Capítulo 30

 

Elena se asustó, pero se calmó casi enseguida, al aplacarse el sonido y también al verse rodeada de nosotros. Se abrazó a mí y se volvió a dormir, como si nada hubiera pasado. Me gustaba sentirla así, pegadita, con su olorcito a bebé, con sus manitas pequeñitas abrazándome, buscando mi calor, mi protección.

 

Miranda apoyó su cabeza en mi hombro.

 

―Debería haberlo matado ―comentó en voz baja.

 

―No digas eso ―supliqué.

 

―Es verdad, ahora no estaríamos así, asustados, pendientes hasta del más mínimo ruido. Así no se puede vivir.

 

―Pero no vale la pena el convertirte en asesina, ese hombre no vale tanto.

 

―No podemos vivir así.

 

―No viviremos así, ya verás que todo se calmará muy pronto.

 

―No me dejará vivir en paz.

 

―Lo hará, cariño, ya lo verás.

 

Quise ir a hablar con los policías y si no lo hice fue porque estaba con mi hija en brazos y no dejaría que ni Sonia, mi mamá y mucho menos Miranda fueran a abrir, arriesgándose a quizás qué cosas. Entrar a la casa era muy difícil, por no decir imposible. Aunque de verdad esperaba que los ruidos de la calle no fueran balazos, si no, fuegos artificiales que se ponían de moda por estas fechas.

 

―Tienes que estar tranquila, hija, ya verás que todo estará bien ―intervino mi mamá.

 

―Tiene que salir bien ―murmuró Miranda.

 

―Seguramente así será, Alex se está encargando de todo y, de todas formas, hay dos policías afuera que vigilan la casa ―afirmé, intentando poner seguridad en mis palabras.

 

El silencio llenó el lugar, la película seguía andando, sin embargo, ninguno tenía ganas de seguir viendo televisión.

 

―¿No quieres ir a dormir? ―me preguntó Miranda casi una hora después.

 

―No ―respondí sin más―, ¿y tú?

 

―No. Tengo miedo de que en cualquier momento llegue Lorenzo.

 

―Yo tengo miedo que les haga daño.

 

No dijo nada.

 

―Estás temblando ―comenté, no me gustaba sentirla así, asustada, aunque yo también lo estuviera.

 

―Tengo un poco de frío ―mintió.

 

―¿Quieres que le suba a la calefacción? ―preguntó mi mamá.

 

―No, en realidad no hace frío. 

 

―Pero tú tienes frío ―repliqué.

 

―No, la verdad es que no.

 

―¿Entonces?

 

Suspiró.‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬

 

―No tengas miedo, nada les pasará.

 

―Lo sé, pero mira, por mi culpa estamos en peligro.

 

―No digas eso.

 

―Es la verdad, si tú no te hubieras fijado en mí...

 

―Si yo no me hubiese enamorado de ti ―enfaticé la palabra―, no habría conocido nunca a mi hija, con ese solo hecho, me doy por pagado.

 

―Pero está en peligro por mi culpa.

 

―En más peligro estaba con su madre.

 

―Pero...

 

―No pienses cosas feas, amor, deja que de Lorenzo se encargue la policía. Elena está con nosotros y la cuidaremos. Ella nos ama, se ha entregado con todo su corazón a nosotros y ahora en lo que debemos pensar es en cómo la sacaremos de esta casa y del cobijo de su abuela, porque, al parecer, ninguna de las dos se quiere separar.

 

―Sí, las dos han enganchado muy bien ―respondió con una dulce sonrisa.

 

Miramos a mi madre.

 

―Demasiado tiempo estuve sin ella, no me pidan que no quiera aprovecharla ahora ―se disculpó.

 

―Sí, creo que ella piensa lo mismo, no quiere irse de aquí.

 

―A la niña no le gustó ninguna casa de las que vimos, todas tenían un defecto ―comentó Miranda  con algo de diversión.

