Capítulo 40

 

Miranda quería hablar con su mamá y yo no se lo permití. No podía arriesgarla a emociones más fuertes. Ya suficiente y demasiado era tener que lidiar todos y cada uno de los días con la presencia de Beatriz rondando la casa. Aunque, claro, ya no volvería a molestar. Estaba presa por desacato a la orden de restricción. Esperaba que ni el dinero ni las influencias de Rodrigo la sacaran esta vez.

 

Rocío me avisó que Miranda estaba al teléfono y me pasó la llamada.

 

―Mi amor, ¿por qué no me llamaste al celular? ―pregunté antes de saludar.

 

―Tienes buzón de voz ―respondió.

 

Miré mi móvil y funcionaba sin ningún problema.

 

―Qué raro, está bien, de hecho, acabo de hablar con un cliente.

 

―Ah, no sé, intentaba llamarte. Mi mamá habló conmigo...

 

Y se cortó.

 

Marqué su número, pero no entraba la llamada. Me preocupé. Le avisé a Rocío para que le avisara a su esposo y me fui directo a la casa. Esta situación nos estaba sobrepasando. O me estaba volviendo paranoico o tenía razón para alertarme.

 

Llegué en pocos minutos. Todo parecía en orden. De todos modos, solo respiré tranquilo cuando vi a mi familia sin problema.

 

―¡Papi! ―gritó Elena corriendo a mis brazos.

 

Todo transcurrió en cámara lenta. El vidrio que reventó de la ventana. Un ruido sordo que nos desorientó. El grito de Miranda y mi mamá. Sonia que salió corriendo de la cocina. Y mi niña que cayó al suelo ensangrentada.

 

No podía creer que esto estaba pasando. Mi niña no. Mi pequeña...

 

Me acerqué a ella y la tomé en mis brazos. Estaba desmayada.

 

Los ruidos en la calle no se hicieron esperar. Carreras. Gritos. Y más disparos. Y no eran fuegos artificiales.

 

Alex entró acelerado y nos miró.

 

―La ambulancia espera. Vamos.

 

Fuimos los dos con Miranda acompañando a nuestra hija en la ambulancia. Mi niña no podía morir. Su cuerpo estaba tan lleno de sangre que ni siquiera sabía dónde había sido herida. ¡Era tan pequeña!

 

Con una mano, tenía tomada la manito de mi bebé y con la otra, la de Miranda. Llorábamos. Rogábamos. Suplicábamos a quien fuera que nos escuchara que no se fuera de nuestro lado. Tenía tantos sueños. Tantos planes.

 

―Papi... ―habló con voz tan débil que casi fue un sueño escucharla.

 

―Mi pequeña, tienes que estar tranquila, ¿sí?

 

―Papi, me duele.

 

―Sí, mi vida, ya vamos a llegar al doctor para que te sane. Todo estará bien, mi pequeña.

 

―Papi...

 

Y se durmió. Me abracé de Miranda y lloré como un niño. Mi pequeña había sido herida. La habían querido matar. ¿¡Quién mierda le hace eso a un niño?!

 

Una vez en la clínica la llevaron directo a pabellón. Nos quedamos afuera con el alma en un hilo esperando que todo saliera bien.

 

―Lo siento, chicos ―dijo Alex acercándose a nosotros.

 

Me levanté y le di un puñetazo que lo dejó tambaleante.

 

―¡José Miguel! ―gritó Miranda.

 

―Se lo dijimos. Le dijimos que podían estar en peligro. Que Elena podía estar en peligro ―apostillé asustado.

 

―Pero no es su culpa, él hizo lo mejor que pudo. ―Miranda me tomó del brazo y me volteó para abrazarme.

 

―Mi pequeña no... ―Volví a llorar aferrado a mi prometida.

 

―Familiares de Elena Cedeño...

 

Una enfermera nos llamó y casi corrimos donde estaba ella en la entrada de la puerta de Pabellón.

 

―El doctor quiere hablar con ustedes.

 

Nos guio hasta un pequeño box donde nos esperaba el médico.

 

―¿Cómo está mi pequeña? ―consulté antes de nada.

 

―Ella está bien. La bala entró por su hombro derecho y salió, lo que fue bueno. Ella tendrá que quedarse aquí unos días, eso dependerá de su evolución.

 

―¿Podemos verla?

 

―Sí, de hecho uno de ustedes se puede quedar esta noche con ella.

 

―¿Uno solo?

 

―Sí. La idea es que la acompañen, pero no entorpezcan nuestro trabajo.

 

Miranda me miró y tomó mi mano.

 

―Será mejor que te quedes tú con ella ―me dijo―. Yo estoy embarazada y tú le servirás más de apoyo que yo. Ella se sentirá más protegida contigo que conmigo.

 

―¿De verdad?

 

―Sí. Creo que es lo mejor. Tal vez mañana o pasado, cuando ella esté un poco mejor, me quede yo con ella.

