6.
L
os problemas de los niños también son muy graves, no te dan el paseo pero las collejas en mi calle iban que volaban, la Fernanda se reía cuando el señor Félix decía que era porque eran gratis y calentaban y así ahorrabas en carbón. Todos nos sentábamos cerca de Fernanda a oír las historias que contaba mientras bordaban o remendaban las mujeres sentadas en las sillas bajas, los niños delante y sentados en el suelo para escuchar mejor.
—Me acuerdo de la Ramona y el Venancio —empezaba la mujer y esperaba a que todos estuviéramos muy atentos antes de seguir— que se casaron y no había manera de hacer uso del matrimonio, era como una maldición, se acostaban y al pobre del Venancio no le funcionaba el asunto. El hombre había tenido durante cinco años una novia muy mala, una bruja retorcida que lo trataba muy malamente hasta que el Venancio fue a hablar con un cura de su pueblo que le dio una medallita de la virgen del Lledó que le dio fuerzas para dejarla.
La mujer muy enfadada le gritó que no podría tener ninguna otra mujer por maldito y mal hombre y que ella se encargaría de que viviera en el infierno. Pero el Venancio era un buen hombre y cuatro años después conoció a la Ramona, guapa moza y pura que lo quería y respetaba. Enseguida se casaron pero siguieron puros e inmaculados por el problema de él.
—Debe ser cosa de la bruja —le decían todos los que sabían de su mal— que no quiere que estés con otra.
—Han pasado cuatro años de aquello, ni se acordará de mí. Seguro que le está haciendo la vida imposible a otro.
Pero casualmente la primera novia volvió al pueblo el mismo mes que Venancio conoció a la Ramona y se la veía paseando por la calle de la chica de día y de noche. Como Ramona no la conocía no se dio cuenta de nada y no pudo avisar a su novio.
Una noche en la que la paciencia ya se le terminó, el hombre se levantó de la cama y de una patada tiró todo lo que había en la mesita de noche, un vaso que se hizo añicos y la jarra de dos asas que siempre preparaba su esposa antes de acostarse y que del golpe perdió una de sus asas. Enseguida cogió la jarra y le hizo un apaño que no estaban los tiempos para ir rompiendo enseres.
A la mañana siguiente, cuando se iba a trabajar, se cruzó con su ex novia y notó que tenía un brazo lastimado, pero no echó cuenta del brazo tanta fue la sorpresa de volverla a ver en el pueblo. Ella se había mantenido oculta a sus ojos desde el noviazgo con la Ramona.
Por la noche se volvió a repetir lo de siempre y esta vez la ira fue mayor al ver a su esposa llorar desconsolada pues la mujer temía no poder engendrar ningún hijo y eso la volvía loca del dolor. Venancio arrojó la mesita contra la pared con todo su contenido y la jarra perdió el asa que le quedaba y la otra, que el hombre había pegado de cualquier manera, se desprendió también.
Cuando a la tarde siguiente vieron a la antigua novia con los dos brazos rotos ya no tenían ninguna duda. Era una bruja malvada que se presentaba en su dormitorio bajo la forma de una jarra para impedir su felicidad. Nadie podía sospechar de una inocente jarra de dos brazos. La actual esposa, siempre preparaba la jarra antes de dormir y se sintió furiosa por el engaño y por el mal que les estaba haciendo. Ramona que manejaba muy bien el atizador, la sacudió tanto y tan fuerte que la bruja desapareció del pueblo para siempre y por fin consiguieron ser muy felices.
—Alejaos de las malas mujeres —decía el Venancio a todos los mozos jóvenes.
—No os caséis sin llevar en el ajuar un buen atizador —decía la Ramona a las mozas del pueblo.
Al final consiguieron tener siete hijos pero jamás, jamás volvieron a tener ni una sola jarra.
El silencio se podía cortar con un cuchillo y nos corrió un inquietante hormigueo por la espalda. Las brujas si que nos daban miedo.
—¿Dónde fue la bruja, señora Fernanda?
—Vive en Castellón, seguro —, y la Fernanda nos miraba uno a uno a los ojos mientras asentía ligeramente con la cabeza—, aunque no sabemos exactamente dónde ni bajo qué forma —, y miraba por encima nuestra hacia un punto inconcreto a nuestras espaldas, obligándonos a girarnos con el pulso acelerado.
Jamás he vuelto a tener una jarra de dos asas en mi casa, por si acaso. Las semanas siguientes nos colamos en varias casas para destruir todas las jarras que se parecieran a la del cuento. Nadie nos pilló y creamos, sin quererlo, el misterio de las jarras rotas que nunca se resolvió. Algunas vecinas ancianas todavía se santiguan cuando se habla del tema. Eso es lo que más temíamos, a las brujas y demás engendros. La guerra era el único paisaje que recordábamos y aunque los adultos hablaran de cuando estábamos en paz no podíamos imaginar cómo sería.
Nuestros miedos más profundos eran a los monstruos y criaturas del infierno, a los lobos sanguinarios a los extraños y a perder a nuestras mamás. La guerra era solo el escenario en el que vivíamos.