25.
U
na tarde, uno de los hermanos de Pozo corrió a contarnos que habían nacido ya los corderos de la granja de Benito. La noticia nos emocionó a todos y salimos volando para pedir permiso a nuestros padres e ir a ver a los animales recién nacidos. El señor Benito no nos dejó ir hasta tres días después para que no molestáramos a los bebés oveja. Fue un acontecimiento en nuestra rutina y por una vez hasta las chicas quisieron venir con nosotros. A las chicas les gustan todos los bebés pero como no les gustan los bichos no pensamos que quisieran venir. Las mujeres son bien incomprensibles dice mi padre.
Cuando llegó el día, Jaime que así se llama el hermano del Pozo, nos acompañó hasta la granja que estaba en el camino Lidón. Los corderitos eran muy graciosos y pequeños y ya caminaban, no como mi hermano que anda todo el día durmiendo y hay que llevarlo a todas partes en brazos. Los bebés de los animales son mucho más listos que los bebés de las personas. Estuvimos toda la tarde en la granja y el señor Benito nos enseño todo el rebaño y los comederos donde comen las ovejas y nos dejó darles agua y comida. Estaba todo lleno de caca y las chicas se tapaban la nariz, Se les mancharon los zapatos de mierda y pis de oveja y se enfadaron mucho cuando nos reíamos de ellas. Jaime no nos dejaba burlarnos y nos reíamos mucho porque se le pone esa cara de bobo de los que persiguen a las chicas y juegan a novios.
En la granja había un perro que cuidaba de las ovejas y avisaba cuando se acercaba alguien extraño, a nosotros también nos ladró al principio pero luego ya era amigo y todos le acariciamos la cabeza y el lomo y él nos chupaba las manos y la cara. Fue la tarde más divertida de toda la guerra hasta que llegó la hora de irnos a casa con Jaime.
Aun no habíamos llegado a la calle cuando empezó a picarnos todo el cuerpo como cuando tuvimos la varicela. Nos levantamos la camisa y vimos como, otra vez, estábamos llenos de granos que picaban una barbaridad. Se nos llenó el cuerpo, las piernas, los brazos y el culo de pústulas a todos, chicas y chicos.
¡La varicela otra vez!
Entramos en la calle rascándonos desesperadamente a dos manos, parecíamos la procesión de los rascantes nos dijo Félix que nos vio llegar compungidos.
—Madre, madre —grité todo lo que pude al entrar en casa— Me ha salido varicela otra vez, y a mis amigos también.
—Varicela no es —contestó mi madre mientras bajaba las escaleras y sin haberme visto siquiera.
—Sí, sí, madre, me han salido los granos rojos y me pican mucho por todo el cuerpo.
—A ver, levanta la camisa que te vea yo esos granos a ver qué es lo que son, porque varicela no —decía mi madre mientras me levantaba la camisa para escrutar mi cuerpo.
— ¡Ay madre! ¡Ay madre! —Exclamó— ¿Dónde habéis estado metidos?
—En la granja del Benito a ver los corderitos. ¿Hemos cogido la varicela en la granja, madre?
—¿Pero qué varicela ni que varicela? Estás llenito de picadas de pulgas. Se te están comiendo entero. Corre a quitarte la ropa mientras preparo un barreño con agua para lavarte.
Cuando mi madre hubo escaldado la ropa para matar a las pulgas que se habían escondido dentro para comerme y me había lavado entero para quitarme las que llevaba por el cuerpo y solo entonces, me dio de cenar. Yo andaba lloriqueando de lo que me picaba y mi madre repetía y repetía que así aprendería a no andar con animales sucios por muy bebés que fueran.
—No lo regañes mujer, a todos los niños les gustan los animales —dijo mi padre conmovido por mi desazón.
—¿Que les gustan los animales? Pues toma, a ver si les gustan las pulgas también que animales son al fin y al cabo.
A todos los que fuimos a la granja nos pasó lo mismo y decidimos que las pulgas y otros animales más pequeños que un caracol no nos gustarían nunca y que seguramente a Dios no le importaría que los matáramos.
—¿A Dios le habrán picado las pulgas, madre?
Y me llevé una colleja además de no recibir respuesta sobre ese asunto.
—¿Por qué sabía usted que no era varicela sin verme? —Ese asunto me tenía preocupado, porque solo las brujas tienen el poder de adivinar cosas y Dios que lo sabe todo pero mi madre no puede ser Dios porque es una chica.
—Es de esas cosas que sólo pasa una vez en la vida, como tú ya la has pasado puedes estar seguro que nunca más tendrás varicela.
—¿Hay otras cosas que solo pasan una vez en la vida, madre?
—Seguramente, hijo mío.
Eso me dio mucha alegría, hasta entonces yo no sabía que hay cosas que solo ocurren una vez. Cuando se lo cuente a mis amigos seré un importante, que sabe cosas importantes y eso me hace muy feliz.
Mis amigos se sorprendieron tanto como yo. Determinamos que ahora que éramos sabedores de ese detalle habríamos de pedir a la virgen de Lledó para que la guerra también ocurriera una sola vez en la vida y que nunca más tuviéramos que volver a correr bajo tierra como los topos. La mamá de Rojo nos cuenta historias de la virgen de Lledó y de Dios pero son muy aburridas. Las historias de Fernanda y Félix nos gustan más.
Entramos todos en casa de Vicente y subidos en el carro pedimos juntos a la virgen, en voz baja y escondidos que nos ha dicho que está prohibido hablar de santos y rezar.
—¿Que andáis murmurando? —preguntó su papa que entraba en ese momento.
—Pedimos cosas a la virgen, padre.
—Pues pedir a San Francisco, que es el cuidador de la Lledonera, que la guarde bien para que pueda cumplir vuestras peticiones. Debe ser un secreto que pedís a los santos o no se cumplirá.
Nos alegramos mucho que San Francisco la cuidara a la virgen, tan sola como estaba con su niñito Jesús tan pequeñito y su marido Dios que nunca lo ve nadie. San Francisco debe ser amigo de Dios también si le cuida a su mujer y su hijo.
La mamá de Rojo nos cuenta que antes de la guerra la gente rezaba en las iglesias pero ahora está prohibido y las iglesias están quemadas o destruidas. A ella le gustaban mucho las iglesias así que hemos dicho que cuando seamos grandes le haremos una iglesia para ella sola. También le gusta mucho Dios pero en el colegio nos han dicho que Dios no existe y si alguien nos habla de Dios hemos de decírselo al maestro. Nunca le contamos que la señora Fina lo hacía, no somos unos acusicas ni unos boca molls.