 

―Y no tienen por qué irse tan rápido, no sé por qué tan apurados; encontrar una buena casa, es muuuuy difícil ―agregó mi mamá.

 

―Sí, será muy difícil sacarla de esta casa ―asentí.

 

―Sí, y también de nuestra cama ―comentó mirando a mi hija con ojos brillantes.

 

―Ella estaba acostumbrada a dormir sola, no sé qué le pasa ahora.

 

―No nos tenía a nosotros.

 

―Es verdad. ¿Y qué haremos?

 

―Nada, a mí no me importa compartir nuestra cama con ella.

 

―Pero es grande.

 

―¿A ti te molesta? ―preguntó sorprendida.

 

―No, pero es...

 

Me arrepentí de decir lo que se me cruzó por la cabeza.

 

―Qué.

 

―Nada.

 

―Dime.

 

―No, no es nada.

 

Se enderezó y me miró con ojos reprobatorios.

 

―Dime qué ibas a decir ―exigió.

 

Suspiré, lo que pensé era una estupidez.

 

―Dímelo.

 

―Es una tontera.

 

―No me importa.

 

―Te iba a decir que... Es que... Elena es mi hija...

 

―Y no mía ―musitó con tristeza.

 

Tomé su mano y la apreté.

 

―Lo siento, sé que tú la amas, y serás más madre de ella que la propia Beatriz,

 

―Es cierto que Elena no es mi hija de sangre, pero la amé desde que la conocí y sé que ella a mí. Me encanta que duerma con nosotros, me encanta sentir su cuerpito así, buscando mi calor, mi cariño y no tengas miedo de que yo pueda pensar que es malcriada o algo así porque con todo lo que ha sufrido merece ser todo lo amada que pueda ser y no creo que el amor haga hijos caprichosos, yo creo que es al revés, la falta de amor y cuidados es lo que lleva a los niños a querer llamar la atención a cualquier costo.

 

―Es verdad, es que... No sé, lo siento, ni siquiera debí pensar en eso.

 

―No lo vuelvas a pensar ―me reprochó y luego me dio un beso que me llegó al alma.

 

―Jamás ―prometí.

 

Alex llamó, estaba fuera de mi casa y quería hablarnos, por supuesto, lo hicimos pasar de inmediato.

 

―No sabemos dónde está Lorenzo ―admitió una vez sentado en la biblioteca con nosotros―, pero los médicos dicen que no puede haber ido muy lejos ni puede hacer gran cosa, si es que sobrevive, en las condiciones en las que está, no es probable que pueda vivir mucho tiempo fuera del hospital.

 

―¿Crees que se lo haya llevado su mamá? ―pregunté.

 

―Puede ser. Es lo más seguro, ella tampoco está ubicable. De todas formas, si muere, sí o sí tendrá que llegar a un servicio de urgencia o a alguna funeraria. En cuanto los encontremos ella tendrá que dar una buena explicación. De todas formas, es un delito grave, lo que de seguro la llevará a la cárcel.

 

―¿Y los ruidos que se sintieron?

 

―Fue Beatriz, no costó desarmarla, ahora está en la comisaría, detenida, por ella no deben preocuparse, además que está bien custodiada, tiene varios otros cargos en su contra: tráfico de drogas, robo a casa habitada, robo con intimidación, violencia intrafamiliar, robo con violencia.

 

―No es la Beatriz que conocí, cayó muy bajo ―musité.

 

―Se equivocó y lo pagó caro.

 

―Demasiado, lo que me alegra es que pude rescatar a mi hija de ese destino.

 

―Sí, debes dar gracias a que todo se confabuló para que se pudieran encontrar.

 

―Es cierto ―admití con pesar.

 

Abracé más fuerte a mi hija, con todo lo que había sufrido, no merecía más dolor. ¡Cuántos niños estaban en su misma situación y peor!

