Intentaba averiguar si había sido él. Cuando comprobé que eran dos desconocidos me retiré y no me he puesto en contacto con él para no perjudicarle como a mis primos.

—¿Qué piensa hacer?

—Esperar a que este horror acabe y volver a mi Segorbe querido, con los míos. Rezar por todas las víctimas en la preciosa catedral en la que fui ordenado sacerdote y pedir a Dios por los verdugos para que encuentren la paz y el camino al señor.

Yo, no podía dejar de pensar en aquellos niños muertos y, sin ponerme los zapatos, salí al comedor. Me acerqué al señor y sacudiéndole por la pernera del pantalón para que me hiciera caso le dije:

—Si se vuelve a Segorbe dígale a los niños que no vengan a Castellón, señor. Dígales a todos que en Castellón también tiran bombas y que hacen tanto ruido que da mucho miedo. Dígales que se vayan a sitios sin guerra, señor.

En ese momento mi padre me cogió en brazos y me llevó de vuelta a la cama, en la habitación de Juan que me sonrío y me chocó la mano como si yo fuera mayor.

Aquél día no recuerdo como llegué a mi propia cama pero soñé toda la noche con niños que salían corriendo de Segorbe, de Castellón y de todos los pueblos donde caían bombas. Los soldados los veían correr y les gritaban:

—Muy bien chicos, muy bien. Corred bien rápido y salir pitando de la guerra.

Las madres les despedían agitando las manos desde las ventanas y los padres no estaban por ningún lado.

Las pesadillas son otra de las cosas que me dan miedo del de verdad.