 

Acepté sin más. Necesitaba estar con mi pequeña.

 

―Pueden verla los dos aunque está dormida. Solo quince minutos.

 

―Gracias, doctor.

 

La enfermera nos condujo hasta la habitación de mi pequeña. La vimos ahí, dormida, con su carita relajada y con una sonda en su pequeña nariz. Tomé su mano.

 

―Mi bebé... ―sollozó Miranda poniendo su mano sobre la nuestra.

 

Elena se movió un poco, pero siguió durmiendo. Miranda le dio un beso en la cabeza y luego en su mano. Le habló mucho, le cantó y le contó un pequeño cuento antes de que saliéramos de allí para que se fuera a casa. Roberto la llevó.

 

―Mi pequeña, aquí estoy yo ―le dije a mi hija cuando volví y estaba solo con ella―. Yo te cuidaré y ya no permitiré que nadie más te vuelva a hacer daño.

 

En ese momento tomé una decisión. Mi pequeña y mi mariposa estarían a salvo. Nunca más, nadie, absolutamente nadie, las volvería a lastimar.

 

 

 

ΨΨΨ

 

 

 

Mi suegra estaba desesperada esperando noticias.

 

―José Miguel se quedó con ella, él iba a ser de más ayuda que yo ―dije desolada luego que le expliqué la situación. 

 

―Miranda... ―La mujer me abrazó maternal, como siempre―. Sé lo difícil que tiene que haber resultado eso para ti, pero es lo mejor. Tú estás embarazada y tienes que descansar.

 

―No sé si podré dormir.

 

―Debes estar cansada.

 

―Me duele la cabeza.

 

―¿Quieres comer algo?

 

―No. No.

 

―¿Necesitas algo? ¿Quieres que llame a un médico?

 

―No. Creo que me iré a acostar.

 

―¿Estás segura?

 

―Sí.

 

No lo estaba. Me sentía sola. Me sentía vacía.

 

―Buenas noches ―me despedí de todos modos.

 

―¿Quieres dormir conmigo? ―preguntó dulce.

 

La miré... La miré con esperanza. Pero ¿cómo iba a dormir con mi suegra?

 

―Ven, vamos a tu cuarto a buscar tu pijama, dormirás conmigo esta noche. Yo tampoco quiero estar sola. Me hace falta mi nieta.

 

Era verdad. Ella estaba acostumbrada a dormir con Elena. La casa se sentía tan vacía sin ella.

 

La cama de mi suegra era enorme. Ella tomó mi mano y acarició mi frente.

 

―Todo saldrá bien. El doctor les dijo que la niña estaría bien. Tienes que estar tranquila. Mi nieto también necesita estar bien. Descansa, hija, mañana temprano nos iremos a la clínica.

 

―Gracias, Inés, gracias. No sé qué haría sin usted.

 

―No me agradezcas nada.

 

Cerré los ojos y una lágrima se escapó de mis ojos.

 

―Hija...

 

Me abrazó. Sé que ella estaba tan mal como yo, pero no podía evitarlo. Hubiera deseado que mi madre alguna vez me hubiese abrazado, consolado, contenido así. Y ahora lo estaba recibiendo de otra mujer, mientras mi mamá también era sospechosa de todo lo que estaba pasando. Lloré hasta dormirme.

 

Desperté antes del alba. Me salí de la cama y me metí al baño. Sentí mi ropa interior húmeda y cuando me vi... Me aterré. Tenía sangre.

 

―¡Inés! ―grité angustiada.

 

―¿Qué pasa, hija? ―Llegó a mi lado y me vio―. Llamaré una ambulancia, levántate de ahí y acuéstate ―me ordenó con suavidad.

 

Yo obedecí. Estaba aterrada. No podía ser que ahora, además de sufrir por Elena, perdiera a mi hijo.

 

―Ya viene una ambulancia. No te muevas, todo estará bien.

 

―No quiero perderlo ―lloré.

 

―Escúchame, Miranda ―me habló algo golpeado―, tienes que estar tranquila, has sufrido demasiadas emociones y eso no le hace nada bien a tu embarazo. Ahora vas a tener que poner de tu parte y estar tranquila. No sacas nada con llorar. Debes estar tranquila.

 

Yo hice un puchero y dejé de llorar. Sabía que ella tenía razón, pero no podía evitar sentir todo un cúmulo de sentimientos en ese momento. Los recuerdos de mi otro embarazo fallido acudieron a mi mente como torbellino. El pensar que Elena estaba en una cama recuperándose de un ataque de bala, esas mujeres que andaban sueltas quizás con qué propósito, Rodrigo, que quería destruir a mi familia...

 

Y volví a llorar.

 

―Hija...

 

Inés me abrazó y lloró conmigo.

 

―No puedo evitarlo ―expresé con pesar.

 

―Es tan injusto...

 

Llegaron los paramédicos y me pusieron unos sueros, me subieron a la camilla y me llevaron a la misma clínica donde estaba Elena.

