Capítulo 18
―¿Me vas a decir lo que pasó anoche? ¿Qué mensaje recibiste que quedaste así? ―me preguntó Viviana en el desayuno.
―Nada.
―No me digas que nada. ¿Qué pasó?
―De verdad.
―Precioso, yo no nací ayer y te conozco desde que tengo uso de razón. No me mientas.
Tomé aire y saqué mi móvil. Se lo entregué en el mensaje que había leído mil veces sin comprender.
Miranda: No quiero volver a verte
Miranda: no me busques más
Miranda: déjame tranquila. Búscate a otra para jugar. No me llames más.
―¿Qué significa esto?
―Ya lo ves. Ahora sí que se acabó todo, no quiere nada conmigo.
―Es extraño.
―¿Qué es lo extraño? Desde hace rato que no quería verme.
―Eso de "Búscate otra para jugar". Ella nunca ha pensado que tú quieres jugar, al contrario, sabe que lo tuyo es serio y por eso tiene miedo.
―¿Qué quieres decir?
―No lo sé, solo te digo que me parece extraño eso.
―He pensado tanto en cada una de las palabras ahí escritas y no puedo creerlo. Mi hermano ayer me dijo que estaba dispuesta a seguir trabajando, a esperar, a arriesgarse. No lo entiendo, Vivi, no lo entiendo, no me entra, no sé qué puede haber ocurrido en esas horas...
―¿Por qué no hablas con tu hermano? Si hubieras hablado ayer, cuando te llegó el mensaje, te hubiera dicho que la llamaras de inmediato, algo debe haber pasado... ¿Y si fue un mensaje para pedirte ayuda? ¿Qué tal si ese tipo la encontró, la obligó a "terminar" contigo y ella te mandó un mensaje camuflado?
Eso me aterró. Si el tipo había visto en su celular el mensaje que me había mandado y el que le había mandado yo...
La llamé. Buzón de voz.
―Lo tiene apagado.
La cara que puso mi amiga, me hizo sentir que caía en un pozo profundo. Llamé a mi hermano.
―¿Qué pasa, José Miguel? ¿Estas son horas de llamar en un domingo?
―¿Has sabido algo de Miranda?
―No, ¿por qué?
―Me mandó un mensaje.
―Ya.
―Dice que no quiere que la busque más, que me busque a otra para jugar, que no la llame.
―¿A otra para jugar? Ella sabe que tú no la quieres para eso.
¿Acaso fui yo el único que no se fijó en esa frase?
―Por lo mismo, Vivi dice que puede ser un mensaje camuflado si el tipo la encontró.
―¿La llamaste?
―Tiene buzón de voz.
―Voy a verla a su departamento ―respondió con celeridad, casi me lo imaginé saltando de la cama para ir a verla.
―Gracias, hermano.
―De nada, te aviso cualquier cosa, esperemos que no sea nada.
No pude dejar de preocuparme. Ahora que lo veía de otro modo... Miré al cielo y rogué al universo que la protegiera y no le pasara nada malo, que no tuviera que pagar ella por mi estupidez.
―Tranquilo, precioso...
―¿Te das cuenta, Viviana, que todavía quedan dos días para que nos vamos? ―Tomé una decisión desesperada, hice una llamada telefónica―. Necesito viajar lo antes posible a Chile, ¿me puede ayudar? Gracias.
Luego que me dieron todos los datos, miré a mi amiga.
―Nos vienen a buscar en dos horas, mi pequeña Vivi, ¿tienes mucho que ordenar?
―No, no, vamos.
Me tiró de vuelta al hotel y subimos a guardar nuestras cosas en la maleta. Yo no llevaba tantas cosas, ella tampoco, por lo que una hora y media más tarde estaba pagando el hotel y anunciando nuestra partida. Nos sentamos afuera y Vivi encendió un cigarrillo.
―¿Le avisaste a tu hermano que nos vamos? ―me preguntó.
―No, es cierto, tengo que llamarlo.
Lo llamé y le avisé. Él me dijo que no había nadie en el departamento y el conserje le informó que no había llegado a dormir.
―¿Crees que esté con él? ―le pregunté a mi amiga psiquiatra.
―No lo sé, precioso, esperemos que no.
―Si le pasa algo, me muero, Vivi.
―No digas tonterías, no le pasará nada.
―Pero es que... No debí dejarla sola.
―Lo hecho, hecho está, ahora vamos de vuelta y ya verás que todo volverá a estar bien.
―¿De verdad lo crees?
―No lo creo, estoy segura.
El taxi llegó a buscarnos y respiré aliviado, aunque el viaje duraría una buena cantidad de horas, al menos ya estaría de viaje rumbo a Chile.
