Capítulo 28

 

Beatriz se había ido y esperaba que esta vez, para siempre, de mi vida y la de Elena. Ya no la queríamos ni necesitábamos, ninguno de los dos.

 

El resto de la tarde, intentamos que todo pareciera normal para mi hija, al final, ella no tenía la culpa de nada y no tenía por qué pagar las consecuencias de los actos de los adultos. Además, era su cumpleaños y merecía ser todo lo feliz que pudiera.

 

Cerca de las nueve de la noche, nos fuimos a casa con mi pequeña, Miranda se fue con ella en el asiento trasero. Por fin mi corazón estaba en paz. Yo lo presentía. No sé si a todos los hombres les pasará, pero yo sabía que tenía un hijo o una hija, sabía que había alguien por ahí, sangre de mi sangre, que no conocía y que me necesitaba. Y vaya si me necesitaba. Pero ya no más. Mi hija era mía y esa arpía ya no volvería a arrebatarla de mi lado.

 

Recordé la época en la que la conocí y creí tener un futuro con ella.

 

Beatriz trabajaba en una corredora de propiedades cuando la conocí. No puedo decir que me prendé de ella de inmediato, al contrario, creo que al principio no me cayó nada bien, la sentí fría y calculadora, sin embargo, por razones laborales, tuvimos que seguir viéndonos. Poco tiempo después, nos enamoramos, o eso creí, comenzamos una linda relación, o eso pensaba yo. Ella era todo lo que buscaba en una mujer. Era simpática, agradable, tierna, totalmente opuesta a como creí. Sin embargo, con el tiempo fue mostrando su verdadera cara, la que vi desde un principio. Era una mujer déspota, manipuladora y muy, pero muy ambiciosa. Me hizo gastar mucho dinero en ella, y no era que me doliera, pero... Pero cuando obtuvo todo lo que quiso, se fue. Yo sabía, o sentía, que estaba embarazada y esperaba el momento en que me diera la sorpresa, no obstante, la sorpresa nunca llegó, al contrario, se fue, se escapó. Me sentí un idiota, un imbécil al buscar el amor en una mujer que no merecía nada de mí. Aun así, la busqué, no por ella, por el hijo que suponía venía en camino. Jamás la encontré. Después de dos años, abandoné la búsqueda, pensé que si realmente esperaba un hijo mío, lo había abortado. De otro modo no me explicaba que no quisiera extraerme hasta el último peso, utilizando el chantaje emocional y a ese hijo que venía en camino.

 

Debo admitir que nunca pude quitarme de la mente aquello; a veces, pensaba que si yo me sentía así, imaginando que ella había matado a nuestro bebé, ¿a ella no le dolería? ¿Le daría lo mismo la vida un inocente? Claro, ahora sé que ella no abortó, pero tampoco la quiso, no la cuidó. Y no lo entiendo. No entiendo por qué no me buscó. Sus excusas me parecieron tan baratas que ni siquiera las podía creer, aunque también, son tan inverosímiles, que perfectamente podrían ser verdad.

 

Según ella, me dejó por irse con mi ex socio, Rodrigo Valdebenito, él no tenía más dinero que yo, pero tenía alcurnia, algo de lo que yo carecía. Ella creyó que él se iba a tragar el cuento que ese hijo que esperaba era de él, pero en cuanto nació, se hizo un examen de ADN y al darse cuenta que no era así, la echó a la calle con lo puesto, no le importó esa pequeña que necesitaba de un hogar, de una familia que la amara. Tampoco fue capaz de avisarme, de decirme lo que estaba pasando. Ellos habían comenzado una relación clandestina antes de que Beatriz terminara conmigo. Él le había cambiado el nombre, de Beatriz a Ruth, para que no volviera conmigo, para que yo no pudiera encontrarla. Y así quedó, por eso jamás di con ella. ¡Maldita! Hizo sufrir a mi pequeña por un estúpido orgullo. Se dedicó a la prostitución y allí se enamoró de un cliente, que le ofreció el oro y el moro, pero en cuanto la vio con la niña, comenzó a golpearla... a golpearlas. A ambas. Entonces ella se fue al refugio. Él la buscó, le pidió perdón y ella accedió a volver... sin la niña, Elena le molestaba, para él era un estorbo, también para Beatriz. Tuvieron que detenerme, porque no me iba a medir, quería yo matar a golpes a esa mujer. Mi hija, mi pequeña, había pasado sufrimientos innecesarios...

 

―¿Estás bien? ―La mano de Miranda en mi hombro me trajo de vuelta a la realidad. La miré por el espejo retrovisor.

 

―Sí, sí.

 

―Estás llorando.

 

No me había dado cuenta que densas lágrimas caían por mi cara. Suspiré.

 

―Sí, estoy bien, amor, ¿la niña?

 

―Se durmió, estaba cansada.

 

―Jugó mucho.

 

―Sí, ¿qué pensabas?

 

―En la historia que me contó Beatriz, en lo que sufrió mi pequeña, en que si yo no te hubiera encontrado, si no la hubieras encontrado tú a ella... Jamás me hubiera enterado que tenía una hija y habría seguido sufriendo...

 

―No pienses en eso.

 

―Creo que en mi vida, las personas que realmente valen la pena, no me llegan fácil, a ambas tuve que buscar encontrarlas, aunque a ella la encontraste tú.

 

―Después de que tú me encontraste a mí ―replicó con dulzura.