 

―Mejor no le diga a José Miguel ―supliqué a mi suegra en la ambulancia―. Se pondrá muy mal. Esto es mi culpa. 

 

―No es tu culpa y él tiene que saberlo, hija, no te preocupes, él lo entenderá. Llamé a Roberto para que viniera también. Y a tu mamá.

 

―No. Yo no quiero ver a mi mamá ―protesté.

 

―No va a venir, no te preocupes ―me dijo con un tono algo duro.

 

―¿Qué pasó?

 

―Nada. Simplemente dijo que estaba muy ocupada, que iría a verte cuando estuvieras en la casa.

 

―Claro. ―No puedo negar que igual me dolió.

 

Llegamos y me pasaron a maternidad donde me monitorearon y me hicieron una ecografía.

 

―Ahí está su bebé, se ve bien, no parece afectarle el sangrado que tuvo.

 

―¿No lo perdí?

 

―No, claro que no. Solo fue un susto. Creo que está con una carga emocional demasiado grande. Yo sé que no se puede evitar del todo los  problemas, pero debe intentar que no la agobien demasiado. Esto fue una advertencia. Hoy su bebé está bien, sin embargo, la próxima vez que pase, tal vez la historia termine distinta.

 

―Está bien, doctor.

 

―¿Cómo están? ―José Miguel entró como desaforado.

 

―Lo siento, doctor, no lo pude detener ―se justificó la enfermera.

 

―No te preocupes. Acérquese, José Miguel.

 

―¿Cómo están?

 

―Bien. Afortunadamente, como le explicaba a Miranda, el bebé de ustedes se encuentra bien, pero esto fue una advertencia. Podría haber terminado en un aborto.

 

―Miranda... ―Se dolió José Miguel.

 

Se acercó a mí y me besó en la frente.

 

―Tienes que estar tranquila.

 

―¿Cómo está Elena?

 

―Mañana la darán de alta. Ella está bien, está despierta, mi mamá se quedó con ella.

 

―Por lo que veo están con problemas graves. Tendrás que estar lo más tranquila que puedas y con mucho reposo, si no puedes estar del todo tranquila en lo emocional, el descanso ayudará.

 

―¿Puede viajar? ―consultó José Miguel.

 

―En este momento no, debe estar unos días con reposo absoluto y luego de eso, deberá tener reposo relativo. Le daré una receta de un medicamento para sujetar el bebé y evitar un posible aborto. ―Escuchar esa palabra me ponía mal y sollocé―. Más adelante, dependiendo de cómo marche todo, lo veremos.

 

―No te preocupes, mi amor, eso no pasará.

 

―Es lo que queremos evitar, así que de ahora en adelante, tienes que ser muy obediente y dejarte regalonear (mimar). No te dejaré internada porque no lo veo necesario y puede ser más perjudicial por tu estado anímico.

 

―Muchas gracias, doctor.

 

―Vístete, te espero en el box. ―Se levantó y se iba cuando se volvió a mirarnos―. Ella hará el reposo en casa ¿verdad? ¿O es mejor que se quede un par de días aquí?

 

―No, doctor, ella hará todo lo que usted le ordene ―respondió José Miguel por mí.

 

―Bien, porque las mamás a veces no son capaces de quedarse quietas en la casa.

 

―No yo. No quiero perder a mi hijo.

 

―No lo harás ―me aseguró el ginecólogo.

 

Respiré un poco más tranquila y miré a José Miguel.

 

―Estarás bien, amor ―me consoló.

 

―Sí. ¿Supiste algo de quién fue o por qué?

 

―No vale la pena ahora. Alex y su equipo están trabajando en ello y Hernán hizo la denuncia correspondiente... Ellos se están encargando, tú y yo nos haremos cargo solo de nuestros hijos.

 

―Sí.

 

Me salí de la camilla y me vestí. El doctor nos esperaba en su box. Nos extendió una receta y unas indicaciones para mí.

 

―No te olvides que en una semana debes venir a control.

 

―No, claro que no ―respondí.

 

―Muchas gracias, doctor. Hasta luego.

 

José Miguel me llevó hasta el cuarto de Elena donde había una cama a su lado.

 

―Acuéstate. Supongo que no quieres irte a la casa sola.

 

―Supones bien. ―Sonreí.

 

Le di un besito en la mejilla a mi niña y me acosté, obediente y tratando de relajarme.

 

―Descansa, ¿sí? ―José Miguel me dio un delicado beso.

 

―¿Qué les dijo el obstetra? ―preguntó mi suegra.

 

―Está bien, solo fue un susto, pero ahora tiene que guardar reposo y la próxima semana tiene control ―respondió mi prometido.

 

―Con todo lo que ha pasado... Ahora a rogar que no sigan pasando más cosas.

 

―Eso espero. De todas formas, el médico dijo...

 

Eso fue lo último que oí, no supe en qué momento me quedé dormida.

 
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