 

 

 

ΨΨΨ

 

 

 

Pasaron varios días en los que no supimos nada. Ni de Lorenzo, ni de Beatriz, ni de la señora Doris, mi ex suegra, hasta que un día Alex llegó con noticias.

 

―Lorenzo llegó a una clínica con su mamá. Ya no había nada qué hacer y falleció hace poco más de dos horas. La señora Cañarte está detenida, ya pueden estar tranquilos.

 

―¿Y Beatriz? ―consultó José Miguel.

 

―Sigue presa, él y su pareja. Tienen para rato, a ambos les dieron quince años de pena sin derecho a libertad.

 

―Por fin, ya quedaremos tranquilos de una vez ―comenté.

 

―Sí, ahora sí pueden respirar. También hablé con el juez que lleva su caso, de modo informal, por supuesto, y me dijo que el proceso en contra de la mamá de Elena y la adopción por parte de Miranda, va bien encaminada, son los trámites engorrosos que demoran, pero que no se preocupen, muy pronto Elena será parte de su familia y podrá olvidarse de su vida junto a esa mujer.

 

Mi corazón dio un vuelco. Roberto y su suegro nos habían dicho que no nos preocupásemos, de todos modos, con esto uno nunca puede estar seguro, pero si el juez había dicho que todo saldría bien, lo creía más todavía.

 

Aquel fin de semana decidimos ir al norte, necesitábamos olvidarnos de todo, aunque fuera por unos días.

 

Llegamos a Antofagasta de noche. Yo no lo conocía. La niña menos. Ella ni siquiera conocía la playa. Nos hospedamos en un hermoso hotel al lado del mar. Al despertar, Elena miró por la ventana y abrió mucho los ojos.

 

―¡Es gigante! ―gritó excitada contemplando la playa―. ¿Podremos bañarnos?

 

―Claro que sí, hoy iremos a la playa ―contestó José Miguel.

 

Después del desayuno nos llevó a una playa muy al sur de la ciudad, se llamaba “Playa Amarilla", donde jugamos y nos "bañamos"... los pies. Ninguna de las dos sabíamos nadar y el agua no era muy tranquila. Mi prometido nos hacía burla por lo cobarde que éramos.

 

A la hora de almuerzo nos llevó a "Coloso", un poco más al sur. Era una pequeña caleta de pescadores, donde vimos lobos marinos. Era un lugar muy lindo.

 

Por la tarde, fuimos al balneario. Allí el agua era mucho más cálida y tranquila. Por no ser época de vacaciones todavía, no había mucha gente.

 

Al día siguiente, no fue lo mismo. Decidimos caminar por la costanera, un lugar maravilloso. Era impresionante el contraste entre el mar y desierto.

 

Visitar el interior, no fue menor. San Pedro de Atacama y los pueblos aledaños, las ruinas, los géiseres y el Valle de la Luna... No se puede describir con palabras, la belleza del lugar es indescriptible.

 

Allí estuvimos cuatro días recorriendo y conociendo cada lugar del interior de la segunda región.

 

Después de eso, paseamos hacia el otro lado, la costa. Juan López, La Rinconada, Isla Santa María, unas playas preciosas. Todo contrastaba tan bien y era tan diferente, que me sorprendía cada vez más. Alojamos en Juan López una noche y a la tarde siguiente, nos dirigimos a Mejillones, donde nos quedamos tres días. Mejillones era una hermosa ciudad, mezcla de pasado y presente, con típicos "emporios" y modernos minimarket; la plaza, muy limpia e iluminada; sus playas, hermosas  y heladas. Lo que más me sorprendió del lugar, fue el viento. Por la tarde, un helado y fuerte viento nos obligó a refugiarnos en un restaurant. El dueño del local nos informó que eso era algo típico y que uno se acostumbraba, también nos indicó los lugares donde podíamos pasear. Quince días estuvimos recorriendo la segunda región, lo que nos infundió ánimo y ganas de seguir adelante y nos hizo olvidar los problemas que habíamos tenido en la capital.