 

―Sí. No te vuelvas a ir nunca más, ¿me lo prometes?

 

―Jamás, ya te lo dije, mucho menos ahora que tenemos una hija a quien cuidar y otro en camino.

 

―Sí.

 

Estacioné frente a la casa de mi mamá y abrí el portero eléctrico. Roberto venía detrás de mí. Entré el auto a la casa y él lo hizo después de mí, dejó a mi mamá y se fue de inmediato porque sus niños también llegaron durmiendo. Yo bajé a Elena en mis brazos, no despertó.

 

―¿Dónde la acuesto? ―pregunté al entrar a la casa, no había dormitorio preparado para ella y...

 

―Puede dormir con nosotros esta noche ―ofreció mi mariposa.

 

―¿No te molesta?

 

―No, claro que no.

 

La llevé a nuestra cama y la acosté, le saqué los pequeños zapatitos y su chaleca (chompa, jersey), decidimos dejarla dormir así; antes de volver del refugio, le habíamos cambiado su vestido por un pantalón de buzo y una polera limpia, por lo que la ropa no estaba llena de dulce, transpiración y juegos.

 

―Es hermosa ―comentó Miranda.

 

―Sí...

 

―Te amo ―dije y la besé, esa mujer era mi vida entera.

 

―Yo también te amo. Mucho.

 

―Mami, no. ―Elena hizo un puchero y se movió molesta.

 

Ambos nos acercamos a ella y la movimos un poco para despertarla, se puso a llorar, estaba en una pesadilla.

 

―Mi amor, aquí estoy yo ―le dijo mi novia.

 

―Mi pequeña, no tienes nada que temer ―le aseguré yo.

 

Ella abrió los ojos y nos miró confundida.

 

―Estabas soñando.

 

―¿Mi mamá no va a venir aquí?

 

―No, mi pequeña, no va a venir.

 

―Esta cama es muy grande para mí sola, me da miedo.

 

Nos miramos con mi novia, ¿cuántas veces habrá querido no dormir sola, cuántas veces habrá despertado con una pesadilla y no había nadie allí para contenerla?

 

La abrazamos de un lado cada uno, dejándola en el medio.

 

―Esta noche dormirás con nosotros ―le contó Miranda.

 

―¿De verdad? ―preguntó ilusionada.

 

―Sí ―contesté yo―, vas a dormir con nosotros, mañana vamos a ir a ver una casa, para ver si te gusta, y comprar tus cosas, una cama, un mueble...

 

―Cobertor no, porque ya tengo uno. ―Sonrió con inocencia.

 

―Y compraremos más, todos los que quieras.

 

―No, porque si no, el Viejito Pascuero (Papá Noel, Santa) no me va a traer nada si soy una niña "pidiona".

 

Resoplé. 

 

―Te has portado bien este año y falta más de un mes para la navidad, seguro que el Viejito te traerá todo lo que pidas.

 

―¿Tú crees?

 

―Claro que sí.

 

―¿Cualquier cosa?

 

―¿Qué quieres?

 

―Que no me lleven de aquí.

 

El dolor apretaba mi corazón cada vez que oía a mi pequeña decir esas cosas, había sufrido tanto y recién tenía cinco años, todavía ni siquiera iba al colegio. ¿Cómo pudo Beatriz hacerle ese daño a su propia hija?

 

―Escucha, mi pequeña ―respondí sin dejar de abrazarla―, yo no lo sabía... Yo... Yo sentía que en alguna parte estaba mi hija, pero no estaba seguro, porque tu madre se fue antes que tú nacieras y cuando te conocí, y desde antes, te amé y luego... luego me enteré que tú eras mi hija... Mi verdadera hija y nadie, mi amor, nadie, nos va a volver a separar.

 

―¿Y Miranda?

 

―Miranda está conmigo y ella será tu nueva mamá, ella te ama tanto como yo y no permitirá que nadie te haga daño. Y, ¿sabes qué?  Aquí dentro. ―Le indiqué la barriga de mi novia―. Hay un bebé. Vas a tener un hermanito.

 

―¿A él no lo van a dejar solo como a mí?

 

Por Dios, ¡cómo quería matar a Beatriz!

 

―No, mi pequeña, y tú nunca más volverás a estar sola, aún si nosotros faltáramos, está tu abuela, tus tíos, ellos no te abandonarán.

 

―¿Y me van a seguir queriendo?

 

―Por siempre, mi amor ―contestó Miranda esta vez, con lágrimas en los ojos.

 

―Siempre, siempre ―afirmé yo―, este hermanito no será impedimento para amarte, al contrario, ahora serás la hermanita mayor, y tu hermanito te adorará.

 

―Mi deseo se cumplió, de verdad.

 

―¿Sí?

 

―Yo quería una familia, pero los quería a ustedes de padres, yo siempre te miraba de lejos ―me indicó a mí―, y pensaba que así quería que fuera mi papá.

 

Ya no pude evitarlo. Tomé a mi hija en mi regazo y, abrazado a ella, lloré; mi niña, mi pequeña, también me había reconocido en su pequeño corazoncito, aunque, en realidad, parecía más grande y madura de lo que era; había tenido que crecer demasiado rápido, ya me encargaría de hacer que viviera su edad, cada etapa de su vida como correspondía. Mi niña, mi pequeña, merecía ser feliz y yo lucharía por lograrlo.

 
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