1. Pequeño Sol

Interior

Estaba frente a los ventanales del mirador de la estación espacial Órbita Pequeño Sol, con los pies firmemente plantados en el piso y los brazos cruzados sobre el pecho, pensando en su futuro mientras contemplaba las lanzaderas en su tráfico intenso y caótico.

Hizo un ejercicio de memoria ante el espectáculo de las naves maniobrando como abejas en torno a las astronaves gigantescas y multicolores iluminadas contra la oscuridad por el resplandor de Pequeño Sol. Tras algunas vacilaciones logró distinguir las lanzaderas de pasajeros de las que llevaban carga y, entre estas, atinó a diferenciar las naves de avituallamiento para los transestelares de las gabarras, que eran las que cargaban y descargaban los transportes de mercancías.

Órbita Pequeño Sol era una estación de tránsito cercana a la Periferia. Tenía la clásica forma de rueda y orbitaba alrededor de la estrella que la bautizaba. Los muelles se apiñaban en su centro y los pasillos flexibles de los fingers se entrecruzaban como tentáculos desde el eje de la rueda hacia las naves de pasajeros dándole el aspecto de una medusa plana y gigantesca.

Le habían vuelto a la vida hacía unos meses tras permanecer casi un siglo en animación suspendida. Uno de los numerosos efectos secundarios de su hibernación, además del color azulado de su piel y unas verrugas grandes y oscuras repartidas por todo el cuerpo, había sido la pérdida de buena parte de sus recuerdos. «Le volverán solos», le dijeron los médicos, pero varias semanas después la cosa no había mejorado, a excepción de retazos de memoria como los que le inspiraban en esos momentos las vistas desde el mirador. Con todo, esos paisajes entrevistos de su pasado no acababan de transformarse en recuerdos concretos.

Por otra parte, al no llevar implante de identificación, le habían asignado el nombre de Bosco Magalay hasta que recordara el suyo verdadero. Se lo quiso cambiar porque le parecía un nombre absurdo, pero no hubo manera:

—Que no tenga implante indica que no fue ciudadano de las Tres Grandes porque allí siempre ha sido necesario. Pensamos que usted es originario de las Malaysias, donde es común la raíz Magal en los apellidos. Bosco es un nombre de pila de por aquí —le dijo uno de los médicos. Y añadió—. Si piensa vivir por aquí necesitará un implante. ¿Desea llevarlo? Le servirá para comprar y vender, tomar y dar datos de la Comunidad. Nunca estará solo y siempre tendrá a quien acudir en caso de necesidad.

Bosco se negó en esa y en cuantas ocasiones se lo propusieron. En el hospital no le pudieron dar razón de su vida pasada porque su historial se había perdido. No se sabía por qué le habían hibernado, pero le aseguraron que estaba curado de cualquier enfermedad que hubiera podido tener. Nadie había sabido de su existencia hasta que encontraron su cofre junto con otros tres en un almacén olvidado durante las obras de ampliación del hospital. Afortunadamente, él había sobrevivido a noventa y siete años de animación suspendida sin lesiones cerebrales. Los otros no habían tenido la misma suerte y habían muerto.

Como seguía sin recuperar la memoria, Bosco decidió marcharse de Órbita Pequeño Sol e iniciar una nueva vida; le daba igual su destino a condición de que estuviera muy lejos. Había acudido al mirador para escoger una nave que le llevara de allí, pero la vida de los muelles le tenía completamente hechizado porque el más pequeño detalle era lo más evocador y estimulante que había experimentado con su memoria desde que le despertaron.

Reconoció en varios navíos la bandera de Los 7 Mundos por su corona con siete puntas; en otros, la tricolor del sistema Miracle y en uno alejado la del Cúmulo Oort 3. Vio un pabellón verde con un león dorado y tras una duda recordó que era el distintivo de los Mundos Laicos.

Sabía que las Tres Grandes se habían repartido el Universo cuatro siglos antes de que él naciera y conocía algunos símbolos —el crucifijo, la media luna y la estrella de David— sobre el casco de las naves. Sin embargo, se le escapaban algunos detalles añadidos a esos pabellones: un pez estilizado, una espada curva o a veces recta, o una especie de abanico.

Le atrajo una nave grande de líneas curvas elegantes con forma de lágrima. Tenía aspecto de ser un navío robusto y, por lo tanto, capaz de llegar al destino más lejano. Pensó que, comparada con el resto de transestelares, esa astronave parecía más vieja y le extrañó el crucifijo blanco pintado en su casco sobre un abanico extraño de color pardo.

De pronto, las lanzaderas se apartaron como un enjambre de moscas asustadas y formaron un corredor a lo largo de los muelles. Casi al momento una nave anaranjada y roja de tamaño mediano enfiló con autoridad el pasillo rumbo al exterior.

Bosco la identificó al momento por los poderosos fogonazos rojos y verdes de sus grandes luces de situación: era la nave del Práctico Mayor en misión de urgencia. Se puso en el lugar de los capitanes con una nave imaginaria y buscó desde el mirador lugares donde estacionar y dejar el paso libre para no ser sancionado con una multa astronómica por retrasar un rescate o cualquiera que fuera la emergencia que estuviera atendiendo el Práctico Mayor.