ΨΨΨ
Rocío se sentó en la mesa a desayunar antes que Alex, que sirvió el agua en las tazas y luego se sentó él.
―¿Cómo dormiste? ―me preguntó el esposo de mi amiga.
―Bien, bien, gracias.
―¿Cómo te sientes hoy para enfrentar un nuevo día? ―volvió a consultar.
―Más tranquila, más segura también. Gracias por lo de anoche.
―No tienes nada qué agradecer. ¿Te vas a ir a tu casa ahora o prefieres quedarte aquí hasta que te vayas de la ciudad?
―No quiero molestarlos más, suficiente con lo que han hecho por mí.
―No digas eso. ―Rocío puso su mano sobre la mía―. ¿Vas a llamar al gran jefe?
―Sí, le voy a enviar un mensaje después del desayuno.
―Sí, merece saber tu decisión.
Asentí con la cabeza, ella tenía razón. Ahora quería terminar de comer rápido para enviar ese mensaje y que le llegara pronto, así sabría su reacción, aunque... Aunque también me daba miedo.
Por fin terminamos de comer y tomé mi cartera, mi celular no estaba allí, me lo busqué en los bolsillos de la chaqueta, del pantalón. Nada.
―¿Qué pasa, Miranda?
―No encuentro mi celular.
―¿Dónde lo tenías la última vez? Anoche cuando te acostaste, ¿no te lo llevaste a la pieza?
―No, no, estoy segura que no, porque iba a ver la hora y me dio flojera salir a buscar la cartera.
―Tampoco estaba en tu auto, me preocupe por ver si tenías cosas de valor dentro ―me avisó Alex.
―Qué raro. Anoche los teníamos todos juntos en la me... ―Rocío se detuvo de golpe―. Lorenzo, ¡Lorenzo te lo quitó!
―¿¡Qué?!
―Si no llegaste con él aquí y si te acuerdas bien, cuando ya nos íbamos y no estaba el tuyo, tú dijiste que debía estar en tu cartera. Pero no está, y tú lo tenías encima de la mesa, porque pensé que estabas esperando la llamada de José Miguel.
―¿y si él me lo robó...? ―Pensé en que ahí estaba el mensaje que le había enviado a José Miguel y su respuesta.
―¿Qué crees que pudo hacer él con tu teléfono? ―consultó Alex.
―Hay una pequeña conversación con José Miguel, quedamos en nada, pero...
―¿Temes que se vaya en contra de él?
―No. Tengo miedo que le hable como si fuera yo.
A pesar de la preocupación y de mi miedo, decidí volver a mi departamento.
Llegué a mi casa cerca de las dos de la tarde. No alcancé ni a sentarme cuando el timbre sonó. Me alarmé, pero luego pensé que tal vez el hermano de José Miguel volvía a verme, además de don Roberto, nadie me visitaba. Aparte que el conserje no le diría a nadie que estaba en casa. Tal vez era un vecino. Abrí y mi sorpresa fue mayúscula al ver a mi mamá y a mi ex suegra paradas allí.
―¡Hija! ―Mi mamá me abrazó y se puso a llorar.
―Mamá... ―No sabía cómo habían llegado hasta allí ni cómo habían dado conmigo.
―Estaba tan preocupada por ti ―me dijo tomando mi cara―. ¿Por qué no me avisaste dónde y cómo estabas? No sabes la angustia que hemos tenido estos días. Lorencito también ha sufrido mucho por ti, ese hombre parece un fantasma, ni te imaginas cómo está.
“Anoche cuando lo vi, no parecía tan mal”, pensé para mis adentros.
―¿Cómo supieron donde vivía? ―pregunté de mal modo.
―Preguntando se llega a Roma, querida ―dijo con sarcasmo, y de modo frío, la madre de Lorenzo entrando al departamento―. Mi hijo dice que lo dejaste por otro hombre. ―Fue directo al grano.
―No, lo dejé porque me golpeaba ―confesé de una vez sin miedo.
―Por favor, Miranda, mi hijo sería incapaz de algo así, él lucha a diario por salvar las vidas de las personas. Y no solo eso, coopera con asociaciones contra de la violencia de género, ¿cómo te atreves a acusarlo de tal falsedad? ―cuestionó mi ex suegra.
―Pues lo hacía.
―Algún motivo tienes que haberle dado, hija, de otro modo no hay explicación si lo que dices es cierto ―replicó mi mamá.
―¡Me golpeaba, mamá! Me maltrataba y no solo física, también psicológicamente.