 

Al volver a Santiago, la señora Inés, nos tenía preparado un almuerzo con toda la familia. Elena ya se sentía parte de nosotros y su abuela era lo máximo para ella, cada noche, mientras estuvimos en el norte, nos exigía hablar con ella. La amaba.

 

―El lunes tienen que ir al juzgado de Familia ―nos informó Roberto después de almuerzo―, deben firmar los papeles legales donde Elena será, definitivamente, hija de ustedes.

 

José Miguel no dijo nada, abrazó a su hermano con emoción, eso era lo que tanto anhelaba. Ya nadie podría quitarle a su hija. A nuestra hija.

 

―Y yo les tengo otra noticia ―indicó Inés―. Tu mamá te busca, Miranda.

 

Aguanté la respiración. No sabía si quería volver a verla.

 

―Va a venir a tomar once con nosotros, espero que no te moleste. Alex hizo el contacto y yo hablé con ella hace unos días ―explicó.

 

―Creo que será bueno que hables con ella ―me dijo José Miguel―, mal que mal es tu mamá y tal vez estaba cegada con Lorenzo, sabes que estos tipos son unos santos para el resto de la gente.

 

―Para el resto de la gente ―repliqué―, pero ella es mi mamá.

 

―Por lo mismo, no creo que ella haya querido hacerte daño, se equivocó, tal vez debas escuchar su versión.

 

―Sí, puede ser.

 

―Está muy arrepentida, ella sabe que se equivocó ―agregó con paciencia mi suegra―. Ese hombre era un hábil manipulador.

 

―Sí, eso es verdad ―admití, yo misma estuve ciega muchos años y eso que yo vivía la situación, ella solo lo sabía de oídas.

 

El encuentro fue algo incómodo al principio. Se me quedó mirando con miedo en los ojos.

 

―Lo siento tanto, hija, perdóname ―suplicó dejando caer gruesas lágrimas y con voz entrecortada.

 

Era mi mamá. No podía no quererla. Me abracé a ella y lloré. ¡Me había hecho tanta falta!

 

―Perdóname, mi niña, después de ese último día que nos vimos, intenté buscarte y ya no pude encontrarte. Perdóname.

 

―Mamá, mamita... Yo debí contarte todo mucho antes.

 

―Debiste hacerlo, mi amor, por don Alex me enteré de todo lo que viviste, de todo lo que sufriste. No debiste guardártelo.

 

―Si sé, pero tú igual no me creíste.

 

―Me equivoqué, mi niña.

 

Después de muchas disculpas de una y otra parte, le presenté a los demás. A Elena la quiso de inmediato y José Miguel le cayó muy bien. Le dio mil gracias por haberme salvado de Lorenzo.

 

Pasadas las nueve de la noche, la fuimos a dejar a su casa, los tres con Elena. Al volver, nuestra pequeña dormía. José Miguel la llevó en sus brazos hasta la cama de mi suegra, que pidió dormir con ella después de tantos días alejadas.

 

Al llegar a nuestro cuarto, José Miguel me abrazó de forma muy posesiva y me besó con inmensas ansias.

 

―Por fin. Ahora te tengo solo para mí ―susurró con deseo.

 

 

 

 

 
Busco encontrarte
titlepage.xhtml
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_000.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_001.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_002.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_003.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_004.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_005.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_006.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_007.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_008.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_009.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_010.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_011.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_012.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_013.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_014.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_015.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_016.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_017.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_018.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_019.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_020.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_021.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_022.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_023.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_024.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_025.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_026.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_027.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_028.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_029.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_030.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_031.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_032.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_033.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_034.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_035.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_036.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_037.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_038.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_039.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_040.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_041.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_042.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_043.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_044.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_045.html
CR!4PG7YC7N897R10AG6EYPR32348PC_split_046.html