«Esa gabarra no llegará a tiempo a su estacionamiento», pensó al ver que una nave panzuda acababa de soltar amarras de un mercante y no tenía sitio donde meterse. Para evitar la colisión, el Práctico Mayor la atrapó en un haz Anti G y la empujó por el túnel a toda potencia y sin miramientos hasta el límite exterior de la estación espacial como quien se espanta una mosca de un capirotazo.

Tuvo la sensación nítida de haber vivido algo similar en algún momento de su vida pasada, posiblemente como piloto de astronave o quizá como navegante. Se sintió satisfecho porque, por primera vez, notaba un progreso real en la recuperación de sus recuerdos.

A su lado, un hombre canoso con uniforme de piloto bebía de un vaso desechable. Parecía estar haciendo tiempo a la espera de su turno. Bosco se decidió a preguntarle por el navío de las líneas elegantes, seguro de que el tipo sabría contestarle:

—¿Sabe cómo se llama? —le preguntó señalando la astronave con el dedo—. Me refiero a esa del casco curvado y la cruz pintada sobre el abanico.

El piloto soltó una carcajada:

—¿Un abanico, dice? ¡Es la concha de Santiago! ¡La de los peregrinos! —el hombre se reía con ganas. Luego se contuvo para no seguir siendo grosero—. Discúlpeme. Es El Buen Pastor. Es una nave abarrotada de peregrinos cristianos, por eso el crucifijo sobre la concha de Santiago. Vuelve de San Buenaventura. Va muy lejos, hasta Cruz de Término. Más allá no hay nada.

—¿Cuál es su naviera?

—La General Cristiana de la Periferia. Es una nave del Estado Pontificio —y añadió con desdén—: Muy vieja y mal mantenida.

—Gracias —le respondió Bosco.

—De nada —le dijo y luego le preguntó, inquisitivo—. No me conteste si no quiere pero, ¿cuánto tiempo estuvo hibernado?

—Más de noventa años.

—¡Vaya! —el piloto bebió un sorbo de su vaso y le preguntó—: ¿Está pensando en El Buen Pastor?

—Es posible. ¿Alguna otra nave va más lejos?

—¿Le parece poco?

—Quiero irme lo más lejos posible, y cuanto antes.

—Deudas, ¿no? —el hombre mostró una sonrisa ladina—. Bien hecho. Mejor la Periferia que un Regimiento Anónimo… O que seguir durmiendo.

Bosco no contestó y el piloto aprovechó su silencio:

—Viví muchos años en Cruz de Término y fui uno de los que ayudó a fundar la Colonia San Bernardino. Al final me largué y me vine aquí. Aquello era muy duro: mucho polvo, mucha hambre y mucho peligro porque todas las mujeres estaban sacrosantamente casadas y las clones de consuelo estaban prohibidas, como en todos los territorios pontificios. Algunos compañeros se las trajeron como si fueran sus esposas verdaderas pensando que harían la vista gorda. Ya me entiende, ¿no? —al ver la expresión de sorpresa de Bosco, que al oírle había recordado en un flash el rostro de una mujer rubia de ojos azules, le preguntó—: ¿No hacían igual los hombres solos de su tiempo? Bueno, no sé qué harían ustedes para aliviarse pero los guardias pontificios de allí detuvieron a esas desgraciadas y las eliminaron al momento y sin preguntar. Un asco. A los maridos fingidos les multaron y les dieron a escoger: la cárcel o servicios a la comunidad.

Bosco le respondió para dejar atrás el tema:

—No me gustaría un planeta, soy un espacial.

—¿Espacial? No lo parece, es usted demasiado fuerte. Bueno, es igual. He oído que el Papa ha mandado construir un hábitat enorme en La Nube de Busi. Dicen que hasta tendrá un sol propio y necesitan gente. Está en la zona de Cruz de Término.

—Pues compraré pasaje en El Buen Pastor.

El hombre dudó un instante y le preguntó con cautela:

—¿Es usted muy devoto? No me responda si no quiere.

—¿Por qué me lo pregunta?

—Esos peregrinos están locos. Viven obsesionados con la religión, el pecado y la penitencia. A bordo se come poco y mal, no hay alcohol, no hay fiestas y no hay con quien consolarse sin compromiso. Es un viaje muy largo para un hombre solo. Para mí lo sería.

Bosco le miró con escepticismo.

—Además —continuó el piloto—, acabo de traer a una pasajera de allí. Me dijo que no quería continuar a bordo porque esa nave huele a muerto. No sé usted, pero yo le haría caso y me esperaría una semana, que es cuando llega el Nueva Cali. Es mucho más cómodo, más moderno y no transporta peregrinos locos muertos de hambre.

Bosco sonrió:

—No quiero esperar una semana —le tendió la mano para despedirse—. Que tenga un buen servicio.

—Vaya con Dios. Yo ya le avisé.