―Mi amor, él es el mejor hombre que he conocido en toda mi vida, ¿crees tú que nos puedes mentir de esta manera? Él lo daba todo por ti. Lo da todo por ti.
―Y si era tan malvado, tan maquiavélico, ¿por qué no lo dejaste antes? ¿Por qué nunca dijiste nada? ―intervino la señora Doris.
―Lo intenté, señora. Mamá, tú sabes que yo quise dejarlo.
―Sí, cuando estabas embobada con el chico de tu trabajo ―interpeló molesta la mujer.
―Nunca miré a ningún otro hombre, señora, además, con quien su hijo me incriminó tenía su pareja.
―Eso no es impedimento, tú estabas con mi hijo.
―La pareja de él era hombre ―aclaré molesta.
―Bueno, pero eso quedó atrás ―consensuó mi mamá―, además, cuando volviste, él te llevó de luna de miel. ―Sonrió con dulzura y más rabia me dio.
―No, mamá, estuve un mes con licencia por los golpes que me dio.
―¡Ay, hija, si hasta fotos trajeron! ―exclamó mi mamá con dureza.
―Fotos trucadas.
―Miranda, yo no voy a permitir que hables así de mi hijo, yo solo quería comprobar que lo que dijo Lorenzo era cierto, que estás con otro.
―¡No estoy con nadie! ―protesté―. Ya no soportaba seguir con su hijo, señora.
―Claro, porque tienes otro. Siempre he sido una convencida que todos los problemas se arreglan y todos los defectos se soportan mientras no aparezca un tercero en la historia, porque ahí ya no se aguanta nada y todo es malo.
―No es verdad.
―¿Por qué esperaste diez años para dejarlo?
―Porque vivía con miedo, porque sigo teniéndolo, su hijo me persigue, me acosa, me tiene amenazada. Su hijo es un psicópata, señora.
―¡Mentirosa! ―gritó dándome una bofetada.
Mi primer impulso fue pedir disculpas, pero no lo haría, yo no tenía la culpa de nada. Acerqué mi cara a la de ella y la miré fijo.
―Dígame, señora, ¿cómo llegaron aquí? Él me siguió y las envió ¿o me equivoco? Porque es tan cobarde que no se atrevió a venir él en persona.
―No es cierto, él lo supo y quiso que viniéramos nosotras, porque sabe que tú no quieres nada con él, está preocupado y quiere saber que estás bien ―intervino mi mamá, mi ex suegra no contestó nada.
―No, anoche lo vi y él me vio, me siguió, me persiguió. Su hijo, señora, me amenazó. Y su presencia aquí hoy, no es más que una advertencia de él para que haga lo que él quiere una vez más, pero ¿sabe qué, señora? Puede irse de mi departamento ahora mismo y decirle a su hijo que no lo quiero volver a ver, que no lo quiero cerca, que si él vuelve a tocarme, no me voy a quedar aguantando sus golpes como siempre. Dígaselo. Y dígale también que mi abogado está interponiendo una orden de restricción para él y ahora también pondré una contra ustedes.
―¡Hija! ―exclamó mi mamá sorprendida.
―Sí, mamá, porque tú prefieres creerle a un extraño que a tu propia hija.
―Lorencito no es un extraño.
―¡Yo soy tu hija, mama! ―grité exaltada―. Y prefieres creerle a él.
―Él no es un mal hombre, tal vez malinterpretaste...
―No malinterpreté nada, mamá, él me amenazó. Él me siguió. Y es un loco psicópata, esperó toda la noche a que saliera de donde estaba escondida para seguirme y saber dónde vivía.
―No sabes lo que dices, mocosa ―refunfuñó mi ex suegra.
―Usted no conoce a su hijo, señora. Dígame algo, si usted venía en buena forma aquí, ¿por qué el conserje no me avisó que tenía visitas? Porque entraron a la mala a mi departamento, ¿verdad?
―No es así. Si no te avisó no es nuestro problema.
―Ustedes jamás le dijeron que venían a verme, si se lo hubieran dicho, él no las hubiera dejado pasar, tiene instrucciones claras de no dar información de mi a nadie. A nadie ―recalqué.
―A ver, Miranda, yo solamente venía a comprobar que estabas sana y salva, no lo hice por ti, lo hice por mi hijo que está sufriendo, sabes muy bien que jamás te quise como nuera, tú no eres para mi hijo, él se merece una verdadera mujer y me doy cuenta que todo lo que pensé de ti y todo lo que Lorenzo dice, es cierto.
―¿Qué cosa? ¿Que tengo a otro hombre?
―Sí.
―No tengo a nadie, señora.
―Y ese tal José Miguel, ¿también es nadie?